Partida Rol por web

Desde fuera las tres puertas parecían iguales, pero al entrar los niños sintieron el golpe de una corriente de aire húmeda y caliente. El olor podía fácilmente ser el de una cueva de oso durante su hibernación, fuerte y tan denso que se podía masticar. Todo estaba a oscuras y realmente no sabéis donde os habéis metido, así a ciegas y sin ninguna otra protección más que unas varitas que parecían no funcionar; mirándolo de nuevo, quizás no había sido muy inteligente. Dos niñas Gryffindor a quienes se les asumía la valentía, un chico que había crecido en el London Below y una chica bastante alocada, parecía que el grupo de cuatro salvajes había sido conformado adrede entre los ocho elegibles para entrar en aquel lugar. Los calmados habían optado por otra puerta, ¿sería mejor el sitio donde estaban ellos ahora?

Si tratáis de volver sobre vuestros pasos os encontráis un muro y aunque tanteéis, no hay ningún pomo, ninguna aldaba, ninguna bisagra ni nada que recuerde que antes ahí había una puerta. Por lo demás, el tacto de los muros es poroso, como un queso de maasdam pero con muchos más huecos, y bastante más desagradable, probablemente piedra pómez.

El aire vuelve a soplar y como si los vientos parecieran espesarse, se adhieren a vuestras ropas y cabellos, pegajosos, como babas de alguna bestia gigante. Si tiene una peculiaridad más es que el viento racheado no emite ningún sonido.

Aunque habría preferido no separarse, ya que juntos podían ser más fuertes ante cualquier adversidad, tampoco le pareció mal dividirse en dos grupos y entrar por ambos lados. Iba junto a Gabi, Erzsébet y Maxwell que casualmente era con quienes más trato tenía y con quien se sentía más a gusto (a excepción de Orsolya, que había ido en el otro grupo), aunque a Max le diese a veces por ir en ropa interior. Perry era el único que no había podido entrar y se preguntó cual habría sido el motivo aunque la inquietud no le duró demasiado, justo hasta el momento en que traspasó el umbral de la puerta XIII.

El aire era tan denso que le pareció probable que se encontraran en el interior de una criatura gargantuesca, no veía nada y casi le costaba respirar–Quizás aquí si funcionen nuestros hechizos- dijo en un susurro. Kelly sacó su varita que llevaba sujeta a la goma del pantalón del pijama, repasó mentalmente el movimiento y las palabras necesarios para el encantamiento y después los ejecutó formulando las palabras del hechizo con claridad –Lumos.

Maxwell arrugó la nariz, sintió la bilis ascender por su garganta y escupió la sustancia azulada.

—Huele a culo de viejo —masculló.

El niño no había olfateado el culo de ningún viejo, ni tenía intención de hacerlo, pero se podía imaginar que su olor sería justamente como el de ese lugar.

¿Y cuál era el lugar? Estaba tan oscuro que no podían ver nada. Lo mismo estamos dentro del agujero del culo de un gigante… viejo.

Maxwell tanteó a su alrededor. No había un umbral de regreso. En su lugar, un muro de superficie agujereada y basta, como las rocas erosionadas de las orillas del Támesis. Era una suerte no poder verlas bien, porque las putas rocas que eran jodidamente incómodas de mirar.

Apartó la mirada de la pared en cuanto sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. A su alrededor se encontraban las tres chicas que habían entrado con él. Nadie más. El Ravenclaw de segundo no estaba por ninguna parte.

—¿Y el cuatro ojos? —preguntó. Por alguna razón, el instinto le decía que no elevara demasiado la voz— ¿Lo habéis visto entrar?

Cuando Kelly pronunció la palabra mágica, Maxwell apretó los dientes, preparándose mentalmente para cualquier imagen repungante que fuera a aparecer ante él si el conjuro funcionaba.

Gabi sintió un ligero escalofrío, a pesar del calor y humedad de aquél lugar. El sitio estaba muy oscuro y era francamente incómodo.

Entonces Maxwell habló, pero la niña pensó haber escuchado mal. -¿El qué de un viejo?- Se encogió de hombros y se adelantó para agarrar suavemente el brazo de Kelly, quien había intentado hacer magia.

Ella, por su parte se puso a tocar la áspera pared con el brazo libre, y a abrir mucho los ojos, para ver mejor en semejante oscuridad.

-¿Dónde estaremos?- Pensó algo asustada, intentaba investigar a partir de la información que había en el lugar cuando el chico volvió a hablar. -¿Te refieres a Perry? El entró con nosotros.- Afirmó con seguridad, pero, cuando volteó a buscarlo, no lo vio.

-Pero... El entró después de nosotros.- Dijo desagradablemente sorprendida. -Chicos algo le tuvo que haber pasado ¿Por qué se quedaría atrás?- Preguntó a los otros, preocupada por el alumno mayor, ahora sin él se sentía más desprotegida.

-Soy una leona.- Se repetía mentalmente, intentando calmarse. -Soy una leona...- Mientras su mano seguía tanteando la superficie.

Feliz y contenta por haberse embarcado en una nueva y misteriosa aventura, entró detrás de sus compañeros y cuando se quedó a ciegas, soltó un: Rahat!, bastante elocuente, que los demás no necesitaban saber rumano para adivinar el significado. Ella dependía de su hermana, bueno, no exactamente de Orsolya; pero sin su propia varita, necesitaba la varita de la niña y por ende la niña que lleva la varita, su hermana, acababa de jugársela.

Al escuchar las voces de los demás, supo que todos habían podido pasar, o casi todos, pues la más repipi de todas no la escuchó. Fue Max quien se la adelantó. Seguro que es porque es mayor y no cree lo suficiente. Ya sabéis, como en Peter Pan, ofreció Erzsébet como explicación. La verdad que no pintaba nada, yo le hubiera reemplazado a él por algún otro de segundo y mira que hay pocos que se libran de la idiotez que proviene de ser mayor. Sin su hermana, Erzsébet parecía hablar más de la cuenta, lo cual era difícil. Y tampoco es que la importase mucho que estuviesen a oscuras y que algo estuviera pringando su piel.

Eso, prueba tú que tienes varita, achinó los ojos, aún sabiendo que a oscuras nadie vería su gesto pero quizás sí notaría su tono algo molesto. Se cruzó de brazos, olvidada su alegría inicial por verse relegada a un segundo plano por no tener su varita. Maldito Ollivanders..., murmuró

El Lumos de Kelly funcionó, pero no como debiera. En vez de iluminarse su varita, lo que pareció empezar a brillar fue el techo, que se encontraba a poco más de un palmo de altura por encima de la cabeza de Maxwell, que era el más alto de los aventureros ahí reunidos. Era un brillo verde pálido que parecía recubrir todo lo que se supone era el techo, pues en realidad visto todo bien, no existía techo, ni suelo ni paredes, pues todo era un gran círculo, como si un gusano de 160 cm hubiese creado aquel túnel.

La superficie contenía agujeros de diversos tamaños, desde los más pequeños en que solo cabía el dedo o el puño, hasta otros en los que quizás podían caber los niños.

Max se fijó algo más y notó que el brillo verduzco parecía provenir de unos pelillos que salían de los agujeros, como si fuera musgo esparcido por la roca e incrustado en sus huecos. En las bifurcaciones se da cuenta que el musgo solo elige una dirección de crecimiento, dejando ramales a oscuras y solo iluminando un camino en concreto.

Gabriela por su parte investigó un poco aquella extraña superficie, algunos agujeros parecían ser cavidades con fondo, pero otras parecían continuar, internándose en sombras. De estas son de las que proviene el viento, como si un gigante soplara sobre una esponja de mar y el aliento siguiera caminos diversos.

Gabi percibió el tono molesto en la voz de Erzy y sintió algo de pena por ella, quizás estaba triste porque no estaba con su hermana.

-Erzy, no te preocupes. Si quieres te presto mi varita.- Le dijo en tono conciliador, aún palpando y observando el lugar.

-Bueno, sólo espero que Perry esté bien, aunque sea pedante o no, se supone que somos los "héroes" ¿Verdad? Todos deberíamos salir bien librados de esto.- Comentó ya más tranquila, deteniéndose y poniendo las manos en jarra para hablar con los demás.

-Creo que esto es una cueva muy grande y está llena de poros. La salida debe estar de donde viene el viento ¿No?- Preguntó dudando. -Quizás deberíamos explorar cada una de esas vías que parecen continuar.- Comentó pensativa, no se sentía una niña "inteligente" como para forjar un plan de verdad, eso solía dejárselo a los otros.

-Ojalá hubiese traído algo de comer.- Pensó. -Quizás tardemos mucho explorando este lugar.- Torció el gesto levemente y miró a los demás, esperando sus respuestas.

Kelly cerró los ojos en parte por miedo a ver donde se encontraban y en parte porque pensó que el hechizo podría salir mal. Sintió como Gabi agarraba suavemente su brazo y se tranquilizó por su contacto, después abrió los ojos despacio.

En efecto el hechizo no había funcionado como esperaba pero el resultado no estaba mal ya que ahora la estancia quedaba levemente iluminada. Lo malo es que la niña empezó a pensar que realmente se encontraban en el interior de un culo, uno de verdad. Puede que al pasar por la puerta se hubieran hecho diminutos y ahora se encontraban dentro de algún abominable animal. –Parece un culo- dijo casi sin pensar.

Kelly también se dio cuenta del tono molesto de Erzsébet y, al igual que Gabi, también ofreció su varita –Yo también te puedo prestar la mía- dijo mientras observaba a su alrededor.

Antes de contestar a Gabi dio un paso cautelosamente –¿Creéis que estamos solos?- dijo en un susurro.

Max asintió cuando Kelly espetó que parecía un culo. En realidad, el interior de un culo. Max no tenía la menor idea del aspecto que tenía uno por dentro, y sospechaba que las paredes serían más blandas, y los gases más secos, pero la afirmación iba en consonancia con su propia apreciación.

Sacudió la cabeza cuando Erzsébet se quejó por la ausencia de varitas. ¿Qué mierda importaba tenerla o no, si los conjuros no iban a funcionar? O, como había pasado con el intento de Kelly, iban a funcionar como les pasara por los cojones. Si un simple conjuro de luz podía extenderse por toda la cueva, un conjuro de ataque podía ser terrible. Lo suficiente como para que Maxwell estuviera tentado de probarlo en ese mismo momento.

Por suerte, Maxwell era de los que resistían las tentaciones, especialmente las potencialmente suicidas.

—¿Te meterías en un agujero tan pequeño? —preguntó a Gabriela, cuando sugirió explorar los agujeros más grandes de la pared. Pared que Max prefería no mirar demasiado, porque le estaba provocando arcadas peores que las que le podía provocar el hedor a trasero mustio.

El niño prefería evitar las oquedades, salvo que fuera completamente necesario. No le hacía ninguna gracia la idea de quedarse atascado en uno de esos, atrapado hasta morir de hambre o sed. O peor aún, por toda la eternidad, pues si el tiempo estaba realmente detenido, era posible que nunca más necesitara comer o beber.

—Igual dan afuera —prosiguió. En efecto, si el viento entraba por ellos, era posible que condujeran al exterior—, pero si hemos llegado aquí, será porque tenemos que hacer algo en este lugar.

Y ese algo tenía que ver con magos, por lo que, aunque la idea de no depende re de los conjuros iba con él, el curioso efecto del lumos de Kelly no había pasado desapercibido.

—O podemos seguir la luz, a ver qué pasa.

¿Pero qué culos habían olido o visto estos chicos?, se preguntó interiormente Erzsébet. Ella asumía que tenia aficiones extrañas, pero lo de Maxwell y Kelly ya se salía de lo extraño. Bueno, tampoco les iba a criticar, los perros olían los traseros de otros perros cuando se conocían, y entendía que otros niños quizás no hubiesen terminado de pasar su fase anal. Lo primero había sido reflexión de Erzsébet, la segundo hubiera sido la de Orsolya, pero aunque solo una de ellas estuviera aquí, eran dos conceptos difíciles de separar.

Pasó la mano por la pared, notándola rugosa y húmeda, con las babas colgando de ella. Metió la mano por uno de los huecos y la sacó totalmente manchada de una gelatina verduzca, que se llevó a la nariz para oler. Argh, se quejó, huele a pistacho vomitado. Volvió a acercárselo a la nariz, pero no pudo averiguar nada más. Después lo chupó y no tardó nada en escupir al suelo. Aghhh, sabe a las pastillas de Bertie Bott, como si hubieran hecho una edición especial mezclando moco de troll, huevos podridos y neumático quemado. Sacudió la mano y se la limpió en el camisón, al menos lo mejor que pudo. Raspó su lengua con sus dientes, tratando que quitarse el sabor tan desagradable. Lamentó no llevar comida en los bolsillos, como solía llevar con la túnica de clase.

Gracias, contestó a Gabriela y Kelly, que acababan de recordarla que no tenía varita. Erzsébet olvidaba muy fácil, al menos algunas cosas.

¿Heroes? No sé, a lo mejor somos el sacrificio que Hogwarts necesita para mantener su magia, aportó la niña. No lo pensaba realmente, pero fue lo primero que le vino a la cabeza.

La niña caminaba de arriba abajo, con la cabeza echada hacia atrás mirando el techo, que refulgía con un color semejante al de las estrellas que los niños muggle pegaban en sus cuartos. Escuchaba las propuestas de los demás y realmente no sabía si seguir la luz o investigar por los túneles laterales, que podían contener todo tipo de misterios. ¿Cuando sería la última vez que alguien pasó por aquí? ¡A lo mejor los piratas habían dejado tesoros ocultos! Eso pasaba en casi todos los cuentos de piratas. ¿Existen piratas magos? Eso ya era un tema de discusión que mantenía con su hermana de vez en cuando y nunca acababa convencida con las conclusiones a las que llegaban.

A lo mejor hay bichos por aquí, sonrió y abrió mucho los ojos, contestando a la pregunta de Kelly.

De los poros pareció surgir un olor dulzón y ácido a la vez, que salía a vaharadas y recubrió a los niños. Y fue entonces cuando empezó a sonar un ruido semejante al del granizo sobre los tejados, monedas soltadas sobre una mesa de cristal o el de un reloj de arena elevado hasta un nivel lo suficientemente alto como para que retumbara por las cuevas.

Primero poco a poco y después con algo más de rapidez, de los huecos laterales empezaron a salir todo tipo de bichos: arañas, de las gordas y de las de patas delgadas; hormigas, de todos los colores; termitas; cucarachas; escarabajos; cortapichas; moscas, negras como la pez, de color verde esmeralda y azul lapislazuli; tábanos; luciérnagas y casi cualquier insecto del reino animal. Por el movimiento de caída parecían vivos, pero si uno se fijaba bien, se daba cuenta que todos estaban muertos y que el nivel iba subiendo. Quizás los agujeros dejaran de regurgitar bichos en algún momento, o puede que si los niños se quedaban ahí quietos acabarían sepultados, ¿tenía esa forma de muerte algún nombre? Escafismo no podía ser, los bichos estaban muertos, pero la sustancia que parecía empapar a los niños olía empalagósamente dulce.

Gabi estaba por asentir ante la idea del niño cuando una cantidad horrible de bichos empezó a salir de varios agujeros en la cueva.

Por un segundo estuvo a punto de apelar al sentido común, de ayudar a los demás a mantener la calma y decirles que unos cuantos insectos no daban miedo. Pero al entender que en poco tiempo serían sepultados por ellos, su mente se puso en blanco y actuó más por instinto que por otra cosa. Asió a Kelly y a Erzy, cada una por una mano y se las llevó a toda prisa siguiendo el rastro de luz que había dejado el hechizo de su amiga gryffindor. Con suerte Max las seguiría, ya que el había propuesto ir por allí en un principio.

No se dio cuenta de lo pálida que estaba, ni del cúmulo de comida que se agolpaba en su esófago y que, de no ser por lo concentrada que estaba intentando escapar de ese lugar, le habría hecho vomitar.

Una imagen muy graciosa: tres niñas en pijama huyendo de una marejada de insectos y Max, también Max.

Como si respondiera a las acciones y palabras de Erzsébet, el viento que entraba por los orificios cambió. Un olor que recordaba a Maxwell al de las naranjas inmaduras penetró en sus fosas nasales. El estruendo de golpes infinitos, como la incesante lluvia golpeando los cristales, se elevó por encima de la respiración de los niños, ahogando incluso sus voces.

Maxwell se apartó de un salto, dándose manotazos en el hombro, cuando sintió el torrente caer sobre él. Levantó la mirada y abrió los ojos hasta que la tensión le hizo daño en los párpados. Cada uno de  agujeros de la pared vomitaba torrentes de insectos, bichos, de todos los tipos que había alguna vez y muchos que no conocía.

Gabriela fue la primera en reaccionar, agarrando a las otras niñas de las manos y echándose a correr. El niño las siguió con la vista, alejándose por los pasillos iluminados, antes de echarse a correr tras ellas. Quizás no pasara nada, no eran bichos muertos, pero no pensaba quedarse a comprobarlo mientras era sepultado en vida por una plétora de cadáveres de insectos de colores.

Antes de abandonar la cámara en la que habían aparecido, se detuvo un instante.

¿Qué ha dicho Erzsébet antes? “A lo mejor hay bichos”, y los bichos habían aparecido.

—A lo mejor… —probó Maxwell— los putos bichos se evaporan. A lo mejor no hay bichos…

Joder, espero que no, pensó, recordando lo que había dicho la niña justo antes de mencionar los insectos.

No pudo evitar poner cara de asco cuando vio a Erzsébet probar las babas que rezumaban los agujeros de la pared –Puag, Erzy…- La respuesta de la gemela a su pregunta le pareció de lo más lógica si no fuese porque al momento empezaron a aparecer insectos a borbotones por los agujeros.

Estaba claro que no estaban solos. Kelly agarro fuerte la mano de Gabi y echo a correr, los bichos en general no le daban asco y los más bonitos le fascinaban pero morir sepultaba por una montaña deinsectos muertos regurgitados por las pareces de un culo gigante no entraba en sus planes.

Escuchó a Max decir que a lo mejor no había bichos y se alegró de saber que las seguía, esperaba que aquel extraño lugar le hiciese caso a él también como se lo había hecho a Erzsébet. Todo apuntaba a que había que tener cuidado con lo que se deseaba en aquel lugar.

El tirón de Gabriela la pilló desprevenida. Estaba asistiendo al milagro de la cueva haciendo caso a su deseos de comer y sin embargo sus compañeros tomaron aquello como una amenaza. Tuvo la tentación de quedarse atrás para rellenar sus bolsillos de bichos, pero al llevarse el primer puñado vio que no tenía bolsillos en el camisón. Cuando vuelva, lo primero que haré será coserle bolsillos a esta cosa, decidió.

Corrieron por los túneles siguiendo la dirección iluminada, mientras los insectos regurgitados iban subiendo de nivel, primero hasta los tobillos, donde cada pisotón de los niños convertía cada paso es un crujido de bichos que retumbaba por cada recodo. Siguió subiendo el mar insectil hasta las rodillas, mientras Gabriela seguía aferrándola a ella y a Kelly, con Maxwell justo detrás; ahora más que correr, arrastraban sus piernas como si estuvieran caminando por fango. Erzsébet no estaba dispuesta a dejar su comida atrás, así que fue poco a poco metiéndose el puñado que tenía en la mano en la boca, como si de pipas se tratasen: el sabor a piña de algunas termitas y de zanahoria de otras, el sabor alimonado de las hormigas de la miel, el sabor de coco del picudo rojo. Era como estar comiendo grageas de Bertie Botts y aunque algunas ya las había probado, otras la sorprendieron. ¿Queréis?, ofreció la niña mientras seguían avanzando, cada vez a mayor lentitud, que no hablaba porque si se comía se debía disfrutar de la comida.

Como si fueran las antiguas trampas egipcias en las pirámides, donde un mal movimiento te cerraban las puertas y la arena salía hasta ahogarte, los niños navegaban los túneles que se inundaban de algo quizás más angustioso que la arena, siguiendo la luz en la parte superior que parecía dirigirles hacia un lugar en concreto.

Con las palabras de Max, el fluir de los bichos pareció ralentizarse momentaneamente, para luego reanudarse más veloz que antes.

Los pasos cada vez más lentos de los críos, que ahora avanzaban poco a poco, con el fango insectoide llegándoles hasta el esternón, les llevaron finalmente hasta el final de los túneles. La luz subía verticalmente, desapareciendo en las alturas, e iluminando un acantilado gigante. Algo parecía impedir que los bichos del túnel cayeran en picado hacia las profundidades, una especie de pared invisible, pero si los críos trataban de traspasarlo, notarían que no había nada y que si quisieran tirarse al vacío bien podían hacerlo. No se veía hasta donde llegaba el techo de la caverna, tampoco se veía el fondo de aquel acantilado y de frente no se apreciaba ningún sitio al que poder llegar saltando; era como el camino al fin de la existencia, con la elección de morir a sus espaldas o saltar y liberarse.

-No ha funcionado- dijo Kelly mientras trataba de moverse en el fango de bichos muertos –Debe haber algo que podamos hacer- dijo mirando a sus compañeros, Erzsébet parecía que intentaba poner algo de su parte comiéndose los insectos a puñados Kelly no tenía hambre precisamente y prefería comer otras cosas, como pudding, antes que bichos –No, gracias- dijo al ofrecimiento de la gemela, podría preguntarle a que sabían pero había cosas más importantes que hacer en ese momento, como no morir ahogados, por ejemplo.

Al parecer si había una manera de escapar, poco ortodoxa, como todo lo que estaba pasando aquella noche que era incluso más rara que cualquier día en Hogwarts, y eso ya era mucho decir.

Había dos maneras de salir de allí, o por arriba, si es que había techo, o por abajo donde lo más probable es que se matasen. No sabía qué decisión tomar, si esperar que la masa de bichos muertos la subiese hacia arriba o lanzarse al vacio e intentar asirse al barranco –Podríamos saltar e intentar agarrarnos al borde del barranco- ambas cosas le parecían igual de descabelladas así que en un acto de desesperación saltó por el barranco.

Había funcionado. Cuando adaptó la fórmula de Erzsébet, el flujo de insectos se redujo visiblemente, como el agua acumulada en la manguera que escapaba lentamente después de cerrar el grifo.

Durante un instante, Maxwell respiró. Durante el instante que los agujeros de la pared tardaron en recuperar el volumen de insectos anterior, y sobrepasarlo, como si algún cabronazo hubiera abierto el grifo al máximo.

—Cagontó... —murmuró el niño.

Como pudieron, es decir, arrastrando las piernas como imbéciles entre la marea de bichos, alcanzaron el final de la cueva. Un precipicio interminable y una ascensión imposible eran lo que les esperaba. Ni siquiera podían quedarse en el borde del abismo, esperando a que la riada cayera, pues un obstáculo invisible impedía el desagüe del torrente.

¿Arriba o abajo?

—¡Abajo! —exclamó. Si trataba de subir, iba a caer de todas formas. Si pensaba un instante más, no iba a atreverse a tirarse.

Cerrando los ojos, se abalanzó sobre la pared invisible.

Gabi habría frenado en seco al llegar al punto muerto de la cueva, si sus rodillas no hubiesen estado rodeadas de una asquerosa masa de insectos muertos, que ya de por sí le impedían un movimiento fluido.

Agotada, lanzó algo entre un suspiro y un jadeo, mirando a sus compañeros, sin apenas creer la mala suerte que estaban teniendo. Pero Kelly no le dio tiempo a coger aire, ni recuperar algo de fuerza. Enseguida la rubia decidió, viendo que los bichos los iban a ahogar, lanzarse al oscuro vacío.

Gabi ahogó un grito y abrió los ojos sorprendida. Entonces Max la siguió. La niña sólo pudo mirar a Erzy, asustada, no quería quedarse sola, pero le daba pánico lanzarse. Los bichos se seguían acumulando a su alrededor y el colmo fue sentirlos más arriba de su ombligo. Así que con una mueca de desagrado se agachó todo lo que pudo, aferrándose a una saliente de la cueva y se lanzó, sin tener la menor idea de lo que hacía, ni de lo que debía hacer a continuación.

-Magia.- Pensó, al tiempo que cerraba los ojos.

Al llegar al final del camino, o al final de ese camino, Erzsébet se detuvo junto a sus compañeros. Era como la adivinanza de por qué la gente se ahogaba si podía beberse el agua y así sobrevivir, ahora se estaba dando cuenta que por muy rápido que comiese, no había forma de impedir que acabasen enterradas... Su estómago empezó a gruñir, protestando por lo que estaba entrando, después de que se tragase la pata peluda de una araña bien gorda y que no había sido nada agradable de masticar.

Primero vio como Kelly trataba de descolgarse por la cornisa, resbalando sus dedos nada más hacer que sus manos aguantasen todo el peso de su menudo cuerpecillo. Erzsébet abrió mucho los ojos, ¿como era tan loca de hacer algo así sin una escoba a mano? Se imaginó momentáneamente el sonido desagradable que harían sus huesos y carnes al estamparse en el suelo tras ir acelerándose durante una distancia que solo podía asumir como muy larga.

Después Maxwell como si compitiese en salto de distancia, se lanzó al vacío, y seguidamente Gabriela que lo hizo tras dirigirle una mirada implorante a Erzsébet. ¡La habían dejado sola! Vaya unos amigos...

Miró hacia arriba, donde había un agujero con una escalera de cuerda y un cartel que ponía: Salida por aquí, y una flecha indicando que se debía subir. Los insectos ya la llegaban hasta el cuello y sabía que no se le presentaría mejor oportunidad de lanzarse al vacío a lo loco y que ningún profesor la castigase por ello. Así que arrastró su cuerpo hasta el borde y sin mirar si aún serían visibles las figuras de los demás niños, se lanzó ella también.