Partida Rol por web

Historias de Ultratumba: El Ritual

I. El Paseo de los Reyes.

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08/07/2021, 00:39
Director

Noruega, frontera con Suecia. Dos mundos chocaban pero ninguno reclamaba la tierra húmeda que permanecía entre ellos. El Glemteguder corría furioso entre las colinas. Las últimas lluvias habían aumentado su caudal, también su rabia. Los turistas más rezagados de la temporada habían sido amedrentados por la promesa del frío del invierno, las tormentas de rayos y los aguaceros. Los últimos diez días ningún nombre se había registrado en el Refugio.

El Refugio era la parada obligatoria para todos aquellos que deseaban recorrer las colinas. Aparte de ofrecer comida y pernocta, garantizaba la seguridad de los viajeros. Lo regentaba un hombre de rasgos duros y parco en palabras, la tercera y última generación de una familia dedicada a la guía y cuidado de todos aquellos que deseaban dar el Paseo.

El Paseo de los Reyes, así  era llamada la conocida ruta turística que comenzaba en el Refugio, en Noruega, atravesaba las colinas de la frontera por sus zigzagueantes caminos y terminaba en el Descanso, ya en Suecia. Era la forma correcta de hacerla, nunca al revés.

El Paseo podía realizarse en cinco días si uno marchaba a buen ritmo. El límite marcado por las autoridades de la región era de ocho días. Si un nombre registrado en el Refugio no aparecía en el Descanso a los ocho días, se daba la voz de alarma a las autoridades locales. Un turista extraviado, o muerto, era una mala publicidad.

El Paseo era seguro pero no apto para todo el mundo. Bien delimitado, con sus subidas y bajadas, con sus imponentes colinas dominando todo el paisaje, salvo en su faceta norte, donde se podía ver un inmenso y antiguo bosque. Una mota verde y frondosa, una bestia silenciosa que yacía dormida, pero llena de vida.

El Paseo de los Reyes bordeaba el bosque como si tuviera miedo de adentrarse en él. Los árboles, cerrados como centinelas, no ofrecían muchas garantías para los inexpertos turistas que buscaban una muesca más en su cinturón de experiencias. ¿Cuántos de los desaparecidos eran precisamente aventureros que habían decidido desviarse del camino marcado para probar suerte en el bosque? Una zona tan despoblada, con más ciervos que personas por kilómetro cuadrado, era dada a guardar sus propios secretos.

El propietario del Refugio, prendido del vicio del dinero, veía como sus pocos beneficios eran barridos por la lluvia. Se sorprendió mucho cuando, en un solo día, recibió en sus instalaciones a cinco peregrinos. Todos ellos como los ases de una baraja trucada; de una forma y color diferente pero que parecían encajar unos con otros a un nivel que no era apreciable a simple vista. Lo más insólito era que cada viajero caminaba en compañía de su propia sombra. Cinco intrépidos solitarios que partieron del mismo lugar, a diferentes horas, por diferentes motivos. La chica parecía más una niña que una mujer, y el hombre del bastón no le inspiró mucha confianza. Pensó que volvería a verlos en un par de días, allí mismo, arrepentidos de su osadía. No fue el caso.

Los viajeros iban buscando, pensaba, una experiencia para contactar con la naturaleza o consigo mismos. Su homólogo, en el Descanso, empezó a preocuparse cuando al quinto día ninguno de los viajeros había llegado a su cobijo.

Las lluvias habían aumentado y aunque los viajeros portaban tiendas de campaña, ninguno había notificado su llegada al otro lado de la frontera. El cielo estaba prendido con la llama de la rabia, esputaba agua, bramaba con el trueno, rasgaba el cielo el intrépido relámpago, soplaba el frío viento del norte. La peor época del año para viajar. Quedaba tres días para dar la alarma.

 

No les había dado un nombre. El hombre, un galán de pelo engominado, en su treintena, con una sonrisa de diamante, empaquetado en su traje negro, les había citado en una cabaña perdida entre las colinas de Noruega. Un punto perdido en mitad de ninguna parte que garantizaba anonimato y soledad. Los asuntos que tenían entre manos, dijo, eran serios. Las paredes oían. Dijo no poder hablar en público.

Había asegurado pertenecer a una organización sin nombre que podía ofrecerles respuestas, protección, ayuda. La forma en la que hablaba, dejando entrever que sabía más de lo que podía decir, resultó más elocuente que una promesa. Había un velo que descorrer. Les habló de otras almas perdidas y de un punto de encuentro. La cabaña se encontraba en un desvío no marcado, cerca del bosque y lejos de las miradas curiosas de los turistas que recorrían el Paseo de los Reyes. Ese era el punto de encuentra marcado.

No es que recordasen exactamente lo que les había dicho o el momento en el que les había convencido. Ni siquiera recordaban el momento exacto en el que ese hombre les había asaltado. El tiempo había borrado el rostro de aquel hombre de sus memorias así como otros detalles menores. Si tuvieran que describirle poco podrían decir más que “un rostro normal, pero era un tipo elegante”. El tono de su voz, si era amanerado, si le olía el aliento o el cuello de su camisa olía a menta, nada acudía a sus mentes. Habían aceptado la propuesta porque había una promesa, una certeza, de destapar uno de los agujeros de sus vidas. Locura u osadía, lo mismo daba. Ya estaba hecho.

 

Una lluvia torrencial caía sobre ellos. El agua saltaba sobre sus impermeables como traviesos duendes de la lluvia que jugaban y se mofaban. La tormenta dificultaba su caminar, empobrecía el paisaje con un gris sucio en el cielo y les hacía dudar de sus intenciones. Caminar a un lugar recóndito del mundo para conocer a unos extraños era una locura. Una locura peligrosa, especialmente si se tenía en cuanta que los temas a tratar eran las ciencias ocultas, el misticismo y la brujería.

Pero la desesperación movía tantos corazones como el amor. Y la curiosidad más aún.

Las noches, entre truenos y relámpagos, no eran más armoniosas. Sentían el frío a pesar del grueso equipamiento de invierno. Y más dudas. La noche traía siempre lo imposible igual que la luz del día era capaz de borrar el rostro de los monstruos más horrendos. Pero la noche, ramera maldita que prometía que todo era posible, que todo estaba en venta, traía consigo los peores recuerdos. Y los miedos más arraigados resurgían. A solas, rumiando en la oscuridad sus pensamientos, las noches se asemejaban a pequeñas torturas que debían soportar. El cansancio terminaba derrotándoles y al amanecer, el beso frío de la tormenta volvía a despertarles.

Y volvían a repetir. Las caminatas, la frugales comidas sin mucho apetito, el lienzo gris a su alrededor por el cual discurría ahora su historia.

Se habían visto, unos a otros, en el Paseo, en los senderos, pero no se habían dirigido la palabra sin saber si los viajeros que veían en la distancia eran meros turistas o las otras cuatro personas embarcadas en esa búsqueda vital que su misterioso contacto les había dicho que acudirían a la cita. Imposible saberlo hasta que, al cuarto día, tomaron un desvío en una roca con forma de trono. La nueva vereda, apenas recorrida, les llevó hasta un antiguo puente de piedra que superaba el Glemteguder a duras penas, cada vez más crecido. La cabaña se encontraba flanqueada por el bosque y por el río. Un emplazamiento privilegiado y hermoso si la tormenta no lo estuviera arruinando todo.

Les llevó un día más, el quinto, llegar a la cabaña. Por una muestra de respeto, miedo o precaución, los primeros en llegar decidieron esperar al resto. Después de todo, estaban juntos en aquella pequeña aventura aunque no se conocieran. El agotamiento, el frío y el agua, compañero durante todo el viaje, no logró mitigar las dudas, los miedos. El camino era duro y no dejaba espacio para otro tipo de pensamiento que no fuera el clima o el cansancio. Pero las dudas, o la certeza de estar haciendo algo realmente estúpido, no llegaban a borrarse.

Al llegar a la cabaña todos notaron un ligero alivio en la carga que llevaban en sus corazones. Al fin obtendrían alguna respuesta. Con el paso decidido, tronaba el cielo sobre sus cabezas como tronaba el corazón dentro de las cavidades de sus pechos, recorrieron los últimos dos cientos metros que les separaban del edificio.

La cabaña poseía una fachada en madera, con dos ventanales, ahora ciegos debido a los postigos cerrados, y un pequeño porche que la tormenta se había encargado de barrer. Según acortaban la distancia el agua les dejaba ver, más claro y nítido, el punto de encuentro. Y las esperanzas de un techo sobre sus cabezas y una noche cerca de un fuego murieron de forma temprana.

Las lluvias de los últimos días habían terminado por hundir el techo de la cabaña. Las paredes este y oeste se habían derrumbado hacia dentro y la sur había caído hacia atrás. Los daños eran irreparables. Que la fachada principal se hubiera mantenido aún en pie debía de ser una extraña broma del destino.

Se tomaron unos momentos para investigar las recientes ruinas. Todo lo que hubiera de valor había sido enterrado por la madera de la construcción o destrozado por la lluvia. La comida de la despensa se había echado a perder. Encontraron restos de cristales, la estufa, de forja, hundida y rematada por dos veces, los restos mecánicos de una radio o de un televisor y basura, empapada, húmeda. Ningún cuerpo. Ningún rastro de su contacto.

Miraron al oeste, el profundo bosque les devolvió la mirada. Al este, el río corría con fuerza, igual que un ejército de tambores, tronando, horadando la tierra, rivalizando con el rugir de la tormenta. El cielo se cerró sobre ellos, amenazando con desplomarse sobre sus cabezas, gota a gota.  

 

Notas de juego

Datos a tener en cuenta:

-Vuestro contacto es el mismo hombre para todos. Tenéis una descripción de él, pero no un nombre. Fue él quien os indicó el punto de encuentro y el día. Es el acordado y no hay error posible. También os informó de que otras cuatro personas irían al encuentro.

-Durante todo el paseo no hay refugios o chozas. El Paseo, sin llegar a ser extremo, busca conectar al viajero con el entorno. El paisaje es hermoso, antiguo. Pero no es la mejor estación para viajar. En cualquier caso, vuestras tiendas de campaña son suficientes para manteneros secos durante la noche. Aunque evidentemente no es lo ideal. Y menos aún con ese tipo de tormenta.

-Si alguien quiere usar alguna habilidad, puede hacerlo en cualquier momento. Tirar 1D100 y enfrentarlo al valor de la habilidad. Si no tenéis esa habilidad, entonces enfrentarlo al valor del atributo. Si la tirada del dado es inferior al valor de la habilidad o atributo, la habréis superado. Es especialmente importante a la hora de utilizar conocimientos y habilidades como advertir, buscar, o percepción. Por supuesto, si la tirada no va unida a una narración de nada servirá.

Dos ejemplos.

Miro al bosque tratando de detectar algo. Tirada de perceción. (Mal)

Cierro los ojos para tratar de captar mejor los sonidos y que nada me distraiga. La lluvia es molesta, intento aislarla, obviarla. Si hay algo más, quiero escucharlo. Tirada de percepción. (Bien, ya que habéis concretado la acción. No es lo mismo decir “Tiro a ver que encuentro” a “Trato de encontrarlo algo concreto evitando esto otro”).

Con los conocimientos igual. No es lo mismo hacer una tirada de botánica para “A ver a que se parece es planta tan extraña” que “Trato de encontrar en mis recuerdos, en esas largas tardes de estudio de mi juventud, alguna semejanza entre las plantas que aparecían en mis libros y ese extraño espécimen. La planta parece de carácter tropical y sus hojas son muy distintivas, únicas diría. De haber visto algo así, estoy seguro que me acordaría”.

Las tiradas, sin ser definitivas en estos casos, si nos podrán ayudar para ver la cantidad de información o de secretos que percibís. Una tirada baja os daría más información. Pero esto es solo porque me gusta introducir un factor azar, ajeno a todos nosotros, en la historia.

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08/07/2021, 17:35
Rainer Maria Holtzmann

Es un dicho muy trillado y, por lo mismo, casi trivial, que la esperanza es lo último que se pierde. Sin embargo, cualquiera que conociese a Rainer sabía que, en su caso, la trivialidad del dicho se convertía en una verdad profunda e invencible.

Los antiguos griegos creían que en el santuario de Delfos estaba el omphalós, el ombligo del mundo. Desde ese lugar, las sacerdotisas de Apolo podían contactar a la divinidad, acceder a un mundo vedado para el resto de seres humanos. Rainer había estado allí y sabía que el omphalós no estaba en Delfos o, al menos, no sólo allí. Las ventanas hacia ese mundo oculto podían aparecer por doquier, eran especiales y únicas para cada uno. Y él había dejado su principal omphalós, su pasaporte al mundo divino y sobrenatural, en Berlín, pero bajo una rúbrica indeleble: esperanza.

Eso es lo que aquel hombre misterioso le había prometido, más con veladas sugerencias que con palabras, pues había sido parco en estas últimas. Parco y misterioso. Pero Rainer estaba entrenado en captar los misterios ocultos tras las palabras y los gestos y se dio cuenta rápidamente de que ese hombre no era un farsante ni un charlatán, a pesar de su aspecto de vendedor de trastos inútiles y asaltaviudas. En su mente había resonado el verso, «Finde die Anima Mundi», y su espíritu le dijo que aquel hombre podía ayudarle en aquella búsqueda, que aquel hombre podía conducirle hasta un omphalós, precisamente el que Rainer estaba buscando.

Al llegar al Refugio, se había cruzado con otras cuatro almas que, enseguida lo intuyó aun cuando no estaba del todo seguro, habían llegado allí impelidos por la misma fuerza que él. Sin embargo, el misterio que envolvía toda aquella empresa le sugirió hacer su viaje en soledad y en silencio. Durante los cuatro días con sus noches en que caminó por el Paseo de los Reyes, Rainer observaba en silencio las sombras de los otros cuatro viajantes; al principio, con indiferencia y precaución, pero tras cada noche pasada, con un poco más de curiosidad e incluso confianza. ¿Qué loco podría aventurarse en ese camino, bajo esas inclemencias, si no estaba impulsado por la esperanza? ¡Ah! ¡Podrían los cuerpos de los hombres batirse en espasmos de risa escéptica ante aquella fuerza que era la esperanza, pero al final sus almas siempre se terminarían agarrando a ella y haciendo bueno aquel trillado dicho!

Sus sospechas se confirmaron durante el quinto día, cuando también las cuatro sombras restantes tomaron el desvío convenido. Para cuando llegaron a la cabaña, ya casi se podía decir que formaban un grupo, unido por un hilo invisible al que Rainer había puesto el nombre de Esperanza.

No supo si fue el primero en hacerlo o no, pero Rainer dirigió una sonrisa calmada a cada uno de los viajantes cuando se reunieron. Tampoco supo si los demás captaron el gesto, pues la lluvia incesante y el impermeable que cubría su cabeza dificultaban la visión. Ese silencioso gesto de compañerismo, sin embargo, atravesaría su primera prueba al ver el estado en el que se encontraba la derrumbada cabaña.

A sus espaldas quedaba el camino ya andado, a su derecha la densidad del bosque y a la izquierda el rugiente río. Pero por ningún lado un rastro del misterioso hombre que les había citado allí. Sin embargo, por supuesto, Rainer supo (no necesitaba creerlo, pues tenía la certeza de la fe absoluta) que aquello no era un obstáculo, un inconveniente o un imprevisto, sino sólo una parte más de ese viaje a la profundidad de la Anima Mundi. Más que las habilidades de sus sentidos físicos, Rainer debía concentrar las habilidades de su alma.

Tras revisar brevemente los restos de la cabaña, se acercó al borde del bosque en silencio, sin intercambiar palabras con sus compañeros y dejando que el rabioso golpeteo de la lluvia fuera el único discurso entre ellos.

Los lugares más oscuros, los lugares más impenetrables, eran siempre las mejores puertas de entrada al mundo sobrenatural. El héroe de todas las mitologías siempre se sumergía en el infierno más oscuro antes de emerger a la luz del conocimiento y la salvación; eso bien lo sabía Rainer. Por eso miró con sus ojos a la oscuridad del bosque y le habló con un murmuro, con palabras que ninguno de sus compañeros, si es que las escuchaba, entendería, pues estaba hablándole a la oscuridad en sánscrito. Y, en ese sagrado idioma que algunos llamarían «muerto», pero que él prefería llamar «espiritual», le pidió a la oscuridad que le entregara sus secretos, que le mostrara el camino hacia ese omphalós que anhelaba. Los ojos de su cuerpo no estaban menos abiertos que los de su alma, en una comunión a través de la cual Rainer intentó que los impedimentos físicos no fueran un obstáculo para advertir alguna pista que abriera la ventana hacia aquel otro mundo.

- Tiradas (3)

Notas de juego

1) Vale, ya he empezado liándola con las tiradas. A ver: la primera ha sido un error porque he puesto el modificador de la habilidad como modificador que se suma a la tirada en lugar de a la dificultad. Supongo que esa primera tirada queda invalidada por ese error, pero queda en manos del máster decidir.

2) He entendido que las «habilidades» son un +10 sobre el atributo por defecto, pero ahora que lo pienso no sé si es así o no. Lo he puesto así (y por ello 85 en Advertir y 90 en Idiomas, máster, son el atributo correspondiente más el +10 supuesto de habilidad).

3) La tirada de Idiomas ha sido más un pequeño lujo sin importancia, me parece, pero por el sentido de la narración, he querido hacerla :P

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09/07/2021, 10:57
Tak Yagami

Me gustaría decir que no sé qué hago aquí. Eso significaría que soy normal. Un senderista japonés con mal sentido de la oportunidad que se ha adentrado en un lóbrego bosque perdido en la frontera entre Noruega y Suecia en mitad del Diluvio Universal, Volumen Dos.

A los turistas les pasa.

Lo cierto es que creo que no soy ni remotamente normal. Si lo fuese, a buen seguro no estaría aquí, caminando sin aparente rumbo fijo bajo una incesante cortina de fría y descarnada lluvia que empiezo a pensar me está encorvando la espalda, buscando una cabaña perdida en mitad de ninguna parte. Si lo fuese, no estaría obsesionado con encontrar a Mr. Peppermint.

Ah, eso.

Suelo poner nombres a las cosas. Una vieja manía de crío que nunca he logrado corregir. Mr. Peppermint es el Conejo Blanco. El hombre que aguarda al Otro Lado del Espejo. El tipo que apareció de la nada en mi modesta oficina en Nueva York y me dijo: “Sígame a la madriguera de los acertijos.”

¿Eso me convierte en Alicia? Debo meditarlo.

Con todo, no me siento especial. El sendero lo transitan otros cuatro individuos cuya decisión al avanzar tras la hostilidad del clima imperante me hace pensar que aquel viaje tiene algo de iniciático, de trascendental para todos nosotros. No intercambio palabra con ninguno, pero les observo el tiempo suficiente para deducir que Mr. Peppermint nos ha tentado a todos, de una manera u otra. Es una deducción sin base sólida, lo reconozco; pero hace mucho tiempo que mis inferencias dan en el blanco sin un sentido aparente, por pura intuición.

Durante la cuarta noche, poco antes del alba, los ecos de la tormenta me arrancan de los brazos de Morfeo y acude a visitarme un fantasma del pasado. Inquieto, vuelvo a sentir la necesidad de fumar.

Salgo al exterior de mi tienda de campaña con el chubasquero puesto, escuchando las gotas de agua impactar contra la tela impermeable como las ráfagas de una ametralladora Thompson con un tambor de munición ilimitada. El sueño húmedo de Micky Cohen, me digo mientras concluyo que este estilete narrativo habría sido del gusto de James Ellroy.

Me detengo a observar la despedida de la noche, una que podría ser el preludio del fin de los tiempos. La bruma empieza a envolver el bosque con su espectral abrazo al tiempo que el sol asoma con timidez su ardiente esfera en un horizonte sembrado de negras madejas nubosas. La legión de árboles, su tronco oscurecido por la constante lluvia, alza sus efigies al cielo, como si de silentes lanceros de una falange espartana se tratase. Su misión, resulta obvio, es proteger el bosque de toda luz, bañarlo con sus sombras en una umbría perpetua. Es entonces cuando evoco mis recuerdos hollando Aokigahara siendo muy joven, el mar de árboles bañado por la luz del sol, perderme en la espesura, los gritos de auxilio llamando a mi padre, encontrar el cuerpo colgante con los ojos fuera de las órbitas, la lengua morada a punto de derramarse por los labios amoratados, más gritos y las palabras finales de mi padre al dar conmigo, su rostro anegado en lágrimas de desesperación.

Tak, en este bosque, cada árbol encierra un espíritu.”

Espiro profundamente cuando intuyo una presencia que me devuelve a la realidad, acaso una silueta vaporosa, cruzando sigilosa entre los troncos de los árboles.

Nunca tuve el valor de preguntarle, creo que porque sabía la respuesta.

¿Iba a quitarse la vida…?

Necesito fumar.

Imperativo fisiológico.

Extraigo a ciegas un kojak de mi cajetilla y me lo llevo a la boca.

Sabor menta.

¿Casualidad? No lo creo.

 

Alcanzar la cabaña supone una doble decepción. En primer lugar, ya no existe estructura como tal. Podríamos hablar de “pared sostenida por jocoso azar contra la furia de la tormenta”. En cualquier caso, daría igual. No hay cabaña. El punto de encuentro ha volado.

En segundo lugar, no hay rastro de Mr. Peppermint. De hecho, no hay rastro de nadie. Eso puede querer decir muchas cosas, ninguna concluyente.

Tsk… Parecía puntual, pero las apariencias engañan, Tak…

Me planteo por un fugaz instante si esto se tratará de una especie de retorcida prueba, de un juego mental. Hacia el exterior mi rictus es impávido, impenetrable, pero sonrío para mis adentros. Es un placer culpable.

Extraigo la linterna de uno de los múltiples bolsillos de mi abrigo y reviso minuciosa y concienzudamente el suelo que pisamos, buscando huellas que salgan de la cabaña y se adentren en el bosque. Al aproximarme al más aislado de mis anónimos compañeros de viaje le escucho hablar en una lengua que desconozco, como si pretendiese entablar un diálogo privado con una entidad que no es otra que el mismo bosque, o esa es la sensación que me da.

Genial. Un tipo que habla a los árboles. ¿Linaje élfico?

Frunzo los labios en un mohín que refleja lo resignado que estoy a la presencia de lo sobrenatural en este mundo y me acuclillo en silencio a pocos pasos del proyecto de druida, sin interrumpir su catarsis dialéctica, revisando las ramas de los matorrales, muy tendentes a llevarse recuerdos en forma de jirones de ropa de aquellos que pasan a su vera, adentrándose en la espesura de ese mar de árboles.

Solo encuentro una diferencia apreciable con Aokigahara…

Aquí solo hay oscuridad.

- Tiradas (1)
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09/07/2021, 17:41
Prudence "Prue" Hawkins

Prudence Hawkins, de 18 años de edad, se encontraba viajando sola a un país europeo que no conocía de nada. Noruega, frontera con Suecia. ¿Motivos? Podrían ser muchos los motivos que impulsaran a una chiquilla recién llegada a la mayoría de edad, la llevasen a aquel país. Lo malo es que había otros muchos motivos que decían que esa, era una pésima idea.

La temporada no era alta precisamente. El tiempo no ayudaba. Y lo peor además de importante: estaba sola.

Durante el trayecto hacia Europa, había fingido ir acompañada hacia aquellos que parecían incordiar. Cuando le preguntaban en el aeropuerto o estación, decía que iba con su padre, y señalaba al grupo de hombres que había por allí. Le valdría cualquier viejo trajeado y su carisma para convencer a alguien que no tuviera real interés en su bienestar. Y hasta ahora había sido una auténtica aventura, hasta que... llegaron al refugio.

Tenía fortaleza y confianza de sobra para hacer... básicamente, lo que le daba la gana, pero no quería aceptar que había cosas que incluso superaban las capacidades de supervivencia de cualquier adulto. Ella, que siempre había sido apta para cuidar de si misma y de su abuela, pensó que sería capaz, más que capaz, de realizar aquella aventura, hasta el punto de convencer a su pariente de que debía ir. Tenía que encontrar respuestas a muchas cuestiones que ni siquiera quería plantearse, pero que ahí estaban.

Miedo... No sentía miedo, o no quiso mostrar que lo sentía, pero en el momento real, a la hora de la verdad, en aquella ruta turística, surcando días enteros bajo cielos amenazantes y temporales embravecidos, sintió miedo. No intercambió demasiadas palabras con sus compañeros de viaje, todos le parecían mayores y no quería parecer una cría hablando de estupideces. No podía sentir empatía por ninguno de ellos, aunque debía reconocer que Rainer lograba calmar a la chica en momentos clave. Pero por lo demás...

Joder... ¿Dónde coño me he metido? Esta panda de viejos me van a violar. Y tú, "la gran aventurera del año" te has metido de lleno en la boca del lobo. De puta madre Prue, eres una lumbreras.

Hablaba sola, cuando aquella mañana de lluvia feroz, maldecía metida en su tienda de campaña. Aunque se mantenía cerca del grupo, siempre la acoplaba un poco mas lejos. Quizá tanto miedo la hacia pensar de forma más racional, o más estúpida, según se mirase.

Sus compañeros podían verla a veces, maldecir por lo bajo cuando alguna cosa no le salía bien, como montar la tienda o abrir alguna cosa, trabajos fáciles que quería hacer sola y que no quería ayuda. Aunque por supuesto, cuando se la cedían... aceptaba, aunque fuera a regañadientes. Se mostraba muy seria, concentrada, era su forma de llegar a su propio centro, no caer en la debilidad de una niña que no sabía lo que hacía. Si se mostraba seria, al menos no parecía una llorica y odiaba a los lloricas. Y quizá, solo quizá, alguno de ellos la mirase como a una mujer.

Mostrar miedo, tristeza o inseguridad, era rasgos que Prue consideraba de débiles. Se creyó firme en la certeza de que debía parecer una fémina adulta válida, porque por supuesto así se sentía ella, pero al final de los días pensó que ya no debía de fingir tanto, y buscar la forma de sobrevivir, arrimándose a alguno de los hombres que tenía como compañero de aventura.

Veamos... ¿Cuál podría matarme primero? El viejo cojo con el bastón fijo que me tumba. El tío ese grande da puto miedo... ese si tiene pinta de sádico, mejor mantener las distancias. ¿El chino? Cuidado... ese las mata callando, si se le ve desde aquí. No sé quién está mas perdido, si él o yo. Luego el santo... Podría ser el elegido pero también tiene pinta de violador de niños. Elegir a un protector dadas las circunstancias, era difícil. Lo bueno, es que la mantenía alejada a una distancia prudencial para seguir viva, y estudiar sus comportamientos desde su ángulo.

Conforme pasaban los días, la belleza natural de Prue se fue transformando en una más salvaje y menos superficial. Sus labios o mejillas no estaban coloreados de forma jovial, o su cabello no estaba perfectamente peinado. Su sonrisa coqueta, ya no lo era tanto, y sus miradas que mataban... mataban con saña, durando en el tiempo. Para entonces, su rostro se mostraba enrojecido por los medios externos, como cansancio y hambre. Y su cabello, por supuesto se mostraba alborotado pero debido a la humedad. A veces parecía una mujer rabiosa, otras, una niña caprichosa. Lo bueno era que no lo pagaba directamente con ellos, como mucho alguna mirada regulera, pero no los machacaba. Todos estaban en igualdad de condiciones, sería una putada además, hacerles la vida imposible con lo difícil de la situación en si misma.

El jarro de agua fría llegó, cuando al quinto día por fin, llegaron a la cabaña. Ya se estaba empapando a pesar de llevar chubasquero y botas, aunque ya se había acostumbrado al agua y la humedad. Pero ver la cabaña destrozada, hizo que sus esperanzas decayesen estrepitosamente.

Comenzó a jadear, mirando a sus compañeros, mientras se quitaba la capucha, empapándose automáticamente debido a la lluvia. Negó con la cabeza, y limpiándose el agua del rostro, fue girando sobre si misma, en busca de una solución. Aunque ella hubiera apretado el botón de apagado en ese momento, o activado un portal, que la llevase a su casa. A su cuarto. A su cama.

Miró de reojo a Rainer caminar hacia el bosque después de comprobar el estado de la cabaña. Luego a Tak moverse. Entonces, Prue apretó los dientes, cerró los ojos con fuerza, y dejó salir un rugido de rabia.

- ¡AAAAAAHHHHH!

Eran las hormonas... Y el cansancio. Y la decepción.

A dientes apretados, caminó deprisa hacia la cabaña y en el porche, buscó refugio bajo un techo que no fuera a caerse, así fuera un trozo de madera, y se sentó. Recogió las piernas y las abrazó, enterrando la cabeza entre ellas.

Necesitaba eso. Al menos necesitaba sentir que había llegado, y había pisado el suelo del lugar al que ansiaba llegar.

Que se ocupen los demás... No puedo.

Perdió la esperanza y las ganas, durante aquellos minutos. Sollozó en compañía de la lluvia, y cuando se le pasó el brote de rabia, puso atención a lo demás. Se sorbió la nariz, y acalló los gemidos del llanto, hasta quedarse en silencio. Cerró los ojos y se concentró en si misma, en aquellos momentos en los que buscaba su centro para no perder los nervios. Luego, puso atención a los agentes externos, mas allá de la lluvia, y puso atención auditiva a la cabaña y sus ruinas.

- Tiradas (2)

Notas de juego

Yo vengo a la aventura XD Máster, te de lo dejo en privado antes de publicarlo pa no cagarla.

Lo he escrito así, porque creo que Prue se sentiría frustrada pero si no te cuadra porque precisamente es ella la que tiene cordura, lo cambio sin problema. De todos modos al final reenfoco en que grita y busca su centro para recomponerse.

Edit: He hecho mal la tirada! La he repetido, aunque he fracasado igual XD.

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10/07/2021, 16:04
Albert Von Haus

Aún no sabía como demonios había logrado llegar hasta allí con aquella mochila y mi bastón. Salir del refugio y ver el agua caer, sabiendo que tendría cinco días hasta llegar a mi destino me pareció algo matador. Pero las palabras de aquel hombre fueron tan convincentes que no día no ir.

Todo estaba bien envuelto en bolsas de plástico, donde sabía que si el agua calaba la mochila, al menos no se mojaría lo que había dentro. En un lugar como ese y siendo una caminata tan larga, me dejé aconsejar con la comida a llevar y el agua. No podía sobrecargarme en exceso o mi pierna me lo recordaría constantemente y, la verdad era que no soportaba el dolor. La verdad era que la mirada del hombre del refugio, al verme salir, se me quedó grabada en la cabeza. No se si pensaba que era un loco o que buscaba morir, pero quizás no se alejase demasiado de ninguna de las dos cosas.

Y morir, eso fue lo que sentí al tercer día de la caminata, cuando por fin llegó la hora de montar la tienda, la cual no se secaba nunca y su peso se doblaba. Al menos el saco de dormir y demás se mantenían secos, pues de lo contrario ya lo hubiese perdido por el camino. Aquel sendero, aquel camino debía ser realmente bonito en una estación del año con menos lluvia y donde se pudiese apreciar un poco las vistas. Pero habían momentos en los cuales no llegaba a ver nada ni a nadie debido a la cantidad de agua que caía.

El camino se llegaba a convertir en un pequeño río y un barrizal donde me costaba moverme. De hecho, fueron varios los patinazos de mi bastón, pero por fortuna no caí ninguna vez... por el momento. Pero no descartaba que en una de esas pendientes donde el camino era casi un río, acabase deslizándome hacia abajo ya fuese a la subida o bajada de la misma.

Mis movimientos, eran torpes en aquel camino y en más de una ocasión me planteé darme la vuelta, preguntándome que hacía allí, pero tras llegar nuevamente el último de aquellos peregrinos que parcían tener la misma senda que yo, al menos por ahora y pensar que había recorrido ya más de la mitad del camino, me dio fuerzas para continuar.

La rutina era la de siempre, localizar un buen lugar donde colocar la tienda, montarla y meterme en su interior y no salir hasta el día siguiente. La vicodina estaba cayendo deprisa en aquel viaje, sobre todo por las noches, donde sería difícil despertarme por la cantidad ingerida y el cansancio. Si al menos se pudiese encender una hoguera, les hubiese visto ya la cara a mis "vecinos" de viaje y, aunque no tuviese un gran interés en ellos, quizás la marcha se hubiese hecho mejor con compañía.

Pero desde hacía años no era más que un solitario amargado, que se encontraba perdido entre dos mundos y el de los vivos carecía de sentido para mí desde hacía tiempo, a la vez que era lo que más me importaba: seguir con vida. Y es que aún tenía mucho que hacer en esta vida antes de dejarla para siempre.

Durante el cuarto día de viaje, se notaba ya mi estado lamentable con la pierna y mi cojera acentuada marcaba un ritmo bastante irregular. Había perdido de vista al resto de viajeros hacía tiempo y creí que ya no les vería. Pero apuré la caminata y les localicé más adelante, donde acamparon y de nuevo lo hice yo. Roto de cansancio, esta vez prácticamente no me quité nada salgo el impermeable y las botas antes de caer rendido bajo los brazos de Morfeo.

Y el quinto día, llegó  y vi como todos tomaban el mismo desvío que debía tomar yo. - Así que ellos también están metidos en esto. - Pensé para mí con la esperanza de que uno de ellos fuese el hombre misterioso que me metió en aquello o más bien quien logró que me metiese en aquello. Aquel grito en la lejanía me hizo acelerar el paso, aunque llegué el último y sonreí bajo la capucha y el agua de lluvia que golpeaba sobre la misma. Lo había conseguido. Estaba allí. Por primera vez hacía tiempo sonreía y aunque nadie pudiese verlo, me sentía feliz y orgulloso de mí mismo al verme en aquel lugar por fin.

Pero mi sonrisa se perdió cuando me encontré delante de las ruinas de una cabaña. Por eso estaban todos por ahí moviéndose, por eso estaba bajo el medio derruido porche aquel otro tirado. Por la decepción de aquel lugar.

- Verdammte kackesheiße1.- Susurré en alemán bastante cabreado. Me acerqué a la estuctura de madera y vi el destrozo del temporal, como había arrasado con todo. Yo que pensaba en pasar una noche bajo techo, junto a un fuego y ahora... todo se había ido a la mierda. Además parecía no haber ni rastro de aquel tipo, salvo que fuese alguno de los viajeros que estaban allí.

La lluvia golpeaba con fuerza el lugar y las ruinas de la cabaña estaban tan encharcadas como el suelo de barro que pisábamos. La estructura que permanecía en pie no me parecía muy sólida y menos para que nadie se quedase sentado bajo ella. - Du solltest hier raus, das ist gefährlich. Es könnte auf dich einstürzen.2 - Dije a la figura de cabello largo y mojado allí sentada, aunque claro, pareció no entenderme. Quizás en inglés... - Debegrïa saligr de aquï, esta es peliggroso. Podgrïa caegrse sobre tü. Ja?3 - Bueno, mi inglés no era perfecto, pero tampoco es que tuviese mucha necesidad de aprenderlo y practicarlo con nadie. Mis investigaciones y mis notas estaban siempre en alemán y ya tenían a una persona en mi trabajo que se encargaba de transcribirlas al inglés. Les resultaba más cómodo y mejor que las dejase yo en inglés directamente. El cabello largo me sugería que era una mujer, pero dudaba de que lo fuese. Sería uno de esos hippies vagos que habían por todos lados, que no dejaban de fumar mierda y se pasaban el día más colgados que yo.

Y a veces eso era difícil.

Dicho esto fui el primero en salir de aquel lugar y miré a los demás. - ¿Alguna de tü es quiën me hizo vienigr aquï? - Les pregunté a todos, sintiendo como el agua golpeaba con fuerza sobre mi impermeable. La idea de que esa cabaña tuviese un sótano se pasó por mi cabeza, pero en vista de como estaba todo, seguramente de tenerlo, ahora mismo sería una piscina cubierta. Así que opté por esperar respuesta y ver que hacer a continuación.

Notas de juego

1  Me cago en la puta mierda.
2 Debería salir de aquí, esto es peligroso. Podría derrumbarse sobre usted.
3 ¿Sí?

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11/07/2021, 16:42
Remo Williams

Remo maldecía. En voz baja en un principio, pero había ido perdiendo la vergüenza. Se miraba las botas, miraba al cielo y se tomaba la cara con las manos. Eran buenas botas, y estaban casi arruinadas.

El viaje desde el Refugio había sido de todo menos agradable. La lluvia lo había mantenido cubriéndose todo el tiempo para mantener el calor, o esperando dentro de la tienda. Se le habían mojado los paquetes de cigarrillos, y eso era una verdadera tragedia, con mayúsculas y en cinerama. Y lo peor era que no había tenido a nadie cerca para hablar. Había visto a uno o a otro aquí o allá, pero no había tenido las agallas para acercarse en algunos casos, y se había contenido en otros. Había visto a la chiquilla, sola en el medio del bosque, y no quería que lo tomara por violador o algo parecido. También había visto a lo lejos al tipo del bastón, y a ese si había ido a buscarlo, pero cuando llegó al lugar donde lo había visto, ya no estaba. Al final decidió seguir caminando, siguiendo el mapa mental que tenía para llegar a la dichosa cabaña y con algo de suerte bañarse, pero principalmente limpiar sus botas. Las había comprado en Georgetown, y había calculado que le habían costado 500 kms (a veces hacía eso). Pero maldición, habían valido la pena. Ahora temía más por ellas que por lo que pudiera decirle el tipo ese. Como fuera una especie de broma se las haría comer. La parte embarrada primero.

Mientras caminaba, y para entretenerse, pensaba en voz alta sobre el tipejo que lo había convencido para ir hasta allí. La maldita Noruega, ¿en qué estaba pensando? ¿Tan ávido estaba de respuestas? Parecía que si, porque ahí estaba. Necesitaba saber, era una espina que tenía clavada en el cerebro desde hacía rato, y había que sacarla. Se lo debía a Brian. Claro que se lo debía. Y a él mismo. Eso lo empujaba a seguir adelante cuando las ridículas garantías que tenía de obtener lo que quería se manifestaban como lo escuetas que realmente eran.

Llegó el último. Estaba seguro, porque el espantapájaros con traje ese le había dicho que serían cinco, y cuando llegó contó cuatro, y aquel no estaba. No había mucha más matemáticas. La chiquilla que había visto, el tipo del bastón, un pirado con aire místico y un oriental con aire misterioso. Y la cabaña. Destruida.

Remo dejó la mochila en el lugar más seco que encontró. El oriental iluminaba las ruinas, cerca el tipo del bastón estaba cerca, el rubio miraba el bosque, y la chica soltaba un gritito de frustración y sentarse en el porche. Remo decidió acercarse a ella.

- Ey, chica, tranquila -se acercó mostrando las palmas. Remo Williams -se presentó, extendiendo su mano hacia ella. También hizo un gesto de asentimiento a modo de saludo hacia el tipo del bastón, que andaba cerca.

- Que mala suerte, ¿eh? -comentó, mirando alrededor mientras ponía los brazos en jarra. Dejó pasar unos segundos. Parece que todos venimos por lo mismo, ¿no? -agregó levantando la voz para incluir al rubio y al oriental. A encontrarnos con un estirado misterioso al que no se le ocurrió mejor idea que citarnos en la maldita Noruega vaya uno a saber por qué pirada razón -finalizó, respondiéndose a si mismo, por si nadie lo hacía, y no quería que como la respuesta era algo obvia quedaran dudas de que él también sabía por qué estaban allí en el medio de la nada, en el borde del fin del mundo. 

- Vamos, arriba, chica, ánimo -le dijo luego. Vamos, puede que el pingüino nos estuviese esperando en la cabaña y ahora la lleve de sombrero. ¿Encontraste algo, amigo? -gritó al oriental. Sin esperar respuesta, se acercó a las ruinas a remover escombros sin mucho decoro, no sin antes mostrarle sus botas, con gesto elocuente, alzando las cejas.

- Total, mira. Arruinadas -le comentó, compinche, como si el otro entendiera su tragedia. Mejor busquemos, a ver si al menos encontramos su cadáver o algo, ¿no? 
 

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11/07/2021, 23:39
Director

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Rainer cuando se acercó al linde del bosque. Hasta ahora el Paseo de los Reyes había resultado una dura travesía, pero era una travesía trazada por el hombre. Tiempo atrás, reyes sin rostro habían marcado el sendero que ahora otros recorrían. El hombre, antaño, se había abierto camino por un mundo desconocido y lo había hecho suyo. A pesar del feroz clima y de la aspereza de las colinas los hitos que marcaban el camino, las huellas de otros viajeros, el propio Refugio o restos de basura que maleducados habían dejado tras de sí les indicaban que aquel pedazo de naturaleza era seguro, pues estaba acordonado por el regio concepto de la civilización.

Esa sensación de seguridad se encogió cuando Rainer se presentó ante el bosque. Cien pasos aún le separaban de él y, por algún motivo que no llegaba a entender, se detuvo. Los mudos árboles no ofrecían más visión que sus cuerpos desnudos, sus cortezas húmedas y su frondoso follaje, formando entre todos un solo ser;  una extraña criatura que ofrecía oscuridad en los pocos resquicios que se permitía abrirse.

Rainer pronunció su salmo. La tormenta apenas le permitía escucharse a sí mismo. Se preguntó si algo o alguien más lo habría escuchado. No recibió más respuesta que el impávido rostro del bosque. Al tratar de penetrar en él, en sus secretos, el bosque le devolvió la mirada haciendo que su alma se encogiera. Aquel era la clase de territorio que si bien había sido recorrido por otros hombres, no había llegado a ser conquistado, civilizado, acordonado. Aquel era un terreno virgen, natural, donde las normas del hombre poco servían, pues había otras, intuía, más poderosas y antiguas, ante las que doblegarse. Pero aquello era más una sensación que una certeza, poco más podía obtener sin recorrer los caminos sin nombre que le ofrecía el bosque.

 

Más práctico, Tak había tratado de seguir un rastro. De haber existido había sido borrado por la lluvia y el viento. Sus propias pisadas, cuando se hundían en el blando barro formado por las balsas de agua que salpicaban el paisaje aquí y allá, apenas duraban unos minutos antes de ser inundadas, destruidas y olvidadas. Arrodillado ante el bosque tuvo un mal presentimiento.

Como detective, Tak había tenido que incursionar en sitios bastantes peligrosos; burdeles ilegales en busca de un marido que no pagaba la renta, fumaderos de crack que escondían un buen puñado de soplones baratos, la casa de una víctima de asesinato sin saber si el asesino se había marchado o si aún permanecía en la escena del crimen. En todos los supuesto el detective había percibido el entorno como una amenaza, un cosquilleo detrás de la nunca que lo mantenía alerta y ligeramente asustado, lo suficiente para tomarse en serio lo que hacía.

El bosque, escenario de secretos y misterios, despertaba en él la misma sensación de alarma.

Trató de encontrar un rastro pero, o bien la tempestad se había llevado cualquier pista, o nunca lo había habido. La única prueba que tenían ahora mismo de la existencia del hombre del traje negro eran sus recuerdos. Y en mitad de aquel paisaje eran tan inestables como sus pisadas en el barro.

 

Bajo un alero que se mantenía obstinado en su lugar se encontraba Prue. El paupérrimo refugio apenas le ofrecía un descanso a su castigado cuerpo, y menos aún a su espíritu, que había sido azotado por la desesperanza al darse cuenta del estado de la cabaña. Lejos de casa, rodeada de extraños, en un lugar aún más extraño, perseguida por la tormenta, todo eran medallas que prender de su traje de miedo. Si ahora lograse recordar los buenos motivos que se había dado a sí misma para emprender esa aventura no le habrían parecido tan buenos.

El infierno azul se había desatado a su alrededor. Incapaz de oír más que el burlón repiqueteo de la lluvia al chocar contra la última pared de la cabaña, decidió seguir encerrada dentro de sí misma un poco más, buscando un poco del calor que les habían arrebatado. Unas palabras rompieron aquella prisión. Al principio pensó que la tormenta había ocultado su significado, pero en seguida se percató de que el hombre del bastón se había dirigido a ella en otro idioma. Terminó por destrozar el inglés para hacerse entender. Von Haus se encontraba exhausto. Había tenido que tomar aire dos veces para exhalar aquellas paupérrimas frases. Estaba agotado, le dolía la rodilla, y todo el cuerpo de hecho. La mochila, a su lado, descansado cual perro fiel, había resultado ser un compañero de viaje bastante insoportable.

Remo no tardó en aparecer, primero preocupado por la niña y luego, por un posible fallecimiento. Inspeccionó las ruinas de la cabaña, removió unos pocos escombros y se aseguró de enfocar con la linterna a las zonas más oscuras, por si algo o alguien hubiera quedado atrapado. Ni mochila, ni equipamiento, ni cuerpo. Se molestó un poco más, desentumeciendo los músculos de los brazos y la espalda, haciendo unos cuantos traslados más, de ruinas a porquería y de porquería a ruinas. Nada. Allí solo estaban ellos cinco.

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12/07/2021, 01:02
Rainer Maria Holtzmann

El repiqueteo de la lluvia sobre su impermeable pareció silenciarse durante apenas unos segundos mientras Rainer se sentía observado por la profunda oscuridad del bosque. Aquella oscuridad estaba viva y le había devuelto la mirada, una mirada aterradora. En su interior, intuyó que allí estaba el camino que buscaba, pero no pudo descifrar los mensajes que se ocultaban en esa oscuridad.

Sin embargo, la oscuridad quedó rota por uno de los compañeros que había aparecido allí, quien encendió una linterna para mirar hacia el bosque. Rainer lo miró y le sonrió afablemente. Estaba a punto de presentarse, cuando a sus espaldas escuchó un grito. Era un tipo de grito que conocía bien: el de una joven desbordada. En el campus había muchas de esas, sobre todo en época de exámenes finales. El hombre miró hacia allá brevemente. Apenas pudo escuchar unas palabras ahogadas por la tormenta, provenientes de dos hombres que estaban junto a la cabaña, hablando con la muchacha, según le pareció intuir en la penumbra. Sin embargo, no llegó a captar lo que decían.

Después, volvió a mirar al hombre que estaba a su lado y completó su intención inicial de presentarse. Le extendió la mano:

Soy el Doctor Holtzmann, Rainer Maria Holtzmann, encantado. —Ya se sabe cómo son los alemanes, para quienes los títulos académicos realmente significan algo y forman parte de su nombre—. E imagino que los cinco estamos aquí por la misma razón. ¿Has visto algo con tu linterna ahí dentro? —le preguntó con curiosidad sencilla, como si compartir el secreto de por qué estaban ahí los hiciera ya conocidos. Tras escuchar la respuesta que ese hombre de rasgos orientales le ofreciera, le sugirió—: Quizá sería buena idea acercarnos al resto, presentarnos y ver qué hacemos, pues parece que el hombre que nos convocó ha decidido no presentarse a la cita por alguna razón. —Rainer hubiera podido agregar «o no ha podido presentarse», pero en su fuero interno intuía que la ausencia no se debía a una incapacidad de cumplir con la cita, sino a alguna intención oculta.

Notas de juego

Este post es mucho más cortito que el introductorio, pero quedaré abierto a interacción y diálogo con el resto de pjs antes de la próxima actualización del máster. Soy de entrar a diario a Umbría, varias veces.

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12/07/2021, 09:34
Tak Yagami

Ni un solo rastro que seguir. Ni un solo jirón de ropa en los matorrales. Solo esa presencia invisible acechando entre la maleza, que no es otra que la maleza misma. Estoy seguro.

Antes de ponerme metafísico un estridente grito a mis espaldas me hace reaccionar como el felino que soy. La joven que ha seguido el Camino de los Reyes ha pagado su frustración con el bosque liberando un agudo chillido al éter. Es una estrategia perfectamente válida. Me pregunto si habrá atraído la atención de alguien...

Me percato de que tengo una mano tendida frente a mí regada por la incesante lluvia. El hombre que susurraba a la arboleda sonríe con afabilidad y se presenta.

¿Rainer Maria? Interesante combinación.

Takayuki Yagami—replico devolviendo la cortesía al tiempo que me levanto y estrecho su mano. Apago la linterna y la guardo en mi anorak. —Tak.

Mis mestizaje, además de darme un inglés fluido sin un remarcable acento, me ha liberado de las férreas solemnidades de mi herencia japonesa en la mayor parte de las ocasiones. Con todo, soy hijo de mi padre. Sé que mi gesto es adusto, incluso cuando estoy bromeando. Y hablando de bromear, me parece que todavía no voy a decir —Detective privado—junto a mi nombre, porque me parece una temeridad exhibir mi título profesional ante un médico germano.

De todas formas, no creo que piense que soy un turista perdido que está buscando un restaurante especializado en paellas.

Disclaimer: Tienen mucho tirón en Tokio.

Buena idea—replico cuando sugiere reunirnos con los otros tres integrantes de esta improvisada expedición. Le dejo avanzar en vanguardia. —No. No he encontrado nada—le confirmo sin mácula de expresión en el rostro. No estoy decepcionado. Llevo unos cuantos casos encima como para saber que las pistas, las mejores, son escurridizas por naturaleza. Solo hay que prestar la debida atención. Es cierto: no he encontrado nada... Aún.

¿Hubo suerte charlando con los árboles?—pregunto sin sombra de malicia, reajustándome la capucha del impermeable. Si la respuesta es afirmativa, estoy abiertamente interesado en el tema. Deformación profesional.

Aparte de la sensible juventud de la chica, a la que creo que apenas he mirado por mi recato marca de la casa, me doy cuenta de algunos detalles interesantes en el resto de la tropa.

El tipo que se lamenta por sus botas parece noble, pero resulta evidente que no sabe cuidar su calzado. Hombre de ciudad, supongo. Parece saber defenderse en una pelea. Nariz prominente, quizás rota antaño. No le da miedo hablar en público. Quizás esté nervioso. Quizás todos lo estemos. Sacudo la cabeza ante su pregunta. Caray, tiene un cañón por voz...

El más anciano exhibe un rostro que sería idóneo para promocionar la destilería de una nueva bebida hecha a base de vinagre y ácido sulfúrico. No está acostumbrado a despliegues físicos. Camina con un bastón, lo que me hace sospechar que la senda hasta aquí ha sido un verdadero suplicio para él. La siguiente pregunta acude a mi mente sin necesitar impulso. ¿Qué mueve a un cojo a peregrinar cinco días bajo una tormenta hostil en un bosque perdido en Ninguna Parte?

Empiezo a pensar que, por extraño que parezca, el primer misterio no es la identidad de Mr. Peppermint.

El primer misterio son, en realidad, cuatro en uno.

Y están delante mía.

Así pues, decido permanecer en silencio y dejar a Rainer, al de las botas, al cojo o a la jovencita hablar primero y plantear sus dudas y tribulaciones.

Me limito a observar. A escuchar.

Tengo una ventaja, claro: No estoy solo.

Notas de juego

Lo dicho. Estoy en guardia, a ver cómo se va desarrollando la escena.

Creo que Rainer va a ir abriendo la lata con algunas preguntas curiosas... ;-)

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12/07/2021, 19:58
Remo Williams

Nada. Nada de nada. Reno tenía las manos manchadas de barro, se había lastimado con un par de espinas de madera y había empezado a transpirar un poco. Pero al menos se había asegurado. El tipo que lo había convocado ahí no estaba.

- Bien -dijo hablando a todos en general mientras se limpiaba las manos en sus jeans-, creo que a todos nos citó el mismo tipejo, ¿no? 

Sin esperar respuesta, continuó.

- Podemos esperar, o buscarlo por aquí. Tal vez se atrasó, tal vez está jugando a las escondidas. Demonios, tal vez se lo comió un oso o algo. ¿Hay osos por aquí? -preguntó casi a si mismo, ya que tampoco esperó que le respondieran. Porque digo yo, si él fue quien nos citó, ya debería estar aquí, ¿no? O sea, tendría que haber llegado antes. Por ser el dueño de casa y todo eso, digo. 

Miró más allá del reducido grupo. El bosque le devolvió una mirada sombría, y desde el otro lado el río rugía amenazador. Remo no quería admitirlo, pero estaba un poco nervioso. El cielo cargado de fatalidad prometía escupirles un poco más, y tal vez lanzarles algún que otro rayo, si lo hacían enfadar. 

- ¿Qué les parece si armamos las tiendas aquí? Nos podemos olvidar de hacer fuego, pero al menos podemos esperar un poco más secos.

Remo estaba acostumbrado a la soledad, pero algo dentro de él temía que pudiera levantarse una niebla siniestra y los envolviera. No lo comentó. Sin embargo, si que recordó algo.

- Oigan -dijo mientras revolvía en su mochila-, este hombre me citó para encontrar a un amigo. ¿Ustedes tienen a alguien perdido también? -quiso saber. No estaría de más saber cual era el punto en común que tenían para haber sido citados todos allí. Finalmente la encontró. Sacó su gorra de los Texas Rangers y se la colocó. Ahora se sentía más a gusto.

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13/07/2021, 02:40
Rainer Maria Holtzmann

El hombre oriental devolvió el saludo con un nombre que sonaba…

¿Japonés? Me refiero, el nombre, suena japonés. Hablas un inglés perfecto —dijo Rainer con una afable sonrisa, a quien se le podía notar un acento alemán no excesivamente pronunciado, pero presente.

Takayuki Yagami, Tak. A Rainer le iba a costar tratar de forma tan informal a ese hombre, con ese apodo que le sonaba a saludo matutino*. Cuando Tak le dijo que no había encontrado nada, Rainer apretó los labios y asintió pensativo.

Es difícil ver algo con esta lluvia torrencial —respondió esbozando una sonrisa afable. De nuevo.

A la pregunta sobre si había encontrado algo charlando con los árboles, Rainer dejó escapar una ligera carcajada amistosa.

Creo que todavía no. Se me resisten un poco, pero aún nos estamos conociendo. Danos un poco más de tiempo. —Y de nuevo esa sonrisa en su rostro. Después, se le acercó y le habló en voz un poco más baja, aunque lo suficientemente alta como para que le escuchara a pesar del ruido de la tormenta—. Pero realmente —hizo énfasis en esta palabra— que ahí hay algo.

Tras decir esto, se separó ligeramente de Tak para mirarlo levantando las cejas mientras asentía con la cabeza, como diciéndole «sí, sí, créeme, hay algo». No había asomo de broma en su rostro. Se notaba que lo decía en serio.

Llegaron junto al resto. Se fijó en cada uno de ellos detalladamente. O, al menos, tan detalladamente como le permitía la lluvia torrencial. Reconoció sentada en el suelo a una muchacha; ella debió ser la que emitió ese grito hacía un momento. Uno de los presentes llevaba un bastón, lo cual resultaba sorprendente dadas las complejidades del camino; no excesivas, pero quizá demasiadas para alguien que requería de un bastón para caminar.

El otro era un hombre que parecía corpulento. Era locuaz. Rainer lo escuchó. Trató de responder a sus preguntas en un par de ocasiones, pero el hombre se respondía a sí mismo antes de que fuera posible contestarle. Cuando por fin terminó de hablar, Rainer extendió su mano con una sonrisa:

Doctor Holtzmann, Rainer Maria Holtzmann, encantado —le dijo, repitiendo la misma letanía  que cuando se presentó a Tak (diablos que le iba a costar usar ese apodo). Extendió su mano también al hombre del bastón y a la muchacha.

Después, contestó al hombre corpulento:

Efectivamente, todos debemos estar esperando al mismo hombre; al menos, a mí me dijo que había otras cuatro personas. No sé vosotros, pero yo estoy convencido de que a ese hombre no se lo ha comido ningún oso y de que esto no es un error. Yo no creo en las casualidades.

Aquellas últimas palabras parecían cosa seria, todo un credo particular. Después, obvió el comentario de las tiendas de campaña y se centró en la última pregunta que hizo el hombre corpulento. Antes que hablar de tiendas de campaña, era evidente que el doctor Holtzmann prefería hablar de profundidades metafísicas, espiritualidades personales. A veces solía decir, de forma burlona, pero no por ello insincera: «Lo urgente puede esperar mientras haya cosas importantes que hacer». Y, ciertamente, Rainer era capaz de pasarse la noche entera ahí de pie, bajo la lluvia, hablando de metafísica, sin acordarse de que la lluvia caía y que quizá deberían montar sus tiendas de campaña.

¿Alguien perdido, dices? Interesante. Realmente no es mi caso. Creo. —Dudó un segundo. No lo había visto desde ese prisma, pero quizá era otra forma posible de describirlo—. Pero digamos que quiero hacer volver a alguien que está conmigo, pero al mismo tiempo no está realmente conmigo. Quizás, ahora que lo dices, sí estoy buscando a alguien perdido. —Se quedó pensativo por un momento. Por su profesión docente, Rainer era experto en sacar perlas de las palabras ajenas, aun cuando parecía no haberlas—. Pareces una persona muy interesante —le dijo con una sonrisa afable.

Notas de juego

Un pequeño disclaimer: mi personaje, a pesar de ser un educadísimo alemán, habla de «tú» y «vosotros» por eso de que estamos hablando en inglés, idioma de bárbaros en el cual no hay un «usted(es)». En cualquier idioma no barbárico, sin embargo, por supuesto que estaría hablando de usted.

*Tak suena igual que Tag, que es el «buenos días» alemán (Guten Tag, pero al pronunciarlo de forma informal es simplemente Tag)

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13/07/2021, 15:51
Albert Von Haus

La lluvia arreciaba con fuerza y casi había que gritar para poder escucharnos entre los que estábamos cerca, así pues, los dos más alejados, se podía decir que mantenían una conversación íntima, al menos para mis oídos. La joven, pues al final resultó ser una chica, parecía no reaccionar ni al hombre corpulento ni a mí y valoraba mi vida demasiado aún como para que ese pedazo de la cabaña acabase sobre mi ya tullido cuerpo. Así que hice lo que cualquier hombre con dos dedos de frente y que no pudiese ayudar en la búsqueda retirando tablones, haría: retirarme de allí.

La joven tuvo suerte y a pesar de que aquel corpulento hombre removiese parte de la estructura caída, el pedazo que se mantenía en pie aguantó. Me pareció bastante increíble que no cediese. Quizás esa joven tuviese un buen ángel de la guarda, si es que esas cosas existían.

- Siolo encontgragä agua, mein Freund. - Porque eso era lo único que había en aquel lugar. Agua por donde mirases. La lluvia era tan fuerte que nuestras huellas se borraban en segundos. De ocurrirnos algo, nadie daría con nosotros allí.

Cuando el hombre se cansó de buscar, optó por presentarse regresar, al igual que lo hiceron los demás, salvo la chica, que parecía verdaderamente hundida. Si ella estaba así, como debería estar yo, lisiado y con aquella caminata bajo mis espaldas y mi pierna tullida. La rodilla me dolía por la sobrecarga muscular y eso que el bastón me aliviaba mucho dolor, pero no tener un pedazo de músculo en el muslo, no era algo que ayudase demasiado y menos por aquel camino.

- Doktor Von Haus. - Doctor sonaba prácticamente igual en inglés que en alemán y mi pronunciación era mejor en mi idioma natal. Y de esa manera me presenté a aquellos hombres, tendiéndoles mi mano mojada y fría por la lluvia. - Nio së cuan secugro es este suelo. Tenegr mäs biagrro de lo que piagrece. - Le respondí al hombre corpulento, mientras que alzaba levemente mi pierna tullida, mostrando la cantidad de barro acumulado en mi bota.

Desde luego, encontrar así la cabaña había sido un palo muy duro para todos.

Y el tema del fuego, era algo que había descartado desde el primer día de viaje. Con tanta agua era imposible encontrar leña seca y ahora ni la de la cabaña serviría para nada. - Nein. - Respondí al hombre en cuanto preguntó si buscaba a alguien. - Sialvo al hombgre que nos hizo vienigr yo no biuscagr a nadie. - Más bien era yo el que estaba perdido.

La lluvia no parecía dar tregua alguna y la idea de estar bajo un techo, aunque fuese el de la tienda, era cada vez más tentador. - Podgrïamos biuscagr un sitio dionde poniegr las tiendas... einer vor dem anderen1. -  Susurré para mí, haciendo gestos con mi mano, tratando de indicarles mi idea. Si al menos no lloviese tan fuerte, podría dibujar mi idea en el barro con el bastón. - Puegrta con puegrta, ¿ja?2 - Esperaba que con eso me entendiesen.

Volví a mirar la cabaña y recordé las historias de mi padre cuando luchó en la Segunda Guerra Mundial, por supuesto del lado nazi, donde me contaba como los hombres hacían agujeros en las montañas, auténticos búnkers y pasadizos que incluso tenían una entrada en un país y salían en otro. Yo era muy joven entonces, pero la Alemania Nazi era la que había vivido en casa y a pesar del suicidio de Hitler y de como quedaron las cosas en mi país, recordaba muchas de esas historias... como que Noruega también estuvo metida en aquella guerra y fue conquistada por los míos.

- ¿Y sï hubiegra un... bünkegr biajo la cabiaña? - Miré al hombre que retiró los tablones que pudo. - ¿Viste algo dass3 pagreciese una... puegrta en el siuelo? - No sabía explicarme mejor, pero quizás hubiese suerte y ese sótano que pensé que podría tener la cabaña fuese algo más útil.

Miré bajo las capuchas de los presentes y me quedé más o menos con los rostros de los hombres, pero con aquella lluvia poco se dejaba ver con claridad, aunque más o menos ya tenía cada cara en la cabeza. Solo me faltaba la joven, que esperaba que entrase en razón y saliese de lo que podía ser una trampa mortal para ella, porque yo no iba a salvarla. No estaba en condiciones de dar muchos pasos más, menos para hacerme el héroe y menos a mi edad.

Notas de juego

1 Una frente a otra.
2 ¿Sí?
3 que

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13/07/2021, 21:17
Prudence "Prue" Hawkins

La voz de uno de los hombres hizo que detuviera los sollozos, que ya apenas dejaba salir, pues la rabia que la había inundado minutos atrás, se perdió en la lluvia tras el rugido. No entendió lo que le dijo en alemán, pero si lo que habló en inglés. Pasándose la muñeca por la nariz enrojecida para limpiarse, fue levantando la cara hasta mirarle. Después de sostenerle la mirada unos segundos donde sus grandes ojos verdes estaban enrojecidos, pasó a Remo, que se acercaba a ella extendiendo las manos. Sintió la compasión de ambos, sobre todo del hombre rudo y se arrepintió de haber pensado cosas malas de ellos. Al menos por ahora.

- Prudence Hawkins... - Fue lo único que alcanzó a decir, su nombre en un hilo de voz, mirando a ambos. Luego miró arriba, fijándose en el estado del lugar donde se había refugiado. Se mojó los labios y a cejas arqueadas, y se fue levantando -con la ayuda de Remo o sin ella-, con la espalda cargando la enorme mochila.

- ¿Cadáver...? - Preguntó tras la pregunta de Remo, mientras se frotaba los brazos por encima del chubasquero, apenas parpadeando para enjugar sus ojos y apartar el agua de la lluvia de los mismos.

Se fue acercando a ellos para escuchar lo que hablaban aunque en ese momento poco mas tenía que aportar que temblar y mirarles para entender bien de lo que hablaban. Estaba segura que podría aportar mucho más estando seca bajo un techo que aportara calor. Mientras hablaban del hombre trajeado que los había citado, Prue escuchaban las razones que los había llevado allí, mirando fijamente a cada uno cuando hablaba para no perder el sonido bajo la lluvia, tratando de quedarse con sus nombres además de argumentos. A quien le costó entender más fue a Von Haus, por lo que le miraba estrechando más la mirada e inclinándose más hacia él.

- Yo tampoco busco a nadie. O al menos eso creo. Ya no sé por qué he venido... - Habló en tono alto, para que pudieran oír su aguda voz bajo la lluvia. La fortaleza de Prue flaqueaba aunque no olvidaba su objetivo, solo necesitaba asimilar aquel momento de hostia de realidad.

Escuchó a Rainer decir eso de hacer volver a alguien a su lado y le miró abriendo mucho los ojos. Luego parpadeó desconcertada mirando a todos ellos, fijándose en su sonrisa afable. ¿Cómo tenía energías de estar de ánimo?

La pregunta del viejo del bastón tenía sentido, así que miró al cachas que había retirado algunos tablones esperando que dijera que sí... que había un búnker, un sótano o una estructura mínimamente acogedora.

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14/07/2021, 08:57
Tak Yagami

Asentí al Dr. Holtzmann.

Japonés. Gracias. —Quizás le extrañó que no me inclinase para dedicarle una reverencia por el cumplido. Eso es muy japonés. —Nací en Tokio, pero me crié en Estados Unidos. Su inglés tampoco está mal. Una pronunciación muy limpia, para ser alemán. ¿O austríaco? —Tercié a modo de broma, sin entrar en más detalles. Lo cierto es que el otro germano tenía un fuerte acento y la forma en la que construía las frases era tosca, pero efectiva. Holtzmann, en cambio, tenía fluidez suficiente para la floritura, todo lo contrario que yo cuando trataba de hablar en español en Brooklyn.

Ese idioma... El que estaba empleando antes en susurros. No parecía alemán... —comenté evidenciando una total falta de ingenuidad al respecto. El Dr. Holtzmann era, al fin y al cabo, uno de los cuatro enigmas. —¿Es pentalingüe, doctor?

* * * * *

Mi mano jugueteaba con la cajetilla de kojaks en el bolsillo de mi abrigo, sopesando si probar suerte y comprobar si por fin me tocaba el de fresa ácida, mi favorito. Sabía que aún quedaba uno, pero, de momento, me resultaba escurridizo. Al final, en el intercambio de pareceres entre el Dr. Holtzmann y el resto del grupo, aplacé mi interés por la golosina. Supuse que no debía resultar demasiado profesional exponer mis observaciones con un kojak danzando en la boca.

¿O sí?

Lo cierto es que se habían hecho afirmaciones interesantes en aquel claro. Lo suficiente para anotar mentalmente que el único que había sido directo a la hora de decir por qué estaba aquí era el americano, Remo "Texas Ranger" Williams. El resto, a su manera, habían eludido responderle. Falta de confianza, supongo.

Mientras debatían el curso de acción a seguir, me acerqué a la cabaña, abriéndome paso junto al americano.

Mi más sentido pésame. —Lo dije sin mala fe, pero vi en su cara que no terminó de entender mi broma. Así pues, señalé sus botas. —Causa de la muerte: intoxicación por barrizal. —Le di una tímida palmada en el hombro y miré dentro de lo que quedaba de la cabaña sacando de nuevo mi fiel linterna para alumbrarme. No es que desconfiase de la sagacidad y perspicacia de Texas Ranger, pero uno es un profesional en la materia y debe agotar las cartas, aunque solo sea por orgullo. De nuevo, apunté al suelo, buscando alguna trampilla, algún acceso a un sótano. Realmente, Von Haus tenía imaginación. Me resultó divertida la posibilidad de que existiese un búnker aquí abajo, pero descartar sin comprobar es un pecado imperdonable en mi gremio. Tras revisar el interior, recorrí el perímetro de lo que quedaba de la construcción con el celo de un sabueso rastreando a su presa, tratando de verificar que, tal como sospechaba, no había rastro de Mr. Peppermint.

¿Y si se trata de una prueba? —pregunté sin mirar a ninguno de ellos en particular.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Si cuela, bien. Y si no, pues también ;-)

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14/07/2021, 23:52
Director

Remo empezó una práctica pero burda inspección del lugar del desastre. Apartaba maderas o escombros mediante sus grandes manos iguales que si se tratase de una excavadora. Los dos doctores y la muchacha, ya alejada de la vertical pared de la cabaña, se limitaron a observarlo. Tak se unió a Remo. No tocó los escombros, su forma de buscar era más sutil. Sus ojos expertos buscaban pistas, secretos, pruebas que le hablasen. Ninguno de los dos encontró nada. La cabaña carecía de sótano.

 

No es que escucharan el estruendo porque se encontraban en medio del gran estruendo, pero el ruido fue diferente, suficiente para que todos se girasen en esa dirección. El primero en percatarse de lo que estaba sucediendo fue Von Haus, quizás porque era experto en cosas que se quebraban, que se rompían y que ya no volvían a ser las mismas. Les indicó a todos donde mirar.

El puente de piedra había sobrevivido varias civilizaciones, cientos de estaciones y varias crecidas. Sus cimientos ya eran viejos. Cuando los antiguos constructores lo alzaron, la tierra era firme y el hombre un importante candidato al trono de aquella tierra. No lograron domeñar al río, lo engañaron, le colocaron el pétreo collar, evitando así sus frías garras. Una burla que había durado demasiado.

Los hombres ya no estaban. Ni sus hijos. Ni los hijos de sus hijos. Como gotas de agua en la tormenta, habían vuelto al barro. Aquellos hombres eran parte de una historia gloriosa grabada en una roca erosionada por el eterno correr del agua. Sus anhelos, sus miedos, sus historias y vidas, eran cosas del olvido. Ya no tenían fuerza ni presencia. El rio barrió su última memoria sin darle mayor importancia.

Vieron las traviesas de madera flotando, danzando sobre las aguas, tratando de salir a flote igual que la mano de un espantapájaros, no logrando nada más que ser arrastradas corriente abajo. La roca se hundió, sencillamente. Y donde antes había estado el paso que los conectaba con el Paseo de los Reyes ahora solo había una turba feroz de agua.

Remo se aventuró a acercarse al lugar. El tipo rudo se hundió varias veces en el lodazal en que se estaban convirtiendo la zona añadiendo a su lista de pérdidas no solo sus botas, sino también sus pantalones. Tak lo siguió de cerca, puede que con intención de soltar otro chascarrillo. A pesar de su complexión demostró tener una buena forma física. Y fue mucho más cauto que Remo, ya que apenas se hundió en el barro.

Ambos contemplaron la escena. A sus pies se encontraba el último vestigio del puente; el hito que indicaba su lugar en aquel mundo y un par de rocas que ahora se sumergían en las aguas. La ferocidad del río impediría a cualquier nadador experto cruzar al otro lado. La corriente se llevaría a cualquiera que quisiera intentarlo. De hecho, parecía desafiarles, insultándoles con sus encrespadas corrientes. ¿Quién era el rey ahora? ¿Quién iba a domeñar al feroz dios del río ahora?

Cuando ambos volvieron con los demás les informaron de lo que habían visto; el río se estaba desbordando. El agua pronto empezaría a desparramarse fuera de su cauce, sino lo había hecho ya. La lluvia había convertido la zona en un barrizal, pero también podía ser causa de las aguas que se habían desbordado. El Glemteguder les había recordado que no debían olvidarle.

El viento sopló. Su fuerza no había aumentado pero la última pared de la cabaña empezó a oscilar peligrosamente de un lado a otro. Los elementos pugnaban entre ellos por enterrar los últimos vestigios de la civilización del hombre. Sus huellas, sus conquistas, sus banderas y fortalezas. Sus éxitos. Aquel día era como volver al pasado. Aquella tierra quería recuperar lo que era suyo. Y, si se descuidaban, también los barrería a ello.

Remo había propuesto establecer allí el campamento, pero el terreno era irregular, cada vez estaba más encharcado y además estaba el Glemteguder. Nadie era capaz de predecir si la crecida terminaría por tomar aquel pedazo de tierra o si pasaría de largo, ignorándoles. En cualquier caso no había un terreno firme y seco para colocar las tiendas. E incluso en esa situación les costaría encender una hoguera que perdurase durante la noche.

Un mal día, el peor de todos. La tormenta se había recrudecido maldiciendo su reunión. Sin anfitrión, sin calor, amenazados por los señores antiguos de Noruega, odiados por los cielos y maldecidos por la tierra. Aquello si era la forma correcta de realizar una entrada.

 

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15/07/2021, 01:27
Rainer Maria Holtzmann

Rainer asintió mientras escuchaba con atención los mestizos orígenes de Tak (¿Tak, en serio?). Rio ante la sugerencia de que fuera austríaco. No supo por qué, pero le pareció gracioso.

Alemán. De Berlín. Aquel idioma era sánscrito, el idioma clásico de la India. Es un idioma de lo más interesante, porque es el idioma en que están escritos los textos… —Se detuvo en medio de la frase, estaba hablando demasiado y dudaba de que se le oyera bien entre la tormenta y la confusión del momento—. Oh, disculpa, quizás en otro momento encontramos un tiempo más benigno para hablar de idiomas y textos sagrados. Pero sí, podría decirse que conozco unos cuantos idiomas. —Y de nuevo esa sonrisa afable, casi como si la llevara pegada en la cara.

Cuando ya estaban con el resto, escuchó hablar al hombre del bastón. Era claramente alemán, pero su inglés dejaba mucho que desear. Este hombre interrumpió los parlamentos metafísicos de Rainer con intereses más prácticos sobre las tiendas de campaña. Posiblemente, aquello fuera mejor idea que las charlas bajo la lluvia que parecía tener planeadas Rainer.

La joven, que se presentó como Prudence Hawkins, al fin habló y expresó su confusión sobre por qué había venido. Rainer la miró con su sonrisa.

Seguro que has venido por una buena razón —le dijo—. Estoy seguro de que todos tenemos una buena razón para estar aquí. Vamos, de lo contrario no nos habríamos tomado tantas molestias, ¿no? Y por eso no nos vamos a rendir ahora que hemos llegado, ¿verdad? —Hablaba a la muchacha con sencillez, casi como si fuera una alumna a la que tenía que tratar de hacerle entender con paciencia la lección del día—. Además… Ahora parece que ya no estamos solos. ¡Una prueba, eso es! —dijo respondiendo a la sugerencia del señor Yagami (mucho más cómodo eso que Tak)—. Seguro que es una prueba, sí.

Pero sus últimas palabras quedaron ahogadas por el estruendo que provino del río. Miró hacia el lugar en el cual el puente se estaba desplomando, cortándoles la posibilidad de volver por el camino de regreso. Williams y Yagami fueron a revisar el lugar y volvieron informando de que el río se estaba desbordando. La idea de las tiendas de campaña en ese mismo lugar no parecía sostenerse.

No había ya tiempo para las charlas metafísicas de Rainer; no al menos hasta resolver el problema perentorio que tenían entre manos. Dirigió su mirada de nuevo hacia el bosque. Sabía que ese bosque tenía algo, no sabía qué, pero algo había. Si todo eso era una prueba, el bosque era la puerta de entrada.

Quizá la mejor opción sea introducirnos en el bosque —gritó para hacerse escuchar—. Al menos, los árboles nos pueden dar algo de protección y quizá hasta encontremos porciones de suelo algo más secas y estables. ¿Qué os parece? —Rainer no era un gran observador de los detalles prácticos, así que a lo mejor se le estaba escapando algún detalle y, por eso, prefería poner su opinión al escrutinio de los demás.

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15/07/2021, 08:40
Tak Yagami

«El puente está durmiendo con los peces».

Ese fue el mensaje que nos envió el río. Muy siciliano, por cierto. Y oportuno.

No había, de momento, marcha atrás posible.

Quizás con una pértiga... —comenté pensativo, aguardando la reacción del americano mientras observaba la densa espuma que formaba el caudal del Glemteguder, como recordando que había terminado la era del hombre y que empezaba otra, más ominosa y cruel: la era de la tierra, el agua y su hijo bastardo, el pringoso barro que había devorado las botas de Texas Ranger.

Nos reunimos con el resto para explicar la situación, aunque lo cierto era que el río habría sido bastante elocuente en su manifestación de poder primitivo. Sin rastro que seguir y con la retaguardia seccionada por la cólera del río, no me parecía que hubiese una alternativa más razonable que la propuesta por el Dr. Holtzmann. Avanzar por el interior del bosque nos ofrecería cobertura de la intensa lluvia y nos daría a buen seguro un lugar en el que acampar si la noche caía con su abrigo estelar sobre nosotros.

Además, siempre cabía la opción de que algún simpático árbol le ofreciese consejo. No era una cuestión baladí esta.

Coincido. —contesté sumándome a la iniciativa del doctor.

Notas de juego

Cortito y al pie. Avanzando, que es gerundio.

Si se tercia, amplío detalles, pero en esencia estoy 100% de acuerdo con Herr Rainer.

#RemoUsaLaPértiga

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15/07/2021, 15:12
Albert Von Haus

La joven tenía unos ojos verdaderamente hermosos y estaba claro que era mayor de edad. De lo contrario dudaba que hubiese llegado hasta allí ella sola. Lo que no era capaz de ver era que edad tendría. Supuse que entre 18 y 20 años. Aunque la verdad es que me daba igual. Una vez superados los 18 años no era delito acostarte con nadie, ni aún pudiendo ser su padre. La sonreí levemente cuando me miró al tiempo que mis ojos azules la miraron con intensidad, preguntándome que más ocultaría bajo aquel impermeable.

Fue escueta en su presentación y habló más bien poco. Mejor, normalmente las mujeres eran unas cotorras insufribles y solo se me ocurría una manera de cerrarles la boca, pero claro... como iba a hacer semejante acto delante de los demás hombres y a una desconocida. Era divertido hacérselo a las prostitutas que frecuentaba, además siempre acababa con un final feliz. Pero no me apetecía llevarme un mordisco en sálvese la parte. - Quizás más adelante.

Pero el estruendo a mi espalda me hizo salir de mis pensamientos propios de una película para adultos, algo bastante típico en mí y, ayudado por mi bastón, me acerqué a ver que había pasado, quedándome a suficiente distancia como para ver como el río había barrido el puente que acabábamos de cruzar y como Remo y el oriental se aventuraban a acercarse más al lugar. - Iesto nein me gusta niada. - Dije entre dientes.

Al menos nos quedaba la opción del búnker, pero la búsqueda no dio resultado. Maldije en alemán por lo bajo, viendo que estábamos atrapados en un callejón sin salida. La lluvia no paraba y el viento se alzó, haciendo que el lugar donde minutos antes estuvo sentada Prue, empezase a tambalearse, danzando al son del aire y amenazando con caerse en cualquier momento.

Y la loca y desesperada idea de adentrarnos en el bosque surgió del hombre que por apellido estaba seguro que descendía de alemanes. Otra cosa era que hablase el mismo idioma. - Ayudagrïa a no miojagrnos. Fgrienagrïa el aigre y quizäs iencontgremos un sitio dionde acampagr. Piegro, ¿hacia dionde vamos? Biajagr* podgrïa hacegrnos caegr con el suelo miojado. Subigr lo mismo... y no siabemos ni a donde igr.

Y yo quería parar y descansar. Mi pierna gritaba pidiéndome una pausa, sentarme en algún sitio, pero no había nada seguro allí. Así que no me quedó otra que abrir el frasco de pastillas en mi bolsillo, sacar una vicodina y metérmela en la boca como si fuese un caramelo, para tragármela como si nada.

- Piegro sin duda, el bosque segr mäs siegugro que tiodo esto. - Añadí al final, demostrando mi conformidad con aquella parte. Solo quedaba elegir hacia donde ir. - Tiengo un... - Me quedé pensando. No recordaba o desconocía la palabra en inglés. - ... kompass1 en mi equipo... ¿Ja? - Señalé mi mochila, alejada de mí unos metros y caminé hacia ella para buscar la brújula en uno de los bolsillos laterales de aquel enorme macuto.

Notas de juego

*Bajar, aunque suene a viajar, pero queda más divertido así, generando algo de confusión ;)

1 Brújula.

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16/07/2021, 21:58
Remo Williams

Como la mayoría de las cosas en la vida de Remo, aquella idea de montar las tiendas, hacer una fogata y todos amigos cantando canciones se fue a pique más rápido que el maldito puente. Casi por instinto se había acercado a la orilla, maldiciendo su suerte y la de todos los noruegos cuando sus preciosas botas se hundieron en la orilla del río hasta casi la rodilla. El que se había presentado como Tak lo había acompañado. Lo miró sin decir nada, no hacía falta. Al cabo de unos momentos de contemplación, a su circunstancial compañero se le ocurrió que podían cruzar con una pértiga. Remo lo miró entre sorprendido, tentado de utilizar una táctica tan arriesgada sólo por el hecho de ver que pasaba, y resignado.

- Nah -dijo al final. La chica no pasaría, y ni te cuento el cojo -comentó cómplice sonriendo ante su propia broma de mal gusto. No voy a irme solo. Volvamos -sugirió. Sus palabras daban por hecho de que lo conseguiría, pero todos los datos de la realidad daban por hecho de que seguramente moriría ahogado.

Rainer, aunque Remo estaba tentado de llamarlo María sólo por el gusto de ver como reaccionaba, había propuesto la sensata idea de largarse de allí. Tak se sumó, el alemán también, y la chica aún no había emitido su opinión, pero dudaba de que si todos se iban quisiera quedarse sola allí a probar suerte.

- No tenemos muchas opciones -comentó Remo, más que nada para decir algo, porque no le gustaba estar callado. No creo que nuestro anfitrión vaya a llegar, y si lo hace será en helicóptero y dará igual que estemos aquí o un poco más alejados. 

Era difícil decir mucho más ya que todo había que decirlo gritando para superar el ruido del viento y del río.

Mientras los demás terminaban de decidir o juntaban sus cosas, miró hacia abajo. Era peor de lo que pensaba. Sus botas casi no se veían y sus jeans, que se había comprado para el viaje, para dar una buena impresión, ahora daban la impresión de estar completamente arruinados. Ya vería la forma de desquitarse con el río, con el clima y con la puta Noruega. Con alguien había que agarrársela.

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17/07/2021, 11:34
Tak Yagami

@Remo: - Nah -dijo al final. La chica no pasaría, y ni te cuento el cojo -comentó cómplice sonriendo ante su propia broma de mal gusto. No voy a irme solo. Volvamos -sugirió. Sus palabras daban por hecho de que lo conseguiría, pero todos los datos de la realidad daban por hecho de que seguramente moriría ahogado.

Texas Ranger tenía un cáustico sentido del humor.

No me reí -no suelo hacerlo- pero empaticé con él pronto. Un hombre que en mitad de una tormenta del calibre de la que había desatado el cielo sobre nuestras cabezas encuentra el valor para reírse merece mi respeto. Al menos por su optimismo.

Quién sabe. —dije mirando a los eslabones débiles de mi acrobático plan de fuga. Debía estar de acuerdo en subrayar que Von Haus no parecía un prodigio atlético. La chica, en cambio, solo era un misterio de menos de veinte años. No estaba seguro de si merecía el proteccionismo que Texas Ranger parecía dispensarle. Quizás, convine, había topado antes con alguna que otra femme fatale de corta edad que me ha puesto en guardia sobre el engañoso y traicionero velo que son las apariencias.

Miré de soslayo al americano.

Igual nos sorprenden. —acompañé mi declaración con un ofrecimiento silencioso.

Mi brazo ahora estaba estirado hacia él, sujetando la cajetilla de kojaks. La agité para captar su atención.

Seis soldados restaban en su interior, sus sabores camuflados bajo la envoltura de psicodélico estampado. Según mis cálculos, uno, y solo uno, era de fresa ácida. Mi favorito. Me gustaba comprarlos de sabores variados porque así asemejaban la naturaleza aleatoria de la vida. Además, había otra cuestión, nada baladí: siempre me intrigaba saber de qué sabor sería el próximo.

Hubo un tiempo en el que pensaba con absoluta convicción que entregar a alguien un kojak era una inclasificable extravagancia. Esa percepción me acompañó un tiempo cuando dejé de fumar. Ahora... Ahora ofrecer un kojak era lo mismo que ofrecer un cigarrillo y fuego a un alma errante y anónima en una calle sin luz en mitad de una noche de invierno. Un extraño gesto de camaradería en mí.

Solo deseé que a Texas Ranger no le tocase el de fresa ácida.

16,6% frente a 83,4%.

Claro que no va a irse ahora... Usted tiene un motivo para venir aquí. Ha venido a buscar a alguien, ¿no? —No doy puntada sin hilo. —El hombre que le contactó... —Mr. Peppermint. Voy a omitir este apodo para que el americano no piense que soy un Otaku o algo similar. —¿Le dijo que encontraría a ese alguien... en este bosque?

Notas de juego

@Rag: Lo dejo en privado a Remo porque esto lo comenta Tak cuando ambos están contemplando los restos del puente y quizás era retrotraer la narración, pero me parecía oportuno colgar este mensaje.

Si consideras que procede dejarlo para todos, go ahead, que no tengo problema ;-)

@Remo: Lanza D6. Si sale 6, es de fresa ácida xD