Partida Rol por web

Situados en la parte trasera del Castillo, son una pequeña extensión de terreno de recreo y tranquilidad, bien cuidados y a rebosar de arbustos, plantas y flores. Contiene un estanque lo bastante grande como para que tenga un pequeño embarcadero, con una profundidad de unos dos metros. También hay un laberinto vegetal en el que, si bien no es muy grande, es fácil perderse.

Me hago con una linterna - un farol de vela - antes de abandonar el edificio y salir a los jardines con el estuche de violín en la mano.

Conozco el laberinto de setos como una extensión de mis aposentos y a él me dirijo como siempre que prefiero estar solo.

Si alguien decide seguirme deberá hacerlo hasta allí, pues camino con paso rápido y decidido.

Me "pierdo" en el laberinto hasta llegar a una de sus "salas", en donde hay una mesa de exterior con un banco en forma de herradura y una fuente de piedra cuyo rumor me resulta relajante.

Dejo la lumbre sobre la mesa y el estuche en el banco.

De él saco el violín y comienzo a interpretar una melodía.

La criada se dirige con Edmund, el mozo de cuadras, hasta un rincón apartado de los jardines.

Una vez allí, se descubre la cabeza hasta dejar ver unos rasgos que a Edmund le resultan conocidos mas no familiares...

- Hola Edmund - dice la Reina. - Tenemos una charla pendiente. Hablemos.

- Alteza - responde el mozo, pensativo. - Es un honor que me dedique su tiempo en esta velada tan grata, mi señora. Y aprovecho para agradecerle que hayamos sido invitados por vos y por el rey y...

Los agradecimientos y las palabras de cortesía se agolpaban unas tras otras en su boca, pero Edmund pronto dedujo que la reina apenas debía escuchar los contínuos halagos que todos le prodigaban, y menos que nadie necesitaba los de un simple mozo. Por otro motivo lo había hecho llamar, sin duda. Intentó hacer memoria pero todas sus tareas en los establos habían quedado cumplidas, si mal no recordaba, y si intuyó algo, no supo concretarlo en su mente, así que ,perplejo, preguntó.

- ¿A qué os referís, Alteza? ¿En algo no os he servido bien?

Después de un largo rato tocando a solas en el laberinto me encuentro mucho más animado.

Me siento tranquilo y relajado por el efecto que produce en mi la música y el rumor de la fuente.

Despejado, guardo el violín en su estuche y solo entonces descubro que hace frío.

¿En qué momento se hizo tan tarde?

No sé cuanto tiempo ha pasado, pero todo indica que hace tiempo que debería haberme recogido.

Miro la fachada trasera de palacio para ver si hay luz en alguna estancia mientras me dirijo hacia el edificio.

- ¿De verdad no lo sabéis, Edmund? - interroga la Reina, con sus grandes ojos mirando con preocupación a Edmund - ¡Vuestra metedura de pata durante el banquete es la comidilla de la Corte! Junto con el incidente del bufón apuñalando a un invitado, claro está.

El gesto de Anne se endurece.

- Su Majestad el Rey está furioso. Si sólo hubiera sido una metedura de pata de un gañán de cuadra, quizá lo hubiera dejado pasar, pero tras la bochornosa actuación de Enzo...  No os mentiré, Edmund: la posibilidad de azotaros hasta romper el látigo ha sido mencionada, como también lo ha sido la de comprobar si vuestros codos y rodillas pueden doblarse en ambas direcciones.

- Mas no temáis: he intercedido ante Su Majestad, y creo que podré alejar Su ira de vuestro pellejo, siempre y cuando hagáis lo que se os indique...

Claro, el saludo. Se había anticipado, cosas de la emoción. Pero realmente era tan grave o la Reina buscaba ventaja? Como si la necesitara frente a un mozo de cuadras...

Agachó la cabeza, asintiendo. - Vuestra misericordia no tiene fin, Alteza. Tenéis en mi, hoy más que nunca, a un fiel servidor. Desde luego mañana suplicaré el perdón de Su Majestad y me disculparé por el mal rato que le haya podido ocasionar mi fervor. He encontrado no solo un empleo, sino un hogar en este castillo, y mi agradecimiento es tal que... - sin recaer en demasía en la letanía de excusas y halagos, Edmund volvió a callar sabiamente y alzo sus ojos alegres y juveniles hasta la mirada profunda de la Reina.

- ¿En qué puedo serviros, mi reina?

Desde tu posición se ve luz en varias ventanas del castillo, mayormente en el ala de los aposentos, aunque también en la torre del maestre. Nada fuera de lo normal, es tarde pero no lo suficiente como para que aún haya gente que no se haya acostado.

Al salir del laberitno, en la lejanía puedes distinguir dos figuras que parecen estar hablando, pero la oscuridad te impide saber quienes son.

Me acerco a las figuras lo suficiente como para identificarlas. Aunque también eso les permitirá verme a mi, yo no tengo nada que ocultar.

Desde la distancia, veis una figura con una luz que sale del laberinto vegetal y se os aproxima. Al principio la luz os impide saber de quién se trata al molestaros, pero en cuanto se acerca lo suficiente veis que es el Príncipe Dyonisos.

¿Qué hace madre aquí a estas horas?

Buenas noches madre. Edmund - primero saludó a una y luego al otro con una leve pausa entre ambos.

Saludó a los presentes. Si no hubiese estado su madre, probablemente habría pasado de largo por miedo a interrumpir. Pero con ella ahí no podía ser que interrumpiese nada, ¿no?

Tras salir de mis aposentos y dejar a Lady Katherine camino de las cocinas me encamino hacia los jardines tal y como había quedado con Enzo. Ya por fin puedo respirar tranquila, y me vendrá bien el aire de la noche después de todo lo acontecido en el Salón. Solo espero que mi padre no haya sido muy duro con nuestro querido bufón y solo le haya dado una charla, dudo muchísimo que él lo hiciese a propósito, parecía realmente compungido.

Perdida en mis pensamientos camino por los jardines distraídamente.

- ¿Pero es que no quedan putas ni vino para mi hijo, ni ranas que besar para mi hija? ¿Qué hacen aquí?

Piensa la Reina.

La Reina muestra sorpresa por un momento, antes de recomponerse.

- ¡Mi hijo! ¿Conocéis al buen Edmund, el mozo de cuadras? - dice la Reina, en tono de dulzura.

- Uno de los barones invitados ha organizado un juego, ¡Un escondite!  Y el sagaz mozo ha sido el único capaz de encontrarme vestida con estas ropas - añade señalando a los ropajes de criada que lleva puestos.

- Sugiero que vayáis juntos a buscar al resto de nobles escondidos: yo ya estoy eliminada. Sí, Edmund: eso es justo lo que quiero que hagas. Otro podrá ocuparse de tus obligaciones en las caballerizas, pero hoy ¡este divertimento te reclama!

- Me temo, mi Reina, que esas sencillas ropas no consiguen ocultar vuestra nobleza, pues el Príncipe también os ha reconocido al primer vistazo - Edmund se plantó en su rostro una amplia sonrisa y se dispuso a seguir el pobre engaño que intentaba la Reina. - Alteza, vos también formáis parte del juego? - preguntó.

- Diría que no son pocas las tareas que me esperan, Majestad. Si ahora no me retiro, tal vez mañana algunos invitados se molestarán por mi retraso, pues varios me pidieron tenerlo todo dispuesto para salir al alba. - Sin duda así era, aunque más le apetecía vaciar una última copa de vino o haberse perdido entre los setos con alguna criada distraída, pero todas habían estado demasiado ocupadas, pese a la generosidad del rey. Así que se le ocurrió al momento. - ¿Queréis vos tomar mi lugar, Príncipe? - Y dándose cuenta de que sus palabras podían ser entendidas de cualquier manera, intentó explicarse, algo atropellado. - Me refiero... quiero decir que si vos os dedicáis a buscar al resto de jugadores, yo podría terminar mis tareas. O podéis acompañar a vuestra madre de regreso al castillo, que la noche ya es cerrada, y yo terminaré el juego, que me figuro pronto aburrirá a la mayoría. - Así son de caprichosos y cambiantes los nobles, que pronto se aburren de lo que sin esfuerzo han logrado. Así pensó, hasta casi olvidar que no había tal juego.

Curioso juego de escondite donde nadie decide utilizar el laberinto para esconderse.

Vio llegar a su hermana y pensó que sería una buena idea acercarse a alguien que no le tomara por imbécil.

No te preocupes Edmund, seguro que encontrarás una solución a tu dilema a gusto de todos los afectados. - Dijo rechazando lo más elegantemente que pudo proseguir aquella farsa.

Madre, veo que la partida de ajedrez ha terminado antes de lo previsto. No tengo ninguna duda de que el Maestre no ha sido rival para vos. Después de todo, en la familia Real no nos chupamos el dedo. Estoy seguro de que no necesitáis compañía para encontrar el camino a vuestros reales aposentos. Y si lo necesitáis, bueno, de seguro que Edmund[ resuelve su dilema a tiempo. Buenas noches

Me alejo de ellos en pos de mi hermana.

Escucho varias voces, pero hasta que no estoy cerca de ellos no reconozco de quien son de lo distraída que iba caminando. Pongo un poco el oído para ver de que hablan y no me entero de nada, parece que mi madre ha ideado un juego sobre... ¿esconderse?, y que Edmund participa en él, ¿qué hace él allí y con ellos?, desde luego es todo muy raro.

Para mi alivio veo como Dyonisios se acerca a mí tras despedirse algo enfadado o esa es la sensación que me da al escuchar pronunciar sus últimas palabras dirigidas a la extraña pareja que hacían la reina vestida de criada y el mozo de cuadras, asi que camino también en su dirección, no sin antes hacer un leve gesto de saludo hacia mi madre. Cuando estamos a la misma altura me cojo del brazo de mi hermano para susurrarle algo.

- ¿De qué hablábais? ¿Qué hace madre vestida con esos harapos? - mi cara delataba lo confundida que estaba -, te confieso que he oído algo de vuestra conversación, pero no he entendido nada... Y por cierto, ¿estás ya mejor?.