Randir

Tiempo atrás, Randir no era Randir, y desde entonces Randir se siente dividido. Sabe que le falta una mitad. Sus recuerdos vuelan, inconexos, hasta el momento en que eso sucedió, y le traen imágenes de un pasado diferente. Es cierto: Randir no era él, sino otro Fata. Uno que amaba con locura, luchaba con pasión y hablaba con tenacidad. Uno que quizá amaba con demasiada locura, luchaba con demasiada pasión y hablaba con demasiada tenacidad.

Míredir, pues así se llamaba, era un bravo guerrero que no depositaba su confianza ni en el Rey, ni en la Reina, ni en su propia sombra. Eso era lo que le había hecho sobrevivir, y así debía seguir siendo. Sólo una Fata había logrado abrirse paso hasta lo más profundo de su corazón: Elória, cuyos cabellos dorados eran capaces de envolverlos a ambos en una burbuja que dejaba fuera la desconfianza y la falsedad de Palacio. Ella era amable y gentil, pero también suspicaz y sincera. Y esto haría que a la pareja nunca le faltasen enemigos.

Llegados a ese punto, los recuerdos de Randir se resquebrajan. Quizá se quemaron con él tiempo después. Quizá los perdió en el cambio. En cualquier caso lo que sí sabe con seguridad es que algo pasó a Elória. Ella murió, asesinada, delante de sus propios ojos y sin que pudiera hacer nada. La culpa, el rencor y el ansia de justicia a punto estuvieron de nublar su juicio, de hacerle jurar venganza contra todo Fäe. Pero el dolor era más fuerte que todo eso. Era una agonía intensa, que había taladrado el pecho de Míredir y penetrado en su corazón. Y fue lo que le hizo dividirse. De otra forma no sería soportable. Por un lado el dolor, por el otro, el sentimiento de justicia.

Le dieron caza. Vaya si lo hicieron. Pero no había nada que pudieran hacer para acabar con él ya. El dolor que quisieran infligirle no era importante, pues el que él llevaba dentro era mucho mayor. No llegó a reconocerlos por sus voces, ni tampoco a ver sus rostros. Pero sí tenía claro que debía sobrevivir, aunque sólo fuese porque ellos no terminasen victoriosos después de lo de Elória.

Tortura. Hoguera. Tortura otra vez. Una y cien veces trataron de descomponer su esencia, de hacer que ningún soñador llegase a recordarle. Pero la voluntad de Randir fue más fuerte. Tuvo que cambiar, claro, y perdió muchas cosas en el camino. Pero también se fortaleció. Y cuando todo acabó, cuando sólo era una madeja descompuesta con poco que ofrecer, se marcharon. Alguien los echó.

Dijo llamarse Namárie, y sus ojos revelaban ira por lo que le habían hecho. Al igual que la parte de él que le había abandonado, ella parecía una defensora de la justicia. Pero Randir ya había aprendido que eso era algo que nunca había existido realmente. No en Palacio. No en Fäe.

Aquella Fata le guió hacia un lugar donde estaría seguro. Las Ruinas. Un sitio donde sólo los Fata olvidados caminaban entre lo que otrora había sido una enorme ciudad. Nadie le buscaría allí. Nadie le recordaría allí.

Fue en las Ruinas donde empezó a comprender. Los ecos del pasado aún resonaban en las cuevas y acantilados, trayéndole palabras de los que un día allí habitaron. Aprendió a escuchar. La muerte le había convertido en lo que era. La muerte le daría las respuestas que necesitaba.

Volviendo la vista atrás, al momento en la estación de metro, se te hace complicado pensar que te has equivocado. Es difícil calcular cuánto tiempo ha pasado exactamente desde ese momento, pero aún así cada vez sientes a esos que te rodean más cerca, como si compartierais algo más. Como si fueran parte de algo que no puedes recordar. Hay algo más: una sensación latiendo en tu interior. Algo que te dice que para ser tú de manera completa tendrás que escoger a uno de ellos como foco. Puede que aún no sepas cómo o para qué, pero hay una cosa certera: esa elección es importante.

De entre todos los que había visto pululando a mi alrededor desde que bajara a la estación de metro hasta que la niña del árbol se descolgase por su propia mano, había una persona que había llamado positivamente mi atención por encima de las demás.

Alana McRae

Se había acercado a aquel muchacho patoso de baja autoestima y lo había estado consolando, mientras los demás sólo pensaban en sí mismos, con excepción, quizá, de los que se acercaron a la niña pequeña (Jane) para apartarla de la visión de la otra niña ahorcada.

Sea como fuere, si tenía que elegir a alguien de entre el grupo, Alana sería mi foco.

Ahora que tu alma volvía a ser consciente de quien eras realmente, ahora que empezabas a intuir de lo que eras capaz... Las cosas volvían a estar más o menos claras para ti.

Sin embargo aun faltaba algo. Sabías que no estabas completo. Tu poder, tu capacidad para lograr tus objetivos... Aún podía crecer un poco más. Sólo tenías que terminar de encontrarte a ti mismo. Pero ¿cómo? La respuesta no estaba sólo en ti. Estaba en tu pasado. Estaba en tu presente. Escuchabas a los que te acompañaban, consciente de que allí, entre ellos, se encontraban algunos de los Fata que conociste en otro tiempo. ¿Podría estar en ellos ese catalizador que te diese lo que te faltaba?

Con un poco de suerte Míriel, tu otra mitad se encontraría también allí. Puede que reencontraros fuese lo que necesitases. O quizá Namárie. Ella te había salvado de aquella tortura... Hablar con cualquiera de ellos sería increíble. Y luego estaba esa chica, Alana McRae. ¿Quién era en realidad? ¿Tendría ella las respuestas que buscabas?

El día iba pasando, y delante de ti unos y otros iban tomando posiciones ante lo sucedido. Las acusaciones empezaban a volar en todas direcciones, y era complicado saber cuáles de ellas tenían fundamento. Si es que alguna lo hacía.

Por otro lado, era evidente que estabais en peligro. Todos.

Por suerte tú ya te habías enfrentado a la muerte antes. La habías mirado a la cara y habías logrado librarte de ella. Y esa era una costumbre que no se perdía tan fácilmente.

Llegó la noche, y con ella tu momento. Con el tiempo habías aprendido que la oscuridad es una buena aliada. Quizá algunos no aprobasen tu manera de observar, de escrutar, de escuchar a los muertos. Sin embargo sabías que era necesario. Si los vivos no te daban las respuestas que buscabas, las encontrarías en donde hiciera falta.

- Randir, el Enterrador. - Como un enunciado, como un título aristocrático, como un trabajo que nadie más desea hacer. Una extraña mezcla de todo ello resonó en mi cabeza. Recordé el vínculo que tenía con la muerte, quizá por haber estado tan cerca de ella, tan a menudo. Sea como fuere, este era el momento de invocar ese vínculo siniestro.

De similar forma como, siendo mortal, mi visión se desplaza para buscar un lugar lejano, de esa misma forma mi consciencia atraviesa el plano material, el inmaterial y accede a los secretos de las almas que nos abandonan. Fijé en el rastro de Mathías mi consciencia viajera y observé.

Tus ojos se posaron sobre el cuerpo inerte de Mathias. Él había sido el primer ajusticiado, pero era probable que no fuese el único.

Lo primero que recibiste fue una imagen de la Fata que habitaba en su interior: una sirena. No la habías visto antes, o si lo habías hecho no lo recordabas. Quizá cuando todavía no era Randir, sino... Otra cosa.

Sin embargo, lo que vino después fueron imágenes de su vida, tanto Fäe como presente. Una sonrisa divertida, casi sádica, mientras atraía a humanos y Fata sólo para acabar con sus vidas por diversión. La presencia continua del agua como compañera, como herramienta y arma ejecutora. El regocijo en el engaño. Una y cien muertes a sus manos. Y algo más, algo mucho más lejano... ¿El secuestro de una niña? Aquello no fue lo único. También comprendiste su esencia al observar a Mathias agarrar por detrás a Zaira, asiendo su garganta con fuerza para impedirle gritar. Sí, estaba claro que esa noche había actuado solo. Aunque eso no significaba que no tuviera compañeros, claro. A estas alturas conocías la naturaleza - tanto la humana como la Fata - lo suficiente como para saber que era raro que alguien hiciera algo así sin el apoyo de otros.

Al menos no se habían equivocado con él.

Con el atardecer la sangre había vuelto a ser derramada. El crudo combate te había traído recuerdos del pasado, de cuando tú eras el que sufría un ataque tras otro y sólo podías concentrarte en sobrevivir. Sin embargo eras consciente de que tenías que apartar esos pensamientos y centrarte en lo importante. Tu momento acababa de llegar. Ese en que la muerte te miraría a los ojos para revelarte los secretos de uno de los caídos.

Una vez todo acabó, tu mirada buscó el cadáver que sólo unos minutos había sido Jane. Aquel cuerpo pequeño que había contenido una esencia tan grande se encontraba lleno de la quietud de la muerte.

En él aún había reminiscencias de quien lo había adoptado y manejado: una Fata del Bosque, una que no conocías. Y sin embargo al observar las imágenes que vinieran a ti no fue difícil sentir un poco de lástima. Tarma siempre había estado sola. Su primer recuerda era de ella misma abrigada con la hoja de un gran árbol. Tuvo que crecer enfrentándose a los peligros del Bosque, ayudándose de lo que el propio Bosque le brindaba para ello. Bien era cierto que alguien parecía ayudarla desde las sombras, atrayendo soñadores para ella, pero nunca llegaron a establecer contacto.

Hubo una vez en que tuvo la oportunidad de cambiar las cosas. En la orilla de un lago Tarma encontró una hermosa Fata recién nacida, cuyo lamento era una mezcla de canto de sirena y llanto. Sin embargo el miedo y la indecisión hicieron que no la dejase quedarse con ella. La llevó al borde de la Linde y allí la dejó, esperando que se hicieran cargo de la pequeña, y continuó viviendo sola.

Cualquiera se preguntaría cómo había logrado Tarma sobrevivir tanto tiempo casi sin ayuda, creciendo en la más absoluta de las soledades. La respuesta era al mismo tiempo increíble y evidente: nunca había estado sola. Había aprendido a hablar con cada brizna de hierba, con cada árbol, y pedirles ayuda. Ellos la escuchaban y le contaban secretos. Como el de la vida. Como el de la muerte.

Otro atardecer había pasado, dejándoos muerte frente a vosotros y oscuridad sobre vuestros hombros. Sin embargo la llegada de la noche para ti era más que peligro o miedo. Era la oportunidad de indagar en los que ya no vivían, de profundizar en sus memorias como no te dejarían hacer en vida.

Sí quiero :)

Voy a escrutar el alma de Roger Templar.

Una vez más dejaste que tus ojos viajasen hacia uno de los caídos... Roger Templar esta vez. Ese que, según él mismo decía, escondía a quien sabías que era tu otra mitad.

Quizá fue por eso que la conexión fue más rápida que con ninguno. Su esencia era en parte la tuya, y el tiempo no lo había cambiado. Bajo su piel se encontraba Míriel, y sus recuerdos más lejanos fueron una fuente de dolor.

Elória. Al final a ella se reducía todo. Una vez más viste la pérdida que había escindido tu ser en la memoria del caído, y algo en tu pecho se encendió. A partir de ahí las memorias eran diferentes a las tuyas, pero aún así la reminiscencia de Elória seguía presente en tus pupilas. Viste cómo Míriel había terminado en Palacio. Cómo había llevado su sed de justicia a todos los campos de su vida. Y, efectivamente, viste cómo había dado muerte a los hijos de Lassa de una forma contundente y efectiva...

Pero él tenía razón: lo había hecho porque había visto la maldad en ellos. Porque si algo podía hacer Míriel era escrutar en los corazones de la gente y conocer la verdad que ocultaban. Y ahora se encontraba muerto por esas mismas verdades. Por haber buscado justicia.

Ver cómo había aprendido a proteger a los demás te hizo comprender hasta qué punto os complementabais. Él sabía hacer que otros sobrevivieran, tú sabías burlar a la muerte tú mismo. Como las dos caras de una misma moneda.