Partida Rol por web

- Ojalá tengas razón - asiente el druida a las palabras del servidor de Random - Y que tu dios nos preserve vivos para disfrutar de un mundo sin el mal que genera ese ser - añadió poeticamente.

Arthedain sonríe mostrando los dientes, y sin dejar de cabalgar prepara la ballesta.

Arthedain espera a estar a distancia de proyectil, frena el caballo, apunta y dispara.

Silvania nunca había pensado como una mujer, criada entre soldados, por gentes que no eran de su raza, había desarrollado un caracter reservado e incluso arisco. Cuando otras buscaban una hermosa falda, ella buscaba una daga de mejor calidad, cuando las demás tonteaban con hermosos soldados, ella corría entre las zarzas con el arco en la mano tratando de cazar conejos.

Quizás por eso jamás se había enamorado. Se había acostado con algún mediano como ella, más por curiosidad que por placer. Pero la experiencia no había sido como para echar cohetes. Desde luego, por ninguno de aquellos había sentido más que una momentánea y fugaz atracción animal.

Alguna vez había meditado sobre ello, y había encontrado que había un gran hándicap en su experiencia vital. Todo soldado debe saber por qué lucha, qué está protegiendo, por qué merece la pena morir. Ella nunca lo había sabido... hasta ahora.

El odio que sentía por aquel nigromante, curiosamente, había despertado en ella un recuerdo, un curioso recuerdo de un instante de auténtica felicidad. Había sido unos cinco años atrás. Lizara había montado una recepción para un joven noble y su séquito y Silvania había sido parte de la guardia del castillo durante horas para protegerlo de cualquier eventualidad. Una cena festín para aquellos nobles que había continuado con un baile amenizado por un fantástico grupo de juglares.

Alguna vez Silvania había caído víctima del hechizo de los bardos, había asistido fascinada a sus tramposas odas y repudiado después a aquellos manipuladores cuando el hechizo había cesado. Pero aquella nocha, desde su torre de vigilancia, había escuchado con sumo agrado aquella música lejana, en un hechizo hermosamente imperecedero. Pero Lizara no era una mala dama a la que servir y Silvania la adoraba por ello. Cuando sus visitantes se fueron, ofreció el salario de otra noche a los juglares, y cuando la guardia cenó tras tantas horas de vigilancia, lo hizo para después tener su propio baile privado, con las misma lujosa música que horas antes había acariciado los oídos de los nobles.

Uno de aquellos alegres juglares había sacado a bailar a Silvania, y ésta, que no estaba muy entrenada pero tenía una agilidad y coordinación dignas de la mejor bailarina, había flotado sobre sus pies durante varias canciones, adulada por la sonrisa pícara del hermoso joven y la feliz euforia que le habían causado dos copas de vino. No había sido mucho tiempo y unas canciones más tarde era otra joven soldado la que recibía sus aduladoras miradas, pero aquello no había amainado la incontenible felicidad de Silvania al ritmo de las notas del acordeón y el flautín. Ahora sabía por que luchaba, para que la gente pudiese sentir aquella felicidad, porque en un futuro encontraría a alguien que la hiciese sentir todos los días como si estuviese bailando con la música del mejor grupo de juglares de todo el reino. Aunque ese alguien, estaba segura, no sería jamás un aventurero.

Cuando cabalgó hacia el nigromante lo hizo dispuesta a morir. Después de todo, morir no era tan malo, algún plano exterior donde sonase música estaría dispuesto a acogerlo. Mucho peor que morir en vida era vivir en la muerte, y eso era lo que ella había venido a evitar.

Gaius dispara mientras cabalga, hasta aproximarse a los guardias, cuando tratara de pasarlos dejandolos en mano de sus compañeros, y llegar al nigromante.

Robin emprendió al galope junto a sus compañeros y no tenía la más mínima intención de detenerse... a menos que se quedara solito como la una; sin duda Random estaba a su lado, pero siempre había la posibilidad de que no lo estuviera, o sea que más valía ser precavido; además, tampoco tenía prisa por conocer al Jugador "in person".

Había demasiado en juego.

Mientras agarraba preparaba el equipo que creía que iba a necesitar en el combate  para llevar a cabo la estrategia que habían pensado llevar a cabo, echó un último vistazo a sus compañeros. Ahora todo estaba en calma, pero dentro de un momento todo se volvería un caos, y aunque no quería pensar en ello, hasta era posible que alguno de ellos muriera.

Bhain esbozo una mueca .- Cuadno este a 100´disparare mi tiro, luego tras acercarme lo suficiente, desmontare y proseguiré el combate hasta el nigromante. Se que sobra decirlo, todos sabeis lo que debeis hacer, pero recordad, debemos centrar nuestro fuego sobre el.

Mama preparo con esmero su bolsista de componentes mientras observaba a los demás hacer sus preparativos, cogio con firmeza a varita y rozo con suavidad el colgante que llevaba puesto. Cuando estuvo conforme con todo se coloco al lado de sus compañeros lista para la carga.

-Si se me presenta alguna oportunidad tratare de romper el control que tiene sobre alguna de esas criaturas-Les dijo a sus compañeros mientras esperaba el momento adecuado para iniciar la galopada.

El resonar de los cascos repiqueteó en toda la garganta cuando el grupo se lanzó a la persecución de su objetivo: el nigromante y sus monstruosos defensores. Sin sorpresa vieron como los perseguidos se percataban de su presencia. Era inútil huir, así que el brujo se dio la vuelta y mientras la distancia se acortaba devorada por la velocidad de los aventureros dio orden a sus guardianes de que tomaran posiciones. Los otros no se arredaron y continuaron en pos del nigromante que tanta maldad había esparcido ya por la ciudad... ¡Era prioritario evitar que llegase a la fuente del río!

- A por ellos - el mediano, exitado apura a su cabalgadura hasta sentir que está a una buena distancia de disparo. En su mano, tiene la honda preparada con uno de las piedras mágicas que acaba de convocar para dar cuenta de los no-muertos

- Recuerden, no debe escapar - arenga, inutilmente, a sus compañeros mientras revolea su honda sobre la cabeza y deja salir el proyectil contra uno de los esqueletos antes de avanzar firmemente montado en dirección a los enormes esqueletos.

Arthedain, entre frenar el caballo y preparar la ballesta, se toma su tiempo antes de estar preparado.