Partida Rol por web

Un mes. 

Un maldito mes entero, con sus treinta malditos y abrasadores días. 

Muffin se agachó tras una roca y examinó el suelo, buscando con ojo experto lo que sabía que estaba allí. No tardó mucho en encontrarlo, unas huellas pequeñas, casi invisibles, con cuatro dedos en garra, y tras ellos la marca de una pequeña cola. Por fin, el rastro era fresco y reciente. Maldijo su orgullo profesional, que le había llevado a aceptar aquel trabajo, pero por lo menos ahora estaba cerca de conseguirlo. 

Hacía ya más de un mes que Trix, un shirren de la estación Absalom, uno de los más antiguos y fieles contactos comerciales de Muffin, le había venido con aquel encargo. Una lashunta, líder de una gran compañía, quería un ixateco para su estrambótica colección de mascotas, que incluía criaturas de todos los rincones de los Mundos del Pacto y más allá. Aquella lashunta estaba tan podrida de dinero que no le importaba pagar fortunas por animales raros, y ese era el negocio de Muffin. Sin embargo, esta en concreto no era fácil, y de hecho la lashunta no había logrado conseguirlo de ninguna otra forma, pese a sus recursos. 

Un ixateco. Cuando Trix se lo había comentado, Muffin se había reído. Los ixatecos eran unos pequeños animales nativos de Verces, en concreto de Luminaria, la cara iluminada de Verces. Al ser un planeta de ciclo corto, en Verces no había ni día ni noche, solo una mitad de abrasador desierto de día eterno y otra de inhóspito glaciar helado de noche perpetua. Entre ambas se alzaba el Anillo de las Naciones, una deslumbrante civilización que aprovechaba la zona crepuscular. Ahí era donde Muffin había desembarcado, a bordo de una nave comercial que le había hecho un hueco en sus bodegas. Al fin y al cabo, el ysoki no ocupaba mucho. 

El problema con los ixatecos era que eran extremadamente difíciles de encontrar, escurridizos y silenciosos, y su población no era muy grande. O, mejor dicho, era normal, pero estaba repartida de tal forma por el inmenso desierto norte de Luminaria que apenas si había uno por cada mil kilómetros cuadrados. Por esto, eran muy valiosos, en subasta alcanzaban verdaderas fortunas. Aun así, el mercado era muy escaso, porque buscarlos era difícil y peligroso. Luminaria estaba llena de depredadores, además del terrible desierto, y por si fuera poco por su territorio merodeaban bandas de saqueadores y pendencieros de toda clase y condición, recorriendo el desierto abrasado con sus destartalados buggys¹. Muffin nunca habría aceptado el trabajo, porque un encargo para buscar un ixateco solía acabar con el buscador frustrado y harto durante semanas y yéndose con las manos vacías, habiendo perdido el tiempo en aquel lugar horrible. Sin embargo, Trix le había hecho una buena oferta: pago por adelantado. Trix le había dado en aquel instante un creditdrive con cuatro mil créditos² y le había dicho que, incluso si no encontraba al ixateco, podía quedarse el dinero. Pero que se lo daba porque tenía tal confianza en sus capacidades que sabía que lo encontraría. 

Por supuesto, el primer impulso de Muffin había sido coger el creditdrive, decirle que no lo había encontrado y terminar con aquello. Pero le caía bien Trix, y era un gran socio, no quería estafarle. Además, había conseguido pinchar su orgullo profesional con aquel desafío. 

Así que allí estaba. Tras desembarcar en el Anillo de las Naciones, se había montado en una caravana shirren que se dirigía a una colonia de Luminaria, y que había accedido a llevarle a donde quería ir, es decir, a mitad de ninguna parte. Al desierto abrasador del norte de Luminaria. Allí había establecido un campamento base con todo su equipaje y posesiones, y desde ahí se había puesto a buscar. Y así, un maldito mes entero de treinta abrasadores días, si es que se le podía llamar día a una eternidad de sol que nunca se ocultaba ni se movía de su posición en el firmamento, ya que Luminaria no tenía noche. 

Se le acababa el tiempo: en tan solo unas horas, había quedado con una nave comercial en su campamento base, que había accedido a recogerle allí, en mitad de la nada, para llevarle de vuelta a Absalom, ya fuese con o sin su animal. Era su última oportunidad de conseguirlo, pero por fin había encontrado un rastro, fresco y prometedor. El ixateco había pasado por allí hacía menos de diez minutos, eso seguro. 

Revisó en su unidad de comunicaciones la información sobre el ixateco, aunque se la sabía de memoria: eran animales peludos del tamaño de gatos domésticos, con un vago aspecto de lince por su pelaje y sus garras. Cazaban pequeños roedores entre las piedras, donde se escondían del perpetuo sol de Verces. Su pelo no estaba diseñado para darle calor, sino todo lo contrario, para crear un flujo de aire que le mantuviera fresco y aislado de los rayos del sol. Como muchos animales de Luminaria, su piel era parcialmente fotosintética, lo que le daba algo del alimento que precisaba, pero aún necesitaba cazar. Este rasgo era uno de los que le hacían tan atractivo para los compradores: su pelo y piel cambiaban ligeramente de tonalidad según le diera la luz, un efecto de las células fotosintéticas. 

Una racha de viento revolvió el pelo del Ysoka que estaba sentado a la sombra de una piedra. El calor del desierto era insufrible incluso para él que se había criado yendo de aquí para allá en un territorio parecido. Hacía un par de horas que se había hechado la mochila al hombro y había dejado la comodidad de su tienda para internarse de nuevo en aquel desierto de piedra en busca de su presa.

Al contrario que muchos, Muffin disfrutaba más del reto de encontrar a su presa que de tenerlo en la mira y efectuar el disparo. Para él, ser capaz de meterse en la mente de su presa y darle caza en su territorio, conocerlo todo sobre ella,  era lo mejor. Cada contrato aprendía algo nuevo sobre la raza que perseguía.

Aquel contrato estaba suponiendo un verdadero reto y la ilusión inicial estaba dando poco a poco paso al hastío. Había plantado su estación base en mitad de lo que sin duda era el territorio de al menos un ixateco. Los estudios que había hecho mientras lo llevaban al planeta no dejaban lugar a duda, aquel era el lugar. Había tenido cuidado de ocultarse de los saqueadores procurando que su estación base no se viese desde muy lejos.

Había trazado un plan laborioso pero que tenía que ofrecer resultados a la fuerza. Una búsqueda en espiral, con la estación base como centro haciendo círculos cada vez más anchos hasta cubrir un terreno de tamaño considerable. Si no lo encontraba así es que allí no había nada que encontrar. Hasta ese día no había tenido suerte, había rastros pero nada reciente. Todo parecía indicar que si, pero si no lo encontraba ese día tendría que irse, ya había contratado la nave que vendría a por él.

Decidido a no irse con las manos vacías, Muffin se incorporó sin hacer ruido y se dispuso a seguir su ruta. Caminaba con cuidado, atento a sus alrededores para no perder detalle. Lo primero que noto fue un sutil cambio en el aire. Un olor almizclado que lo puso en tensión. El rastro lo vio poco después. Aquel animal era increíble, apenas dejaba huellas pues arrastraba el rabo tras de sí difuminando las pequeñas huellas que podían quedar en la arena.

El rastro era fresco, no más de diez minutos y seguía en dirección sur. Desató el rifle de la mochila, coloco un somnífero en la recámara y preparó otro par por sí acaso. No quería que la precipitación echase por tierra un mes de trabajo. Comenzó a seguir el rastro con sumo cuidado. 

Aunque el ixateco va borrando sus propias huellas con la cola, esta vez Muffin ha cogido el rastro y no va a volvérsele a escapar. Con su rifle espectro preparado, rastrea al animal hacia el sur, pisando con cuidado y sigilo y siguiendo siempre un rastro claro. 

Esta vez lo tiene y no va a dejar que se le escape. Finalmente, con el abrasador sol de Verces cayendo a plomo sobre él, llega a lo que parece el lecho de un río seco, en cuya sombra hay varias plantas y muchos de los sitios en los que les gusta cazar a los ixatecos. El rastro sigue e indica que el animal, haciendo uso de sus garras trepadoras, ha bajado al lecho seco. Ya no puede estar muy lejos. 

Muffin siguió el rastro hasta aquel cauce seco. Tenía que estar allí. Antes de bajar, el ysoka se movió en silencio  dando un pequeño rodeo y se tumbo en el suelo. Reptando, se acercó al borde y espero paciente varios minutos observando, escuchando, quieto como nunca antes nadie había visto a un ysoka. No iba a fallar. 

El aire se mantiene quieto y tan seco que pareciera que va a romperse como una hoja de pergamino agrietado por los años. Hasta el viento ha parado, y el aire está lleno de la vigilante tensión de la caza, como si el desierto entero contuviera la respiración, como si el tiempo se detuviera a la espera de lo que ocurrirá con la presa y su cazador. Se diría que el mundo ha dejado de girar, pero en Verces, eso no significaría gran cosa. 

El ysoki se mueve más silencioso que un gato sobre una alfombra de terciopelo. Ni una sola piedrecita se mueve ante su paso, y avanza por el aire seco y quieto sintiendo el calor contra el rostro como si nadara por una piscina caliente. Respira y observa. No tiene prisa, y ante todo es un cazador paciente. La mira de su rifle espectro se ajusta a su ojo y la culata a su hombro con perfección. Barre con él el lecho seco, y por fin, tras un mes, ahí está. Un ixateco joven y fuerte, rebuscando entre las piedras los roedores de los que se alimenta. El júbilo de haberlo encontrado por fin es tal que está tentado de disparar en ese instante, pero no. Muffin es demasiado experto y paciente como para ceder a los impulsos. Observa primero la zona... y los ve.

Son difíciles de detectar, pero Muffin es un observador experto y la mira de un rifle espectro es de las mejores del mercado. Tres figuras, del tamaño de perros, avanzan en total silencio hacia el ixateco. El desierto de Verces es un lugar peligroso, incluso para un superviviente tan duro y escurridizo como el ixateco. Las figuras parecen un desagradable cruce entre un suricato, un perro y una rata. Aunque pueden ponerse a dos patas, en ese momento avanzan a cuatro, con las barrigas pegadas al suelo, casi invisibles. El ixateco no les ha visto, y Muffin sabe que estos depredadores son trepadores natos y que pueden salvar la caída hasta su presa de un solo salto. 

Una gota de sudor resbala por su frente. ¿Van a arrebatarle la presa?

Cuando los vió tuvo que contener un grito de rabia. Lo tenía, tras tanto tiempo y aquellos canidos iban a arrebatarselo. Tomo aire tranquilo mientras buscaba una solución a su problema. No tardo en tomar su decisión, si estapantaba a los perros igual el ixateco se escapaba pero ya tenía su rastro y no iría muy lejos antes de que lo encontrase.

Tomándose su tiempo para apuntar, el ysoka colocó en la mira de su lanza dardos al depredador que iba en medio del grupo. Espero a tener un tiro seguro y, con suavidad, deslizó su dedo por el gatillo. - A dormir. - pensó confiando en qué la súbita caída de uno de ellos asustase a los demás. 

Sutil y sigiloso, Muffin apunta con precisión al cánido central, que se mueve lentamente. Rozando apenas el gatillo, el mecanismo del rifle espectro dispara el dardo sin un sonido y éste vuela más silencioso que la véspula que le da el nombre hasta el depredador. Sin embargo, la endurecida constitución del animal, curtido bajo el despiadado sol de Verces, retiene gran parte de la toxina. Muffin puede ver cómo el animal se revuelve ligeramente al sentir el pinchazo, y cómo observa su alrededor hasta que ve al ysoki. Sin embargo, sacude la cabeza y continúa avanzando, a la vez que sus compañeros de manada, aunque manteniendo un ojo en Muffin.

Los tres depredadores están ya en posición para saltar sobre su presa. El ixateco ha encontrado un roedor entre las piedras y está comiéndoselo sin darse cuenta del peligro que corre. 

El ysoka metió un segundo dardo en la recámara. Estaba demasiado lejos para disparar sin apuntar de nuevo. Por suerte sus jets de salto le permitirían bajar por el lecho del río con relativa facilidad en un par de saltos. Busco con la mirada un punto intermedio donde apoyarse tras el primer salto y se lanzó hacia allá. 

Con suerte el ruido de los motores alertaria al ixateco con tiempo antes de que los caídos se echase encima de él. 

El estruendo de los motores al activarse atruena el valle y cumple eficazmente su objetivo de sobresaltar a los cuatro animales que se hallan ahí. El silencio tenso de la caza salta en mil pedazos y da paso al caos de la persecución. Uno de los perros, el herido, huye saltando por la pared en dirección contraria a Muffin. El ixateco se da cuenta por fin de la situación y corre todo lo que le dan las patas hacia el sur, alejándose de Muffin. 

De los dos depredadores restantes, uno sale corriendo tras el ixateco a toda velocidad, aunque Muffin sabe que probablemente el ixateco es más rápido que el perro-suricato. El otro gruñe hacia Muffin, enseña sus dientes y carga contra él, con espuma saliéndole de la boca. 

El sonido de los reactores alertó al felino que salvó el pellejo corriendo como alma que lleva el diablo. Uno de los perros se asusto y salió corriendo, otro salió tras el ixateco y el último se encaró con él. Aprovechando su ventaja de la altura, el ysoka sacó su pistola de impulsos y lanzó una descarga contra el animal que venía corriendo a por él. Confío en que la descarga lo dejase inconsciente para poder aprovechar, atarlo y llevárselo con el cuando volviese a casa. 

El depredador herido por el dardo se perdió corriendo más allá de la vista de Muffin, y sin duda no pararía hasta estar bien lejos. El ixateco corría para salvar la vida, demostrando una de las razones por las que era tan escurridizo: era realmente rápido. Otro de los perros-suricato le seguía, aunque a menor velocidad, pero con la tenacidad de un depredador implacable. 

El último de los animales se lanzaba hacia el ysoki en furiosa carrera, momento en el que el experimentado cazador empleó la ventaja que le daba la altura, se agachó, y, manteniendo el rifle en una mano sacó su pistola lanzaimpulsos en un rápido movimiento. La criatura no vio venir el rayo que le chamuscó la piel y le envió una dolorosa convulsión por todo el cuerpo, y pareció que iba a desplomarse. Pero en el último momento, la rabia pudo más, y echando espumarajos por la boca siguió corriendo, aunque muy debilitado, hasta colocarse justo bajo el cazador, listo para trepar y atacarle. 

El ysoki disparó dañando al animal y dejándolo gravemente dañado. Seguía teniendo ventaja sobre el gracias a la altura, pero no podía perder el tiempo o su presa escaparia. Volvió a apuntar con una sola mano manteniendo el rifle firmemente sujeto con su mano izquierda. Su pistola de impulsos ligeramente inclinada para que el retroceso fuese mínimo. Disparó y, sin pararse a mirar el resultado, activo los propulsores para pasar por encima del cánido y salir en persecución del ixateco.