Partida Rol por web

Horus - II

Umayma

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02/07/2013, 23:56
Udjat

Costaba dormir. Y cuando lo conseguía, la imagen se repetía una y otra vez, el automóvil estampándose contra las ciclópeas piedras, los restos de la Mastaba.

Así una y otra vez, día tras día. Era obsesivo, y doloroso. Tanto por lo que ellos habrían sufrido, como por el sinsentido, la amarga y sarcástica risa de los dioses burlándose de Fadil.

Porque, nada había peor para él que las dos vidas truncadas sin razón.

Su mente divagaba como el primer día, el momento en el que acudió a la llamada de la policía, para identificarles. Y luego, cuando a solas, las lágrimas surcando silenciosas su rostro, quiso conocer por sí mismo el lugar del accidente.

Pedazos de hierro rojo y cristal, y sangre, rojo sobre rojo. Las piedras milenarias y la arena, la presencia y la ausencia.

Casi logró arrancarse a sí mismo de allí, del lugar maldito que le asaltaría en sus noches, cuando lo vio. Entre lo que quedaba de la tapicería, medio escondido, manchado y sucio. Un Ojo de Horus...

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05/07/2013, 14:56
Fadil Jannan

Lo único que podía proporcionar algún sentido al sinsentido. La trampa que explica la racha de buena suerte del perdedor y ludópata. Y la respuesta a una plegaria jamás pronunciada… O al menos eso deseaba. Era lo que ansiaba con todas sus fuerzas. Pero, ¿qué respuesta era esa? Un udjat, solo eso. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué significaba? ¿Qué implicaba? Era lo único que destacaba en un accidente que cualquier otro podía considerar fortuito. Pero Fadil no, no quería creerlo. Primero la mastaba y ahora eso eran demasiadas casualidades.

Día tras día intentó buscar respuestas sin el menor éxito, y la esperanza que había albergado se fue diluyendo. Quizá, después de todo, había sido tan solo un accidente normal y corriente y el resto no eran más que los delirios de un hombre que se había convertido en prisionero del pasado. Igual que Zahi.

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09/07/2013, 19:15
Udjat

Guardó el pequeño símbolo tal como estaba, polvoriento y lleno de rozaduras. Lo deslizó en su bolsillo, lo llevó a casa, y allí lo mantuvo, sin llegar a decidirse. Sin decidir qué hacer con él, si mostrarlo a Zahi, si tirarlo, si buscar su procedencia. Lo sacaba de vez en cuando, lo manoseaba, pensativo, intentando sonsacarle respuestas que nunca llegaban.

Pero no, lo que fuera el símbolo, si era un hilo conductor a una explicación, o sólo era una casualidad nefasta, una carcajada de los dioses en su cara, no parecía que fuera a desvelarse. Ni lo haría nunca, allí metido en el cajón de su escritorio, en casa, ausente y presente a la vez.

Mientras, a su alrededor la vida seguía su curso. Nefissa, que se había convertido en una mujer fuerte y capaz. Aiul que envejecía, Zahi que apuraba la copa de la soledad con un ansia de náufrago sediento. Y él mismo, a la fuerza, tuvo que seguir su propio curso también. Sin sus padres, se había convertido en su propio timonel, su faro y su puerto. Nefissa creía ayudarle, pero en el fondo él siempre pensó que era él quien la iluminaba a ella.

Hasta que un día, uno cualquiera, se cruzó con esa chica. Una mujer a la que nunca había visto, y que, sin embargo, tenía un aire... familiar. Como si ya se hubieran encontrado en sueños, como si le recordara a alguien. Quizá no se cruzaron, después de todo. Quizá ella le buscaba, después de todo.

Porque clavó sus ojos en él, quieta, plantada delante como si esperara algo....

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12/07/2013, 17:27
Fadil Jannan

Fadil se quedó inmóvil, devolviéndole la mirada. Parecía el reflejo masculino de ella.

Qué quería. Qué buscaba. Por qué sentía aquella familiaridad al mirarla. Y ella… ¿Ella le miraba por lo mismo? Solo había una forma de saberlo, así que ni corto ni perezoso acortó distancias. Pero la seguridad que destilaban sus pasos nada tenía que ver con el revoltijo de dudas que le propulsaban.

- Perdón. Lo siento, pero… Yo… Esto le sonará raro, pero...- Lo qué iba a decir era un cliché. Una frase repetida hasta la saciedad y a la altura del “estudias o trabajas”.- No me entiendas mal, por favor. Pero… Me suena tu cara, pero no sé de qué.- Extendió sus manos adelantándose a la reacción de la chica, intentando explicarse, intentando que le entendiera.- Hablo en serio, de verdad. ¿Nos conocemos de algo?

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12/07/2013, 20:25
Muchacha nubia

La mujer no se apartó, no retrocedió. Siguió mirándole, muy seria, absolutamente seria. Le dejó hablar, sin animarle ni tampoco atender a sus explicaciones.

Era una egipcia bereber, vestida de modo tradicional, por tanto debía ser de la zona del desierto de Libia, quizá del Oasis de Siwa... Fadil recordó entonces el lugar. Allí estaba el Castillo de Arena, del que tanto había oído hablar a su padre, y a Zahi.

La sensación era rara, muy rara. De pronto ella negó lentamente con la cabeza. Pero no respondió a la pregunta. En vez de eso habló como si lo que tenía que decirle no tuviera nada que ver con Fadil, con voz impersonal y fría.

-La Madre quiere verte. He venido a buscarte...

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14/07/2013, 23:35
Fadil Jannan

- ¿A buscarme?- Su cara era un poema, y si al acercarse a ella ya estaba confuso, tras escucharla aun lo estaba más.- ¿Quién?

Tan solo una madre había conocido en su vida, la única Madre para él, pero el destino o quién demonios fuera se la había arrebatado. Nada le quedaba ya de ella más que los recuerdos de unas vivencias que nunca se volvería a repetir. Un pasado alegre teñido por la amargura.

- Lo siento, debes haberte confundido…

Y a pesar de ello no se marchó. Aguardó esperando una confirmación, un aperitivo de lo que ya paladeaba: respuestas.

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15/07/2013, 18:42
Muchacha nubia

-La Madre Umayma. Estás confundido, lo sabe. Pero es a ti a quien busco, a quien ella quiere ver.

Siguió mirándole mientras apartaba un pliegue de su manto, la almalafa bereber, y sacaba algo pequeño de entre los dobleces de la tela. Sin añadir nada le tendió el objeto, para que él lo tomara.

Cuando vio lo que era, Fadil supo que no se había equivocado. Aquello no era más que el aperitivo de lo que más deseaba en este mundo. Respuestas.

Se trataba del mismo Udjat que él había rescatado de entre los escombros del accidente. El pequeño ojo de Horus, una versión peculiar ya que mostraba la Cobra de Egipto en él. El mismo diseño, el mismo tamaño...

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16/07/2013, 21:44
Fadil Jannan

Fabil no dudó, cogió lo que aquella mujer sostenía entre sus manos con la misma intensidad con la que se asía a la esperanza que aquel pequeño objeto reavivaba. Lo acercó a sus ojos. Lo inspeccionó a conciencia girándolo en sus manos, mirándolo por arriba y por abajo, por un lado y por el otro. Cuando terminó lo sostuvo entre sus manos como si se hubiera transmutado en la más frágil de las porcelanas, temiendo que en un instante volara en mil pedazos junto a su reencontrada esperanza.

- ¿De… De dónde lo has sacado?- barboteó nervioso.- Llévame con ella. Por favor.

No, no podía ser una mentira. No podía ser una casualidad. Y lo que allí encontrara, fuera lo que fuera, no podía ser peor que lo que ya tenía: Nada.

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19/07/2013, 13:43
Muchacha nubia

-Ven.

Le había dejado hacer, esperando que él manoseara el udjat, lo mirara, lo estudiara. Se hiciera una idea, al fin y al cabo, de lo que representaba que hubiera llegado a sus manos, de lo que representaba que ella le hubiera ido a buscar. De lo que representaba que alguien tirara de esos hilos.

Señaló con un gesto un todoterreno aparcado no muy lejos. Un hombre esperaba en él, al volante. La mujer echó a andar hacia allí, sin ver si Fadil la seguía. Dando por hecho que lo hacía. Entró en el todoterreno, y dejó la puerta abierta para que él subiera.

El hombre al volante no dijo nada tampoco. Un turbante blanco enmarcaba unos ojos negros como el hollín, que se fijaron un segundo en los de Fadil, lanzándole una mirada ladeada. Pero enseguida volvieron a su sitio, un punto impreciso más allá del parabrisas, como si esperara la orden de arrancar y eso fuera todo el sentido de su vida.

Cuando Fadil hubo subido, así lo hizo, arrancó, y sin mediar palabra puso rumbo a algún lugar, sin más explicaciones. Tampoco las dio la muchacha, silenciosamente sentada a su lado. El silencio pesaba, como una roca ciclópea.

Si quería respuestas de ambos, debería hacer él las preguntas. Si no, debería esperar a que llegaran a su destino. Fuera el que fuera...

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22/07/2013, 23:31
Fadil Jannan

No insistió, tan solo una palabra pronunció antes de ponerse en camino, y solo con ella obró su hechizo. Fadil la siguió sin rechistar hacia el vehículo que les esperaba a ambos. Solo cuando vio que la mujer no había venido sola, dudó de si seguir adelante.

“Meterse en la boca del lobo... La curiosidad mató al gato…”

Expresiones como aquella rondaron su cabeza, pero al final se metió dentro, como no podía haber sido de otro modo. No se subía al coche del desconocido por la promesa de caramelos, lo hacía buscando respuestas ante la muerte de una madre que le hubiera aconsejado que nunca lo hiciera.

- ¿Adónde vamos?

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24/07/2013, 07:54
Muchacha nubia

Como si la que hablara no fuera ella, como si repitiera el texto de un libro, o de un folleto publicitario, la mujer respondió.

-Vamos al Castillo de Arena. -Su voz se tintó levemente de un matiz ausente, metálico.- El Castillo es una construcción inmensa, encastada como una joya entre las dunas del Mar de Arena, al suroeste de El Cairo, adentrado en el desierto unos 150 km más o menos. Es propiedad de los Al-Hassim desde tiempos inmemoriales, y se abastece de agua de un pozo privado, inagotable. Lo más impresionante es su mimetismo con su entorno, que hace que no impresione cuando uno lo descubre. Pero, además, la mayor parte del Castillo está bajo la meseta de roca arenisca en la que descansa su parte exterior. Excavada, no se sabe si por mano del hombre, o si por el efecto de antiguas corrientes subterráneas ya inexistentes. El caso es que es un intrincado laberinto de pasadizos, cavernas, cámaras... una belleza.

El hombre al volante se medio giró, pero sólo por un segundo. Por el retrovisor clavó los ojos de su rostro a medias embozado por la tela blanca en Aisha, pero ésta seguía con la mirada puesta en una nada irreal, en un lugar inexistente.

Fadil se dio cuenta de que el enorme hombretón se encogía, y no supo si el gesto era que se estaba asustando o si lo que mostraba era... ¿respeto...?

También se dio cuenta, inevitablemente, de que estaban saliendo de El Cairo en dirección sur. Pasaron por su Saqqara natal, pero sin llegar a entrar, aunque vio la silueta de la pirámide escalonada recortada en el cielo azul. Poco después tomaron un camino que giró directamente hacia el oeste. El desierto apareció de golpe, como cruzar una línea artificial. La vegetación terminó de un modo súbito, y el amarillo sustituyó al verde, algo familiar ya para el egipcio, pero que seguía siendo sorprendente en cierto modo. Se adentraban, pues, en el desierto.

Sabía, desde luego, del Castillo de Arena. Así que... allí iban. Un estremecimiento recorrió su cuerpo, su padre le había hablado de la guarida de los Al Hassim, a los que él y Zahi odiaban con un sentimiento profundo, corrosivo. Muchas veces intentó comprender ese sentimiento, pero nunca había obtenido explicaciones satisfactorias. Al parecer les hacían responsables de lo que fuera que les hubiera sucedido cuando todo el asunto de la maldita Mastaba de Horhotep, antes de que él naciera.

Pero de los Al Hassim ya no quedaba nadie, y, según tenía entendido, la antiquísima construcción ahora abandonada sólo era una colosal excentricidad mantenida en pie por el propio desierto...

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29/07/2013, 17:03
Fadil Jannan

Si la forma de reparar en aquella mujer entre toda la gente no hubiera sido tan inusual o si no se hubiera sorprendido ya por verla sacar el udjat de entre sus ropajes, verla soltar aquella retahíla de palabras que parecían sacadas de un artículos de la Wikipedia le hubiera resultado mucho más extraño.

- ¿Por qué allí? ¿Por qué tan lejos?

Lo preguntó con creciente inseguridad al ver que dejaban atrás alquitrán y el cemento, que se alejaba de la seguridad que da la gente que te  puede escuchar cuando gritas. Pero no, mejor no pensar en aquello. Estaba seguro, si querían hacerle algo ya podían haberlo hecho. Además, cómo hubieran podido saber lo del udjat, por qué usarlo como cebo para luego... No, no. Imposible. Era absurdo.

- ¿Cómo lo habéis sabido?- añadió mientras revisaba una vez más el udjat, tal y como había hecho cada vez que dudaba por qué se había se había subido en aquel coche.

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02/08/2013, 19:08
Muchacha nubia

Por un buen montón de veces la mujer había respondido evasivas a Fadil. "Preguntas a la persona equivocada". "El tiempo no fluye con la misma cadencia de tu ansia". "Yo no sé nada". "Ella saciará tu sed".

Cada vez se giraba para dejarle una frase monocorde, una que flotaba entre ambos y acababa resbalando por el cuero del asiento del todoterreno, mientras el hombre le miraba en silencio por el retrovisor. Y después se giraba de nuevo, perdiendo la mirada en el horizonte desértico, oteando en la calima.

Él finalmente lo dejó correr. Era cierto, se adentraban en el gran mar de dunas, y al hacerlo, todo adquiría un tinte relativo, un sentido distinto, atemporal en cierto modo. Dividió su interés entre el pequeño udjat y el ocre ondulante, cambiante y sin embargo indistinguible a cada segundo.

Poco a poco el paisaje fue discretamente variando, trasformándose. No demasiado. Pero sí, las olas amarillas de las dunas se habían compactado, apretado unas con otras y convertido en montículos rocosos. Habían aparecido plataformas areniscas, mimetizadas con la arena, alguna de considerable altura y tamaño.

Y de pronto, casi por sorpresa, delante de ellos apareció una formación rocosa más grande que el resto y que se levantaba contra el cielo azul. Y, y pegada a ella, casi confundida con la roca y la arena, Fadil empezó a distinguir las formas de una edificación de varios cuerpos, arracimados, que fueron haciéndose más evidentes a medida que se acercaban.

-Ahí lo tienes. El Castillo de Arena. El hogar y fortaleza de los Al-Hassim.

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18/09/2013, 01:57
Fadil Jannan

Observó  aquella mole de piedra, aquel ídolo a cuyos pies los muros del palacio se postraban como parte de una peregrinación en la que Fadil también participaba. Pero el largo viaje, el no haber podido moverse del sitio, las continuas evasivas y las preguntas sin respuesta, habían acabado con su maltrecha paciencia. Más aun cuando por fin podía ver el final de un camino que hasta entonces tan solo había imaginado y de cuya existencia había comenzado a dudar hasta conocer a aquella mujer.

- Ya. Sí. Lo sé.- Aquel lugar no le era desconocido. Había visto fotos y había escuchado muchas historias sobre él.

Cuando el coche paró le faltó tiempo para bajarse de él.

- Por favor, llévame a ella.

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23/09/2013, 18:23
Muchacha nubia

No tuvo que repetirlo. La mujer bajó rápida, y le indicó con un gesto de cabeza la entrada del Castillo, que por el tipo de construcción, por un lado, y por la acción de la arena y el tiempo por otro, apenas podía percibirse desde allí.

La silenciosa figura avanzó hasta llegar a una especie de patio con el arco de la entrada. Allí giró a la izquierda, y se adentró en un pasadizo terroso, fresco y sombrío, hacia algún lugar en el interior del Castillo. Se giró un momento para asegurarse de que le seguía. Y, simplemente, murmuró:

-No te quedes rezagado. Es fácil perderse.

Sin detenerse fueron atravesando pasillos y estancias con aspecto de llevar años abandonadas, todo en la superficie, y con algunas ventanas de cristales oscurecidos y sucios. No era agobiante, sin embargo, la sensación era de frescura, sombra, pero sí que el aspecto a medida que avanzaban era cada vez más intrincado, confuso.

Se adentraban en la zona más inalterada del Castillo, la más genuina. Pronto las paredes dejaron de estar revestidas de piedras, y pasaron a ser de roca arenisca, excavadas. Aquí y allí lámparas de aceite iluminaban tenuemente lo que la escasa luz de las ventanas, cada vez menos numerosas, dejaba a la oscuridad.

Al principio no parecía que fuera tan complicado como hubiera imaginado por lo que se decía del Castillo de Arena. Los pasadizos se cruzaban con otros, sí, y había algunas estancias parecidas, vacías y con varias puertas. Pero no era tan laberíntico como esperaba tras las recomendaciones y sus propios temores.

Sin embargo seguían adentrándose en las entrañas de la extraña construcción, y ahora lo hacían casi a oscuras y por una cada vez más intrincada maraña de pasadizos.

Hasta que llegaron a una especie de inmensa sala, o caverna para ser más exactos, en la que se abría un enorme agujero de distintos niveles perforando el suelo, en el que se encontró de repente encima, como en un balcón sin baranda. Una rampa y luego unas tortuosas escaleras descendían, para después arracimarse en más pasadizos, túneles, escaleras... algunos ligeramente iluminados, otros menos, otros no.

Eso sí. Eso sí era un verdadero laberinto. Era algo... curioso. Por lo menos. Una perspectiva completamente distinta sería recorrerlo desde dentro, o simplemente observarlo desde fuera. Porque quien lo recorriera, perdido, podía ser visto desde arriba, y dirigido. O no...

-Esta es la entrada a la zona subterránea. Por eso te he dicho que me siguieras de cerca. Que es fácil perderse. Nadie debe nunca adentrarse en ella. Y no creas que bromeo...

Pero pasó de largo, dejando la rampa a su derecha, y el inmenso agujero.

Sin ya más palabras la mujer le guió adelante, tomando un pasadizo serpenteante de paredes de roca arenisca pulida. Algunas troneras, apenas rendijas ansiosas de luz, se encaramaban probablemente al exterior, pero escaseaban cada vez más.

-Aquí se encuentra la vivienda de Madre Umayma. Es la más antigua de la casa, si exceptuamos la excavada, claro.

Atravesó una arcada blanquecina, tallada en la piedra, y se adentraron en lo que debían de ser los aposentos de la verdadera ama del lugar. Aquella zona estaba sorprendentemente limpia en comparación a lo anterior.

Al cruzar la arcada se encontraron en unas pequeñas estancias, excavadas en la misma roca, con iluminación también a base de lámparas de aceite y alguna estrecha aspillera por la que entraba la luz del exterior, lo que le indicó que estaban por lo menos a ras de suelo, y en las que aunque el aire no estaba tan enrarecido como en las anteriores, olía a especias y a esencias penetrantes.

Apenas unos metros cubiertos con telas rústicas en algunos lugares, y algunos almohadones de lino crudo sobre bancos de piedra. Al fondo una cama, también rústica. Aunque todo limpio, y cómodo.

Aisha se adelantó hasta una esquina más oscura, en la que casi no se había fijado. Pero entonces la vió, allí, sentada casi a ras de suelo, sobre algunos almohadones, una mujer viejísima, arrugada y vestida de negro con apenas el rostro visible, un rostro en el que destacaban unos ojos vivos, agudos y acerados como cuchillos.

La mujer se acercó a ella, le hizo una profunda reverencia, y se arrodilló a su lado. Susurró, en tono casi inaudible algo a su oído, y a continuación pronunció sin subir demasiado el tono que acababa de usar:

-Madre Umayma, aquí le tienes. Aquel que pediste, aquel que requieres.

La mujer susurró algo, y Aisha se giró hacia él, sin levantarse, y prosiguió.

-La Madre desea que te acerques. Quiere hablar contigo...


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16/10/2013, 06:45
Fadil Jannan

El laberinto que habían contemplado desde las alturas explicaba a la perfección cómo se sentía. Perdido en su ignorancia y rodeado de interrogantes había llegado hasta allí olvidando su camino y sin dejar un pequeño hilo con el que poder regresar sobre sus pasos. Y tan perdido estaba que ni siquiera se planteó que como el laberinto oculto en las entrañas de aquel palacio, en el suyo también podía haber un balcón desde el que alguien guiaba sus pasos.

Cuando Aisha regresó tras acercarse a la sombra arrugada que como afilado cristal se protegía entre cojines, Fadil la miró en busca de la confianza que necesitaba para dar los últimos pasos. Tan solo la conocía desde hacía escasas horas, sí, pero allí era la única en la que podía refugiarse frente a las dudas y al atávico temor que despertaban los afilados ojos de quien lo esperaba más adelante.

- Hola…

No supo qué más decir mientras con cautela se acercaba a aquella mujer que parecía una fiera agazapada.

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17/10/2013, 12:21
Udjat

A medida que se acercó, la sensación creció. No. No lo parecía. Era, una fiera agazapada.

Una mujer mucho más vieja que cualquiera que hubiera visto nunca, decrépita, con la piel del rostro tan arrugada y apergaminada que parecía que algún macabro taxidermista la hubiera disecado para algún tipo de morboso deleite. Las manos reposaban en el regazo de negra tela, agarrotadas, crispadas en lo que los años habían vuelto garras.

Pero, ¡sus ojos! Eran los ojos de la fiera, del depredador astuto y vivaz, atento, inteligente. Paciente, que rondaba a su presa sin prisas, cauteloso, la estudiaba y la reconocía. Las pupilas de un azul gris tan claro que parecían trasparentes brillaban entre las rendijas de sus párpados, y el temor que despertaban era atávico, sí, algo que tañía una nota en las profundidades del alma, una nota de sonido ancestral, más antiguo que la conciencia.

Si esperaba obtener confianza de ella, la suficiente para acercarse con cierta tranquilidad, no la obtuvo.

Pero lo que sintió tampoco era desconfianza. Fue otra cosa, otra emoción, que Fadil no pudo identificar en aquel momento. O quizá nunca. Mezcla de demasiadas sensaciones, incluso sentimientos, algunas y algunos opuestas y opuestos, una emoción complejamente facetada. Nueva, distinta. Y que, paradójicamente, le hizo sentir más que si lo que hubiera sentido hubiera sido confianza. Le hizo sentir que estaba en el lugar adecuado. Le dio seguridad. Supo al momento que ella era la respuesta, que ella tenía la verdad, su verdad, y que sabía, y que le comprendía. A él, a su impotencia, a su rabia, a su necesidad. Por la muerte de sus padres, por haberse quedado solo, por que alguien hubiera segado su trayectoria, por completo.

Y ella, lo supo al instante, sabía quién era ése alguien, sabía quién era el responsable, quién debía pagar por ello...

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20/10/2013, 17:59
Fadil Jannan

Se fijó en su rostro, sus arrugas, en lo extraño y profundo de aquellos surcos que recorrían una cara que más bien parecía una máscara de arcilla resquebrajándose y en la que tan solo los ojos daban una pista de lo que tras ella se ocultaba. Entonces, temiendo que aquello incomodara de algún modo a la bestia que lo miraba, bajó la vista hacia el suelo. Además no necesitaba sus ojos para obtener lo que allí había ido buscando, tan solo sus oídos. Y si ambos comprendían las razones por las que se habían reunido, mejor no retrasar más las preguntas que durante tanto tiempo lo habían torturado.

- ¿Por qué…? ¿Quién?- añadió al final en un susurro, tocando la figurilla que sabía perfectamente que no había pertenecido a sus padres.

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20/10/2013, 18:16
Umayma

Sin embargo, la respuesta no llegó a sus oídos. Sino a su mente.

Fadil no lo vio, ancladas en el suelo como estaban sus pupilas, pero la mano de Umayma se levantó, nudosa, lenta, y sin llegar a rozarle se posó a un escaso milímetro de su cabeza. Quizá sólo era un gesto innecesario, pero lo hizo, y si alguien hubiera estado mirando el cuadro era anacrónico, antiguo de milenios, una matriarca oscura bendiciendo a su pupilo...?

Y una avalancha de imágenes le asaltaron, incontinentes, desatadas. En ellas había una historia dibujada, una extraña.

Dioses Egipcios, sacerdotes de esos dioses, símbolos. El Udjat, el ankh, y rostros. Y alineaciones. De pronto vio a su padre, entre esos rostros, y otros, otros rostros que no conocía pero que supo sin lugar a dudas a quiénes pertenecían. Incluso, en ese momento, supo sus nombres, y caló en las almas y vio las facciones.

Dos, dos facciones enfrentadas, no bien y mal, era otra cosa, eran fuerzas, poderes, blanco y negro, sol y luna, pasado y futuro. Una guerra. A muerte, una batalla ciclópea, de dimensiones infinitas. Magia, y odio, y... muerte.

La vio, vio la muerte, la sintió. Vio morir a sus padres, vio morir a más hombres y mujeres, eran momentos distintos, pero una misma razón. Lo comprendió. No supo cómo, pero comprendió.

En aras de ese maldito símbolo, el Udjat de Horus, adorado con servilismo por aquellos a los que tanto Umayma como él debían las vidas de los que amaron, ambos, ella, la Madre, y él, el hijo, habían perdido. Y sólo quedaba una cosa que tuviera sentido, una más ancestral que el propio mundo. Con más fuerza que el odio, con más poder que el de los dioses.

La Venganza.