Partida Rol por web

Los Viajeros caminaron por los caminos, como el conejo blanco les indicó. Aquello les tomó más tiempo del esperado y tuvieron que acampar un par de veces antes de llegar a su destino: El laberinto de la Reina Roja. Ante ellos se extendía la entrada a aquel basto terreno, donde se podía intuir en su interior que guiarse por el mismo no iba a ser tan fácil. 

El laberinto de la Reina Roja era famoso por perder a los enemigos de la misma antes de llegar al castillo, así se aseguraban de mermar las fuerzas enemigas en caso de un ataque. Lo que la Reina roja no había contado es que aquellos con un corazón puro, como lo tenía Alicia, podían salir de aquel lugar sin demasiadas complicaciones. Había llovido mucho desde aquella época en que Alicia llegó al castillo y luchó contra la Reina Roja, los rosales del laberinto habían crecido sin mucha guía y sin un podado apropiado. La Reina Alicia creía que no debían limitar a aquellas plantas a que crecieran como quisieran y desde aquel entonces el laberinto era un lugar precioso sobre el que pasear, pues los rosales creaban formas y figuras preciosas a capricho, no por otra cosa que por la alegría de crecer libres. No solo crecían rosas rojas en él sino que se habían podido ver rosas de todos los colores del arco iris. Sin embargo, el laberinto parecía saber que la Reina Alicia no se encontraba en el trono y como protesta se había vuelto en una trampa mortal para cualquiera que se aventurara en él.

Los viajeros no debían cruzarlo y llegar al castillo, debían desviarse para atajar a la casa del sombrerero. El conejo blanco les había guiado el resto del camino, ahora todo dependía de ellos.

Dastan se encontró más o menos bien por el camino al laberinto, había pensado mucho en que ya estaba... ya estaban llegando al final de su viaje y pronto se decidiría todo para bien o para mal. 

Pero antes de llegar al Castillo... ¡Tenían que pasar un laberinto! Estaban de suerte, a Dastan siempre le habían gustado los laberintos. 

—Debemos ir siempre a la izquierda, o a la derecha. Mejor la izquierda, hasta encontrar la salida. Puede llevarnos tiempo, pero así nunca nos perderemos. Al menos hasta llegar a casa del Sombrerero... Y si vemos la entrada al castillo, retrocedemos, que todavía no debemos ir ahí.

Sonrió alegre a todos y se puso en cabeza de la marcha. Puede que no fuera el más fuerte, o no supiera los detalles relacionados con los cascabeles de los antroponekos, pero ¡Laberintos a él! 

Selenne asintió en silencio ante las palabras de Dastan y sacó de su mochila un cuaderno y una pluma. - Tal vez pueda tratar de dibujar el laberinto conforme avanzamos. - fueron torciendo a la izquierda tal como habían planeado y en cada cruce, Selenne se asomaba para ver como discurría y completar el dibujo, hasta que fue su turno de guiarles.

Miro el dibujo y se rascó la sien, pensativa, aunque había visto muchos realmente nunca había hecho mapas antes y empezar por un laberinto no era la mejor de las ideas. Respetó lo de siempre girar a la izquierda, pero o ese no era un laberinto corriente o algo fallaba en el plan, conforme avanzaban no parecía que nada coincidiera con lo que iba dibujando, pero ella juraría haber ido haciéndolo bien.

- Eh... lo siento... no creo que este mapa sea de lo más fiable... - Dijo y volvió a guardar el cuaderno en la mochila con un suspiro de resignación.

La pobre Komori venía cansada, aunque trató de usar en lo posible sus habilidades de meteomaga para andar lo mejor que se podía, prediciendo el cambiante clima, adaptándose a él, usando su bastón de dragón de primavera para caminar, etcétera.  Quería llegar bien al laberinto.  Lo intentó.   Dicen que tiene unas flores hermosas. 

Al verlo, efectivamente le encantó lo despelucado que se veía el laberinto gracias al descuido a propósito en que lo había tenido la Reina Alicia.  Claro que, con poco podar, el camino, la Komori-san no podía encontrar.   

Lo siento muchachos, sólo los acabo de guiar en círculos concéntricos.   Invocaré el hechizo de Manto de Flores, y el de Un Poco de Belleza, para ver si eso nos sirve de algo. 

Las largas jornadas de viajes que cargábamos al lomo, comenzaban a pesar demasiado. O así lo sentía yo sobre mis carnes, encontrándome mas torpe de lo normal en el camino guiado por el Conejo Blanco. También es cierto que sentía tan lejana mi última siesta, que los párpados me pesaban demasiado, igual que las siete almas. 

Al vislumbrar al laberinto no puedo sino bufar, ofuscada por todo lo que teníamos que atravesar y la suerte que íbamos a necesitar para salir airosos de semejante reto. Si no fuera por nada, diría que les espero aquí tomando una siesta. Pero bien es cierto que no quería quedarme sola en un territorio tan peligroso.

Dastan parece ser el único, hasta el momento, en tener una idea de como sortear aquella madeja caótica de rosales salvajes. Yo solo veía un amasijo impenetrable y con nivel +10 de pereza. No sabía por donde empezar y no quería ponernos en riesgo.

- Venga, pues te sigo... - le digo a Dastan cuando encabeza, arrastrando las palabras con cierto morro - Necesito una siesta...

¡Yey! -dijo Komori alegre.  Reconoció alguna de las flores, por sus colores, y supo como darle una avanzadita más por el laberinto guiando a su compañía. 

Miren mirenn, ¡si!, ¡es por aquí!

Era el camino correcto, al menos este tramo. 

Apuró su paso de tortuguita, lenta pero segura.  Ah que buen bastón se cargaba la abuela. 

¿Bastón?  Si, ese que tenía forma de dragón.  Su objeto preciado, aunque a todo le tenía desapego, a estas edades.  Muy zen.

¿Bastón, dragón?   ¡Eso le dió una idea para avanzar mejor!   Empezó a cantar una cancioncita de loquerita, que seguro Sasha la mirruña refunfuñaría, pero que aquí hacía todo el sentido cantar:

dragón de prima prima-vera, 

dime on'stá la ver-vereda, 

que me llevas'ta la enre-dadera

y la ruta verde-verda-ver-da-dera

Komori reconocía de pronto un poco de aquel lugar. Eso estaba bien, si. Lo que no estaba segura que estuviera tan bien eran sus ruidos comentarios. 

- Muy bien, si pero creo que deberíamos exclamar menos... por si hay enemigo cerca... - acabo diciendo, con evidente arrastre de pies cansados.  

Hago un pequeño esfuerzo mental, por si puedo aportar algo sobre la orientación en aquel lugar. Olfateo también... con estornudo como único resultado. 

- Polen, te odio...- murmullo ofuscada, frotándome la nariz.

Caminaron y dieron vueltas pero parecía que salir de aquel laberinto no era lo más fácil realmente. Cada vez que parecía que tomaban el camino bueno, se acababan desviando y acabando en un callejón sin salida. Así no parecía que pudieran funcionar las cosas. 

Mike comenzó a relinchar, pues si seguían por ese camino acabarían en el castillo de la Reina Roja y no en el camino que les llevaba hacia el Sombrero Loco. El conejo no para de mirar su reloj y mirar alrededor, es como sin él funcionando no pudiera tampoco orientarse dentro de aquel lugar.

Komori-san retomó el liderazgo para el siguiente tramo de avanzar por el laberinto.   ¡Ajá!.  Esta vez se le ocurrieron tres ideas que bien podría utilizar:  La primera es que ella podía echar un hechizo básico de orientación que no se le había ocurrido utilizar hasta ahora: "Brújula", se llamaba, y, al utilizarlo, la meteomaga sentiría naturalmente donde estaba el norte en todo momento, por lo que le sería más fácil llevar la dirección general a cada cruce y paso.  

Claro, en un laberinto eso es una ayuda, pero está lejos de una solución.  Por eso, al estar canturreando la canción de su bastón de dragón de primavera, vino la segunda inspiración: 

Kivo, ¿te gustaría subirte al mango de mi bastón, y ahí, agarrado bien fuerte, te levanto para que veas?  ¡Serías como un periscopio de Atlantópolis!  Y así nos ayudas a ver algunos de los pasos cerrados antes de que lleguemos a ellos.*  Y, claro, algunos pasos abiertos para probar nuestra suerte, e ir encontrando la salida. 

Claro, le preocupaba que, así levantado y todo tierno y gordito, llamase la atención ya sea de los guardias de la Reina Roja, o de algún halconcillo rojo de la zona.  ¡Que peligro!   Por eso mismo, mejor lo camuflajearía para que pareciera una parte más del seto.  Le explicó:

Te puedo pintar el pelaje todo color verde, para que parezcas una plantita más.  Usaría mi hechizo primaveral de "Un Poco de Belleza" para ello.    Y si te interesa, vanidocillo, también te podría pintar una cresta roja o dos, para que parezcas la rosa de un rosal.   (Comenzó a cantar, bajito, la de una rosa es una rosa es una rosa es una rosaaa).   Así, nadie notaría nada raro cuando te levantara con el bastón, ni gavilán pollero ni guardia certero. 

Y bueno, al pensar en plantas y flores y la forma en que crecían casi-silvestres aquí se le ocurrió la tercera idea.  ¡Y Kivo, tenemos un truco más bajo la manga del kimono!   Iríamos de cuando en cuando pintando algunas "marcas" para saber por donde ya pasamos!  Marcas que nadie notaría extrañas.  Lo que haría sería usar mi hechizo de Primavera, "Manto de Flores", para dejar de en lugares claves flores de colores que podamos reconocer, y tu ver desde arriba, para ir marcando los pasos buenos y los cerrados, y así no dar vueltas de más. 

¿Que te parece?  ¿Te subes? 

Le sonrió, con una cara llena de arrugas y arrugas, que eran como geografía de ternuras, pasadas y futuras.

Y no te preocupes si no sale esta vez, lo volvemos y volvemos a intentar, hasta que salga y salgamos.  

Ah que linda sonrisa tenía la Komori, hasta cuando explicaba trucos que podían o no salir bien. 

Komori estaba frenética, lo intentaba todo. Dastan había tratado de que siguieran su plan pero cada uno lo intentaba por su cuenta, no como un verdadero equipo. 

—Esperad. No podemos plantear cada uno una manera de salir, porque nos liamos y no seguimos un método. Y sólo un mal giro nos lleva lejos de nuestro objetivo. 

Miró a Sasha. 

—Hasta ahora todos hemos intentado nuestras ideas y no hemos conseguido nada. ¿Qué piensas tú, que eres nativa de este Reino? Yo te puedo ayudar que llevo contando los giros desde que salimos. 

Dastan trataba de que todos colaboraran en un plan. Miró a Kivo y a Selenne, llevaban mucho sin decir nada. 

Dastan tenía razón, no estabamos intentando trabajar como un equipo. Yo realmente no había intentando directamente nada, me encontraba perdida y un poco irritada porque mi estómago demandaba merienda. Y mi cuerpo siesta. Sin embargo, sino empezaba ya a poner de mi parte, no íbamos a salir airosos. No es que pensara que mi ayuda fuera la más valiosa, pero conocía la tierra. Seguro que algo debe de quedar dentro de mi cerebro antroponeko... rascando un poco, rascando...

Miré a un lado, miré a otro. Mientras tanto Komori hacía cosas raras y le proponía a Kivo cosas aun mas raras. Pero yo seguía mirando, rascándome distraídamente la cabeza.

- Recuérdame los giros... - le miré entrecerrando los ojos. No con enfado, sino con frustración. Para hacer una imagen visiual.- Creo que estoy perdida... 

Jo, ¡qué lío!

A Kivo le había parecido divertido y bonito entrar en aquel laberinto de rosas, pues las rosas le parecían bonitas y divertidas, y él, cómo oobi silvestre, estaba en su salsa entre plantas.

Todos le habían visto mil veces hablando con ellas. En ocasiones, largos debates con flores, árboles y matojos, a los que prestaba mucha atención y que, eso sí, parecía solo poder escuchar él. Se llevaban bien.

Caminó resuelto por el laberinto sin prestar mucha atención, pensando que aquello sería como cualquier otro bosque. Un bosque es un laberinto, pero sus paredes son diferentes. En un bosque te puedes perder igual que en ese jardín, pero ese jardín, sin embargo, no tardó en descubrirse algo distinto.

—Las cosas no son así, señora rosa—le dijo, enfurruñado, a una enorme flor roja con la que parecía tener algún conflicto después de un larguísimo rato dando vueltas por el laberinto. Había querido preguntar por la salida, pero esas plantas no parecían nada amables.

Le dio la espalda a la rosa, cansado. Se empezaba a dar cuenta de que si no encontraban una salida, muy pronto se acabarían los víveres. Y eso sí que no. Pensó si Mike podría comerse los arbustos en línea recta hasta encontrar una salida, pero el poni con jersey dijo que de ninguna manera.

Hacía unas semanas ya había tenido un percance con la espina de una rosa que se comió y se le quedó clavaba entre muela y muela. Tuvieron que ir a un barbero en Villabajo para sacársela. No volvería a arriesgarse con rosas de ese tipo, dijo.

Las ideas disparatadas de la señora Komori eran del agrado de Kivo. Le gustaban los viejos locos, que cantan canciones sin sentido y tienen chistera para sacar conejos. La señora Komori no tenía chistera, pero sí un soplo en la cabeza y un bastón muy curioso que a Kivo le llamaba la atención.

Así que, cuando la señora Komori le dijo de subirse al bastón a hacer malabarismos, al pequeño oobi le pareció estupendo. ¿Por qué no? Se estaba aburriendo de tanto paseo.

—¡Op!

Y subió con esa agilidad tan propia de él. Una vez arriba no lo tenía claro. Pero sí sabía una cosa: cuando un oobi silvestre se pierde en el bosque, pide ayuda Al Otro Lado. Y desde el otro lado, las plantamables acuden si el oobi es digno.

Al Otro Lado es donde está la magia para los oobi, una fase que está a una pared de burbuja de distancia y a ninguna al mismo tiempo, como si la realidad tuviera dos pinturas y la del Al Otro Lado solo pudiera verse cuando abres bien los ojos o los cierras con fuerza. Chispitas.

—¡Ya sé! Creo que voy a llamar a una Hojájula.

Y allí, sobre el bastón de Komori, Kivo cerrós los ojos y se concentró en el equilibrio, el control y la respiración total. Con un pie en el bastón, otro en el aire y una mano agarrando su Semilla, llamó entre murmullos y pidió permiso para mirar Al Otro Lado. Y cuando se le concedió, en el dedo de su otra mano desplegada una línea de luz dibujó una hoja pequeña pero carnosa, fresca y viva, húmeda de rocío. La luz cerró el dibujo en la punta y se quedó así, convertida en un borde dorado.

La Hojájula se sostenía con su pedúnculo bailando en la punta del dedo de Kivo y este sonrió, todavía con los ojos cerrados. La hoja mágica vibró, como una abeja que se despierta por la mañana, y se orientó sobre el dedo, mostrando con su ápice de oro una dirección.

—Creo que por ahí.

Komori sonrió al ver como el pequeño oobi le hizo caso y se subió al bastón a hablar con las plantas y todo y a llamar a una brújula mágica.  Ya con eso valía la pena estar en estos embrollos de laberinto.  Por un ratito nomás.  

Al bajarse y hacerle caso, y caminar hacia donde decía Kivo, se volteó con todos y les dijo.

Bien, propongo que ahorita lleguemos allá... ¡cambiemos todos de equipo!  Así nos divertimos más.  Una vez llegando, esto... pues que Kivo ayude a Dastán, y que Selenne me ayude a mí o a Sasha, ¿les parece?

Así tendremos dos brújulas, una mía, y otra de Kivo, y ... ¿Dastan tu puedes invocar una también, verdad? 

La mía la llamaré.... "esdrújula", ¿te gusta? -le guiñó el ojo al oobi.  Invocó magias primaverales para que apareciera una en su bastón, justo en la cresta del dragón, o arribita.

Komori era un poco mandona. Cualquiera diría que quería ser la nueva líder, pero eso era algo que se votaba entre todos. De todas formas, Dastan era muy válido y no iba a dar mi "si" para destituirle. Aunque también es cierto que se puede tratar simplemente de la edad, pues Komori ya era anciana y a veces a los viejos les gusta organizar. La clave estaba en asentir y luego hacer lo que le da la gana a uno. Eso iba a hacer yo.

Aun seguía perdida, junto a Dastan, por si entre todos sacábamos algo en claro, cuando Kivo hace efectiva alguna de sus magias y una brújula en forma de hoja apareció de pronto en su mano. Poco antes Komori había hecho algo parecido, pero como buen antroponeko, me quedé con lo último por frescura en su memoria. 

Estaba en las alturas y no podía ver exactamente hacía donde apuntaba la hoja, pero seguí la dirección hacía la que miraba el Oobi. La maraña de rosales retorcidos hacia imposible distinguir nada ¿que me estaba pasando?

- Jo, que fastidio... Necesito un dulce... - enfurruñada.

Cuando convocaron la brújula mágica, ante ellos apareció una brújula que les mostraba el norte. La misma indicaba en letras doradas sobre el aire los puntos cardinales y una aguja que brillaba como el oro indicaba el norte. La brújula estaba ligada a Komori, por lo que iba a su paso flotando mágicamente en el aire.

Mike no parecía contento con los caminos que estaban tomando los Viajeros, porque por mucho que se esforzaran no parecían tomar la buena dirección. El pony con jersey no podía hacer mucho, allí las enredaderas crecían de forma tan enrevesada que era imposible ver dónde acababa una pared y empezaba otra.

Así pasó que sus pasos les acabaron llevando a un sitio al que no deberían haber ido, a las puertas del castillo de la Reina Roja. El Conejo Blanco fue corriendo a esconderse tras un matorral, pues temblaba de miedo.

Se veía venir... Mike lo sabía, todos lo sabíamos. No sabría decir exactamente cual ha sido el detonante. El cansancio, la falta de trabajo en equipo, estas enrevesadas tierras, el estado en que se encuentra el laberinto o un compendio de todas esas cosas. Pero ha pasado y ahora estábamos en peligro. 

El pony no era el único alterado, los pelos de mi nuca lucieron erizados durante la parte final del recorrido. Acabando finalmente... aquí. Trago saliva ante la visión del castillo que se erige ante nosotros. Imponente y oscuro, amenazador. El silencio reinaba aún el grupo y aproveché para hacer un gesto de silencio para todos. 

El conejo fue inteligente y buscó el cobijo de un matorral, pero no se si habría tanto como para albergarnos a todos hasta que pensemos que hacer. Igualmente miro un poco alrededor, en alerta. Busco un sitio donde escondernos, porque quizá la única forma de que no nos vean sea recular un poco. También olfateo posibles enemigos cerca.

Komori-san abrió los ojos como platos al ver el mal lugar al que habían llegado. 

Creo que mejor nos regresamos, ¿les parece?  ¿Hay manera de dar marcha atrás hasta reencontrar el camino verdadero que buscábamos?  -Preguntó al grupo y al conejo.  Algo de su intuición le decía que quizá no podrían.