Partida Rol por web

Bienvenidos a la Casa de Ravenclaw, donde vuestra inteligencia no conoce límites y es brillante como la estrella más hermosa en un cielo negro.

Esta es vuestra Casa, y aquí podréis tramar planes, crear estrategias, y hablar de lo que queráis ^^

Desde el umbral de la puerta, sin atreverme a entrar, con las manos por delante sujetando los libros tímidamente, y la mirada gacha sin alzarla del todo del suelo, muestro una delicada sonrisa mientras mis pómulos enrojecen de vergüenza.

- _Hola... - digo suavemente con la boquita pequeña.

Criada en otra cultura, con distintas costumbres, esta experiencia puede resultar más dura de lo que en principio hubiera deseado. Pero no avergonzaré a mis ancestros. No defraudaré a mi padre y a mi madre. No.

Me aclaro la garganta y alzo el mentón al frente. Yergo mi espalda y cuadro mis hombros.

- Hola - espeto firmemente.

- Hola a todos. Me llamo Chang Cho* - mi inglés es correcto, casi perfecto. Como también lo es mi marcado acento Chino al hablarlo

Como todos los años, nuevos y viejos alumnos se presentan en Howarts para aprender conjuros. Y a mí se me encomienda la tarea de dirigirlos, tarea que no me molesta. Sobre todo porque la mayoría de alumnos que vienen a parar a esta casa son buenos estudiantes.

- Hola a todos - puse mi voz fuerte para que me oyeran todos los de la sala - me presentaré para los que no me conozcan ya. Soy el profesor Filius Flitwick y además de ser el Jefe de la Casa de Ravenclaw os enseñaré encantamientos. Y para los que crean que estos hechizos son menos útiles que los de duelo es porque no me han conocido a mí como profesor.

Una chica empezó rompiendo el hielo presentándose. Al principio parecía tímida, pero luego aumentó su seguridad. Hice un inclinamiento de cabeza como saludo e hice un gesto para que los demás también se presentaran.

Una boca de deslumbrantes y blancos dientes le sonreía desde el reflejo del espejo de mano que sostenía Gilderoy ante sí, elevando las cejas de distinto modo para comprobar cómo variaba la expresión de su faz ante cada pequeño cambio, ensimismado con la riqueza de la expresión de su rostro.

Aquella sonrisa se amplió de un modo casi imposible ante la aparición de la nueva chica, impulsándole a levantarse como un resorte de la butaca que ocupaba. Cuando llegó hasta ella el espejo que antes sostenía había desaparecido misteriosamente y en su lugar había una fotografía de 10x20 en la que aparecía él mismo, sonriendo y saludando.

- ¡Cho Chang! Bienvenida, por supuesto que sí, pequeña. Yo soy Gilderoy Lockhart - se irguió cuan alto era, hinchando pecho con orgullo -. Es posible que mi nombre te suene por varias de mis obras aunque recientemente publiqué "Gilderoy y Goliat", donde narro mi reciente aventura viviendo entre gigantes. Pero no te dejes intimidar, la fama no se me ha subido a la cabeza, por supuesto que no, jaja. Toma, una foto mía como regalo de bienvenida - la presentación de Flitwick le llevó a acercarse a él y darle una palmadita en la espalda. O era su intención porque la altura del diminuto profesor hizo que se llevara una colleja -. Por supuesto que sí, profesor Flitwick, siempre he dicho que uno tiene que valorar sus habilidades. Aunque no desprecie el valor de otros hechizos, estoy seguro de que podría enseñarle un par muy útil, incluso aquel encantamiento para transformar la tierra en oro que aprendí en mis viajes por Madagascar... pero está todo en mis libros, seguro que ya lo habrá leído, jaja.

La chica rubia de extensos cabellos rubios entró casi sin hacer ruido. Llevaba unas gafas bastante extrañas que ocultaban sus saltones ojos azules y que resaltaban más su pálida piel. Se acercó al resto de presentes con una sonrisa amable y un taco de revistas entre sus brazos.

Con su voz dulce y hablando en un tono casi susurrante, empezó a repartir revistas:

- ¿El último número de "El quisquilloso"? ¿"El quisquilloso"?- una vez que terminó de ofrecerlos, se ajustó las gafas y se presentó sin darse cuenta de que quizás era lo primero que debía haber hecho- Soy Luna Lovegood. Por si no me conocéis.¡Vaya...!- se centró entonces en el rubio que firmaba ejemplares. Parecía que se había dado cuenta de quién era- ¡Tienes una ingente cantidad de torposoplos a tu alrededor!- o no.

Se sentó en uno de los sillones y abrió la revista para comenzar a leerla al revés.

         El señor Ollivander era, con el favor de todas las opiniones, el mejor fabricante de varitas, pues provenía de un largo linaje y una larga tradición familiar en el negocio que databa desde el 382 a.C., como así rezaba con letras doradas en la puerta de su establecimiento.

        Aquella mañana el anciano fabricante, extraordinariamente, había cerrado la pequeña y estrecha tienda del callejón Diagon para buscar refugio, como tantos otros magos y seres mágicos, entre los gruesos y altos muros de la escuela Hogwarts.

        Cuando entró en la amplia torre de los Ravenclaw, algunos se encontraban reunidos otros quizás estarían por llegar.

        -Buenos días tengan todos ustedes… Profesor Flitwick… Profesor Lockhart… Señorita Chang… Señorita Lovegood…-saludó a los que se encontraban allí presentes. Algunos recordaba perfectamente haberles vendido sus varitas. -¡Aaah! ¡Cuánto tiempo!… -dijo pasando su mirada velada de grandes ojos claros por la habitación. -Esto se mantiene igual- sentenció.- Supongo, que aún quedarán algunos por llegar.

        Dejó su añejo y polvoriento baúl al lado de la butaca más próxima de las que observaba desocupadas. De repente, una cinta métrica pareció escapársele de su bolsillo y, flotando en el aire, comenzó a medir con el criterio de su libre albedrío a los que contemplaban al recién llegado. Hasta que el señor Ollivander le dedicó una severa mirada. Momento en que esta se dejó caer inmóvil sobre el cojín.

Cada paso que daba era una ceremonia en si misma, una no muy sobria se podría decir. Envuelta en mantas de tela que se asemeja a la de los manteles, con sus enormes anteojos cuyos lentes asemejan mas lupas que otra cosa. Se paseaba de un lugar para el otro observando las paredes, las ventanas, la chimenea. - Esto es malo, las cenizas... Esto es claramente... Balbuceaba sin prestar atención a nadie mas.

De repente se giro sorprendida al escuchar a otras personas en la habitación. - Adelante jóvenes inexpertos en los artes adivinatorios, con mi guia les llevaré por un mundo fascinante, lleno de secretos y peligros... Decia usando una voz teatral mientras movia las manos con gestos elaborados y perfeccionados con el tiempo.

- Soy la profesora Sybill Trelawney, encargada de la enseñanza de la magia mas antigua de todas- decía con absoluta convicción.

Observó algo enfadada al señor Olivander por pasar de ella al saludar, pero de inmediato giro su atención a una ventana por la que se podía ver un ave surcando el firmamento. - Interezante.

Era una lástima no estar en la misma sala que Minerva, no confiaba ni siquiera una pizca en el poder del profesor Flitwick y de Sybill, a decir verdad no intimidaban nada en absoluto. ¿Qué pasará si asaltan esta sala primero? Empezó a mirar con el ceño fruncido al resto hasta que sus ojos se cruzaron con Gilderoy Lockhart, y suspiró.

Al menos tenemos a un gran guerrero entre nuestras filas. -Soy Argus, el celador. Si necesitáis alguna cosa acudid a mi por favor.

Observó a la señora Sybill y la chimenea con sus cenizas, se sintió horrorizado al pensar que podía empezar a esparcir el polvo en algún tipo de ritual. ¿Profesora Trelanwney no iréis a juguetear con esas cenizas no?-dijo aquellas palabras casi como si las gruñera. -Porque no voy a limpiarlo.

Las palabras de Filch la hicieron girar en redondo. Mi magia no es un jugo señor, las artes adivinatorios merecen todos los sacrificios que requieran.

Suspiro molesta.

Y limpiar es su trabajo. - No tenia intención de hacer nada con las cenizas pero la irritaba que le faltasen el respeto a su apreciada ciencia.

Argus se quedó mirando unos segundo a la profesora de adivinación hasta que asintió de mala gana. -Como gustéis... Dicho eso fue hasta el armario y se armó con una escoba por si acaso a alguien se le ocurría tocar la ceniza de la chimenea.

Todos se habían presentado. Eso era bueno, en Ravenclaw podía haber alguien tímido, pero todos somos, o eso espero, racionales. Y lo racional ahora era colaborar para salir de esta situación.

Intenté no hacer demasiado caso a Gilderoy Lockhart cuando hablaba de sus aventuras. Había oído hablar de él. No por las cosas de las que se jactaba haber hecho, si no más bien de su carácter vanidoso y rimbombante. También estuve a punto de enseñarle el Wingardium leviosa para que lo sintiera por sí mismo cuando presumía de convertir la tierra en oro al tiempo que me daba palmaditas en el cuello.

A pesar de ello me contuve, no estaba la situación para banalidades. Debíamos encontrar a los mortífagos camuflados y si no lo hacíamos todos en el Gran Comedor lo podríamos allí como Casa.  Los águilas somos audaces, listos, de algo tiene que valer. 

— Espero que todos estéis tan orgullosos de esta Casa como yo — que para eso la dirigía yo —porque debemos pensar en algo. Si no queremos que los traidores nos maten.

Luna se levantó las gafas, colocándoselas encima de la cabeza al tiempo que apartaba momentáneamente la vista de la revista, centrando sus grandes ojos en los demás presentes:

- Creo que somos astutos y listos. Siendo discípulos de Rowina Ravenclaw creo que podremos sobrevivir.- comentó con su dulce voz. Realmente lo pensaba. Había muchas personas interesantes en la casa. Un profesor de Encantamientos, un famoso mago, la profesora de Adivinación, el fabricante de varitas, el conserje y dos chicas jóvenes. Realmente a Luna le parecía un equipo sólido.- No seremos los más fuertes, pero no somos una casa a la que los demás se enfrenten como prioridad.- se encogió de hombros, volviendo a bajar las gafas hasta sus ojos sin haber pestañeado ni una sola vez- Debemos aprovechar esa ventaja. ¿No creéis?

Se percibe un aire de pesimismo entre las palabras de las garndes personalidades de la casa. No es de extrañar, la situación es comprometida cuando menos. Genera preocupación y situación de esta índole requieren liderazgo y arengas para mantener la moral y el espíritu altos.

Pongo una sonrisa tímida ante las palabras del resto de la casa. El optimismo que dibujan.

- We will prevail - recito mentalmente el antiguo lema de mi Familia y mis Ancestros.

La sonrisa tímida da paso a una pequeña sonrisilla en la comisura de los labios.

- Por supuesto... - contesto tímidamente a la pregunta de Luna acercándome con silenciosos pasitos a su lado para no tener que levantar la voz demasiado. Pues la dualidad confianza-timidez es lo que tiene.

- Prevaleceremos, no lo dudes. - Esta vez la afirmación resulta rotunda. Como si hubiese surgido de miles de voces hablando desde el profundo abismo del devenir impacable de los tiempos.

Mis ojos miran entonces y por un sólo momento, orgullosos al resto de profesores y miembros de la casa.

A continuación, vuelven a esconderse tímidamente perdiéndose entre las llamas de la chimenea que rugen al fondo de la habitación.

No pude evitar sonreír de orgullo al ver como las alumnas apoyaban lo que era un intento de tranquilizarlos a todos que él mismo había dicho antes. A veces son ellos los que nos enseñan, tan seguros de sí mismo, tan optimistas. Por desgracia, los adultos hemos visto demasiadas cosas como para creer que todo tiene solución.

Aún así, intenté ser un poco como ellas, no podíamos caer en el pesimismo.

— Bien dicho, señoritas. Ese es el espíritu — pero tampoco quería edulcorar demasiadas cosas — aunque no voy a mentiros. Si lo que el Director Dumbledore es cierto, y no hay razón para pensar que no lo es, estamos en una situación peligrosa. Puede que la más peligrosa a la que nos hemos enfrentado hasta ahora. Pero espero que unidos, sí, prevaleceremos.

Me había gustado la palabra de Chang, era inspiradora. Prevalecer, seguir adelante sin importar qué ocurriera. Ojalá la realidad fuera así siempre.

"Prevaleceremos, no lo dudes". Magnífico, aquella frase era una mina de oro que aparecería en su próxima novela, sin duda. No resultaría una obra demasiado compleja para su gran habilidad como borrador de memoria eliminar el recuerdo de aquella simple oración de la mente de la asiática.

Para que nadie notara el rumbo de sus pensamientos asintió con entusiasmo, luciendo su sonrisa de blancos dientes como defensa contra el mundo, a la par que como argumento contundente para ganarse la confianza de cualquier persona que tuviera a bien iniciar una conversación con él.

- Magníficas palabras, las de estas dos jovencitas - afirmó, dando énfasis con un sentido asentimiento de cabeza antes de acercarse a ambas y pasar un brazo por los hombros de cada una en lo que él consideraba un ademán protector -. No tenéis nada que temer, nada, mientras mi colega y yo estemos aquí para protegeros. Y prevalecer, por supuesto - concluyó, dirigiendo su rostro sonriente a Cho -. Y sobre todo, si veis algo sospechoso no os hagáis las heroínas e informadnos de inmediato. Para eso ya estamos los profesionales.

Repentinamente… llenó los pulmones con un grito ahogado. Unos balbuceos habían conseguido asustar al señor Ollivader. No había visto a la profesora Trelawney, cuya presencia se había camuflado entre las sombras que se proyectaban cerca de la chimenea. Y la forma en que había guardado silencio desde que él se adentró en los aposentos, prácticamente imposibilitó percibirla. Por fortuna, su corazón era fuerte y podía resistir a uno o dos sobresaltos.

Bocetó una sonrisa dispuesto a enmendar su error presentándose, aunque la profesora de Adivinación tenía su atención perdida en la ventana.

Entró Argus con la Señora Norris, y también los saludó. Así mismo hizo ademán de intervenir y consolar la paz cuando estos discutieron, por suerte, el asunto se solucionó por sí mismo.

El anciano fabricante recogió con sus largos dedos la cinta métrica y la devolvió a su propio bolsillo justo antes de sentarse en la punta del sillón, con la espalda recta, las rodillas en un cuidadoso ángulo de noventa grados y con las manos apoyadas delicadamente en ellas.

Se concedió cerrar los ojos mientras el profesor Flitwick versaba sobre el hecho de sentirse orgulloso de pertenecer a la casa de los Ravenclaw. El señor Ollivander, permitió sentirse joven un momento e hinchó el pecho llenándolo de orgullo, aire y recuerdos que lo condujeron al mismo sitio pero muchos años atrás.

- Profesor Flitwick ¿a que se refiere con permanecer unidos? Preguntaba la maga con poca seguridad.
- Hogwards es nuestra casa y a ella debemos comprometernos... ¿O es que piensa que las otras casas nos van a atacar?- La sola idea la espantó, perdió el color de las mejillas y por poco se desmaya en el puesto en que se encontraba.

No puedo evitar que mi rostro adopte un gesto de cierta repulsa y asco ante la acción de Lockhart de pasar un brazo por nuestros hombros. Allí de dónde vengo, esto no es normal. Está a mil quinientos kilómetros de ser normal. Un adulto no toca a una adolscente de esa manera. No, no, no.

- Y mucho menos a mí, ¿qué se ha creído? -

Como un gesto impulsivo, frunciendo el ceño, aparto de un manotazo el baboso brazo del lujurioso pendenciero que cuelga de mi hombro ondeando como un péndulo sobre mi pecho. Doy un paso al frente y me giro para encararme a él con cara de evidente enfado.

Un instante después me recompongo de inmediato y me doy cuenta de lo que acabo de hacer ante la atenta mirada ojiplática del resto de la sala.

Llevándome las manos a la boca exclamo.

- ¡Oh! Lo siento mucho Señor Lockhart - digo tímidamente alzando una mano al frente a modo de disculpa mientras la otra permanece tapando mi boca, aún incrédula de lo que acabo de hacer - le pido disculpas. - y agacho la cabeza avergonzada.