Partida Rol por web

era la primera vez que Ivan ingresaba al castillos, por lo general, mucha de sus transacciones y clientela preferían realizarse en el centro del mismo mercado o en ocasiones, acompañados de una buena jarra de cerveza en una humilde taberna a las afuera de la ciudad. 

La presentación de la familia real y luego la del resto noble da pie a que el resto de personas igual pudieran ir a bendecir a los anfitriones, se acerca a una distancia prudente -Su majestad, Altezas, me honra la posibilidad de poder participar en su fiesta- a la vez que se quita el sombrero y realiza una referencia a la familia real- Representando a "Los Bosques O'Conell", vengo con intenciones de tratos, pero aun es temprano para hablar sobre este tipo de Temas, como muestra de agradecimiento por su invitación, en las puertas del castillo están nuestras carretas donde traigo como ofrenda uno de nuestros mejores productos, "Néctar de Baco" un vino con un toque dulce que se produce en los mejores viñedos de las tierras del este, después de todo, que clase de invitado seria si ni siquiera me preocupara de traer un buen trago.

Tras las palabras del Rey y la Reina hago una leve reverencia- Majestades, siempre en un honor acudir al Castillo, mas si es por motivo de una celebración...- me vuelvo a enderezar antes de proseguir, esta vez en dirección a los príncipes- Mis príncipes... siempre es agradable ver que el futuro del Reino está en manos de dos personas tan prometedoras... -tras otra leve reverencia me retiro a mi anterior posición.

- Sir Moore, ¡conteneos!  Vuestras alabanzas lograrán que la Princesa y yo nos sonrojemos. Sois un galán irredimible, Sir. - objeta la Reina con una sonrisa pícara.

Tras responder a los halagos de Sir Moore, la Reina contempla con ademán impasible la metedura de pata de Edmund, y mira de reojo a su esposo el Rey, escudriñando su reacción.

Cuando su hijo se lleva al mozo, la Reina respira aliviada y vuelve a sonreir.

- Señor O'Conell: os agradecemos vivamente vuestra generosidad. Brindaré personalmente con vos y unas copas de ese vino vuestro; espero que vuestra conversación sea tan grata como vuestro regalo.

- ¡Sir Dilheen!  Para nosotros es un honor contar con invitados como vos.

Una vez que ha demostrado ser una anfitriona encantadora, y ha respondido con una sonrisa, un cumplido o algunas preguntas banales a todos los invitados que se han acercado a saludar, la Reina se dirige a una de las criadas.

- Ibb, querida: ven. Tengo tarea para ti.

- Querida - susurra la Reina sin perder la sonrisa ni mirar a Ibb directamente - , ¿podrías traer a Edmund a mi presencia tras la celebración?  Quisiera tener unas palabras con el muchacho, y obviamente una dama de mi posición no puede ser vista hablando en público con un mozo de cuadras.

Jamás en mi vida había estado en un lugar así. Los muebles, los tapices, las alfombras, los techos, las columnas ornamentadas, todo es simplemente majestuoso. 

Contención, pienso, mido mis gestos, mis palabras... intento controlar la sonrisa que se dibuja de modo espontáneo en mi rostro recordando las palabras de Lady Weston, mi tutora. Contención y moderación. 

Con ese mismo precepto he escogido mi vestido, en tonos pastel para no poder rivalizar con la reina y la princesa, ya que sería una actitud descarada y carente de buen gusto. 

Camino con paso firme, aunque en mi fuero interno puedo asegurar que hasta los criados se mueven con mayor soltura que yo. Pero no titubearé llevo años preparándome para este momento y por fin estoy aquí. 

Me inclino para realizar una reverencia impecable. 

Sus majestades, me siento muy afortunada de estar en su presencia esta noche. Pueden contar conmigo para cualquier menester. 

Hago un leve gesto para dirigirme a la princesa, va acompañada de otra joven dama. No aprecio mas jóvenes damas en la sala y no me parece apropiado iniciar una conversación con ningún varón de modo que me acerco a ellas. 

Su alteza, decidme, ¿cuál es vuestra mayor afición? Intentaré acompañaros. 

Antes de que sus majestades hagan la aparición en público, espero pacientemente a la derecha del trono, bajo los escalones de mármol blanco y negro que forman el podio sobre el que los cuatro sillones dominan la sala. Estoy junto a Eleanor, y no tengo lejos a Kurr. El resto de invitados están dispersos por la sala, aunque se agrupan ante el Trono. Veo a Enzo hacer de las suyas y corretear como un pobre imbécil.

Aparecen sus majestades. Miro al Rey con respeto y a la Reina con verdadera admiración. Dan sus pequeños discursos de bienvenida, y los invitados comienzan a postrarse y a mostrar su pleitesía. No sé si Edmund es un osado o un necio, no le conozco lo suficiente, pero diría que lo segundo. Aparte de este pequeño incidente parece que todo va como debe ir, y que va a ser un gran día en la Corte de Uthor IV.

Yo sin embargo tengo otros menesteres, y no puedo quedarme aquí a ver cómo estos hijos de nadie intentan ganarse el favor de nuestro rey. Susurro algo al oído de Eleanor y me retiro por una puerta lateral de la Sala del Trono*. Antes de desaparecer, hago una solemne reverencia ante los reyes.

Me inclino levemente hacia ti y te susurro al oído, de manera que sólo tú puedas escucharme: - Dama Eleanor, ¿podría su amabilidad acercarse a ese joven, el comerciante*, y pedirle que se reúna conmigo en mis aposentos? Debo tratar con él un pequeño asunto de negocios. Busco algunos ingredientes para mis menesteres.- y te sonrío con aire enigmático.

La joven Eleanor se encontraba en un discreto segundo plano, esperando a que la princesa Elizabeth terminara su protocolaria bienvenida para poder volver a su lado. Para aquella noche de fiesta se había decantado por un elegante pero sencillo vestido en tono granate oscuro. Su larga melena caía en ondas por su espalda. 

Como no podía ser de otra manera, la acción no se hizo esperar. El muchacho de las caballerizas se aventuró demasiado, pero el amable príncipe Dionysos salió en su ayuda. Mientras tanto, nobles bellos y aseados expresaban lo contentos que estaban de poder acudir a aquella velada. Todos los bailes comenzaban así. Pero uno nunca sabía cómo iban a acabar. Los ojos de la joven pasearon despacio por los miembros de la familia real, posándose detenidamente sobre la reina. La belleza de aquella mujer no tenía par, desde luego. 

Tras unos instantes perdida en sus pensamientos, una voz familiar le sacó de sus pensamientos. Era el Gran Maestre. Sorprendida, la chica asintió y se dirigió con paso firme y la cabeza alta hacia el hombre que se acababa de presentar como comerciante, Ivan O'Conell.

Dirijo mi mirada hacia la joven que se ha dirijido a mi persona, parece una dama elegante, que sabe su lugar. Interesante, quizás tenga algo que ofrecer a nuestra corte.

- Mi mayor afición... Tengo varias, pero encontraremos alguna, que podamos compartir, por ejemplo coser, los tapices me encantan, algo encontraremos. Por ahora, os sugiero que observéis a los demás invitados, al menos si me disculpáis es lo que tengo en mente.

Sonrío a Lady Katherine mientras no le quito ojo a Eleanor, que parece seguir órdenes del Gran Maestre.

La reina me hace un breve gesto para que me aproxime a ella, y obedezco rauda, sin levantar la vista de mis pies. A paso reverencial pero rápido, me acerco a una distancia prudencial, inclinando la cabeza hacia ella pero sin mirarla directamente. Verla de cerca intimida, no sólo por su belleza, sino por la dulce severidad que deja entrever cada uno de sus movimientos. 

Presto atención a sus palabras, sin dejar que mi rostro muestre expresión alguna, y luego inclino la cabeza en un gesto de asentimiento.

-Por supuesto, majestad -murmuro, antes de regresar a mi posición anterior.

Tras la bienvenida de la familia real a los invitados, estos pasaron a presentar sus respetos y ofrecer sus servicios a los monarcas en una tradicional ceremonia que se extendió durante un pequeño espacio de tiempo, aunque considerable dado el volumen de asistentes era elevado como no lo había sido desde la boda de los actuales reyes. El Gran Maestre, fuera por su edad o por otro motivo que se guardara para él, se retiró discretamente de la sala, perdiendose por los entresijados pasillos del castillo.

Casi acabadas las presentaciones, el Mayordomo Real se acercó al Rey y le susurró al oído que todo estaba listo para el banquete incial. Así lo anunció Su Majestad a los presentes, que fueron guiados por los criados hacia la sala contigua a través de un gran portalón de madera en uno de los laterales de la sala.

Después de haber hecho aquella estúpida imitación delante del Rey y sus invitados, nadie quería mirar al bufón, o por lo menos nadie le prestó atención en cuanto terminó su “actuación”. Y eso era precisamente lo que Enzo pretendía. Que nadie le tomara en serio precisamente era parte de su trabajo.

Mientras el resto de nobles se había estado presentando al rey, el bufón había estado examinándoles con cuidado mientras recorría la sala caminando como el idiota que jugaba a interpretar. El tal John Moore había sido muy osado alabando la belleza de la Reina y la Princesa. ¿Quién se creía que era? Hablando así a su princesa… ¡A su adorada Elizabeth, a la que nadie tenía derecho a rozar ni siquiera un pelo! No pensaba perderle de vista, no. Tiparracos como él eran peligrosos. Seguro que buscaría cualquier momento o excusa para quedarse a solas con su princesa y entonces…

Enzo se mordió el labio inferior intentando alejar las horribles posibilidades de su mente. Porque pensar en lo que un hombre joven y de sangre caliente pudiera hacerle a la joven más hermosa, delicada y pura del mundo era espantoso, pero pensar tan sólo por un mero instante en que ella pudiera irse con él… No sólo flirtear un poco, que ya era terrible, sino enamorarse, casarse y abandonar el hogar familiar para siempre. Si eso llegara a pasar, Enzo estaba seguro de que su corazón se pararía presa de la congoja. Por eso tenía que tener los ojos bien abiertos con ese muchacho. Para llegar a la princesa tendría que pasar por encima de su cadáver.

El resto de invitados eran normalillos, les dedicaría la atención habitual que les dedicaba a cualquiera que pudiera ser sospechoso de ser un agente enemigo infiltrado. No era ningún secreto que la posición del Rey estaba constantemente amenazada por peligros tanto internos como externos y aunque no adoraba al rey tanto como a su bellísima hija, sí que le apreciaba lo bastante como para serle leal y querer asegurar su supervivencia. Al menos siempre y cuando no afectara a sus planes, claro está…

Sin duda alguna, la celebración del día anterior y la noche que la había seguido habían resultado más movidas de lo esperado. Los rumores pronto echaron a correr entre los habitantes del castillo y los invitados: no solo había tenido lugar el fatídico accidente con el conde Moore, que por suerte había pasado la noche, y según las atenciones que el Gran Maestre le prestó de buena mañana, pronto empezaría a recuperarse.

Además, parecía que se había producido un intento de robo con violencia en la habitación del conde. Alguien debía de haber supuesto que al estar convaleciente, sería una presa fácil, pero al parecer había sido sorprendido por una criada y uno de los nobles invitados, y luego ahuyentado por un par de guardias. No obstante, el ladrón se las había ingeniado para acabar escapando, como evidenciaban las ropas de criada que esos mismos guardias llevaban puestas aquél día en vez de su armadura, por castigo expreso del Rey. Si algo así había podido tener lugar, ¿Qué otros secretos albergsría aquella noche y que no habían sido revelados... aún?

Tal y como se había prometido en el banquete, de buena mañana los sirvientes dejaron listos el Salón del Trono y el del Consejo, para que el Rey pudiera conceder sus audiencias como deseara, de manera tanto pública como privada. Un buen número de peticionarios ya hacía cola esperando su turno, pero los primeros, según se habían acercado al capitán de la guardia a reservar su lugar, y según los cambios realizados por el Rey, eran el comerciante Ivan O'Conell y el noble Sir John Dilheen. Las reuniones tendrían lugar una vez el Rey así lo dispusiera, una vez se personara en el Salón del Trono o mandara a buscar a los sujetos indicatos para citarlos en algún otro lugar de su conveniencia.

-Majestades -Hice una reverencia al entrar en la sala y divisar a Dionysos y Elizabeth-. Ruego que me disculpéis por no haber podido acompañaros ayer tomando una copa. Pasé el resto de la noche vigilando los aposentos de uno de los posibles sospechosos del robo.

Os confieso que me sorprendió encontrar al incorporarme algrupo, a las dos damas sólo protegidas por Enzo, pero si fue para intentar aislar al culpable, todo comienza a cobrar sentido. - Dice sencillamente.

Me acerco con mi hermano a Kurr.

- Entiendo, yo me fui directa a mis aposentos estaba terriblemente cansada, pero... ¿quién es el sospechoso?.

Quería saberlo para no quedarme a solas con ese sujeto, Kurr no solía equivocarse.