El Aliento

Habían pasado siglos desde que habías dejado Fäe. Puede que fuese por eso que tus recuerdos ahora estaban incompletos. Aquellos años en las Ruinas habían quedado atrás hacía mucho, y sin embargo era imposible no sentirlas aún ahora como tu hogar.

Y sin embargo, por más vueltas que le dabas, al final tu memoria te llevaba siempre al principio. A Elória. Su muerte había provocado tu escisión, dejándote de alguna forma incompleto. Había sido necesario, sí... ¿Pero qué deparaba ahora el futuro? Cuando todo esto terminase, si volvíais a Fäe y las cosas marchaban... ¿Habría un lugar para Míredir, o sólo Randir tendría cabida?

En realidad todas esas cosas poco importaban. O al menos no lo harían hasta que todo esto se solucionase. Muertes, muertes, y más muertes, eso era lo que os traía un día tras otro. Aunque de vez en cuando había un soplo de vida, como hoy había sucedido ya dos veces.

Sería genial poder dar ese regalo a alguien. Poder cerrar los ojos, imaginarlo vivo y que simplemente sucediera... Si pudieras hacer algo así volver a Fäe sería muy distinto, pues Elória podría volver. Y podrías volver a ser uno por fin.

Ese pensamiento fue el que te hizo darte cuenta de que no tenía por qué ser tan complicado. Habías aprendido de las Ruinas a escuchar a los muertos, ¿qué impedía que ahora aprendieses a insuflarles algo de vida? Podías hacerlo. Tenías la voluntad y el aplomo. Alcanzar la capacidad no era más que cuestión de tiempo y de esfuerzo.

Una vez más, tras aquel crudo atardecer, la noche comenzaba a dominar el día. Y con ella llegaba el momento de que tu oído volviera a escuchar el lamento de los caídos, de mirar en las cuencas de sus ojos y sonreír mentalmente a la muerte mientras te desvelaba sus secretos. ¿Quién sería en esta ocasión?

Observando a los muertos, tengo la sensación que los secretos de Samuel Nabody pueden resultar esclarecedores. Por tanto, será su alma la que escudriñaré esta noche.

Esta noche insuflaré el Aliento de la vida a Roger Templar.

Aún con aquellos dos seres presentes fue sencillo cerrar durante un instante los ojos. Tu poder había crecido a lo largo de los días, habías podido notarlo en este combate. Lo temible no era eso, sino pensar cómo lo habría hecho también el poder de otros.

Sin embargo aquello tendría que esperar. Era tu momento de bucear en las memorias de alguien. De escrutar sus recuerdos y tratar de comprenderle. Y Samuel sería el elegido.

Lo primero que recibiste fue Bruma. Bruma por todas partes, rodeándole, acosándole, impidiéndole respirar. No había ningún recuerdo antes que la Bruma, y después... La Linde. Él era Loth. Él había llegado de lo Desconocido.

Como consecuencia había sido retenido en la Linde hasta que se supiera cómo había sucedido. Ningún interrogatorio surtía efecto, pues él ni siquiera recordaba qué había habido antes de la Bruma. Finalmente fue liberado a escondidas.

Caminó. Lo hizo acompañado de una Fata que ahora reconocías como Lúva, aunque sus senderos no tardaron en separarse. Ella había encontrado un hogar. Él, en cambio... Necesitaba saber quién era. Cómo era. A pesar de que comprendía y asimilaba lo que era la gratitud, la envidia, el amor o el miedo, era incapaz de sentir esas cosas. No sentía nada. Por otro lado sus maneras y gestos, incluso su aspecto, parecían adaptarse de manera natural al entorno que le rodease, y eso le hacía ser bien recibido en todas partes... Pero eso no hacía más fructífera su búsqueda. Sin embargo en determinado momento encontró a alguien. Alguien que por quien poseía un sentimiento genuino, no importado, que calentaba su pecho y le hacía descansar de una manera muy distinta a cómo lo hacía antes. Puede que no supiera cómo había sido su pasado, pero tenía claro con quién quería pasar su futuro.

Pero había algo más, al margen de eso de lo más profundo de su alma parecía surgir un amor profundo e irracional, algo lleno de pureza y capaz incluso de matarle por esa misma unión.

Una vez habías terminado de recibir sus recuerdos, de escrutar en su interior... Estabas a punto de retirarte cuando te diste cuenta de algo más: al igual que tú Samuel había visitado ese reloj.

Al caer la noche, cuando la oscuridad se hizo presa de la ciudad, no tardaste en levantarte y acercarte a tientas al lugar donde se encontraba el cadáver de Roger. La otra mitad de tu mitad. La otra cara de tu moneda.

Con los ojos cerrados, sabiendo de forma inconsciente qué hacer, exhalaste tu aliento en su boca, sabiendo que este se propagaría durante el día y le calentaría durante la noche, haciendo que veinticuatro horas más tarde volviese a la vida.

Tras el atardecer la luz volvía a desaparecer lentamente. Poco a poco llegaba de nuevo ese momento en que podías mirar a la muerte a los ojos y que ella susurrase para ti los secretos más ocultos. Podías sentir ese poder vibrando dentro de ti, ofreciéndose, listo para ser usado.

Supongo que Paul echará un ojo en Seth, así que yo me voy a fijar en:

Anya Bennet

Veamos qué escondía la psicóloga.

Cada vez te costaba menos empezar a oír los ecos de los muertos. Incluso ahora, con alguien que llevaba tantos días fallecido, en tu mente resonaban sus últimas palabras y todas aquellas que no llegó a pronunciar. Con cada día que pasaba tu poder aumentaba, eso era un hecho. Y si aquello le estaba pasando a todos el resultado podía ser ciertamente peligroso.

Cuando posaste tu vista en Anya lo primero que recibiste en tu mente fue una imagen de la Fata que habitaba en su interior: Vanya. Su carácter frío siempre le había ganado muchos enemigos, y en su momento había sido acusada de un crimen que no había cometido. Entre herida y atacada, decidió renunciar a sus propios poderes como medida de seguridad para que aquel tipo de acusación no se volviera a repetir.

Sin embargo ahora que mirabas dentro de ella, ahora que observabas tu alma, te dabas cuenta de que eso no había sido más que un paripé, un truco de magia, para engañar a la Reina y conseguir algo que sólo podía lograr en Palacio... Aunque era imposible saber qué.

Ya liberada, Vanya se recluyó en las Ruinas, abandonando su Bosque natal. Desde allí protegió a los suyos de lo que muchos consideraban la tiranía del Palacio, sin dejar que la Guardia Real dañase a ninguno de sus aliados. Nunca más.

:P

XDD

¿Se ha notao mucho?

No, creo que no. xDDDD

Otro atardecer, otra muerte. O, en este caso, más de una. Tres muertos por la mañana, dos durante el día y ahora otros. Más valía pensar que había traidores entre ellos. Aunque tú podías confirmarlo. Podías dejar que tus oídos escuchasen, que tus ojos viesen y tu mente sintiese. Podías oírles. Podías entenderles.

Lo tengo clarísimo: Alana.

Por sexto día consecutivo tu consciencia se dejó llevar. Puede que habitases un cuerpo humano, sí, pero el Fata que había dentro de él sólo tenía que cerrar los ojos para comenzar a escuchar lo que otros no oían. Puede que fuese por lo que te habían hecho en su día. Puede que simplemente por haber aprendido. Poco importaba eso ahora. Lo realmente relevante era la verdad.

Ni siquiera habías terminado de decidirte de una manera consciente cuando ya empezaste a recibir los recuerdos que habitaban en la mente de Alana. Ella era Essä, Fata del Bosque, y siempre se había sabido especial, diferente. Había algo dentro de ella que la hacía sentirse distinta a los demás, aunque era difícil saber qué. Ella podía ver el aire vibrar con los anhelos de los miles de humanos que visitaban Fäe aún sin saberlo, y jugar con ellos era la mayor felicidad que Essä podía poseer. Inocente, vivaz, alegre. Esa era Essä.

No creció sola. A pesar de no ser su madre hubo alguien que fue una constante en la vida de la Fata, respondiendo a todas sus preguntas con una risa cantarina, y ayudándola cuando era necesario. Una sirena. Falmari.

Si algo marcó la existencia de Essä eso fue verle a Él. Se encontraba cerca del lago donde Falmari solía habitar, y se encontraba en peligro. Como si de un meteorito de pura velocidad se tratase, Essä trató de llegar allí cuanto antes, reuniendo en esa trayectoria todas sus fuerzas. Sin embargo la sirena llegó antes y salvó a aquel hermoso ser. Oculta entre los árboles, temerosa de lo que él pudiera pensar de ella, escuchó cómo se presentaba. Elendë, dijo llamarse antes de irse. El nombre más bello que Essä había oído jamás.

Desde ese momento todo cambió. Essä se enteró por Falmari de que aquel chico era un criminal, alguien buscado para ser ejecutado. Aquello hizo que Essä tomase una decisión. Había vivido en el Bosque, y había aprendido de él. Se prepararía para lo que estuviera por venir, escucharía la versión de Elendë, y sólo entonces decidiría si darle muerte a él o a sus perseguidores.