Partida Rol por web

Acabas de darte cuenta de que ya estás dentro de Laberinto. Estás sola, aunque esa salvaje no andaba lejos.

A tu alrededor sólo hay ruinas de edificios de mármol. Restos de columnas, muros, pórticos, escaleras y estatuas.

No, no había esperado esto. Un Laberinto, de acuerdo, eso es lo que le habían dicho, eso era lo que cabía esperar. Había visto otros muchos antes, durante los años de su entrenamiento, es decir, durante toda su vida. Los habían usado para que se fuera habituando a la emboscada, a la sorpresa, a la desorientación. Laberintos de árboles y plantas, laberintos de piedra, incluso cavernas. 

Había incluso luchado en uno construido para ella, uno con superficies metálicas pulidas hasta reflejar la imagen por completo, con agua en el suelo. Lo odiaba, era para volverse loco. 

Pero esto... 

Acalló sus voces interiores, moduló su espíritu. No podía dejarse sorprender. No lo haría.

Miró de nuevo, como si fuera la primera vez, a su alrededor. Todo estaba hecho para confundirla. Columnas en horizontal, escaleras que ascendían y descendían, edificios con las perspectivas aberradas. Entornó los ojos, no necesitaba entender. Sólo encontrarle.

Así que, sola, porque nadie había a su alrededor, ni tampoco le importó, se fijó en la posición del sol, y avanzó hacia el norte.

Los primeros pasos en este lugar ya te desorientan y desconciertan. "Un laberinto es un lugar creado para no dejarte salir" te dijo una vez el maestro Zhihui. En aquél momento te pareció una obviedad, ahora das un poco más de sentido a sus crípticas palabras. Esos laberintos construidos por Celue con paneles de papel de arroz, tapices y bambú, con árnboles y plantas, e incluso con paneles de acero extremadamente pulidos, que se extendían sobre donde algún día estuvieron los jardines de tus ancestros, sólo te entrenaron para un tipo de laberinto.

Antes de seguir adentrándote hacia el norte, guiada por el brillo del sol, ves detrás de ti, a lo lejos, a dos guerreros con yelmos y escudos que tratan de alcanzarte. Uno de ellos te hace un gesto dejando ver que tienen buenas intenciones. Si quieres puedes esperarles. Si no quieres te será fácil escabullirte y dejarles atrás. Es tu elección.

Les veo allá lejos, y me indican con signos que les espere, que son... "amigos". Me sonrío, sí, amigos y competidores a la vez. Por la indumentaria parecen los hoplitas que estaban en el grupo que entramos juntos.

Bien, me detengo, y les espero, mirándoles con intención de que vean que no voy a escabullirme ni a enfrentarles, somos aliados. ¿Por qué no? Podemos buscarle juntos. Y afrontar juntos los peligros, no competiremos hasta que no sea el momento, es evidente. El momento en el que le encontremos. Si alguien consigue matarlo, he de ser yo...

Deseo os ve corriendo hacia ella y hacerle los gestos amistosos para que espere. La joven de cabello rojizo se detiene y muestra una sonrisa. Los dos guerreros, uno ateniense y otro íbero, llegan hasta donde la joven oriental ha decidido esperarles. Jadeantes, pertrechados con sus capas, yelmos y escudos, son más lentos. Si Deseo hubiese querido les podría haber dejado atrás sin problema.

Juntos, seguís adentrándoos más y más. Este sitio es mucho más grande de lo que habíais imaginado. Las ruinas se suceden unas detrás de otras. Lo que veis parece repetirse una y otra vez, sin cambiar demasiado, aunque hay pequeños cambios, sutiles, o quizás ya habéis pasado por aquí antes y es simplemente la luz y la incidencia del sol que proyecta sombras distintas. No estáis seguros.

Empezáis a cansaros, lleváis horas caminando, sin ver a nadie, sin oír nada, ni tan siquiera un pájaro, o una rata. Sólo piedra, polvo y arena, y a vosotros mismos. Este lugar está completamente vacío, muerto. Al fondo esa torre descomunal, que parece inacabada o en ruinas también, como todo lo que os rodea. La noche es inminente, ya empieza a oscurecer. Habéis perdido la noción del tiempo y tampoco podríais decir exactamente cuánta distancia habéis recorrido, pero es mucha, aunque no sabéis si ha sido en línea recta.

-Antes de que la oscuridad nos rodee por completo deberíamos encontrar un lugar adecuado en el que descansar- Dice Ameleón agotado sacándose el casco. -Un sitio en una posición lo más elevada posible y donde solo tengamos que vigilar dos flancos y en caso de ataque por uno de los lados podamos escapar por el otro.- Dice mientras busca alrededor el lugar más adecuado.

-También deberíamos hacer turnos de vigilancia para dormir. Es otra de las cosas por las que más vale no ir solo en un maldito lugar como este...- Dice ahogando cierto temor en las últimas palabras que pronuncia.

Mientras recobra de nuevo la entereza se dirige a sus compañeros -No pretendo ser paternalista ni daros órdenes, tan solo quiero ser lo más práctico y eficiente que podamos. Tarde o temprano me vais a necesitar y estoy seguro de que yo a vosotros. Mientras mejor hagamos las cosas ahora, más fácil nos será aguantar con vida hasta que nuestro Destino nos coloque a cada uno en su lugar.

La silenciosa mujer que se ha presentado antes con un escueto "Soy Deseo" asiente a la propuesta del hoplita.

-Me parece bien, estoy de acuerdo. Yo puedo hacer la guardia del primer tercio de la noche. 

Tras dar un escrutador vistazo circular se fija en el lugar que Ameleón está señalando.

-Ahí está bien, sí. Descansemos, tenemos un arduo trabajo por delante. Yo creo que mañana deberemos acercarnos todo lo posible a la estructura central. No sólo porque crea que el Minotauro va a estar allí, sino además porque es lo que esperan que hagamos, allí se concentrará la mayor parte del peligro, y mejor ir a buscarlo y terminar con él cuanto antes.

Les mira con una especial seriedad pintada en su rostro. Sobre todo tras escuchar la última advertencia de su compañero.

-Por cierto, y para dejar las cosas claras. Estamos juntos en esto porque hemos llegado al mismo tiempo y tenemos el mismo objetivo. Ayudarnos es un buen medio de sobrevivir. Pero no sois mis amigos, ni yo vuestra amiga. No voy a traicionaros, y espero lo mismo por vuestra parte. Pero cuando llegue el momento, iré a por el Minotauro. Yo sola. Y si alguien lo impide, o lo intenta, probará mi arma, mi furia, y encontrará la muerte.

Ameleón asintió a las palabras de Deseo mientras buscaba acomodo en el suelo dispuesto a descansar de la larga jornada de marcha. No se quitó la coraza, las grebas ni el cinturón con la daga. Su lanza yacía al lado del brazo y el casco cerca de la cabeza en un ceremonioso ritual para, en caso de cualquier tipo de ataque, tardar el menor tiempo posible en reaccionar para volver a armarse. 

-Entiendo. Me gusta que me hablen claro. En el momento en que tengamos delante al Minotauro guardaré la distancia y te dejaré enfrentarte a él, si eso es lo que quieres. No tengo ni el más mínimo interés en probar el filo de tu arma y ninguna prisa en enfrentarme a esa bestia. Llámame para el segundo turno.

Alcanzar a la joven oriental había sido arduo, afortunadamente era una mujer inteligente y se veía que tenía experiencia en batalla, así que ha había habido problema en convencerla, sin embargo, Indikos no estaba seguro de que ni ella, ni tan siquiera Ameleón entendiensen la situación real a la que se exponían, de momento, no iba a avivar ningún tipo de conflicto, cualquier enfrentamiento entre los tres llevaría, en el mejor de los casos, a avanzar en solitario y malherido, en el peor de los casos, muerto.

Estamos de acuerdo entonces, Deseo, te aseguro que no seré yo tampoco el que os frene si deseáis dar muerte a la bestia, de momento, es una sabia decisión que colaboremos los tres, yo cerraré el turno de guardia pues.

Llegado el momento, trataría de volver a convencerles de enfrentar juntos a la bestia, ahora no era momento de discutir tales cosas, había que concentrarse en lo inmediato, sobrevivir al laberinto y llegar al centro, con suerte, allí se encontraría la bestia, y quizás encontrásemos a más guerreros, entre todos, podrían dar muerte al minotauro, y después ya se vería. Quizás cometía un error pero, le seguía pareciendo más factible enfrentarse a otros seres humanos, o incluso centauros, que al gigantesco minotauro.

Despiértame en el tercer turno Ameleón. Hasta entonces

Indikos cerró los ojos, había que estar descansados si querían sobrevivir a esta situación.

De entre todos los lugares que tenéis a la vista, hay un pequeño templo construido sobre una pequeña colina, dominando el lugar. Está bastante entero, y ofrece muros sólidos tras los que resguardarse. Puede ser un buen lugar. Es un pequeño templo sin estatuas, sin figuras, sin inscripciones. Un templo mudo y anónimo que no parece estar dedicado a ninguna deidad. Dentro estaréis al abrigo del frío de la noche, y de la posible lluvia si la hubiere. Del mismo modo vigilar esta entrada será fácil. El que haga guardia puede colocarse bajo el pórtico.

Antes de saber si alguno de sus interlocutores volvía a dirigirse de nuevo a él cerró los ojos y se quedó totalmente dormido. Antes de entrar en una fase absoluta de sueño sintió un cosquilleo en los ojos y un escalofrío en la espina dorsal que no era solo producto del frío de la piedra sobre la piel. Rebuscó una vieja manta en su mochila que le diera una pequeña sensación de confort. Es entonces cuando recobró un poco el ánimo y durmió plácidamente hasta que fue despertado por Deseo...

El pequeño templete estaba en un estado relativamente bueno, en comparación con algunas de las ruinosas edificaciones que habían dejado atrás. Pero eso no quería decir que la sensación fuera mucho más reconfortante. Las piedras grises, monocromas, sin siquiera el tinte verdoso de los líquenes. Ni una pequeña brizna de hierba entre las losas. Nada.

Y aunque ninguno de ellos lo comentó, el silencio era inhumano. Ni el zumbar de un insecto, ni el canto de un pájaro, o el ulular de alguna rapaz nocturna. Era un lugar tenebroso, muerto.

Deseo se colocó entre dos columnas del pórtico, a cubierto, pero con la suficiente perspectiva como para vigilar con un buen ángulo de visión. Esperaba que algo rompería la tranquilidad, un ataque, o un encuentro extraño... porque ya cualquier cosa podía esperarse del Laberinto, ahora ya era evidente. 

Sin embargo, la luna siguió su curso en el cielo estrellado sin interrupciones bajo su luz lechosa. 

Así que cuando calculó que el tercio inicial de la noche había transcurrido, se acercó a donde Ameleón dormía, y al parecer dormía profundamente. Le sacudió tomándole por un hombro, susurrándole.

-Despierta, es tu turno. Sin novedad.

Tras lo cual se tumbó en el mismo lugar que había ocupado el hoplita: la piedra del suelo estaba algo más caliente allí. Y se durmió como alma que sabe que su destino ya está trazado.

Ameleón se levantó al instante del contacto con la mano fría de Deseo sobre su hombro. Había descansado y se sentía con las fuerzas renovadas. Cogió su lanza y salió por la puerta del templete. El silencio era sepulcral. Hasta el viento parecía pedir permiso para soplar en muy contadas ocasiones.

Miró al cielo. Selene iba trazando su arco sobre Nix, la negra noche, madre de las Moiras. Esta noche había acudido a él Hypnos a través de uno de sus Oniros y lo había llevado a través de la puerta de cuerno hasta el día en que el oráculo le vaticino esta encrucijada. Hoy fue Hypnos, pero quizás mañana el que lo visitara sería Moros, o en el peor de los casos Tánatos. Miró a las constelaciones y trató de leer su historia en las estrellas. 

Cuando volvió en sí había pasado el tiempo de su guardia y no se había movido una sombra a su alrededor. Caminó despacio hasta Indikos y tocó con su pie sobre el hombro intentando no alzar la voz para no perturbar el sueño plácido de la extranjera -¡Despierta, íbero! Es tu turno... la noche está tranquila. Pero antes de volver a dormir me gustaría saber un poco más sobre tus amigos centauros y el hoplita y por qué los dejaste ir estando tan seguro de que nos necesitamos si queremos tener oportunidades para vencer al Minotauro. Siento que he descansado lo suficiente y no me importa conseguir un poco más de información sobre ellos si vamos a volver a verlos en algún momento.

Momentos antes de cerrar los ojos, a Indikos le asaltó la duda, acababa de conocer a estos compañeros, ¿y si le degollaban en mitad de la noche y trataban de completar el reto en solitario? Al fin y al cabo era el último en irse a dormir...

Bueno, si ese fuese el caso, no le quedaba más remedio que aceptar su destino, necesitaba descansar si quería conseguir esto, preocuparse por estas cosas solo le arrebataría su charla con Morfeo.

Una voz sonó como a la lejanía

¡Despierta, íbero! Es tu turno... la noche está tranquila. Pero antes de volver a dormir me gustaría saber un poco más sobre tus amigos centauros y el hoplita y por qué los dejaste ir estando tan seguro de que nos necesitamos si queremos tener oportunidades para vencer al Minotauro. Siento que he descansado lo suficiente y no me importa conseguir un poco más de información sobre ellos si vamos a volver a verlos en algún momento.

Indikos se incorporó, había dormido como un tronco, Deseo estaba profundamente dormida y Ameleón le observaba esperando una respuesta a su pregunta.

Sé de ellos casi tanto como tu, cuando partí de Ampurias, estaban en el mismo trirreme en el que subí para viajar hasta Creta, no tenía dinero para el pasaje, así que le ofrecí al capitán mis servicios como Mercenario, por si nos atacaban piratas fenicios en alta mar; al parecer ellos llegaron al mismo trato con el capitán del navío, y así fue como los conocí. Por lo que sé, entre ambos hay una fuerte rivalidad, provienen del mismo lugar, pero no se gustan en absoluto, el rencor parece mutuo. Sin embargo, tuvimos que ejercer nuestra labor de mercenarios cuando nos atacaron unos piratas bárbaros, lucharon con destreza y valentía, Kynortas es un formidable guerrero, Sinódaso también, pero al ser un Centauro, combatir en un barco en el mar le resultó muy complicado, y ahí fue cuando descubrí algo entre esos dos: en el fragor del combate, aunque aparentemente se odien, acudirán al rescate el uno del otro, Kynortas pudo dejar morir al centauro en ese combate con los piratas, y sin embargo le ayudó. No parece probable que, en una situación extrema, llegasen a dividirse. Del otro centauro joven, Nedras, no sé absolutamente nada, salvo que parece conocer a Sinódaso.

A la mañana siguiente el día amanece tranquilo y despejado. Todo está tal como lo dejasteis y habéis dormido bien, sin sobresaltos. Si decidís continuar caminando algunas horas más en dirección a la gran torre, descubriréis que el paisaje poco cambia, sigue siendo una ciudad devastada, abandonada y muerta. Poco a poco notaréis que hace algo más de calor, y que el aire está más seco. A mediodía llegaréis a un lugar como este:

Las ruinas parecen llegar a su fin. Aún os queda al menos una hora avanzando entre cascotes y columnas de piedra quebradas, pero podéis ver los últimos edificios a lo lejos, y arena... mucha arena. Hasta ahora pensabais que el paisaje era completamente seco e inhóspito, no había ni tan siguiera un pájaro, ni un ruido... a partir de ahora lo será de verdad. Esas dunas de ardiente arena se interponen entre vosotros y la torre a la que os dirigís.

-Ahora esto...- Se reía Ameleón- ¿No sería mejor dejar al bueno de Asterión que viniera él a pasar calor por nosotros, o es que vamos a servirle el plato ya cocinado?- La risa destensó su pose rígida.-Chistes de hoplitas...- Empezó a quitarse la coraza y las grebas. Con su capa y el escudo montó un petate y lo colocó sobre la espalda. Se quitó el casco, lo enjuagó con un poco de agua y volvió a ponérselo.

-¿Alguna otra sugerencia?

¿Desierto? 

Leguas y leguas de árido terreno, justo después de las ruinas. 

Se acercó al hoplita, que se había detenido en la zona en que empezaba la arena, para refrescarse y cambiar su carga. Le miró, el ceño ligeramente fruncido, pero con un asomo de sonrisa en sus labios.

-Espero que plato cocinado no, pero después del frío pasado, parece que la intención sea cocernos. -La sonrisa quedó allí, discreta, diminuta. Era evidente que Deseo no era una mujer sociable. Pero tampoco era desagradable.- Sugerencias, no, ninguna. Oh, sí: Por cierto, Ameleón, cuida tu agua. No digo que no la necesite tu casco, pero quizá en breve la necesitará más tu gaznate...

Distraída con el panorama de dunas y la monstruosa torre al fondo, la guerrera no estaba para demasiados pensamientos más.

Indikos estaba acostumbrado a los veranos cálidos y húmedos en Ampurias, pero este calor seco era demasiado, jamás había estado en un desierto. Por suerte, no tenían por costumbre en su Polis usar ropas abrigadas excepto en los inviernos, que usaban pieles de animales, así que no necesitaba deshacerse de una pesada armadura. Sin embargo, se quitó el casco y se secó el sudor de la frente, bebiendo un pequeño sorbo de su pellejo de agua.

Este calor puede ser un problema, deberíamos restringir nuestros movimientos a las horas previas al ocaso y las primeras de la mañana, donde no sea tan intenso, y descansar las horas centrales del día, intentando buscar el cobijo de alguna sombra. De lo contrario, podríamos pasarlo mal. En cuanto a guiarnos, intentemos fijarnos en la trayectoria del sol para determinar nuestra posición en relación a la torre central, que es nuestro objetivo. Aprovechemos que calculamos las horas para no pasar excesivo calor, y podremos determinar nuestra posición.

No estaba seguro si era una idea absurda o una genialidad, el picor del sudor en la nuca y el intenso calor no le dejaban pensar con mucha claridad, pero tampoco se le ocurría nada mejor con lo que tenían.

Ya estáis casi frente al desierto, el calor es abrasador y Ameleón se ha desprovisto de su armadura. Deseo empieza a abrirse a sus compañeros y deja notar su acento oriental en algunas de las palabras más complicadas del griego.

Con la mirada fija en la torre, y la mente ocupada con las broma de ser cocinados, Ameleón y Deseo cometen un descuido y no perciben la trampa. Los guijarros y escombros sobre los que camináis en este último trecho tiemblan y se desmoronan, y el suelo comienza a hundirse bajo vuestros pies.

Indikos, casi sin ser consciente de ello, ha evitado la trampa. Caminaba un poco más allá porque el suelo le pareció más sólido por este lado, y ve cómo sus compañeros pierden el equilibrio.