Partida Rol por web

Juegos internos

Capítulo dos: Aislamiento

Cargando editor
13/12/2013, 10:47
Director

Capítulo dos: Aislamiento

No pasa mucho tiempo hasta que llegáis a vuestro destino. Al cabo de unos veinte minutos desde que dejásteis la compañía del teniente Graham Chesterton y los demás integrantes de los servicios de emergencia, atisbáis un tímido desvío a vuestra derecha, señalizado con una placa vieja y desgastada en la que se puede leer, en letra grande y clara: «Coppercreek». Nada más tomar dicho desvío, guardado por una verja metálica abierta, queda claro que os estáis adentrando en la propiedad, a juzgar por los muros bajos de piedra a ambos lados de la estrecha carretera, que da paso a un camino rústico sin asfaltar. Los árboles parecen más altos si cabe, casi vivos, y amenazan con tragaros desde los cercanos límites del camino. Pierce, te tomas tu tiempo en recorrer la sinuosa vía, que parece ir ascendiendo poco a poco. Después de unos minutos de lenta subida, advertís que los árboles se van abriendo progresivamente, dando lugar a una extensa zona más o menos llana, si bien profusamente vegetada, lo que os impide haceros una idea exacta del tamaño de la propiedad, aunque estáis seguros de que es realmente vasta. Lo único que oís es el característico sonido de las ruedas del coche al ir avanzando por el terreno moderadamente pedregoso, partiendo alguna rama o haciendo saltar ocasionalmente algún guijarro. La luna os saluda perezosamente desde detrás de un velo de nubes, apenas iluminando la zona.

Finalmente, al doblar un recodo, os encontráis con la mansión Coppercreek. Lo primero que os viene a la cabeza al verla es que es vieja. Muy vieja, y enorme. Tiene un cuerpo central y dos grandes alas, una de tres plantas y la otra de dos, y su fachada exterior está completamente forrada con tablas de madera, que antaño debieron tener un color cálido y amable, pero hoy, a la luz de los faros de vuestro coche, se os antojan grises y deslucidas.

Los arbustos crecen altos cerca de la casa, arrojando largas sombras contra su fachada. A medida que vais dando un lento rodeo de reconocimiento al caserón, no podéis dejar de sorprenderos ante el hecho de que no hay ni una sola luz encendida en el interior. Es cierto, es muy tarde y seguramente todos los pacientes estarán durmiendo, pero, ¿no debería haber al menos alguien despierto, encargado de recibir a los nuevos inquilinos?

Notas de juego

Adelante. Describid qué hacéis ahora.

Cargando editor
13/12/2013, 15:29
Kimberly Richmond

A pesar de lo relativamente eterno del momento, consigo volver a mi rutina temporal en el momento en el que me abrocho el cinturón de seguridad y escucho de nuevo el motor de nuestro coche encenderse por mano de Pierce. El silencio que nos aborda a todos es tan palpable como la oscuridad que nos rodea más allá de los límites de la carretera.

Mi mirada está posada sobre el retrovisor que tengo en mi puerta. Como si de una película se tratara, observo cómo los equipos de emergencia siguen trabajando con lo poco que ha quedado del accidente. Tan sólo se consiguieron salvar de las llamas dos ocupantes. Pero uno de ellos… La otra muchacha ahora la están metiendo en la ambulancia. A medida que nos alejamos, la veo cada vez más y más diminuta y más ajena a esa situación me siento, como si no hubiese tenido nada que ver, como si mi papel hubiese sido el de una mera espectadora.

Todo cambia cuando justo antes de perderla de vista hace ese gesto. Mis ojos se abren como platos, pero nada digo. ¿Lo habrán visto los demás o soy presa del pánico? Cuando se vive tanto tiempo en mi situación muchas veces cuesta separar la realidad de la fantasía, o de la paranoia, o del nombre que le quieras poner a alucinar sin haber tomado nada para lograr tal fin. Resuelvo mantener la mirada al frente y seguir embutida en el silencio que nos mantiene a todos unidos en este mismo momento.

Los minutos van pasando pero nadie se atreve a romper el silencio. Casi parece que estemos manteniendo la respiración, racionando nuestros latidos después de lo ocurrido kilómetros atrás. La liberación llega al divisar un cartel desgastado, viejo y roñoso en el que se puede leer “Coppercreek”. ¿Tiene dinero para este proyecto y no lo tiene para arreglar la señal? Aunque las letras son grandes y claras, creo que hemos tenido suerte de los faros del coche y que Pierce ahora no va demasiado rápido.

Miro con cierta ansiedad hacia mi alrededor y con la mirada sobretodo clavada al frente. Tengo ganas de llegar y descansar. Veremos si el fin de semana se hace productivo o no. Al llegar por fin al edificio, todo parece sepultado por la soledad de la noche, ninguna luz encendida, ni un resto de vida salvo por la vegetación que ronda la propiedad.

Me quedo mirando con cara de no estar muy convencida la casa y luego miro a mis compañeros.

- ¿Seguro que es aquí? No parece que haya nadie –comento mientras sigo oteando desde el interior del coche. Ahora me dirijo a Pierce- Dale al claxon a ver si alguien viene.

Si se piensan que voy a hacer noche en el coche es que no me conocen bien.

Cargando editor
13/12/2013, 16:21
Pierce Logan

Raro. Todo es demasiado raro en este viaje.

La actuación e Chesterton es, como mucho, mediocre. Apenas sí nos hace un reconocimiento superficial, pero debieran habernos derivado a un hospital y habernos hecho pruebas durante horas. No han acordonado la zona, tomado fotos, medido marcas de rodaduras,... Nada. Apenas lo mínimo.

De otro lado, está la muerte del chico. Ha gritado como si el mayor de los horrores hubiera venido en persona a arrebatarle el alma. Mientras se desvanecía en mis brazos gritando como un poseso, mi mente no pudo, por menos, recordar aquellos fragmentos de Lovecraft en los que la locura y el horror invadían a aquellos desdichados hasta que la muerte se apiadaba de ellos, como en Cthulhu.

Luego, ése último gesto de la chica. He visto a muchas víctimas de accidentes traumatizadas, pero nunca había visto una reacción como esa y, francamente, no sé cómo analizarla.

La sinuosidad y la escasa visibilidad de la carretera me obliga a ir más calmadamente, a tomarme mi tiempo, pese a que estamos deseando llegar y meternos entre las sábanas de las camas que nos asignen, poder dormir y recuperarnos de los últimos y estresantes acontecimientos que nos han afectado.

Cuando llego a Coppercreek, de entrada, me tengo que aguantar la risa: parece que nos hemos metido en el set de decorados de "Psicosis" o de la última revisión del clásico de Sam Raimi, "Posesión Infernal". Estamos aislados de todo y de todos, rodeados por una frondosa jungla que alguno llamará bosque.

Y sin luces.

Si no fuera por los focos del coche estaríamos sumidos en la más profunda de las tinieblas.

Sufro un flasback, y me veo patrullando por las zonas más sórdidas de la ciudad, cuando el paisaje urbano se va degradando progresivamente de lo hermoso y agradable a lo pútrido, cuando van desapareciendo poco a poco el asfalto, las calles, los edificios y sólo queda la ruina más mugrienta, cuando de las farolas no va quedando más recuerdo que un orificio en el suelo por el que asoma y trozo de tubo de plástico corrugado, porque ya se han llevado hasta los cables.

Estudio la zona por defecto profesional. La casa, aparentemente, se encuentra en buen estado, aunque u estructura exterior ha conocido mejores épocas. Kim me pide que toque el claxon para despertar a los que estén dentro, pero yo no sé si se encuentra habitada o no la propiedad. Y, tras lo accidentado de nuestro viaje, me espero cualquier cosa.

Me bajo del coche, dejando las llaves puestas y el motor encendido, mientras saco nuevamente mi linterna de bolsillo y procedo a iluminar el suelo, la maleza, las cerraduras, las ventanas.

-Esperadme aquí un momento -les pido.

Algo en mí se eriza, siento una bola helada en el vientre, y un fuerte calor en el pecho. Los ojos del lobo se dibujan e mi oscuridad interior, y mi bestia comienza a gruñir y a mostrar los dientes. Aquí hay algo más, no sé si bueno o malo, pero no estamos solos; o puede que, simplemente, sea mi instinto de supervivencia, agudizado tras tantas y tantas veces que me han intentado matar, que me pide que me ponga en alerta, que no baje la guardia.

Me asomo por una ventana y el interior, aparentemente, se muestra limpio y aseado. Pulso el timbre un par de veces y e mantengo a la espera. La verdad es que hace un ruido endiablado y habría que estar sordo para no escucharlo desde cualquier rincón de la propiedad.

Sin dejar mi estado de alerta, continúo observando mi alrededor en busca de cualquier anomalía que me haga decidir si salir de aquí a escape con mis compañeros o no.

Cargando editor
13/12/2013, 17:07
Pierce Logan
Sólo para el director

Me fijo, entre otras cosas, en la vegetación que circunda la vivienda, porque, si mi retentiva no me engaña, es muy similar (si no es la misma), a tenor de los detalles de fondo que recuerdo de las fotos. Espero tener un momento con la suficiente intimidad y luz para conformar mis sospechas.

De otro lado, aún siento el tacto de la llave que le hurté al muerto junto con la cámara. Podría ver qué es lo que abre.

Mis ojos se centran en la cerradura de la puerta y estudio si la ranura es similar a las características de la llave.

Notas de juego

¿Qué dices, Fran? ¿Intento abrir la puerta, o me doy cuenta de que la llave es más para un cajón o una caja fuerte?

Un saludo.

Cargando editor
13/12/2013, 17:29
Eli Farrow

Elisabeth pasa lo que queda de trayecto en silencio, disfrutando del viaje en la medida de lo posible. La oscuridad y la ausencia de voces la relajan hasta tal punto que en algunos momentos da leves cabezadas de sueño. Esta cansada. Lo único que quiera ahora es llegar a Coppercreek y poder tumbarse un rato. Descansar, le hace falta.

En sus ojos parecen haberse quedado impresas las llamas del accidente, observa por la ventanilla con mirada ausente mientras abraza su mochila como un niño pequeño abraza su peluche para estar tranquilo. De vez en cuando temblaba ligeramente a causa del frío que tenía, pero no quería importunar a sus acompañantes sacando la chaqueta que tenía guardada y obligandoles a moverse para poder vestirse con ella.

Cerró los ojos sin hacerse de rogar y acabo por sumirse en un sueño profundo. Hacía mucho que los sueños agradables habían dejado a la pobre niña atrás y solo sucesos turbios se pasaban por su mente cuando dormía. Pocos minutos antes de llegar a su destino Eli despertó un poco alterada, respiro tranquila y se movió ligeramente para estar cómoda en su asiento. Cuando vio el cartel que anunciaba la llegada al tan ansiado destino dejo escapar un suspiro de alivio y su cuerpo se relajo. Pero en cuanto el coche entro en la propiedad y los faros arrojaron su luz en la mortecina construcción un escalofrío recorrió de nuevo a la chica para hacer que apretase instintivamente su mochila entre los brazos, esta vez no era de frío si no de miedo.

Pero se le paso pronto. El escalofrío que recorrió todo su cuerpo dejo paso a una extraña sensación de tranquilidad. No había mucha gente rondando los alrededores o se escuchaba bullicio dentro, quizás fuese la hora... De cualquier manera, esa paz tranquilizaba a la niña que estaba escondida dentro de Elisabeth, le gustaba esa soledad. Le gustaba esa tranquilidad. Le gustaba esa oscuridad. Se sentía segura.

Las voces dentro del coche le sonaban ahora cercanas, puso los pies en la tierra y se recordó a si misma que ahora pertenecía a un pequeño grupo de personas, tenía que responder de vez en cuando, hacerse notar.

-Quizás sea por la hora... Pero debería haber alguien esperando. Saben que venimos... ¿Verdad? Dijo ella con un deje de preocupación en la mirada.

Cargando editor
13/12/2013, 17:47
Director

Casi inmediatamente después de que suene el timbre, todos podéis oirlo: ladridos. Fuertes ladridos de perros, no sabéis exactamente cuántos, llegan desde varios puntos, surgiendo de entre los árboles casi invisibles como respuesta al alboroto. Apenas unos segundos más tarde, dos perros grandes, un labrador negro y un pastor alemán, aparecen de la nada profiriendo ladridos y acercándose al coche primero, y a Pierce después. Parecen verdaderamente excitados, hasta el punto de la agitación, corriendo de un lado a otro y brincando mientras persisten en su estrepitosa sinfonía. Poco después un tercer perro, otro labrador, se une a la algarabía.

Tras unos instantes de tensión, se enciende una luz que, aunque solo asoma desde debajo de la puerta principal de la mansión, resulta claramente visible dada la oscuridad imperante. No tenéis que esperar mucho antes de que la puerta se abra. Una mujer de color, atractiva aunque no estrictamente guapa, menuda y bastante delgada, se deja ver en el marco iluminado de la puerta. La mujer os mira, con los ojos aún entrecerrados por el sueño.

Cargando editor
13/12/2013, 17:49
Claudette

¡Shhh, silencio! ¡Rita! ¡Troy! ¡Kieron! ¡Callaos de una vez! Hola, buenas noches —os saluda la mujer, con una sonrisa que revela una impresionante caja de dientes blancos y enormes, al tiempo que se abraza como reacción al frío húmedo de la noche—. Soy Claudette, la ayudante de la doctora Jocelyn Beckett. Imagino que estaréis aquí por lo de nuestras actividades de convivencia. Siento mucho que os hayáis encontrado esto tan muerto, pero es que la gente acostumbra a llegar entre las seis de la tarde y las diez de la noche —Claudette mira su reloj de pulsera—. Sinceramente, ya no esperábamos a nadie más para este fin de semana, ¡y menos a cinco personas! Pero... Esperad un momento, ¿sois el grupo del doctor Moore? Claro, ya me extrañaba que no viniéseis. ¿Ha sido muy difícil de encontrar? Bueno... Si queréis, podéis aparcar el coche allí, tenemos esa zona habilitada como aparcamiento gratuito... ¡Aquí todo es gratis! —Señala a una explanada despejada y cubierta de grava, a unos cincuenta o sesenta metros de donde estáis. A juzgar por el número de coches que hay, estaréis bastante acompañados este fin de semana—. Mientras tanto yo iré avisando a Jocelyn, para que se os presente y os dé vuestras habitaciones. ¡Hasta ahora! —Claudette vuelve a desaparecer por la puerta de la casa.

Cargando editor
13/12/2013, 18:11
Director

Pierce, las fotos estaban algo desenfocadas, tomadas de noche y con algún filtro intensificador de luminosidad, así que resulta bastante difícil determinar con exactitud qué clase de arbustos eran los que aparecían. No obstante, dado que las fotografías fueron presuntamente realizadas por Nikólaos Karidakis desde el interior de su propio coche, y a no ser que el grupo viniera de un viaje muy largo, cabe suponer que sí, que la vegetación es la misma, o al menos parecida.

Por otro lado, la llave es pequeña, nada que ver con las de las puertas ordinarias. Podría ser la llave de un escritorio, una taquilla, un pequeño candado, etcétera.

Cargando editor
13/12/2013, 19:07
Luke LaPonte

Suspiro aliviado cuando Claudette aparta a los perros de nosotros; debo admitir que los perros grandes como estos me causan cierto temor. Al mirar la estructura de la casa Coppercreek, pienso que tal vez de día resulte ser un lugar agradable, pero con la oscuridad de la noche, si bien no llega a ser una ruina, sí que me parece bastante fantasmagórica. Tal vez solo sean la falta de luz y mi vehemente imaginación, pero ahora mismo me parece el lugar idóneo para rodar una película de terror. Y me pregunto: ¿tan mal estamos? Porque, aunque cabe reconocer la admirable labor que han hecho Beckett y su equipo para mantener una casa de siglo y medio de vetustez, y encima tan grande, no puedo por menos de sentir que hay que estar un poco desesperado para pasar la noche, no digamos un fin de semana, aquí. Vuelvo a mirar el aparcamiento. «Cuántos coches...».

Eso, eso, echa a los perros —mascullo entre dientes, mientras espero con cierta impaciencia a que Pierce vuelva y aparque el coche de una buena vez. En el fondo, todavía fantaseo con las mantas calientes... porque lo de la chimenea creo que no va a ser.

Notas de juego

PNJotizado.

Cargando editor
13/12/2013, 22:28
Bill Törnqvist

Durante todo el camino he estado callado como una tumba. Aunque he hecho todo lo posible por ocultarlo, lo cierto es que tengo el estómago encogido. Probablemente nunca haya estado tan cerca de morir como hoy. No puedo dejar de pensar que si Pierce se hubiese despistado en la carretera, o si el otro coche hubiese cambiado de dirección en su embestida, o si yo hubiese estado más cerca cuando el vehículo explotó... Si una sola de esas cosas hubiera salido de otra manera, ahora yo sería otro cadáver anónimo pudriéndose dentro de una bolsa de basura.

Tal vez por eso, o quizá por haber presenciado de primera mano las muertes de un puñado de personas, me cuesta evadirme en mi música. Apenas soy consciente de que hemos llegado a Coppercreek, y solo me doy cuenta cuando mis compañeros empiezan a bajar del coche.

No obstante, en cuanto pongo un pie en la tierra húmeda por el relente de la noche, sé que algo no es como debería ser, y un escalofrío de emoción recorre mi columna vertebral. Las ramas de los árboles semejan obscenos tentáculos de la más viscosa oscuridad, que se retuercen furiosos al ser hendidos por la luz de la linterna de Pierce. Ante mí, la mansión Coppercreek se alza como una gigantesca cabeza cercenada que me observa con silencioso odio a través de decenas de ojos de cristal.

Entonces Pierce toca el timbre. Al principio me sobresalto cuando los perros saltan desde ninguna parte, ladrando con rabia, pero al momento les enseño los dientes y les gruño.

¿Qué pasa, eh? ¿Qué pasa? ¿Queréis jugar? ¿Es eso, queréis jugar? —digo dirigiéndome a los perros con voz gutural, inclinándome hacia ellos y haciendo aspavientos. No puedo evitar reírme cuando veo la cara del estirado de Luke.

De repente, una mujer negra abre la puerta de la casa y llama a sus cachorros, momento que aprovecho para lanzar un último ladrido y sonreír con ferocidad. Qué monos.

Claudette (así se llama la mujer, según parece) nos da la bienvenida, y tras regañarnos muy disimuladamente por haber llegado tan tarde, se marcha para avisar a «Jocelyn». La doctora Beckett, sin duda.

Volvemos a estar solos, aunque por poco tiempo. Miro de reojo a mis acompañantes antes de bromear:

—Les hemos jodido el ritual satánico, fijo.

Cargando editor
13/12/2013, 23:21
Pierce Logan

Monto en el coche y maniobro rápido. Luke se ha puesto muy nervioso con los perros. Yo mismo he ido buscando la hoja con la que auxilié antes a los heridos del accidente... por si acaso.

Muchos coches, tres perros grandes,... ¿Cuántos somos realmente para esta convivencia, aparte del grupo del doctor Moore? ¿Por qué la asistente de Beckett nos vende esto como si fuera un paraíso?

Cada vez me resulta más raro.

Aparco en el rese4rvado de grava y echo un rápido vistazo al resto de coches para formarme una idea de los ocupantes de la mansión. Miro a mi alrededor, pero es fútil: mis ojos se estrellan contra una muralla de tinieblas impenetrables.

Me bajo y saco mi petate del maletero. Tendré que aguardar pacientemente a que el resto hágalo propio antes de cerrar el vehículo. A fin de cuentas, soy el guardián del coche, presuntamente, porque se me supone el más responsable.

Mis sentidos siguen aguzados. El lobo sigue inquieto dentro de mí.

Aquí pasa algo.

¿O será que me estoy desquiciando?

Cargando editor
15/12/2013, 11:18
Kimberly Richmond

Pierce no toca el claxon, toca el timbre de la puerta y el recibimiento no es el que me esperaba. Realmente me esperaba un sitio más pijo, no tan destartalado y anticuado, pero supongo que así son todas las instalaciones subvencionadas por el gobierno.

Una mujer que dice llamarse Claudette nos recibe y parece echarnos en cara el haber llegado tan tarde. ¿Te hemos interrumpido tus dulces sueños? Nosotros casi la palmamos, imbécil. Sin embargo, en vez de demostrarle todo mi amor, prefiero mirarla con cara de estar mosqueada por su comentario. Mi vieja y decrépita madre estaría orgullosa.

Pierce aparca el coche y cuando acaba voy al maletero a recoger mi destartalada mochila negra. Casi todo lo que tengo en casa cabe en esta mochila, qué deprimente. Tras ello, dirijo mi mirada hacia la puerta principal de la casa. Ha ido a avisar a la doctora, pero espero que no tengamos que esperar mucho más tiempo aquí fuera.

- Cuánta hospitalidad, nos dejan esperar en la explanada para aparcar los coches en vez de en el recibidor de la casa porque saben que los bichos raros como nosotros prefieren los sitios raros –comento en voz alta, con un tono de voz cargado de sarcasmo.

Mientras tanto, sí, espero a que mis compañeros estén listos o a que la doctora aparezca por la puerta y nos invite a entrar de una vez.

Vaya nochecita.

Cargando editor
16/12/2013, 20:13
Director

Tras aparcar el coche y regresar a la entrada de la imponente propiedad, comprobáis que Claudette os está esperando, acompañada por ota persona, una mujer que suponéis se trata de la doctora Beckett. Bien entrada en la cincuentena, vestida de camisa y tejanos y con su melena completamente canosa recogida en una cola de caballo inusualmente larga, no parece tener muy en cuenta las directrices estéticas marcadas por los medios de comunicación. Os mira desde detrás de unas gafas elípticas al tiempo que os sonríe con franqueza.

Cargando editor
16/12/2013, 20:21
Doctora Jocelyn Beckett

Buenas noches, chicos —os saluda de manera informal—. Yo soy Jocelyn. ¡Bienvenidos! Me imagino que Claudette ya os habrá pedido disculpas por el hecho de que no hubiera nadie esperándoos, pero como habréis podido comprobar, nuestro proyecto todavía no tiene una vida muy larga y aún hay algunos imprevistos a los que nos tenemos que acostumbrar. Seguro que al llegar habréis pensado que aquí no había ni un alma —dice mientras mira de reojo a Claudette, que aparta la mirada con fastidio—. Bueno, no importa; ya estáis aquí, y me imagino que os moriréis de ganas de coger uno de nuestros maravillosos catres, pero antes os daré algunas indicaciones. ¡Venid conmigo!

Dicho esto, Jocelyn se da la vuelta y entra en la casa, con sorprendente gracia para alguien rozando la sesentena. Accedéis a un gran vestíbulo de apariencia bastante clásica, con unas escaleras que suben a la planta superior y más puertas de las que parece a simple vista, y os vienen a la mente las viejas y señoriales casas victorianas inglesas. A medida que avanzáis, la doctora Beckett os va diciendo dónde se sirve el desayuno por la mañana, dónde hay una sala de estar para las actividades de dinamización social, etcétera. Finalmente, os guía hasta un escritorio bastante austero con un montón de papeles acumulados por todas partes. Jocelyn aparta un puñado de ellos y coge un bolígrafo, que frota contra su camisa de franela.

Muy bien, ahora os tomaré vuestros datos. Mañana habrá una presentación en la que os diremos un poco de qué va todo esto a los que no hayáis estado nunca aquí, y daremos comienzo a las actividades. ¡Ah! Una cosa, antes de que se me olvide: he visto que todos lleváis mochilas y un montón de cosas. Os tengo que pedir por favor que las dejéis todas aquí. No os preocupéis, os las guardaremos bien —dice Jocelyn cuando ve vuestras expresiones—, pero espero que comprendáis que, para que lo que hacemos aquí sea lo más efectivo posible, debéis desconectar completamente con el mundo exterior. Y eso empieza por vuestros móviles, portátiles...

Notas de juego

¿Qué vais a hacer? La doctora Beckett parece bastante de fiar...
 

Cargando editor
16/12/2013, 21:58
Bill Törnqvist

Me tomo mi tiempo para evaluar a la doctora con detenimiento. Desde luego, no parece una de esas psiquiatras de ciudad, pulcramente vestidas y arregladas como si acabasen de salir de la peluquería. No, la doctora Beckett responde a otro estereotipo igualmente consolidado: el de la hippie pirada. Con sus sencillas gafas, su larga melena cana sin teñir y su informal vestimenta, solo le falta llevar uñas de quince centímetros y no menos de diez colgantes con el símbolo de la paz, la hoja de marihuana y la estrella de cinco puntas para parecer una alucinada de la Nueva Era. De repente empieza a tener sentido que haya montado esta casa de campo tan bonita (por decir algo) para llevar a cabo sus actividades. No puedo evitar sonreír.

Sin embargo, cuando la doctora pide que nos deshagamos de todas nuestras cosas, la inseguridad se apodera de mí. Pero, ¿por qué? A fin de cuentas, en cualquier reunión medianamente formal se exige que se apaguen los móviles y demás. Mucha gente que se escapa de vacaciones a algún lugar relajante, como un balneario, elige voluntariamente dejar el móvil en casa para desconectar. A simple vista, la doctora Beckett no parece alguien de quien desconfiar, y su petición es de hecho bastante razonable. ¿Por qué entonces me da tanto miedo desprenderme de mis pertenencias y quedar incomunicado en este lugar?

Con deliberada lentitud, cojo mi bote de pastillas de la bolsa de viaje, se lo enseño a Jocelyn y me lo guardo en el bolsillo del pantalón, dejándole claro sin mediar palabra que no voy a renunciar a mi medicación. Después, sin dejar de mirarla fijamente a los ojos, le extiendo la bolsa para que ella misma la coja.

—Aquí tiene. ¿Puedo coger también algo de ropa para cambiarme?

Aunque mi voz suena suave, mi mirada no admite un no por respuesta.

Cargando editor
17/12/2013, 13:48
Eli Farrow

Elisabeth tomo su mochila y espero a que Pierce aparcara el coche. Entro la última en la casa, escondida tras Logan para guarnecerse de la jauría de perros... Y de personas.

Cuando escucho a la doctora hablar sobre mucha gente la mirada de Eli se torno triste, no le apetecía absolutamente nada tener que soportar a una gran multitud. Le agobiaba.

El lugar no le gustaba del todo, el hecho de que estuviese apartado tranquilizaba en gran medida a la chica, no le gustaba ser molestada. Pero tener que compartir un sitio así con tanta gente... No... Se quedo callada sin mediar palabra con nadie mientras la doctora les explicaba que tenían que hacer. No le costaba demasiado separarse de sus pertenencias, había pocas cosas a las que Elisabeth les guardase apego. Dejo la mochila en el suelo, se arrodillo junto a ella y saco de dentro una botella de agua pequeña. Guardo todo lo que tenía en los bolsillos en la parte exterior de la mochila, su móvil, la cartera... Y mientras la doctora no miraba se metió rápidamente unas barritas energéticas de fruta en el bolsillo trasero del pantalón. Estaba empezando a temer que allí no iba a haber demasiado bueno para comer.

Cerro la mochila y la dejo junto a la de los demás, se incorporo y volvió a la arisca formación mientras esperaba que la Doctora los acompañase a algún lugar medianamente cómodo para descansar.

Si es que podía. Recientes imágenes cruzaban aun su cabeza, y seguramente esta noche poblarían sus sueños... Mas bien, sus pesadillas.

Cargando editor
18/12/2013, 10:00
Kimberly Richmond

Mientras esperamos alguna señal de las anfitrionas de la casa y el resto del grupo toma sus posesiones, siento como si estuviésemos rodeados de ojos. Miradas penetrantes e inquietantes erizaban el vello de mi nuca, como una mala sensación, un mal presentimiento demasiado familiar, ya vivido antes. Llámalo sexto sentido o que las desgracias te persiguen como perros famélicos, pero lo noto con fuerza. Evito mirar hacia la oscura maleza circundante de la noche, guardiana de los límites entre la penumbra y la más profunda oscuridad del denso y desconocido bosque; temiendo ver esos ojos fríos y espeluznantes que me señalan, me acusan y me sentencian. Mañana estaré mejor.

Finalmente entramos en la casa de campo del Club de los Pirados tras recibir una escueta pero suficiente presentación de la supuesta doctora Beckett. Me esperaba que fuera otra de esas psicólogas que hacen de su profesión un trabajo muy rentable lavando la cabeza de personas, sobre todo con mucha pasta, y asegurándose que dependan de largo tiempo de sus… métodos. Por suerte o por desgracia, la doctora que se nos presentaba rompía los esquemas que tenía en mi cabeza previamente sobre ella. Con un aspecto bastante descuidado para ser psicóloga –o eso o todas las psicólogas a las que me ha enviado mi madre les sobra el dinero para ir de marcas caras a trabajar cada día a su consulta-, y hasta parecía ser sincera.

Y justo cuando pensaba que la abuela me caía extrañamente bien, dice que se va a quedar con nuestras cosas. Arqueo una ceja con cara de estar indignada. Iba a abrir mi fantástica bocaza para quejarme, puesto que ahí tengo ropa de recambio y mi maquillaje, entre otros efectos personales, pero entonces veo que Bill le pide si puede coger algo de ropa y la doctora parece consentir. El móvil me da igual. Mi agenda es bien corta.

De cuclillas en el suelo, abro mi destartalada mochila delante de la Doctora para que vea que no hago ningún trapicheo raro. Sin dar muestras de darme corte o algo por el estilo, saco una camiseta, unos shorts menos rotos que los que llevo, mi ropa interior, las medias, calcetines, el neceser… y con ello prácticamente mi mochila queda vacía. Sujetando el montón de ropa con una mano, le tiendo la mochila a la doctora aunque hago gesto de recordar algo que olvidaba. Apoyo la mochila en la abarrotada mesa y saco de mi pequeño bolsillo trasero de los shorts que llevo puestos un teléfono móvil algo obsoleto. Con gran fingida puntería, lo meto en el interior de la mochila. Sonrío con evidente falsedad dejándole la mochila ahí tirada. Por mí como si la tiraba a la basura.

Ya tenía todo lo que necesitaba para mi interesantísima existencia. Ahora, ¿nos llevará a nuestras suites campestres? Seguro que hasta tendrán camastros que evitarán que debamos dormir en el suelo lleno de paja y arañitas de esas con enormes y finas patas. Aunque las arañas del campo es lo último que me preocupa ahora mismo.

- Estaría bien que nos enseñara dónde vamos a dormir y que nos diga a qué hora nos va a despertar –deduzco que nos despertará ya que mi fantástica alarma con marcación automática está en su poder ahora mismo.

Cargando editor
18/12/2013, 19:57
Luke LaPonte

La verdad es que no me hace demasiada gracia desprenderme de todas mis cosas de buenas a primeras, aunque viendo que mis compañeros conservan sus mudas de ropa limpia y otras cosas de poca importancia, la cosa me parece menos grave. Ciertamente echaré de menos mis libros, aunque también es verdad que ya los he leído. Varias veces. Además, seguro que esta mansión tiene una enorme biblioteca con centenares de volúmenes de todos los temas, así que en los momentos de asueto que tengamos podré enfrascarme en la lectura, mi mayor pasión. Mientras entrego mis pertenencias, muestro a la doctora Beckett mi inhalador de salbutamol, para que vea que me lo quedo. Teniendo en cuenta el entorno tan cargado en que nos encontramos, seguro que me hará falta alguna vez. De hecho, normalmente me habría puesto a dar un concierto de estornudos nada más bajarme del coche, dada la impresionante vegetación que nos rodea, pero como en estas fechas el clima es húmedo y frío, las partículas en suspensión serán menores.

Cuando acabo de entregar mis cosas, me echo a un lado y miro a los demás, tratando de adivinar qué piensan. En realidad, creo que lo que ha dicho Jocelyn tiene sentido: si pretendemos superar las cosas que nos atormentan, tal vez sea buena idea cortar por lo sano...

Notas de juego

PNJotizado.

Cargando editor
19/12/2013, 16:42
Pierce Logan

No, no me gusta.

Hay algo en su sonrisa satisfecha, como un Garfield macabro que nos observa desde detrás de sus gafas. Me recuerda a algunas ilustraciones el doctor Hugo Strange en Batman. Aparentemente, la cordialidad con la que nos recibe no es más que una fachada en la muestra de discordia y sutil ironía con la que se produce el tácito intercambio de puyas y rivalidades entre Beckett y Claudette.

Nos está mostrando un mundo maravilloso e idílico de Oz mediante una panacea a nuestros dolores que, quizás, no pase de ser un mero placebo.

La verdad es que no nos ha gustado a ninguno, sólo hay que ver las reacciones de mis compañeros. Desde la postura impertérrita de Bill a la despectiva de Kim, pasando por la fragilidad de Eli o el temor a las bacterias aéreas de Luke. Toda esa actitud amigable, afable y sonriente lo único que consigue es retraernos aún más y hacernos desear irnos pronto de allí.

Le entrego el teléfono móvil, no sin antes apagarlo y extraer la tarjeta de memoria y la SIM, y abro el macuto antes de depositarlo sobre su mesa para que pueda inspeccionarlo.

-Mire lo que quiera dentro, doctora -le digo con voz calmada y pausada-, verá que no hay portátiles, tablets, segundos móviles, ni ningún otro dispositivo informático que me permita comunicarme con el exterior. Pero no e voy a dejar mi ropa, medicamentos y demás aquí encerrados. Soy una persona recogida y me gusta tenerlo todo a mano y ordenado. Si considera que mi conducta en este sentido es contraria al buen desarrollo de la terapia, puede echarme del grupo. Pero me gustan mis costumbres de higiene y quiero mantenerlas aquí.

Cargando editor
19/12/2013, 16:55
Pierce Logan
Sólo para el director

En el macuto sólo tengo la ropa, el neceser, las bridas y el botiquín. Son objetos que pueden pasar. El resto de objetos comprometedores o, digamos, inconvenientes, los tengo repartidos por mi cuerpo y no deforman la ropa lo suficiente como para poder decir ahí están. Habría que someterme a un cacheo con desnudo integral para poder encontrarlos, y eso implicaría tener que reducirme.

Cosa a la que no estoy dispuesto.

Además, tengo trabajo pendiente. Quiero trabajar sobe la llave y las fotos que aún obran en mi poder.

De todas maneras, no me gusta lo que veo. Me siento como una rata entrando en un laberinto de espejos mientras el científico loco de turno me observa desde las alturas, anotándolo todo en su libreta de campo.

Sí, deseo curarme, pero pienso que aquí hay algo que nadie conoce, algo que nos acecha, y todo esto ha empezado de forma muy rara, y no es que el correr del tiempo lo ponga todo en claro, sino que lo enrevesa aún más como una madeja entre las patas de un gatito.

Todo es demasiado perfecto, demasiado idílico, pero todo eso son tácticas psicológicas de terapia al objeto de mantener a los sujetos de estudios bajo control.

Y no me gusta que nadie me tenga bajo su control.