Partida Rol por web

Volvéis a cruzar la torre albarrana y os encontráis de nuevo en el punto donde os encontrásteis por primera vez con el desafortunado obrero. La actitud de Ibrahim cambia una vez no está bajo la supervisión de Gabriel, incluso parece que su espalda está menos recta y en una postura mucho más natural. En su rostro hay ahora una sonrisa, y se dedica a ir pegando patadas a las piedrecitas y a jugar con ellas. Ahora parece mucho más un niño que antes.

-No se preocupen, la casa del alarif... -el niño se interrumpe una fracción de segundo-, del maestro no está muy lejos, pero el trasiego de personas, animales et carros en algunas calles estrechas de la ciudad puede llegar a despistarles. Yo les guiaré.

Ibrahim va caminando ligero, entreteniéndose curioso con todo lo que encuentra a su paso. Quizá no le dejen salir mucho de la ciudad. Tras dejar atrás al puente en construcción, el pequeño moro echa a andar por un camino que bordea toda la zona sur de Toledo.

El mocoso andaba presto por el camino que rodeaba la ciudad, parecía guiarnos hacía otra de las entradas a la misma.. - Shukran yazilan, tasharraftu bima'rifatik Ibrahim.* - Hablé al zagal en Árabe, y aunque no lo dominaba a la perfección como el Mozarabe, sabia lo básico. Quería así ganarme quizás un poco de su confianza. - ¿Como acabasteis sirviendo al maestro alarife zagal?. - Sentía curiosidad por la historia del pequeño y servicial moro.

El chico se sorprende ante unas palabras amables y en su idioma, sonríe de nuevo de forma inocente y afloja un poco el ritmo de su caminata.

-Fui vendido junto a madre al arzobispo, et por entonces poco más tenía de dos años. Madre murióse poco después, et por eso es que en verdad no sé de adónde provengo. Algunas gentes dicen que madre era de Granada.

El muchacho se agacha un segundo y empieza a rebuscar por el suelo, entre unos matojos.

-Don Pedro hame cedido al maestro alarife durante el tiempo que dure aquesa obra para que sírvale de criado, además de mensajero et correveidile, pues Gab... el maestro, está obligado a notificar diariamente a don Pedro Tenorio de cualquier menester relacionado con la obra del puente.

Ibrahim recoje una paja corta del suelo y se la pone en la boca, a modo de palillo de dientes, como una especie de adorno, sintiéndose todo un adulto caminando entre vosotros. Lleva el pecho enchido y la cabeza alta. Debe tratarse de otro juego. Al fin y al cabo, el chico debe buscar alguna forma de entretenerse: es una vida dura para tener diez años...

- Bravo zagal, demostráis ser útil et avispado. - Le di unas buenas palmaditas en la espalda. - Interesante. - El mocoso parece ser el correveydiles del arzobispo, casi nada. Claro quedaba que si el arzobispo había llegado tan alto no era por caerse de un guindo precisamente, se ve que ojos y oídos ponía donde estaban sus intereses. Seguramente ya le habría llegado la noticia de los cinco extraños forasteros que milagrosamente habían salvado a un hombre en el puente. Eso era buena señal, quizás se fijara en nosotros y gozáramos de su favor de alguna u otra manera.

Asintió mirando a Adso al escuchar sus palabras. Bien le habría gustado saber lo que iba a contarles el alarife. Muchas veces las cosas que quedaban pendientes, nunca dejaban de estarlo, y la duda quedaba perdida en el conveniente olvido del que iba a despejarla.

Todavía sonreía por el comentario de Isidro, bien podía tener razón y el alarife comprara nuestro silencio. Pero esta circunstancia ya nos iba bien, y tampoco había porqué buscarse enemigos en una ciudad donde éramos extranjeros.

Escucho la historia de Ibrahim, y también atiendo a su situación. Si pertenece al obispo y le cuenta todo lo que acontece, más vale ser precavido, porque nosotros no seremos una excepción.

Sigo caminando junto al grupo, en silencio, mientras Lázaro habla con el muchacho.

Adso caminaba cerca del muchacho mientras le escuchaba. Cuando vio que era dado a hablar, el goliardo intervino.

- Seguro que el teu maestro conoce a multitud des gentes... et seguro que te manda calle arriba y abajo con no pocos recados, ¿verdad?- comentó sonriente-. Et seguro que conoce al arzobispo et es un bon amigo seu, ¿que no?- le preguntó, metiendose un poco en el meollo del tema.

-Non son grandes amigos en verdad. El arzobispo cuida muy bien con quien júntase, et creo que ni conocía al alar...maestro hasta antes de necesitar el puente. Escuché rumores de que iba a encargarse en principio otro alarife bien reconocido en Toledo y alrededores, pero que por algún motivo, finalmente don Pedro decantóse por Gabriel, quien también cuenta con bastante fama por la zona, según parece.

Ibrahim se encoge de hombros sin parar de caminar.

-Al fin y al cabo, non se trata de temas de mi conocimiento ni incumbencia.

Casi sin daros cuenta, alcanzáis siguiendo al morillo otro puente, el puente de Alcántara, por el que podéis acceder al fin a Toledo por la puerta del mismo nombre.

El esplendor de la ciudad os llega a sobrecoger en un principio. Sus edificios, toda su gente, su alboroto...

Isidro, que iba pegado al crío le toca el pelo y se dirige a el con confianza

- Chiquillo, ¿Cuánto llevas trabajando para el Maestro Gabriel? Creo que aún no has atinado ni una sola vez al nombrarle. Tienes suerte que no esté cerca tu señor, mi antiguo maestro me hubiera tirado ya tan fuerte de la oreja que ahora mismo estaría sordo como una tapia. 

Ya dirigiéndose al resto del grupo mientras se maravillaba con las calles de Toledo:

- Así que nuestro nuevo amigo Gabriel consiguió este trabajo a última hora...Y ya casi mata a un pobre trabajador gracias a unas condiciones chapuceras. - Sonriendo nuevamente - Ojalá algún día nos topásemos con algo de suerte en nuestro camino.

Intentando no perder comba con el grupo, me esforzaba por caminar rápido, entretenido por la charla de mis compañeros con el mocoso.

Mientras caminaba, intentaba mirar el camino por el cual nos dirigíamos a la casa para aprender su ubicación.

Maravillado quede ante tanto bullicio, comercio, arquitectura, y prosperidad... Aquella ciudad era muy diferente a mi Granada, pero era a su manera, igualmente maravillosa. Absorto quedé en mis pensamientos mientras seguía al zagalillo que nos hacía de guía. Aunque mis pies doloridos pedían urgente reposo, mi espíritu curioso no tenía ganas de llegar a nuestro destino, pues quería seguir gozando del espectáculo que brindaba aquella imponente ciudad.

Al pequeño Ibrahim no parecen hacerle gracia tantas preguntas seguidas, por lo que su contestación al joven Isidro no es tan agradable como las anteriores. Su tono es ahora un poco más seco.

-Ya se lo he dicho, apenas unos meses, desde que comenzó la obra.

El muchacho gira la esquina de una estrecha calle mientras continúa guiándoos por la bulliciosa ciudad de camino a casa de Gabriel.

Estaba acostumbrado al bullicio y el desorden de gentes subiendo y bajando las calles, sin embargo esta ciudad era muy distinta de cuanto había visto hasta el momento. Una ciudad esplendorosa que no dejaba indiferente a nadie y que cautivó su mirada desdel primer momento.

Tras responder a varias cuestiones, el muchacho contestó escuetamente a Isidro, tal vez no le había gustado lo del tirón de orejas. Arnau sonríe levemente y sigue caminando admirando tan exquisista ciudad.

Tras mucho esquivar gente, carros y algún que otro mendigo que clamaba al cielo por alguna moneda, el esclavillo os guía finalmente hasta una estrecha calleja sin salida.

-Aquí es. La gente la llama "la calle del Alarife".

Y no sin razón, es lo primero que os pasa por la cabeza al levantar la vista. Una gran casa de tres plantas ocupa casi todo el callejón. El muchacho se dirige a la entrada y abre la puerta.

-Ruégoles sean tan amables de aguardar un momento. He de avisar a la maestra de su llegada.

Sin más, el chico entra en la casa y entorna la puerta, dejándoos con un palmo de narices en mitad de la calleja.

El maestro alarife sin duda gozaba de buena posición en Toledo. La calle era por sus gentes llamada "la del alarife", y su casa era digna de un hombre aburguesado. El pequeño moro nos hizo esperar, intrigados, a las puertas. Se adentro en aquella imponente casa en busca de la señora. Miré a mis compañeros. - No confiémonos, esto es cuanto menos de extrañar. - Demasiada suerte y casualidades en tan poco tiempo, había que ser precavido. Generalmente los forasteros nunca eran echados de menos si algo les ocurría.

- Lázaro, de momento aprovecha la suerte que viene a vernos. Tal vez mañana ya se haya ido- comentó el goliardo sonriente, mientras esperaba al chaval.

La puerta se abre de nuevo y el pequeño Ibrahim os indica que entréis.

-Síganme, por favor.

En el recibidor se encuentra una mujer, quien suponéis es la mujer de Gabriel, y dos niñas pequeñas, de tres y cinco años.

Podéis observar que la primera planta de la casa está dedicada a llevar los asuntos del alarife. Desde el recibidor se accede a un despacho lleno de planos e intrumentos de medida, a la cocina (de la que, por cierto, sale un olor delicioso) y a un salón comedor.

Juana de Orgaz es la humilde esposa de Gabriel, una campesina nacida en una población cercana a Toledo. Es mujer de anchas caderas y busto generoso, quizá no demasiado agraciada, pero con cierta chispa en el hablar y en los movimientos, bastante carisma y mucha simpatía.

-Bievenidos, bienvenidos -Juana saluda con dos cariñosos besos a todos y cada uno de vosotros-. Ibrahim ya me ha puesto al día. ¡Menuda forma de llegar a Toledo! Son ustedes unos héroes, sin duda. Mi marido es omne agradecido, y no seré yo menos. Ese viejo Manuel... ¡Siempre tan torpe! Mira que le he dicho ya veces que está mayor para seguir trabajando en la construcción... Suerte que estaban ustedes ahí, ¿verdad? -Juana suelta una risotada- Les acogeremos aquí el tiempo que vayan a pasar en Toledo. ¿Están sólo de paso o piensan quedarse mucho tiempo?

- ¡Que Dios la tenga en su gloria, señora mía!- dijo Adso complacido al ver a la guapa mujer que acababa de salir a recibirles.

- No queremos ser una molestia, pero realmente nos viene bien tener un sitio donde alojarnos estos primeros días de estancia en esta fermosa ciudad. Una vez nos sintamos algo más cómodos, buscaremos un lugar donde alojarnos- dijo agradecido.

Bienafortunado el alarife guardando tal belleza en su casa. - Gratitud doña Juana, esperamos non ser molestia, et si en algún momento fuera inoportuna la nuestra presencia, faganoslo saber con premura et prestos tomaremos mismo camino por el que vinimos. - Agaché la cabeza a modo de humilde saludo. - De paso andamos señora, más nunca se sabe cual es el fin del camino. - Respondí ambiguamente a la pregunta, pues imaginé que aquella nuestra anfritriona no se alegraría de tenernos demasiado tiempo por allí.