Partida Rol por web

- Su compartimento, señor Lancaster. Cualquier cosa que necesite, no dude en pedírmelo.

Te encuentras en la intimidad de un compartimento lujoso y amplio. Por la ventana ves el paisaje que ha comenzado a transitar inexorable al otro lado del cristal. Estáis en marcha, te espera un viaje largo.

Una vez de regreso a tu compartimento, te aseas, te enfundas en tu caro pijama y no tardas en dormirte, acunado por el tren y empujado por el cansancio y las emociones del día.

A medianoche la pequeña y el detective entraron en el compartimento del joven heredero. Ada caminaba somnolienta, frotándose los ojos a cada paso y sin poder contener algún que otro bostezo. Le había costado horrores dormirse después del día pasado, pero finalmente lo había conseguido hacía algunas horas. Y lo cierto era que la niña no estaba acostumbrada a andar despierta a tan altas horas de la madrugada.

En cuanto estuvieron dentro, con la puerta cerrada, la pequeña miró a su alrededor y sus ojos se detuvieron en el sillón. - ¿Puedo sentarme? - Preguntó a Richard con su voz dulce y tono educado antes de dirigirse allí* y cruzar las piernas a lo indio, exactamente como su institutriz nunca le habría permitido hacer. 

Una vez sentada y cómoda, miró a los dos hombres. Era extraño estar levantada tarde con dos desconocidos sin tener a su padre o a su institutriz cerca. Pero la situación era más grave que cualquiera que Ada hubiese vivido nunca en su corta vida y los niños se adaptan a las circunstancias con facilidad, así que no tardó en empezar a hablar. 

- No he querido contarlo ahí fuera, pero anoche vi algo. Fraulein Rottenmeier y yo fuimos al baño y por el camino casi todo el mundo roncaba. Pero por la rendija de la habitación de Abbey pude verla a ella con un maletín de médico, por eso sé que ella es buena y me fío de ella. - Aseguró, mirando a los dos hombres alternativamente. - Ella podría curarnos si nos hacen algo.

Continuó, con una pequeña sonrisa que se convirtió irremediablemente en un bostezo. Miró entonces al detective. - Mi padre siempre decía que soy muy observadora y que podría ser detective de mayor, como usted. Él decía que usted es el mejor del mundo. Se me da bien conocer a la gente si me fijo mucho en ellos. Pero no estoy segura de en quien fijarme ahora... - continuó, poniéndose un dedo en la barbilla - Tal vez en el señor ese que quería que durmiera con él**. - Dijo, con un escalofrío. - O con el que se puso corriendo de parte de la monja y me reprendió. Creo que ese iba a votarme, pero se le acabó el tiempo***. Creo que esos dos podrían ser de los asesinos que buscamos. 

Richard le guiñó un ojo a la joven.

- Eres muy observadora, pequeña. Gracias a ti, ahora sabemos que podemos confiar en la esposa del señor Poirot - dijo, abriendo las manos - Hubiera sido raro que un detective de su valía no se hubiera dado cuenta, pero a veces nuestros sentimientos niegan a nuestros sentidos. Ahora bien, hablando de quién puede ser responsable... no me siento muy cómodo jugando a este juego de acusaciones, pero creo que ese tipo, Heath, no es trigo limpio. Insinuar que la niña durmiera con él... me da escalofríos.

Llegaron al compartimento de 1ª, Ada y el detective, cuidando mucho sus pasos en todo su recorrido. Ambos descalzos, a pesar del frío. Era una jovencita muy lista y en ningún momento hubo de hacerle notar las consecuencias de una indiscreción.

Poirot, entró detrás. Y para todo saludo dedicó un leve reverencia con la cabeza. -No tenemos mucho tiempo.- Susurró. La noche era corta en consideración a lo mucho que hacer por delante. Además, no le gustaba ni pizca dejar a solas a su esposa con cuatro, o tres, asesinos sin apresar recorriendo el tren.

Antes de proseguir esperó que la pequeña dama se acomodase y hablase ella primera. Con pocas horas se había ganado que el detective guardase una muy buena opinión de ella, y casi la tractase de igual a igual. Demostraba tener un intelecto y una conducta muy impropia de su edad.

Sin preguntar, se tomó la libertad de buscar una manta o toalla en la estancia de aquél caballero. Una vez dio con ella, a la par que escuchaba, se la tendió a Ada para que pudiera cubrir sus pies o la totalidad de su cuerpo. Afuera la nieve seguía azotando los cristales y lo último que necesitaban era que enfermase.

En cuanto mencionó el maletín de Abbey, no pudo evitar un destello divertido en sus ojos. Sabía que podía ser, todo lo que no se esperaba de una mujer aristócrata, era parte de su magia, y acarrear un maletín médico en sus viajes la hacía casi tan poco ortodoxa como lo era él mismo. Por unos segundos, redescubría que le había atraído tan poderosamente como para casarse con ella.

Phineas sacó la pipa de su bolsillo y apretujó la hierba con el dedo mientras le conducían por tiempos tan cercanos y lejanos como eran los qué conoció al padre de Ada. Lo recordaba con cariño, y lamentaba profundamente no haber podido asistir a su funeral para despedirlo como merecía. Escuchaba con una sonrisa casi paternal como se confesaba observadora. ¡Ya lo creía que lo era! Era la joven más prometedora que él viera desde... que conoció a un tal Lancaster con un gran futuro por delante. Sino mucho más, aun. Con los años hasta podría rivalizar con su intelecto, y con suerte hasta superarlo, algo que el día de ayer ni imaginaba y en ese momento esperaba ya ansioso por verlo.

Contempló satisfecho aquellas dos mentes. Estaba frente las próximas generaciones de su oficio, un oficio que se había creado él mismo y este era único. Aunque a ojos y oídos de muchos podía parecer el mismo que el de su primo, Phineas guardaba muy bien la opinión que ese medio farsante y timador de opereta le inspiraba, mas no le iba a negar uno o dos casos bien acertados.

Luego, habló aquél joven prometedor aristócrata, y mejor jugador de polo, sobre la alegría que sentía de saber a ciencia cierta sobre la condición y la buena voluntad de Abbey. Phineas se encogió de hombros sin sentirse molesto. Jamás había sospechado de ella, pero entendía que no sonaba muy objetivo siendo él su esposo. -Quizás en futuras ocasiones podamos reunirnos en el décimo los cuatro, sería algo menos llamativo.- Indicó.

Cuando ambos cesaron, le tocó hablar.

-Repito. Ya lo creo que eres una señorita muy observadora.- Le dio un toque muy leve a la frente con el mango de su pipa. -Una entre miles, sino miliones, aseguraría yo. Jujuju.- Reprimió una sonora carcajada, aunque no había ironía en sus palabras. Jamás había pensado en engendrar un hijo, pero de tenerlo se habría sentido muy orgulloso que fuese como ella. Una digna sucesora. -Esas personas, son justo las mismas en las que tenía puestas mi atención^*.- Arqueó una ceja, inclinó la cabeza y se encendió la pipa, dando tres buenas caladas hasta que se aseguró que había prendido.

-No, ese... Heath tampoco me parece trigo limpió.- Secundó al joven heredero y chasqueó la lengua. Sus fosas nasales se abrieron en un visible desdén, bien podía dar la sensación que oliese las mentiras desde ahí, a tanta distancia, aunque era un gesto completamente inconsciente. -No solo por su desliz cuestionablemente bien intencionado. A mí, me cosquilleó mi instinto, cuando mostró tanta prisa por alegar su inocencia e inculpar a su compañero de compartimento. Mucha prisa. El primero en hablar no siempre es más inocente.- Reflexionó en voz alta, aunque no distaba mucho de la razón que le había movido a votar a la supuesta monja.  

-Está claro que habrá que tener un ojo puesto a esos dos elementos, señorita Birdwhistle. Hay alguna poderosa razón que impulsó a ese pedante licenciado, a defender con tanto empeño a "Sor" Lorenza. Esperemos que esa poderosa razón no fuera solo simple estupidez, porque no podemos dejar pasar tantos días moviéndonos a ciegas.- Levantó la mirada que había dejado perdida al suelo como si pudiese ver el futuro. -Lo que es yo, no lo voy a permitir. En cuanto tenga la certeza, o una sólida sospecha, de alguno de estos asesinos que buscan, y recalco, en presente, pues no han terminado aquí sus fechorías... "buscan" hacer daño a los pasajeros y nuestros seres queridos, no voy a esperar pacientemente un consenso**.

-Así pues... creo que haremos bien en reducir posibilidades. Esta noche estaremos atareados. Como he anunciado, no disponemos de mucho tiempo. La cuestión es: quién observa nuestra querida Birdwhistle y a quién... yo.

Dejó que calase el silencio y cada uno llegase a un acuerdo con sus pensamientos.

Como si no hubiera hablado de algo realmente grave, como es matar a un ser humano, Phineas cambió radicalmente de tema. -Por cierto, mi buen amigo Lancaster, a quién celebro que al fin me reconociera después de tantos años. Y a quién debo reconocer, y puede que hasta disculparme respecto, que me divertí sobremanera la noche anterior...- Sonrisa cargada de divertida ironía. -¿Fue un farol su despedida al comedor, o realmente guardáis un arma?- Indagó sin tapujos.

Ada no pudo evitar una pequeña sonrisa al recibir los halagos de los dos hombres. Sintió unas enormes ganas de esforzarse por hacerlo aún mejor para que pudieran sentirse orgullosos de ella. Cogió la manta que le tendió Phineas y se arrebujó en ella mientras escuchaba a sus dos acompañantes.

Cuando Phineas terminó, ella asintió con firmeza. - ¿Y no se dieron cuenta de cómo el señor ese que apoyaba a la monja contra mí, después parecía renegar de ella cuando... - la voz se le quebró un poco recordando el momento en que la mujer se había metido por su propio pie en la vagoneta- cuando se la llevaron al final? Porque cuando ella estaba parecía no dudar en absoluto de ella, pero cuando se fue la llamó bruja en lugar de monja. - Remarcó la palabra, abriendo los ojos, como si no pudiera imaginar un insulto peor para una monja. - Fue raro que cambiase así de opinión sobre ella, ¿no es cierto?

Se quedó pensativa algunos segundos y finalmente miró alternativamente a uno y a otro. Se quedó mirando al señor Poirot. Le daba escalofríos pensar que fuese a matar a alguien a sangre fría. O tal vez no lo había entendido bien. Y aunque fuese así, si lo hacía para protegerlos y atrapar a los asesinos no podía estar mal, ¿no? Terminó asintiendo de nuevo, aunque esta vez más para sí misma.  - Entonces... ¿Quieren que observe al señor Heath? 

Negó casi imperceptiblemente.

- La verdad es que lamento no haber caído en quién erais, señor Poirot, pero tanto vuestra mujer como el apellido Lansbury me confundieron, debo decir - dijo, mostrando una faceta algo más humilde que lo hacía en público - Sin embargo, debo confesar que no, no llevo arma ninguna. No fue más que un ardid para asegurarme que quien tuviera intención de atacar durante la noche, no se atreviera a venir a por mí.

-En mis viajes no suelo usar mi apellido Poirot, mi querido amigo.- se encogió de hombros. -Qué queréis que os confese, a veces me gusta un poco la intimidad.

Lo de que el arma fuese una treta eso ya lo lamentó más, chasqueó la lengua contrariado. -¡Tsk!- Era una pena.

Como queriendo cambiar de tema y no perder el tiempo en hechos que nada podía hacerse al respecto, Phineas asintió ante las palabras de la joven, no cesaba en demostrar una tras otra en sus observaciones. ¡Cuánto futuro se leía en la destreza de esa niña! Hasta se había fijado en aquella veleta de hombre, en aquella doble moral que seguro que a la mayoría de adultos había pasado desapercibida. -Completamente cierto. Es muy raro eso en una persona, son esos detalles los que nos dicen más.- Se sinceró, aunque le pareció que ella hasta había sido más avispada que él, en esa ocasión.

-Respecto al misterio del compartimento numero once, creo que sí, señorita Birdwhistle. La acompañaré y probaremos de nuevo esas capacidad suya de observación que nos está resultando tan útil, yo echaré un ojo alerta al pasillo mientras usted, espía al caballero, luego la llevaré a nuestro compartimento, y yo... quizás de un paseo para asegurarme que el tren está libre de cucarachas.