Partida Rol por web

3 de Mayo de 1927,

El día amanece nublado y a la hora prevista para el funeral ya está lloviendo. Llegáis al lugar del entierro y véis un féretro alrededor del cual hay un pequeño grupo de gente vestida de negro.

Un sacerdote de edad avanzada, lee pasajes de la biblia con voz montóna desde una silla de ruedas. En total hay nueve personas vestidas de negro (los asistentes), más dos detectives con aires misteriosos (Konrad y Michael) y un hombre gordo que emana sabiduría (Harper) , todos los asistentes van provistos de paraguas.

Konrad buscó a Harper entre los congregados. El detective era mas bien bajito, feo, con la nariz aplastada por las constantes peleas, una cicatriz en la mejilla derecha y los ojos hundidos, pero ancho de hombros y porte atlético. Iba vestido con una gabardina marrón y un sombrero del mismo color, todo ello impecablemente limpio. Sacó una petaca del bolsillo de su gabardina y echó un trago con aire distraído. Por fin, localizó a Harper. Se dirigió hacia él, y se presentó hablando en voz baja.

- Hola Harper. ¿Como va? Por cierto, te acompaño en el sentimiento

Me había costado más de la cuenta levantarme aquella mañana a pesar de no encontrarme especialmente cansado, tal vez fuese por la oscuridad que las grises nubes le aportaban al cielo o por el mal funcionamiento de un cacharro que se hacía pasar por despertador, en cualquier caso llegaba un poco tarde...

Me había ataviado con uno de mis habituales trajes, con la única precaución de que esta vez fuese de color negro, camisa grisácea y corbata también del color de luto... Consideraba que el conjunto era elegante e indicado para el acontecimiento, pero no me había esforzado demasiado con respecto al resto de días. Siempre me gustaba ir todo lo elegante que mi sueldo permitía, valoraba la apariencia como una herramienta más en mis investigaciones.

Me mantuve al margen, observando a los presentes sin demasiado descaro, no parecía reconocer a nadie salvo a ese investigador del que tanto había oído. Siempre me resultaba incómodo estar en lugares a los que no había sido invitado de forma directa... puede que fuera una de las situaciones más molestas de mi trabajo.

Continué escuchando las palabras del sacerdote, mientras las gotas de lluvia tamborileaban con creciente violencia contra los numerosos paraguas que allí se habían reunido por razones poco agradables, esperando el momento propicio para intervenir sin resultar impertinente.

También pude observar que la combinación de la lluvia y el barro había logrado extinguir el olor a muerte característico del aire en aquel lugar, quizá aquel fuera el único gesto piadoso de la mañana...

El día amaneció triste y nublado, no podía ser de otra manera. Mientras oía al sacerdote orar por su pobre alma, no podía dejar de pensar en lo mucho que me había ayudado Philip, fue un buen hombre para mí. No estaba prestando mucha atención a los asistentes hasta que Konrad se me acercó a darme el pésame.

- Gracias Konrad, era un gran hombre. Me alegro de tenerte cerca en estos momentos.

Le palmeo la espalda y reparo en mi vestimenta, me he puesto el traje mas sobrio que tenía con una gabardina gris. Irónicamente no he probado bocado en las últimas veinticuatro horas y parece que la ropa flota a mi alrededor.

- Es una forma rara de hacer dieta.

No puedo evitar sentirme culpable al tener este pensamiento banal.

- No hay de que, amigo.

Konrad escuchó con indiferencia las palabras del anciano sacerdote. Nunca había sido creyente, y todas esas ceremonias le decían bastante poco, pero se quedó por respeto a su amigo. Eso si, no pudo evitar encenderse un cigarro; era su "terapia" para calmar su estado de agitación.

Entre los nueve asistentes vestidos de negro cubiertos con paraguas, destaca detrás del sacerdote un tipo alto vestido con el uniforme característico de color gris propio de un chófer, completan el atuendo unas altas botas negras y una gorra ,sostiene un paraguas con el que cubre al sacerdote, el chófer tiene la mirada perdida en la lejanía y apenas parpadea.

Junto al sacerdote está la única mujer, una mujer madura,  bajita y regordeta, ya pasada la sesentena, lleva la cara cubierta por un velo y no deja de sollozar mientras el sacerdote lee las Sagradas Escrituras.

Del brazo de la mujer, consolándola, hay un hombre de unos treinta años,regordete y con una calvicie incipiente,amén de una ligera mueca que parece fija en su cara.

Junto a ellos hay también un hombre pasado de peso, de unos sesenta años , que reconocéis como el Doctor Douglas Walters (uno de los médicos más conocidos y mejores de Providence).

A su izquierda  hay un hombre alto, de pelo gris y apariencia robusta con un cierto aire de nerviosismo.

Al otro lado de la sepultura hay tres caballeros, uno de ellos es un hombre fornido que se acerca a los sesenta años que reconocéis como el Juez Braddock y que al igual que el hombre que tiene a su lado, no deja de mirar el reloj.

Un poco apartado de ellos hay un hombre algo más joven, que espera pacientemente bajo la lluvia. Apartado del resto de la comitiva, hay un hombre de mediana edad que luce una expresión de estudiada solemnidad.

La mujer es Angela Vincenzo y el hombre que está junto a ella es Emmott Baxter , el hijo de Philip . El hombre algo más joven es Harold Englehart, el Administrador de la Universidad.

El hombre de la expresión estudiada de solemnidad no es otro que Alvin Beswick, enterrador y conductor del coche fúnebre del cementerio.

El Juez Braddock y tú os conocéis muy bien, ya que has tenido que verle en 1925 y 1926 en tus sucesivas detenciones, es un hombre justo y de no ser por él, habrías pasado una larga temporadita a la sombra.

El hombre alto, de pelo gris y apariencia robusta tiene un aire de impaciencia debido a un profundo nerviosismo. Tú lo sabes bien.

La presencia de Konrad me saca de mi ensimismamiento y recuerdo que debo comenzar a investigar lo que sucedió aquella noche. Reconozco al hijo de Philip, Emmott al lado de Angela, consolándola con quien cruzo un breve saludo a distancia y al administrador de la universidad, Harold Englehart que también se ha dejado caer por aquí.

Voy susurrando los nombres de quienes conozco a Konrad.

- La mujer mayor en Angela Vincenzo y el hombre que la consuela es el hijo del difunto, Emmott Baxter. El hombre joven más apartado es Harold Englehart, el administrador de la universidad. El resto ya debes conocerlos.

Konrad asiente con la cabeza 

- Si, conozco al juez Braddock. Un buen tipo; me ha librado de pasar más tiempo en chirona del que sería recomendable. Y todo el mundo conoce al doctor Walters. ¿Pero quien es el tipo que está a su lado? Parece nervioso.

- No conozco a nadie más. Le digo en un susurro.

El viento no parecía estar dispuesto a menguar en ningún momento y si aquel sacerdote no terminaba pronto con sus sermones empezaría a preocuparme por acabar irremediablemente calado y congelado hasta los huesos.

Continuaba algo distante, dispuesto a intervenir cuando la sagrada ceremonia encontrara su fin, sin embargo ya había encontrado tiempo para observar a los presentes y para intentar adivinar sus posibles identidades, algo que no resultó para nada sencillo con la única salvedad de un par de personalidades cuya presencia resultaría tremendamente apropiada.

El primer gran interrogante para mí resultó ser aquella mujer, la única que había acudido, ¿de quién se trataba? Dada la esquela, esperaba encontrarme con sus tres hijos, sin embargo, era demasiado mayor para tratarse de Cynthia...

Por otra parte aquello arrojaba otra incógnita que debía ser despejada: ¿por qué una hija no habría acudido al funeral de su padre? ¿Y sus otros dos hijos se encontraban entre los presentes o habían seguido el ejemplo de su hermana?

En cualquier caso, por el momento, no podía hacer nada más que esperar.

En pocos minutos se da por concluída la ceremonia, los asistentes tienen prisa por guarecerse de la lluvia y rápidamente, como si de un baile se tratare, los asistentes comienzan a formar corrillos en los que hablan en voz baja.

La mujer y el hombre con incipiente calvicie se acercan al lugar donde Harper y Konrad se encuentran, cerca de ellos, Michael puede escuchar la conversación.

Se acerca del brazo del otro hombre y al llegar a la altura de Harper ofrece la mano al hombre

- Me alegro de que haya venido señor Welles - dice sollozando mientras espera a que el profesor estreche su mano.

Se acerca y espera a que estreche la mano de su acompañante para tender la suya propia

- Cuánto tiempo sin verte Harper, lástima que sea en estas... circunstancias.