Partida Rol por web

Horus - II

La Ceremonia (Cap. VIII)

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04/08/2016, 00:13
Charlotte Dunne
Sólo para el director

El sueño.

Su sueño.

Era tan simple como complicado. Tan sencillo como inalcanzable. Lo tenía siempre tan cerca que dolía por estar tan alejado.

Un día, hacia ya mucho tiempo, mientras que paseaba por el muelle una noche de verano camino de su casa, vio a una pareja en uno de los barcos que navegaban por el rio. Habían reservado el barco en exclusiva para ellos y estaban cenando en la parte alta, rodeados de velas, sonrientes. Los había observado desde que se percató de la situación hasta que el lento movimiento del barco hizo que se perdieran de vista. Pero fue suficiente.

Conocía la sensación de navegar por la noche en uno de esos barcos cuando llevaban pocos turistas, sumergida en el silencio de la noche, en el ruido del agua al abrirse paso el barco rio arriba, las luces apagadas, solamente el reflejo de la torre Eiffel, del museo, de la catedral, en las aguas a su alrededor. París era mágica, la ciudad del amor. Y aquel paseo en barco, acompañada de la persona que querías, no era mágico. Era mucho más. Algo que no podía explicar con palabras, pues era solamente un sentimiento tan de ella que no tenía sentido compartirlo con nadie más. De hecho solo lo había hecho una vez, se lo había contado a su amiga Lisa, pero lo único que consiguió fue unas risas y un “eres demasiado romántica, esas cosas ya no se llevan!” Aunque, eso sí, le había ofrecido su barco gratis si llegaba la ocasión.

Y ahora, la frase de Nat, la había transportado a aquel barco por un instante. Y aquella vez era ella la que estaba en la cubierta, sentada a la mesa. Y delante de ella…

Pero conforme la imagen se materializó, la borró. No, esas cosas solo llevaban a hacerse daño de forma gratuita. No sería la primera vez ni la última, lo sabía, pero poco a poco aprendía a que una sola frase no significa nada, que ella solía echar pájaros a volar por poco y ya se le estaban acabando las palomas que podía dejar en libertad.

Y tenía una cosa clara. Ella estaba fuera del círculo de Nat, ¿qué podía hacer una bióloga con una persona de su categoría? Todo un bailarín internacional, lleno de posibilidades, de gente a su alrededor…

Borró aquella imagen de su cabeza, aunque conservó la sensación. La hacía sentirse viva. Y se quedó solo con un apunte. Cuando tuviera oportunidad, cuando todo aquello terminara, tendría que preguntarle por qué le había dado las gracias. Por más que quería encontrar algo que le indicara la razón, no lo encontraba. Es más, por su culpa había tenido que bajar de nuevo al cenote y se había jugado la vida sumergiéndose para nada. Las gracias debería darlas ella en todo caso.

Apuntado quedaba. Ahora solo esperaba tener tiempo, y valor, para preguntarlo.

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07/08/2016, 20:42
Udjat

Tampoco Sam opuso ninguna resistencia a ser marcada con la espiga. Salió de allí, escoltada por sus dos guerreros, como antes los demás.

Ya sólo quedaban en el recinto del Templo tres de los recién llegados, Charlotte, Nathan y Fadil, según estaban colocados. Además de Enara, Nefissa, y las dos mujeres, morena y casi albina, frente a las puertas. Y, por supuesto, los nativos.

Pacal se giró levemente. Era el turno de Charlotte.

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09/08/2016, 13:42
Charlotte Dunne

Cuando uno desea que algo llegue el tiempo pasa muy lento, se hace interminable y parece que las horas son días y los días semanas. Cuando uno desea que algo no llegue, las semanas se convierten en minutos y los días en milésimas de segundo. En ambos casos, al final llega. Se quiera o no.

Lottie no se dio cuenta de que su hora había llegado porque estaba absorta en ver desaparecer a Sam por el mismo sitio que los demás. Ella tampoco había puesto ninguna resistencia, tampoco había dicho nada o había hecho algo por transmitir sensaciones, experiencias o, incluso, la menor expresión de algo, por mínimo que fuera. Y la francesa ya se estaba preocupando en serio. No era normal, salvo por causas ajenas o porque el miedo ataba las reacciones, paralizando el cuerpo y la mente hasta tal punto que uno se dejaría arrastrar hasta la muerte sin oponer resistencia, solo llevados por el empuje de lo inevitable. Pero había esperado alguna reacción histérica por parte de la norteamericana, no sabía por qué exactamente, pero lo había esperado.

Cuando devolvió la atención de nuevo a Pacal lo descubrió mirándola fijamente, realmente todo el mundo lo estaba haciendo, envueltos en el silencio reinante. Su mirada pasó por todos y cada uno de los que tenía cerca. Pacal, primero, para después continuar por Nat y Fadil, y terminando en Enara después de pasar fugazmente por los rostros de las dos mujeres desconocidas y Nefissa. Nefissa. Su rostro tampoco le informaba de mucho más que el comportamiento del resto. Solo tenía la descripción que Enara le había dado. En la que se había basado, y en la que se iba a basar. En eso y en su decisión. La había tomado y ya no pensaba echarse atrás. Aunque viendo el rostro de Pacal delante de ella, su decisión flaqueaba por momentos.

Pacal imponía. No solo por ser quien era y tener los amigos que tenía, sino simplemente por su porte, por su seriedad, por el peligro que trasmitía. Y por lo que tenía en su mano.

Miró al guerrero que tenía a su derecha, quien le asintió levemente. Vale, no se había equivocado, era su turno. Intentó tragar, pero no lo consiguió debido al nudo que de repente se le había formado en la garganta. Sintió como su cuerpo entero se negaba a dar un paso, como el oxígeno se retiraba de repente de su alrededor, como la temperatura subía y la hacía sudar. Y supo que si seguía pensando en las consecuencias desconocidas de lo que iba a dejarse hacer, de imaginarse mil y una opciones de lo que era aquella sustancia roja y de que les estaba pinchando a todos con la misma espiga, no iba a conseguir lo que quería. Y después se arrepentiría. Porque tenía claro qué no quería hacer, o que no le hicieran, claro.

Así que dejó su mente en blanco y centró su mirada en Pacal. Caminó hasta él con paso lento pero decidido, sintiendo a sus espaldas la presencia de los dos guerreros que la custodiaban, pero solo eso, sintiendo. Ninguno la tocaba ni la obligaba a acercarse, lo hacía por voluntad propia.

Al llegar junto a Pacal, lo miró un instante a los ojos, mientras recogía su pelo a un lado, como si se fuera a coger una cola de caballo. Sintió temblar sus dedos, incapaces por un instante de agarrar todo su pelo lejos de su nuca, como algo lejano en su mente. En esos momentos el resto de la habitación hacia desaparecido para ella. Los dos solos, en mitad de una nube de neblina gris que los rodeaba en la que únicamente sentía la presencia de decenas de pares de ojos mirándola. Siempre le pasaba lo mismo, era algo que no podía controlar, porque no le gustaba sentirse centro de atención. Lo había descubierto hacía muchos años, en el colegio, cuando le obligaron a participar en una obra de teatro en Navidad. Lo había vuelo a sentir en la universidad, en los exámenes orales, que eran los únicos a los que tenía pavor. Lo sentía en cada fiesta de cumpleaños que celebraba cuando le daban sus regalos y tenía que enfrentarse a ellos delante de todos los pares de ojos presentes, expectantes a su reacción ante el contenido de la caja sorpresa. Pero aquí, todo era relativamente más fácil. Retirar el pelo de la nuca, ofrecérsela a Pacal, y listo. Segundos.

Cuando consiguió apartar la mayoría del pelo, no se dio tiempo para nada más, ninguna reflexión, ninguna conclusión ni reacción. Había decidido que pasaría por aquello de forma relativamente voluntaria ya que su hermano y varios de sus amigos ya habían pasado y ya tenían inoculado fuera lo que fuera que bañaba la espina. Inclinó su cabeza levemente, como habían hecho el resto de sus amigos con anterioridad, dejando su nuca a merced de Pacal. Levantó la mirada, intentando buscar un punto fijo en el que fijarla mientras esperaba el pinchazo, y encontró a dos pares de ojos que reconoció en mitad de la neblina. Se hicieron físicos, tomaron forma, estaban con ella. Sonrió levemente y les guiñó un ojo, cómplice, a Nat y Fadil, consciente de repente de que lo que ella trasmitiera ellos lo iban a hacer suyo. Podía trasmitirles miedo o seguridad. Eligió lo segundo.

Porque en el fondo de su ser sabía, percibía, que aunque no podían evitar ciertas cosas podrían combatir juntos, unidos.

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06/02/2018, 12:59
Udjat

La cascada roja del cabello de Charlotte brilló cálida en contraste con su piel blanca al apartarla de su cuello. La nuca quedó expuesta, y Pacal no se hizo esperar, no alargó el momento. 

Con un gesto tan rápido que los ojos de la parisina aún no habían acabado de posarse en los de sus dos amigos cuando finalizó, inoculó lo que fuera que empapaba la pequeña espina de plata en el cuerpo de la mujer.

Un segundo después, un latido después, esos ojos traspasaron las otras pupilas, las atravesaron limpiamente y se dispusieron a hacer un viaje que sólo estaba en la mente de Lottie. 

Mientras se escuchaban los gritos de júbilo de los presentes, de casi todos ya que las dos mujeres y Nefissa se mantenían en silencio, la pelirroja fue coronada con un tocado parecido al que se había colocado en las cabezas de los demás que habían sido también marcados. Y luego, el guerrero a su lado le indicó la salida, tomándola por el codo por si necesitaba su ayuda. Otro hombre se acercó a ella, y se colocó al otro lado. 

Ambos la miraron esperando a que echara a andar.

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06/02/2018, 13:40
Udjat

El pinchazo es sólo eso, y no duele más que lo que cabría suponer. Pero, inmediatamente, notas algo. Tu mirada se evade, se sumerge en tu propio ser, y se pierde.

Eres una persona muy receptiva, de modo que quizá ese efecto está aumentado en ti. Te das cuenta de que tu empatía es algo más, traspasa límites. Es premonitoria. Un sexto sentido, llámalo como quieras.

Pero sí, notas lo que otros no. Y ahora mismo, te das cuenta de que algo se está mezclando contigo. Alguien. Una presencia distinta a tu propia presencia. Antigua, lejana. Pero persistente, creciente. Y notas al instante que te está pidiendo ayuda. A gritos...

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06/02/2018, 23:00
Charlotte Dunne

No había siquiera terminado de retirar el pelo de su nuca cuando sintió el leve pinchazo. No hubo tiempo de espera, no hubo tiempo para la expectación ni para nada más. Lo sintió antes de que sus ojos llegaran a fijarse en sus compañeros. Una milésima de segundo y ya estaba hecho. Se le había hecho tan largo el camino desde el cenote hasta allí y tan rápido aquel momento, que no parecía real.

Su mirada se quedó prendida entonces de la nada en aquel punto en el que ella había hecho a Fadil y a Nathan, su gesto, detenido por la rápidez del pinchazo, decayó lánguido, dejando que su pelo volviera de forma natural a su lugar. Su rostro dejó de mostrar ninguna emoción, totalmente ajena a lo que sucedía a su alrededor hasta que al ponerle el tocado sobre su cabeza pareció reaccionar. Parpadeó, sorprendida, como si no esperara aquel contacto inesperado en su pelo y su mirada siguió al enorme brazo del guerrero que le indicaba el camino de salida, que miró indecisa. La presencia de otro hombre nativo a su lado pareció hacerla reaccionar finalmente, aunque solo en parte y, antes de seguirlos fuera de allí, se volvió a mirar fugázmente la sala en la que estaban.

Pareció que estaba a punto de decir algo, pero podía haber sido solo un ligero espejismo. Quizás solamente el anhelo de Nathan y Fadil de saber si se sentía algo especial o de si dolía el pinchazo o de cualquier cosa que ella pudiera decirles para que estuviesen preparados cuando les llegara su momento. Pero el gesto se perdió tan rápido como podía haber, o no, aparecido.

Miró a su brazo, allí donde el guerrero la sujetaba y pareció que, simplemente, se dejaba llevar fuera de la sala cuando comenzó a caminar en la dirección en la que los demás habían abandonado aquel recinto y por el que, ahora, se la invitaba a salir educadamente.

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06/02/2018, 23:48
Charlotte Dunne
Sólo para el director

Sintió el pinchazo como una sensación casi reconocible. Se imaginó que era uno de los mosquitos de Madagascar, de esos que invadían eternamente las cálidas noches de verano, pero con mucha más mala leche, ya que lo notó perfectamente...

Su vista rotó ciento ochenta grados y se situó justamente a la altura de Pacal. Vio bajar la espina hacia su piel, vio como esta se rompía dejando paso a la afilada punta de la espina bañada en aquella sustancia roja... y entró con ella en su cuerpo. Una explosión de negro, todo oscuridad y silencio. Y después una sensación de caída controlada, sin miedo, simplemente sorpresa, hacia el interior de su cuerpo, de su ser, de su alma, acompañada por algo más, por algo vivo que no era ella pero lo era a la vez. Finos hilos de un color azul antiguo, brillante, se enredaron en sus dedos, en su cuerpo, vibrando con ella, acompasando su ritmo al de su corazón. Y los vio desenrredarse y diluirse en la oscuridad, en el silencio. En ella.

Se sintió flotar en su interior, rodeada de oscuridad rota solamente por un leve, casi invisible brillo azul que había permanecido. Y, después de unos segundos, notó como ese brillo titilaba. Y en el silencio escuchó que ese titilar era realmente un sonido. Su nombre, un grito de apremio, una petición de auxilio. Difusa al principio, casi irreconocible, pero clara después de varios intentos de entender lo que significaba.

De repente, algo la agarró con fuerza tirando de ella en sentido contrario al que había llegado a aquel lugar en su interior. Se sintió retroceder, alejarse de aquel azul titilante, de aquella voz, sin poder impedirlo, y un brillo cegador rompió la oscuridad en mil hirientes puntos de luz blanca. El sonido de unos gritos arrasó con el silencio, olores lejanos la invadieron y solamente la visión de un enorme brazo tatuado delante de ella le hizo situarse en el centro de aquella Casa Roja que había conocido antes que nadie gracias a Enara.

Estaba noqueada. Respiraba agitadamente y se sintió húmeda de sudor. Aun escuchaba aquella voz... Estaba segura, la había escuchado. Y la presencia junto a ella de los dos nativos le produjo una sensación de agobio y claustrofobia como no recordaba haber sentido antes. Estuvo a punto de gritarles a Nathan y a Fadil lo que había sentido, lo que aún sentía. Lo necesitaba, tenía que decirlo, necesitaba su ayuda. Parecía haber pasado tanto tiempo lejos de allí pero,sin embargo, volvía al instante despues del pinchazo. El estómago se le encogió con una sensación aguda de vértigo.

¿Quien? ¿Por qué? ¿Como podía ella ayudar?

No. Pacal. El no tenía que saber nada de lo que acababa de pasarle, de lo que sentía. Lo presentía. No debía saber, ni siquiera intuir nada. Se mordió la lengua mientras no podía evitar recorrer con su mirada la sala. El grito de ayuda había sido tan real que creía que descubriría allí a la persona que lo había gritado. No, no, era imposible. Y no podía retrasarse. Ninguno de sus compañeros lo había hecho. Y ella tenía que hacer exactamente lo mismo que el resto, nada diferente.

Asi que miró hacia el pasillo por el que todos habían desaparecido, y comenzo a caminar. Tenia que ser fria, había mucho en juego, quizás la vida de todos.

Se le hizo un nudo en la garganta al dejar atrás a Nathan y a Fadil. No quería perderlos de vista, no ahora, necesitaba a alguien de confianza junto a ella. Pero algo la empujó a salir de la sala, a no sembrar sospechas sobre su persona. Sentía la mirada de Pacal en su espalda, y esa sensación la espoleó para salir lo antes posible de allí y poner distancia entre ellos. Distancia que, en ese momento, se le antojaba seguridad. Quería silencio, alejarse de aquella algarabía de gritos sin sentido. Quería aire fresco y quería volver a sentir ese titilar en su interior.

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07/02/2018, 10:23
Udjat

Flanqueada por los dos hombres Charlotte fue yéndose, como flotando, ensimismada y con aspecto de querer salir, de urgencia. Sus ojos bailaban de uno a otro, sin quedarse detenidos en nadie. Había un mensaje en su mirada, pero era indescifrable.

Sólo quedaban ahora dos de los recién llegados pendientes de su turno.

Pacal hizo un gesto hacia Nathan, había llegado su momento. El guerrero a su lado le miró, interrogándole. No dijo palabra, pero no era necesario. ¿Debería obligarle, o iría él por su propia voluntad, como acababa de hacer su compañera...?

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08/02/2018, 10:22
Nathan Morrison

Al aire escapó de los pulmones de Nathan en el momento en que la espina metálica atravesó la piel de la nuca de Charlotte... y ya no regresó. Al menos el bailarín no tenía la sensación de ello. Quizá ya no era necesario el aire. Quizá simplemente la inminente muerte había llegado unos minutos atrás y Nathan ya sólo estaba presenciando aquella escena como un cadáver inmaculado. Por otro lado, la presión sobre el pecho que espoleaba el miedo también había desaparecido. Y esa sí fue la señal que Nat estaba esperando... dejar de sufrir era la marca inequívoca de que su turno había llegado. Las miradas de Pacal y el resto de soldados así se lo corroboraron.

Miradas...

Un lenguaje de miradas comenzó. Tal vez ya había comenzado con Lottie... con los demás. Tal vez a la pobre Charlotte le acababan de dejar con la palabra en los labios. Pero lo que quedaba claro era que aquella conversación... aquel grito continuaba desgarrándose entre las paredes de la estancia. Una voz muda que resonaba con su eco a través de los siglos que les separaban de su hogar. Nat miró ferozmente al soldado que lo flanqueaba. Sólo un instante. Pero con una furia que suponía una amenaza. Una amenaza vana, evidentemente... pero una advertencia de que no le pusiera una mano encima. Iba a morir. Ya lo sabía. Ya lo había aceptado. Pero en ese postrer momento evitaría a toda costa la mácula del contacto de aquellos hombres que les llevaban como corderos a postrarse ante el tajo.

Nat andó un par de pasos. Ligero y elegante. Notó como la planta de los pies acariciaba el suelo rugoso. Cómo se adaptaba a él... como lo sentía como si pudiera comunicarse con la roca que lo conformaba. Sensaciones. Y miradas. Una mirada a Pacal. Fría. Vacía. No le miró con odio. Odio era lo que sentía pero no lo mostró. Pacal no merecía ese premio. Había jugado con ventaja todo el tiempo. Si se llevaba el premio de sus vidas, al menos no se llevaría sus almas. Los ojos castaños del canadiense se cerraron por vez última. Ligeras lágrimas no llegaron a desprenderse pero sí empaparon las pestañas del muchacho.

Allí... en la oscuridad de su propia mente Nat dedicó un instante para volver a visitar los recuerdos de su familia. Su padre... alfa y omega de todo aquello. Su madre... víctima inocente. Edmonton... el gran norte blanco. Oliver. Su Oliver. Lottie. Su siempre Lottie.

Y lejos de aquel lugar... de Chichén Itzá... de Pacal... de Umayma... de aquella época ignota... agachó mansamente la cerviz. 

Ya no debía tardar.

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09/02/2018, 13:04
Udjat

Un pinchazo, simple y limpio. Nada más. 

El pinchazo es sólo eso, y no duele más que lo que cabría suponer. Pero, inmediatamente, notas algo. Tu mirada se evade, se sumerge en tu propio ser, y se pierde.

Eres una persona muy sensible, de modo que quizá ese efecto está aumentado en ti. Te das cuenta de que tu empatía es algo más, traspasa límites. Es premonitoria. Un sexto sentido, llámalo como quieras.

Pero sí, notas lo que quizá otros no. Y ahora mismo, te das cuenta de que algo se está mezclando contigo. Alguien. Una presencia distinta a tu propia esencia. Antigua, lejana. Pero persistente, creciente. Y notas al instante que esa presencia está en peligro. No sabrías definir la sensación, no es una visión, es un sentimiento. Sin confirmar, sin cuerpo, sólo una intuición. Una especie de alerta se despierta en tu interior...

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09/02/2018, 13:11
Udjat

El pinchazo no se hizo esperar, Pacal tampoco se demoró a pesar del reto que había enfrentado en las pupilas del canadiense. Una pequeña perla de sangre brotó de la nuca de Nathan, pero al momento se secó, quedando allí sobre su piel, como un lunar escarlata.

Y de nuevo los vítores, los cánticos. Aquel grito de "Siij, siij!" proferido por los nativos. El tocado de plumas y flores, que quedó encajado como un guante en la cabeza del bailarín, completando la belleza innata de sus rasgos. Los dos guerreros esperando su reacción, mostrándole el camino...

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09/02/2018, 14:01
Fadil Jannan

Uno tras otro, sus compañeros, mis víctimas, habían sido marcados por Pacal. Marcados, pero de qué forma, y con qué propósito. En la máquina, el cien veces maldito Haruff y su mil veces maldita hija les habían mostrado imágenes de sacrificios. Les habían hecho entender que no eran más que eso, alimento para la inmortalidad que Umayma —a ella todavía no se atrevía a maldecirla, ni siquiera mentalmente— les había prometido. Si hubiera creído que aquel pinchazo era necesario para que lo que fuera que pensaban hacer con ellos funcionara, se hubiera revuelto y arrojado por los escalones, confiando en partirse el cuello

No, no lo hubieras hecho, se dijo, mirando a Nefissa. No podía dejarla sola, ahora que se habían reencontrado. Ni abandonarlos a ellos, añadió, mirando cómo Charlotte se marchaba de la pirámide escalonada, flanqueada por dos de aquellos guerreros. Ahora, su destino es mi destino.

Y solo quedaba uno, que marchaba hacia Pacal con dignidad.

Fadil cerró los ojos, y de la oscuridad detrás de sus párpados brotó un riachuelo de recuerdos.

No era sorprendente que hubiera acabado dedicándose a la administración de hoteles. Buena parte de su vida la había pasado en uno, en Saqqara, pequeño y modesto, tan barato y tenía tan pocos clientes, que era milagro que Auil fuera capaz de pagar las facturas. Una noche en la suite real del Castillo de Arena era más costosa que todas sus habitaciones.

En la sala común, casi siempre vacía, había dos librerías llenas a rebosar de libros viejos. Las bibliotecas eran raras en aquellos días en los que cualquier obra escrita publicada alguna vez estaba al alcance de unos toques o un par de órdenes, lista para ser observada en una pantalla, proyectada, o leída por una inteligencia virtual o un actor. Aunque no era un gran lector, al joven Fadil le habían fascinado aquellas reliquias de un tiempo que, a pesar de estar adyacente al presente, parecía tan remoto como las pirámides. Para un muchacho que se había criado con dispositivos digitales, aquellos mazos de papel apretado y cosido no eran muy diferentes de los papiros que exhibían los museos.

Entre aquellos libros se encontraba una colección de paperbacks de una escritora británica de novelas de misterio. Había leído algunos de ellos, con dificultad, pues no estaban traducidos y aunque chapurreaba el inglés y el francés, nunca había tenido el interés ni la capacidad de Nefissa para hacer suyas las lenguas. De hecho, fue su hermana quien le ayudó a leer uno de esos libros.

Abrió los ojos. La espina de Pacal había encontrado la nuca de Nathan. Los guerreros esperaban a que el bailarín se levantara por su propio pie.

Y entonces, no quedó ninguno.

No, uno queda todavía. El que era al mismo tiempo víctima y verdugo.

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09/02/2018, 19:21
Nathan Morrison

Nathan recobró la compostura. Distinto. Cambiado. Para siempre. Aún con los ojos cerrados giró apenas cuarenta y cinco grados sobre su propio y bien conocido eje para encarar la salida por la cual el resto de sus compañeros de viaje habían desfilado. Y solo entonces abrió los ojos... justo al tiempo de echar a andar. No dirigió los ojos a Pacal en ningún momento. No quería mirarle. Quería ignorar su presencia. Olvidar su figura y su perfil... y hacer como si aquel infame hombre jamás hubiese existido para él.

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11/02/2018, 23:28
Udjat

El canadiense desapareció del tabernáculo flanqueado por los dos guerreros, como antes los demás. Aunque no desfalleció, su mirada se enturbió justo en el momento en que atravesó el dintel, camino al exterior.

Era ahora el turno de Fadil, el último de ellos, víctima además de verdugo, como él mismo acababa de constatar amargamente.

Los ojos de Pacal estaban entrecerrados, sus pupilas escondidas entre los párpados. Pero él sabía que su mirada era felina, la mirada del depredador que acecha a su presa. No tan distinta de la suya propia, unas horas atrás. O quizá de cientos de años en el futuro.

También la mirada de Nefissa estaba clavada en él. No habían podido decirse nada, ni siquiera rozarse los dedos. Pero sentía su presencia como si llenara todo el espacio. Y sabía que había pasado por lo mismo que él estaba ahora a punto de sufrir.

De hecho, todas y cada una de las personas que quedaban en el interior del Templo de la cúspide de la Pirámide estaban pendientes de él. Una de las mujeres indígenas sostenía el tocado que, sin duda, le sería impuesto después de la Ceremonia, después del pinchazo. Le sonrió, asintiendo con la cabeza. El guerrero, a su lado, le tomó por un codo...

...había llegado el momento.

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18/02/2018, 23:02
Fadil Jannan

¿También tienes la marca? preguntó con la mirada a Nefissa. Aunque lo habían detenido antes de que pudiera tocarla, no dudaba que así fuera. Era la marca de un destino compartido por los herederos, por su hermana, por la niña Enara y, suponía, por esas otras dos mujeres que presidían las otras puertas. No se había fijado en ellas hasta ese momento; estando allí su hermana, apenas había tenido ojos para nadie más.

Nos veremos enseguida, hermanita, le dijo, poniendo en la voz una confianza que no sentía. Fue fácil, natural. Era un talento que había entrenado a lo largo de años, en todas las facetas de su vida. La confianza del vendedor que sabe que la venta comienza cuando el cliente dice que no. La del hombre que se acerca a una mujer desconocida con una sonrisa y un puñado de palabras.

Nathan abandonó el templo, y por fin, solo quedó él.

Los demás habían caminado hasta Pacal, con la dignidad de quienes sabían que no tenían otra opción. Fadil eligió otro camino. No se resistió; ya había comprobado que era inútil —Sean y Mike habían estado a punto de pagar los intentos con sus vidas—, y por encima de todo, era demasiado tarde. Pero tampoco colaboró. ¡Que lo arrastraran y le obligaran a exponer la nuca a la fuerza! Había sido la marioneta de Umayma, pero ya no. Nunca más.

Al menos, pensó, ahora soy yo mismo. Las fuerzas que se le oponían en esos momentos eran las de los músculos y las armas. Tenía ganas de reír, y de gritar. No hizo ni uno ni lo otro.

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20/02/2018, 10:47
Guerrero

La mano que sujetaba a Fadil por el codo cerró su garra como lo haría un águila cuando éste se revolvió, decidido a plantar cara. En lo que tardó en inspirar otro guerrero se colocó al otro lado, y ambos forcejearon con el egipcio. Éste se defendió con todas sus fuerzas, plantando pies y talones en el suelo, o haciéndolos volar en un intento alguna vez efectivo de lanzar una buena coz a una espinilla o un muslo. 

Pero fue inútil. Lo levantaron de suelo, y en volandas, como un gallo de pelea agarrado por las patas, lo acercaron al altar. Pacal le observaba complacido, aunque no se burló. Posiblemente prefería esa actitud a la sumisión humillante. 

Las mujeres lo presenciaban con actitudes distintas, la más tensa Nefissa, desde luego. La pequeña Enara, cansada ya de estarse allí quieta daba pequeños saltitos, y ante la resistencia de Fadil se encogió de hombros, como si estuviera convencida de que el intento no serviría de nada. La mujer rubia seguía absorta, mirando sin mirar a algún punto frente a ella. Y la morena, con los ojos entrecerrados, apretaba los labios con rabia. 

Finalmente todo siguió como con los demás. Le inclinaron para dejar su nuca al descubierto, y le pincharon. La gota de sangre, el tocado, los gritos. Todo se repitió. Y aunque Fadil seguía luchando por oponerse, e intentó lanzar su tocado de su cabeza con furia, sintió que flaqueaba, y que se sumía en una marea de debilidad.

Aunque podía andar, poco más podía hacer. No esperaron sin embargo que lo hiciera, los dos hombres, a cada lado, le sujetaron y le acompañaron hacia la salida. Su actitud no era dura, sino casi paternal. Lo que no era menos ofensivo para él...

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20/02/2018, 11:04
Udjat

Un pinchazo, simple y limpio. Nada más. 

El pinchazo es sólo eso, y no duele más que lo que cabría suponer. Pero, inmediatamente, notas algo. Tu mirada se evade, se sumerge en tu propio ser, y se pierde.

Sí, te das cuenta de que algo se está mezclando contigo. Una presencia distinta a tu propia esencia. Notas peligro, uno que no habías sentido hasta ahora, algo ajeno. No sabrías definir la sensación, no es una visión, es un sentimiento. Sin confirmar, sin cuerpo, sólo una intuición. Una especie de alerta se despierta en tu interior...

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26/02/2018, 00:34
Fadil Jannan

Al día siguiente, si seguía al día siguiente, lo lamentaría. Pero en ese momento el menor dolor cuando los dedos duros se cerraban alrededor de sus miembros como piezas de una máquina. Por un momento, incluso creyó que podría evadirse de su presa, y hacer qué. Pero fue solo un momento; aquellos hombres estaban entrenados para eso. Yo tengo entrenamiento de otro tipo, pensó, divertido a su pesar, mientras luchaba contra los brazos que empujaban su cabeza y ponían su nuca al alcance de Pacal. Cuatro años de Administración de Empresas, y un máster en gestión de hoteles y complejos de ocio. Justo lo que necesito en este lugar.

El pinchazo en la nuca significó el final de sus esfuerzos. Ni siquiera fue capaz de reunir las fuerzas necesarias para arrancarse el tocado con el que adornaron su cabeza. Los brazos que lo habían sojuzgado lo sujetaron con la misma facilidad. Se dejó llevar hacia la salida, pues no tenía ímpetu para nada más.

Y en su mente, mientras tanto, algo que le inducía al pánico. Algo ajeno compartiendo sus pensamientos; sus emociones, más bien. Peligro. Pánico por verse de nuevo despojado de su voluntad. De ser él mismo pero no serlo, y de abrir los ojos un día para darse cuenta de que lo que había parecido una pesadilla era la realidad. La mera posibilidad le agarrotaba las vísceras, y le hacía sentir el pecho como si el aire residual se hubiese esfumado y sus pulmones se hubiesen colapsado.

Por suerte, apenas podía pensar.

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26/02/2018, 18:41
Udjat

Y así, tras la salida de su casi hermano, la Ceremonia concluyó. Nefissa no recordaba nada de la suya, pero no podía haber sido demasiado distinto de lo que acababa de suceder, ya que el rostro demudado de Fadil era lo bastante expresivo como para comprender que había sido drogado, a su vez, y que despertaría en algún momento en una habitación parecida a la que ella había despertado también.

Los cánticos acabaron, y Pacal, en su distinción de Sumo Sacerdote, o quizá Rey, salió escoltado de sus hombres. Y después salieron ellas. Primero Enara, luego la rubia a la que llamaban Elka?, y después ella y la mujer que le había susurrado antes en perfecto inglés.

Se dirigieron a la plaza de las columnas, al este de la pirámide. A la pequeña Enara se la llevaron otros niños, hacia uno de los edificios más lejanos, donde al parecer estaba todos los pequeños viviendo. Y las tres mujeres quedaron en aparente libertad, para hacer aquello que quisieran.

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26/02/2018, 18:56
Dawn

-Vamos, vamos. Ven conmigo, iremos a los baños, allí podremos hablar con algo de tranquilidad. Supongo que debes estar tan confundida como estaba yo el día que aterricé aquí. Y de eso hace ya demasiado... aunque puede que sólo sean unas semanas...