Partida Rol por web

La historia, hasta ahora...

Según habían oído, la ocurrencia le había venido a Theseos durante una de sus vacanales. Al parecer, a algún poeta estúpido se le ocurrió componer un poema sobre una infame bestia tan bella como mortal, que causaba muerte y desgracia cerca de la aldea de Kalyssia, y no contento con esto, el muy cabronazo había cantado la obra en la corte real durante la fiesta de cumpleaños de Theseos.
Al buen rey de Tenas, medio borracho, no le hizo mucha gracia que alguien cantara en su fiesta de cumpleaños sobre la desgracias causadas por un monstruo en una aldea feudal de su reino. Además, a pesar de lo terrible de la bestia, el poeta había insistido en la ultraterrana belleza del engendro. Así que, ni corto ni perezoso, Theseus, rey de Tenas, preguntó allí mismo quién de sus servidores sería tan gallardo y valiente como para, no solo derrotar a la bestia, si no capturarla viva y llevarla a la corte, para que toda Tenas pudiera admirar la belleza de la mortal criatura (y el valor de los Tenasinos). Hubo un silencio sepulcral, hasta que un no demasiado hábil (y bastante bebido en ese momento) noble llamado Néstor, alzó su espada en respuesta al Rey de Tenas. Hubo muchas loas y alabanzas en ese momento a favor del pobre estúpido.
Al día siguiente, aún resacoso, un sirviente tuvo que recordarle al gañán Nestor la promesa de capturar viva a la bestia que había hecho ante media corte la noche anterior. Algo preocupado por la situación, Nestor acudió a pedir consejo a un antiguo maestro, el sabio Aristocles.
Aristocles no supo a qué se enfrentaban a partir de la descripción de la bestia que Néstor le trasmitió. O bien Nestor había estado demasiado ocupado, ejem, con alguna mujer como para prestar atención al poeta, o estaba demasiado borracho, o el poeta había adornado excesivamente la descripción de la criatura .
De todos modos Aristocles determinó que daba igual, pues conociendo a los poetas, era bastante improbable que el poeta hubiera visto siquiera al monstruo y que lo más probable era que la historia hubiese pasado de boca en boca hasta llegar a sus oídos, por lo que la historia original podía desvariar bastante de lo que el poeta habría cantado en la corte.
Sea como fuere, Néstor recordaba que una experta cazadora llamada Melanchta llevaba tiempo en Tebas, encerrada en una mazmorra. Al parecer, había empezado a insultar y amenazar a altos cargos de la ciudad, acusándoles de reclutar forzosamente a su padre para alguna leba. Una cazadora le vendría bien para su causa, y Néstor usó su influencia política para soltarla, prometiéndola usar sus influencias y ayudarla a encontrar a su padre si primero ella le ayudaba a cazar a la bestia de Kalyssia viva.

El viaje a la aldea de Kalyssia duró algo más de un día y fué tranquilo. Cuando empezaban a acercarse a la aldea, llegaron a un campo de olivos, donde pastaban muchas ovejas. Néstor, junto a su viejo amigo de toda la vida, compañero de armas, y guardaespaldas, Aetos, se detuvieron a... ejem... interrogar (digamoslo así) a unas pastoras que andaban cerca, las cuales no pudieron evitar caer prendadas ante el encanto de Nestor y la musculatura de Aetos.
Mientras Nestor y su antiguo amigo se ocupaba de tan, digamos... importante asunto, Nestor pidió a su amigo Aristocles y a Melachta que se adelantaran al pueblo.
Ambos se alejaron y pasaron de los olivos a unos trigales que rodeaban la aldea en sí. Allí, los aldeanos les recibieron y no se pusieron muy de acuerdo en cómo era "el monstruo". Dijeron que tenía alas negras de murciélago, ojos rojos como el infierno, escamas de lagartto, garras venenosas, tres cabezas, y que lanzaba rayos por la boca, muy exagerdado todo. Lo único que sacaron en claro Aristocles y Melachta era que había quemado los trigales cercanos al pueblo a su paso (más que nada porque las pruebas carbonizadas del hecho eran visibles para cualquiera que pasara por allí), que había matado a algún aldeano y comido de su carne, que se hacía acompañar por una "manada" de servidores,  que era un ser digno de verse por su belleza, y que sólo atacaba de noche.  
Aristocles y Melachta decidieron seguir el rastro por su cuenta (no era muy difícil de seguir, eran muchos y el rastro que dejaban era de rastrojos calcinados), dado que aún era pleno día. Además, astutamente, Aristocles y Melachta habían determinado que estarían a salvo de la bestia por ahora dado que según decían los aldeanos la criatura sólo atacaba por la noche. Además, Melachta identificó en seguida las huellas de "la criatura" y sus seguidores: Las criaturas eran équidos de algún tipo.
Siguiendo las huellas en dirección noreste, atravesando un bosque sin apenas vegetación baja, fácil de atravesar. Había abundantes árboles, pero apenas vegetación a ras de suelo. El paisaje empezó a ascender y a hacerse más rocoso, a medida que el bosque se despejaba.  Llegaron hasta una laguna a los pies de las montañas, rodeada de altos riscos, y que se alimentaba de una hermosa cascada que caía desde un escarpado a gran altura. El arroyo parecía serpentear y venir desde las lejanas montañas. Había algún pino en lo alto de los riscos del lago, no demasiados. La laguna está rodeada por altos riscos, y sólo una pequeña zona de la laguna cuenta con una especie de playa de guijarros, pero el camino de descenso parecía difícil, más aún para unos cuadrúpedos, aunque no imposible. Alguien podría descender por los otros riscos que rodeaban la laguna, pero debería ser ágil y atlético.
La rocosidad del terreno hacía difícil seguir el rastro a partir de aquí. El paisaje es hermoso, y el aire es frío. Más arriba de la laguna, hacia las montañas, se divisa un rocoso laberinto de desfiladeros.

Y en estas lindes estamos....

Cuando Néstor y Aetos se quedaron atrás, Melanctha sacudió la cabeza, puso los ojos en blanco y siguió adelante, murmurando por lo bajo algo sobre lo que debería haber hecho Hera con la verga de Zeus... para ejemplo de todos los hombres.

Así que Aristocles y ella tuvieron que empezar solos el trabajo de verdad. El interrogatorio en el pueblo no había servido de gran cosa, de modo que Melanctha tuvo que servirse de sus aptitudes para rastrear. Lo único que había sacado en claro era que tanto la bestia como sus seguidores tenían pezuñas parecidas a las de un caballo.

Cuando llegaron a la laguna, Melanctha se permitió un descanso para admirar la belleza del paisaje.

- Mmmm... me temo que el rastro se pierde aquí.- anunció, señalando el terreno rocoso.- Deberíamos registrar esta zona antes de internarnos en los riscos.

No me apetecía ver la barbarie que se venía encima. A mi antiguo pupilo le quedaba mucho por aprender, casi tanto, como que los perros no se cogen a cantazos. Pero yo ya había hecho lo que podía en este aspecto. Si no quería aprender nada por las buenas, un día lo acabaría aprendiendo por las malas. Y cuando eso pasase, preferiría estar lejos.

Lejos, bien lejos. En un bonito lugar, con una bonita chica... ¡Vaya, si eso era lo que tenía! Aunque realmente no era lo que pensaba. Pero claro, tampoco se podía pedir más a mi edad. Además, si algo había aprendido con el paso del tiempo, es que había cosas más importantes que las mujeres. Y mucho más interesantes...

Y por eso estaba aquí. Que mi pupilo me hubiese pedido que le acompañase sólo era la excusa. Donde otros ven una pared lisa, yo puedo ver sus manchas, sus arrugas, toda su esencia. ¡Incluso puedo ver más allá de esas pared, para poder ver la casa a la que pertenece!

Pero ver lo que los demás no ven, y sentir lo que los demás no pueden sentir no lo es todo. Si de verdad quieres aprender algo en esta vida, hace falta más, mucho más. ¿Por qué nos crearon realmente los dioses? ¿Por qué otorgan dones sólo a unos pocos y no a todos? ¿Qué ganan revelando sus más profundos secretos para después esconderlos bajo el olvido?

Hay muchas interrogantes. Y todas ellas no pueden contestarse en unas termas, un foro, o ni tan siquiera en una biblioteca con cientos de años de conocimiento. Hay cosas que sólo pueden encontrarse el los más oscuros y profundos lugares. En los lugares que los Dioses han elegido con cautela, para que no sean encontrados.

Pero yo los encontraré. Porque donde los demás ven cuentos, yo veo verdad. Donde los demás ven un monstruo llegado por azar, yo veo la mano de los Dioses, intentando ocultar algo.

Lo peor de todo es que esto lo he descubierto demasiado tarde. Ya soy viejo, y no puedo hacer gran cosa yo solo. Por eso necesito estar acompañado. Por eso la metedura de pata de mi pupilo fue la excusa perfecta. Por eso estoy aquí.

Por eso miro el risco que tenemos delante, y sé que yo no tengo ninguna posibilidad de franquearlo. Pero, por todo eso, hay una bella muchacha a mi lado. Una muchacha que podría subirlo, para después subir a un anciano como yo.

Y, así, sólo puedo contestar a sus palabras con—. Como quieras. Pero ten presente que en algún momento tendremos que cruzar. No creo que las huellas se dispersen por los alrededores.

Por todo esto, la muchacha miraría alrededor. Por todo esto, no encontraría nada. Y, por todo esto, las criaturas que cruzaron el risco nos conducirán hasta algo, algo que los Dioses guardaron en su día con recelo.

Sólo había que seguir las huellas, pero no las huellas que dejaban esas criaturas. Las huellas que sólo unos pocos podíamos ver...

El sol brilla en lo alto en un cielo azul sin apenas nubes. El aire sopla frío, pero el paisaje es hermoso y cautivador, de una belleza salvaje.

Miro a mi alrededor en busca de alguna pista que indique que las criaturas no han pasado por los riscos. No obstante, yo no soy ningún experto en esto, pero, por suerte, tengo a la muchacha. Si lo hay, seguro que ella lo verá...

Te aproximas al borde de los riscos, rodeándo la laguna con cuidado y tranquilidad, pero no ves huellas del paso de criaturas. Algún árbol pequeño y retorcido hunde sus raices en la poca tierra que hay en el rocoso suelo, para luego asomar su copa al abismo. Desde esta altura tienes a bastante distancia justo hacia abajo la laguna, que desde aquí se ve con un profundo color azúl turquesa.

Sin embargo, ahora divisas mejor el camino que desciende zigzagueante desde la parte superior de los riscos hasta llegar a la playa de pequeños cantos rodados situada a la altura del agua. Si los ojos no te engañan, desde esta misma altitud te parece distinguir en ese misma playa una especie de tocón vertical, levemente inclinado o, quizás los restos de una columna rota.

Melanctha empezó a escudriñar la zona con detalle. Para empezar, lo más normal si una tropa de criaturas había pasado por allí, es que se hubieran detenido a beber en la laguna.

La playa era pedregosa, lo que dificultaba encontrar huellas, pero ella sabía qué otros indicios debía buscar. Una ramita partida, una depresión en el terreno por el peso de las criaturas, rocas removidas... Empezó una meticulosa batida por la orilla, con la esperanza de saber si se habían detenido allí, y cuánto tiempo hacía de ello.

Melanctha se dirige al borde de los riscos. Desde la altura, observa el camino que desciende zigzagueante hasta la playa, a la altura de laguna. Poco a poco, empieza a descender por el sendero. Se lo toma con calma, pues alguna piedra podría hacerla resbalar y caer.

Mientras desciende, puede ver a su compañero Aristocles examinando el borde de los riscos, rodeando la laguna por las alturas.

Tarda un par de minutos en descender por el camino hasta la playa. Una vez abajo, Melanctha comprueba que, efectivamente, la playa está compuesta por pequeños cantos rodados. En un borde de la playa, descubre los restos de una especie de columna sobre un pequeño pié o pedestal. No se eleva mucho, hasta la pantorrilla, antes de mostrarse quebrada diagonálmente.

La laguna tiene un intenso color azúl turquesa. Cerca de las playa el agua es trasparente, pero le suelo se inclina rápidamente hacia aguas azules y profundas. Unas decenas de metros a la derecha, cae la bella cascada.

—Uhm... —mascullo para mí mientras me aproximo al tocón que vi en la playa. No tengo muy claro de qué se trata, si de un tocón o de una columna rota (cosa extraña tratándose de una playa) pero nunca se sabe. Lo mejor será aproximarse a ver de qué se trata.

Mientras, miro como la muchacha desciende despacio, sin problemas. Mejor, porque no tengo la capacidad para atenderla en caso de que la pasase algo. Que siga descendiendo así de despacio...

Después del descenso, algo peliagudo, Melanctha se acercó hasta la orilla y se arrodilló en la playa de grava para inspeccionar el terreno...

Aristocles bordea de nuevo los riscos, hasta llegar al lugar de los mismos desde el cuál el camino de descenso se incia. Imitando a Melanchta, empieza a descender con calma por el camino hasta llegar a la playa y coincidir con Melanchta, lo cuál le lleva un rato.

Aristocles se aproxima por la playa de cantos rodados hasta llegar a lo que claramente son los restos de una antigua columna. Está muy deteriorada, y apenas levanta hasta la pantorrilla, pero la base o pedestal cuadrado de la que surge la columna es bien visible. Tiene una ruptura diagonal en el borde superior.

Mientras, Nelanchta merodea por la playa observando con atención el suelo de cantos.

Los redondeados cantos de la playa están quebrados y raspados, y forman depresiones y ondulaciones. Tienes claro que, a menudo, pasan por aquí criaturas grande y pesadas, que apollan todo el peso de su cuerpo en extremidades de pequeña superficie, es decir, patas largas y pezuñas. Son muchos, y lo hacen a menudo.

Eso, junto a la presencia de agua dulce (has comprobado que lo es, y sabes que es potable) en una zona en la que no has visto muchas otras fuentes de agua, te indica que a buen seguro la manada de équidos viene aquí a menudo a abrebar. Seguramente todos los días en algún momento, al menos.

Estás a punto de hablar de eso con Aristocles, cuando ves de repente que hay otra serie de pisadas distintas, justo casi en la orilla, pero bajo el agua trasparente. Ahí la grabilla es de menor tamaño, y se distinguen una especie de huellas ennegrecidas de cascos de una criatura. Cerca de ellas hay otras pisadas más pequeñas, de varios seres de poco peso, que no puedes identificar. También justamente ahí, en la transición agua-playa, hay una especie de surco en la playa, como si fuera una cuña con dirección agua-tierra.

- Parece que este lugar es un abrevadero visitado con frecuencia.- dijo Melanctha, sin girarse hacia su compañero.- Nuestro monstruo misterioso y su cohorte vienen aquí a menudo, sin duda. Un momento... ¿qué es esto?

Melanctha se internó un poco en la orilla, y se agachó para inspeccionar la tierra bajo la superficie.

- Aquí hay un surco, como el que podría dejar una barca.- anunció.- Quizá haya una cabaña por la zona.

La laguna no es demasiado grande, y podéis ver claramente sus límites. Está rodeada por enormes riscos, y no ves embarcadero o canal de salida ninguno de la laguna. Salvo por un formidable trepador, la laguna sólo es accesible por medio del camino que habéis utilizado para descender hasta la playa de grava.

Por todo lo que he dicho, la marca de lo que claramente es una embarcación, parece carecer de sentido alguno.  Es un misterio.

Aristocles deduce lógicamente que esto debió ser una columna completa en algún momento, erigida aquí, en medio de la nada, al parecer.

Contempla los grijos que forman la playa, todos de alguna especie de piedra blancuzca, desgastadas y redondeadas por el agua y el tiempo: Se da cuenta que tienen el mismo orígen. Formaban parte de la misma construcción. Aquí, en algún momento, hace mucho, mucho tiempo hubo una construcción menor. Un Propileos, una entrada, formada por columnas y un frontón sobre ellas, la cual daba acceso a una ciudad, a un templo, o a un reino (un arco o puerta de bienvenida, vamos).

Encuentras también parte de una inscripción degastada grabada en los restos de la columna, escrita en el perdido lenguaje Lemurio:

ממלכת הילדים...

La cuál traduces difíclmente como "...hijos de la Gran Madre..." o algo así.

"La Gran Madre" es una expresión que puede referirse a Rea, Gea, Cibeles, o cualquier otra diosa de la tierra o de la fecundidad. No es algo que te agrade demasiado leer. Los hijos de esas deidades van desde seres protectores de la naturaleza a temibles monstruos míticos. En general, a Gea y las deidades similares no suelen agradarle demasiado los seres humanos.

—Vaya, parece que no estamos tan desencaminados —comento pensando en voz alta. Al parecer, todo esto me ha llevado a uno de esos lugares que estaba buscando. Si en verdad esta columna estaba aquí antes, y no la han traído (¿Quién iba a hacer algo así?), estaba ante un lugar muy interesante.

Pero claro, al igual que el lugar es interesante, es igualmente peligroso. Si era cierta la inscripción de la columna, era más que probable que esas cosas que perseguíamos, fuesen lo que fuesen, tuviesen parentesco con algún dios, o tal vez alguna otra criatura similar.

Así, sólo puedo mirar al lago, y a los riscos, en busca de alguna otra señal que indique lo que estoy pensando. Porque no me hace ninguna gracia bucear por el lago...

Por poner un ejemplo: