Partida Rol por web

El amanecer siguiente sorprendió a un grupo con dos carros dirigiéndose hacia las puertas de la ciudad de Predemia. Todavía no habían abandonado el área de protección del conjuro del mago y, mientras avanzaban por el sendero secreto, discutían entre sí como se aproximarían a la puerta de la ciudad.

Atrás quedaba el campamento con toda esa gente esperando sus respuestas. Por delante una misión incierta.

- Aquí vamos - el buen humor del mediano es contagioso. Ansioso por conocer la "ciudad" de la que tanto escuchó hablar, monta feliz y contento en Remo, al que le ha quitado la armadura.

Junto con la armadura del perro, su cimitarra y su rodela, así como las bolsas con pergaminos y la de componentes de conjuros y la varita, se encuentran escondidos entre los cachivaches de uno de los carros, custodiadas por "Hector", al que le ha dado instrucciones de cuidar sus cosas. Su honda, enrollada en su muñeca izquierda parece un simple brazal, en tanto que en su cintura solo pende una bolsa de balas, que espera pase desapercibida.

Mientras deja que su montura se mueva alrededor de los caballos y los carros, parlotea alegremente - Aquí vamos. Por fin voy a conocer esa ciudad. ¿Seguro que hay tanta gente? Es verdad que viven hacinados, uno arriba del otro? -

Antes de entrar en la ciudad, Robin repartió una redoma de Agua Bendita a cada uno de sus compañeros de viaje.

- Hay una para cada uno. Custodiadlas bien, si como suponemos dentro de la ciudad hay necromantes malvados, debemos evitar que las encuentren: la función principal del Agua Bendita es terminar con los muertos vivientes.

Iba vestido con su túnica del dios Random, y había guardado su armadura (por si acaso) y su maza junto a la del mediano, que estaba de un sorprendente buen humor. Bendito optimismo, pensó. Si todos nosotros nos enfrentamos a esta misión con el mismo espíritu, será imposible que salgamos derrotados.

-Romulo, tu excitación ante la visión de una ciudad me abruma. Ten por cuenta una cosa, que lo que te vas a encontrar no creo que te gussste...hay, para mi, tres tipos de gentes: los ricos, los pobres y los miserables. ¿Que cómo viven? Pues depende del tipo al que pertenezcasss; si tienes oro, cagarás encima de los que no lo tienen; los que no tinen, pero viven sin hambre, es decir, los pobres, trabajan para los ricos limpiando su mierda...y luego están los miserablessss, que viven directamente dentro de la mierda. ¿Entiendes? Sinceramente te digo que eres un afortunado al venir de donde vienessss-Dijo Mama con un tono suave en su voz al mediano. Su mano tocó la bolsa de componentes para conjuro que llevaba oculto en el canalillo, mientras miraba alrededor la vegetación reinante añadió -No pierdas detalle al verde que nos rodea Romulo, puede que sea la última vez que lo veamossss.

El mediano miró a la nigromante con curiosidad - No sereis un poco exagerada? - le preguntó - Puedo entender el vivir hacinados como las hormigas ó las abejas, pero limpiando la mierda de tus semejantes? O en ella? No lo se, no conozco ningún animal que lo haga... y eso que conozco unos cuantos -

El druida pierde algo de su buen humor ante la exageración de su compañera, pero no esta muy convencido de sus palabras. Sin embargo hay algo en lo que si coincide - Si, extrañaré este verde. La naturaleza siempre me cobijó y pienso volver a ella - le contesta - Y vos tambien, ya lo vereis -

- Yo entré algunas veces en ciudades, acompañando a Lizara, y la verdad es que todos me parecieron miserables: siempre pensando en como robarse o matarse unos a otros, míseras reyertas por un trozo de metal, o asesinatos por un poco de poder, o formas de mentirte para venderte lo que no quires, y nunca vale lo que piden por ello. El difícil encontrar a alguien decente en esos lugares. Ni siquiera los sacerdotes, celosos de los fieles del templo de enfrente, tratando de decirte como has de vivir, diciéndote lo que has de pensar...

- No me gustan las ciudades.

Arthedain ha guardado su armamento principal en el carro, pero lleva a mano la daga y la varita (bien escondidas, por supuesto) y ha cambiado su vestimenta habitual por una muda de viajero.

Ha tomado prestada alguna herramienta del campamento, y se hará pasar por un herrero y armero ambulante, para lo que su familiaridad en el cuidado de armas y armaduras le proporcionan una cierta idea.

Debriamos decidir quien va en cada carro. Lo mejor sera decidirlo ahora y mantener una distanbcia de seguridad para que no puedan relacionarnos

- Pues yo seguiré montado en Remo - comenta Rómulo y agrega - si van a ir separados puedo hacer de mensajero entre ambos carros -

Nuevamente una sonrisa se dibuja en su rostro. Acaba de encontrar una tarea especial para sus capacidades, y las de su montura. Más allá de lo complicado de la situación, en este momento el druida es feliz.

-pues si nadie tiene inconveniente, yyo ire en de delante y asi vere como esta de comlicada la cosa para entrar en la ciudad

_Deberíamos pasar unos como comerciantes en el carro de las telas y los metales y otros como campesinos y labradores...en este último caso, podíamos decir que vamos a vender vino a alguna de las tascas de la ciudad ¿alquien conoce algún nombre de taberna? Yo podría pasar perfectamente como campesina que busca trabajo de tabernera en alguna tasca; si me preguntan, eso diré. Si me preguntan la relación con mis acompañantes del carro, les diré que me recogisteis en el camino cerca de Puente Bajo. ¿Quienes vendrán en el mismo carro que yo? _preguntó Mama mientras fabricaba una especie de atillo con sus ropas de recambio como si de verdad de una viajera se tratara.

Yo llevare el carro llenode cachibaches, si me preguntan les dire que voy a venderlos en la ciudad

Mosest frunció el ceño ante el comentario de Silvania y no se mordió la lengua al responder:

-Perdone señorita arquera, pero los clérigos de los templos no se dedican a decirle a nadie cómo tiene que vivir ni qué tiene que hacer. Al menos los del templo de Gloranai, que fué donde yo me crié. Simplemente trabajan en sus quehaceres, ayudando a los que lo necesitan y curando las heridas y las enfermedades de los fatigados viajeros que por allí pasan. Si no se lo cree, le invito a que me acompañe cuando los tiempos sean más propicios.

- Ah, y respecto a los carros, yo iré en el que tengo escondidas las armas. Si esos guardias nos descubren, venderé cara mi vida con el filo de mi espada.

Silvania miró al clérigo, pero no hizo gesto alguno ni se molestó en responder.

Silvania miró al clérigo, pero no hizo gesto alguno ni se molestó en responder.

Athedain hizo por cruzar la mirada con la mediana, llamando su atención con un movimiento de cejas, y al tener la atención de la arquera, se encogió de hombros mostrando a la vez las palmas de las manos, como queriéndole decir: "Perdónales, Señor, porque no saben lo que hacen."

Mientras discutía el grupo continuaba aproximándose a la ciudad. Pronto salieron de la zona de protección del conjuro de Movaris y entraron en el camino principal. Aunque era temprano ya se veía algún movimiento por la carretera: campesinos en dirección a la ciudad, algún carromato de mercaderes. Viendo la escena era difícil imaginar que la guerra hubiera llegado al límite de Predemia.

Pero la falsa sensación de paz se disipó en el momento de alcanzar lo alto de una colina. El camino descendía hacia la ciudad, que se encontraba en la base del valle, y que podía verse en su mayor esplendor. Predemia era una mole colosal, un hexágono de casi siete kilómetros de radio donde vivían miles de seres. Desde aquí la ciudad se veía bullir de actividad. Chimeneas humeantes, gente alrededor de sus puertas... Y los campamentos. Varios campamentos militares estaban asentados por la parte exterior de las murallas. Miles de soldados que se encontraban a un muro de distancia de la supuesta paz del interior. El grupo contempló el despliegue de las tiendas de campaña - centenares de tiendas de campaña - desde lo alto de la colina.

Había cuatro entradas a la gran ciudad, todas ellas custodiadas por torres de guardia. El camino se deshacía en vías secundarias para alcanzar cada una de estas entradas.

-¡Mira Rómulo, una madriguera de termitas! -Dijo la semielfa alzando su brazo y señalando con su larga uña la ciudad desde la distancia. Una sonrisa de cinismo se dibujó en su rostro. La visión de la vida de la ciudad desde esa posición no le era para nada extraña; todo parecía normal, pese al movimiento de los ejercitos en el extramuro, pero imaginar que en algún lugar de esa gran urbe se preparaba un ejército de muertos vivientes le hizo senitir cierta sensación de incredulidad.