Partida Rol por web

La noche ha sido apacible, para algunos más que para otros. Pese al miedo inicial, que os hace tomar medidas de distinta índole, nada ni nadie os ha molestado. Os levantáis descansados y repuestos por la mañana, cuando los primeros rayos de sol hace rato que han atravesado las ventanas de vuestras habitaciones; aprovecháis para salir a recoger agua del pozo y lavaros, rezar a los dioses, hacer vuestros ejercicios matinales, afilar vuestras armas y bruñir vuestras armaduras. Cuando estáis listos, bajáis al comedor, dónde ya se han reunido todos los aventureros que hay en la taberna, cada grupo en su propia mesa, devorando el desayuno antes de ir al Gran Mausoleo para descubrir su última asignación. Algunos, incluso, ya han partido.

Hacéis lo propio y os despedís de Farhaad cuando acabáis. Al llegar al templo ya os espera Kia, la amable semielfa siempre sonriente. Os da la bienvenida con alegría y no tarda en marcaros un nuevo punto en vuestro mapa: El Santuario del Ojo del Erudito. Os informa que es un santuario abandonado, según creen dedicado en el pasado a Nethys, dios de la magia. Al parecer, Velriana, la inquisitiva mujer que os abordó un par de noches atrás, tenía razón en que en Wati  había información al respecto; puede que logréis encontrar algo de información al respecto.

Han pasado ya unas horas desde que os pusisteis en pie cuando cruzáis las puertas de la muralla que separa la ciudad de la necrópolis. El ardiente sol golpea las solitarias y silenciosas calles, otrora bulliciosas. El polvo y la arena cubren todo a vuestro alrededor, y los edificios que una vez fueron casas y tiendas son ahora ruinas desintegrándose gradualmente, convirtiéndose en escombros después de siglos de abandono. Dispersas entre los vestigios de la antigua civilización, encontráis una palmera ocasional y algún arbusto, apenas con vida.

De repente, de entre las ruinas, escucháis un silbido. Antes de que podáis reaccionar, varios hombres que estaban ocultos salen de las sombras y os atacan sin mediar palabra.

Las flechas vuelan en vuestra dirección, cuatro saetas bien dirigidas a los miembros del grupo que no van en primera linea. Excepto en Auren, todas logran clavarse en la carne, en mayor o menor medida. A la vez, dos de los matones tiran redes a Yash y Nefertari, logrando enredar al primero pero no a la segunda, que se aparta justo en el último instante.

En cuanto han atacado, se agachan o refugian entre las ruinas, evitando que sea tan fácil devolverles el favor.

Gracias a unos reflejos animales, Darío esquiva el dardo, aunque no es lo suficientemente rápido y le hace un doloroso rasguño.

Apretando los dientes y decidido a lo que tiene que hacer, envaina y se abalanza sobre el muro para treparlo rápidamente y encaramarse al lado de uno de uno de los arqueros, sacando de nuevo el estoque una vez allí.

El demonio se encontró súbitamente rodeado por una red, venían bandidos a por ellos y lograron tomarles con la guardia baja.

- Todos alerta, nos atacan...

Sin dudarlo abrió la boca mostrando los grandes colmillos de su interior y con ellos mordió con fuerza la red, arrancando parte de ella y logrando abrir un agujero por el que escapar.

Tras la primera andanada, llega la siguiente, aunque esta vez solo tres de los arqueros disparan, de nuevo a quienes van en retaguardia y siguen en la calle; el cuarto, ahora que Dario ha llegado hasta a él, suelta el arco y se arriesga a sacar su khopesh, una espada curva muy típica del desierto. Aunque recibe un feo corte del pícaro, parece que se lo devuelve con ganas.

Caminado con su Glaive como un bastón, como siempre, había dejado atrás, junto a sus compañeros, la seguridad de lo conocido para adentrarse en lo desconocido una vez más, en busca de más aventuras y tesoros. La ruina y la dejadez estaban a su alrededor, y de repente ¡la muerte!. 

Unos desconocidos, ladrones y asesinos, les atacaron, y con sus compañeros en peligro, además de su propia vida, Auren no pudo más que reaccionar. Yash se encontraba en el suelo con una red encima, mientras flechas y más flechas pasaban alrededor de ella. - ¡Yash! Tensa la red, ahí.....¡Eso es! - le dijo, animándole para ayudarle a salir.

Una vez lo logró, pasó a su verdadera función, e imploró a su diosa. Shelyn respondió con fuerza y de Auren surgió una luz dorada que cubrió a todos los contendientes en un radio de treinta pies, curando sus heridas y renovando sus fuerzas.

Saethe sacó una poción de su bandolera y se la bebió de un trago.  

Los tramperos, al ver que las cosas no están saliendo como esperaban, lanzan bolsas de maraña sobre Nefertari y Yash, aquellos que creen más peligrosos por ir en primera línea. Ambas logran impactar, rompiéndose a los pies de la paladina y el oráculo y enredándoles con el duro pegamento.

Una vez agotados sus recursos, desenvainan sus cimitarras. Uno de ellos se mueve para cercar a Dario, mientras el otro se prepara para atacar a cualquiera que suba hasta su posición.

Saethe, viendo que la cosa se pone peligrosa, saca de su bandolera una poción y se la bebe, haciendo que una armadura mágica la cubra.

Al recibir el potente espadazo, Darío se planteó si había sido buena idea subir ahí arriba, pero sus dudas se disiparon al notar como la magia de Auren sanaba todas sus heridas, incluido el rasguño que le hizo la flecha.

Gracias, Dulce Protectora!- exclamó el muchacho.

Al ver como el otro bandido se le acercaba para intentar flanquearle, Darío dio un paso a un lado para evitarlo y con movimientos defensivos realizó un nuevo ataque contra el bandido herido.

Nefertari se lamentó por no haber estado atenta y si bien tuvo suerte y no quedar enredada con la red, si que quedó enmarañada con una sustancia pegajosa.

Con un saltito, pudo evitar quedarse enganchada en el suelo y aunque impedida, intento trepar para ayudar a Darío.

- Darío aguanta, que voy en tu ayuda.

Les pillaron por sorpresa, ahora todo se embrolló sobre todo para Nefertari y para él. Pudo echarse hacia delante de manera que la maraña le había cubierto por encima y eso significaba que se podía mover un poco, mas por lo que podía ver le iba a resultar muy difícil llegar arriba. Fue por eso que pensó en recurrir a su magia, acto seguido trató de preparar un conjuro que ayudaría a Darío, sin embargo no podía mover las manos con la agilidad necesaria y eso lo arruinó por completo.

---Sea pues...yo te maldigo con una terrible punteria-digo con seriedad mientras señalaba al hombre del Kopesh situado junto a Dario y a continuación saqué mi ballesta cargada y apunté al arquero situado lejos de nosotros- Y ahora te demostraré lo que es punteria - digo liberando el virote.

Lenta, pero de manera inexorable, la destreza del grupo se empieza a imponer sobre la de los asaltantes; aunque parece que os tienen, varios de ellos ya están heridos, mientras que vosotros seguís prácticamente intactos. El sudor le corre por la cara a alguno de los matones, y aunque siguen decididos a vender cara su piel, empiezan a flaquear. Apenas uno de ellos logra hacer un rasguño a Dario, mientras los demás fallan sus disparos contra los que tienen a tiro.

Auren adelantó su posición dando tres cortos pasos rápidos hacia adelante girando su arma por alrededor de ella mientras daba una graciosa vuelta sobre sí misma, antes de lanzar un poderoso golpe de barrido a la altura de las piernas de uno de aquellos asesinos. Daba la impresión de que Auren estuviera bailando y que el aire alrededor de ella cortara a sus enemigos. Pero evidentemente no era así. El largo Glaive que llevaba, afilado y letal, era el que segaba a sus enemigos. 

- ¿Pero...por qué...qué es lo que os hemos..? - balbuceó mirando la confusión y lucha a su alrededor. Aquellos hombres habían aparecido de la nada y les habían atacado sin provocación. Lo que Auren comprendió unos segundos más tarde que el resto, es que habían ido a matarles, no a robarles, a asesinarles, y esa comprensión llevó a la indignación, y de ahí a la furia - ¡¿Cómo os atrevéis?! - exclamó indignadamente furiosa - ¡Malditos!¡No hay nada de belleza en vosotros, sois la fealdad pura, horribles, asquerosos, no merecéis ni un segundo! - eran puros asesinos y saqueadores de cadáveres.

Sus almas estaban podridas, merecían la muerte. Y por Shelyn que ella se la daría.

Por lo pronto, media pierna de uno de los enemigos estaba volando por el aire ya. 

Trató de localizar a todos los enemigos, y vio a un par que aún portaban arcos. - ¡Saethe! - advirtió, señalándoles con la punta de su arma. - Ella es la única que puede llegar a darles con ciertas garantías... - estaba pensando Auren cuando vio un virote sobresalir del pecho del atacante más alejado. - ¿uh? - su cara era un poema, mirando ora al herido, ora a Ratash y su ballesta. 

- ¿Qué dijo ése que sabía hacer? ¿Ballestero? - pensó confundida. 

El trampero al que Auren casi destroza la pierna, presa de un dolor atroz, enajenado y sin capacidad ya para pensar, se lanza por la pared hacia abajo, espada en mano, y lanza un tajo contra la clérigo, que sin embargo rebota sin fuerza contra la armadura de ésta. Al otro lado, el otro trampero tiene algo más de suerte, y logra hacer un nuevo corte a Dario.

Saethe escuchó los gritos de Auren, las amenazas de Ratash y los agradecimientos de Darío. Todo eran gritos, gruñidos y el sonido del acero contra el acero. Y, entre todo aquello, la arquera deslizó un pie por delante del otro para dar un ligero paso, que parecía a cámara lenta. 

De repente, tras la pared que había tenido delante, apareció un arquero parapetado en lo alto del tejado de enfrente. 

Todo ruido desapareció de los oidos de Saethe, que sintió cómo su arco se elevaba mientras ella cogía aire. Un sonido apareció.

El crujir de la cuerda de su arco al tensarlo. Cerró un ojo y apuntó.

Dos flechas surcaron el aire, pasaron junto a la pared y se dirigieron hacia el bandido. La segunda, más apresurada, falló irremediablemente. La primera, sin embargo, de cogerlo desprevenido, podía acertar.

Lejos de frustrarse, Saethe sonrió. Sabía que sólo estaba entrando en calor.

Limitada de movilidad, por la bolsa de maraña, Nefertari intentó llegar a la ayuda de Dario el cual continuaba acosado por dos adversarios.

- Ya llego Dario, aguanta...