Partida Rol por web

Hilos invisibles

Capítulo 0: Resonancia (Hyun-jin)

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09/10/2015, 21:04
Narrador

Capítulo 0: Resonancia

Me sentí abrumado por su belleza... y por la idea de que... toda belleza es temporal.
El deterioro y la muerte están en cada respiro que tomamos.

Londres, 30 de Junio de 2015.

07:05 horas.

Han pasado veinticuatro horas y todavía no has encontrado nada en tu mente que pueda explicar lo que viste. Tus ojos se mueven a un lado y a otro, tratando de asegurarse de que todo está bien antes de salir a la calle, mientras una vez más lo sucedido vuelve a tu cabeza. Fuera la temperatura es de dieciséis grados centígrados y la gente camina con resolución, siendo una vez más engranajes de esa máquina imperfecta que es la ciudad.

Inevitablemente buscas cada pocos minutos el reloj, esperando ese momento en que sus agujas encajen a la perfección con las del recuerdo de la mañana anterior. Y cuando, ya montado en el taxi, ese momento está a punto de llegar sientes un cosquilleo en la espalda. Sin embargo, las agujas alcanzan ese punto y lo sobrepasan sin que nada suceda. Sin que vuelvas a verla. Pero no lo necesitas para recordar.

Ni siquiera estás seguro de qué fue lo que viste. Estabas saliendo a la calle. La mañana era clara y la gente parecía hacer su vida como cada día. Sin embargo algo interrumpió tu rutina. De repente y aparecida de la nada, había una mujer. Estaba allí, en medio de la acera, sentada sobre una cama tan incongruente como su presencia. Y sin embargo ella parecía sentirse tranquila con su visita. Gloriosa. Vestía un camisón arrugado y su piel estaba cubierta por una capa de sudor. Sus ojos enormes y desorbitados se cruzaron con los tuyos y sentiste una extraña conexión con ella. Sentiste su dolor y su emoción. Su sonrisa te envolvió, y a pesar de que durante un instante una sensación de peligro te invadió, los segundos pasaron y esta fue disipándose en el aire como el sonido de una cuerda de piano aún vibrante.

Después de veinticuatro horas algunos detalles se han desvanecido, pero la imagen general  de esa habitación de hotel que viste durante un breve parpadeo sigue presente. El papel de las paredes, monótono y repetitivo. La penumbra, mostrándote sólo el contorno de las cosas. La luz de la luna entrando por la ventana y dibujando para ti la esquina de un puzzle al que le faltaban demasiadas piezas como para que cobrase sentido. Repasar la imagen una y otra vez no te ayuda a comprenderla. Y aunque en aquel momento no viste a nadie más con ella, siempre tuviste la certeza de que no estaba sola. 

Todo fue algo confuso después. La mujer emitió un largo suspiro mirándote directamente a los ojos. Tus pupilas y las suyas parecían unidas por un hilo fino e invisible, como si fueran dos vasos de yogur y vuestros cerebros las usasen para comunicarse de una forma que no comprendías. Luego abrió la boca como si hablara con alguien, pero no te llegó su voz. Y entonces... Entonces un sonido rompió el ambiente tanto en la calle como en aquel hotel. Un sonido que te hizo agazaparte, llevándote las manos a la cabeza, y retroceder unos pasos en dirección a tu vivienda. El estruendo de la pólvora estallando, detonando una bala y una vida. Con el sobresalto inicial no llegaste a ver el agujero que atravesaba su cabeza, pero no te hizo falta para saber que estaba ahí. Y pudiste sentir cómo todo se apagaba mientras ella caía hacia atrás, rebotando en el colchón. En el último instante en que miraste al frente pudiste ver la salpicadura que aquel disparo había dejado en la pared. Casi parecía una flor. Un lirio oscuro, sombrío y cargado de muerte. 

Apenas transcurrió un pestañeo antes de que la calle volviera a ser la misma. Aquella cama había desaparecido llevándose a la mujer que descansaba en ella. Los últimos ecos de aquel disparo aún resonaban en tu cabeza, y no se apagaron hasta que no dejaste de ver aquella habitación de hotel. A tu alrededor la gente parecía no haber notado absolutamente nada. Ahora eran otros los que caminaban delante de ti, y ante tu puerta el taxista que esperaba te dedicó una mirada reprobatoria, impeliéndote a darte prisa. Nadie había visto ni oído nada. Sólo tú. Y fue tan breve que ni siquiera estabas seguro de no haberlo imaginado. Para los demás la vida continuaba como antes, y a ti te esperaba un nuevo ensayo, igual que ahora.

Hoy llegas a la misma hora de siempre. Algunos de tus compañeros están en la puerta hablando de algún partido, o algún jugador, o algún deporte. Algo de eso. Dentro no tardas en dirigirte a la sala de ensayos: a esa hora suele estar tranquila, y sólo los más aplicados se preparan para el día que tenéis por delante.

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10/10/2015, 23:13
Emily Wilson

Una música dulce suena al otro lado de la puerta de sala de ensayos. Y cuando la abres puedes ver a Emily, una de tus compañeras de la filarmónica, tocando el oboe. Tiene los ojos cerrados y su cabeza y sus hombros se mueven siguiendo la melodía de una de las piezas que interpretaréis esta noche. Delante de ella, en un atril, el manojo de partituras está siendo ignorado. Ella no parece necesitarlo, pero siempre lo tiene delante. Por si acaso.

Sus ojos se abren y te miran en cuanto pones un pie en la sala. Con un pequeño movimiento de cabeza te hace un gesto de saludo y termina la frase antes de separar el instrumento de sus labios. 

- Buenos días, señor Park -dice entonces, tratándote con el respeto cordial con el que suelen hablarte la mayoría de los músicos de la orquesta-. ¿Ha tenido una buena noche? -añade, comenzando una conversación insustancial mientras aprovecha la interrupción para desmontar la boquilla del oboe, sacar la lengüeta de madera y meterla en el botecito de alcohol que tiene junto a ella para reblandecerla-.

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12/10/2015, 07:18
Park Hyun-jin

Ha sido una noche horrible. Una noche larga y horrible que al menos ya ha terminado. Aún tengo las imágenes inconexas de la visión de ayer, mi mano izquierda todavía se siente algo temblorosa, y esa sensación desagradable de la boca de mi estómago me ha quitado el apetito por completo. Sigo tratando de entender, de comprender aquella alucinación (pues no puede tener otro nombre) que he sufrido ayer y que me ha tenido al borde de otro colapso nervioso.

Quizás sea alguna manifestación de estrés post-traumático alcanzándome de nuevo. Quizás tan sólo sea la fatiga del momento, pero… la escena en mi cabeza fue tan vívida, que pude sentir el irrefrenable deseo de vomitar al ver el destino final de mi propia visión. Tan detallado, la sangre, el dolor, el olor. Todo parecía tan real, tan cercano a aquel atentado en el metro. Pero aquella vez habían sido cientos de personas y esta vez... esta vez había sido mi cerebro jugándome una mala pasada.

Tuve que llamar y reportarme enfermo. Y de verdad estaba enfermo. Las náuseas no me abandonaron durante todo el día y mi cabeza palpitaba con una inusitada fuerza, que temía que fuese a desmayarme en cualquier momento. Llamar había sido lo fácil, no ceder ante el impulso de abrir la botella de ansiolíticos y darme gusto atontando mi cerebro durante lo que quedase de día. Tuve la maldita botella naranja entre mis manos, mis dedos se deslizaron por las muescas de la tapa blanca, sintiendo la regularidad de aquel patrón, y en al menos dos ocasiones, pude escuchar el sonido que hacía al abrirse, ese clic casi imperceptible que parecía detener la música en mi cabeza, como si deletreara el fin inminente de mi propia identidad.

Y sin embargo, he logrado pasar la noche sin poner uno de esos medicamentos en mi boca. Sí, he sudado como si fuera el verano más fuerte que hubiese visto Londres, me he despertado tantas veces, que no estoy seguro de que pueda decir que he dormido. Y las pocas veces que he conciliado el sueño, he revivido una y otra vez el estallido, la sangre y la mirada, esa mirada que parecía penetrar lo más profundo de mi cerebro.

Estoy demasiado alterado todavía, pero me planteo que deba tratar de olvidar el incidente con rapidez. No soy capaz de dar más que un par de bocados al pan, y tomar unos sorbos de café. Al final, debo botar todo a la basura y me esfuerzo por dejar todo en su impecable estado original. “Todo en orden. Todo en orden, revisa el suelo de la cocina” pienso con algo de nerviosismo, temiendo interrumpir mi revisión cotidiana a causa de mi intranquilidad.

Tomo unos minutos de más para vestirme, mi rutina empieza a verse afectada y trato de no apresurarme. De verdad no quiero arruinar mis revisiones, no quiero dejar nada sin verificar. No puedo. Mi mente trata de concentrarse en alguna partitura de Rachmaninov, estoy tratando de recordar cómo debe sonar, pero sé que estoy nervioso… nervioso porque temo que vuelva a suceder.

Cancelo el primer transporte que solicito. “Es como todos los días” trato de mentirme. El segundo taxi llega a tiempo y subo, mientras el hombre acelera y le solicito (tratando de sonar sereno, tratando de ser lo más educado que puedo bajo toda mi presión) que no vaya demasiado rápido, que no tengo prisa. Miro mi reloj con tanto nerviosismo, que en algún momento puedo sentir la mirada del conductor a través del retrovisor. Estoy sudando… y cuando el segundero pasa a toda velocidad, suspiro con alivio infundado. Quisiera sentirme tranquilo, pero de alguna manera, sé que no lo estoy.

Camino y subo las escaleras del edificio de la filarmónica. El aire está lleno de ese olor a caoba dulce y suave que suele tranquilizarme todas las mañanas. Hoy no puede ayudarme demasiado. Escuché las notas del oboe desde que descendí del taxi, y mientras voy subiendo, se van intensificando. Seguro que de estar más tranquilo, podría señalar con exactitud los pequeños errores que su intérprete iba cometiendo, yendo demasiado rápido y luego demasiado lento, pero tampoco me siento capaz de concentrarme en ello. Abro la puerta lentamente y entro. Es Emily. Emily, tan menuda y dedicada, moviéndose al compás de su propia melodía. “es algo molesto” pienso algo irritable, pero desvanezco aquella idea de mi cabeza, después de todo he tenido una mala noche.

-Eh… hola E... Emily- respondo torpemente. Ni siquiera me espero las más básicas interacciones sociales. Tomo asiento frente al enorme piano negro y lo observó. Con mi mano derecha sostengo mi otra mano, tratando de sentir si aún está temblando. –Sí- miento sin observar a mi compañera. Lo he dicho tan suave, tan poco convincentemente, que sólo me queda esperar que no muestre algún interés por mi lacónica respuesta. Me acomodo los lentes con la mano derecha, cierro mis ojos y respiro profundo. “Ésta es la oportunidad para vaciar todo lo que hay en tu cabeza” me digo a mí mismo, pero me quedó allí, frente al piano, pétreo como una estatua, tratando de calmar mis nervios y de evocar una melodía en mi cabeza. Después de todo, Emily no es la única que no necesita partitura.

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13/10/2015, 23:55
Everett Abercrombie

Aquella chica te observa durante unos segundos cuando le das tu respuesta. No parece evaluarla, ni mucho menos, sino más bien aceptarla sin rodeos a pesar de tu ausencia del día anterior. Por un instante puedes sentir su mirada en tu nuca, pero no llegas a saber si esa sensación es fruto del estado en el que te encuentras o una realidad.

Mientras vas desgranando la melodía que anida en tu cabeza, como una escalera de madera que va desenrollándose y a la que poder agarrarte, otros músicos comienzan a entrar y a tomar sus asientos. Algunos cruzan unas palabras, y otros simplemente se toman unos segundos de descanso antes de comenzar a abrir las fundas de sus instrumentos. El director aún no ha llegado, y según la rutina habitual probablemente falten aún unos minutos antes de que haga su aparición.

Para cuando el hombre entra por la puerta faltan aún un par de violines, y puedes ver claridad cómo se lleva una mano a los anteojos, colocándoselos en su lugar, mientras dirige una mirada de soslayo a aquellos dos sitios vacíos. Tras eso un sonoro carraspeo y un simple gesto con la mano capaz de sembrar el silencio en el lugar. No es alguien acostumbrado a ser obedecido sólo durante vuestras interpretaciones, ni mucho menos. Desde ese mismo momento todos sabéis por pura costumbre que el ensayo ha comenzado, y que se espera de vosotros una profesionalidad sin igual.

A pesar de ello, antes de empezar el hombre tiene un gesto deferente contigo. Su rostro se relaja al dirigirse directamente a ti, y al hablar su voz suena como si hablase desde una posición superior.

- Señor Park -te dice ante todos, usando el mismo tono que usaría un profesor con un alumno con el que está realmente contento-, me alegra ver que se encuentra repuesto. El concierto de esta noche no sería lo mismo sin usted. - Te elogia, y sus palabras son toda la sonrisa que su rostro necesita.

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14/10/2015, 03:55
Park Hyun-jin

Estando allí, concentrado, me doy cuenta (con profundo horror) que finalmente mi ansiedad me ha jugado una mala pasada: ¡No me he tomado el tiempo de revisar la sala! La idea me atraviesa con la rapidez de un relámpago y siento como los colores abandonan mi rostro. Abro los ojos de par en par e ignoro la incómoda sensación de ser observado (de ser observado por Emily). “No puedo tocar así, no puedo tocar así” pienso levantándome rápidamente de mi lugar, con la seguridad de que un descuido así podría terminar pagándolo muy caro.

Camino alrededor de la sala, saludando lacónicamente a los recién llegados al tiempo que reviso el suelo y observo con cierta minuciosidad intranquila atriles y sillas. Examino la puerta desde cierta distancia y me fijo en los detalles más pequeños. Puedo sentir el temblor de mi mano izquierda aumentando, puedo sentir una gota de sudor frío cayendo por un costado de mi rostro de manera lenta y torpe; y puedo sentir como mi respiración va regulándose tras ir cubriendo poco a poco las dimensiones del lugar. Estoy seguro de que mis compañeros piensan en que aquello se trata de un ejercicio de concentración y prefiero que lo sigan creyendo. No tengo deseo de dar explicaciones y para ser sincero, tampoco sería el primero en demostrar ciertas rarezas. Hay una especie de locura inherente en las expresiones artísticas, una locura inofensiva (afortunadamente).

El enorme piano negro de madera bruñida es lo último que reviso. Aprovecho para acariciar su superficie, para consentirlo como si se tratara de un enorme y manso animal durmiendo en la esquina de la sala. Sus respiraciones silenciosas pronto se convertirían en vibraciones deliciosas. La perspectiva de poder sumergirme en la música me calmó un poco. Verifiqué bajo el piano y en su interior, contemplé sus cuerdas con cierto aspecto paternal y una vez mi pequeña ronda había terminado, respiré aliviado.

Faltaban algunas personas. Levanto la placa de madera sobre las blancas y relucientes teclas, ubico mis dedos sobre algunas de ellas y tomo aire, tratando de materializar la melodía que puedo escuchar vívidamente en mi cabeza. Mis dedos se mueven con agilidad sobre el aire, apenas rozando el teclado y el silencio es interpretado por mi cerebro como la música que debería estar sonando. Hago pequeñas pausas, calentando, preparándome.

El carraspeo hace que abra los ojos. Mantengo la seriedad ante Everett Abercrombie, el director de la orquesta. Es un personaje estricto, un tutor exigente al que le debo la oportunidad de hacer parte de la sinfónica. No sólo había sido comprensivo con el incidente hace algunos años, sino que había conservado mi puesto sin que tuviese que solicitarlo. Es por eso que considerar a la filarmónica como algo menos que mi hogar, y que no profesar una lealtad incuestionable, simplemente me es inconcebible.

-Buenos días- musito en respuesta a su saludo. Intento sonreír con sobriedad. La mención del concierto me hace abrir los ojos. “¡El concierto! ¡Lo había olvidado!” pienso alarmado. Tras el episodio de ayer, la ansiedad de todo el día y en general el malestar que he experimentado, no es ninguna sorpresa que el concierto se haya deslizado de mi mente. –No se preocupe…- respondo lentamente, tratando de sonar sereno. -… ya estoy mucho mejor- miento con otro intento de sonrisa. La verdad, me preocupa. Me preocupa que lo que sucedió ayer, aquella manifestación de estrés en mi cabeza, aquella alucinación horripilante, aparezca de nuevo en medio de la presentación. Aquello sería fatal, aquello sería… catastrófico. Respiro profundo mientras oculto mi mano izquierda, cuyo temblor reaparece. La llevo al bolsillo de mi abrigo, donde palpo con fuerza el pequeño frasco anaranjado con los ansiolíticos. Lo he traído, lo he traído por miedo, pero no sería capaz de tomarme una pastilla antes del concierto, no debo. Pero al mismo tiempo, no puedo evitar sentir un miedo profundo ante la sola posibilidad de que aquello vuelva a ocurrir. Debo llegar temprano al sitio del concierto, debo estar allí y asegurarme de que todo estará bien, de que todo estará en orden… de lo contrario, no creo poder ser capaz de concentrarme.

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17/10/2015, 02:18
Everett Abercrombie

El director no tarda en asentir a tus palabras con una cordial sonrisa. A lo largo de los años has conocido en él a una persona capaz de escuchar, pero poco receptivo a perdonar la irresponsabilidad. Tu ordenada y metódica forma de ser siempre ha encajado con su deseo de tener las cosas claras, y sin duda sus palabras han sido sinceras. Y dado que ninguna más es necesaria, ninguna más se escapa de sus labios, al menos en cuanto a ese tema.

- Vamos desde el principio del número veintitrés -ordena dirigiéndose a todos. No necesita especificar más para que sepáis que se refiere al Concierto para piano número veintitrés en La Mayor-.

Entonces sus ojos se dirigen un segundo hacia la zona de los vientos, y aquella chica que estaba cuando llegaste, Emily, baja como es costumbre su mirada, con ese gesto tímido y característico con el que suele evitar cruzar sus ojos con los de los demás.

- Cuidado con el tempo -enuncia el señor Abercrombie como advertencia mientras toma su batuta-.

Durante el siguiente rato tus dedos van desgranando aquella pieza, volando sobre las teclas de una manera medida y, sin embargo, sentimental en cierta manera. La música fluye desde un punto en tu cabeza que es difícil localizar hasta tu pecho, y de ahí a tus manos y pies. Los sonidos del piano que apenas unos minutos antes has inspeccionado hasta quedarte tranquilo son vibrantes, densos y cadenciosos, aunque también son bruscos y frenéticos cuando el momento lo requiere. 

En el tiempo que tu cuerpo pasa enlazado a aquel instrumento, recibiendo a través de los oídos todo lo que necesita de tus compañeros, eres uno más, una parte de un todo. La música fluye viva usándote como conducto, y esa es, de manera inevitable, la mayor forma de perfección que conoces. La única real, quizá.

Para cuando el ensayo termina varias horas más tarde muchos de tus compañeros están agotados. Abercrombie es alguien realmente exigente, y el concierto de esa tarde no es para él una excusa para reservar fuerzas. Vuestro público vendrá a escucharos por vuestra perfección, y él no está dispuesto a brindarles menos que eso.

Es la una y media de la tarde cuando el ensayo termina, y es en ese momento cuando te das cuenta de algo que hasta el momento te había pasado desapercibido, y de lo que a estas alturas no puedes evitar hacerte consciente. Toda la sala parece bañada en un aroma diferente al habitual. La amargura del café se mezcla con un toque del espeso olor de la tierra. Y es en ese momento, además, cuando ves que hay algo al lado del teclado, sobre la madera que lo separa del borde del instrumento. Por extraño que parezca allí encuentras una pequeña montañita de granos de café. No son muchos, diez a lo sumo, pero es inexplicable que no advirtieras antes su presencia.

- Tiradas (1)
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18/10/2015, 05:59
Park Hyun-jin

Mozart. Abrimos con Mozart y puedo deleitarme en los placeres de sus acordes, puedo permitir aislarme del mundo y de sus miedos, sus dolores, de mi cabeza consciente de mi propia mortalidad. En un instante me desvanezco tras escuchar los golpeteos de la batuta sobre el podio, la música fluye y mis pensamientos brotan en un torrente de acordes, navegando a través de la melodía y sumergiéndose en las profundidades de aquel océano que llamo música. Dejo de ser yo mismo y me transformo en ritmo, en tempo, en cadencia. No soy Hyun, soy la música, soy el instrumento, soy el mismo Mozart hablando a través de cada nota.

Mis dedos vuelan sobre el teclado, se deslizan con suavidad, tocando cada tecla con suaves pero firmes caricias. Prescindo de la vista para observar la música, cerrando con suavidad mis ojos. La siento a través de mis oídos, la percibo en las vibraciones de mi piel que captan todas las resonancias, la saboreo en mi boca que pasa saliva con lentitud, la huelo a través de mi respiración tranquila que trata de modular todos y cada uno de mis movimientos. Soy el canal, soy el medio, soy el puente que da vida a la melodía que nace de lo más profundo de mi interior e ilumina con cada acorde la sala.

Estoy, extrañamente, consciente de mis propios movimientos. Es como si pudiese entender lo que hacen mis manos frenéticas sobre el piano, mi pierna que se mueve, mi cabeza que se mueve lentamente tratando de navegar a través de cada ola sonora. Es por esto que amo tocar el piano, es por esto que vivo por la música… porque la música me dota de vida, la música es esa pasión que logra elevarme sobre mi existencia. En la música soy feliz, estoy a salvo y nada, absolutamente nada, puede hacerme daño.

Para cuando el ensayo termina, estoy exhausto pero eufórico. Imagino que es la misma sensación que experimentan los deportistas al dar lo máximo de sí y ganar sus competiciones. Es ese dolor sano, ese cansancio del que puedo estar orgulloso y del que no me atrevería a quejarme. Saco un pañuelo blanco del bolsillo y con delicadeza limpio las escasas gotas de sudor sobre mi rostro, presionando suavemente sobre mi rostro.  Mis sentidos aún luchan por acostumbrarse a esta realidad –la realidad- sin música y mis ojos no parecen fijarse en nada en particular.

Sin embargo… ese extraño aroma produce una reacción en mí. “¿Café? ¿Alguien… está tomando café?” me pregunto estúpidamente y luego detecto la extraña fragancia de la tierra húmeda “¿Está lloviendo?” se me ocurre sin demasiada lógica. Cuando mis ojos finalmente detallan aquella sutil anomalía, y mi cuerpo se petrifica. –¿Eh?- se escapa de mí, sin entender cómo o de dónde habían salido aquellos granos de café. ¿Habían estado allí todo el tiempo? ¿Los había pasado por alto? No podía ser… mi revisión, mi revisión es exhaustiva. “Excepto hoy. Estás nervioso, ¿recuerdas?” me recrimino y aquel pensamiento es suficiente para enviarme un torrente de ansiedad capaz de revivir el temblor de mi mano izquierda.

Me levanto de la silla con algo de brusquedad, de una forma que no suelo hacerlo. Observo fijamente a aquel montón de café sin entender cómo o por qué están allí; ¿Me estarían jugando una broma mis compañeros? No habían estado allí para cuando levanté la tapa del teclado… así que quizás alguien las había puesto posteriormente. Pasé saliva, tratando de hacer memoria. ¿Se había acercado alguien a mi piano mientras hacía mi ronda? Sin más, me acerco y pongo mi mano derecha a un nivel poco más bajo que el borde del piano, mientras que con la palma de la mano izquierda sobre la superficie barro los granos de café para que caigan sobre mi palma extendida. Cierro la mano cuando están todos y camino buscando a Emily., la única persona que se me ocurre podría ayudarme en este momento.

-¿Eh… Emily?- me acerco respetuosamente, con un gesto algo preocupado. –Disculpa, ¿podría retenerte unos instantes?- pregunto cortésmente. Espero su respuesta para continuar –Tengo… tengo una pregunta para ti. ¿Tú notaste estos… granos de café sobre el borde del teclado de mi piano?- digo, extendiendo un poco la mano, entreabriéndola para que pudiese ver los granos de café en ella, luego la miro a los ojos para luego lanzar una mirada ligeramente nerviosa hacia el instrumento.

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20/10/2015, 21:23
Emily Wilson

Tu repaso a tus recuerdos no te ayuda demasiado. No recuerdas que nadie se haya acercado al piano durante el ensayo, y tampoco recuerdas que esos granos de café estuvieran allí cuando te sentaste. Pero... El hecho es que ahora indudablemente están y no tienes ni idea de cómo han llegado ahí.

Tus pasos te llevan hasta Emily, que se encuentra de pie, desmontando el oboe para limpiarlo cuidadosamente antes de guardarlo en la funda que tiene abierta sobre la silla que ha estado utilizando. Al sentirte junto a ella, endereza su espalda y asiente, dedicándote una mirada curiosa. 

- Claro señor Park. ¿Qué ocurre? -pregunta con esa cortés cordialidad con la que siempre se dirige a ti. Escucha tu pregunta y baja los ojos para mirar hacia tu mano cuando la entreabres. Después frunce el ceño con suavidad al levantarlos, como si algo no terminase de encajar. Pero es cuando buscas su mirada con la tuya y tus ojos se pierden durante un breve instante en la profundidad de color gris oscuro de los suyos, cuando ella parece sentirse repentinamente azorada y aparta la mirada de inmediato, para detenerla en sus propios pies. 

- Y-yo... Señor Park... -dice en un susurro nervioso, como si temiese violentarte con su respuesta- Lo lamento pero... -Hace una pausa y toma aire despacio antes de terminar, haciendo una mueca de disculpa con los labios- Pero es que no hay nada en su mano. 

Su afirmación hace que tú también bajes la mirada para contemplar el hueco entre tus dedos entreabiertos y, a pesar de que sigues percibiendo el intenso olor a café, puedes ver que tiene razón: tu mano está vacía y los granos sencillamente parecen haberse evaporado. Es simplemente inexplicable. Los has visto, redondos y granates, aún sin tostar, frescos como recién recogidos de un cafetal. Los has sentido en tu mano, su textura era todavía jugosa y su olor intenso aún permanece a tu alrededor. 

Pero ahora tu mano está vacía y el olor parece estar disipándose muy lentamente.

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23/10/2015, 03:05
Park Hyun-jin

-¿Qué?- es todo lo que atino a decir. Me cuesta unas milésimas entender que en mi mano Emily no ve nada. Y me cuesta creer cuando no veo los granos en la palma de mi mano. Mi mano izquierda, en el bolsillo de mi pantalón aprieta con fuerza el frasco con los ansiolíticos. Seguramente mi rostro refleja que estoy confundido, me siento avergonzado… pero, pero estoy seguro de que he visto los granos de café junto a mi teclado “¿los he visto?”, los he tomado en la palma de mi mano derecha “¿lo hice?”, y puedo sentir su olor todavía, su olor que… parece desvanecerse “¡Los huelo!”. No estoy seguro de lo que sucede, me resisto a creer que son alucinaciones. Pero… pero los ansiolíticos pueden causar ese tipo de cosas y sin embargo no he tomado uno solo… “¿he tomado?”

Trago saliva con fuerza. Estoy más nervioso, mi respiración aumenta en frecuencia, el temblor de mi mano también se hace más pronunciado. “¿Está… está sucediendo de nuevo?” me pregunto, temeroso de pensar que esa pregunta podría tener una respuesta afirmativa. Miro a Emily tratando de ocultar mi angustia. –He… he debido dejarlos caer… yo… yo lo siento…- es lo único que atino a decir, observando en el suelo a mi alrededor, con la esperanza de encontrarlos allí, desordenados, escapando a mi atención.

La observo con un destello de desesperación, con una gota de sudor resbalando sobre mi rostro, con mi respiración delatando mi estado en general. –Sin embargo….- trato de decir algo diferente mientras alejo mi mente se acelera -… ¿no has visto si nadie se ha acercado al piano… antes del ensayo?- El olor se desvanece, quizás sólo sea lo que queda en mis manos, quizás si se cayeron y no me di cuenta, quizás fue sólo una torpeza…

Porque la alternativa me aterra. ¿De nuevo estoy viendo cosas que no existen? No, no puedo… no puedo simplemente estar alucinando. 

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23/10/2015, 19:45
Emily Wilson

Emily mira de nuevo tu mano y después sigue tu mirada hacia el suelo, donde el suelo de madera pulida y brillante te devuelve la mirada. Los granos de café... No están. No están en tu mano y tampoco en el suelo. La mujer niega con la cabeza entonces, incómoda, probablemente debido a tu nerviosismo palpable. 

- Cuando yo llegué no había nadie en la sala -responde, mirando hacia el piano y hacia la puerta-. Después llegó usted. No vi a nadie antes de que usted llegase, pero tampoco me fijé en el piano cuando llegué yo...

Deja que sus palabras se desvanezcan en el aire, antes de lanzarse a hacerte una pregunta más, con voz suave y un tono ligeramente titubeante. - ¿Se... Se encuentra bien, señor Park? Tal vez debería ir a casa y descansar antes del concierto. Quizá no se ha recuperado aún del todo.

Su sugerencia suena prácticamente vacía. Sencillamente Emily no parece ser capaz comprender la gravedad de lo que te sucede. Y para colmo de males, empieza a moverse con inquietud, cambiando el peso de una pierna a la otra y echando un vistazo rápido y breve hacia la funda, todavía abierta, del oboe.

- Yo... Si me disculpa, señor Park, debo irme. Lo siento -se apresura a añadir-. Es que tengo un compromiso y ya llego tarde. Pero si... Si necesita algo, bueno, avíseme. 

Con una pequeña inclinación de cabeza, se gira para guardar la última pieza del oboe y cerrar la carpeta con las partituras, que guarda en la funda del instrumento. En apenas unos segundos ha terminado de recoger y se carga la funda a la espalda con la obvia intención de marcharse. 

- Lo veré luego, señor Park -dice con una mueca de disculpa frunciendo sus labios-. Descanse. - Casi te parece que va a tropezarse con sus propios pies debido a su nerviosismo cuando por fin empieza a caminar hacia la puerta. - Hasta luego -dice antes de salir, mirando al resto de la sala también, pero en un tono tan tenue que sólo tú llegas a escucharlo-.

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26/10/2015, 23:56
Park Hyun-jin

“Quizás no se ha recuperado aún del todo”. Las palabras me martillearon como una maldición, mientras su miedo se materializaba en una sencilla y aparentemente trivial frase. Quizás lo que experimenté ayer, aquella visión producto del estrés, no era una anomalía aislada… probablemente mi cabeza empieza a jugarme bromas. Siento como se desliza mi propia capacidad para mantener el control. Nadie se acercó al piano, no. Los granos de café no estaban allí, nadie pudo haberlos puesto y dejado durante toda la práctica sin que lo yo notara.

Siento como los colores abandonan mi rostro, siento la palidez que conquista mis facciones a medida que la desesperación cobra su cuota sobre mí. Emily es un acontecimiento lejano, mi cabeza no está conmigo, en aquella sala, sino lejos, muy lejos, tratando de entender lo que me está sucediendo. Emily se va y no respondo nada. Mi mirada se fija en el suelo y camino de regreso a mi piano. “Son demasiados granos para que se hayan caído sin dejar rastro…”  trato de consolarme mintiéndome. Me dejo caer en el sillín y extraigo de mi bolsillo el frasco naranja que he apretado todo el rato. Lo pongo sobre el borde superior del piano y lo observo.

La luz le da un aspecto curioso, casi atractivo. Como si aquel recipiente pudiese brillar por cuenta propia, siendo su fulgor interrumpido solamente por las siluetas oscuras de las pastillas que contiene. Mi mano tiembla. “Quizás deba… tomar algo para tranquilizarme” pienso algo intranquilo.  Pero otro miedo me detiene, el miedo a las consecuencias, a los efectos. Mi rostro empieza a transpirar a medida que es evidente que no estoy tranquilo.

Presiono mis manos con fuerza contra el teclado del piano, produciendo un sonido caótico y desordenado de notas que se entremezclan de forma nada armoniosa. El sonido de mi propia frustración. Mi cabeza se queda mirando hacia abajo, aprieto mis párpados con fuerza, tratando de darle sentido a la oscuridad y me pierdo en mis propios temores.

Quizás si pudiese asegurarme de que el auditorio en dónde tocaremos esta noche es seguro, si logro convencerme de que todo estará bien, quizás… no vuelva a alucinar. Me levanto con desgane. Bajo la tapa del teclado con delicadeza y tomo el frasco de ansiolíticos para ponerlo en el bolsillo de mi abrigo. Estaba a tiempo para llegar con antelación al lugar, para tranquilizarme a mí mismo a través de la siempre útil rutina de revisar que todo, todo, estaría bien.

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28/10/2015, 01:42
Narrador

El tiempo que has pasado hablando con Emily ha servido para que casi todos vuestros compañeros abandonasen la sala. Ahora, ya sin ella, no parece que nadie se fije en tu palidez. O si lo hacen deciden ignorarla.

En tu camino de regreso al piano no ves ni rastro de aquellos granos de café. Parecen haberse esfumado tanto como su aroma. Como aquella mujer del día anterior, que en un momento dado decidió que desaparecer de la acera era una gran idea, así como llevarse con ella su cama. Lo que sí está ahí para ti, sin embargo, es ese frasco de ansiolíticos. Es inevitable sentirlos como una salida sencilla. Como una ayuda que sabes que acabarías pagando.

Acto seguido, cuando tus dedos hacen salir ese sonido discordante que tan bien expresa lo que sientes este atrae las miradas confundidas de los pocos que quedan en la sala. Sin embargo ninguno de ellos se acerca a ti. La mayoría están enredados en sus propias conversaciones, y los restantes están preparándose para marcharse.

Finalmente, cuando tus miedos te dejan ver al fin cuál sería una solución a tu problema, estás ya a solas en la habitación. Faltan horas para el concierto, que comienza a las ocho, pero la idea de revisar la sala parece la única manera de permanecer cuerdo y sin ingerir aquellas pastillas.

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28/10/2015, 02:14
Teléfono

El auditorio es una sala enorme, y ya está preparada para vuestra actuación. Con seguridad te llevará un buen rato revisarla por completo, y más si quieres examinar también el patio de butacas y los distintos palcos. Por fortuna si hay algo que tienes, es tiempo. Pero hay algo que interrumpe tu metódica revisión. En tu bolsillo, tu teléfono vibra de una forma discreta. Has recibido un mensaje de texto de un número que no está guardado en tu agenda.

Sé por lo que estás pasando.

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30/10/2015, 03:07
Park Hyun-jin

Respiro profundo. A medida que la perspectiva de poder revisar la sala del concierto se asentaba lentamente en mi mente, a medida que los pasos me llevaban a aquel lugar, sentía como poco a poco un pequeño destello de seguridad iba re-apareciendo.

Cerré los ojos y disfruté por un breve instante del sonido de mis pasos, de los ecos resonando a través del pasillo, de los murmullos del exterior aislados a través del aquel edificio. “Sólo es ansiedad. Necesito descansar un poco. Dormir mejor” pensaba, a medida que la perspectiva de poder relajarme, quizás con algo de té. “Ha sido sólo el estrés. Sólo… el cansancio” insistí.

La soledad del teatro me hace bien. Tengo una ardua tarea por delante, una labor que no puedo aplazar y que cumplo con puntualidad cada vez que un concierto se programa. Avanzo sobre la primera fila, y mi celular vibra. Lo extraigo y con extrañeza leo la notificación en la pantalla.

Siento una punzada en el estómago, el mismo escalofrío que cualquiera encontraría al hallarse frente a una extraña y sobrecogedora coincidencia. El mismo miedo que produce escuchar una historia de miedo, de algún misterio inexplicable, transmitida por alguien cercano. El número no está en mi agenda. “Quizás lo del café haya sido una broma” trato de pensar, buscando convertir mi intranquilidad en molestia. “Número equivocado” pienso al tiempo que busco ahogar mis propios temores. Tomo aire, detengo mis pensamientos en seco, y hago mi mejor esfuerzo para no para no alterarme de nuevo. Introduzco con algo de desconfianza el celular en mi bolsillo y reanudo la revisión tras pasar algunos instantes tratando de recobrar mi concentración. "Una coincidencia... nada más" resuena en mi cabeza.

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31/10/2015, 02:44
Teléfono

Tardas más de una hora en revisar todo el teatro. Butaca por butaca, fila por fila, terminas por recorrer toda la estancia de una forma metódica. El terciopelo de color rojo oscuro de las sillas parece casi marrón en las zonas menos iluminadas, pero ni la falta de luz puede apartarte de tu objetivo. Examinas cada asiento por encima y por debajo, encontrando sólo cojín y suelo barnizado como respuesta.

Te lleva casi una hora revisar totalmente el patio de butacas, y eso es sólo el principio. Luego vendrán los palcos y la zona de los músicos. En un momento dado un hombre con uniforme de mantenimiento llega para cambiar una bombilla, pero no parece hacerte el menor caso.

Pasan ya de las tres de la tarde cuando tu escrutinio concluye. Aún faltan horas para el concierto de la noche, y a pesar del tiempo transcurrido el asunto de los granos de café sigue tan presente como dos minutos después de que sucediera.

Justo acabas de finalizar tu inspección cuando tu móvil vuelve a vibrar. Un nuevo mensaje, un poco menos escueto que el anterior, aparece en tu pantalla.

No estás solo, Hyun-jin, ni vas a estarlo nunca más. Pero tienes que tener cuidado.

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02/11/2015, 03:16
Park Hyun-jin

Miro debajo de los asientos, reviso en el suelo y tras las puertas de entrada. Verifico los palcos, buscando en el suelo, arrodillándome para tener una mejor vista del piso, y chequeo las escaleras. No estoy seguro de que espero encontrar (o que no espero encontrar), pero tengo la confianza de que lo sabré cuando lo encuentre. Muy a mi pesar. Lo último que miro es la tarima principal, en donde estarán los músicos. Reviso el piano* y tomo nota mental. Debo volver más tarde para revisarlo y asegurarme de que su afinación está perfecta.

Me siento bien al liberar algo de presión a través de mi búsqueda ritual. Y aunque revisar la sala me lleva algún tiempo, pero hasta no estar seguro, tranquilo y tener todo bajo control, no iba a poder estar tranquilo. Puedo respirar con energías renovadas, y el estrés puede que no me afecte como lo ha estado haciendo. "Es sólo eso. Nada más" sigo tratando de convencerme a mí mismo.

Es temprano todavía. "Creo que iré a comer algo" decido mientras inicio mi marcha hacia la salida. Comeré algo ligero, pasearé un poco y volveré para una segunda revisión, para mirar la lista de los invitados** y para asegurarme de que mi instrumento esté perfecto. Todo estaba planeado, todo estaba en mi mente y no había forma de que me desviase de aquella lista mental de cosas por hacer. Me empezaba a sentir bien.

Y de repente. El móvil de nuevo. Leo el mensaje mientras una indescifrable sensación me sobrecoge. Era... era... mi nombre en aquel mensaje. ¿Se trataba de una broma? ¿Una vulgar broma de mis compañeros de la filarmónica? ¿Los granos eran parte de aquel plan para molestarme?. Una fría incertidumbre me recorrió, al tiempo que la ansiedad de sentirme víctima de las burlas de mis colegas empezaba a dejarme un desagradable malestar. ¿Por qué a mí? ¿Por qué contra mí?.

Miro el teléfono y me decido a responder.

¿Quién es?

Envío el mensaje. Me dirijo hacia la cafetería de la filarmónica, mientras una gota de sudor frío vuelve a resbalarse sobre mi frente. Quizás los responsables de aquella desagradable broma estuviesen allí, y podría pillarles in fraganti. Necesitaba saber, necesitaba despejar mi cabeza de una vez por todas y encontrar algo que me indicara que hoy, esa mañana, esa tarde, no estaba alucinando por estrés... no de nuevo.

Notas de juego

*Creo que normalmente los pianos en lugares así, como la filarmónica, están allí o muy cerca. Pianos de mayor calidad y dispuestos para las mejores presentaciones.

**A menos que sea entrada libre

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04/11/2015, 04:35
Narrador

El mensaje escrito por tus dedos se envía sin problemas ni dificultades. Sin embargo y por más que pasan los segundos de camino a la cafetería, no hay respuesta. Como tampoco la hay mientras observas a los escasos compañeros que se han quedado allí a comer. Tus ojos encuentran a Cynthia y Francis, una pareja de violas que no se separan nunca, y les ven actuar con normalidad. Ven también a Erven el arpista, apartado, con una libretita de notas sobre la mesa y apuntando algo de manera claramente metódica. Y por último se encuentran con Susan, quien toca la tuba, comiendo solitaria. Su mirada se cruza un instante con la tuya, y parece pensarse por un momento el invitarte a acercarte. Es una de las incorporaciones más recientes de la filarmónica, y está claro que no ha hecho todavía tantos amigos como le gustaría. Sin embargo no hay en ellos nada que te haga pensar que te ocultan una broma de ese calibre.

Las horas siguientes pasan de manera casi agónica, y sólo volver constantemente a tu rutina supone una ayuda. De camino a la sala vuelves a cruzarte con aquel hombre de mantenimiento, que ahora parece estar intentando matar el aburrimiento. Revisar todo una segunda vez te aporta algo de seguridad, que crece al ver que entre los casi cien invitados sólo hay uno con un nombre ligeramente sospechoso: Muzaffer Vargin. Puedes ver, además, que tiene asignado un asiento en el centro de la tercera fila. Posteriormente aún tienes tiempo para revisar que tu instrumento esté listo para ofrecer el mejor sonido posible a los oyentes de esta noche. Faltan aún unas horas para el concierto, y sin embargo estás prácticamente listo.

- Tiradas (2)

Notas de juego

La dificultad para afinar tiene un -2 que no está aplicado por Oído Agudo. En total quedan 4 éxitos.

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04/11/2015, 04:56
Everett Abercrombie

Son las ocho menos veinte cuando todos están listos para salir a escena. Aún faltan quince minutos, pero en breves momentos comenzará a entrar el público. Con el paso de los meses y las representaciones los nervios para muchos han ido desapareciendo y ahora, aún a tan poco tiempo de salir, son capaces de mantener todo tipo de conversaciones vanales. El estar allí con antelación es considerada, a día de hoy, una manía del director más que una necesidad. Sin embargo la experiencia con los problemas de última hora dice que sin duda aquella es una mejor opción.

Es a menos cuarto cuando el señor Abercrombie llega y, tras hacer un gesto en la sala contigua al escenario para pediros que os reunáis, os dedica unas palabras. Su atuendo es el que usará minutos después: un esmoquin de color oscuro y una camisa blanca acompañada de una pajarita del mismo color. Lo primero que hace antes de empezar a hablar es colocarse los anteojos y repasar con la mirada a algunos de los presentes.

- Bien, todos saben lo que deben hacer -os dice, dedicándoos unas palabras que bien podrían tomarse como una advertencia o como un cumplido. Su tono es grave y no deja clara cuál de las acepciones es la correcta, como si cada uno debiera saber con cuál quedarse-. Por desgracia los señores Kendrick y Wells no estarán hoy con nosotros por indisposición médica -os informa, más como un trámite que otra cosa-.

Los dos de los que habla son los dos violines que faltaron al ensayo matinal, y por su tono es evidente que no acaba de gustarle su ausencia. Puedes aventurar, incluso, que lo de la indisposición médica sea más bien lo que el director os dice a vosotros para que no le deis más vueltas. Eres perfectamente consciente, además, de que la ausencia de dos violines será algo que se note, pero con su siguiente comunicado el señor Abercrombie deja claro que se ha adelantado a aquellos pensamientos.

- Como hablamos ayer, he pedido a dos antiguos compañeros suyos que se reincorporen durante unos días. La idea inicial era que se tomasen un tiempo para adaptarse a nuestro actual repertorio, pero dada su actuación en el ensayo de ayer he decidido pedirles que representen hoy con nosotros -expone con un tono totalmente seguro-. Por favor, den la bienvenida a nuestros invitados: los señores Pollard y Bernstein -anuncia, haciendo un gesto con la mano para señalar la puerta-.

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04/11/2015, 05:22
Marcus Bernstein

Es entonces cuando por la puerta entran dos personas a las que conoces bien. El primero es un chico de unos treinta y cinco años, de pelo cuidado y tez pálida, que dejó la filarmónica unos meses antes que Marcus. Y el otro... El otro, como ya te han hecho saber las palabras del director, es Marcus.

En cuanto pone un pie en la habitación le ves radiante, no sólo por estar arreglado para la actuación, sino porque realmente parece más hermoso que la última vez que os visteis. Su pelo está recogido en una coleta extremadamente cuidada, y su afeitado es perfecto. El chico llega portando una sonrisa ante los aplausos corteses de tus compañeros, y por un momento te da la impresión de que sus ojos te buscan sin encontrarte. Con educación hace un gesto para pedir que los aplausos terminen y se une a los demás, saludando y estrechando algunas manos.

El discurso del director parece haber concluido, y con aquellas últimas palabras debe considerar que todo está listo para que salgáis en unos minutos a deslumbrar a vuestro público.

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05/11/2015, 20:34
Park Hyun-jin

La ausencia de mensajes es una señal mixta. Quizás sólo estén pretendiendo, aguantando las ganas de reírse. Pero seguramente habrían desistido intentarlo de nuevo estando yo allí al ver que no me encuentro particularmente divertido. En mi cabeza hay una mezcla de incertidumbre y molestia, un sabor de desencanto que alimenta las porciones menos agradables de mi propia personalidad. Sé que no soy conflictivo, sé que tampoco soy particularmente social, pero revivir las instancias de matoneo que pensaba haber dejado hace muchos años muy en el pasado, en mi niñez, es saborear un trago demasiado amargo para mi actual estado de ánimo.

Dejo que el tiempo transcurra. Almuerzo con intranquilidad, sospechando que en cualquier momento vibrará el móvil con alguna respuesta infantil por parte de los bromistas. Aprieto el puño de mi mano izquierda con algo de fastidio. "al menos no está temblando" me consuelo mediocremente. Sin embargo, puedo sentir que mi estado de ánimo parece ser mercurial de día de hoy: un efecto desagradable de la ansiedad, un efecto que conozco lo suficientemente bien como para saber que si sigo por este camino, iba a terminar de nuevo con un especialista.

"Es sólo estrés. Sólo estrés" la frase reverbera de nuevo a través de los cavernosos interiores de mi mente. "Necesito un té. Un té bien preparado" pienso, pero me conformo con el agua caliente y la bolsa de té negro con apenas gusto a nada de la cafetería. Llevo meses contemplando traer la tetera a la filarmónica, pero perturbar mi rutina y mi hogar de manera tan abrupta... y arriesgarme a dejar una pertenencia mía sin que esté en un sitio que considere más seguro que mi propia casa, era algo que aún no me permitía hacer.

El tedio es soportable. Primero invierto algo de tiempo en afinar el piano. Lo reviso con cuidado, verifico que sus notas estén en armonía apropiada, en la octava correcta. Es una labor difícil, una labor que no muchos deciden realizar ellos mismos, pero yo la disfruto. Disfruto desconectarme incluso de la necesidad de hilar con precisión una melodía, de tener en mente el plano de una canción que debo armar a través de las notas. Afinar era más caos y precisión, una operación quirúrgica que exije que todos mis sentidos estén completamente absortos en ella, generando una burbuja que me aisla de mi exterior. Cuando termino y quedo satisfecho, voy al baño a cambiar mi vestuario y me arreglo lo mejor que puedo. Mi figura en el espejo es una reflexión lamentable de mi cansancio general. Desearía no tener concierto aquella noche. Suspiro y me dirijo hacia la sala. "Muzaffer Vargin, Muzaffer Vargin, Muzaffer Vargin" me repito una y otra vez. Estaría pendiente para cuando llegara y de ser necesario, hablaría con el director si no me generaba suficiente confianza su presencia.

Abercrombie nos informa del imprevisto de esta noche. Detesto los imprevistos, en muchas ocasiones, infortunios no están muy lejos de los cambios de último momento y las desagradables sorpresas. Pero, tal y cómo siempre lo demostraba el director, contaba con un plan B. Dos préstamos -aparentemente- de la sinfónica. Y entonces lo ví. Era Marcus. Marcus estaba aquí para tocar. Bajo la mirada de manera automática. No quiero que me mire, no quiero que se de cuenta de lo que pienso. Mi estómago se deshace en una maraña de culpabilidad y nervios, mi tranquilidad se evapora. "¿Qué hace aquí?" pienso con una sensación de vergüenza, torturado por ideas que había tratado de enterrar hace algunas semanas. "Es lo que faltaba" me digo con tristeza. Aprieto la mano izquierda, la obligo a quedarse en su sitio, la mantengo en su lugar. Sólo será el concierto y se iría, sin cruzar palabra, sin fingir que todo estaba bien, sin siquiera considerar el contacto social. Cómo antiguos colegas, durante un fugaz instante y era todo. "Muzaffer Vargin" el nombre aparece en mi mente de nuevo. Me he distraído otra vez, observo con premura para ver el rostro del sujeto al que aquel nombre identifica. "Muzaffer Vargin".

"De verdad, odio los imprevistos" pienso abatido.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Con el paso de los meses y las representaciones los nervios para muchos han ido desapareciendo y ahora, aún a tan poco tiempo de salir, son capaces de mantener todo tipo de conversaciones vanales

Pequeña corrección. Banales es con b. :)