Partida Rol por web

Primera sala a la que se accede de todo el Castillo. Todo en ella refleja majestuosidad, desde los grandes pilares que demarcan la sala en tres zonas, una grande al medio y dos alas más pequeñas a los lados, hasta las escaleras que llevan al Trono del Rey, cubiertas de caras alfombras. La sala esta decorada con tapices y cuadros que recuerdan glorias pasadas, y en ella siempre puede encontrarse a miembros de la Guardia Real, siempre vigilantes.

El castillo había estado ajetreado todo el día, en previsión de las celebraciones que se celebrarían próximamente. Los criados y sirvientes habían trabajado frenéticamente para que todo estuviera a punto para la velada. Los invitados habían estado llegando durante todo el día, desde todas las partes del reino. Desde nobles de todos los rangos, a representantes de los gobiernos de las ciudades y de los gremios de comerciantes de mercaderes. Y todo debía estar perfecto, como al Rey Uthor IV le gustaba.

Cuando los últimos invitados llegaron, ya entrando en el atardecer, todos los asistentes fueron llamados a la Sala del Trono, donde se haría la recepción formal antes de dar paso a las celebraciones. Para estas no se había escatimado en gastos, de la última guerra habían pasado ya años y esta se había saldado con un tratado favorable para el Reino. La situación de las arcas reales, aunque no rebosaban brillantes monedas de oro, sí era lo suficientemente abundante como para llevar a cabo unas festividades tan suntuosas como aquellas.

Un ejército de sirvientes había sido dispuesto para satisfacer cualquier necesidad que los invitados pudieran tener mientras se esperaba el momento de que todo comenzara. Los siempre atentos soldados de la Guardia Real montaban guardia formando dos filas a ambos lados de los invitados, que se repartían por el ala central de la sala, mezclados con los varios miembros de la corte ya presentes.

Finalmente, tras una corta espera, la familia real al completo apareció por la puerta justo detrás del trono y que llevaba a los aposentos reales, escoltados por el capitán de la Guardia y un puñado de sus hombres. Los reyes tomaron posición frente a sus tronos, listos para dar la bienvenida y que iniciara el banquete preparado.

El rey entra en la sala del trono con paso rápido. Botas de tacón negras. Conjunto de tonos apagados y una gruesa capa de lana. Una corona de hierro deslucida, con dos serpientes enroscadas, enmarca su real cabeza, en un vano intento de dominar su pelo de media melena. Amenazando con dejar atrás al resto de su familia, se coloca frente a sus súbditos, abriendo los brazos como si sostuvieran una bandeja, ofreciéndose por un instante, y luego, separándolos abarcando a todo el salón.

-Bienvenidos seáis los que aquí os encontráis, estáis en vuestra casa, según la tradición de las festividades, haciendo honor a mis antepasados, tenéis permiso para hablar sin tapujos con la familia real, obviando muchas de los formulismos- haciendo referencia que para hablar con él, por ejemplo, harían falta varias semanas y por escrito- Veo rostros conocidos- pasea la mirada por toda la sala, confirmando que sólo su guardia tiene armas- y otros no tantos- frunce el entrecejo un poco, aunque mejor se podría decir que vuelve a su estado natural- lo que no quiero ver son problemas o viejas afrentas en mi casa, o mi justicia será directa, rápida y expeditiva.

Sin decir más, se da la vuelta haciendo que su capa de color negro, flote en el aire un segundo. Se sienta en el trono, haciendo uso de los reposabrazos

Su Alteza, la Reina Anne, entra en la sala tras su esposo, envuelta en un vestido verde de la mejor seda y brocados dorados.

Avanza con paso lento mientras contempla, sonriendo con serenidad, los rostros conocidos y aquellos pocos que todavía no conoce.

La Reina es atractiva, y se nota que disfruta gustando.

Sin dejar de sonreir, se inclina con gracia, y se dirige al auditorio.

- ¿Qué puedo decir que no haya dicho ya Su Majestad, mi amado esposo?  Sed bienvenidos y disfrutad de nuestra hospitalidad, mas no abuséis de ella. ¡Gozad de las delicias que se han hecho traer desde cada rincón del Reino!

Dicho lo cual contempla de nuevo al público, se gira ceremoniosamente y se sitúa en un asiento cerca de su esposo.

El príncipe Dionysos llega un paso por detrás de sus padres.

Viste una camisa con chorreras blancas y un abrigo largo en tono plata azulado en tela satén a juego con sus ojos. El abrigo tiene bordados en las solapas y las mangas. Esta prenda es la que le otorga cierto porte regio, puesto que de no ser por ella, parecería cualquier cosa salvo un príncipe. De todos modos, él la lleva con cierto aire desenfadado, lo que rebaja en el príncipe ese efecto de inalcanzable que acompaña siempre a sus padres.

Entra en la sala tomando del brazo a su bella hermana a la que ni siquiera se plantea eclipsar.

Deja que ella se adelante a saludar primero a la corte engalanando la cesión con gestos de galantería y, sólo cuando ella haya saludado, saluda él también.

¡Bienvenidos a palacio! La familia Real desea que disfrutéis esta celebración. Esperamos que todo sea de vuestro agrado

Hablaba con familiaridad dirigiéndose a todos, les conociese o no, en segunda persona.

Entro en la sala cogida del brazo de mi querido hermano Dionysos, parece que ha venido mucha gente... Hice bien en escoger este vestido blanco con toques azulados, aunque apenas si puedo respirar con el corsé que hice que me pusiesen, pero mi posición lo exige...

Después de escuchar las bienvenidas de nuestros padres, es mi turno, asi que intentando imitar a mi madre en todo lo posible me dirijo a la gente que nos escucha con atención.

- Como ya han dicho mis amados padres, sed bienvenidos a nuestro Castillo, espero que tengáis una feliz estancia, y para cualquier cosa que necesitéis podéis contar conmigo, ahora ¡a disfrutar!.

Tras sonreir al público, me siento en el lugar que me corresponde y observo quienes han venido a nuestra corte, hay caras conocidas y desconocidas para mí, serán interesantes las celebraciones de este año.

Una vez la familia real ha hecho su entrada, Sir John Moore se adelanta hacia la tarima en la que está situado el trono y haciendo una profunda reverencia, mientras es anunciado.

-Majestades, altezas, muchas gracias por la invitación y su hospitalidad, así como por sus agradables palabras de bienvenida, en mi nombre y en el de mi condado que os debe pleitesía, Magestad- Digo levantándome de la reverencia y dirigiéndome al final al Rey- Mis señoras, vuestra belleza no tiene par.- Añado dirigiéndome respetuosamente a la Reina y la Princesa, hermosas donde las halla.-Dos soles brillan en esta sala con luz propia.

 Me retiro unos pasos, repitiendo la reverencia.

La fiesta mayor logra que por unas horas algunas diferencias se diluyan y allí se encuentra Edmund, nada menos que en el salón del trono, cuando al despuntar el alba ya sudaba limpiando las cuadras de los animales del rey. Pero había tenido tiempo para limpiar sus manos y cara, y también para adecentar sus ropas antes de acudir a la llamada.

Y Lord Uthor IV hace su entrada con su presencia habitual, mostrando su poder no tanto en sus símbolos sino en su propia presencia, que produce una profunda emoción en el mozo.

La Reina y los príncipes lo siguen, elegantes, distinguidos, hermosos todos ellos, y tan… a Edmund se le terminan las palabras y apenas distingue los saludos que les dirigen primero la reina, luego el príncipe y su hermana al fin, a la que mira deslumbrado. Qué belleza!

Uno de los nobles rompe el hechizo del momento y halaga al monarca y a las damas con esas frases atildadas que el mozo apenas logra comprender.

Él también quiere agradecer que le hayan permitido estar allí y disfrutar, dentro de su posición, en la fiesta, así que se adelanta y al verse en el centro de las miradas de tan regia comitiva, se arma de valor y completa una reverencia bastante grácil.

- Majestad, siempre a su servicio - levanta la cabeza, dispuesto a retirarse - y al de la suya familia.

Me mantengo con la espada pegada a la pared de piedra, a tramos cubierta por hermosos tapices. No tan hermosos cuando hay que descolgarlos cada primavera para sacudirles el polvo y el humo de las chimeneas, pero bonitos al fin y al cabo. Mi mirada repasa cada invitado, cada mesa y cada criado para asegurarme de que todos están cumpliendo con su función, como los engranajes de un reloj, para que a nadie le falte de nada y todos estén satisfechos y contentos.

Observo con sorpresa cómo se cuela el chico de las caballerizas en la sala, y no contento con que no le echen a patadas, da un paso al frente para presentar, junto con los nobles, sus respetos hacia el monarca. Me llevo una mano a la frente, avergonzada. Nooo, ahora no es el momento para eso. Dirijo una mirada ansiosa hacia el rey, esperando su justicia divina. Mierda, si alguien debe pedir benevolencia ante él, -si no lo hacen la reina o los príncipes- tendré que ser yo. Dirijo una mirada furibunda hacia Edmund. Nos van a acabar azotando por tu culpa.

Espero que el ambiente festivo sea suficiente como para que el rey decida sentirse halagado por la intervención, y el resto de nobles la encuentren... divertida. Hago un gesto al copero de su majestad para que se ocupe de que su copa nunca esté vacía. Yo misma cojo una botella de vino para ir rellenando cualquier vaso que vea vacío o insistir a cualquier invitado que esté lo suficientemente sobrio como para prestar atención a las presentaciones.

Observo desde mi posición aún de pie, no como el resto de mi real familia que ya ha ocupado su lugar de observador del ambiente en lugar de partícipe, cómo el chico de las caballerizas se adelanta al centro de la sala para presentar sus respetos, como si de un noble se tratara.

Miro a mis padres y hermana por si alguno hubiese llamado al chico, cosa que justificaría su acción de presentarse y tan sólo la convertiría en algo inoportuna en lugar de inapropiada, pero no percibo en ellos más que sorpresa.

Lanzo un suspiro interno del que muy pocos o nadie se darían cuenta dado que están las miradas centradas en el joven, y vuelvo a adelantarme al centro de la sala, junto al mozo.

Le doy una palmada en el hombro con gesto amistoso y hablo con naturalidad.

¡Bien, Edmund! Gracias por presentarte tan raudo a mi llamada. Pero, ven conmigo. No permitamos que nuestra conversación pendiente impida a los nobles y al resto de la corte, presentar sus respetos a mi bienamado padre.

Con el brazo firmemente asentado sobre su hombro, avanzo hacia una de las paredes laterales saliendo del centro de escena y medio invitando a avanzar medio llevando conmigo al mozo. Él es más fuerte que yo, por lo que el gesto no está acompañado de ningún tipo de agresividad o violencia, es simplemente una invitación firme a acompañarle.

Mientras caminan, continúa la conversación en voz ligeramente audible para la concurrencia, a efectos de que todos decidan que deben perder el interés en nosotros.

Tal y como te dije, deseaba supervisar personalmente que las monturas de nuestros invitados fuesen tratadas con la misma deferencia que ellos mismos. No quisiera que nadie, ni humano, ni bestia, dejase de gozar de este día de celebración que...

Poco a poco su voz se va haciendo más baja y convirtiendo en una conversación privada

¡Pero Edumnd! ¿Has enloquecido? - En su voz había familiaridad. - Déjame que te advierta. Agradezco mucho tu gesto de presentar respetos a mi familia, pero en estos eventos mi padre tiende a estar un poco... inquieto. Sería un gran consejo a tener en consideración intentar no llamar la atención de los presentes. Fíjate en otros criados. Todos van aprovechando su ocasión para acercarse a mi familia discretamente.

Suspira de nuevo

Siento haber tenido que actuar restando peso a tu respetuosa acción, pero no quisiera que nadie del servicio se viera amonestado hoy. Ni por vosotros mismos ni por mi padre, que seguro no dudará en amonestar con mano firme si llega a creerse en ridículo ante la corte.

Algo no iba bien, podía percibirlo en el silencio expectante, en los alientos contenidos a sus espaldas. Se había precipitado? Miró en torno y pudo ver a Ibb llevándose la mano a la frente, inquieta y molesta.

A punto está de abrir de nuevo la boca para solucionar el malentendido cuando el propio Príncipe se acerca a él y Edmund reacciona lo bastante deprisa para dejarse llevar a un lado.

- No sabe cuanto lo lamento Alteza, mi ímpetu y mi agradecimiento me han jugado una mala pasada. Solo espero no haber malogrado el momento ni disgustado a la Reina, o a su hermana, Alteza. – se da cuenta de una posibilidad incluso peor que aquella y agacha la cabeza abatido. – O al Rey. Esperaré mi turno y presentaré mis disculpas.

Podía ser una buena idea, o también podía serlo desaparecer. Sea como fuere, no dejaría de agradecer a Dyonisos su gesto. – Alteza, si no fuera por vos… Os quedo en deuda, aunque poco pueda ofreceros un simple mozo como yo. Pero tenéis en mi a un fiel servidor.

Mi consejo es que ante el Rey no te disculpes. Te conviene que crea que es cosa mía y no tuya. A Elizabeth puedes contarle la verdad y disculparte. Seguro que lo valorará positivamente. Ante la Reina... no sé que decirte.

El chico dice estar en deuda.

Nada de deudas. Simplemente mézclate en la fiesta y disfruta. Aunque, claro, siempre me interesará saber aquellos rumores golosos que puedas averiguar - Dice socarrón. Después ríe.

No, en serio. Disfruta y aprovecha. Me alegro de que hayas limpiado y perfumado tus ropas antes de venir, por cierto.

Dicho eso, el príncipe se separó del criado.

El príncipe se separa del mozo y vuelve discretamente a la zona en la que está su familia. Ve el sitio libre junto a su hermana y decide sentarse allí.

Aliviado, Edmund se permite sonreír francamente al Príncipe. Asiente ante sus consejos y toma buena nota de ellos, y apenas tiene tiempo para despedir al hijo del monarca con una reverencia.

Sí, es un gran día y él está contento y aseado Ha podido saludar al rey y a su familia y durante unas horas podrá disfrutar de las celebraciones, antes de volver a sus tareas. Y de las buenas compañías. Observa a Ibb dirigiendo a los criados y a estos moviéndose por la sala.

- Tomáos un momento para disfrutar y alegrad esa cara, que bien habéis cumplido vuestro cometido y la copa del rey no solo está llena, sino a punto de desbordar - se dirige a la joven, sonriendo y acercándose por detrás.

Sorprendentemente, el bufón de la corte había conseguido esperar quieto y callado a que la familia real diera la bienvenida a los invitados a aquella fastuosa reunión. Pero hasta ahí llegó su paciencia. Mientras uno de los nobles se presentaba, Enzo empezó a recorrerse la sala, caminando como un chiquillo inquieto que ha encontrado su cuarto repentinamente lleno de juguetes y golosinas.

En cuanto el mozo de cuadras terminó de presentarse, y el bufón no pudo sino aplaudir fervorosamente su valor por presentarse ante los reyes como si fuera un noble de rancio abolengo, Enzo se situó delante de los tronos de la familia real y realizó dos reverencias, una hacia los invitados y otra, ésta tan exagerada que casi barrió el suelo con las grandes plumas de su tocado, hacia el Rey, la Reina y los Príncipes.

 -Majestades, Altezas… -el bufón se giró para encarar a los invitados de los reyes- Nobles señores y damas. Sirvientes que realizan una impecable labor en esta estancia… -miró de soslayo al mozo de cuadras- …Y Edmund. ¡No puedo daros mayor bienvenida que la que ya os ha sido brindada! Pero por favor, permitidme que complete el discurso de nuestra majestad el Rey Uthor.

El bufón carraspeó y adoptó una postura que pretendía parodiar la propia del rey cuando hablaba de pie hacia las masas. Cuando habló, lo hizo imitando el tono de voz de Uthor de manera torpe.

 -Todos aquellos con armas ocultas en botas o en pliegues de la ropa, formen una fila a mi derecha. Los que porten venenos y ponzoñas, formen una a mi izquierda. El capitán de la guardia y el verdugo real les ofrecerán la mejor de las atenciones en lo poco que dure aquí su estancia.

Y nada más decir eso, Enzo comenzó a reírse de manera estridente y se marchó dando saltitos para seguir recorriéndose la sala del trono como había estado haciendo momentos atrás.

Kurr permanece junto al resto de los guardiales reales, formando dos filas a ambos flancos de los invitados, en una de las posiciones más cercanas a los tronos de la familia real. Con su pétrea mirada puesta en el frente, vio cómo Edmund se atrevía a presentarse ante el rey como si de otro noble se tratara.

"Conseguirás que te maten, chico" se dijo el guardia, observando cómo el joven Edmund se alejaba del centro de la estancia junto al príncipe Dionysos. Era una suerte que el joven heredero lo hubiera sacado rápidamente de allí. Sabía que al rey Uthor no le habría temblado el pulso en castigar duramente al mozo de haberse sentido ofendido por su acción.

Kurr permaneció en su puesto, en absoluto silencio, con la mano derecha cerca de su espada y atento a cualquier movimiento sospechoso que pudiera suponer una amenaza para la familia real.

despedido del príncipe y más aliviado, Edmund observa las dotes de mando de Ibb y se acerca risueño hacia su lado.