Partida Rol por web

Non me da sensación que el méndigu escuenda namás de lo que dixe y, que lo que conta el de Ponferrada, corrobora que cruzar o monte es más seguru que andar os caminos, asina que Ea! Por medio bosque deambularemos! 

¿Sería mejor para vuestro rocín que Viana viniese conmigo?

Resabio del llamáu "El Cruel": Acaso sea él bandíu que pretende arrebatarnos a bolsa e forzar la mía persona??? Sía comoquier, Constantí e yo non estamos en la mellor condición para rechazar su compañía et que el Guillermo sembla conocer bien aquestas sendas asina que, con el debido celo, habremos de confiar en aqueste home.

Valoro la ufierta del de Ponferrada e non se me ocurre mellor lugar para tenerlo controlau que a la suya espalda, con a daga bien presta a rebanarle el cuello si se presta:

- Ta bien mozu... - acepto el brazu que me tiende para enfilar a la suya montura, cuidando mucho de situarme tras dél para controlar su retaguardia - ...voi acaballar con usté hasta llegar al llugar que llamen Limoges... entós veremos ver... - le dedico una sonrisa... una promesa de algo quizás... el seductor control de mi belleza sobre sus músculos.

El mendigo se se alegró ante las monedas de Constantí*, empero que su dicha no duró demasiado, puesto que la mujer hízole entonces arrugarse, et volvió a temblarle la voz en diciendo que no mentía, que no habría de mentir a alguien al que pedía monedas, et que pedía también por la piedad que pudiérais tenerle. El cruel pareció más convencido, y la joven Viana, tras ello, decidió cabalgar a la espalda del nuevo allegado. ¿Cómo sentaríale esto al caballero Constantí Domenech?

Tras montar en las bestias, os internásteis en el bosque. El ritmo de la cabalgada volvió a ser rápido, pues tiempo valioso habíais malgastado si aquellos pordioseros tipos seguían tras vuestros pasos. Una vez entre los árboles, la marcha fue claramente menor, pues andábase espeso y los caballos no veían bien en la oscuridad. Ningú​n ruido se oía en aquel pequeño laberinto, tan sólo grillos y algún búho cercano.

Tras darle las monedas al mendigo y de buena fe él responderme, la buena e timida moza Viana, sacó la fiera que llevaba dentro. Parecia tan callada desde que la conocia, que me sorprendió como amenazó al pobre indigente.

No dije nada pero elevé una plegaria silenciosa al Señor por el alma de la mujer. Mucho habria tenido que sufrir si era así de desconfiada.

Guillermo se ofreció a llevar a Viana y esta aceptó. No me importaba demasiado, así mi vieja Sardinilla podria descansar de llevar a dos personas, y yo podria cabalgar y luchar mejor si nos encontraban.

- Bien, Guillermo, ves delante, puesto que conoces mejor el camino que yo. - Dejé que guillermo abriera la marcha junto a "la no tan desvalida" moza, puesto que él habia estado por la zona antes y la conocia mejor.

Estuve atento al camino, poniendo la oreja por si escuchaba ruidos de caballos o de persecución, y tratando de abrir bien los ojos para dirijir a mi corcel.

Sufro haber dejado de llau al buen Constantí que, a lo último, fue quien realmente salvome de los mercenarios en Nantes; sea como quier, prefiero montar al llombu deste "Cruel" e quiciabes tenelo a la mio mercé, Quién sabe d'onde saldría!

Eu non llevo les riendes mas dempués de la dura xornada que llevamos et que bien sé que la ferida en la mía perna precisa prontas atenciones, hágole notar al Ponferradino mi indisposición e ganas de facer un alto en el camino:

- Guillermo... - murmullo al oído - ...paez que naide nos escuerre, llevamos dende antes de Nantes viaxando, te paez si faemos parada e fonda y asina puedo curame a ferida??? - Sin querer evitarlo, acompaño el final de mi súplica acercando mi aliento a la suya oreya et que pegando el mío cuerpo al suyo, notando bien que su pulso se acelera y se sonríe nerviosamente.

Detuvísteis la marcha en medio del bosque. Hacía algo de frío, notábais la humedad de la tierra y sobre todo, no veíais mucho. Los caballos seguramente agradecieran el más mínimo descanso. Ahora, encender un fuego sería lo propicio, pues incluso sin el tal curar una herida, así como siquiera veros los ojos con suma claridad, sería imposible. Ni tan siquiera el cielo se veía debido a la densidad del bosque. Los búhos y otros extraños ruidos de animalejos e insectos invadían vuestra percepción ahora.

Fueu, precisamos fueu... Con aquesta idea busco cañes, tueros, lleña alredor del llugar que escogimos para pasar la nueche.

Una vez tengo el combustible, et que empleando yesca e pedernal, lo prendo contemplando el dulce y relajante crepitar de las lenguas doradas lamiendo os maderos...

Asina, aprovechando'l momentu d'aselu e calma, dipóngome a curar a perna ferida... espero que alguno de los acompañantes tenga la bondad de preparar dalgún guisu que llevase al cielu la boca! 

Al final resolvimos en acampar en mitad del bosque. Descabalgué y até al corcel en un árbol cercano, a la vista del fuego que estaba encendiendo Viana. Suerte que habia podido escapar con mi caballo, pues sus alforjas estaban bastante llenas de provisiones para el camino. No era un manjar digno de un noble, pero llenaba el estomago y evitaría que muriera desnutrido. Ofrecí parte de mis viandas a la mujer y al guerrero, puesto que estaba seguro de que andarían tan hambrientos como yo.

- Vos y yo deberíamos turnarnos para hacer guardia, dudo que sea seguro acampar en mitad del bosque. -  Le dije a Guillermo. - Vos necesitáis descansar para recuperaros de vuestra herida - Le dije a la joven. - Puedo hacer la primera guardia. - No habia mucho mas que decir, por lo que saqué algo de avena para darle de comer a mi caballo.

El frío pegaba las ropas de la humedad y un tufo a tierra mojada subía hasta la altura del caballo. El roce de la Viana en los bajos de mi espalda fue motivo más que suficiente para detener la ruta por el bosque. Destapé mis dientes con una sonrisa propia del ratón que ha descubierto el sitio donde guardan el queso y asentí mientras oteaba un lugar para acampar. Aquella asturiana alegraría la ruta más de lo previsto, pardiez, pensé con la mirada perdida en el refajo de su falda rota.

Tras atender al jamelgo y darle vueltas en la testa al porqué aquellos dos no habían catado las mieles del placer entre ellos que tanto gusto dan, pues tratábanse como hermanos y no como fornicadores recientes, regresé de buscar maderos y leños con la moza para que ésta prendiese fuego. 

Las llamas iluminaron mi cara punteada de cortes, culpa de viejas batallas y acepté de buen grado los yantares que el caballero ofreció, gruñido de agradecimiento y sorpresa a la vez por ver unas alforjas tan repletas agora que la guerra apretaba estómagos en toda la zona Franca. Sin embargo mis ojos no se separaron de la ferida de Viana, no con interés de físico sino con avidez sexual al ver las torneadas piernas bañadas en sangre escarlata ser limpiadas con parsimonia. Mi pescuezo se mantenía firme y la nuez obsesiva, lo mismo que la coquilla del gambesón. Caerás, liebre, en las redes de Guillermo.

—Pareceme bien, caballero de Montesa.— dije con cierto desdén implícito y señalando el hachón del que no me separaba— Habéis de despertarme con gracia pues soy de mal amanecer. A ver si os confundo con un moro o un gabacho...

Con los dientes aún enfilados en sonrisa, me arrebujé en el suelo poniendo posición de dormir. Pronto Morfeo me pudo y vino acompañado de una Viana ligera de ropa... En un plácido calor malsano, imposible para aquel bosque, me dormí.

Mis acompañantes déxenme curarme la ferida e reposar tras la dura xornada que llevo. El Constantí saca buenas viandas pa cenar e ufiértense a facer, entre él y el llamáu "El Cruel" a faer guardias.

El dulce crepitar del fueu me adormece hasta transportarme a una desasosegada calma... duermo tranquila...

Acomodáronse los tres, tanto como pudieron y menos de lo que alguno d'ellos desearían. Al fin y al cabo aquello era un frío y ruidoso bosque y no eran aquellas maneras de darse gustos, pues aún les perseguían. Tras comer un poco, y finalmente reparar un poco su herida, fue la propia Viana quien terminó de matar las brasas y rescoldos que aún había, por precaución. La muchacha pudo comenzar a descansar gracias a la hospitalidad del caballero Constantí. Aquel hombre era un guerrero de buen provecho, un brazo del Señor en la tierra bien provisto y muy fiel. No era como el otro allegado, cuyo afán de supervivencia y esos rasgos tan violentos habíanle todavía hecho un hueco en el reino de los vivos y no de los muertos. El Cruel y Viana tumbáronse en la hierba.

Et que entonces quedó Constantí, y durante media hora no hizo sino dar vueltas a su cabeza, pensando si habían hecho bien parando tan pronto, o tan siquiera inmiscuyéndose en tal bosque. Et que la conciencia húbole de "dar el callo" un buen tiempo después, pues tras esos treinta minutos un sonido procedente de donde habían llegado apareció. Atrás, en el camino que horas antes pisásteis y que había hecho llevaros allí, unas voces acompañadas de varias antorchas se acercaban. ¡Alguien venía! Y tal que no era sino raro ver una batida en plena noche, et que no sería, seguramente, sino para cazaros.

Parecía xusto que entraba en el mundu de los suaños cuando noté que el buen Constantí picábame'l llombu, sigiloso pero enérgico: "Alguien viene!".

Me activo como un resorte: Recueyo los mios bultos et que me escondo entre la espesura, ya con la daga bien presta en la mano, lista para enfrentar quien fuera que nos ande buscando!

Tras avisar de que venia alguien a mis compañeros de viaje, me levanté empuñando mi larga espada.

No pensaba esconderme, y desde luego no pensaba huir mas, puesto que seria casi imposible de evitar una batalla. Ellos ya habrian visto nuestra hoguera y se dirigían a nosotros.

Esperé a que Viana se escondiera y Guillermo se escondiese o presentase batalla a mi lado para gritar:

- ¡Alto! En nombre de Dios, ¿Quien vive? - Esperaba que se diesen cuenta de que era inutil emboscarnos pues sabiamos que estaban ahi, y tal vez entre Guillermo y yo pudiesemos dar buena cuenta de ellos.

El movimiento de Viana y Domenech me sacaron del mío sueño. Gozaba yo de una orgía de sangre y erotismo, sobre un montón de oro, mandando a los mis súbditos. Placentero era, pero a fuer de despertares como aquel ya tenía yo callo de abrir el ojo entornado y apretar el mango del hacha.

Fue dicho y hecho, y con los ojos tratando de acostumbrarse al camino, púseme al lado del de Montesa.

—¿Qué hacéis? Si son quienes andan tras vuestros pasos os reconocerán. ¡Vamos! Llevad vuestros sacos y escondeos tras las matas. A mi no me conocen y ganaremos la sorpresa. ¡Aprisa!

Yo sabía de pelear... y que ninguna de las enfrentas pasadas había sido ni limpia ni caballerosa, así que mejor aprovechar el desconocimiento del enemigo. Una batida contra un omne solitario seguiría de paso tras preguntarme. Si veían a los fugitivos plantarían batalla. Traté de razonar brevemente con el luchador, mas si quería seguir allí con la filosa en tiento, no sería el Cruel quien le rechazase por tener valor y poca cabeza.

El "Cruel" tenia razón en querer pillarles por sorpresa, y con suerte si solo le veain a él y pasarian de largo. Muy reacio a esas estratagemas tan poco honorables, enfundé mi espada y recogí los sacos arrastrandolos por el suelo tras de mi para esconder mis huellas, y me metí entre los arbustos.

Esperaba que la idea de Guillermo diese resultado, y tambien que no nos vendiese si le ofrecian monedas por nosotros.

¡¡Mirad!! -gritó una voz que os resultó algo familiar-: ¡allí hay uno!

El tipo que gritó señalaba con el dedo a Guillermo, que no tuvo opción siquiera a esconderse como sus dos compañeros, le señaló con el dedo. Tras de sí había una turba de gente, que parecían soldados (no se veían bien en la oscuridad aquella). Nada más decir aquello, supísteis que el que gritó aquello era el mendigo que un rato antes habíais complacido con monedas... Seguro que el Cruel se arrepintió de no haberle pateado el trasero hasta descarnárselo...

La turba enfurecida, con varias antorchas, corrió entonces hacia El Cruel. No habían visto a Constantí ni a Viana, que hallábanse escondidos en matojales cercanos.

Oculta, en la espesura del bosque, maldigo el mal trato dispensado al supuesto mendigo asina como el haberle hecho caso! Esi méndigu sabe que somos trés! Mon Dieu! Atopárennos!

Intento reptar, fora de la zona, si me mantengo en la mía posición Dios sabe lo que van a facer de mi!

Maldije con esputo incluido la mala fortuna de la que gozaba. El grito del mendigo no hacía sino empeorar las cosas pues ya no podría sacar unas monedas por aquellos dos rufianes que huían, y enfrentarme a turba soldadesca como aquella era demasiado arriesgado. ¡Válgame el cielo! Debería haber pasado a cuchillo a aquel malnacido.

Hice un gesto poco honroso y eché a correr por el bosque.