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La Compañía Negra 3: Tierra de Sombras.

La Compañía Negra 3: Relatos y Narraciones.

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14/11/2019, 18:31
"La Compañía Negra".

LA COMPAÑÍA NEGRA 3: RELATOS Y NARRACIONES.

Notas de juego

- Escena completamente narrativa no interactiva para colgar relatos y narraciones.

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02/12/2019, 19:40
Hostigadores: Soldado Nuevo Dolor.

Cuando miro la enorme Puerta de Galdan, a pesar de la luz de la mañana que se asoma, parece un enorme lugar lleno de promesas de muerte. La puerta del Reino Pastel es una enorme fortaleza diseñada para que los ejércitos se estampen contra ella y mueran en un intento vano de conquistarla. Un símbolo, un gran tributo a la muerte y la miseria del hombre. Trago saliva con dificultad, sabiendo que tendré que participar en el asalto de aquel titán que no dudará en pisotearnos sin piedad hasta que seamos charcos de sangre pestilente.

Pero mi misión ahora es ir contra aquella gargantuesca mole de muerte. Los Doloritas no solo debemos avanzar como un soldado más, quizás protegiéndonos con nuestros escudos, sino que debemos portar la escalera por la que los soldados treparán a la parte alta de aquellas murallas, que lindan con las nubes y el cielo. Es una misión suicida, pero la verdad es que mi vida completa se ha tratado de sufrir y eventualmente morir.

Quizás si hubiese tenido un principio más elevado, como nacer príncipe o noble, hubiese sido distinto, pero nací en una granja en las tierras de alrededor de Cho’n Delor, en una aldea agrícola sin nombre. Me llamaron Clavo Olvidado al nacer y jamás sabré el motivo. Quizás mis padres eran uno idiotas, tengo pocos motivos para dudar de eso pues solo recuerdo que me llamaban Mahe por ser mi comida favorita. No deben haber sido muy inteligentes, aunque tengo que agradecer a mi padre por haberme enseñado a observar el terreno, a moverme por las zonas agrestes y a cazar. Aprendí cosas útiles de la experiencia de mi padre, que era cazador y agricultor, aunque no haya sido demasiado astuto y eso lo compruebo al pensar que nunca abandonaron la inseguridad de las tierras fuera de las murallas cuando estalló la guerra.

El Señor del Dolor quiso volver a reunificar su reino y al Triplete no le gustó eso, por lo que comenzaron a asolar todas las tierras alrededor de la ciudad, entre las que estaba mi aldea. Los recuerdos de esos días son confusos. Recuerdo a los aldeanos gritando, fuego alrededor y a los soldados enemigos. Recuerdo a mi padre siendo atravesado por varias lanzas en el torso hasta que dejó de moverse, a mi madre le quitaron a mi hermano bebé de los brazos, lo levantaron de una de sus piernecitas y lo azotaron contra un muro antes de dejarlo caer al suelo y pisotearlo. No olvido la mancha de sangre que dejó su rostro en ese muro o la expresión de mi madre mientras era violada por un soldado tras otro antes de ser arrojada al interior de una choza en llamas. Recuerdo haber estado escondido pero que un soldado me atrapó de todas formas. Tuve la suerte de que me dejara vivo, tirado y ensangrentado después de haberme violado. Era pequeño, no recuerdo que edad.

Pasaron unas semanas mientras los supervivientes intentaban reconstruir la aldea pero yo estaba solo. Vivía de la caridad de los vecinos pero ellos apenas tenían comida para sus hijos y no dudaron en dejarme pasar hambre para evitarla ellos. Comencé a robarles pero no era muy hábil en ello, por lo que me golpearon duramente. Cada vez que el hambre me superaba y cogía algo que no era mío, recibía palos hasta caer inconsciente. Creo que los aldeanos me habrían matado a palos si no les hubiese atormentado tanto la conciencia.

Tampoco recuerdo la edad en que decidí irme a Cho’n Delor, pero debe haber sido cerca de los nueve años. Una caravana de comerciantes pasó por ahí y me ofrecí a uno de ellos como trabajador si a cambio me alimentaba y llevaba a la ciudad. No pareció muy interesado así que le mentí, diciéndole que mis tíos vivían en ella y le pagarían a mi llegada. Aceptó y así fue como dejé mi aldea natal para siempre.

Estaba equivocado al pensar que dejando el hambre atrás tendría una vida mejor pues ese término siempre se escapó de mi alcance. El viaje duró semanas y durante ellas tuve que sufrir para sobrevivir. Era el esclavo de aquel comerciante, que me hacía cargar cosas todo el día como si de una mula me tratase. Me azotaba con una vara cada vez que me veía descansando o cuando mis movimientos acarreando cajas era demasiado lento para su gusto. Todo el día era cansancio y golpes, mientras que en la noche debía satisfacer sus apetitos, todos ellos. Por lo menos me alimentaba y eso bastaba de momento.

Cuando llegamos a Cho’n Delor no me costó demasiado engañar a Comerciante para huir de él y así evitar su molestia por la ausencia de paga de mis ficticios tíos. Supongo que me habría matado a golpes así que no me detuve a averiguarlo y simplemente huí. Sabía que no se quedaría mucho en la ciudad pues se ganaba la vida viajando así que jamás volvería a verlo si tenía suerte.

Me refugié en un barrio bajo de la ciudad y rápidamente comencé a robar para comer. No era muy bueno en ello, y muchas golpizas me gané antes de darme cuenta de que mi estrategia no debía ser la rapidez de manos. Lo mío era la mentira, la velocidad y saber esconderme bien, por lo que comencé a hacer distracciones mientras robaba corriendo para luego ocultarme. Corría por las calles de Cho’n Delor, muchas veces siendo perseguido y salvándome más por suerte que por pericia.

Pero la ciudad es implacable y rápidamente descubrí a mis enemigos. Los tenderos y víctimas de mis robos no eran tan temibles como los guardias o los otros ladrones. De los primeros me escondía apenas se escuchaban sus pasos pues sabía que las autoridades no tendrían piedad alguna con alguien como yo y mi cabeza terminaría adornando algún sitio de la ciudad, pero el resto del lumpen tampoco era amistoso con quien roba lo que ellos quieren. Así tuve que aprender a pelear por mi vida. Golpes y puñaladas me enseñaron a defenderme, por lo que rápidamente comencé a ser yo quien portaba un filo y a atacar antes de ser atacado. Eso me valió una nueva forma de obtener dinero y comida, que era asesinar y robarle al muerto. No me gustaba hacerlo pero a veces era menos riesgoso que la piedad.

Pasaron los años y yo ya era uno más en las calles. Si sabes donde buscar, te puedes escapar del frío y del hambre, pero también de la soledad. Conocí a un par de amigos y comenzamos a asaltar juntos. Pies Rápidos y Lengua Afilada eran mis socios. Asaltábamos comerciantes de poca monta, de esos que no pueden pagar seguridad, para obtener dinero. La comida no nos faltaba pues Lengua Afilada había conquistado a una viuda que nos daba comida cuando íbamos a verla. La vida se volvió un poco mejor, salvo por los enfrentamientos con otras bandas y huir de la guardia.

En ese tiempo y con todo el peligro que me rodeaba, crecí y me formé como el tipo que soy: Grande y musculoso, con la resistencia de un toro. Me sirvió para sobrevivir en las calles pero por sobre todo, cuando me sacaron de ellas.

Fue un día que nos dijeron que los Pelos Mojados iban a atacarnos. La banda rival a veces incursionaba en nuestro territorio pues querían tener para ellos a los comerciantes de vinos, pero nosotros no lo permitiríamos. Nos escondimos y cuando aparecieron, les caímos encima. Apuñalé a dos de ellos y estábamos a punto de ganarles cuando aparecieron los guardias de sorpresa. Nadie los oyó llegar. Agarraron a Lengua Afilada mientras que Pies Rápido consiguió correr. Lamentablemente sus pies no fueron tan rápidos como su nombre pues la flecha que disparó uno de los guardias le atravesó la espalda y cayó retorciéndose. Levantó las manos para cubrirse al ver que otro soldado se acercaba a él, pidiendo clemencia pero ni sus manos ni sus palabras lograron detener la espada que atravesó su rostro como golpe final. Yo iba a huir pero el desgraciado que apuñalé al final comenzó a sujetar mi pie, decidido a no dejarme huir. No conseguí liberarme y uno de los guardias me pisó atrás de la rodilla para derribarme antes de ponerme un pie sobre la cabeza. Desde bajo su bota, vi como atravesaba con su lanza la garganta del apuñalado, que me miraba con ojos muertos de satisfacción, pensando hasta sus últimos segundos que mi destino no sería mejor que el suyo.

Rápidamente nos llevaron a Lengua Afilada, uno de los Pelos Mojados y a mí a las mazmorras, donde nos encadenaron a un muro de manos y pies. Ahí, nos dejaron unas horas hasta que llegaron los guardias. Eran varios, todos con lanzas y venían acompañados por un hombre de aspecto desagradable, que portaba joyas en cuello y ambas manos. El hombre se acercó a mí, me tocó el cuerpo, constatando mis músculos y altura. Revisó mi dentadura y miró mis genitales. El hombre luego palpó de igual forma a los otros dos pero finalmente solo a mí me eligió. Habló con los guardias y les pagó, por lo que uno de ellos puso un cepo en mi cuello y me soltaron de la muralla mientras otros dos atravesaban a Lengua Afilada y a nuestro rival con sus lanzas a la altura de abdomen repetidas veces. Pusieron grilletes en mis manos y unos con cadenas en mis pies para ser trasladado mientras veía como lanzaban al resto a una poza llena de cuerpos flotantes y huesos cuando aún con vida se quejaban antes de comenzar a ahogarse en agua putrefacta o desangrarse, lo que haya sido primero. Desde ese momento, yo era un esclavo y lo sería por toda la vida.

Ser esclavo nunca es una buena vida pero en Cho’n Delor, una ciudad caracterizada por la crueldad y el fanatismo de un tirano autoproclamado Dios, ser esclavo puede alcanzar niveles insospechados de sufrimiento.

Recibí golpes, quemaduras, vejaciones sexuales y todo tipo de dolores por días, en lo que intentaban quebrar mi voluntad para que fuese un perro esclavo complaciente, para que hiciera cualquier cosa con tal de jamás volver a pasar por ello. Después de un par de días, que para mí parecieron meses, fui ofrecido en una subasta. Un hombre me compró por pocas monedas, las que pudieron pagar mi estatura y corpulencia pues solamente fui catalogado como bestia de carga.

Yo había oído rumores y sabía cuáles eran los peores destinos que un esclavo puede esperar. Las minas son siempre el peor pues es morir en poco tiempo sin jamás volver a ver la luz del sol. Otros pueden ser más dolorosos pero ninguno tan miserable que ser solo un número y morir agotado y asfixiado. Por suerte, a pesar de mi apariencia, el hombre me deseaba para mover cargamentos con los que comerciaba. Me recordó al comerciante del que hacía años había huido, por suerte no era el mismo.

A mi nuevo amo lo llamaban Recadero, supongo que así había empezado su negocio, pero ahora enviaba y recibía caravanas de mercancía a Idón y Dádiz, por lo que se me requería constantemente para bajar y subir cajas de los carros. Era un trabajo duro pero podía resistirlo, por lo que cumplía sin queja alguna, a sabiendas que si alguien inapropiado las oía, sería lo último que diría con mi lengua pues a los esclavos que hablan demasiado se les acostumbra cortar la lengua, así como se corta el tendón del talón a quienes parecen querer huir, incluso a la mínima sospecha. En mi caso, guardé silencio pues sabía que incluso los otros esclavos te entregarían si con eso recibían una comida más al día. En esta ciudad, no se puede confiar en nadie.

Pasaron meses tranquilos pero de pronto, noté que esclavos comenzaron a desaparecer del servicio de Recadero. Al principio uno, luego otro, después ya eran de a dos o más. El amo no parecía preocupado pero a los esclavos aquello nos agitó, así como ver que frecuentaba cada vez más a los sacerdotes del Señor del Dolor. Los rumores no tardaron en llegar y decían que el amo era cada vez más devoto a la fe y que donaba constantemente esclavos para los sacrificios a cambio de los favores del clero, que había incluso asignado mercenarios para proteger sus caravanas.

Yo no quería ser empalado por ningún “Dios” pero huir sería condenarse a morir. Ya un joven K’Hlata lo había intentado al escuchar que quizás sería la próxima donación y aún se le puede ver clavado en la cruz en el patio, desollado. Murió después de agonizar días con sus músculos expuestos y las moscas devorándolo. No iba a terminar así y haría lo que fuese por lograr salvarme de ese destino.

Un día el amo me envió a apoyar en la limpieza de las alcantarillas pues a unos tales “dolorosos” les faltaban manos. Uno de los sacerdotes me escoltó a mí y a dos bestias más por los callejones oscuros. Temí desde el primer momento que estuviésemos siendo llevados al templo y que sería el nuevo sacrificio, pero el terror no me permitió hacer nada. Solo caminé con el resto, sudando y con los ojos abiertos como plato a cualquier movimiento brusco. No sabía qué haría, no sabía si haría algo, pero quería ver el momento llegar o, mejor dicho, no podía dejar de verlo.

Pero nada sucedió y llegamos a la entrada de las alcantarillas, con su inconfundible olor a mierda, donde unos hombres vestidos iguales, todos de negro, trabajaban. Esos eran los Dolorosos, fanáticos del Señor del Dolor que viven y mueren en su nombre.

Mi primera impresión es que eran unos idiotas, unas mierdecillas esperando algún día ser un sacerdote, cosa que jamás sucedería. Luego, después de verlos trabajar, tuve una segunda impresión: Eran unos idiotas, unas mierdecillas inútiles que estaban ahí pues adoraban al Señor del Dolor a gritos y no sabían hacer nada más que palear mierda humana. Trabajé con ellos y trabajé cuando ellos hacían una pausa para proclamar sus rezos junto con Sacerdote. Mientras yo trabajaba, escuché sus palabras y las memoricé completamente pues mi plan ya empezaba a gestarse.

Cuando terminamos la jornada, repetía en mi mente aquellos rezos para dominarlos completamente. Luego, cuando el amo fue a vernos, yo los repetía en voz baja, apenas audible. El amo me vio y se acercó con curiosidad por mi espalda. Yo fingí no notar su presencia mientras el hombre ponía atención a mis palabras hasta que estuve convencido sabía qué estaba diciendo. En ese momento fingí advertir su cercanía, por lo que me puse en posición de solícito. Me dijo que la fe es buena y que siguiera así. Le agradecí como un esclavo debe por las buenas palabras de su amo.

Un par de días después, el amo nuevamente me llamó a acompañar a los Dolorosos. Esta vez la labor era limpiar las calles de cadáveres. Parece que la anterior había sido una noche especialmente agitada, a lo que se sumaba un montón de cadáveres que habían sido sacrificados por una tal “Compañía Negra”, que había llegado a la ciudad para servir al Señor del Dolor en la guerra contra el Triplete.

Recogí cadáveres junto con los Dolorosos mientras Sacerdote nos miraba, hasta el momento en que este llamó a rezar a su dios. Los Dolorosos comenzaron a hacerlo y yo, con el temor de saber que si no resultaba mi treta, sería asesinado, comencé a rezar también. No pensé demasiado en ello, sabía que debía salir de los esclavos de mi amo pues ayer mismo habían sido enviados a sacrificio tres más. Tenía en mis vísceras el presentimiento de que sería uno de la siguiente partida. Así que simplemente recé las palabras que había aprendido bien. Sacerdote de inmediato lo notó y se acercó un poco pero, contra todo pronóstico, no me interrumpió. Permitió que terminase todas mis oraciones y, cuando ya la pausa había finalizado, yo me puse de pie para trabajar de inmediato. No sé si fue la muestra de fe “desinteresada” o el hecho de que volviera al trabajo sin ninguna orden, pero simplemente me observó y nada dijo. Me entregó de vuelta con el resto de los esclavos sin decir nada cuando terminó la jornada.

Al otro día, a la hora que los Dolorosos rezaban, yo también lo hacía. A veces, cuando no tenía trabajo que hacer y la hora era la apropiada, rezaba. No lo hacía en público precisamente, pero me aseguraba de que alguien me viese. A veces era el amo, que me miraba complacido.

Pocos días pasaron para que nuevamente me llamara el amo. Sacerdote estaba con él en su sala y pronto noté que no había más esclavos. El miedo me caló en la espalda pues sabía que podían ser varias opciones y solo una de ellas era buena para mí. El amo me preguntó si yo adoraba al Señor del Dolor y le repetí que sí, con las palabras y la devoción que los Dolorosos lo hacían. Sacerdote se mostró sorprendido y agradado. Dio un paso al frente y sacó un cuchillo, con el que arrancó un una sección de la piel de mi pecho mientras yo no daba signos de dolor ni queja, haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad. Masticó el trozo de mi piel mientras me miraba a los ojos, pero los míos estaban firmes en el suelo, lejos de los suyos o de cualquiera que pudiera ofenderse. Entonces me dijo que necesitaba hombres leales al Dios del Dolor y que no tuvieran miedo de entregarse completamente. Que había oído acerca de mi silenciosa devoción y que eso le gustaba. Me preguntó si deseaba unirme a los Dolorosos en devota adoración o si deseaba continuar como esclavo. Temí por un momento a que fuese una prueba pero no tenía ningún sentido mis mentiras si en este momento me negaba además de que sabía a ciencia cierta que si decidía la esclavitud, sería sacrificado en cualquier momento, más temprano que tarde. Asentí en silencio y fui llevado para ser un Doloroso más.

En ese momento estaba feliz, pensaba que una vida asegurada y con comida de sobra me esperaba. La fácil vida del clero. Me equivocaba.

Me esforcé mucho por no pronunciar queja mientras las tenazas arrancaban las uñas de mis manos y pies. Sentí las agujas al rojo ardiente entrar por mis encías y salir por mi paladar. Los látigos, sobre todo cuyas puntas eran pequeñas piezas de metal filoso se habían vuelto mis compañeros infaltables. Cada hora de los primeros días era una tortura nueva, diseñada con el único fin de acostumbrarme al dolor que aquella fe pregona y volverme digno de su servicio. Las quemaduras pronto fueron una sensación familiar pero el hambre, la sed, la privación del sueño y de descanso después de horas y horas de agotadores ejercicios era lo que realmente templa la voluntad, según Sacerdote.

Al cabo de un mes, parte de las torturas eran reemplazadas por entrenamientos en armas y combate. El rumor de que seríamos usados para la batalla era algo que sonaba fuerte y Sacerdote no quería que los Dolorosos quedásemos en vergüenza, por lo que nos enseñaron a luchar mientras seguíamos con nuestras rutinas, de dolor y extenuación.

Ser Doloroso era una mierda, pero por lo menos a nadie lo mataban mientras fuese uno. Lamentablemente, no era fácil seguir siendo uno. Llegaban de todas partes para serlo: Agricultores que habían perdido todo, empleados fanáticos, mendigos y cualquiera que prefiriese vivir los tormentos que morir fuera. La fe se proclamaba en cada palabra, en cada acto pero aun así, Sacerdote sabía que no todos ahí eran devotos y no estaba dispuesto a alimentar a quienes permanecían solo por ser alimentados y no morir. Las trampas eran constantes: Cuando cualquiera pronunciaba cualquier palabra que hiciera dudar de su fe, era sacrificado. Nos interrogaba por los preceptos de la fe y cualquiera que no los conociese, era encarcelado y torturado hasta que confesara no adorar al Dios del Dolor, momento en que era sacrificado, generalmente por desmembramiento. Una vez, uno de los Dolorosos me comentó en secreto que no adoraba al dios y que iba a huir, por si quería ir con él. Yo lo rechacé a pesar de que era mi deseo pero tenía demasiado miedo de que fuese una trampa, por lo que fui donde Sacerdote y acusé a mis compañeros de querer huir. Este me sonrío y me envió a descansar. Al otro día vi a cinco dolorosos colgados de los pies, con sus brazos arrancados y sus heridas cauterizadas a fuego para que no muriesen desangrados después de la mutilación. Habían llegado para huir pero no los dejarían morir tan rápidamente, se divertirían con ellos y los usarían de ejemplo. Tomaron a otros catorce y los sacrificaron decapitándolos pues habían escuchado de la traición pero, a pesar de no presentarse para huir, no habían dicho nada a Sacerdote. Murieron por guardar el secreto. En cambio, el que instó el intento de huida, estaba al lado de Sacerdote, en una posición de honor pues su plan fue un éxito y gracias a él, se encontró a muchos herejes y faltos de fe.

Una vez Sacerdote pidió voluntarios para sacrificarse en honor al Señor del Dolor. Varios gritaron al instante que deseaban el honor y supe que debía hacerlo también, por lo que esperé a que fueran suficientes antes que yo y luego también me ofrecí, fingiendo la clásica devoción y entrega. Sacerdote sonrió y dijo que nuestro sacrificio era la vida de servicio y que con eso bastaba de momento. A todo el resto se los llevaron a las mazmorras para hacerles “prueba de fe”. Solo la mitad volvió.

Así que me acostumbré a sobrevivir, como lo hacía antes. Decir las palabras apropiadas en el momento apropiado, bailar con la muerte de cerca para que no tenga espacio para empuñar su arma. Esa era la técnica y la aprendí en base a sufrimiento.

Un tiempo después, el rumor que había oído se volvía realidad. La primera oleada de nuevos reclutas había sido aceptada en la Compañía Negra y ahora tocaba una nueva promoción. Sacerdote nos dijo que la primera habían sido escorias varias de Cho’n Delor que se habían ofrecido o habían sido enviadas por las autoridades. Ahora y como segunda promoción, él mismo se ofrecería junto con todos nosotros para formar parte de la Compañía Negra. Los que quedábamos ahí éramos lo que él definió como “élite de la fe del Señor del Dolor”, por lo que todos iríamos y difundiríamos la fe de nuestro dios en el interior de aquella compañía. Nos dijo que eran solo mercenarios pero que terminarían adorando a nuestro Señor tarde o temprano.

La verdad es que la noticia no me importó en nada. Dolorita acá o Dolorita allá sería lo mismo para mí y las torturas y el miedo me acompañarían de todas formas aunque estuviese en esa tal compañía. Acepté con gritos de euforia pues sabía que a Sacerdote le gustaba ello.

El Sargento Gulg y la Cabo Rompehuesos eran tipos rudos pero no se comparaba a lo vivido por un Dolorita como yo. Sus ejercicios y castigos no eran nada comparado con los premios a los que se nos sometía de rutina, por lo que el periodo de instrucción solo me sirvió para mejorar mis habilidades de combate. Durante ese tiempo solo debía cumplir las órdenes y seguir fingiendo como llevaba años haciéndolo.

La instrucción pasó y recibí mi escudilla para comer. Para mí no fue la gran cosa, aunque Sacerdote y los otros Doloritas estaban extasiados pues ya formábamos parte de la Compañía Negra. Ahora, en cambio, mirando la Puerta de Galdan y sabiendo que nuestro destino no es más que ser el muro humano que protegerá a la Compañía, pienso que debería haber seguido siendo esclavo, o mejor, morir de hambre en mi aldea. No querría haber sobrevivido a todo aquello para morir aquí, atravesado por flechas o quemado por ese dragón entre lodo y mierda.

Pero entonces pienso: Si hay una posibilidad de que sobreviva. Aunque sea una sola posibilidad entre cien de conseguirlo. ¿No vale la pena intentarlo? Pues sí, lo vale y nunca he tenido la suerte a mi favor realmente, así que si sobrevive un solo infeliz entre los cien que cargaremos estas escaleras, le juro al destino que seré yo.

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04/12/2019, 17:51
Infantería: Soldado Nueva Derviche.

ONÍRICA.

El sol empezaba a hundirse en el horizonte. Sin embargo, en el interior de la espesa jungla, apenas se percibía. Sólo podía apreciarse un lento cambio de colores en la vegetación, húmeda y cálida. Los verdes vivos iban apagándose lentamente, y adquirían tonalidades rojizas, anaranjadas. Hasta violáceas, si el follaje era azulado de base.

El inmenso animal avanzaba agazapado, y sus enormes patas se hundían en la tierra sin más ruido que el ínfimo que podía representar que una brizna de hierba seca se quebrara bajo su peso. Lo que prácticamente no sucedía, porque sus ojos felinos, de mirada aguda y penetrante, anticipaban cada paso con un cuidado sobrenatural.

Sobrenatural, sí. Como así lo eran su fuerza, su potencia. Su vista, su olfato, su oído. Su velocidad, su inteligencia. 

A su alrededor los sonidos sí se prodigaban con una efervescencia que evidenciaba el bullir de la vida en abundancia. Zumbidos de insectos, serpenteos, gruñidos... y más lejos aullidos, graznidos, el viento. Y algo más. Gritos.

El Jaguar se detuvo de pronto. Era el Rey, el Amo. Ni leones, ni las temibles anacondas, nada podía detenerle a Él. Pero en algún lugar, algo más abajo, algo más abierto, en un claro rodeado de árboles ahora ya casi grises por la escasa luz, uno de sus siervos destacó sobre el relieve. Una joven hembra humana. El Tótem Jaguar sabía muy bien quién era ella. Sadaka. Sacrificio. Estaba fuera de su territorio, una aldea más al sur, en la llanura. La miró, sin mostrarse. La observó, estudiándola, evaluándola. 

Las dos hojas gemelas de la derviche se movían con rapidez y elegancia, en una danza que otros habrían juzgado de bestial. No así ella, no así su Tótem. Los cortes se dibujaban y se abrían en la carne de con una facilidad pasmosa, y siguieron entre los aullidos de dolor desesperados de la víctima de la mujer. A los pies de ésta yacía lo que quedaba de un guerrero de una Tribu rival D’loc Aloc que había osado adentrarse en sus tierras y espiar su aldea, con el fin de un futuro ataque. 

Sadaka acabó, y se arrodilló en la sangre, hundió sus manos en el cuerpo, y de él extrajo las vísceras que levantó, ofrendándolas a su Dios. Ningún Jaguar Asesino vacilaba ante el peligro. Su vida no era nada, su gente todo. La joven Sadaka apenas tenía quince años, y ya lo sabía muy bien.

Los ojos de ambos se encontraron, porque el Tótem Jaguar así lo quiso. Oro y negro, mirada y mirada. Derviche rugió, y Él también. Una extraña comunión de sangre, de guerra, de muerte. 

Entonces la joven se levantó del suelo, lentamente, mientras el Jaguar avanzaba, tan silencioso como lo había hecho antes. Ella no tenía miedo, sino respeto. Erguida, no le retaba, sólo mostraba lo que era, valiente, sanguinaria. Su sierva, no su esclava.

*  *  *  

El sol empezaba a hundirse en el horizonte. Sin embargo, en el interior del desierto central de la Gran Sabana, apenas se percibía. Dunas yermas se elevaban como gigantes muertos desgranándose bajo la persistencia del viento que arremolinaba arena, polvo y decadencia a partes iguales. El pardo gris dio paso a un color difuso, ennegrecido, mate. Áspero.

En uno de los círculos aparentemente dibujado por un vórtice insidioso de la ventisca, los restos de lo que parecía un animal se resecaban y consumían atenazados por la arena hambrienta. Si uno hubiera podido acercarse lo suficiente, se habría dado cuenta de que lo que fuera, seguía vivo de algún modo. Los huesos formaban protuberancias redondeadas bajo el pellejo estriado y resquebrajado. y entre ellos, bajo ese pellejo, bullían pequeños algos que se mostraban negros como la pez cuando asomaban por alguna de las grietas. ¿Gusanos? Podría ser, pero no. ¿Insectos? Tampoco.

La entidad una y plural que había infestado el cadáver lo rellenó de cabo a rabo, literalmente. Lo engrosó, le dio cuerpo, lo izó del suelo como si el esqueleto viviente tuviera aún un asomo de aliento propio. Quizá había sido un animal, quizá un hombre. O algo entre ambos, algo que habría surgido de las profundidades oscuras de la tierra, del desierto. O de la peor de las magias. Las cuencas vacías de sus ojos se llenaron de golpe, dos globos oculares igualmente negros, de pupilas blancas y veladas, como las del ciego. O las del muerto. La Criatura creció y creció, hasta alcanzar una altura sobrenatural.

Sobrenatural, sí. Como así lo eran su maldad, su corrupción. Su hipocresía, su insidiosa manipulación, su inteligencia.

Los ojos sin vista miraron, su mirada atravesó el desierto, la sabana, se adentró en la jungla. Parecía que buscaba, no, lo hacía. Sabía, sabía a quién buscaba, y la encontró. Sadaka, Sacrificio. Frente a frente con el Tótem Jaguar. La Criatura asintió y de su boca, más quijada que carne, emanó una risa estentórea, cascada. Inhumana. 

Se acercó a ellos, y a su paso todo ennegrecía, se corrompía, no sólo moría, sino que la muerte burbujeaba repleta de ícores pútridos. La faz de la Criatura vibró, y mostró miles de rostros, se disfrazó de sus esclavos, de su alimento, de sus víctimas y servidores. Derviche, cuando finalmente apartó los ojos de su Tótem Jaguar, de su Señor, para posarlos en su Diosa ahora que estaban los tres juntos -la mujer humana minúscula, Diosa y Tótem enfrentados-, pudo reconocer alguna de estas fachadas, de estos rostros, fugazmente.

Otras no las reconoció la Derviche que las presenciaba, durante ese instante, aunque lo haría más tarde, años más tarde. El Profanador de Mentes, el Dios del Dolor, la Bruja Sesvolea, incluso Sedoso, incluso... 

Cerró los ojos, incapaz de aguantar esa imagen. Ella, Sadaka, Derviche, en la faz de la Maldad.

NOOOOOOOOOO!!!

*  *  *

Despertó al abrirlos de nuevo, despertó gritando, sola en su tienda, negando lo que había visto, negándose a ella. Ahora sí reconocía los rostros, los de algunos que conocía, y entre ellos, el suyo. Se lo juró a sí misma. No, no sería así...

Estaba empapada de sudor. Y de tierra, en su pesadilla había rodado por el suelo, y de sangre, se había arañado la piel, la misma carne. Jadeaba, y su cabeza estallaba de dolor, ahogando la dicotomía que sentía desde el primer momento en el que que vio levantarse de la muerte a sus compañeros y atacar a sus hermanos de la Compañía, desde que tuvo que cortarle la cabeza al Teniente Rompelomos que se había vuelto contra ella, contra todos... 

La dicotomía que la había mantenido dando tumbos durante demasiado tiempo. Entre su devoción por su Tótem Jaguar, el Dios de la valentía y la bravura, de la muerte limpia, honorable. Y la que había sentido por la Diosa Oscura, que en su Engaño la había consumido arrastrándola por un camino de odio y de rencor, buscando la muerte tenebrosa, degustando la tortura y la degradación. 

Ella aún no lo sabía, pero estaba a escasos días del Fin de Todo. Del día en cuya previa noche otro sueño, igual o peor si cabe, la asaltaría e invadiría no sólo su mente, también su cuerpo. Del día en el que el mundo entero sucumbiría a la Maldad más impura, más endiablada. No sólo estaban muriendo los vivos, además revivían los muertos, la magia más oscura había sido liberada, crecía y crecía como el hedor de los miles y miles de tumbas profanadas para lograrlo. Si Derviche creía ahora que no podía ser peor, se equivocaba...

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07/12/2019, 14:03
Hostigadores: Soldado Novato Ballestero, Segundo de Hostigadores.

CIUDAD DE IDON 

Cazarratas, Púa, Ballestero.

No eran sus nombres, pero si eran sus nombres. En un momento dado de sus vidas todos habían muerto y habían renacido, y de ahí los nombres nuevos, excepto el último. En la Compañía el nombre no se cambia, a no ser que subas demasiado alto. Y de aquí solo se sale con los pies por delante.

Cazarratas era el acechador. Era bueno acechando. Su madre todavía le llamaba por su nombre infantil: Púa, y Cazarratas todavía no sabía muy bien si le gustaba o lo odiaba.

Hace ya más de doce años, en otro mundo, acechaba a la Compañía Negra, y se sentía orgulloso de aquello. Aprendió mucho de esta gente: escuchó lo que se decía, y lo vio por si mismo. Escuchó los rumores que venían de otras tierras, pero, sobre todas las cosas, aprendió que habían muerto y habían renacido, y que no llevaban el mismo nombre.

Fue poca la información que las Brujas de Idun recibieron de él pues, casi enseguida, decidió que quería morir y volver a nacer con la Compañía. Todavía no sabía, en aquel entonces, que se había unido a su nueva tribu en el año 190 después de Khatovar. (Su madre, que le llamaba todavía por el nombre de la infancia, era una de las Brujas de Idun, si).

Habían derrotado al Profanador. Estaban débiles, pero no dejaban que se notara.

Yo, Ballestero, hablo de un muchacho que ha muerto, y de un hombre que ha muerto, aunque fueron mis antepasados. 

Cazarratas se unió a la Compañía y cavó letrinas, y realizó tareas denigrantes, y corrió, y peleó hasta ganarse el miedo de los otros reclutas.

Una noche, vino a visitarle aquella que le llamaba Púa.

──Estás sirviendo a los Oscuros, ──dijo, y ──estás quemado por el sol, ──dijo, y ──has abandonado a tu mamá, ──dijo.

──Esta es mi venganza ──. Y mamá entregó a Cazarratas aquella ballesta de madera negra y brillante. Desde entonces la llamó Venganza de las Brujas.

El Cabo Cortaplumas le hizo sufrir todo lo que pudo. Le había llamado la atención porque ya antes de ser recluta, Cazarratas era un asesino competente. De ahí su nombre: exterminaba parásitos, gente que ya estaba muerta y no se había dado cuenta todavía. Él venía con la noticia. Y Cazarratas era silencioso, y hacía lo que se le decía.

No era amigo de nadie, pero eso a Cortaplumas no le importaba, así que decidió que de ese cascarón vacío, nacería un hermano.


LA DIOSA KARANTHIS

La Diosa de la Luna Roja.

Ballestero recuerda varias vidas. De aquella que le llamaba Púa, y que otros llamarían "madre" sabe lo que se le enseñó: que hay que perdonar sus debilidades, pues tanto la Diosa como Sus Hijas son las Guardianas del Umbral. Son, de un modo misterioso, puertas entre los mundos, y dan paso a las gentes cuyos cuerpos se han gastado, y necesitan otros nuevos.

A él le tocó ser lo que se llamaba en estas tierras un Maestro de las Llaves.

Las Brujas de Idun tuvieron, luego de la Campaña contra los Castores, más tratos con la Compañía. Pero para entonces, él ya no las reconocía, ni ellas a él.

Recuerda las salas del Profanador, y a los hermanos que habían venido del lejano Sur, y que ahora han partido hacia otros mundos. Sicofante, Peregrino...

Es un Maestro de las Llaves (un macho, para qué vamos a andarnos con misterio). Le tenemos ahí, plantado durante horas y horas, mientras sus compañeros juegan a los dados o las cartas, o a los puñales si tienen lo que tienen que tener.

Y tiene ensoñaciones en las que piensa que vive otras vidas, de esas vividas antes de que cruzara el umbral de este mundo. El "umbral" es eso que tienen las mujeres entre las piernas. Imaginemos y acertemos qué es lo que la gente de Idun considera que es una "llave".

Antes de cruzar el umbral: ¿era negro? ¿Khlata? En ocasiones si. Tiene recuerdos: por ejemplo, una aldea.

Es una aldea grande, con muros de piedra coronados de espinos. Está en la sabana.

Pasa mucho tiempo, durante la campaña contra los Castores, repasando esas vidas que tuvo en otro mundo, tan parecido a este. Pero en otras ocasiones, recuerda ser una guardiana de las puertas. Y recuerda tener un color diferente de piel: marrón claro, rosado o pálido, recorrido por venas azuladas.

La campaña contra los Castores fue un ejemplo de aquello en lo que se estaba convirtiendo la Compañía Negra desde hacía tiempo: oportunistas decididos a ganar fuera como fuera. Profesionales de lo suyo: preciosistas en los detalles, esmerados en la arquitectura de sus planes, eficientes siempre, y directos si podían. Fue una de las etapas en un camino hacia quién sabía dónde, desde aquella especie de santidad asesina de la que venían, y que a veces se insinuaba en gentes que ya no tenían peso en las decisiones.

Aquel que tiene las llaves de la puerta: en el amor y en la muerte, da paso. En la muerte y en el amor, hace que viajen las almas de un territorio al siguiente que les tocara, sirviendo a la miriada de los dioses en su viaje eterno.

Ballestero se afana en su tarea como un buen artesano: elegir de entre los dos la muerte no tiene nada de particular. Es sigiloso, como la muerte, y aplicado, como la muerte.

Ballestero aprendió los modos de la Compañía, pero no el más importante, así que sus hermanos lo dejaron un poco apartado de ellos, sabedores de que necesitaba algo más de tiempo que otros.

LAS CIEN MIL LLAVES

Imagina ser una mujer sencilla durante las largas horas de acechanza nocturna, por ejemplo. Demasiadas veces se detiene en momentos que son demasiado cotidianos como para ser merecedores de una narración: una receta, o dar una azotaina a tus retoños, o escapar de un marido demasiado borracho como para dar miedo, y burlarse de él con crueldad. O asuntos igualmente dolorosos y fantásticos cuando se sienten, pero tan absolutamente comunes y corrientes, que pasan desapercibidos, tanto que ni se sienten. Como el parto de las criaturas que solamente su gente ─en el más profundo de los secretos─ reconocen como lo que es. Y qué broma que tanta gente hable de el fenómeno: las almas transmigrando de un lado a otro, siendo que ignoran lo que las gentes de Idun y Daoiz conocen casi desde que vinieron a través del umbral de sangre y carne, coronados de llanto y de dolor, a yacer con la guardiana de sus días primeros en una efusión de dulce leche, chupando con ansia solo para entregar de ahí en adelante, todos y cada uno de los dones que les dieron. Y para volver a tomar, y luego para volver a dar, y así por la eternidad, con un fin que solamente ellos han entrevisto siquiera.


LA PUERTA DE LOS MUNDOS

Imagina tales sutilezas quizá por pura costumbre, porque lo mismo valiera pensar de él como de un estúpido sin cerebro, corazón ni alma. Mata y vigila, y observa a sus camaradas de la Compañía jugar a las cartas las interminables horas de la espera que a todo militar saludan una y otra vez.


EL DIOS DEL DOLOR

A Ballestero le resultó agradable que la Compañía entrara al servicio del Dios del Dolor, pues, se entendía, era el jefe de lo poco que quedaba de la Nación Ancestral. O era lo poco que quedaba de lo que se consideraba auténtico, realmente positivo y benéfico.

Quizá en las Ciudades Pastel se decía todo lo contrario, pues, no menos, ellos mismos reivindicaban idénticas raíces.

También se decía que no. Que las gentes de las Ciudades Pastel vinieron del norte lejano, y que eran extranjeros (aunque hubieran pasado milenios desde que llegaran).

Habían degenerado, todos, hasta el punto que hacían todo lo contrario de lo que predicaban. El dolor del parto, el dolor de vivir. Cuando, en la Puerta de Galdan, se alzaron los muertos, Ballestero descubrió que habían sido engañados.

Demasiado fuerte el hábito de perderse en sus ensoñaciones mientras:

Sus brazos y sus manos están bien adiestrados, y se mueven solos, y matan y hacen su trabajo sin que la cabeza tenga que distraer ni un segundo de este apasionante sueño en el que vivo tu vida, oh, pobre mendigo de los arrabales de Taglios: cómo te las ingenias por poseer el cuenco de arroz que ahora vas a consumir ha sido la historia más interesante que jamás pude contemplar: veo, saboreo, me regocijo de tu astucia y...

Es normal que todos piensen que Ballestero da miedo. Que es un poco idiota, incluso: que su imaginación no llega, no puede, no consigue, y que hace daño de la manera más estúpida y malévola.

En ensoñaciones se perdieron sus Reservas durante la Batalla de la Puerta.

Y nadie salió vivo salvo él mismo y la Quinta.

Maquinal: un adicto al sueño que no sale de su mundo. Ballestero no está aquí. Jamás estuvo aquí. Ballestero no te ha visto el rostro: ha caído tan bajo como Cho'n Delor.

Todo el mundo lo sabe: es más veterano que los más veteranos que no hayan nacido en el seno de la Compañía. Cerca de doce años matando aquí, y sigue siendo considerado casi un extraño. Qué vergüenza.

Qué maravilla tus sueños, Ballestero. Consumelos con gula.

Pero ahora has experimentado la Vergüenza, y has sido arrojado al barro. ¿No había nadie en esos cuerpos animados? ¿A quién facilitas el tránsito, pobre basuerero?

Y gracias a tu buena suerte, has vuelto a renacer: Ballestero.

Tu mismo nombre, pues es el lugar que tienes en la Compañía.

Quien mira a un dios cara a cara, al menos gana esto. Pasaste por las salas de Zon Kuthon, eso has ganado.

Solo se sale de aquí con los pies por delante.

Cambiarás tu nombre cuando la hora llegue, y no antes.

Sales de entre las aguas del lago con todos tus problemas: sin energía, sin espíritu, destrozado, arrasado por dentro.

Con la conciencia de que debes ser la muerte, pero con unas manos que ya no saben, que tienen que volver a aprender. Y ya no tienes la edad, y ya no puedes dedicarte a escapar del mundo: ahora tienes que prestar atención, pues has sufrido la Vergüenza.

Acabo de nacer y soy feliz por ello. Me llamo Ballestero.

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07/12/2019, 17:40
Cuadro de Magos: Rastrojo, Segundo Mago.

Dicen que cuando estás a punto de morir ahogado, toda tu vida pasa por delante de tus ojos...

Recuerdo pocas cosas de mi infancia. Los hombres nacen a los catorce años, cuando son capaces de sostener un arma. Todo lo anterior es lejano, otra vida. Quizás por eso solo vi imágenes borrosas sumido en la confusión. El entrenamiento como recluta, sin embargo, está marcado a palos sobre mi piel de mestizo. Las sucesivas batallas...

Recuerdo haber estado en la tienda de los heridos, recuperándome de la batalla, cuando trajeron a Campaña en las últimas y me enteré de la muerte de Peregrino. Los Oscuros son hijos del diablo, pero no tenía nada en contra de ese Nyueng Bao. Con el cuerpo dolorido, salí por mi propio pie por no querer compartir la tienda con el compañero que había dejado a Peregrino morir. Algunos dirán que me echaron, envenenados por las malas lenguas de los Oscuros, pero que les den.

Recuerdo mis manos tratando de parar la sangre que salía de la prostituta Bimbata. Me vuelvo a ver intentando conjurar a los espíritus para salvar a los Rufianes y a Sicofante de la hoguera. Y aquel intento de examinar al Viejo, cuando aún era Capitán y aún era respetado por sus hombres, tratando de sanarle de su veneno. Intentaba hacer las cosas bien. Me esforzaba por arreglar los problemas, pero siempre fracasaba. Era como si... Como si esa mitad Oscura que recorre mi sangre me volviese maldito.

Recuerdo toda esa sensación de fracaso, de llegar a Cho'n Delor pensando que mi única salida era cambiarme al Pelotón de Arqueros. Visto en perspectiva, mi espíritu es indómito y eso me permitió no coger la salida fácil. Yo, chamán. Con todas las penurias que eso me traería... Soy imbécil, debí pedir un arco en la Ceremonia de las Dádivas. Pero pedí pertrechos de chamán, entregados en un gran baúl, y en esa noche loca de celebración eso permitió a una esclava meterse dentro. ¿Y qué pasa cuando alguien confía en mí? Exacto, descubrieron a la fugitiva y le dieron muerte. Soy la mejor versión de mí mismo que puedo dar, jamás atinaré a hacer algo a derechas. Pero a pesar de todo mi maestro Caratótem siguió apostando por mí. Nos reconciliamos. Todo ese trabajo social no sirvió para nada, porque él murió. Todo lo que toco muere.

Recuerdo que con Caratótem aún tenía una oportunidad de progresar. En la votación para sustituir al Viejo, ambos pensamos igual: un K'Hlata podría llegar a Capitán. Yo pensé en la Sargento Falce. Le debía una por haberme entregado mi machete, y siempre viene bien tener un contacto en las altas esferas. Caratótem, sin embargo, tenía otros planes. La Sargento Falce no era lo suficientemente buena para ese idiota. Noooo... Él tenía que proponer al insulso de Preocupado. Todos los babosos de la Compañía habrían votado por la Sargento Falce, ¿en qué estaba pensando Caratótem? Por lo menos aprendí a hacer amuletos. Así empezó el otro plan de mi maestro para tejer una membresía de K'Hlatas leales entre sí. En el ritual anterior a la Batalla de Puerta de Galdan participaron Preocupado, Grito, Sabandija y Plumilla. Todos ellos con el amuleto que los distinguía como camaradas del círculo.

Recuerdo que el ritual hizo que todos los leales a mí volvieran con vida. Creo que esa fue mi única victoria en lo que por otro lado fue un año bastante gris, y me alegro por ello. Esos chicos son el futuro de la Compañía. Recuerdo también los muertos... como en cada batalla, pero esa vez fue distinto por culpa de Serpiente. Eran unos muertos muy... reales. Y comían gente. Pero a pesar de todo yo estaba ahí, subiendo por la escala, encaramándome a las almenas. Casi parecía un soldado de verdad.

Recuerdo el cabreo que se cogió Dedos cuando arreglé su dibujo estúpido en las almenas.

Recuerdo el gran Mal que desatamos.

Recuerdo la corrupción y las pesadillas. Nos acompañaron en las batallas siguientes.

Recuerdo al imbécil de Matagatos hundiendo la lanza en el suelo. El agua. El caos.

Recuerdo a mi camello, sufriendo entre las aguas. Y me refiero tanto a Frontera como a Mancillado. Traté de trepar a las jorobas del animal para ponerme a salvo, pero mi peso y la fuerza de la corriente terminaron por tumbarlo bajo la superficie. Y el agua seguía subiendo... Hasta más allá de mi cabeza.

No quiero que esto acabe así. Soy consciente del despojo humano que siempre fui. De todos los miembros de la Compañía, seguramente sea el que más merece morir. Pero a pesar de todo nado hacia la superficie. Soy Rastrojo. Soy el Último Chamán.

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07/12/2019, 23:33
Hostigadores: Soldado Novato Indómito.

Todos los males de este mundo y de la otra realidad se habían juntado en una vorágine de destrucción y locura máxima tras la conquista de la Fortaleza de la Puerta de Galdan. El más espantoso de los infiernos se filtraba entre los intersticios de la malla interestelar a través de los Hermanos Juramentados y los desalmados enemigos de la tres ciudades del Triplete del Reino Pastel.

Indómito era un cierto niño adulto todavía sin madurar del todo viviendo esta degeneración de guerra medio ganada por la fuerte Compañía Negra. Muchos cambios se había sucedido en esta última hornada de sucesos como nuevo Capitán, Teniente, Analista, líder de Hostigadores, líder de Campamenteros, fin de Exploradores, fin de Reservas, Frontera y Ballestero a Campamenteros, intercambio Derviche-Desastre, nuevo recluta Dolor, Khadesa todavía en Hostigadores, nuevo cuadro de Magos, etc.

La estrategia de Muertos contra el Reino Pastel fue arriesgada, tras ello durante un mes la infantería de Indómito se las pasó sofocando cualquier foco de resistencia que pudiera quedar, exterminando a los supervivientes, ya fueran vivos o no muertos.

Las venganzas se volvieron sádicas y crecientemente inhumanas contra las fuerzas de élite Guerreros del Cielo y caballería Dolientes. Todo derivó finalmente en una barrera mágica impenetrable que se mostraba como un fuerte escudo de luz blanco-azulado que se extiendió como un gigantesco triángulo alrededor de las tres ciudades: la Ciudad de las Panteras, la Ciudad del Dios Elefante, y la Ciudad Pastel.

Desde ahí Indómito estuvo sumergido en la locura de las tierras levantadas formando terremotos, de los sacrificios de civiles y de la potente magia en criaturas monstruosas entre los cuales se encontraban muchos de su propia Compañía. Finalmente entran al centro de dicha vorágine siguiendo un estandarte que provoca un cambio de realidades de agua y diferente temperatura finales.

Todo ello se antojaba bastante documental en como lo vivió Indómito, claramente estas últimas guerras las vivió más centrado en los otros que en sí mismo, por lo que poco tendría que contar a oyentes externos sobre sí mismo en lo que le quisieran escuchar.

Indómito solo era un vulgar salvaje de tierras en cierta manera libres a su manera, quizás un incivilizado que se convirtió en un valor más dentro de una Compañía que le acogió para dejar atrás su pasado y su nombre real. Indómito dormió lo que quizás un día fue para abrazar un nuevo es, como futuro incierto del que todavía era un testigo en cierta manera mudo.

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08/12/2019, 16:40
Hostigadores: Soldado Nueva Dedos.

"PERO ESO ES LO QUE MÁS DUELE"

 

¿Te acuerdas, Alika?

- Claro que me acuerdo.

Como cada anochecer, había subido las largas escaleras hasta lo alto de la muralla de Galdan, para asomarme desde allí arriba y observar la sabana: aquel terreno desolado que hacía pocas jornadas había sido un campo de batalla. A veces, aún me parecía que el olor a podredumbre y gusanos llegaba hasta aquella altura.

Míralo, es como asomarse al pasado.

- Sí, está allí.

Lo estaba. No solo la batalla, también el campamento, Cho’n Delor, los territorios de los Pies Rojos, y todas las cosas vividas en esos y tantos lugares. Y aquellos que se quedaron en ellos, y que jamás volvería a ver.

No todo ha sido malo.

- No, todo no. Pero eso es lo que más duele.

Hice repaso de aquellos momentos no tan malos. Con un suspiro, seguido de una sonrisa, apoyé los codos sobre la cornisa del muro, mientras recordaba las noches en mi estancia privada del Palacio de la Discordia, cuando con todos ya retirados o dormidos, Matagatos venía a visitarme. O el día que celebré mi nacimiento en la tienda de grog del campamento. Ahí mi sonrisa se ensanchó un tanto, al recordar cómo me burlé en aquel momento de la dádiva de Desastre, que después resultó ser lo que parecía.

Fue cosa del grog.

- Sí, supongo. Creo que normalmente no soy tan desagradable.

Últimamente…

- Últimamente todos hemos cambiado mucho.

Torcí el gesto, ya sin sonrisa. Miré hacia abajo con cierta vergüenza. No al suelo que aún tendría restos de cadáveres, sino que coloqué mi vista entre mis brazos apoyados.

- Te echo de menos.

Lo dije en voz alta, porque quería que me escuchara. Sí, aquel garabato, que ya tampoco era lo que fue, pero para mí seguía siendo lo mismo. Ella estaba allí abajo, con tantos otros. O quizá no, quizá estaba allí arriba conmigo, mirándome desde su dibujo.

- A veces siento que debería estar allí, contigo. Muchos lo piensan. ¿Verdad?

Claro, vete con ella. Es sencillo: tírate. Vamos… ese es el camino fácil, y ya hemos hablado de esto, Alika. Deja de decir gilipolleces.

Levanté de nuevo la vista. Ya había oscurecido, y mirar aquella extensión a la contraluz de las antorchas de Galdan le daba un aire espectral. Más aún. Y a la vez que se oscurecía el mundo, oscurecían mis pensamientos.

- Intenté envenenarle. Metí en líos a Chamán Rojo, y si nos hubieran pillado robando el pergamino, a Pipo también. Llegué a pelearme con Derviche, una hermana de la Compañía. Durante mucho tiempo desprecié a Loor, y, quizá lo peor, casi se podría decir que tengo una alianza con Serpiente.

¿De verdad eso es peor para ti que casi envenenar a Matagatos?

- Oh, cállate. No era… no era veneno.

No.

- No.

Lo has dicho tú. Envenenarle.

- Ya lo sé, no se me ocurre otra palabra más parecida.

Pero no era veneno.

- No.

¿Qué era?

- Sabes que no lo sé. Qué más da, al final no bebió.

Y te quedaste sin saber qué hubiera pasado si hubiera bebido.

- Que me dejes en paz.

¡Jajajaja!

Suspiré fuerte. Casi piafé, como un caballo. Ya era absurdo discutir conmigo misma, pero que yo misma me riera de mí…

No todo fue malo.

- No… No todo...

Una vez más, me vino a la mente Chamán Rojo, cubierto de huevos y siendo picoteado por las gallinas. Y los rostros de Lengua Negra y Matagatos, riendo. De las pocas veces que les había visto reír. La única, quizá.

- ...Pero eso es lo que más duele.

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09/12/2019, 12:29
Instrucción: Recluta Reyezuelo.

Nunca estaré lo suficientemente agradecido a mi maestro, Nadur, por todo lo que me enseñó. Me enseñó que la nuestra, la tribu de los Tres Castores, estaba en su lugar por designio divino. Gobernábamos con mano firme pero justa sobre las tribus inferiores que se acogían a la protección de la Alianza de los Castores como la Antílope, la Cebra y la Jirafa mientras hacíamos cumplir las sagradas tradiciones. 

Sabíamos del mundo todo lo que debía saberse. Sabíamos diferenciar a los hombres de los espíritus y los demonios, de la importancia de enterrarnos con nuestros objetos preciados al acabar nuestra vida y de lo sagrado de las sepulturas. Sentíamos en los huesos el mal yuyu de aquello a lo que convenía no aproximarse y respetábamos a los chamanes por lo que eran. 

Y soy heredero del linaje más fuerte que jamás dio nuestra tierra. Era natural que a la Compañía Negra le pareciera más sensato pedir por mi un rescate antes que sencillamente rebanarme el pescuezo. Seguía siendo un heredero a la corona, y uno bastante probable teniendo en cuenta la velocidad a la que mis primos, menos aptos, caían uno tras otro en la guerra contra los Caimanes Negros.

Qué gran sorpresa fue descubrir la miseria que estaban dispuestos a pagar por mi rescate a la hora de la verdad. ¿Ese era mi valor para ellos? Más parecía un insulto. 

Me sentí traicionado en el orgullo y decidí que ya nada me ataba ya a ellos. Pedir unirme a aquella compañía que amasaba tanta gloria y que me había tratado justamente a pesar de las circunstancias me pareció sensato.

Desde entonces he formado parte de la Compañía Negra. Son hombres y mujeres duros, aunque al principio apenas me parecían dignos para dedicarles mi tiempo. Entrenar a su lado me parecía absurdo ¿por qué alguien de mi linaje tenía que rebajarse a cruzar sus armas con ellos?

Me asignaron a un tutor, Uro, que no parecía tener especial interés en hablar conmigo, Uro. Eso me dejó bastante tiempo para mí mismo, aunque aún me pregunto qué era lo que tanto le atormentaba

Pasé mucho tiempo en silencio rodeado por encuentros no del todo memorables. Una partida de cartas aquí con Frontera en la que demostró poseer un alma tan generosa como dada al olvido, una larga guardia con Piojillo en la que apenas nos dirigimos la palabra, cada uno sumido en sus pensamientos, escuchar sobre los intentos de entrenamiento que promovía Lengua Negra y no poder participar por estar aún impedido por mis heridas de batalla... y Guepardo

Mi diferente cuna no me permite intimar demasiado con el vulgo, pero mientras mi falta de méritos hacía que muchos, en el mejor de los casos, me ignorasen, él vio algo en mí y aceptó ser mi Hermano de Capa. Sé que puedo juzgar bien a la gente, por lo que me fue fácil leer su mirada.

-"No me decepciones"-, me dijo de esa manera de entendernos que tenemos los guerreros. 

No lo entendí del todo aquel día de la misma manera que no entendí el empeño del líder Lengua Negra cuando puso tantísimo esfuerzo en procurar un equipo a disposición de los Campamenteros. Poco más que un grupo harapiento de quienes aún no se han ganado ni el respeto ni el suficiente nombre. Para mi, una prueba. 

Quien nace en la tierra no está incómodo con dormir en ella ¿Para qué ofrecerles algo diferente?. Es su lugar en el mundo, y discutirlo estaba fuera de toda consideración. 

Pronto descubrí que me equivocaba, y es una suerte que me hubiese guardado mis dudas para mí tanto como me guardé de otras muchas cosas mientras los días pasaban, y meditaba. Ese oscuro logró ganarse mi respeto.

Había algo diferente entre aquellos desarrapados. Mientras observaba sus esfuerzos, comencé a formularme preguntas que me guardé sólo para mi hasta que tomé una decisión.

Hablé con Manta, en aquel entonces segundo de los Campamenteros, para respetar la escala de mando. Le hice una petición absurda. - "¿Tiene sentido para ti?"- le pregunté. Creo que ese hombre tampoco sabía la respuesta. Nunca me respondió, y en su lugar pronto pusieron a una persona diferente a co-comandar a los Campamenteros. 

Alguien que ahora está muerto. 

Ahora estamos huyendo y me refugio en estos recuerdos mientras los días pasan y la locura se alza a nuestro alrededor. No soy inmune al mal yuyu que nos está afectando, contagiando nuestras almas y corazones mientras nos empuja a desear cometer barbaridades de las que ni yo mismo me creí capaz. 

Por eso me sigo refugiando en el pasado mientras cumplo las órdenes. Mientras luchábamos maldecía no haber dedicado más tiempo a ganarme el respeto del campamento. Sé que podría haberlos comandado. Sé qué decisiones se tomaron sin medir suficientemente las consecuencias igual que sabía que como soldado lo que me correspondía era cumplir mi papel y dejarme cada gota de sangre si era necesario en esa labor. 

Pero algo se torció y ahora corremos perseguidos por las pesadillas. Veo mi aldea calcinada a cada asentamiento al que llegamos. Veo a Nadur, mi viejo maestro desangrándose junto al polvo de nuestros dioses. Devastación. Me tengo que recordar constantemente quien he decidido ser. 

¿Tenía sentido? 

 

Desde hace algún tiempo, aquella idea ha tomado forma. No podía permitir que nuestros ritos se perdieran, por lo que he aprendido a escribir.

Un viejo proverbio popular me viene a la mente. Algo que se les dice a los jóvenes para que entiendan la crueldad del mundo cuanto antes.

"Si estás solo, estás muerto"

Caigo.

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09/12/2019, 17:28
Hostigadores: Soldado Nuevo Pelagatos.

Cría cuervos

 

Miró al cielo de la noche agotado, el esfuerzo físico había sido considerable y más con su lesión. Allí tirado en la tierra, con su blanco pecho agitado subiendo y bajando mientras pugnaba por recuperar un ritmo de respiración normal intentó pensar. Era difícil explicar lo que sentía aquella noche.

No pudo articular palabra alguna pues cuando iba a hacerlo una mano se posó sobre la cicatriz que le cubría el torso. Esa cicatriz que nació en Idon y que como un hijo vago no le abandonaba nunca. La mano blanca y de largas uñas oscuras jugueteó por encima de la herida caduca, como si el ancho y largo de ésta fuera un camino por el que transitar.

—¿En qué piensa el pequeño felino? —preguntó con aquella enigmática voz que cada vez que sonaba ocultaba mas de lo que revelaba.

La respuesta sincera en aquel momento hubiera sido en nada, pues el placer reciente todavía le tenía embargado pero en poco tiempo los recuerdos y las dudas volverían a asaltarle sin piedad como era costumbre, como aquellos tipejos y sus sucios machetes en Idon. Se abstuvo de responder de forma instantánea, esperó a tener el resuello suficiente y entonces habló.

—El mundo se vuelve loco a mi alrededor y no parece que yo pueda hacer nada por impedirlo —dijo tras aquel tiempo de silencio.

—Aquí y ahora tu mundo soy yo, gatito —dijo la mujer mientras dejaba que su mano se alejara de la cicatriz en el pecho y pasara a jugar con los labios del oscuro para finalmente tocarle la punta de la nariz como si fuera un niño pequeño.

Posiblemente ese fuera el porqué de la cuestión, el niño que fue determinaba el adulto que era. Sus sueños de infancia se mostraron inalcanzables cuando ya era demasiado tarde para echarse atrás y en aquel momento se encontraba a medio camino entre una imagen idílica de sí mismo que no parecía llegar y un absoluto patetismo que todos le recordaban.

No miró a la mujer porque cada vez que lo hacía sentía un escalofrío de miedo y acuciante deseo. Sus manos y su cuerpo poco o nada tenía que ver con los de otras mujeres con las que había yacido. Sus caricias no destilaban la fría eficacia de la profesionalidad en la que había estado sumida Dulce Sue durante su encuentro. No, su compañera actual era completamente diferente.

No se esforzó Pelagatos en explicarla que su nombre nada tenía que ver con los felinos, intentos vanos del pasado le impedían recaer y reiterarse. A ella le divertía hablarle así y él poco o nada podía hacer para remediarlo, una triste historia de origen no iba a cambiar eso.

—Es cierto y eso refuerza lo que he dicho —dijo consciente de que aquello era verdad de forma casi rotunda.

La risa salió al encuentro de sus palabras como respuesta, la odiaba cuando se reía así, porque se reía de él y le hacía querer alejarse de ese lugar sin mirar atrás, sin embargo siempre volvía a caer en sus garras.

Su primer encuentro no sucedió de la forma habitual, fue a la orilla de un río en una salida rutinaria del hostigador. Ambos se miraron, no hablaron mucho y poco tiempo después, sin recordar muy bien el oscuro los detalles más mundanos, se entremezclaron. Ella nunca pareció la frágil mujer que pretendía y él desde luego nunca fue un caballero al rescate.

—Nada tienes que temer al mundo mientras estás en mis brazos. —Las sinuosas palabras salieron de la boca de la mujer con una extraña franqueza que hizo dudar al oscuro.

Recordaba sin problemas las conversaciones pasadas con sus primos oscuros acerca de perpetuar la raza, de su implicación en esa tarea y por primera vez miró a Corbeau intentando encontrar algo más que la persona con la que compartía aquellos encuentros furtivos. Sus ojos negros, profundos como dos pozos le devolvieron la mirada de forma burlona. No, simplemente pensar en dejar descendencia con esa mujer le producía escalofríos, no lo diría nunca en público pues era demasiado orgulloso pero la temía. Lo ignoraba casi todo de ella y prefería que siguiera siendo así.

—Esto no durará siempre, ¿no? —dijo el joven oscuro perdiendo la seguridad en sus palabras hasta que no le quedó más remedio que formular aquella corta pregunta.

—¿Acaso vas a abandonarme? —preguntó ella fingiendo de forma obvia una preocupación que no tenía.

No respondió el mercenario porque conocía la respuesta a la pregunta y por desgracia aquello no dependía de él, no era su elección, casi nunca lo era.

No se llamaba Corbeau aunque se hubiera presentado así, estaba seguro de eso. Tenía los modales de una dama, un color de pelo negro como las plumas de un cuervo y le provocaba la misma incomodidad que el aura que desprendía cualquier mago. Estar con ella era rozar un adictivo paraíso y alejarse un necesario infierno.

Volvieron a verse varias veces más, todas ellas similares en forma y resultado. Cambiaron los lugares, las posiciones pero no los cuerpos y las sensaciones. Pelagatos ansiaba saber todo lo que ignoraba de ella, que era mucho, ella por motivos que él no comprendía acudía siempre a su encuentro.

Un día la roca se rompió por la lanza de la pasión y todo quedó atrás, el mundo entero, su mundo y las respuestas de aquellas innumerables preguntas que deseaba hacer.

(Imagen de Alex Stone)

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09/12/2019, 19:00
Infantería: Soldado Nuevo Lombriz.

Todos, tanto los K'Hlata como los oscuros, pensaban que Lombriz era un inútil, un pordiosero y un enclenque. Los entendía.

Ser esclavizado desde su niñez por el profanador  no ayudaba mucho, como tampoco los cuatros largos años que pasó en el campamento de la compañía, rebuscando entre los despojos y la basura, alimentándose como una rata,  o mejor dicho, como una Lombriz. Supuso que de aquello nació su nombre al alistarse.

La época anterior a la compañía era un gran vacío en su mente, un vacío que presionaba su cerebro desde adentro hacia afuera. —No, no recuerdo nada, pero todo está ahí, y algún día desentrañaré el misterio, y la verdad me destruirá , pero es lo que debo hacer, debo saber, debo comprender, nunca seré nada si no resuelvo el rompecabezas ya que para  poder progresar de verdad en esta vida tengo que hacerlo, cueste lo que cueste—

Maldito sea mil veces el profanador, el amo.

Fue duro para superar la conexión rota con el amo, porque romper de repente un vínculo forjado por la fuerza durante décadas no se era igual que cortar un hilo de seda. Su mente quedó destrozada, como la de Pipo. —Pobre Pipo,  murió y se lo comieron los gusanos y lombrices, mierda, me comí a Pipo, porque soy una lombriz—

A cada uno le afectó de manera diferente, pero la placentera sensación de muchos sirviendo a uno se transformó en terror, desamparo y dolor. Así se sintió Lombriz durante aquellos cuatros años. Lombriz el inútil, el mendigo, el comemierda.

Todos decían que había superado las pruebas de reclutamiento porque era retrasado, que su mente tenía una grave tara que no era capaz de asimilar bien las cosas. Que equivocados estaban.

El tiempo no fluctuaba de manera continua y estable para Lombriz.

En el interior de su fracturada mente, el vacío de recuerdos flotaba apaciblemente sobre una balsa de agua temporal, donde los días no tenían sentido, al igual que el paso del tiempo. Ayer era hace una semana, hace un mes era hace diez minutos, y el presente se convertía rápidamente en pasado muy lejano.

Todos decían que Lombriz era retrasado, pero él sabía que no —que sigan con sus prejuicios—

La maldita puerta de Galdan había caído por fin. Muchos compañeros yacían muertos en el barro, junto con los soldados del Triplete y los malditos zombus que habían venido para comerse toda la vida del llano y engrosar sus filas, pero la compañía venció contra todo pronóstico.

Sentado en lo alto de la muralla, se sintió invencible, nada ni nadie podría con ellos, pero para su desgracia, aquella misma noche, tras fumar 'Wokinwo' con Sabandija, la batalla le pareció tan lejana que había trazos borrados de la misma en su cabeza.

Gusanito.

Siempre se había sentido solo, a pesar de su reciente amistad con Sabandija, Piojillo o las tardes que había pasado con Plumilla discutiendo cosas banales, pero en el fondo, comprendía que solo era un compañero más, un pequeño entretenimiento a las horas de hastío del resto.

Entonces Gusanito llegó a su vida, un perro flaco, piojoso y arisco al que tuvo que domar con la ayuda de Desastre, pero que al cabo de poco tiempo, se convirtió en inseparable, por primera vez desde que fuera esclavo del profanador, se sintió completamente feliz con su perro.

La lombriz y el gusanito.

No sabía lo poco que iba a durar la felicidad, ni él, ni nadie, la compañía estaba en su cénit cuando Zom-Khuton se reveló.

Al principio fue un cambio sutil en algunos de los oscuros y K'Hlatas, estaban de humor más agriado, pero aquello comenzó a escalar a medida que se internaban más y más en el territorio del Triplete. La amargura se convirtió en odio, el odio en violencia, y la violencia en matanzas indiscriminadas, a cada sitio que llegaban, pintaban con la sangre de los inocentes el suelo, incluso corrían rumores de que algunos comenzaron a comer carne y beber sangre.

Todo se estaba desmoronando a pedazos, sin que nadie hiciera nada, hasta que llegó el día aciago.

La corrupción infiltrada lentamente por el señor del dolor se reveló al fin, y todo pareció estallar en una vorágine de magia oscura y fatalidad jamás vista por nadie.

Otra vez más, Lombriz, al que todos le decían inútil e insignificante se dio cuenta del peligro de inmediato.

La marea temporal de su cabeza se agitó con furia, mientras el campamento se inundaba de una locura asesina sin sentido. Antes de que los antiguos compañeros convertidos ahora en demonios le desgarrasen la carne, Lombriz ya había huido, armas en mano, intentado agruparse con otros compañeros sin mácula como él. Consiguió reunirse con su grupo, batiéndose todos con lágrimas en los ojos de rabia. Rabia por lo que había hecho el Dios de dolor, rabia en definitiva contra toda Chon'Delor.

Cuando la lanza de la pasión rompió la roca y se abrió el portal, Lombriz ya estaba en la entrada, pero justo antes de cruzar se paró, mientras los demás se arrojaban por aquella grieta mágica le gritaban que se diese prisa, pero no podía irse, no sin Gusanito. Se había olvidado de él en mitad de aquella locura, y se sentía tan destrozado por haberlo hecho, que no podía irse sin su fiel compañero.

Pero Gusanito nunca llegó, y la última vez que Lombriz pudo verlo, estaba sirviendo de agradable tentempié a uno de aquellos corruptos demonios.  Suspiró con fuerza, abatido y cansado hasta el límite, había perdido a su mejor amigo sin poder hacer nada.

Se dio media vuelta y antes de entrar al portal, todo aquello vivido escasos minutos atrás le pareció lejano, demasiado lejano. Ya no podía hacerle daño.

—Tan solo importa seguir adelante—

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09/12/2019, 20:10
Hostigadores: Soldado Nuevo Sabandija.

Conquista del Reino Pastel. Pocas semanas atrás.

- “¿Te estabas echando una siesta, hombrecito? ¿Tan agotado te dejé la otra noche?” 

Sabandija se limpió la cara del líquido viscoso que le había salpicado, con mucho cuidado de que no le entrara en la boca o los ojos. Temeroso abrió los mismos y la vio a ella. Enorme, exorbitantemente musculosa, mirándole con una irónica sonrisa y parada en el embarrado campo de batalla sobre esas piernas de diámetro mayor que el del propio pecho del Campamentero.

-Gra-gracias.- Titubeó avergonzado, pero vivo. La enorme guerrera mercenaria acababa de haberle salvado la vida, como reflejaba que de su espada serrada resbalaran líquido negruzco y vísceras de los dos caminantes que casi se lo comían a él, al pobre Sabandija.

Qué veía aquella gigantona en él, no lo entendía. De hecho, ya había dado por acabado los encuentros sexuales con ella. Se conformaba con Elefanta, también grande, de otra manera, y mucho más accesible, aunque no era más que un burdo reflejo de la mercenaria. Sin embargo, Sierra había vuelto a reclamarlo y él no había podido negarse. Tampoco es que quisiera hacerlo. La amenaza de ser descoyuntado por Campaña solía acometerle una vez había eyaculado dentro de la mujer. Antes, cuando la sangre se acumulaba en su miembro debido a la excitación del encuentro, no podía pensar con claridad. Era como si se convirtiera en otro hombre, mucho más aguerrido, más decidido, sin miedos. Todo eso llegaba a su fin cuando, exhausto por el esfuerzo físico, se dejaba caer en generoso pecho de la mujer. Entonces, los miedos volvían y se imaginaba con el cuello roto en manos de Campaña.

- Esto no está bien…- Se atrevió a decir y enseguida deseó no haberlo dicho. No quería provocar la ira de Sierra.- Qui-quiero decir que...me encanta, claro, pe-pero mañana será un día duro…- Algunos chamanes decían que no era bueno desperdiciar la semilla cuando se iba a combatir al día siguiente. Pero Sierra no era una mujer común, tampoco en cuanto a lo que las tradiciones mandaban. Eso le daba igual, quería algo y lo cogía y Sabandija se sentía como una hormiga frente a ella. Bueno, se sentía como una hormiga frente a casi todo el mundo.

Menudo, prescindible, irrelevante, mediocre, ridículo, inapreciable, así es cómo se había sentido toda su vida hasta hacía muy poco tiempo. Sus encuentros con Sierra habían tenido que ver con su cambio de actitud, con el surgimiento de una pequeña llama de esperanza en su interior. 

Si alguien como ella se fijaba en él...Por supuesto que su relación con Plumilla, a la que había apadrinado, era otro factor importante, como la guía espiritual que le brindaba Rastrojo, o el desahogo que las confidencias con Lombriz le provocaba. Sentía como si se estuviera haciendo un hueco dentro de la Compañía, por pequeño que fuera. Un rinconcito que podría considerar su hogar, quizás. Aquella llama era débil aún, tanto que cualquier ligera brisa podría apagarla.  Si tan sólo pudiera ganarse el respeto de los demás. Para ello necesitaba convertirse en un cazador de hombres. Lo tenía claro. No sería un Campaña o un Uro, no podía, pero sí que podía ser más útil delo que había sido. Era lo bueno de ser un despojo, que con poco podría convertirse en algo mejor.

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11/12/2019, 15:35
Hostigadores: Soldado Nuevo Guepardo.

EL PASADO

En su mente escuchaba con claridad los neys de su tribu con la melodía dedicada a los guerreros y cazadores jaguares y por un momento se sintió identificado con ella. El muchacho avanzó por la extensa llanura de la sabana, al alba, observando el despertar de aquel rojizo disco de fuego, asomando por el horizonte, iluminando al país de los k'halata y demás naciones a lo ancho del mundo. El cálido sol, en ocasiones duro y torrencial, pero que traía consigo la vida, el calor que necesitaban todos los seres diurnos y por encima de todo la luz que forzaba a la noche, a la oscuridad, a las sombras, a retroceder y desaparecer durante horas, alejando con ellas a los malos espíritus y seres sombríos.

Caminó hacia el amanecer, acariciando con sus manos las puntas de las hierbas altas, doradas por muchos soles, y buscando una nueva presa, con la ayuda del Jaguar, los dones de la Madre y su pericia, con la que llevar comida a los suyos. Se acarició el mentón y las mejillas contusionadas, sus nudillos doloridos y enrojecidos, y sonrió feliz de sus heridas de guerra con las que había reafirmado que aquel paraje de caza era suyo. Ayer era Gato. A partir de hoy sería conocido como Chuma, Hierro. Cerró los ojos y sumergiéndose en una sombra momentánea y no temible saboreó el momento, sintiéndose parte del Ciclo. Parte de los que luchaban, defendían y aportaban recursos a la tribu. Gato estaba orgulloso en su primer día como hombre. No había acontecido ceremonia alguna que reconociera formalmente su adultez. Sencillamente uno sabía cuando ya no era un niño... y lo demostraba ante otros, obteniendo su reconocimiento. Por las buenas o por las malas.

Pensó en la joven que le abrió la mente y el corazón. Que le inspiró valor que ayudó a que su garra jaguar emergiera y siguiendo sus consejos actuó. Él era hijo de Jaguar de Bronce, el gran guerrero de la tribu, y por tanto tenía que estar a la altura de su padre. Demostrar que era mejor que los demás. Como si tuviera que justificar su filiación mediante su capacidad para hacer portentos. Evidentemente no lo era y aquello le supuso ser atacado y acosado por otros niños de su edad, fruto de la envidia y de la falsa sensación de poder que suponía maltratar y vencer al hijo del gran Jaguar de Bronce. Esconderse y huir resultó su táctica más habitual para evitar conflictos. Hasta que finalmente lo encontraron en su lugar secreto de caza, le dieron una paliza y le arrebataron el sitio. El pequeño jaguar solo era capaz de lamerse las heridas y no salir del poblado, recibiendo miradas reprobatorias de su madre y otros muchos adultos. La sombra de la injusta incomprensión siempre le rondó, como si ser hijo de su padre fuera una maldición. Pero aquella muchacha mayor que él, fuerte, fiera, valiente y osada, viendo su lamentable estado, casi despectivamente le insufló la inspiración de cómo debía abordar los problemas. Especialmente si estos eran cuatro y varios más fuertes que él. Y la admiró por ello, haciendo caso a sus consejos.

El Gran Jaguar no es solo fiero y noble en la caza. También es esquivo, escurridizo y sagaz. Y, pese a lo reacio del niño a emplearlas, aquella noche Gato se valió de las últimas sombras antes del alba para afrontar su destino. Se escurrió en la oscuridad para salir del poblado y tomó camino a su zona de caza, esa de la que le habían despojado otros niños. Había una gran roca y abundante hierba alta cerca del paraje donde el pequeño jaguar se apostó y esperó. Al amanecer los vio llegar. Los cuatro, juntos, ignorantes y descuidados. Por eso los sorprendió y tuvo ventaja. La pedrada en la cabeza del primero eliminó a uno, dejándolo dolorido y lloroso en el suelo. El segundo, no comprendiendo que ocurría y mirando al primero no advirtió del felino que se acercó con velocidad entre las hierbas y lo sorprendió, golpeándole con una vara en la testa, derribándolo y aturdiéndolo. Como una fiera saltó sobre el incrédulo y sorprendido tercero. Fue una lucha salvaje, fiera y rabiosa, donde rodaron por el suelo y se propinaron puñetazos y mordiscos mutuamente pero, finalmente, Gato se impuso tras romper una nariz, haciendo huir al quejumbroso tercero. Se sorprendió que el cuarto no hubiera intervenido y quizás frustrado su ataque, pero entonces advirtió que se alejaba lloriqueando con una brecha en la frente, fruto de alguna pedrada perdida. De una sombra que se alejaba entre las hierbas altas. Una sombra fuerte, fiera y osada.

Tres de cuatro. No está mal, pensó orgulloso el muchacho siguiendo con la mirada a la esquiva figura que se alejaba y a la par comprendía cómo la tribu jaguar, muy inferior en número a otras, era capaz de sobrevivir y vencer a los ataques de enemigos más numerosos. Gracias... Sadaka, agradeció. Poco a poco los niños caídos se levantaron y huyeron lloriqueando. Gato no se cebó en ellos ni los persiguió, pues la lucha había terminado, reclamando y recuperando su zona de caza. Había luchado con inteligencia, con coraje y con fiereza. Había demostrado honor con los vencidos. Había expulsado la sombra de los invasores de sus dominios. Había luchado como un auténtico jaguar.

- Hijo, el Tótem Jaguar nos enseña las virtudes del honor y el coraje, pero muchos en la Tribu han sucumbido a los susurros de la Reina de la Oscuridad. A su sombra. Han perdido su propósito, más allá de la simple supervivencia de la tribu, y sus corazones se han llenado de negrura y podredumbre - le confesó su padre, el afamado Jaguar de Bronce, cuando volvió de defender la frontera del país jaguar y supo de la "hazaña" de su hijo, yendo con él al paraje que había defendido y teniendo un rato a solas con su vástago. Las palabras del guerrero líder más poderoso y respetado entre los jaguares estaban cargadas de pesimismo y sonaban a derrota. Como si hubiera ganado todas las batallas y adversidades y aun así hubiera perdido a su pueblo. Aquello intranquilizó al muchacho -. Tú eres como yo, por eso, cuando yo falte, quiero que tú recojas mi Lanza. Es la Lanza del Jaguar, el símbolo del orgullo de nuestra tribu - dijo mostrando el gran objeto reverenciado por los jaguares. No solo un arma magnífica, sino también un símbolo de la tribu. Y aunque la visión de la lanza maravilló al joven, las palabras de su padre eclipsaron el momento pues le supieron a despedida, a entrega de un legado, a un nuevo peso sobre sus hombros, a una nueva misión o batalla que debería librar desde entonces: seguir la senda del jaguar y oponerse a la Sombra.

No pasó mucho tiempo cuando un día la partida de guerreros de los jaguares regresaron de combatir contra invasores leones, siempre muy superiores en número. Como otros muchos jóvenes, Chuma salió a recibirlos buscando con la mirada a su padre, pero no lo vio por ninguna parte. Y es que, de nuevo, los enemigos habían sido rechazados, pero a un altísimo coste: Jaguar de Bronce había caído. Su cuerpo, traído sobre su escudo por los guerreros, mostraba numerosas heridas fatales. Una era suficiente para acabar con la vida de un buen guerrero. Su padre recibió muchas. Sobre el cadáver descansaba la Lanza del Jaguar, el arma familiar y símbolo de la tribu. El muchacho, con ojos húmedos, quedó paralizado no dando crédito a lo que veía. Los guerreros se detuvieron ante él para que viera a su progenitor durante unos momentos y el veterano luchador Pradaku tomó la Lanza y se la entregó, como si supiera de antemano que aquella arma pertenecía ahora al hijo del caído como digno sucesor, pese a que solo era un crío. El pequeño jaguar intercambió mirada con el veterano que asintió austeramente, como si reafirmara que aquello era lo correcto. No obstante Chuma divisó diversas miradas reprobatorias de varios guerreros que lo observaban. Y adivinó la sombra de la envidia, el recelo y la disconformidad. Un mirada admonitoria de Pradaku hacia ellos hizo que estos esquivaran las miradas y con un gesto de cabeza reanudó la marcha, continuando su regreso al poblado.

Quizás, a pesar de la desgracia, aquello debería haber supuesto orgullo y honor. Saberse responsable de algo tan importante como la Lanza del Jaguar. Pero para el joven Chuma aquello supuso una nueva maldición. Los funerales para despedir a Jaguar de Bronce duraron cuatro días y el mejor buey de la tribu fue sacrificado en su honor. Envuelto en pieles de jaguar sería enterrado en el Campo de los Héroes. Pero buena parte del Consejo, guerreros e incluso los chamanes exigieron el Ritual del Interrogatorio. Ritual nigromántico no bien visto pues se entendía como un perturbación al difunto. Pero una sombra de iniquidad, de celos y de resquemor se palpaba en el ambiente. Una que el muchacho nunca antes hubiera creído que existía. Y adivinó en ella las palabras de su difunto padre.

La cuarta y última noche el cuerpo y la Lanza fueron llevados a la tienda de la ciega Oráculo, Makemba. Allí se dirimiría una disputa: quien debía quedarse con la Lanza del Jaguar. Chuma y su madre fueron convocados, al igual que se reunieron varios chamanes, miembros del Consejo e importantes guerreros, un número nutrido de personas sin contar el numeroso gentío que rodeó la choza, aguardando fuera. Para sorpresa del joven, la mayoría deseaban arrebatarle la Lanza del Jaguar. Y así habían urdido su intento: si el difunto no daba una señal clara de que la Lanza del Jaguar, la lanza de su padre, la lanza de su abuelo, la lanza traída por primera vez por un antepasado directo y fundador de la tribu, debía permanecer con el muchacho, cabezas visibles de la tribu se harían cargo de ella. Se expuso la negativa a que un joven sin experiencia tuviera el mayor símbolo del pueblo jaguar en sus torpes manos... pero que aceptarían una clara manifestación de Jaguar de Bronce al respecto, siguiendo su voluntad. El Ritual del Interrogatorio solía ser simple pues por tradición solo se hacían dos preguntas: quien acabó con la vida del difunto y quien sería el heredero de su legado. Makemba realizó el ritual, empleando rezos y hierbas aromáticas para convocar al espíritu. El resto de asistentes, sentados, con un cirio encendido en la mano, alrededor del caído, aguardarían expectantes. Finalmente la invidente realizó las preguntas.

- Jaguar de Bronce, defensor de tu pueblo, ¿Quién acabó con tu vida? - preguntó. Durante unos instantes nada ocurrió...  y tampoco es que la mayor parte de los congregados esperase nada. Entonces una suave brisa hizo bailar las llamas de los cirios y los sonajeros colgantes de la cabaña, logrando que uno de ellos sonara. El adornado con melena de león. Todos entendieron que era un mensaje claro de Jaguar de Bronce de que se trataba de la tribu de los leones... o una casualidad excepcional. El gran guerrero, desde el más allá, contestaba. Y eso puso muy nerviosos a muchos.

- Jaguar de Bronce, padre encomiable, ¿Quien debe guardar tu legado? - preguntó de nuevo la mujer. Esta vez la pausa fue mucho más larga y no pareció haber respuesta. Comenzaron ciertas palabras de varias chamanas y diversos guerreros sobre el NO deseo expreso del muerto para que el muchacho tuviera la lanza... cuando un soplo violento de aire brusco entró por uno de los ventanucos de la choza, llenando el lugar de sombras al apagar de golpe todos los cirios y fuentes de luz. Todos menos uno: el del pequeño Chuma. Tras unos momentos de incredulidad y silencio comenzaron las protestas y negaciones. Las opiniones de suerte y la exigencia de nuevas preguntas al muerto. Mas la respetada Makemba habló.

- Mis ojos no ven, pero no estoy tan ciega para no advertir que solo deseáis el arma para fortalecer la presencia de la facción de vuestra señora, La Reina de la Oscuridad, en esta tribu. Jaguar de Bronce ha hablado y el Jaguar ha elegido al niño de la Luz - habló enmudeciendo a todos los disidentes, algunos de los cuales, pese a su piel oscura, enrojecieron de rabia contenida. Aunque también se escuchó alguna carcajada de satisfacción que se reconoció como la del veterano Pradaku. La oráculo retomó la palabra -. La Lanza es tuya, joven. Llévala con honor como lo hizo tu padre, no te olvides de la Madre, sigue la senda del Jaguar y recuerda que en tu camino está la Luz - dijo la vidente entregándole el arma. Chuma aferró con fuerza la lanza y aun sin palabras se limitó a asentir. Salió de la tienda y sorprendido se encontró de frente a un gentío, con miradas de asombro, admiración o recelo ante lo acontecido. Sus ojos perplejos se unieron a los perplejos de una joven que lo observaba. Una joven fuerte, fiera y osada. Casi empujándole salieron de la choza varios chamanes furibundos. Una mujer entre ellos se acercó a varias personas del gentío y les conminó a que la siguieran a su cabaña, pues eso no quedaría así. Y para su sorpresa obedecían, descubriendo entonces que eran seguidores de la Reina Oscura. Y para su desazón la joven fuerte, fiera y osada obedeció y la siguió dedicando una última mirada a Chuma. Una mirada de lástima y angustia que termino por convertirse en una de rabia y odio. Una mirada de desprecio por no haber resultado ser el joven que ella esperaba. Y entre un nutrido grupo de personas, desapareció en las sombras de la noche.

Sadaka...

La lucha de la luz contra la sombra, abiertamente, había comenzado en la tribu jaguar.

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12/12/2019, 08:51
Instrucción: Recluta Piojillo.

La muerte y la destrucción me rodean. Mis antiguos camaradas, los chicos de la caballería, incluso Mecadio, mi hermano de capa, son unos seres corruptos que buscan con avidez mi carne y mi sangre.

Por un momento mi mente vuela al pasado, a otro lugar, a otro momento. Veo allí a Niña de Oro, que entonces tenía otro nombre. No, no quisiera volver a esa época.

¿Ni incluso ahora que Marengo y yo seremos muertos y devorados por estos seres? Bueno, quizá ahora sí volvería.

Una luz blanca nos envuelve, mientras las ciudades del triplete estallan. Miles, puede que decenas de miles, de seres humanos muertos. Las llamas arrasan a nuestros perseguidores. El propio suelo tiembla, abriendo grietas, heridas en la madre tierra por las que rezuma su sangre ardiente.

Mi mente vuelve a viajar, y la veo. Grande, poderosa, como si fuera un titán. ¿Por qué me eligió a mí? Campaña era mucho más apropiado para ella. Pero Sierra me prefería a mí. Una leve sonrisa de nostalgia acompaña esos momentos, como mi miedo a que el gigante lo descubriera. Tiempos felices, pese a todo.

Un estallido de luz blanca. La compañía negra, la duodécima compañía libre de Khatovar, había salido de ese sitio, de Khatovar. Ya nadie lo recordaba, creo que ni los oscuros lo recordaban. Pero, ¿sería posible que la Lanza de la Pasión, el Estandarte, fuese un modo de volver a su origen?

La imagen del Fuerte Chuda es la que me asalta luego. Una batalla brutal donde perdí a mi mejor amigo. Cochinillo, nuestro líder. Muerto por ganar esa plaza. Demasiadas bajas tuvimos aquel día. Buenos guerreros que no volverán.

Siento una caída. Caigo hacia un abismo oscuro, profundo. ¿Quizá me precipito al infierno, ese del que tanto hablan algunos, especialmente los oscuros? Me desespero, no quiero eso.

Pero un recuerdo acude a mi mente, como un poderoso garañón, un semental. Sicofante. ¿Qué hubiera pasado si me hubiese quedado a luchar con él? ¿Habríamos muerto los dos? Ellos nos superaban en número, y la Heroína estaba con ellos. Pero también Campaña y Peregrino estaban en clara desventaja, y triunfaron, aunque el pobre Campaña terminase medio muerto y Peregrino sin el medio.

Y, sin embargo, quizá Sicofante ayudó a que la infantería de Barril no sucumbiera al mal. Pudieron soltar parte de la rabia, la bilis, el mal que llevaban dentro, vengándose de los tripletianos. Una batalla legendaria, aunque no se logró nada.

La oscuridad crece, y me recuerda a Chon'Delor. Tan tétrica, tan tenebrosa. La entrega de las corruptas dádivas, la muerte de los esclavos, los castigos a Derviche y Tarado... No, aquel sitio saca lo peor de cada uno.

Por fin la caída cesa. Me golpeo contra una roca de un lago extraño. Miro alrededor y otros compañeros se están levantando. Allí, lejos, se ve una ciudad, con una promesa de calor y buenos alimentos.

Sin embargo, a mi mente acude la Batalla de Galdán. Los muertos que se levantan, que se giran anhelando la carne de los vivos, las murallas... Conseguimos tomar la fortaleza impenetrable, pero nuevamente a un coste demasiado alto. Nuestra alma.

Muchos lo habían empezado a experimentar nada más cruzar las Puertas de la Fortaleza. Una oscuridad creciente en su corazón. Muertes injustificables, violaciones, exterminios sin sentido... La Compañía Negra vivía sus últimos momentos de existencia. Lo sabía, aunque no quisiera reconocerlo.

Observo la ciudad. Voy a avanzar, pero el suelo vuelve a abrirse. El Dios del Dolor, Zon-Khuton, quiere los restos de la Doceava de Khatovar para jugar su macrabo juego. Resistir, es todo lo que queda. Resistir, vivir. Un día más, una hora más, un minuto más...

Me aferro a los recuerdos, buenos y malos. Me aferro a las caras, las que no volverán y las que están. Me aferro a mi ser y vuelvo a caer, escapando de sus garras.

¿Seguro, Piojillo? Nadie puede escapar de mí.

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12/12/2019, 15:44
Infantería: Soldado Novato Grito, Segundo de Infantería.

Todo pareció acabar cuando la compañía negra fue transportada a lo que parecía ser un nuevo mundo u otra dimensión, aquel viaje que en lo físico apenas pareció un instante entre el fuego y el agua, resultó ser una eternidad en la mente de Grito.  Muchas visiones inconexas entre revelaciones y recuerdos le fueron mostrados, trozos de su propia existencia, hechos del pasado que eran relatados como si fueran la historia de su propia vida.

Allí estaba Grito, frente al rey de la sabana pues el propio gran león permanecía en la piedra sagrada de sus ancestros, allí donde fue juramentado como miembro de la tribu de los leones.  Pero pronto se dio cuenta de que en aquella ocasión, no era una ceremonia sino un juicio donde la figura más sagrada para Grito le juzgaría.

Alegría y orgullo, quizá fuera eso lo que los miembros de la compañía negra supervivientes debían sentir, después de todo estaban vivos y ¿qué más se podía pedir?.  Pero aquel final, tan épico como oscuro había llevado al límite las convicciones de aquel soldado de infantería, aquella oscuridad había traído viejos fantasmas a la mente de Grito, fantasmas del pasado que aun le visitaban en forma de sueños y espíritus. 

 No estaba orgulloso de su pasado, las imágenes de cómo había sido repudiado por su propia tribu pasaron por su mente una vez más, cuando un sagrado león fue abatido y su propia tribu acuso a Grito de aquel incidente que ahora revivía en aquel juicio matándole de nuevo sin que pudiera ser capaz de levantar la mirada ante el juez. 

Todavía recordaba aquel día, aquellos grandes ojos, mirándole fijamente cuando la vida del felino era consumida por el mortal golpe, arrancado su espíritu inmortal devolviéndolo a la madre tierra en un sacrificio que nunca debió de ser y del que Grito tanto tiempo se culpó por no ser capaz de evitarlo.   Aquel acto contra lo más sagrado le trajo una desgracia que le acompañaría el resto de su vida, el majestuoso animal se llevo consigo su prestigio, su tribu, su familia y hasta su propio nombre dejándolo en la más absoluta nada.

 Aquel abismo se abrió sobre los pies de aquel joven que cometió un error, un error que se convertiría en el primero de muchos en los siguientes años, pues un hombre sin un fin, sin un rumbo, no puede ser sino una sombra de sí mismo... Oscura fue aquella etapa en la vida de Grito, hasta que entró en la Compañía Negra, un despojo que se convirtió en un recluta. Allí Grito encontró un fin, un motivo por el que vivir, pero sobretodo encontró la esperanza de poder redimir sus pecados, y aquel recluta se convirtió en un hombre.

Todo pareció cobrar un nuevo sentido en la infantería, donde un propósito y una amenaza mayor parecieron aliviar la pesada carga que aquel guerrero soportaba desde hacía tanto tiempo.  Pero la oscuridad no había dicho su última palabra y sin duda dejar a Grito no estaba entre sus negros planes, la propia compañía negra parecía afectada por la oscuridad que combatía, como si la única forma de vencer al mal fuera convertirse en el propio mal y como parte de la infantería, Grito comenzó a verse rodeado de pillajes y demás consecuencias de una guerra que volvían a ennegrecer su pérdida alma.

Muchas fueron las atrocidades que acontecieron aquellos días, aquellas batallas sin fin, un mal que se cobraría un alto precio no solo en bajas sino en las almas de los guerreros que la combatían.  La oscuridad envolvió los corazones de unos guerreros que debieron olvidar lo que eran, para poder vencer al mismísimo mal.

Una a una las imágenes de aquellas atrocidades pasaron en el juicio que se libraba en la mente de Grito, el gran león tenía sus ojos clavados en su cuerpo sin que él pudiera siquiera sostener la mirada, pero cuando por fin reunió el valor suficiente para poder mirar al felino fue cuando se llevo una gran sorpresa.

Aquella mirada no le estaba juzgando, aquella mirada no guardaba ni un ápice de odio o reproche sino de ternura y orgullo, una mirada que penetró en lo más profundo del alma de Grito, allí donde la luz se encontraba escudada por los remordimientos y la culpa que servían de escudo contra la oscuridad que había tomado su cuerpo.  El león pudo ver aquella luz en el interior de Grito y supo que aquel que una vez fue un guerrero del león aun seguía allí.

La mirada penetrante de aquel juez despertó aquella luz en lo más profundo del ser de Grito, abriéndose camino, rechazando la oscuridad y volviendo de las tinieblas que tan profundamente lo habían tenido secuestrado.  Su propio pueblo le había repudiado, había perdido a su familia, pero ahora comprendía que ni unos ni otros podían quitarle lo que en lo más profundo de su ser era… un hijo, un guerrero del león.

 

 

 

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14/12/2019, 11:04
Infantería (P): Soldado Nuevo Keropis.

 Planes de futuro 

Dos semanas desde la toma de la Puerta de Galdan. Catorce días de marcha, penetrando en territorio enemigo como una daga al rojo vivo en el mórbido cadáver de un ahorcado. La Duodécima es una bestia carroñera que limpia de carne el cuerpo moribundo del Reino Pastel, hasta dejar solo restos de huesos reducidos a polvo.

Keropis es uno más entre las filas de inclementes soldados. Un profundo hedor a sudor rancio y humo les acompaña allá donde van. Hace su trabajo desapasionadamente: despejar una posta de caravanas abandonada de los pocos no muertos que han quedado rezagados; incendiar campos y granjas, sin respetar la vida del ganado ni la de los pocos supervivientes que puedan quedar escondidos en sótanos y graneros; arrasar aldeas hasta reducirlas a rescoldos humeantes, borrando de la faz de la tierra todo vestigio de civilización... La Compañía Negra arrasa el Triplete como un incendio de verano desatado en la árida sabana.

El ermitaño no siente ira, ni dolor, ni arrepentimiento. Todo es demasiado vertiginoso para detenerse a sentir: las órdenes ladradas por mandos ojerosos de tez lívida; las carreras entre chozas en llamas, cuyo crepitar no consigue ocultar los gritos que imploran una piedad que no van a conseguir y las carcajadas de los despiadados mercenarios, ávidos de sangre inocente; las noches de vigilia, defendiendo un perímetro constantemente amenazado por los errabundos y ajados esclavos del Señor del Dolor. Todo le resulta demasiado vertiginoso, sí.

Y demasiado familiar...

La verdad que escondía la niña muerta, esa envenenada dádiva que recibió de manos del Chambelán de las Cuchillas, despejó tiempo atrás la densa niebla que cubría los recuerdos del eremita. Mientras que el alma de Peregrino, bondadosa y henchida de luz, tan solo había dibujado las escenas más amables del pasado de Keropis, no hubo condescendencia tras las puertas que abrió la esclava: pueblos, ciudades, naciones..., asoladas a golpe de kopesh. Miles de soldados acorazados bajo su mando, que aniquilaban de igual forma reinos que mundos. En un impávido silencio, para mayor gloria de su Dios. Esclavos sin vida, sin necesidades, sin piedad. Los Renacidos.

Las sangrientas e impasibles matanzas venían a su mente cada vez que distinguía a uno de los soldados de la Duodécima dejarse llevar por la perversa furia que les embargaba en cada incursión. En ese remoto pasado sepultado por los siglos, tan solo la aparición de la Rosa Blanca había logrado detener el avance de las huestes del Príncipe de la Oscuridad. ¿Fue ella quién arrancó a Keropis de la eclipsante voluntad del Destructor?

Había conseguido liberarse, o eso mostraron sus visiones, pero había despertado después de tanto tiempo tan solo para comprobar que la historia reemprendía una vez más tan funesto camino. Si todo era cíclico, un eterno retorno, ¿estaba condenado irremediablemente a volver a caer en las garras de su yaciente Señor?

¿Quién puede desafiar la voluntad de un dios...?

La Duodécima acampa entre las bajas lomas que circundan la Ciudad de las Panteras. Un asedio obligado, pues la impenetrable barrera mágica erigida por la poderosa hechicería del Triplete no les permite avanzar para tomar la fastuosa urbe. Cientos de tiendas de campaña alfombra la base de las colinas y otras tantas fogatas iluminan el campamento de los atacantes como estrellas en el firmamento. Keropis contempla las energías desatadas por el Señor del Dolor, encauzadas a través de la encorvada figura del enjuto oscuro. Serpiente se alza en la cima de una pequeña loma, rodeado por sirvientes de Cho'n Delor que arrastran a prisioneros hasta los pies del mago para degollarlos ritualmente. Mientras el oscuro continúa con su grotesca letanía, brazos y rostro alzados a un cielo gris cargado de crujiente estática, la sangre derramada a su alrededor ennegrece el suelo y burbujea como viscosa lava. Serpiente ya es mucho más que un mago de una compañía de mercenarios.

La violenta energía que blande entre sus manos chiporrotea por su cuerpo, que desprende látigos de plasma corrupto que laceran la tierra antes de salir despedidos como enormes tentáculos hacia la brillante cúpula mágica que cubre la cercana ciudad. La terrible fuerza de los impactos hace temblar la tierra y gruesas escamas de luz se desprenden del escudo protector para estallar en tierra de nadie, dejando cráteres humeantes del tamaño de pequeñas aldeas. Un aura de poder puro rodea al oscuro; el mismo aire se torna denso y pegajoso. Tan desmesurada energía amenaza con resquebrajar la realidad y susurros de otros planos se cuelan por las grietas. Palabras murmuradas por gargantas no humanas, que hieren, tientan y blasfeman.

La máscara ritual oculta la fría sonrisa que los apergaminados labios de Keropis logran esbozar. Tal vez no exista una Rosa Blanca en este presente, pero Tor Runihura no nació siendo un dios.

Si quieres desafiar su voluntad, tendrás que construir tu propio Dios...

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14/12/2019, 11:35
Infantería (P): Soldado Nuevo Keropis.

 Planes de futuro 

Dos semanas desde la toma de la Puerta de Galdan. Catorce días de marcha, penetrando en territorio enemigo como una daga al rojo vivo en el mórbido cadáver de un ahorcado. La Duodécima es una bestia carroñera que limpia de carne el cuerpo moribundo del Reino Pastel, hasta dejar solo restos de huesos reducidos a polvo.

Keropis es uno más entre las filas de inclementes soldados. Un profundo hedor a sudor rancio y humo les acompaña allá donde van. Hace su trabajo desapasionadamente: despejar una posta de caravanas abandonada de los pocos no muertos que han quedado rezagados; incendiar campos y granjas, sin respetar la vida del ganado ni la de los pocos supervivientes que puedan quedar escondidos en sótanos y graneros; arrasar aldeas hasta reducirlas a rescoldos humeantes, borrando de la faz de la tierra todo vestigio de civilización... La Compañía Negra arrasa el Triplete como un incendio de verano desatado en la árida sabana.

El ermitaño no siente ira, ni dolor, ni arrepentimiento. Todo es demasiado vertiginoso para detenerse a sentir: las órdenes ladradas por mandos ojerosos de tez lívida; las carreras entre chozas en llamas, cuyo crepitar no consigue ocultar los gritos que imploran una piedad que no van a conseguir y las carcajadas de los despiadados mercenarios, ávidos de sangre inocente; las noches de vigilia, defendiendo un perímetro constantemente amenazado por los errabundos y ajados esclavos del Señor del Dolor. Todo le resulta demasiado vertiginoso, sí.

Y demasiado familiar...

La Duodécima acampa entre las bajas lomas que circundan la Ciudad de las Panteras. Un asedio obligado, pues la impenetrable barrera mágica erigida por la poderosa hechicería del Triplete no les permite avanzar para tomar la fastuosa urbe. Cientos de tiendas de campaña alfombra la base de las colinas y otras tantas fogatas iluminan el campamento de los atacantes como estrellas en el firmamento. Keropis contempla las energías desatadas por el Señor del Dolor, encauzadas a través de la encorvada figura del enjuto oscuro. Serpiente se alza en la cima de una pequeña loma, rodeado por sirvientes de Cho'n Delor que arrastran a prisioneros hasta los pies del mago para degollarlos ritualmente. Mientras el oscuro continúa con su grotesca letanía, brazos y rostro alzados a un cielo gris cargado de crujiente estática, la sangre derramada a su alrededor ennegrece el suelo y burbujea como viscosa lava. Serpiente ya es mucho más que un mago de una compañía de mercenarios.

La violenta energía que blande entre sus manos chiporrotea por su cuerpo, que desprende látigos de plasma corrupto que laceran la tierra antes de salir despedidos como enormes tentáculos hacia la brillante cúpula mágica que cubre la cercana ciudad. La terrible fuerza de los impactos hace temblar la tierra y gruesas escamas de luz se desprenden del escudo protector para estallar en tierra de nadie, dejando cráteres humeantes del tamaño de pequeñas aldeas. Un aura de poder puro rodea al oscuro; el mismo aire se torna denso y pegajoso. Tan desmesurada energía amenaza con resquebrajar la realidad y susurros de otros planos se cuelan por las grietas. Palabras murmuradas por gargantas no humanas, que hieren, tientan y blasfeman.

La máscara ritual oculta la fría sonrisa que los apergaminados labios de Keropis logran esbozar.

Notas de juego

Versión censurada.

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14/12/2019, 12:18
Cuadro de Magos: Serpiente, Primer Mago.

Hay gente que piensa que todo dolor o sufrimiento termina por acabarse. Puede que en la mayoría de ocasiones así sea, pero como en todo, siempre hay excepciones y yo creí toparme con una de ellas.

Sentía el frío de la muerte congelándome hasta los huesos, exigiendo que me rindiera a mi destino y que renunciara a mis sueños. Entonces voces dulces como caricias y húmedas como besos endulzaron la tortura y me invitaron a recostarme en sus cálidos senos. Pero sabía demasiado bien qué significaba aquello. Aunque reales y deseables, eran mentiras. Demasiado bien las conocía. Era todo un experto. Con su benevolencia buscaban lo que el dolor no podía y hacían promesas que serían incumplidas tan pronto consiguieran lo que querían.

Yo también había mentido, aunque no en aquello.

Me mostraron lo que fui y lo que hice para convertirme en lo que era. Todo ello- creía- con la esperanza de alcanzar lo que siempre había soñado ser, al menos desde que supe verdaderamente lo que quería. Que estuviera cerca o lejos de conseguirlo poco importaba en aquel momento porque qué ganaba juzgando todo acto cuando el pasado no podía ser cambiado y de nada serviría para lo que creía que me esperaba después de que acabara todo aquello. Si es que acababa.

Los susurros siguieron y con ellos, los buenos deseos. Me recordaban el sufrimiento, el dolor que desgarraba cada fibra de mi cuerpo. Restañaban mis heridas con celo para luego abrirlas y tajar de nuevo. Cada corte más profundo, más cerca de las entrañas que revolvían con desprecio.  Todo acabaría si me rendía, me decían, todo sería un mal recuerdo. Y de nuevo mentían.

Intentando apartarme de aquello eché la vista atrás y me vi a mí mismo siendo un niño, teniendo padre y madre como uno más del campamento. Me recreé en aquello saboreando cada instante, pero mi torturador me conocía más de lo que yo me conocía a mí mismo y sabía perfectamente que todo aquello cambió en un momento. Con gran gozo para él no dudó en girar mi rostro para mostrarme el día en que mi madre se marchó y mi padre se desentendió de mí por completo.

Cómo hubiera cambiado todo de no haber ocurrido eso, nunca lo sabré, aunque tampoco me importa demasiado. ¿Por qué debería? Lo que fue, es, y desperdiciar energías lamentando lo que no puede ser cambiado es mejor que quede en manos de los necios que dejan escapar su vida temiendo su futuro y lamentando su pasado.

Yo nunca lo hice y no lo haría aún después de aquello.

Tiempo después fui acogido por Escupeculebras quien me enseñó la mayoría de lo que he aprendido. Quizá si mi madre me hubiera llevado con ella todo habría sido muy distinto, no habría llegado a conocerlo y a usar la magia que tanto amo. Pero como no lo hizo aquí estábamos: Yo luchando por mi vida y mi cordura, y mi torturador intentando arrebatármelo todo.

La instrucción fue dura y el aprendizaje no exento de baches, pero todo ello me llevó a ser recluta, soldado y mago. Fue precisamente mi maestro el que me colgó la capa que en aquel universo de locura pendía hecha girones tras mi torturada espalda. Me la había ganado en la anterior batalla. Había derramado sangre por la Compañía aunque mis enemigos habían caído muerto sin perder ni una sola gota.

Aquella fue la primera vez que maté. Fue tan sencillo, tan rápido e instantáneo… Cayeron todos a la vez gritando, retorciéndose de dolor antes de que los ojos se les quedaran blancos. Cuantos fueron ya no lo recuerdo, aunque quizá contando los dedos que les corté después pueda llegar a saberlo. Lo que sí recuerdo es que eran niños todos ellos, los últimos de una tribu a la que terminamos exterminando.

Era trabajo. Órdenes que cumplimos sin dudarlo. Por ello fuimos bien pagados y como perros abandonamos la sabana para encaminarnos hacia nuestro nuevo amo.

En esa época fue cuando Matagatos me dio los latigazos. Lo recuerdo bien porque en ello hizo especial hincapié el que me seguía torturando. Pareció disfrutar porque se recreó en ello y, aunque dicen que el dolor no tiene memoria, él consiguió que cada latigazo me doliera de nuevo. No obstante nada más obtuvieron, ni mi primo ni el que con tanta insistencia repetía una y otra vez aquella escena. Ni uno ni el otro cambiaron lo que yo era, ni uno ni otro lo cambiaría.

Por qué cambiar cuando el día anterior contemplé por primera vez lo que la magia realmente podía llegar a hacer. El Señor del Dolor era prueba del ilimitado potencial que tenía para quien de aquella fuente bebiera. Obviamente yo quería aquel poder, aunque sin convertirme en lo que él era. Él reconoció mi ambición y el potencial que poseía y me hizo una oferta que sabía que ni loco rechazaría.

Las semanas pasaron lentas, como si el tiempo fluyera a través de una clepsidra en la que el agua era brea. La curiosidad y expectación que en mí había nacido por las promesas ofrecidas, no tardó en transformarse en impaciencia. Avanzaba a empellones y cuando caía, mis profesores no dudaban en alzarme y arrojándome al instante en un lecho de zarzas. Sus métodos requerían que el dolor fuera  maestro, algo con lo que mi torturador pareció satisfecho, aunque solo por un tiempo.

No tardó en darse cuenta que me habían enseñado a base de sufrimiento y cuanto dolor él me ofrecía ya me había sido entregado como una forma retorcida de obsequio. Quizá debía dar gracias por ello al Señor del Dolor, a aquel que si bien no me enseñó tanto como hubiera querido, me permitió saborear un poder que con suficiente esfuerzo y tiempo llegaría a ser mío.

No fueron pocas las veces que canalizó su poder a través de mí. No en pocas ocasiones fui instrumento de sus deseos. Arriesgué mi vida mientras él dirigía todos sus esfuerzos desde las confortables murallas de su castillo. Así fue y no lo lamento porque aunque no todo salió como fue planeado, ningún plan es perfecto, menos aún en la  guerra cuando toda victoria es la gestión adecuada del número de muertes.

Eso es algo que no muchos comprenden y lo que diferencia a los necios de los inteligentes, al que busca culpables y es negligente y al que encuentra soluciones con los recursos de los que dispone.

Poco después todo acabó con un estallido que aún reverberaba en mis tímpanos y que el carcelero de mi mente y cuerpo no dudó en usar para mi desvelo. Poco antes había sido la huida en la que con la misma fuerza con la que ahora lo hacía, había luchado por mantenerme con vida. Por qué después de tantos esfuerzos, de todo lo que había ocurrido, me iba rendir precisamente en aquel momento. Era absurdo y torturador terminó por comprenderlo.

Abrió sus garras y me dejó escapar entre sus dedos aunque quedándose para sí en su despecho, una parte importante de mí. Qué perdí de lo que era, solo él y yo lo sabemos. Qué gané, prefiero guardar silencio.

Libre al fin caí hasta que una gélida agua me recibió con un sonoro chapoteo. Sensaciones que en cualquier otro momento hubieran sido desagradables, no lo fueron. Agradecía, por fin, poder sentir de nuevo sabiendo que había ganado y, lo que era más importante, que seguiría viviendo.

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14/12/2019, 19:27
Infantería (P): Soldado Novato Lagrimita.

EN LAS MANOS EQUIVOCADAS.

Las armas son esenciales en cualquier conflicto, la mayoría conoce lo que son capaces de hacer, el poder y respeto que inspira en las mentes de quienes las contemplan.

Cuando vemos a un guerrero portando la suya, no pensamos en el tiempo y la dedicación que se ha puesto en forjarla, desde el primero paso hasta el último, mucho menos nos detenemos a entender el milagro de su creación. Los dioses dieron al hombre el secreto de su creación, el arte de extraer y moldear el mineral diverso del que podían componerse. Este conocimiento tardó en perfeccionarse hasta nuestros días, no llegó así como así ni mucho menos. Desde los anales de los tiempos se han fabricado y perdido decenas de miles de ellas, pero solo unas pocas consiguen alcanzar una longevidad y notoriedad más allá de la esperanza de uso del resto.

Hablamos de armas cuyas hazañas a manos de sus portadores han despertado toda clase de mitos e historias más o menos ciertas. La doceava poseía ese rasgo, contaba con ese encanto y horror para unos u otros que iban teniendo el gusto o la desgracia - según el tamaño que tenga bolsa. - de toparse con ella.

Mantén a punto tus armas, de lo contrario, se quebrarán.

Una compañía mercenaria tan antigua y laureada, con fama suficiente como para hacer estremecer el corazón del enemigo con solo oír su nombre, era en sí una poderosa arma que en manos de su dueño asestaría los golpes más terribles segando a su paso toda esperanza de victoria. Así fue como ocurrió de nuevo, la última de las compañías libres de Khatovar había encontrado una nueva mano fuerte que la empuñase, El señor del Dolor.

Los mercenarios luchan para el mejor postor, no alinearse con bien o mal - si es que existían buenos y malos, supongo que la perspectiva lo es todo. - es lo que les surte de una mayor posibilidad de elección.

Lagrimita prefería que la compañía luchase por causas más nobles, pero no era un idealista estúpido, sabía que tales pensamientos no podían ser nunca comunes en la oficialidad del regimiento, la mayoría de los que lo componían eran poco más que animales, bárbaros, criminales o refugiados huyendo de su pasado. Había quien buscaba la fortuna y la gloria, como no, pero eso duraban más bien poco. La gente tenía que comer, era comprensible.

La campaña de las guerras Pastel, serían sin duda una de las más costosas en cuanto a bajas se refiere, jamás habrían sufrido semejantes perdidas en lo que se recuerda. No obstante, se enfrentaron a heroínas y héroes presumiblemente inmortales, líderes y tropas de élite que les superaban ampliamente en número. Pero la palabra fracaso no estaba impresa en el estandarte de la doceava y sí, perdieron a muchos hermanos ilustres pero otros les reemplazaron.

Mantén a punto tus armas, de lo contrario, se quebrarán.

Todo conflicto prolongado pone a prueba las fuerzas de las que dispones, que eso quede bien claro, pero la exposición a la podredumbre y la corrupción son mucho peores. La compañía y sus miembros comenzaron a resentirse cada vez más, como lo hace una hoja ante la exposición constante de humedad y abandono. Se oxidaron, se quebraron poco a poco hasta que la mayoría no aguantó más y cedió a voluntades oscuras que anidaban en lo profundo de sus corazones... La Compañía Negra estaba al borde de conocer su final, pero entonces, la lanza de pasión fue usada y unos pocos lograron salvarse.

Se creyeron a salvo mientras sentían como caían en una especie de viaje lejos de su comprensión, una especie de ente universal pareciera llamarles. Era algo bueno, algunos los percibieron, pero quienes se creyeron a salvo no pudieron estar más equivocados. Algo oscuro y maligno los engulló de pronto, un ser caprichoso que les tentó hasta límites insospechados, deseoso de controlarlos a todos. Allí, presos de su nuevo amo, vulnerables y expuestos como nunca se habían sentido, se les enseñaría lo que es el dolor, el sufrimiento y la desesperación si no plegaban sus voluntades... Resistieron.

Por semejante osadía, Zon-Kuthon, el Dios del Sufrimiento y la Tortura trató de destruirlos a todos pero los restos de la doceava, aunque quebrados, eran de buen material y aún no eran inservibles. Escaparon, no sin pagar un precio para psique y cuerpo, aquella experiencia les pasaría factura durante el resto de sus días, les harían cambiar irremediablemente.

Ahora, los supervivientes tendrán que comenzar de nuevo, deberán tratar de aprender de los errores pasados y forjar los restos de la doceava para que vuelva a ser un arma fiable, excelente y letal, una largo camino por recorrer.

Lagrimita les ayudará, sin duda, pero antes tendrá que mirarse en el reflejo del agua y aceptar quien es ahora. Deberá entender que toda acción tiene su consecuencia y que como bien le dijo Serpiente, si deseaba algo tenía que pagar un precio.

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14/12/2019, 19:38
Hostigadores: Soldado Nuevo Chamán Rojo.

DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 202 DE KHATOVAR.

MES: DEL LEÓN (MITAD DE LA PRIMAVERA, MES CINCO).

DÍA: QUINCE DEL MES.

MEDIODÍA.
 

 

Mira qué mona la tortuguita. Va despacio, pero segura. Siempre protegida, siempre con la casa a cuestas. Parece inmune al frío y sale del lago tan tranquila, acostumbrada como está a sus aguas y humedades.

Al igual que Chamán Rojo había sido inmune al Señor del Dolor, así mismo había resultado inmune a los “encantos” de su dios, Zon-Kuthon. No le habían convencido las impuras artes del primero, usando a Serpiente de instrumento para extender su maligna magia, convirtiendo a los muertos en un arma terrorífica que no hacía distinción entre aliados y enemigos, como habían podido comprobar en primera persona. Quizá le hubiera entrado mejor por el ojo si Lengua Negra le hubiera permitido recibir su dádiva, como casi todos los demás, pero tuvo que quedarse protegiendo al antiguo Capitán. ¡No había servido de mucho! Lo que en un momento le pareció una terrible humillación, ahora se le antojaba todo un privilegio. Estaba seguro de que, gracias a ello, al no pervertirse con la codicia provocada por sus emponzoñados regalos, había soportado la tortura mental del Dios del Dolor. Y es que el Dios le había torturado, vaya que sí.

Seguía observando a la tortuga y cuanto más la observaba más la comprendía, incluso sentía lo que ella sentía. Se quedó observando los dibujos de su caparazón que, ahora que los miraba con detenimiento, le resultaban familiares. ¿No se parecían a los símbolos chamánicos que dibujaba su padre? ¿No se parecían a las huellas ensangrentadas que los Pies Rojos dejaban en sus bailes frenéticos tras pisotear a sus enemigos derrotados? ¿No se parecían, acaso, a la calavera blanca que representaba a la Compañía y que llevaba él en su pecho, como broche de la capa negra que cubría sus hombros? Llevó la mano al broche y al tocarlo  se vio transportado al lago. ¡La tortuga era él! 

El caparazón era el pesado escudo de madera que llevaba a la espalda. Y gateaba saliendo de la orilla del lago de aguas frías. Despacio, pero seguro. Cuanto más tomaba consciencia de sí mismo, más le afectaba el gélido ambiente. El tótem de la tortuga le había salvado, pero ahora le abandonaba a su suerte, para que se salvara también él mismo. Había tenido su primer viaje místico, provocado no ya por las hierbas alucinógenas que consumían otros, nunca él, sino por su caída a aquel extraño mundo y la previa tortura psicológica del Dios del Dolor. Sería su viaje de iniciación, una base sobre la que montar su mentira y hacerla más creíble. A partir de ahora todos lo respetarían y que tuvieran cuidado los que osaran a humillarlo. Había sobrevivido al Dios del Dolor y sobreviviría a todos aquellos que no lo respetaran.

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14/12/2019, 20:42
Infantería: Soldado Nueva Plumilla.

Una semana antes de la Ruptura de la Roca.

AÑO: 202 DE KHATOVAR.

MES: DEL LEÓN (MITAD DE LA PRIMAVERA, MES CINCO).

DÍA: OCHO DEL MES.

ANTES DEL AMANECER.

Plumilla despertó con un grito ahogado, con un sudor frío y temblores en todo su cuerpo. Se abrazó al dormido Preocupado, buscando anclarse a lo vivo, a lo bueno, conseguir que las pesadillas fueran espantadas por los espíritus que velaban por los K’hlata. Poco a poco fue olvidando qué había ocurrido en el sueño y solo quedaba la sensación de maldad, de muerte, una sensación a la que se había acostumbrado a pesar suyo.

Las últimas semanas… no habían sido las mejores para ella. Si, estaban consiguiendo someter a los enemigos de la Compañía, reducir a los no muertos que habían escapado de la Batalla de la Puerta de Galdan… Pero cada día que pasaba en esa persecución veía a compañeros caer en las manos del Dolor y de los malos espíritus que se aprovechaban de la corrupción que la sangre y la violencia llamaban para someter… para corromper pieza a pieza las almas de aquellos que se dejaban llevar por ese Circulo Corrupto de dolor y angustia.

Inspiró profundamente y se levantó, y, tratando de no despertar a Preocupado, salió de la tienda donde dormían. El sol aun no había salido pero su luz se hacía notar en el cielo, apagando las estrellas e iluminando poco a poco el cielo oscuro. Dejó que el aire fresco de la noche la bañara para que todas las preocupaciones y malas sensaciones se evaporaran como la gota de agua en el sol abrasador de la Sabana.

Ese día no tenía heridos graves en la tienda, así que no la necesitarían allí hasta medio día como muy temprano. Aprovechó entonces para alejarse un poco de las tiendas y encontrar un lugar donde poder observar la salida del sol.

                                                    

El bello espectáculo que era la salida del sol en la Sabana la hizo recordar su tribu. La tribu que seguía el Circulo de la Vida, donde cualquier ser vivo merecía una vida plena hasta que llegara su momento natural para adentrarse en los Terrenos Felices. Si la vieran ahora… Había aprendido a usar la lanza, a disparar con el arco, a… matar.

- Ojitos, recuerda… el baile es la forma en que los espíritus se adentran en nuestra vida para hacerse ver y dejarse notar. - le comentó una vez su madre, quien le enseñara el bello arte del baile ritual. - El baile te ayudará a formar alianzas, te ayudará a conocer a quienes te rodean.

- La Gran Sabana es hogar de muchos peligros, y hay muchas tribus que buscarían combatir esos peligros con más violencia pero… - sonrió su padre a la Plumilla de seis años, - Nosotros sabemos que la violencia no es la solución – finalizó mientras le acariciaba el pelo con cariño, - La diplomacia, los bailes rituales, las alianzas… esas son las mejores herramientas para sobrevivir a la Gran Sabana y los peligros que viven aquí.

- Pero… ¿Y si un león me ataca? ¡No se hablar león para convencerlo de que no me mate y me coma! - preguntó inocentemente la niña Plumilla con temor.

Su padre soltó una gran carcajada, - Claro que no hablas león, pequeña Ojitos. - se acercó a la pequeña y la levantó como si no pesara más que una pluma, - Si eso ocurre y no hay nadie para ayudarte, ¿crees que tu podrás con el león? - preguntó tocando con un dedo los ágiles brazos de la niña. - ¡No podrás! Pero eso no significa que te quedes quieta para dejar que te coma… - respondió, negando con su cabeza y saliendo al exterior de la tienda - Tienes que aprender a reconocer el terreno en el que estas, observar bien qué tienes a tu alrededor que te pueda ser útil. - dijo mientras que con uno de sus grandes brazos hacia una moción para abarcar todo a su alrededor - La Gran Sabana es sabia y si estas alerta sabrás reconocer sus palabras, te ayudarán a buscar cobijo ante cualquier peligro, ya sea humano o animal.

Esas palabras de su padre quedaron escritas a fuego y la ayudarían años después, tanto cuando su tribu fue aniquilada como en algunos de los combates que había sido testigo como Recluta o Soldado en la Compañía.

Ahora sabía que a veces la violencia era necesaria, pero solo para proteger, nunca para dañar por placer. La protección de sus seres queridos, de aquellos compañeros que estaban a su lado era la máxima que regía su vida en ese instante. Pero también sabía que sus padres tenían razón, que el Circulo de la Vida era importante y que oír la voz de la Gran Sabana era la mejor forma de sobrevivir sus duras condiciones.

Sabía que esa voz era una metáfora, pero a veces despertaba con un grito en el fondo de su mente, un grito de dolor, angustia y temía que fuera la Gran Sabana, herida, moribunda, gritando de dolor por una herida que nadie de ellos conseguía vislumbrar.

Se levantó y dejó que el recién salido sol le calentara el rostro, sus brazos y piernas, preparándola para ese nuevo día. Sin darse cuenta, poco a poco empezó a moverse a un ritmo que ella solo oía, recordando sin dificultad cada uno de los pasos que su madre le enseñara del Sendero de la Paz. Un baile hermoso y profundo que llamaba a la parte tranquila de cada ser, buscando la paz entre todos aquellos que podían concebir un mundo de bondad.

                                                        

Cuando terminó los pasos sonrió de oreja a oreja, durante unos segundos había temido que hubiera olvidado los pasos a causa del tiempo y de todo lo sucedido desde la última vez que había realizado ese baile.

Con las fuerzas renovadas regresó hacia las tiendas… Poco sabía Plumilla que pocos días después, esa sonrisa se esfumaría tras su propio grito de dolor y angustia.