Partida Rol por web

La Decisión de Dumbledore

Viajando con Dumbledore a solas y más escenas (Elizabeth)

Cargando editor
24/03/2015, 23:20
Director

Notas de juego

Imagino que ya estás mas o menos disponible, lo digo porque Dumbledore te quiere llevar al hospital.

Cargando editor
11/04/2015, 12:48
Albus Dumbledore

Es aproximadamente medianoche cuando llega el momento que Dumbledore ha preparado. Siguiendo sus instrucciones, te vistes mientras el resto de tus compañeras duermen y te dispones a salir de la sala común. Afuera, iluminado por las antorchas del pasillo, se encuentra el viejo profesor, esperando pacientemente.

-Será mejor que nos pongamos en marcha señorita Deacon, no queremos que nadie la encuentre por los pasillos a estas horas intempestivas. ¿Ha viajado alguna vez con polvos flu?

Cargando editor
26/12/2015, 18:30
Elizabeth Deacon

El corazón, dentro de mi pecho, parece un pájaro asustado que busca la manera de escapar de una jaula de barrotes de hueso. En tres ocasiones, me detengo, convencida de que estoy cometiendo un error. Que ver a Alex, o más bien, aquello en lo que se ha convertido, no me va a hacer ningún bien, sino que solo va a servir para hundirme todavía más en el agujero negro en el que estoy cayendo desde hacía tanto tiempo que soy incapaz de determinar la fecha.

Y en las tres ocasiones, vuelvo a ponerme en marcha con una premura que no busca otra cosa que recuperar los segundos perdidos en la duda, provocando que cuando finalmente me encuentro con el profesor, lo haga con la respiración acelerada y dando la impresión de que he estado corriendo.

Desvío la vista, cuando me dirige la palabra, a la vez algo avergonzada y al mismo tiempo, sin saber muy bien como encarar semejante amabilidad de alguien a quién había tratado con tanto rencor en el interior de mi cabeza. Con un leve resuello, ya que mi constitución física no está preparada para el menor esfuerzo, y con profundas ojeras alrededor de los ojos, ya que la hora es tardía y llevo durmiendo mal desde el incidente que me arrebató a mi amigo de mi lado, respondo. -S-sí... en un par de ocasiones.- Por mucho que no tuviera costumbre de abandonar mi casa, tener a una hija prácticamente encerrada entre cuatro paredes provocaba más rumores que otra cosa. La pregunta me hizo sospechar acerca de si Dumbledore estaba al tanto de mi ascendencia, pero no tenía ánimos para hacer preguntas o averiguaciones. Tampoco es que fuera a cambiar nada, de todos modos.

Tomo aire durante unos segundos y añado, con un cierto malestar. -Gracias por darme esta oportunidad, señor.- Por mucho que el tono sea frío, e incluso ligeramente impersonal, como suele ser habitual en mí, el sentimiento es sincero. Todo lo sincero, al menos, que puede ser dadas las circunstancias.

Cargando editor
29/12/2015, 23:37
Albus Dumbledore

Parece captar la sinceridad dentro de tu gelidez y te devuelve una de sus mejores sonrisas, conciliador. Acercándose, te ofrece el brazo para que te agarres a él, un gesto de cortesía que has visto otras veces, en otras personas, pero que no habías recibido hasta la fecha.

-Es lo menos que puedo hacer tras su ayuda, señorita Deacon. Y, siéndole sincero, -comenta bajando la voz.- creo que su presencia ayudará al señor Dracons más que todos los sanadores de San Mungo.

Dicho esto empieza a caminar tranquilamente por los pasillos. No toma ningún desvío o pasadizo, sino que sale de las mazmorras y asciende por la escalera principal. En su rostro reina la tranquilidad, como si no le importase encontrarse con otro profesor o quizás como si se hubiera encargado ya de ese punto. No hay manera de saberlo, pues ni profesor, ni alumno ni fantasma cruzan vuestro camino.

Llegados a su despacho Fawkes os recibe con una suave nota de alegría. Resulta inesperado cuando salta desde su percha y planea suavemente hasta llegar a tu hombro, haciéndote algunos arrumacos mientras emite sonidos de satisfacción. Su plumaje es suave y desprende una extraña calidez que te hace sentir como si estuvieras frente a una hoguera crepitante en un frío día de invierno.

La sonrisa de Dumbledore se hace más ancha mientras da un par de zancadas y se hace con un pequeño saquito que reposa sobre la chimenea. Ya encendida, se limita a lanzar el polvo que guarda, haciendo que cobren su característico color morado.

-Usted primero, señorita Deacon.

Cargando editor
03/01/2016, 17:06
Elizabeth Deacon

La respuesta de Dumbledore me hace pensar por un instante que tiene la misteriosa capacidad de leer la mente, el alma e incluso el corazón de todos aquellos que se ponen al alcance de sus ojos azules. Me hace preguntarme si acaso es verdaderamente ese ángel de bondad que aparenta, o si en el fondo sabe precisamente que decir para ganarse nuestra confianza y convertirnos en meros peones. Sin embargo, me resulta imposible creerlo, creer que ese rostro sincera pueda contener una doblez secreta. Podrá estar equivocado, sí, como cualquier otra persona, pero resulta inconcebible que haya actuado por maldad.

-No, no tendría por qué hacer nada.- Pienso en mi mente con un frío cinismo no exento de tristeza, que es tan fundamental en mí como el respirar. -No lo merezco. Soy una sangre mestiza usurpando un puesto que no le pertenece, actuando de forma mezquina e interesada en una causa que todos siguen por pura nobleza. Especialmente, no merezco semejante amabilidad después de haberle acusado en aquella primera reunión.

Lanzando la vista atrás, me resulta increíble pensar en todo lo que ha ocurrido en los últimos tiempos, como si todo se hubiera movido a la vez muy lentamente y muy deprisa: la desaparición de mi amigo, las reuniones clandestinas, el partido de Quidditch, la visita al Bosque prohibido... Un escalofrío me recorre la espalda al pensar en el enmascarado, pero, aun así, sacudo la cabeza, borrando todos esos pensamientos de mi mente. Voy a ver a Alex de nuevo, y eso es todo lo que importa.

Sin añadir ni una sola palabra a pesar o debido al caos que se encuentra en mi cabeza, ascendemos por los vacíos corredores hasta llegar al despacho que ya conozco tan bien a pesar de haber estado en él una única ocasión. Casi por instinto, mis ojos se vuelven inmediatamente hacia el fénix, buscando su calidez en medio del antinatural frío que me ha congelado por dentro desde que tengo memoria.

Por ello, cuando este aletea en medio de un mar de plumas rojas para posarse sobre mi hombro, no puedo hacer otra cosa que estremecerme, mientras una breve e incrédula sonrisa se abre paso entre mis labios. Que un animal sabio y mágico como aquel se digne a posarse sobre alguien como yo resulta... enternecedor, tal vez. Que una criatura sepa percibir y calmar el dolor mejor que una persona dice mucho acerca de la humanidad.

Casi con miedo, temiendo que eche a volar y se aleje, alzo las yemas de mis dedos hasta acariciar su espalda, percibiendo la esencia de fuego que late dentro de su cuerpo. Se dice que sus lágrimas pueden curar cualquier herida, pero en ese momento solo se me ocurre pensar que todo aquel con la suficiente crueldad como para desear su llanto no merece salvación ninguna.

Cuando oigo el ruido de las llamas al entrar en contacto con los polvos, no puedo evitar volverme avergonzada, al darme cuenta de que había olvidado tanto la presencia del profesor como el motivo por el que había acudido al despacho. Despidiéndome del ave con una sola mirada, puesto que soy consciente de que entiende la situación y no necesita nada más, avanzo con rapidez hacia la chimenea sintiéndome reconfortada, mucho más capaz de comprobar personalmente cuál es el estado del amigo al que he amado desde que lo conocí.

Con la voz más clara que soy capaz de conseguir, ordeno -Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas

Notas de juego

Por la dudas, ¿llevo la baraja de tarot en el bolsillo?

Cargando editor
09/01/2016, 01:30
Albus Dumbledore

Viajar con polvos flu no es lo más cómodo del mundo, pero en esta ocasión resulta más llevadero de lo habitual. ¿Tendrán alguna especie de trato preferencial los profesores de Hogwarts? ¿O solamente Dumbledore? No hay demasiado tiempo para preguntárselo, pues apenas uno segundos después aterrizas en en una gran chimenea. Delante de ti se encuentra un hombre sentado en una silla, bebiendo de una taza humeante mientras sostiene un ejemplar de El Profeta. 

-¡Eh! -se levanta apresuradamente, dejando caer algo de café sobre la camisa.- ¿Quién eres tú? Las horas de visita hace tiempo que acab...

El aire se agita detrás de ti, señal de que Dumbledore ha llegado. Su presencia no parece intimidar al hombre, aunque si cambia sus formas por unas más respetuosas. 

-Señor Dumbledore, nadie me avisó de que vendría esta noche. Y con un visitante no autorizado.

Dumbledore sonríe y da un par de largas zancadas para salir de la chimenea.

-Buenas noches, Seaworth. Entiendo su sorpresa, yo mismo no sabría si podría acudir esta misma noche, pero los padres de Dracons insisten. Permitame que le presente a la señorita Deacon. -te da un leve empujoncito para colocarte delante de él.- Ella es una vieja amiga del señor Dracons y quizás pueda ayudarlo. ¿Hay algún signo de mejoría?

-Debería preguntarle al sandor Pie, pero que yo sepa ninguna. El pobre muchacho está... -la siguiente palabra se atasca en su garganta al mirarte. Carraspea sonoramente y continúa.- mal. He oído que quizás traigan a un especialista desde España si no consiguen cambios pronto.

-Gracias Seaworth. No tardaremos mucho.

Dumbledore empieza a caminar por los pasillos. Todo el lugar está pintado de blanco y es completamente aséptico, con cristales luminosos en forma de bola situados a intervalos regulares para iluminar cada rincón. Un cartel te indica que estáis en la cuarta planta, Daños provocados por Hechizos.

-Es aquí.

Se ha detenido ante una puerta. Por el tamaño da la sensación de ser una habitación individual. Tiene sentido, claro. Los Dracons no habrían tolerado otra cosa. Al abrirla ves que estás en lo cierto. Dentro el ambiente es más agradable, gracias a un techo de color azul y los paneles de roble forrando las paredes. La cama también es de lunares con vivos colores, quizás demasiado vivos para un muchacho de la edad de Alex. 

El está tendido sobre la cama, mirando fascinado las imágenes que salen del libro abierto que tiene delante. Los reconoces al instante, son de una fábula muy conocida dentro del mundo mágico, una historia que se cuenta a los niños más pequeños. No la has leído desde que tenías cinco, pero ahí esta Alex, mirándola, con una sonrisa enorme y los ojos abiertos como platos. 

-Esperaré fuera -comenta Dumbledore.- Tómese el tiempo que necesite.

Notas de juego

Sí, llevas las cartas.

Cargando editor
09/01/2016, 21:35
Elizabeth Deacon

El sobresalto que sufre el desafortunado empleado del hospital en cuanto me ve aparecer es desgraciadamente mutuo. Lo cierto es que no esperaba encontrar a nadie al llegar, aunque, por otro lado, ¿cómo no iban a asegurarse en San Mungo de que ningún visitante indeseado molestara a los pacientes?

Alejándome de la chimenea para permitir la llegada del profesor, observo con una leve desaprobación las manchas que se han formado en la camisa anteriormente impoluta. Pero solo es un instante, hasta que pienso en el aspecto que yo misma debo presentar, con el pelo levemente revuelto a causa de dar vueltas en la cama esperando a que se hiciera la hora de partir, y la ropa levemente desordenada a causa de la velocidad con la que me he vestido.

Tomada por sorpresa, apenas me da tiempo a decir la palabra "soy", cuando una llamarada a mi espalda me advierte de que ya no me encuentro sola. -Encantada- Indicó con una perfecta cortesía cuando Dumbledore me presenta, en un tono que no deja entrever ni la más mínima muestra de emoción, como si simplemente repitiera una fórmula aprendida cuyo significado se me escapara por completo.

Sin embargo, las descorazonadoras noticias acerca del estado de mi amigo me generan un nudo en la garganta que se resiste a desaparecer, y que parece asfixiarme cada vez más a medida que nos adentramos en el edificio. Tal vez sea solo a causa de mi estado de ánimo actual, pero el lugar me parece cada vez más frío y tétrico, deshabitado, y me recorre una sensación muy similar a la que sentía cuando recorría los oscuros pasillos de mi casa a altas horas de la noche para hurtar algún libro de la biblioteca. Es como estar abandonada por completo, habiendo renunciado a toda esperanza de salvación.

El llegar a nuestro destino no hace sino empeorar mi desasosiego. Las manos me sudan y tiemblan cuando finalmente abro la puerta, y no necesito más que echar un vistazo al exterior para saber que ese no es Alex. Al menos, no es mí Alex, no el chico al que admiré desde que le conocí y que me cautivó con su aire de seguridad absoluta, en el que la duda y el miedo no tenían lugar. Él jamás habría sonreído de aquella manera tan... absolutamente abierta e inocente; infantil, incluso.

-Trataré de no hacerle esperar mucho, señor- Le indico a mi acompañante, a pesar de su amable ofrecimiento. En el fondo, no me siento capaz de permanecer mucho tiempo en aquella habitación por miedo a desmoronarme y comenzar a llorar como si fuera una niña pequeña. Pero comprendo que es algo que debo hacer, y que debo hacer a solas. Quiero pensar que él habría hecho lo mismo si hubiera sido a la inversa, y estoy segura de que no habría dejado que los sentimientos le hicieran perder el control sobre sí mismo, no cuando se trataba de ser fuerte en el lugar de otro.

-Alex... Alexander- Termino diciendo, mientras me acerco hacia él, tratando de llamar su atención, de lograr que levante la cabeza de ese estúpido cuento infantil. A él mismo le habría resultado patético si hubiera podido verse en ese estado. -Soy yo. Elizabeth, Elizabeth Deacon. ¿Me... me recuerdas?- Le pregunto con un titubeo, buscando en sus ojos alguna chispa de cualquier clase de reconocimiento o emoción.

Respiro aire profundamente, forzándome a mantener la entereza. Me encuentro profundamente incómoda, sin saber si debería o no sentarme en la cama junto a él, si debería tocarle o no. Me gustaría poder expresar todo lo que siento, pero mi introversión actual lo convierte en una tarea casi imposible, y mi razón no deja de decir que, encontrándose como esta en un estado tan delicado, no resulta aconsejable atosigarlo o forzarlo de ninguna forma. Finalmente, de pie junto a su cabecera, alcanzo a decirle. -He estado preocupada por ti. Y Ruth también.- Añado, puesto que estoy segura de que a ella le habría gustado también estar aquí. -¿Qué tal... Cómo estás? ¿Te encuentras bien?- Le pregunto al final, con la voz levemente temblorosa.

Cargando editor
24/01/2016, 23:11
Alex Dracons

En el silencio de la sala el pasar de las paginas del libro rasga el aire de manera notoria. Al principio Alex no da muestras de que haya alguien a su lado, pero finalmente levanta la mirada y parpadea unos instantes, como si su cerebro tratase de procesar algo complicado. Te mira de arriba a abajo con curiosidad y sonriendo te ofrece la mano.

-Hola, soy Alex Dracons. Mamá me dice que debería decir Alexander, pero me gusta más Alex. -coge el libro y lo sujeta entre los brazos, orgulloso.- "El hada y el mago", es mi cuento favorito. ¿Lo has leído? Mamá dice que no debería leer hasta tan tarde, pero es taaaaan bueno. -se ríe y te señala la cama. - Porfa, ven a leerlo conmigo...

Cargando editor
25/01/2016, 21:37
Elizabeth Deacon

De todas las palabras que escucho de su boca, me parece que la única que alcanza mi cerebro es la de "mamá". Si me hubieran dicho que el orgulloso y frío Alexander Dracons iba a decir mamá mientras sujetaba un cuento infantil entre sus brazos, habría soltado una carcajada. En ese momento, sin embargo, me resulta cualquier cosa menos gracioso. Se me parte el alma solo de verle así.

Su mano me resulta asombrosamente cálida, y me pregunto si tiene fiebre hasta el instante en el que caigo en la cuenta de que no se trata de él, sino de mí. Por un momento incluso me sorprendo a mí misma pensando que estoy tan fría como si estuviera muerta, y no fuera más que un cadáver ambulante.

-Hola, Alex...- Indicó como todo saludo a su presentación, con una voz tan muerta como mi corazón en ese momento. Tengo que usar toda mi fuerza de voluntad para que mis labios no se frunzan en una línea que mezcla el dolor y el asco cuando oigo ese largo "tan" que sale de su boca. Una oscuridad tan inhumana como profunda se abre paso en mi mente, y el encantamiento Crucio que he estudiado durante tanto tiempo de forma únicamente intelectual, adquiere un nuevo tono mientras me repito en el interior de mi mente que haré que Riddle pague por lo que ha hecho. Tarde o temprano, lo lamentará.

Me siento en la cama, con una incómoda rigidez adueñándose de mis articulaciones. -Deberías hacer caso a tu madre, Alexander,- le recomiendo pausadamente, tratando de que mis palabras lleguen hasta su cerebro, tratando de facilitar su comprensión. Si en algún momento la crudeza y la ternura tenían oportunidad de mezclase en una misma cadencia sonora, era en ese momento -solo quiere lo mejor para ti... Pero está bien; ya conozco el cuento, pero lo leeré contigo, si es lo quieres.- Termino dolorosamente, mientras saco mi mazo del tarot.

-Este es el mago, y esta es el hada.- Indico, mostrando sobre la colcha al Prestidigitador y a la Sacerdotisa respectivamente, y coloco el resto de arcanos en un montón a su lado. -¿Prefieres que te cuente yo la historia o me lees tú?- Le pregunto, plegándome a su decisión. Después de todo, él parece feliz, con una bendita ignorancia cubriendo su memoria y su cerebro. Hasta cierto punto, es un consuelo saber que no tiene consciencia de en lo que se ha convertido. Quizá seamos los que nos hemos quedado atrás los que verdaderamente seamos dignos de compasión.

Cargando editor
30/01/2016, 00:07
Alex Dracons

Tu pregunta lo hace fruncir el ceño como solo los niños hacen, para responder con una gran sonrisa.

-Léeme, por favor. Mamá hace mucho que no me lee en la cama y la voz de Ary es demasiado aguda para hacer de mago... -entonces ve las cartas del tarot y sus ojos se abren de par en par. -¡Me gustan! Son muy bonitas, ¿las hiciste tú? -las hace girar entre sus manos, admirando sus formas y su colorido. Es obvio que no las reconoce en absoluto.

Una vez pasada la sorpresa, espera a que empieces a leer. Tumbado en la cama, notas como se emociona en los pasajes más señalados, justo como cualquier niño de su edad lo haría. Así, absorto, continúa hasta que estás a punto de llegar al final de libro. La transformación es brusca y completamente inesperada. Se incorpora de un salto y sale de la cama, con una expresión que solo puede definirse como pétrea. Por primera vez desde que llegaste te recuerda al Alex que conociste, pero hay algo que no acaba de encajar del todo. Deambula por la habitación, inquieto, para acabar fijándose en ti y hacerte un gesto. 

-Ary, ven, tengo que contarte algo. No puedes decírselo a nadie, ni siquiera a madre, ¿de acuerdo? -mira a los alrededores, como si temiera que lo espiasen. Su voz ha madurado y ahora te recuerda a cuando le conociste en primero.- Creo que me gusta una chica de mi clase. No hemos hablado mucho, pero es agradable, aunque parece siempre triste. Se llama... -titubea unos instantes.- Elizabeth Deacon. 

Cargando editor
02/02/2016, 20:22
Elizabeth Deacon

-No, no las hice yo...- Respondo, profundamente dolida por su pregunta. Tengo que contener el impulso de gritarle, de golpearle para que reaccione como un adulto, de que recuerde que fue un regalo suyo... y sin embargo, termino diciendo lentamente -Fueron un regalo de alguien muy querido.

No añado nada más. No tengo forma alguna de hacerle comprender el caos al que mi corazón está siendo sometido.

El cuento se desgrana lentamente a través de mis labios, casi como si fuera algo totalmente ajeno a mí, un movimiento reflejo de mi cuerpo, una entrada y salida de aire carente por completo de verdadera realidad y de emoción. Las cartas, que voy levantando una a una para ilustrar los sucesos que transcurren, me ayudan a ilustrar la narración, a dotarla de una vida de la que mi personalidad carece. El viaje acaba materializado en El carro, mientras que las pruebas son reflejadas en La fuerza, la tentación por El Diablo, y la esperanza por La estrella...

Y entonces el cambio se produce, tan de improviso que el libro casi resbala de mis manos y no puedo por menos que levantarme de la cama, temiendo haber empeorado su estado. Pero su rostro, serio e incluso insensible, me hacen sospechar que no es así.

Durante unos instantes quiero creer que ha vuelto a la normalidad, pero el nombre de Ary vuelve a producirme una decepción. Nerviosa, estoy a punto de llamar a un sanador cuando la referencia a su enamoramiento me hace detenerme en seco, más pálida de lo usual si cabe.

La vergüenza por estar escuchando, aunque fuera involuntariamente, una confesión tan privada que a todas luces quiere mantener en secreto entra rápidamente en conflicto con un angustiado temor en el que ya comienza a aparecer un atisbo de celos, a pesar de no saber todavía si tienen justificación o siquiera hacia quién dirigirlos.

Y entonces, escucho mi nombre. Mi corazón comienza a latir con demasiada rapidez, mis mejillas se colorean de un rubor que se me antoja como enfermizo, y el dique que he construido sobre el río de mis sentimientos se rompe finalmente.

Totalmente en contra de mi voluntad, las lágrimas comienzan a caer desde mis ojos sin que pueda encontrar forma alguna de detenerlas y un quebrado "Alex" surge desde mi garganta, con un tono tan irreconocible que incluso a mí misma me resulta difícil indentificarlo como propio. Para cuando quiero darme cuenta, ya me encuentro junto a él, aferrándome a sus hombros para volverme hacia mí, para obligarle a mirarme, a reconocerme. -Alex, por favor, mírame. ¡Mírame! Soy yo, soy Elizabeth. Dime que sabes quién soy...- Prácticamente le suplico, entre sollozos, sin ser capaz de controlar ni el temblor que me recorre ni las palabras que pronuncio -Y-yo... yo te quiero. Siempre te he querido. Dime que sabes quién soy... por favor, por favor...

Cargando editor
06/02/2016, 20:42
Alex Dracons

Tus palabras solamente consiguen asustarlo y cuando lo agarras se zafa y retrocede al fondo de la habitación, temblando. Su pecho sube y baja con rapidez y te mira con los ojos completamente abiertos. 

-¡Ary, basta, me estás asustando! ¡No tiene gracia, Elizabeth está en el colegio! -exclama enfadado, para de repente llevarse las manos a la boca. Mira en dirección hacia la puerta y se queda callado, expectante, como si esperara que alguien entrara en cualquier momento. Al poco rato, cuando todo sigue igual, suspira y te mira, frunciendo el ceño.

-No vuelvas a hacer eso. Por tu culpa mamá podría habernos oído y ya sabes lo que dice de todo aquel que tenga una pizca de sangre muggle. Aunque no creo que los rumores sobre ella sean ciertos, -añade.- los Deacon son demasiados estirados para relacionarse con muggles, pero si lo fuera no me importaría. No entiendo tanta manía con el Estatus de Sangre...

Cargando editor
09/02/2016, 19:18
Elizabeth Deacon

-¡Ary!... ¡¿Por qué no puede verme?! ¡¿Por qué tengo que ser otra persona para él?!- Sollozo, mientras Alex retrocede al fondo de la habitación. Sin poderlo evitar, me cubro el rostro con las manos, ocultando mis ojos hinchados y las lágrimas que no dejan de rodar -Si tan solo fuera cierto que Elizabeth se encuentra en el colegio... pero no; se encuentra en un hospital, oyendo como habla de mí alguien que no me reconoce, a pesar de que ha estado enamorada de él desde que le conoció.

Me doy la vuelta, mientras mi llanto poco a poco se hace cada vez más audible contrastando por completo con la temerosa tensión del enfermo. Tengo que sorber por la nariz, como si aún tuviera cinco años, en mi intento de recobrar la respiración. Él continua hablando a mi espalda, mirándome, sin ninguna duda, como miraría a cualquier otra persona. Como si yo no fuera yo.

Y, sin embargo, sus palabras son un nuevo golpe a mi corazón y a mis ideas preconcebidas. Me muerdo los labios para contener un gemido, sin volverme, conteniendo el deseo de taparme los oídos y de salir corriendo de la habitación. Sacudo la cabeza, tratando de negar algo, aunque no sé exactamente el qué, o tal vez, simplemente es un gesto inconsciente para liberar mi cabeza de los pensamientos que la están atormentando.

-¿No... no te importaría?- pregunto con un hilo de voz, sin mirarle siquiera -Debería... debería importante porque... porque...- me quedo en blanco, sin saber qué decir. Una parte de mí, muy egoísta, querría permanecer en silencio, pero hay otra que quiere impedir que cometa un grave error. Y, sin embargo, en ese momento no encuentro razones para justificar el Estatus de Sangre -Yo...- Un nuevo silencio, que refleja mi turbación, mi incomprensión de por qué eso que llevo soñando durante tanto tiempo tiene que ocurrir de esa manera. -E-estoy segura de que ella... ella también tiene que quererte.- Confieso, de la única manera que se me ocurre -Estoy segura de que estaría... m-m-muy f-feliz si... si te oyera hablar así... si supiera que... que sus sentimientos son... bueno, recíprocos.- Termino, volviéndome con la cabeza gacha para poder observar su expresión.

Cargando editor
12/02/2016, 17:23
Alex Dracons

Aquel Alex te devuelve una mirada agradecida. Te das cuenta de que, sea quien sea Ary, es la única que lo escucha cuando llega a casa, la única que no lo juzga y trata de decirle que hacer, al contrario que los demás. Camina hacia ti y antes de que puedas darte cuenta te besa en la frente.

-Gracias Ary. Quizás algún día, en algún momento, pueda confesarle lo que siento. Yo...

De nuevo empieza. Ha dejado de ser el Alex de once años, pero esta vez parece haber vuelto a la normalidad, a los catorce años que debería tener. Su mano derecha se cierra con fuerza, pero no completamente, como si sujetase algo...la varita, comprendes. Inclinado, parece estar acechando a alguien. Respira agitadamente, presa de los nervios.

Y entonces cae al suelo y grita. Un grito largo, desgarrador, como si algo o alguien le estuviera despellejando. Empieza a convulsionar, agitándose de un lado, clavándose las uñas en las palma de las manos, haciendo que brote sangre.

Cargando editor
18/02/2016, 17:52
Elizabeth Deacon

Absurdamente, la sonrisa de mi amigo no logra generarme otra cosa que una nueva corriente de celos. Tengo la sensación de que me estoy hundiendo en un pozo de oscuridad, donde no hay espacio más que para la desesperación, el desprecio y la venganza. Pero es que no es justo que Alex se encuentre en ese estado. No es justo que esa "Ary", sea quién sea, haya podido estar más cerca de él que yo. No es justo que se me de la oportunidad de estar tan cerca de él y no de que me reconozca.

Entristecida, dejo que el aire salga suavemente de mi cuerpo al sentir sus labios posados en mi frente. -No te preocupes. Te esperaré...- pienso para mis adentros, limpiándome una última lágrima, cuando él formula su esperanza de encontrar el valor para hablar conmigo. Es tremendamente irónico, teniendo en cuenta las circunstancias en las que nos encontramos. Casi parece una broma macabra del destino.

Pero cuando pensaba que no podía soportar más emociones, puedo notar el nuevo cambio que se produce en él. Observo su nerviosismo, casi su temor, con un mal presentimiento. Presentimiento que no tarda en hacerse real, cuando un alarido me desgarra el alma.

Antes de darme cuenta de lo que he hecho, yo también he lanzado un agudo chillido, conmocionada momentáneamente por su reacción. Sin embargo, en cuanto me recupero de la sorpresa, la necesidad de un sanador se vuelve inmediata, y abro la puerta para gritar, incapaz de hilar las frases adecuadamente -¡Profesor Dumbledore! ¡Alex... revive el ataque! ¡Ayuda!

Sin esperar a ver si alguien me ha escuchado o no, me abalanzo sobre el cuerpo del que ha sido mi compañero, sin saber realmente muy bien que hacer en una situación así. Sin embargo, viendo la forma en la que lacera sus propias manos, trato de sujetarle, de controlarle para evitar que él mismo se lesione. -¡Alex!- le llamo, tratando de hacerle volver en sí -¡No es real! ¡Despierta! ¡Despierta!

Cargando editor
24/02/2016, 00:12
Director

Fue absurdamente rápido. No sabes si Dumbledore estaba esperando una situación como esta, pero ciertamente su rapidez parecía indicarlo. En apenas unos segundos Alex se encontraba paralizado, sostenido en medio de una niebla púrpura, aunque eso no le impedía seguir gritando con toda la fuerza de sus pulmones. Acto seguido entraron dos sanadores, uno de los cuales sujetó la boca a Alex mientras el otro vertía en ella un pequeño vial de un líquido ambarino. El efecto fue inmediato; se sumergió en un profundo sueño o al menos eso daba la impresión mientras lo acostaban.

-Será mejor que no vuelvan en un tiempo, -indicó uno de ellos, retirándose unas gotas de sudor de la frente.- cada vez su comportamiento es más inestable. Recomendaría el cese total de la visitas, al menos hasta que descubramos el hechizo que le afectó. 

-Lo tendremos en cuenta, gracias por todo. -respondió Dumbledore.- Señorita Deacon, será mejor que regresemos.

Cargando editor
26/02/2016, 18:30
Elizabeth Deacon

-Sí... será lo mejor- Contesto con un hilo de voz, sin poder apartar la vista del rostro desencajado de Alexander. A pesar de mis palabras, tardo unos segundos en darme cuenta de que tengo que ordenarle a mi cuerpo que se ponga en marcha y, antes de salir de la habitación, no puedo evitar volverme una última vez, con el corazón en un puño.

Tengo que apoyarme en el marco de la puerta durante unos instantes, con miedo a que las piernas me fallen y me precipiten hacia el suelo. Con algo de temor, logro encontrar la fuerza para dirigirme a Dumbledore -Profesor, ¿qué... qué quieren decir con "inestable"? ¿Significa eso que está empeorando?- No sé como me las arreglo para que mi voz no tiemble apenas a pesar de los acontecimientos; tal vez, ahora que el efecto que la cercanía de mi amigo ha producido en mí se está disipando, la Elizabeth fría y desapasionada de siempre vuelve a emerger, afortunadamente, y todas mis dolencias se atenúan, como si hubiera una fina capa de hielo separándome de la realidad.

Mientras volvemos a la cada vez más fragmentada seguridad de Hogwarts, esa oscuridad que parece haber hallado su refugio en el centro de mi corazón vuelve a borbotear y, suavemente, una nueva pregunta alcanza mis labios. Una pregunta susurrada con la misma cadencia mecánica e impersonal que me caracteriza, pero que en este momento es importada, una simple máscara para un rencor que no quiero que se deje traslucir. -Profesor Dumbledore, disculpe pero, ¿qué ocurrirá con Riddle si encontramos pruebas que le incriminen en estos acontecimientos?

Cargando editor
29/02/2016, 22:29
Albus Dumbledore

Te detienes cuando te das cuenta de que no parece estar escuchando tus palabras. Su ojos permanecen mirando hacia la habitación, pero notas que su mente está mucho más lejos, sumergida en algún recuerdo remoto. Taciturno, se apoya con la mano en la pared, mientras su rostro muestra una expresión de profunda tristeza, remarcando sus facciones de tal modo que por unos instantes solo puedes ver un hombre viejo y cansado. Entonces lo oyes murmurar, palabras que bien podrían ser una autoreflexión, pero que de algún modo sabes que van dirigidas a ti.

-Es duro cuando aquellos a quienes amamos se convierten en personas diferentes... y no podemos cambiarlo.

En otra persona aquello podrían sonar como un patético intento de empatía, pero tú, estando delante del profesor, te das cuenta de que hay auténtico sentimiento en lo que dice. Te das cuenta de que, aunque solo sea en esto, el profesor y tú no sois diferentes, un pequeño vínculo que os une a pesar de vuestras diferencias. Sabes a ciencia cierta que entiende como te estás sintiendo. Vuestros ojos se encuentran y Dumbledore esboza una sonrisa triste. Suspirando, se yergue con la entereza que lo caracteriza, como si nada hubiera ocurrido.

-Sí, eso parece. -explica, ajustándose las gafas.- Si supiesen cuál es el hechizo utilizado habría posibilidades de buscar una cura, por el momento solo podemos esperar. -concluye, mostrando un leve atisbo de sonrisa que se difumina cuando haces mención de Riddle.- Respecto a Tom... si realmente ha hecho todo lo que imaginamos, los tribunales lo condenarán a una dura estancia en Azkaban*. Veinte años, quizás más.

Notas de juego

*Canon propio: en estos tiempos no hay dementores en Azkaban, siempre me imaginé que los "contrataban" a raíz de la caída de Voldemort.

Cargando editor
09/03/2016, 16:23
Elizabeth Deacon

-...- Un helado silencio es toda mi respuesta a la reflexión del profesor, no porque sea muestra de una enemistad particular, sino porque no hay nada que pueda decir que Dumbledore no haya reflejado ya con sus palabras; aquellos que han vivido experiencias similares no suelen necesitar hablar para comprender el dolor que han experimentado en soledad.

Sin embargo, su referencia al desconocimiento de los sanadores acerca de la maldición que han utilizado contra Alex, hace surgir una idea en mi mente. Si voy realmente a tener que infiltrarme en el grupo de Riddle, ¿qué me impide tratar de descubrir igualmente el maleficio al mismo tiempo que busco descubrir en que anda implicado? Si eso puede hacer que se recupere, estoy dispuesta a correr cualquier riesgo... y si, aun así, no sirve para nada, la venganza es un plato que se sirve muy frío, y yo tengo hielo para una eternidad. Veinte años no son nada en comparación con lo que le ha hecho a mi amigo, con lo que me ha hecho a mí, y pienso asegurarme de que pague su deuda plenamente.

Desde que empezó toda esta pesadilla, tengo la sensación de estar hundiéndome en un abismo al que, hasta ahora, solo me había asomado brevemente durante mis largas noches en la soledad de mi mansión. Los sentimientos hacia mi compañero me habían permitido sostenerme, pero ahora, todo lo que cruza por mi mente es que, si he de caer, pienso llevarme a los responsables por delante. No necesito sacar una carta de mi baraja para saber que, en caso de escoger una al azar, saldría una Justicia boca abajo.

Es curioso que, después de todo, casi llegue a sentirme verdaderamente entristecida por saber que, si el profesor llega a descubrir mis intenciones, se sentiría profundamente defraudado. -Veinte años...- repito, sin terminar la frase. 

Tras un breve silencio, añado, demasiado suavemente quizás -Muchas gracias por todo. ¿Vamos a volver ya a Hogwarts?

Cargando editor
16/03/2016, 22:51
Albus Dumbledore

-Sí, vayámonos.

Sin añadir nada mas emprendéis el viaje de vuelta en silencio. No estás segura, pero dirías que Dumbledore te mira más que antes, aunque por mucho que ojees por el rabillo del ojo no consigues pillarlo in fraganti. De vuelta en el castillo, ves que Fawkes descansa sobre su percha, meciéndose suavemente con los ojos cerrados. Dumbledore también parece necesitar reposo; a la luz de las llamas puedes contar en su rostro más arrugas de lo habitual.

Antes de darte cuenta estáis de nuevo ante la entrada a tu Sala Común, sin que ningún otro profesor, fantasma o el molesto Peeves se interponga en vuestro camino. Pero justo antes de entrar, cuando ya tienes un pie cruzando el umbral, lo escuchas decir:

-Muchos creen que la justicia ejercida por la propia mano es la mejor de todas, pero siempre se cobra un precio muy alto. A veces nos destruye a nosotros mismos y a las personas que nos rodean. No permita que eso le suceda, señorita Deacon.

Cierra los ojos y se ajusta sus gafas, para acabar sonriendo. 

-Descanse. Mañana será un día largo.