Namárie

Son pocos los Fata que han llegado a la posición de Namárie. Pero menos aún son los que han renunciado a ella después sólo por ideales como la lealtad o el honor. Esa última lista, de hecho, sólo contiene su nombre, y todo Fäe sabe que seguirá siendo así por mucho tiempo.

Namárie es una Fata que nació siendo nadie, a medio camino entre el Bosque y el Palacio. Tardó mucho, mucho tiempo en encontrar su lugar, y cuando lo hizo fue después de que el Rey la conociera por casualidad.

Aquel encuentro nunca se borraría de la memoria de Namárie. Eran muchos los Fata que decían que el Rey podía ver la verdad en otros Fata, su yo más profundo e interior, y cuando sus ojos se cruzaron con los ella una cálida sonrisa iluminó su rostro y sin llegar a decir una sola palabra la invitó a acompañarle. Sólo unas semanas más tarde era una de sus escasas personas de confianza, una guerrera a la que él sabía que podía confiar cualquier misión.

Namárie no quería lujos, ni nada parecido. Sólo quería servir a una causa justa. Pero cuando el Rey desapareció y las cosas empezaron a cambiar todo aquello se tambaleó. Siguió en Palacio bajo las órdenes de la Reina, claro: aquel era su compromiso y su deber. Sin embargo su corazón no se encontraba ya allí, sino en algún otro lugar mucho más alejado. Pero los días pasaban y ella no tenía más que lo que había sido su palabra. Necesitaba algo para dejar ese lugar: un catalizador. Y llegó, vaya si lo hizo. Llegó de la peor manera que podía hacerlo.

Durante todo el tiempo que había permanecido en Palacio Namárie lo había compartido todo con otro Fata. Alguien leal y fuerte, capaz de desafiar a todo Fäe si fuese lo correcto. Fue por eso que otros le dieron caza. Fue por eso que le mataron, que le masacraron por dentro y por fuera. Y ni siquiera le llevaron su cuerpo de vuelta. El ataque fue cobarde y ruin: le pillaron a solas, y ella siempre se culparía por no haber estado ahí.

En Palacio le dijeron que no partiese, que dejarse su descomponerse su cuerpo, convertirse en retazos de sueños rotos. Pero eso no era una opción: no para ella.

Tardó semanas en encontrarlo. Se encontraba en las Ruinas, en ese lugar del que nadie hablaba. Y no estaba muerto. No sabían cómo, ni él ni nadie, pero había vuelto a la vida. Bien era cierto que su psique se había roto en el proceso, y que su cuerpo ya no era el de antes, pero Namárie podía sentir a su antiguo compañero ahí dentro. Decidida a cuidar de él comenzó a dividir su tiempo entre el Palacio y las Ruinas, y poco a poco fue dándose cuenta de cómo había cambiado. Ya ni siquiera se llamaba a sí mismo igual: ahora, para él y para todos, era Morchain.

Aún así Namárie continuó decidida a ayudarle, y poco a poco fue dándose cada vez más cuenta de que su sitio ya no estaba en Palacio. Sin el Rey presente la corrupción y el engaño habían ido poblando las salas y los pasillos, y ahora estar allí era casi un castigo. La gente de las Ruinas, en cambio, era agradable. Incluso había una Fata, Aidane, que trataba a Morchain con compasión y paciencia. No era la vida que hubiera escogido, pero era la mejor que el destino le ofrecía.

Hubo dos acontecimientos que fueron el último empujón que ella necesitaba. El primero, el asesinato de los hijos de una Fata por parte de un miembro de la corte, un supuesto paladín del bien, sin que ellos fueran más que retoños. No habían llegado a cometer ningún crimen, pero habían sido asesinados en nombre de una justicia inexistente. La princesa Celebia indultó despreocupadamente al asesino, dejándole campar a sus anchas con tal de pedir permiso la próxima vez que tomase una decisión como esa.

Y el otro suceso fue algo que normalmente no la habría empujado fuera de Palacio, pero sí hizo que se encontrase de nuevo a sí misma. Namárie se encontraba en uno de sus viajes hacia las Ruinas cuando localizó a un grupo abusando de un Fata. El sufrimiento al que le sometían era tal que resultaba extraño que no temblasen hasta las propias raíces de Fäe. Crueldad, sadismo y ansia de sangre, esos eran los motivos que parecían mover a los captores. La similitud con el ataque sufrido por Morchain hizo hervir la sangre de Namárie, dándole fuerzas para expulsarles aún desarmada. Y al contemplar la visión que ofrecía aquel Fata tan descompuesto, tan deshecho, se apiadó de él y lo llevó a las Ruinas. Randir, se llamaba. El cien veces quemado.

Eso hizo a Namárie darse cuenta de que no podía dejar de luchar. De que a pesar de abandonar su puesto en Palacio había muchos que necesitaban ayuda de alguien como ella para salir adelante. Para sobrevivir. Y que era sólo cuestión de tiempo que Morchain estuviera en condiciones de ayudarla. Y cuando eso pasase podrían reunirse con el otro integrante de su grupo, ese que habían perdido hace tiempo, y dedicarse a ser lo que realmente eran: una Tríada con la voluntad y el aplomo para defender al débil. Para expulsar al cobarde. Para dar caza al asesino.

Volviendo la vista atrás, al momento en la estación de metro, se te hace complicado pensar que te has equivocado. Es difícil calcular cuánto tiempo ha pasado exactamente desde ese momento, pero aún así cada vez sientes a esos que te rodean más cerca, como si compartierais algo más. Como si fueran parte de algo que no puedes recordar. Hay algo más: una sensación latiendo en tu interior. Algo que te dice que para ser tú de manera completa tendrás que escoger a uno de ellos como foco. Puede que aún no sepas cómo o para qué, pero hay una cosa certera: esa elección es importante.

Lera miró al montón de vagos higiénicos y supo que aquellas personas no eran normales. Tenían algo de ella, algo que compartían... algo que no se podía negar. Se preguntó, si como ella, serían demonios o si habrían matado a gente buena. Si sus caminos se habrían desviado tanto como el de ella. Pero bastaba solo una mirada para darse cuenta de que no, no era así. Aquella era gente con distintas motivaciones y pasados, algunos más oscuros que otros sí, pero no todos tan reprochables como el de ella. No todos asesinan a un sacerdote con poderes demoníacos y crecen cuernos.

Pero entre ellos, una figura se destacaba. Había alguien que le llamaba la atención más que todo el resto. Un hombre de mirada distante, o bueno, mirada ciega, y actitud distante. Sí, aquello lo describía mejor. ¿Que tendría que ver él con ella? ¿Por qué sentía que debía elegirlo? ¿Sería su próxima víctima? ¿O acaso sería su salvador?

Ahora que tu alma volvía a ser consciente de quien eras realmente, ahora que empezabas a intuir de lo que eras capaz... Las cosas volvían a estar más o menos claras para ti.

Sin embargo aun faltaba algo. Sabías que no estabas completa. Tu poder, tu capacidad para lograr tus objetivos... Aún podía crecer un poco más. Sólo tenías que terminar de encontrarte a ti misma. Pero ¿cómo? La respuesta no estaba sólo en ti. Estaba en tu pasado. Estaba en tu presente. Escuchabas a los que te acompañaban, consciente de que allí, entre ellos, se encontraban algunos de los Fata que conociste en otro tiempo. ¿Podría estar en ellos ese catalizador que te diese lo que te faltaba?

Con un poco de suerte Randir se encontraría también allí. Era tu oportunidad de habla con él, de asegurarte que aún se encontraba bien. Quizá los que le habían hecho aquello querían volver a hacerle lo mismo. Y luego estaba aquel Fata, Míriel... Ese supuesto paladín del bien. Quizá era el momento de que encontrase lo que era la verdadera justicia. Y luego estaba esa hombre, Lyman F. Gale. ¿Quién era en realidad? ¿Tendría él las respuestas que buscabas?

Puede que en Palacio aprendieses que la justicia no era lo que los Fata de allí decían. Puede que aprendieses cómo hacían oídos sordos ante las cosas que estaban sucediendo incluso a los que les eran más leales, como Morchain. Sin embargo tú lo tenías más que claro: ningún crimen debía quedar sin castigo.

Fue cuando conociste la desgracia de Serindë y lo que ella podía hacer que tu perspectiva cambió un poco. En un mundo tan lleno de violencia la paz nunca existiría. Salvo, claro, que vosotros os encargaseis de mantenerla. Y si para ello había que minar un poco su voluntad y convertirlos en marionetas... Era un precio pequeño a cambio de lo que ibais a lograr.

Sin embargo, hasta entonces aún tendríais que trabajar. Y había mucho que vengar hasta que vuestra labor terminase. Los asesinos campaban entre vosotros, y ni ellos ni los que decían defender Fäe parecían comprender que nada era lo que parecía.

Defenderías a tus compañeros de ellos. De todos. De quien hiciera falta. Puede que consiguieran llevarte a ti, pero al menos no caerías sola.

Tu sueño en esta noche fue profundo. Profundo y sereno.

Sin embargo justo antes del amanecer fue interrumpido por algo... O alguien. No, no era alguien. Se trataba de una sensación dentro de ti, en el pecho. Uno de tus amigos estaba en peligro.

Dejándolo todo, incluso sin dedicar una mirada a la persona que te acompañaba en esa noche tan fría, te lanzaste a la calle, guiada por aquel sentimiento apremiante. Y una vez lo encontraste y tus ojos vieron lo que le había pasado a Adam no tardaste en girarte, encendida de pura ira. A tu lado se encontraba Allegra, que también había acudido.

Con toda seguridad habíais interrumpido el asesinato. Con toda seguridad, de no ser por vosotras, ahora él estaría muerto.

El Ancla

Había pasado mucho tiempo desde que habías luchado para el Rey. Eones desde que estabas fuera de Fäe, y años cuando aún estabas dentro. Sin embargo el tiempo que habías estado de su lado te había enseñado muchas cosas, y tu capacidad de no morir sola era una muestra más de ello.

Era complicado volver la vista atrás, a unos recuerdos lejanos e incompletos. Sin embargo había gente muriendo por antiguas rencillas, y cada vez parecía más necesario. Las cosas serían muy distintas cuando todos estuvieran en vuestro mundo. Ahí sería fácil domar su voluntad cuando los ánimos se enardecieran, y aunque eso quitara parte de su libertad también os daría una paz segura y duradera para vosotros y para Fäe.

Sin embargo había un problema. Saber que los tres teníais que estar vivos para continuar con vuestra labor era casi una molestia, pues las cosas podían ponerse muy feas de aquí a unos días. Esta mañana habían atacado a Morchain, quién sabía qué pasaría al día siguiente.

Por suerte tú eras alguien con experiencia. Habías aprendido a agarrarte a la vida como pocos sabían hacerlo. Quizá fueran capaces de debilitarte, sí, o incluso de creer que te habían matado... Pero mientras tuvieras algo por lo que luchar, no todo estaría perdido.

Cazador: Anastasia

Ancla: Xia

Recibido. :)