Partida Rol por web

Los Hijos del Acero.

Thiaras. Un encargo singular.

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23/11/2016, 02:24

I.

No era la primera vez que se encontraba en la cueva de Gyllepokk. Artemis sorteó un estante repleto de rollos de pergamino, rodeó una gruesa columna, desgastada, que tenía cientos de símbolos grabados y desvaídos, pasó entre dos montones enormes de chatarra, uno coronado por una gruesa armadura de púas de color carmesí, el otro contenía, entre otras reliquias, una cabeza de alce cuyos ojos parecían humanos, el asta quebrada de una bandera chamuscada y un viejo arcón de metal en cuyo interior zumbaban moscas de buen tamaño. O algo peor.
En su andar se tropezó con una mesa repleta de platillos de loza, todos ellos repletos de gemas ambarinas, plateadas y rosadas, que correteaban como hormigas. También encontró una marmita llena hasta arriba de doblones de oro. Artemis sabía que no debía tomar nada pues aunque su dueño aún no había aparecido siempre le había dejado claro que se enteraría si no era sincero con él. Y uno se debe tomar en serio las advertencias que un mago te hace en su morada.
Lo vislumbró al final, con una antorcha en una mano, mientras rebuscaba en un montón de telas y vestidos, entre los cuales se encontraban también disfraces de hombres, como pieles enteras arrancadas de un cuerpo, tan perfectamente manufacturas que parecían reales.
El anciano se giró a tiempo para ver a Artemis, a pesar de que este no había producido ningún ruido ni chocado con los mil y un cacharros, trofeos y disparates que había montado a su alrededor. Gyllepokk era imposible de sorprender. Podía creer que sus pertenencias eran parte de él, y que le susurraban a su vieja cabeza demacrada quien se movía entre ellas.
Historias, mitos de un hombre del que apenas sabía nada salvo que era buen pagador.
—Ah, Artemis, puntual como siempre —el anciano le sonrió sin llegar a mirarle realmente, le tendió la antorcha e introdujo su segunda mano en el montón —. Si, aquí está —exclamó, jubiloso en su rostro manchado —. Un botón dorado del traje de un hombre muerto en la víspera de los difuntos —recuperó la antorcha y avanzó hasta una mesa baja, de cristal, cuyas patas diamantinas emulaban las garras de un león.
Colocó con cierto aire ceremonial el dorado botón sobre la superficie de la mesa donde descansaban otros objetos peculiares; un escarabajo de fuego encerrado en una pequeña jaula, tres plumas negras cubierta de pelo negro de cabra, un ojo carnoso demasiado grande para ser humano, y que parecía devolverle la mirada, un pedazo antiguo de pergamino cuyas letras producían mareo solo de mirarlas…
—Tardaré aún unas pocas lunas en encontrar el resto entre mi colección —le explicó.
Su “colección” era fantástica. Artemis podía apreciar retazos de antigua historia estigia, oro, acero y platino hiperbóreo, sedas prohibidas de Kithai destinadas únicamente a cubrir la sagrada piel de sus princesas, pelajes de bestias provenientes de los reinos negros de Kush. Cada pieza provenía de un rincón del continente. Gyllepokk se mimetizaba con su colección ya que su aspecto gastado impedía ver de dónde provenía realmente el anciano. “Un poco de todos lados”, le había dicho el anciano una vez.
Ataviado con una holgada túnica dorada, ya sin brillo, el anciano era un esqueleto andante, encorvado, de cabeza pelada, de buitre, y ojillos brillantes, de insecto. Su mirada lo era todo. En ellos no había un solo color, sino que su iris pasaba del azul al gris, y de este al marrón, recorriendo el verde, el plateado y el rojo más suave. La clase de ojos hechos para ver todo tipo de cosas, la clase de ojos que comprendían lo incomprensible y que jamás se sorprenderían.
—Aún me falta algo, un ingrediente vital. Por eso te he llamado. Veamos ¿Dónde la puse? —su voz sonaba igual que una babosa arrastrándose por el cráneo desnudo de un hombre —. Si, ya recuerdo.
Tras él había un enorme montón de lo que cualquiera diría que era basura, un conglomerado de objetos tan llamativos como inútiles. Tomó un pequeño cofre lacado entre las manos, lo depositó en el suelo y lo abrió, extrayendo de él juna fina daga. Su filo era de plata y su empuñadura, tallada en alguna madera negra que Artemis no logró identificar, tenía formas extrañas que evocaban sombras reptantes de la misma calidad que las que recorrían los suelos de los palacios para arrancar a los niños de sangre noble de sus cunas.
—Servirá. Necesito que mates a un hombre —comentó sin que una gota de emoción amargase tales palabras —. Bueno, sinceramente, no necesito que lo asesines a no ser que seas capaz de traerme sus colmillos sin quitarle la vida. ¿No? Toma la daga, te servirá pues no es un hombre común. Incluso para ti, príncipe de los asesinos, puede resultar más que un rival.
La daga estaba fría de forma antinatural, pues pudo sentirlo a través de los guantes. No era la primera vez que trabajaba para aquel hombrecillo tan excéntrico. ¿Hechicero? ¿Un viejo rey que gastaba su fortuna en recolectar objetos de toda índole? ¿O todo era una fachada y pertenecía a algún gobierno y, con aquella ridícula tapadera, se permitía conspirar contra el mundo amparado en la seguridad que le confería su disfraz? Poco importaba, la paga era buena. Y de una cosa estaba segura, si Gyllepokk había puesto su vista en ese desgraciado era porque no era un hombre común. El gran tiburón blanco, el gorila de lomo plateado, el león de negra melena; Amra, decían los negros de la baja Kush. Una presa digna para un cazador aventajado.
Cierto, las misiones del anciano eran algo extrañas. Muchas veces le parecía haberse convertido en un mensajero extraño o en un recolector de ingredientes cuya utilidad final podía ponerse en entredicho. Si bien un encargo fácil, en apariencia, una única eliminación, requería de más habilidad que cualquier otro trabajo encargado por un señor de la guerra, un duque o un general. Gyllepokk sabía a quién tenía que acudir cuando requería un trabajo bien hecho que no llamase la atención. No en pocas veces Artemis había pensado que el anciano actuaba, fingiendo senilidad o arrebatos inesperados de júbilo, formando así una mascarada que escondían su auténtica y vil repugnante naturaleza.
—Su nombre es Parsanes, no puedo decirte más, muchacho. No sé qué aspecto tendrá hoy día aunque te aseguro que será hermoso. Se encuentra en Thiaras, en Ofir. O puede que tú llegues antes, sueles ser puntual. Eso me gusta. También los relojes. Nunca me fallan. Como tú —se sacó de su ancha manga un pequeño saquito que le lanzó a la cara no sin cierta fuerza. Artemis lo cogió al vuelo —. Un adelanto, para gastos. Como siempre. Habrá diez más como esa si me traes los colmillos. ¿Entendido? Los colmillos —se abrió la boca y le mostró dos filas de dientes donde había algunas ausencia. A él le quedaba solo un colmillo —. ¿Le vefs? Eftos de afquíf fon loz que qfuiero.
Se sacó los dedos de la boca con restos de saliva, se los sacudió y luego se los limpió en la túnica.
—No uses mucho ese nombre, ¿Entiendes? Está maldito. Muchos nunca habrán oído hablar de él pero los que sí, bueno, eso puede traerte problemas.
Tener un patrón que bien podía ser hechicero tenía el problema que también atraía ciertos pormenores extraños en sus trabajos. La magia era esquiva en Hiboria pero había visto un par de cosas imposibles a lo largo de su vida por lo que sabía que era real. Y letal, más que cualquier cuchillo. Gyllepokk solía hablar en acertijo y rara vez ofrecía más información de la justa y necesaria. Esta vez tenía solo un nombre y una ciudad.
—La salida está por ahí —dijo señalando tres caminos diferentes a la vez —. Ten cuidado al salir, no he alimentado a ese arcón de nogal en tres semanas, estará hambriento. Espero volver a verte.


Deja atrás Ofir, oh viajero, con sus minaretes escarlatas y sus sabios contemplativos, y adéntrate en su desierto de arena roja. Evita, si puedes, los bandidos de turbantes lacados y sé cauto, las arenas esconden multitud de peligros; escorpiones del tamaño de un puño, arañas capaces de arrastrar a su red a un gato grande, serpientes cuyo veneno te mata en menos de lo que tarda un cuchillo zamorio en salir de su vaina. Tampoco hagas casos de sus espejismos. Sigue adelante. Hay un lugar que es ningún lugar concreto. El desierto muere allí, ya no es Ofir. O puede que si. Nemedia y Conrithia hacen allí frontera, ninguno de los tres reinos se decide sobre el lugar. ¿A quién pertenece? Un poco a todas, un poco a ninguna. Allí está Thiaras, refugio de los biennacidos.
Azotada de forma incansable por los rojos vientos del desierto, el enclave se encuentra situado en una depresión del terreno que ayuda a que las fuertes tormentas de arena, tan comunes en la parte oriental del desierto, no llenen de arena sus mercados y pozos.
La ciudad es de paso, y de pago. Otea a tu alrededor y únicamente encontrarás arena recortada por un rojo horizonte sin fin, sangre grumosa derramada en una línea recta. Únicamente un punto destaca en la distancia, pues hay un oasis, el de Jebb-Sol, y es bien sabido que es utilizado por aquellos que son rechazados por las murallas hundidas de la ciudad. Zona de criminales, dicen, de bandidos y marginados, también único reposo de aquellos que caminan con los bolsillos vacíos y esperan hospitalidad por parte de otros a cambio de nada. Puede ser tu respiro, viajero, o tu condena.
Thiaras es rica, no depende de un gobierno central, fabrica su propia ley y tiene abiertos los mercados a casi todo. Es un paraíso. El germen de un nuevo reino. O lo sería si no estuviera dividida. Así como oyes, imagina una majestuosa bestia de piel dorada y cuernos de diamante. Podría domeñar al mundo pero sus dos testas se lo impiden. Thiaras tiene dos cabezas, y cada tira hacia el lado contrario. Lord Knebb y Lord Benrat. Uno al este, el otro al oeste, enfrentados en una guerra fría en la que cada cual trata de eliminar a su contrincante mediante artimañas y escaramuzas. Thiaras es un gran tablero de ajedrez donde los peones son personas.
Al oeste se alza el palacio de Lord Knebb, antiguo señor de la guerra que durante años asoló los reinos cercanos. Hace diez años que no toma las armas. Se ha vuelto glotón, cómodo, su acero ha perdido brillo, no así su mirada. La codicia es fuerte en él. Controla los mercados más amplios, las mercancías más comunes; grano, ganado, tabaco, alcohol, esclavos, acero. De todo recibe un tributo. Es el hombre más rico de Thiaras. Y dicen, el más poderoso.
Su palacio está decorado de forma fastuosa pero sin gusto. Son muchos los que le siguen, más que a Benrat, pues es justo en el pago y generoso con sus capitanes. Posee su propio harén y dos hijas, de una de ellas dicen que es la misma imagen de la lujuria y el fuego, la otra reza a Mitra cada noche.
Su influencia termina allí donde se alza su muralla, una regia construcción de piedra, reciente, donde sus desconfiados guardias vigilan día y noche.
Lord Bernat domina el este, es más joven, también más serio. Sus mercados están llenos de ingredientes exóticos, arte proveniente de la lejana Kithai, seda de Hyrkania, trajes de excelente diseño para vestir en corte, tapices, cuadros, arte. Su mercado es más refinado, sus clientes más selectos. Sus tributos más elevados. Desgraciadamente sus tributos, aunque prósperos, no pueden equipararse a los de su rival.
Antiguo militar, Lord Benrat está decido a gobernar Thiaras él solo. Para ello ha erigido una torre desde la que puede contemplar toda la ciudad. Y rozar las estrellas. Las estrellas, eso es. Las malas lenguas dicen que Lord Benrat es algo más que soldado y monarca, que en las noches más oscuras, cuando las estrellas brillan como diamantes en la corona de un rey, él sale a su balcón y exige que le susurren sus secretos.
Si bien cuenta con menos hombres, su muralla es mucho más firme, mucho más antigua. Desde ella aún tiene una posibilidad.
Entre las dos murallas existe una tierra de nadie que los lugareños llaman la Grieta. Allí es donde se pudre los cuerpos que, tras las confrontaciones, nadie recupera nunca. Ha habido tanta muerte allí que muchos creen que la Grieta está maldita. Y para dar razón a esas palabras, está la Torre.
Justo en el corazón de Thiaras se alza una modesta torre, sin ventanas ni puertas, que mira ciegamente a su alrededor haciendo que los hombres se estremezcan. La torre ya estaba allí mucho antes que cualquiera de los habitantes de Thiaras o de sus familias ocuparan sus alrededores. Los rumores hablan de un antiguo templo donde antiguamente se rendía culto a un dios olvidado hoy día. Ya nadie cree esos cuentos, tampoco en los dioses. En Thiaras solo se cree en el oro.
Thiaras, aún dividida, es grande y con un provechoso futuro. La ciudad acoge viajeros, comerciantes, aventureros y juglares siempre que tengan negocios que hacer, mercancías que cambiar u oro que gastar. También es tierra de mercenarios, de soldados de fortuna. Ambos nutren las guarniciones de los dos monarcas. Un hombre capaz de empuñar un arma puede elegir patrón, encontrar fama y dinero o una cálida tumba bajo las arenas del desierto de Ofir.
Una ciudad enfrentada. Aquel que se haga con el mando se verá cubierto de riquezas sinfín. Y el que sea derrotado verá sus huesos mondados por buitres calvos y sus huesos calcinarse bajo el sol abrasador del desierto rojo.
Thiaras, un alma, pero dos corazones. Uno hambriento y el otro sediento, carne y sangre, piden, fuego y oscuridad, reclaman. Dos rostros en una misma moneda que están sentenciados a separarse.

Thiaras, apenas un borrón de tinta en medio de un papiro añejo formado por arena y un cielo despejado en el que media luna, como el ojo guiñado de una muchacha plateada, parecía llamar a Artemis. Una enorme depresión de tierra llevaba a dar al viajero contra las grandes murallas. Desde la distancia podían apreciarse los minaretes, las torres, las casitas del interior, las tabernas y los mercados, ahora cerrados. Y, en medio, igual que un espetón traspasando un jugoso cochino, la Grieta, un lugar árido y despoblado cuya única edificación era una torre de carácter antiguo, sin torres ni ventanas.
Thiaras, una joya en el desierto. O una serpiente debajo de una roca. Le iba a resultar difícil entrar. Una ciudad dividida, siempre en guerra. A un lado el palacio del señor del Oeste, fastuoso, de capiteles dorados y ventanas en arco. Y como un espejo, en la otra mitad de Thiaras, la torre militar del señor del Este. Cualquiera de sus dos mitades aceptaría gustoso a uno más entre sus filas, pero no a un mero viajante. Queda también la opción de la incursión. Entrar sin ser visto y patear las calles en busca de un nombre que le quemaba en los labios.

Notas de juego

Te dejo fuera de la ciudad para que decidas como vas a enfocar la misión, si te encaminas a un punto o a otro. Suerte y buena caza!

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23/11/2016, 19:06
Artemis

Si habia algo que tenia claro era que nunca se debia declinar la invitacion de un mago. En este mundo hay muchas cosas raras y dificiles de explicar, por lo que cuando un ser como Gyllepokk requiere de mis servicios, rara vez digo que no. No porque tema directamente por mi vida, ni mucho menos, creo haber llegado a un entendimiento basico con alguien como él, ademas las recompensas tanto monetarias como de otra indole, son sin duda superiores a lo que la mayoria de los que hay ahi fuera pueden siquiera plantearse. No era la primera vez que acudia a su cueva. Si, cueva. Cualquiera al que le dijera que habia un mago con incontables tesoros en un lugar asi me tildaria de loco, pero quien soy yo para criticar a alguien por elegir vivir en una cueva, cuando habia dejado todo lujo atrás como Maestre y habia vuelto a ensuciar mis botas con el polvo y barro del camino. Ademas este mago me caia bien, excentrico sin ninguna duda, pero me resultaba cuanto menos curioso y eso no solia ocurrirme.

El lugar tenia aspecto de cualquier cosa menos cueva. Rollos de pergaminos que podrian inundar cualquier biblioteca existente hasta dejarla reducida a escombros, seguramente llenos de tal cantidad de informacion y secretos que haria que hasta el mas poderoso jefe de gremio quisiera matar por una minima parte de ese poder. Una gruesa columna llena de intrincados jeroglificos la mayoria deshechos por el paso del tiempo, armaduras de la mas diversa indole tiradas por doquier, sin dar pie a saber si eran importantes o no para su dueño. Al lado justo habia una cabeza de alce con unos ojos muy humanos, mientras que un extraño zumbido se hacia eco a mi alrededor proveniente de un arcon de metal. Habia que ser calro, entrar aquí implicaba dejar toda logica y cordura detras. Si entrabas aquí buscando significado a cada trozo de basura que el mago hubiera acumulado, sin ninguna duda acabarias formando parte de la colección del mismo. No, los magos estaban a otro nivel, veian el mundo con unos ojos muy especiales y sin duda era un camino que no deseaba recorrer, ya habia bastantes cabos sueltos en mi vida como para ademas sumarle la magia y todo lo que ello implicaba.

Mi caminar por entre el laberinto de objetos que atesoraba el mago me llevo ante une mesa repleta de joyas, un caldero con suficientes doblones para comprar un reino y aun asi ni siquiera hice gesto alguno. La avaricia no era uno de mis males, la supervivencia una de mis virtudes. Sabia que si faltaba la mas pequeña agata ,o la mas imperfecta de las monedas, Gyllepokk lo sabria, a ciencia cierta. Y si sus caminos no son los mios, su ira es algo que no deseo sin un buen motivo. El reflejo de un fuego sobre una de las superficies metalicas atrajo mi atencion. Encontrando rapidamente al dueño de todo este lugar, con una antorcha en una mano, mientras la otra se perdia entre innumerables vestidos de la mas diversa indole. No me paso desapercibido el color de algunos de ellos, delatando piel humana en forma de trajes. No hice gesto ninguno en mis viajes habia visto canibales y cosas peores, despellejadores humanos no era lo mas extraño ni remotamente... que se vistiera con lo que sacaba de sus presas tampoco iba a quitarme el hambre. El anciano se dio cuenta de mi presencia, mas yo no habia hecho ruido alguno, otro motivo mas por el que no ir contra alguien como él, ni nadie como los suyos sin una razon de peso.

Alargue la mano para tomar la antorcha mientras el viejo volvia a meter las manos entre los vestidos hasta dar con algo. No hacia falta ser un tahur para saber que habia encontrado lo que buscaba, su rostro ajado y manchado era lo bastante expresivo. No hice demasiado caso de que era lo que tenia entre manos, la mayoria de los objetos que dejo sobre una mesa de extraña forma era insolitos como poco. Algunos de ellos incluso harian llorar a mas de uno si su mente se abriera lo suficiente para entender. En mi caso hacia mucho que habia llegado a la conclusion que no podia protegerme de todo en este mundo, que habian cosas mas alla del simple ser humano. Aun asi eran pocas... menos mal. Mas por mucho que pensara eso, tenia que admitir que algunos de los objetos de esa mesa resultaban extraños incluso para alguien como el mago. Solo pasee mi mirada por los mismos un instante y las letras de un antiguo pergamino me hicieron sentirme mareado casi al instante.

Aparte todo pensamiento sobre lo que estaria buscando el mago, olvidando el pergamino y la extraña sensacion que me habia dado. Cabe decir que el anciano estaba mas que contento de lo habitual, con lo que debia estar planeando. Hacia mucho que no lo veia tan excitado por algo. Sus siguientes palabras dejaron claro que sea lo que sea que tuviera entre manos no seria rapido, que aun habia tiempo y que sin duda iba a necesitarlo para encontrar lo que fuera que buscase dentro de este lugar. La verdad es que me habia fijado lo suficiente apra darme cuenta de que este sitio sin duda parecia contar la historia del mundo, platos y vasijas de mas alla del mar, de Estigia como poco. Metales precioso de hiperboria, rollos de telas preciosas que mas de un rey mataria por poder usar para ocultar su cuerpo. Lo que el mago llamaba colección, otros llamarian riquezas insondables... habia mas dentro de esta caverna, de lo que ningun hombre rico podria reunir en cien vidas y aun asi, el mago les daba la importancia justa según sus necesidades. Ahora reunido frente a la mesa por fin podia volver a verle bien, mientras se movia por el entramado de su laberinto particular parecia fundirse con la colección que atesoraba, como si fuera parte de ella.

Alargo su mano hasta un monton de basura y de entre todo lo que alli habia, saco una pequeña caja, para un instante mostrarme un arma de una calidad unica. Su hoja estaba hecha de plata, no bañada sino hecha por entero del tan precioso material, pero era la empuñadura la que atrajo mi mirada. Creada a partir de una madera negra que no era capaz de reconocer, los simbolos que cruzaban el mango era extraño, casi como si fueran capaces de hablar y lo que decian era sangriento... casi como si quisiera reclamar sangre alla donde fuera. Entonces cito su encargo. “Matar a un hombre” Casi resultaba mundano si uno solo escuchaba el contenido, el tono de voz decia mucho mas, sobretodo si venia de él. Ladee la cabeza mientras mis ojos pasaban del arma al mago y cuando ademas añadio que no era un hombre normal, era algo innecesario. No era un experto, pero si para poder matarlo necesitaba plata o un arma como esta sin ninguna duda o era mago o algo peor. “ Puede resultar mas que un rival” Sin duda el mago daba la informacion con cuentagotas, pero sabia exactamente que gotas dar. Un hombre que no lo era, y que ademas podia resultar dificil de matar. Bueno Gyllepokk nunca habia pedido nada facil, la parte buena es que solia darte juguetitos como este, si eran necesarios para cumplir la mision... ademas de una buena paga.

El arma era lo realmente extraño, no porque fuera necesaria para matar a mi objetivo, sino por el frio que emanaba de ella. Gyllepokk era siempre un misterio. Para mi era un mago, pero bien podia no serlo, un antiguo rey o noble, pero aun asi ni con todas esas alguien de alta alcurnia viviria asi rodeado de tantas riquezas sin hacer uso de ellas, o al menos sin hacer un uso mundano de ellas. Estaba seguro de que el anciano a su manera seguia jugando un juego tan viejo como él mismo, contra unos enemigos que eran solo suyos, pues pocos otros podrian entenderlos. No era mi guerra, aunque hacer de su arma en ella no me molestaba siempre y cuando hiciera exactamente lo que hacia. Valorar y cuidar sus inversiones, exactamente como yo hacia con él.

Entonces hablo por fin del muerto. Parsanes era su nombre, aunque por como hablaba de él quedaba claro que no era un nombre que debiera mencionar mucho. Maldito dice, mi mirada no expresa inquietud. La pregunta es si esta maldito el nombre o el hombre, y si lo esta, el motivo por el que lo esta, pero se que esa informacion no me la dara. Es justo y parco en detalles, siempre los justos y necesarios... y nunca se ha quedado corto en informacion. Abrio su boca señalando exactamente que dientes queria, no es que no lo supiera ya pero conociendole, era una forma de segurarme de que requeria los superiores y no los inferiores, aunque estos ultimos no tenia claro que se llamaran tambien colmillos. Asenti brevemente a todas sus indicaciones y despues me despidio con la misma ceremonia que me recibio. Me di la vuelta cuando escuche su ultima advertencia, una que mas bien parecia provenir de un loco, mas cuando encontra al susodicho en mi camino, cambie ligeramente mi curso poniendo la mayor distancia posible entre el hambriento y mi persona. Uno nunca sabia cuanto de verdad habia en las palabras de un mago.

De todos los lugares donde podia enviarme, de todas las ciudades, desfiladeros u oasis de Ofir, es a la ciudad de Thiaras a donde el encargo del mago me encamina. Mas alla de los desiertos de sangre, los mismos que durante años han secado de vida y arrancado la piel a los innumerables bandidos y salteadores que moran entre sus dunas. Mas no son ellos los mas peligrosos de sus moradores, arañas, escorpiones y fauna de todo tipo adaptada a un lugar donde ningun ser humano cuerdo querria vivir o venir. Hacia mucho tiempo que no venia a este sitio, ni siquiera la mayoria del gremio viene a esta ciudad, aunque sin duda, algun oficial y miembro debe haber. La ciudad esta en una permanente guerra entre sus dos señores, una guerra, por no llamarlo carniceria, que durante años ha llenado la grieta que hay entre ambos, de mas cadaveres de los que podrian juntarse en Zamora en cien años. Se han oido rumores de intentos de asesinatos en ambas direcciones y ambos señores siguen con vida. Extraño sin duda, pero no es mi mayor preocupacion. Ahora mismo son dos, encontrar a ese no-hombre y conseguir cruzar las puertas de la ciudad. Como toda zona en guerra, no es facil cruzar sus limites, te expones a mas peligros frente a sus muros que probablemente una vez seas capaz de cruzarlos. Se que podria escurrirme de noche, mas no recuerdo si es necesario algun papel para seguir en su interior. Cosas de estar demasiado tiempo fuera de juego. Sopeso el primer pago que me dio el mago, para posibles gastos, y sin contabilizarlo, lo dividido en diez bolsas menores que escondo con rapidez en mis pertenencias. Ladron y asesino precavido vale por dos, sobretodo cuando un buen soborno puede abrirme sus puertas.

No he tardado demasiado en llegar a ella. A la ciudad con dos cabezas, atravesada por un fastuoso camino de cadaveres entre ambas y con murallas a ambos lados, llenas a rebosar de lanzas que se apuntan entre ellas. Mas mientras observo la ciudad a lo lejos, mientras mi mirada se clava en ambas, reconociendo y detallando mis necesidades en cada una. Mis ojos se posan sobre una estructura que retiene mi mirada, haciendo que un frio escalofrio recorra mi espalda. La torre sin nombre, la torre sin dueño. Gyllepokk dijo que estaria en Thiaras, que mi objetivo estaria en ella pero no dijo donde. Si es mago, antiguo y poderoso, podria sin ninguna duda estar en ese lugar al que nadie se acerca, al que nadie nunca ha accedido, si lo que se cuenta es verdad. Mas por el momento, incluso para mi es un objetivo lejano. Lo primero es observar el lugar donde si puedo sacar algo en claro. Me centro en lo que se, en lo que me conto el mago y en como eso se adapta a las ciudades que se encuentran frente a mi, al cosntrastarlo con los escasos detalles de mi objetivo.

El objetivo. Parsanes. Es un misterio y su nombre solo debe ser dicho en el momento justo. Por las palabras de Gyllepokk sin duda no es un humano, no solo en fisico, sino en edad. Aun asi su principal baza es su belleza exterior. Los gustos de ambos señores son claros, sin duda un hombre de extrema belleza le encantaria ser agasajado por aquellos que no lo son, mas si se decantara por un lugar con un grado de frusleria menor del que el considera digno de si mismo, acabaria hartandose. Ademas si alguien se considera hermoso en grado sumo, donde realmente es capaz de resplandecer es entre aquellos que tambien son hermosos, no hay gracia en la rosa que se compara con los cardos... sino en aquella que deja anonadadas a las demas rosas. Como un buen asesino o ladron, sabra que su habilidades son afiladas, si es capaz de sobrevivir en Zamora. Sin duda creo que ese Parsanes ira en busca del lujo. No solo eso, se habla de la antigüedad de la muralla de Bernat, de practicas extrañas en lo mas alto de su torre. Si eso es cierto, aunque solo sean rumores, alguien que ha vivido mas tiempo del que deberia, alguien capaz de atraer la atencion del mago que paga por sus colmillos... tambien se sentiria atraido por lo viejo, por lo antiguo. Lord Bernat y su ciudad de exquisiteces, rodeada de sus antiguas y misteriosas murallas, parecen ser pues mi mejor eleccion en este momento.

Con un leve toque hago que Errante se ponga en marcha. Mi fiel compañero durante los ultimos cinco años no duda en comenzar a moverse en direccion a la ciudad. Desde mi mas que privilegiada posicion puedo incluso ver el oasis Jebb-Sol, si todo sale mal quizas desde alli pueda continuar mi mision. Mas dudo que siquiera una ciudad en guerra sea un inconveniente. No es la primera, ni sera la ultima vez que me cuele entre los guardias de un bastion asi. Aunque no esta de mas comprobar como funciona la entrada del lugar y si no es posible entrar de forma diplomatica, ya hallare la forma de cruzar sus lineas. El caballo se mueve, con paso vigoroso y fuerte aun despues de la larga caminata y pronto llego al camino principal, el mismo que se pierde tras la antigua muralla en la ciudad que Bernat gobierna. Durante el camino mi mente se plantea las opciones a raiz de lo que escucho, los comentarios, las conversaciones de pasada, cualquier minimo detalle que me pueda servir como una buena excusa para cruzar sus murallas. El paso de Errante es lento, confiado y tranquilo. La mas facil es decir que soy mercader de hierbas curativas, en mis alforjas hay unas cuantas en la cantidad exacta para poder al menos pasar como tal, sino como mercader propio, si al menos como un mensajero para asi catalogar el mercado. Por supuesto no hablamos de hierbas curativas normales, esas son mas propias de la otra ciudad. Hojas de cicuta, aconito amarillo, han, bejin o incluso espino cerval... lo raro, lo extralo, lo exotico. No son las mas faciles de encontrar, seguramente esa misma escasez lo convierta en algo digno de este lugar... y sino siempre estan las hierbas mas propias de los lupanares, todo lo que un hombre rico quiere para pasar una buena noche entre las nubes del opio y sucedaneos. Nada al alcance de los simples soldados por supuesto.

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26/11/2016, 01:37

II.

Errante caminando cuesta abajo, lentamente, un alma en pena equina con una incierta carga encima. El desierto había sido cruel con el animal; sed asfixiante, fuertes tormentas de arena, un calor asesino y el polvo rojo pegándose a sus crines, a su pelaje. Para Artemis el paseo por el desierto de Offir no había sido mejor. El calor resultó pesado, inclemente, un dorado rey desde el cielo le castigaba desde el amanecer hasta el anochecer. Y cuando se marchaba, su ausencia se notaba pues el frío más sepulcral llenaba los paisajes llenos de dunas.
De día, el Arallu en su vertiente más cálida, al caer la noche, su contrapartida helada. Un infierno tras otros infierno.
Artemis trazó sus deducciones con la maestría de un delineante de la escuela de arquitectos de Argos. Aquel que buscaba debía encontrarse en la zona este de Thiaras, no la más opulenta, pero si la más noble, la más cara. Un entorno civilizado en mitad de ninguna parte.
Mientras el trote de su animal se volvía más melancólico aún, percibió el frío, letal, más allá de su capa. La arena estaba calma, igual que un mar de lisa superficie donde no soplaba el viento. Nunca había tormentas de arena de noche como si el djinn que soplaba y soplaba de día se detuviera a descansar, o a retozar con su exótica esposa, al término de la jornada solar.
Según se acercaba a la puerta del oeste pudo ver la gruesa muralla. Había retazos de contiendas anteriores; arañazos, pedradas, alguna flecha clavada en la roca imposible de retirar por su difícil situación, partes calcinadas, grietas superficiales. Podía leer muchas historias en la lisa superficie. Todas con el mismo final fatídico.
La gruesa puerta del Este se encontraba cerrada y, diferenciándose a otras grandes ciudades que había visitado, no había visitantes de extramuros. Ni buhoneros que descasasen a las puertas de la ciudad, ni casinos ambulantes o burdeles ilegales, algo también habitual. El sitio estaba silencioso como un cementerio. El único guardia, un tipo grande que ocultaba su rostro bajo un pesado turbante, debió creer que la misma muerta venía en su busca aquella noche, con su caballo taimado y su figura envuelta en capa y capucha sobre ella.
Había una antorcha, colocada a quince pasos de la puerta principal, que ardía con intensidad en mitad de la oscuridad. Cuando Artemis llegó a su altura, lo cual agradeció pues la llama mitigaba livianamente la incomodidad del frío, el guardia le dio el alto.
—O un mercader sin mercancía o un sicario que llega tarde —escupió el hombre con un marcado acento propio de los hombres del desierto.
A los expertos ojos de Artemis no se le escaparon ciertos detalles. Primero, tras el guardia, que se mostraba firme y relajado pero con un grueso alfanje en la diestra, se veía un diminuto punto de luz encarnado; un cigarrillo encendido en boca de un segundo hombre. En un costado de la puerta las sombras y el crepitar del fuego mostraban parte de la muralla mediante una danza sinuosa. Pero si uno miraba bien podía ver a un tercer guardia, este de tez negra, esperando, atento. Una observación de la puerta, y la muralla, indicó que además había un tirador sobre la misma, muy bien oculto bajo una gruesa manta de piel.*
Cuatro contra uno, pues. Y él, al lado de la antorcha, era un blanco fácil.
Las puertas no se abren para los mercaderes hasta la salida del sol —explicó, su voz era gruesa y arenosa como la tierra que lo había criado —. Pero tú no pareces mercader ¿No es así? Lord Benrat no recibe nuevos mercenarios hasta que el sol se encuentra en lo alto —mediodía, mucho tiempo ahora que la luna dominaba el cielo —. Pero tampoco te pareces a los chacales que llegan a estas puertas. Seas quien seas, tendrás que pasar la noche en el oasis de Jebb-Dol. O entre las arenas de Offir, tú decides.

Notas de juego

*Es un regalo de bienvenida, en otras ocasiones tendrías que haber tirado dados.

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28/11/2016, 11:39
Artemis

Errante caminaba, lo hacia lentamente, desde mi posicion podia notar perfectamente su grupa moverse con cada lento paso que daba. Era un magnifico animal, de eso no habia duda, pero el desierto de Ofir habia sido inclemente tanto con él como conmigo. Las tormentas de arena habia paseado a lo largo y ancho del desierto jugando con nosotros, acariciandonos, susurrandonos al oido mientras torturaba nuestros cuerpos con cada embestida, con cada giron de ropa fuera de lugar, con cada resquicio en mis ropas y eso que yo mismo iba bine ataviado. Mas mi fiel montura no habia tenido tanta suerte, su cuerpo demostraba las numerosas heridas que las tormentas de arena le habian provocado, sus ojos estaban irritados asi como su hocico y aun asi seguia adelante. Habia cuidado lo mejor posible de él, habia limpiado sus negros ojos, tapado su hocico para prevenir lo peor del azote inclemente del djinn que gobernaba estas tierras pero aun asi habia sido una dificil toma de contacto con la realidad. Quizas en otra epoca hubiera resultado mas facil o quizas un yo mas joven no tendria tantos problemas, ni remordimientos a la hora de cambiar de montura. Aun asi Errante seguia en pie y parecia dispuesto a seguir dando guerra.

Pronto cambio su paso a un ligero trote, justo cuando mi capa se alzo y pude sentir el beso de la noche en mi cuerpo... una vez mas. Durante el dia las incansables tormentas de arena, las subidas y bajadas de las mil y unas dunas y por la noche, el helor de la misma tumba extendiendose por un paraje inhospito como pocos. Ahora de nuevo, con el astro rey oculto, la oscuridad y el frio volvian de nuevo a la carga... motivados a intentar dar con nuestros huesos sobre la fria arena para asi completar su mision. Mas ese simple gesto, ese simple cambio al trote me indico que Errante no estaba ni por asomo con ganas de darle ese gusto a la señora oscuridad.

No tardamos mucho en llegar a la puerta. La muralla se alzaba frente a nosotros como un cumulo de piedras ordenadas y casi imperecederas. Los detalles que mostraba la cara exterior de la misma hablaban de batallas, asedios y combates mas alla de lo que mi edad podria haber contemplado. Era casi como si la misma arena del desierto se apartara ante el impresionante baluarte que se mostraba ante mi. Debo admitir que senti cierta nostalgia en ese momento, de las incontables veces que mis tareas para la Hermandad me habian llevado en una y otra direccion, e incluso mas alla del mar a la exotica Estigia. Las maravillas que habia contemplado y ahora, Thiaras. Cierto jubilo asomo a mis facciones pero lo oculte raudo antes de llegar hasta el unico punto de luz que habia en metros a la redonda. No habia mensajeros, ni buhoneros, no habia nada mas que un camino que desembocaba en una enorme puerta custodiada a primera vista por un solo hombre.

El unico guardia a la vista portaba un pesado turbante y un mas pesado alfajne en su diestra. No parecia temeroso ni de la oscuridad, ni de mi presencia y pronto su voz me alcanzo. Notando el sarcasmo en cada una de sus palabras y en el tono en general. Sonrei, mostrando mi limpia sonrisa a su persona.

¿Sicario? - Debo admitir que sois la primera persona que me llama de esa forma. - Aun asi me temo que os decepcionare si esas son vuestras conclusiones. No soy mercader, ni tampoco un sicario. Solo un enviado con un objetivo muy simple. Encontrar lo que el anciano, mi patron, me ha pedido. - Señale con la cabeza la puerta. - Me han llevado informes de que en los bazares de vuestro señor se pueden encontrar las joyas y telas mas magnificas que todo hombre o mujer podria desear, y por eso mismo, he atravesado el desierto incluso hasta el punto de llegar a estas horas ante vuestras puertas. Solo espero poder encontrar lo que mi patron ansia. - Hice una leve reverencia mientras escuchaba sus palabras y mas aun estudiaba el lugar. Mis expertos ojos no tardaron en localizar una leve lumbre, un cigarro probablemente de otro guardia que se encontraba al lado de las puertas y de entre la oscuridad, una tez tan oscura como la brea me devolvio la mriada sin saber que yo se la devolvia a ella. Alce la mirada a traves de las piedras que componian la puerta para dar con la presencia de un cuarto y ultimo guardia. Un tirador oculto en las sombras.

¿Jebb-Sol? Incluso a mi me han llegado los rumores de la reputacion de ese lugar. - Puse no un gesto de contrariedad, sino mas bien de asombro y cierto miedo. Todo teatro para el guardia. - ¿No habria forma de esperar aquí, al amparo de vuestra lumbre y quizas, compartir mi exigua cena y bebida con vos? No le deseo ningun mal a vuestro señor y por ende tampoco a vuestra ciudad, mas temo por mi vida si es entre aquellos que moran en el oasis, entre los que debo permanecer hasta el amanecer. - El suficiente tono de miedo, modulado por años de practica en el mas simple y burdo arte del engaño. Muchos novatos querrian asaltar las murallas, escalar por ellas a la luz de la luna o incluso esperar y eliminar a los guardias al amparo de la oscuridad, y quizas todos ellos tuvieran su punto de razon pero para que esforzarme en todo eso si puedo probar con el noble arte de la mentira primero. Si eso falla, ya buscare otra forma de adentrarme en la ciudad... aunque implique dejar atrás a mi pobre Errante... cosa que sin duda no me agradaria.

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28/11/2016, 12:46

Notas de juego

Tirada. Por "Engañar". El guardia está cansado y siente el frío clavándose en sus huesos. Las normas de su señor son muy severas y deben cumplirse. No obstante, no le pides pasar las puertas, sino quedarte a su lado para compartir el fuego. 9 o + y te creerá.

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28/11/2016, 12:54
Artemis
- Tiradas (1)
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30/11/2016, 01:16

Para Artemis la mentira era algo tan natural como el asesinato. Su lengua resultó convincente, más que cualquiera de sus puñales.
—De acuerdo, no veo nada malo en que esperes aquí con nosotros. Puede que Lord Benrat agradezca que no echemos a los tratantes de joyas que vienen desde tan lejos. Últimamente hemos tenido escasez de caras nuevas —le hizo un gesto con la mano velluda —. Acércate al fuego, tratante. Puedes quedarte con tu comida, pero los chicos y yo agradeceríamos algo fuerte de beber, si es que cargas con ello en esa montura tuya.
De las sombras surgieron otros dos hombres, rostros cenicientos, turbantes calados, capas largas para protegerse del frío. Uno de ellos, el del cigarro, le ofreció hojas de palmera negra liadas. El aroma dulzón y a ceniza llenó las fosas nasales de Artemis, una droga inocua pero adictiva. Los guardias, que ahora se habían acercado al fuego para calentarse, iban bien armados y pertrechados.
El cuarto, en la muralla, observaba el horizonte en busca de posibles visitantes o movimientos entre las dudas. De vez en cuando intercambiaba con los guardias de la puerta silbidos que, según entendió Artemis, indicaba que todo iba bien.
—¿Y de dónde vienes tú? ¿Ofir, Nemedia? No pareces de por aquí cerca.

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30/11/2016, 16:39
Artemis

Sin duda esperaba que se tragara la mentira, no estaba tan oxidado en el arte del engaño como para no poder esconderle un par de verdades a un guardia nocturno, mas sin duda lo que queria evitar era acercarme al oasis. Un lugar lleno de engaño, muerte y sombras solo podia conllevar mas problemas de los que necesitaba. Mi encargo ya era bastante extraño, como para ademas tener que mostrar a una panda de novatos salteadores y asesinos descerebrados como se usaba una daga de verdad, lo que sin duda no tardaria en llegar al conocimiento de estos guardias y me resultaria aun mas dificil cruzar su umbral. Cuantos menos problemas antes del encargo, mas facil resultaria todo.

El guardia sin duda se creyo mi engaño y gracias a eso se permitio que el resto de guardias tambien aparecieran ene scena, a excepcion del tirador. Iban bien pertrechados, no cabia duda que Lord bernat se tomaba muy en serio la guerra y sus guardias parecian saber que decepcionarle, no parecia una buena idea. Aun asi no pude evitar mostrar sorpresa ante las palabras del primer guardia. - ¿Ausencia de caras nuevas? - Eso no era bueno, si no habia nadie nuevo queria decir que o bien mi objetivo no estaba en la ciudad o bien, no habia llegado aun. - Sin duda me resulta desconcertante que sea asi, todos aquellos a los que he preguntado me han dicho que esta ciudad atesora maravillas en sus bazares y comercios. Sin duda es una pena que el comercio se vea atacado de esta manera, espero poder contribuir de la mejor forma posible a que eso cambie. - Hice un leve gesto en su direccion, de saludo hacia los nuevos y de intento de congraciarme con ellos y los malos tiempos de su ciudad.

¿Algo fuerte de beber? Eso creo que si puedo solucionarlo. - Me baje de la montura y busque entre mis alforjas hasta dar con una botella. Era un licor fuerte, el tipo de sustancia que te devuelve el calor en la mas fria noche, mas no era de ningun tipo de lujo en especial. Solo faltaba que por el sabor de un licor, se dieran cuenta de parte de mi engaño.

Me acerque para pasarle la botella mientras en la otra mano guardaba un simple paño con algo de comida. Nada en especial, la unica mencion podria ser un par de datiles. Por lo demas era comida de viajero, nada mas. - No, siento decir que ninguno de esos dos lugares. He tenido el placer de visitarlos por negocios, mas provengo de Shem, al igual que mi patron. - Vi como se pasaban la botella de unos a otros, les mire esperando su veredicto antes de continuar. - Disculpad mi atrevimiento, pero es la primera vida que visito vuestra ciudad y si pudierais darme algunas indicaciones os lo agradeceria sobremanera. - Si en algun momento me devuelven la botella, le dre un pequeño trago, apenas mojar mis labios antes de devolversela y dejar claro que pueden terminarsela.

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04/12/2016, 17:02

III.

La presencia de Artemis agradó a los mercenarios que montaban guardia en la puerta del Este. Largas noches bajo un manto estrellado podían inspirar poemas de amos o tediosas sensaciones, y allí todos llevaban espada y no pluma, por lo que un rostro nuevo con el que conversar en la fría noche era un acicate que fue recibido de buena gana.
—Hace unas semanas Lord Knebb asestó un feroz golpe a nuestro patrón. Lord Benrant ha perdido la mayoría de sus hombres, muchos murieron, otros desertaron. Se dice por las calles que Lord Benrat caerá pronto y que para nosotros, sus perros, no quedará nada —dijo el primero de los guardias, el que le había recibido.
—Sí, pero también se habla entre susurros de un plan de Benrat que le dará la victoria —añadió el fumador.
—Voces menores —concluyó el tercero, era el más lacónico.
El oficial agradeció la botella que le tendió Artemis y le dio un buen trago, luego se la tendió a sus compañeros.
—Buen brebaje para una fría noche —señaló —. Conozco a Lord Benrat. Si todo estuviera perdido, se rendiría, es un soldado. Tiene una oportunidad de vencer. Que su rival no lo sepa ver es un punto a su favor. El problema es que algunos comerciantes no lo ven así, y lord Benrat ve mal la deslealtad. Ha pasado a cuchillo a unos pocos que pretendían huir a la otra parte de la ciudad. Nadie deja a lord Benrat para unirse al enemigo.
Le devolvieron la botella a Artemis, la notó más ligera. Tomó un poco de su licor, le calentó la lengua, la garganta, los músculos. El abrazo de la noche era en verdad helado. Los vigilantes agradecieron, no sin cierta sorpresa, que les entregase el resto de la bebida. La noche sería larga para ellos, por ello la guardaron para más tarde.
—El ambiente está tenso. Algunos mercaderes tienen miedo, los mercenarios están inquietos. Lord Benrat asegura tener dinero para todos, aún en su estado. Dicen haberle visto vendiendo parte del mobiliario de su torre para conseguir oro.
—Y a su esposa también, dicen que la vendió en el mercado de esclavos y que obtuvo gran suma
—añadió el fumador.
—Voces idiotas —añadió el tercero.
—Hay un par de sitios a los que puedes ir. La torre es territorio de lord Benrat, si vas a hacer una donación por la causa o vas a vender tu espada, es el lugar adecuado. Si no, no te acerques. El patrón no es hombre al que le guste perder el tiempo —aconsejó, el calor de la bebida había refrescado su lengua —. Hay dos casas de joyas bastante importantes, Shilamis, en la calle de los Oros, y Thillion, en la calle del diamante. Allí podrás hacer buenos negocios. Además encontrarás puestos de compra y venta en el mercado principal, más pequeños pero con cosas interesantes.
—Háblale de la Luna Roja —pidió el fumador.
—Si, bueno. Es el lupanar. No es como los demás. Lujo, perversiones, chicas limpias y jóvenes. Ángeles. Pero ángeles caros. No son para mercenarios, solo para mercaderes adinerados —señaló.
—O para sus agentes —le guiñó el ojo el fumador.
Cesó la conversación. Una señal del guardia que se encontraba sobre la puerta. Las murallas se abrieron, los vigilantes se echaron a un lado. Cuatro esbeltos jinetes pasaron raudos delante de ellos, envueltos en secretos y sombras. La noche del desierto los engulló con rapidez, igual que a espectros que nunca hubieran estado allí. Los vigilantes se miraron unos a otros.
—Lord Benrat y sus secretos. Algo trama. No está vencido —adjudicó el oficial, satisfecho. Las puertas comenzaron a cerrarse —. Kurrol, espera. Tenemos un recién llegado. Sería una descortesía dejarle fuera durante toda la noche. Es comerciante.
—Ya sabes las órdenes, nadie entra de noche en la ciudad
—se quejó el guardia del otro lado de la puerta, junto a él había otras tres o cuatro figuras embozadas.
—Si alguien se queja, dile que va de mi parte. Y esto —le arrojó la botella de licor, la cual fue recogida al vuelo —, de su parte.
—Está bien. ¡Qué pase!

Vía libre, pues.
—Hay una pequeña posada, sin lujos, barata y limpia, para los primeros días. La Seda Escarchada. Servirá hasta que te asientes —sonrió a modo de despedida —. Bienvenido a Thiaras.

Notas de juego

Al final vas a resultar ser un tipo majo y todo.

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07/12/2016, 09:49
Artemis

Los guardias bajaron levemente la guardia, al fin y al cabo no era un sicario como ellos podrian haber pensado y puesto que estaba dispuesto a compartir el alcohol, eso les quito mas dudas aun. Porque si hay algo seguro es que las guardias, sean donde sean, son aburridas, lentas y por norma general al menos las nocturnas suelen implicar frio sino algun tipo de incomodidad, aunque estoy seguro de que prefieren este frio al calor del mediodia. El guardia que me habia recibido, el de la enorme alfanje, fue el primero en hablar, poniendome en sobreaviso de que su enemigo mas acerrimo habia dado un fuerte golpe a su señor, matando numerosos mercenarios y dejando segun parecian decir los rumores, sentenciada la larga guerra civil. Si eso era asi, Lord Knebb deberia rematar a la bestia antes de que esta muestre los dientes. No es intelilgente dejar a una bestia herida, recapacitar sobre su situacion o sin duda sus ultimos segundos seran los peores de cualquier batalla.

Otros rumores, dichos en voz mas baja, hablaban de una solucion. De una opcion que podria darle la victoria a su señor... pero por como lo contaban sin duda deberia tener que ver con la hechiceria o la brujeria. Los ejercitos, los asesinos y los refuerzos no aparecen de la noche a la mañana, pero si alguien puede cambiar cosas en un lapso de tiempo tan corto... es la magia. Interesante que sea justo en este momento cuando mi actual patron me haya enviado aqui. Faltaba ver si mis sospechas acababan siendo ciertas. Mas otro dijo que si solo fueran rumores, si no hubiera nada de cierto, Lord Bernat ya se hubiera rendido... si alguien conoce a su señor, al menos en momento de tension son sus hombres. Los soldados de a pie, conocen si su señor es un carnicero o un estratega, si estas pobres almas enviadas a custodiar una puerta en mitad del frio creen que su señor tiene una opcion, es muy probable que la tengan. Si no, en lugar de matar compañeros, les ayudariana  escapar y ellos, al mismo tiempo tambien. Asi que parecen creibles hasta cierto punto los rumores sobre una solucion...

Pude notar su sorpresa cuando les devolvi la botella. De sobra era sabido que si querian tomarla podrian hacerlo sin problemas, asi que amabilidad con amabilidad se paga. Ibamos a estar toda la noche aqui y uno de ellos, el que la recibio, decidio guardarla para mas adelante. Veterano listo, no cabia duda de ello.

Mas rumores entraron al trapo. Diciendo que el patron de esta ciudad no tenia dinero, que habia vendido el mobiliario e incluso hasta su esposa. No conocia el lugar, no conocia al hombre asi que no podia darle credibilidad, ni restarsela a los rumores por extraño que eso me pareciera. Un soldado, un guerrero, un general que acomoda en sus murallas a lo mas selecto que puede encontrarse, no se desharia con tanta facilidad de nada y en caso de hacerlo, nunca llegaria a oidos de nadie. Seria ser un estupido, si tus hombres creen que es mas que un rumor... estaria muerto. Mas pronto cambian de tema, uno de ellos me aconseja no acercarme a Lord Bernat si no es por algo realmente importante. Parece ser que es de corta mecha y si no le satisfacen mis palabras puedo acabar realmente mal. Asiento en su direccion. - Gracias por la informacion, aunque a tenor de ser sincero dudo que mi espada pueda servir de algo en una guerra asi y menos para alguien como vuestro señor. - Ellos aun asi siguen hablando, compartiendo conmigo pequeños retzaos de informacion que para un novato como yo en esta ciudad, no cabe duda de que vendran de perlas. - Shilamis en la calle de los Oros y Thilamis en la calle del Diamante. - Repito sus palabras mientras miro al hombre, asegurandome de que he cogido bien los nombres y cuando asienta en mi direccion, sonreir levemente como muestra de agradecimiento. Dos lugares donde ir a comprar joyas, pero aun asi los pequeños comercios del bazar tambien poseen cosas unicas. No es que este aqui precisamente por las joyas, pero no esta de mas conseguir alguna cosa por si acaso.

El fumador pide que nombre a la Luna Roja, miro primero a este y luego al hombre que me lo explica. No puedo mas que sonreir ante sus comentarios y reir con ellos, sobretodo mirando fumador. - Esa si es una informacion de las que merece la pena... - Hice un gesto claro de camaraderia con ellos, sintiendome y haciendoles sentir como que estaba alli con ellos, no solo como alguien superior sino como uno mas, aunque no lo fuera. Mas en ese momento la conversacion se detiene, alguien sale de la ciudad. Una serie de señales con el tirador en lo alto de la muralla.

Cuatro jinetes salieron. Raudos y veloces, ocultos en sus capas y capuchas. Secretos, sombras y fuego. Teatro para los no aficionados. Juegos de Sombras que bien podian valer una ciudad. Los soldados piensan parecido pero cuando estoy a punto de volver al circulo formado, uno de ellos detiene al guardia de la puerta. Miro, sin demasiada expectacion, ya habia supuesto que seria enfrente de la puerta donde pasaria la noche. El intercambio de palabras me es claramente favorecedor, el alcohol compartido es lo que tiene entre soldados, y pronto me dejan cruzar unos muros que deberian estar sellados. Suerte tienen estos hombres de que no sea a por su señor a por quien venga... mucha suerte. Me despido de ellos, agradeciendoles el paso libre y deseandoles una no muy fria noche. Un ultimo consejo, una posada. Limpia y sencilla mientras me hago sitio en la ciudad. Un nuevo agradecimiento antes de proseguir mi camino y cruzar realmente las antiguas murallas. - Muchas gracias. - Una leve inclinacion de cabeza. La educacion ante todo, sobretodo con aquellos que portan el emblema de la ciudad.

Nada mas cruzar los muros miro al que llaman Kurrol. - Disculpadme, pero ¿por donde queda la posada de nombre "La Seda Escarchada"? Sus compañeros me han dicho que busque alojamiento alli por esta noche. - Le miraria a la espera de una posible respuesta. Dispuesto a ir al lugar, al menos por si ellos deciden seguir mis movimientos... por el moomento sigo siendo un agente mercantil de joyas para un patron adinerado. En una ciudad con secretos, en una ciudad en guerra y con la balanza desfavorable cuanto menos sepan y mas crean, mejor para mi. Los filos de las armas salen pronto de sus vainas en situaciones como esta, asi que sigamos jugando... por el momento.

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11/12/2016, 00:24

IV.

Una figura embozada atravesando las oscuras calles de Thiaras Este, el paso lento de un animal, el escaso polvo que sus cascos levantaban del suelo. Un fantasma, una sombra. Thiaras dormía, tenía sus propias pesadillas. Artemis avanzó por las silenciosas calles. Los ojos oscuros de las casas le devolvían la mirada. El mercado estaba cerrado, así como todo puesto u hogar con el que se topó. De vez en cuando descubría una luz encendida en el segundo piso de una librería, o en el taller de un artesano. Más allá, una posada rugiente donde la vida nocturna seguía. El ánimo era frío, olía a derrota.
Topó con una patrulla de mercenarios, en la distancia. Hombres de lord Benrat que cubrían el terreno, hacían la guardia. Insuficientes para una ciudad como aquella. En la distancia, siempre presente, la torre de señor. Una pieza militar más que un edificio que casase con las bajas casas de los lugareños, sus talleres de madera o piedra blanca, o sus amplios mercados a cielo abierto.
Siguió las indicaciones del guardia de la puerta hasta llegar a la Seda Escarchada, un modesto local que se encontraba al fondo de un callejón. Tras llamar tres veces la luz de una palmatoria llegó hasta sus ojos. Un hombre de tez morena, calvo y lampiño, grueso en su andar y en su papada, le miró de forma circunspecta, estudiando los motivos por los que había sido molestado.
Artemis le informó, una habitación, también acomodo para el animal.
—Es noche cerrada, no aceptamos visitantes tardíos —aseguró con expresión somnoliente, si bien la ausencia de embriaguez en las palabras de Artemis, así como un par de monedas extras acordadas en el pago, sirvieron para que el comerciante abriera sus puertas.
El local tenía cuatro habitaciones, dos de ellas ocupadas. A él le entregó la tercera, hacia esquina y poseía una pequeña ventana que daba a la noche. Un catre robusto, de aspecto cómodo y limpio, una palancana de loza con agua y un orinal. La habitación poseía un aspecto espartano, suficiente para un viajero cansado. El posadero le informó, entre gruñidos, de otras acciones comerciales. Desayunos, comidas, cuidados adicionales para el caballo, incluso señoritas…detalles que esa noche no iban a estas incluidos.
Cobró por anticipado y le dejó en su cuarto, asegurando que despertaría al mozo de los establos para que limpiase y guardase a su animal.

Notas de juego

Doy por hecho que también dejas al animal en un establo. No sé qué planes tienes, si esperar al alba o actuar durante la noche, por eso lo he dejado aquí.

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13/12/2016, 14:55
Artemis

Avance por las calles de Thiaras, era como hacerlo por las cicatrices de un hombre que esta en sus ultimos estertores. Las sombras se confundian unas con otras, las casas devolvian mi mirada con sus ojos muertos, inmortalizados por ventanas que casi parecian llorar como si fueran los ojos de una plañidera viuda. Las diferentes callejuelas que dejaba atras parecian las venas secas de un cuerpo que se resiste a morir, pero que no encuentra las suficientes fuerzas para bombear la vida que es necesaria para ello. El mercado, quizas el mas rugiente foco de vida estaba ahora dormido por las horas que eran, unicamente cada cierto tiempo podian oirse los griterios que se formaban alrededor de las tabernas que estaban abiertas hasta la primera hora del amanecer, pero incluso estas destilaban un ruido diferente, como una tonada desafinada que intenta embaucar con que todo va bien cuando aquellos que la tocan saben bien la verdad. El aire, el mismo polvo que levantaba Errante lo hacia con una tranquilidad aberrante, como los ultimos estertores de un cadaver. Thiaras era una ciudad derrotada, quizas su señor aislado en su torre creyera que no era asi, que habia una oportunidad pero sus habitantes ya habian dado por perdida cualquier batalla, ya fuera moral o mental... y eso solo podia significar que Thiaras estaba lista para ser tomada. Dudaba que ni siquiera los guardias tuvieran demasiado animo para pelear realmente, cuando Knebb llegara a sus puertas.

Una patrulla de mercenrios pululaba por entre el laberinto de callejas. Apenas un leve punto de luz en movimiento que quedaba opacada por la tremenda y vasta oscuridad de su alrededor. No era suficiente, ni siquiera de cerca para dar un minimo de esperanza. La oscuridad se cernia sobre la ciudad, sobre las almas y corazones de esta ciuda y Bernat solo tendria una oportunidad... si es que siquiera le quedaba eso. Mas eso no era de mi incumbencia, un lugar donde reposar, donde descansar y continuar con mi tapadera a los ojos de los pocos que podian estar mirando. Mis pasos me llevaron al final de un callejo, el mismo lugar que me habian recomendado. Un viejo de vista cansada y aspecto dormido abrio la puerta, mirandome con sus legañosos ojos escupiendo palabras donde me invitaba a irme con muy poca sutileza. Mis palabras dichas con fuerza, con autoridad pero sobretodo secundadas con el brillante color del oro hicieron su trabajo. Una habitacion, comidas y acomodo para mi buen animal. Mi descanso era importante para mi, pero mas que se cuidara como merecia a mi noble semental, su viaje habia sido de lejos peor que el mio.

La puerta se cerro detras de mi, mi habitacion estaba a oscuras pero no era algo que me importase. Deje algunas de mis cosas, buscando lugares donde ocultar algo de dinero por si alguien decidia hacer una visita mientras no estaba. La noche, quizas menos viva de lo esperado siempre oculta secretos a aquellos que saben moverse. Los guardias sabien cosas, oian cosas en palacio pero son los gremios de ladrones, las calles y burdeles llenos de putas donde los secretos prolifera... cualquier deseo que tengas puede ser encontrado en ellos, incluso en una ciudad moribunda. No tenia claro si la Hermandad estaba en Thiaras, este lugar no pertenecia a mi antiguo "feudo", mas si no era asi, alguien habria oido hablar de nosotros. Lo cual deberia darme al menos un cierto nivel de pase, para poder hablar con las pesonas indicadas.

Abri la ventana, oliendo el aire que prvenia de la ciudad, escuchando los ruidos nocturnos y con una sonrisa cruzando ese pequeño umbral en direccion al corazon oscuro y lleno de vida de Thiaras. Todas las ciudades tenian uno y para aquellos acostumbrados a vivir en él, no debia ser dificil encontrarlo. Susurro y palabras que bien podrian llevarme a mi objetivo... o al menos a encontrarlo si es que estaba en esta ciudad.

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16/12/2016, 19:12

V.

Artemis se arrojó a la noche como una sombra más de Thiaras, una máscara con un oculto objetivo.
Tras merodear un poco por las silenciosas calles de la ciudad percibió que el ambiente no era para nada festivo, los mercaderes estaban preocupados y los mercenarios no deseaban gastar sus pagas en tabernas y lupanares, inseguros al desconocer si habría una futura la semana que viene. No dudaban de la valía de lord Benrant así como de sus planes pero eran tiempos complicados.
Aún así siempre había otros, más arriesgados, que vivían el día a día y se reunían por la noche igual que si esta fuera a ser la última. Artemis recorrió las calles sucias de tierra roja, pasando furtivo bajos toldos coloridos o cortinajes de telas. Su destino, como le había anticipado uno de los guardias de la puerta, fue la Luna Roja.
La pequeña edificación de dos plantas tenía una doble hoja presidiéndola en su planta baja, donde los postigos de las ventanas se encontraban cerrados. Arriba, en balconadas, muchachas alegres envueltas en sedas, cuyas siluetas se transparentaban de forma elegantemente erótica, le sonrieron y le saludaron.
El piso bajo del lupanar se parecía a una taberna. Con buen gusto, pero una taberna. Cortinajes rojos aquí y allá, mesas bajas con mullidos cojines, coloridas alfombras, copas de cristal y bandejas de bronce, agua cristalina, un lujo en el desierto, también licores potentes o fruta fresca, lámparas de araña con estrechas velas encendidas. Y entre medias, muchachas de largas piernas bronceadas que atendían a sus clientes. En la planta baja solo servían copas y comida. A la vez, entre animadas charlas y una muchacha de torso desnudo y cabellos gualdos tocando un laúd, se paseaban las cortesanas, cubiertas sus rostros mediantes velos, de ojos maquillados, cabelleras sueltas entrelazadas con bandas de oro o plata. Era fácil distinguirlas de las camareras, también jóvenes y hermosas, pero sin maquillar y con el rostro descubierto.
De vez en cuando un afortunado ascendía por las escaleras con una de las chicas, aunque no era lo habitual.
Había algunos mercaderes, viejas pasas arrugadas con las bolsas llenas, y sus escoltas que, impávidos, vigilaban a sus señores. Algunos mercenarios que habían decido gastar la soldada de dos semanas en una sola noche, un jugador, las camareras, los guardianes del lugar y las chicas, tan finas y delicadas como damas de corte pero con mucha menos ropa. Mucho donde rascar, el bajo corazón de Thiaras estaba allí.
Le ofrecieron una mesa libre, donde se acomodó. Le sirvieron una copa de agua y fruta fresca, de carácter obligatorio ya que un sitio tan selecto así lo demandaba. Con una sonrisa y la promesa de que vaciaría la mitad de su bolsa al regresar para cobrar la camarera se alejó. El ambiente era agradable y distendido, olores afrutados, ambiente festivo pero sosegado, fino. Algunas de las chicas le lanzaron miríadas, entre curiosas y calientes. Era la novedad. Y pronto atrajo miradas.
De entre todas las chicas que podían haberse acercado a su mesa lo hizo la única que no debía trabajar allí. Su piel estaba quemada por el sol y su cabello, rojo apagado, estaba revuelto y lleno de arena. Sus ojos eran claros, puede que verdes, también fríos. Vestía con un justillo de cuero de rojo que aplastaba sus pequeños senos y dejaba su plano vientre al aire. Un pantalón ajustado y botas altas, así como varios cuchillos que no trataba de ocultar demostraban que no se dedicaba a las artes amatorias.
—Estás muy lejos de casa ¿No crees? —su voz era algo rasposa, Artemis se fijó en que tenía una cicatriz en el cuello —. ¿De quién eres tú? —Se levantó un brazalete para mostrarle un tatuaje, dos labios cosidos mediante cuerda y acero, el símbolo de las Herméticas —. ¿Lo reconoces? Si es así, bien, y sino, también. Me sentaré contigo —lo hizo enfrente, tomó una de las uvas de su bandeja y la acercó a sus labios —. No hay mucho trabajo aquí para gente como nosotros. Vagabundeo por las calles esperando a que lord Benrat decida darme un trabajo. Es generoso cuando paga pero no suele necesitar de mis servicios. Son muy exclusivos, ¿Sabes? Y no me gusta la competencia.

Notas de juego

*La copa de agua y la fruta te cuesta la mitad del contenido del adelanto que te dio el viejo, así que cuidado.

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19/12/2016, 17:05
Artemis

De noche todas las ciudades eran iguales, callejones, esquinas, balcones, guardias, todas eran exactamente iguales en su conjunto, aun asi habian sutiles diferencias para aquellos que llevaban toda su vida viviendo en las sombras. Los olores, la tierra de los zapatos, el grito de la gente mientras se divertia y esta ciudad no era diferente en esas cosas. La tierra roja no tardo en pegarse a mis botas pero aparte de eso nada cambio, las especias, el olor de la diversidad de las mismas llego hasta mi cuando me acerque al bazar. Toldos de mil colores tapando las tiendas junto con cortinas echadas para no permitir la vista. El lugar estaba practicamente muerto para aquellos que vivian a la luz del dia, pero con cuidado, moviendome entre las venas y arterias que no alimentaban esta ciudad, uno podia llegar al centro, al corazon que bombeaba todo lo que el hombre necesita y lo que todos condenan a la luz del astro rey, mientras sus brazos rodean a sus esposas y los perfumes hacen olvidar el roce de las mujeres de la noche. Tal y como los guardias habian dicho, el sitio al que ir era la Luna Roja... no fue dificil dar con ese lugar.

Las mujeres de sus balcones era dignas de elogio en todos los sentidos. Sus cuerpos jovenes mostraban lo que todo hombre desearia poseer, a veces ligeramente cubiertos, otra vez tapados y en su mayoria libre para que los avidos ojos de los futuros clientes se deleitasen en su mente antes de hincar el diente en su presa, por un mas que absurdo precio. Cruce el umbral, la puerta al lupanar mas famoso de Thiaras y no pude mas que recordar un sitio similar en Zamora. Exquisito diseño, ojos expertos que dividian el espacio permitiendo tanto privacidad como compañerismo, sin necesidad de la cercania de otra persona. Una taberna como otra cualquier quizas, pero una que se llevaba no solo con buen gusto, sino con ojo clinico. En los detalles uno podia conocer al dueño del local... y sin duda este era peligroso pues sabia exactamente como jugar con sus clientes. Una bella camarera, de rostro descubierto me llevo hasta una de las mesas, el aperitivo estaba claro que vaciaria al menos la mitad de mi bolsa pero sin duda tambien era algo obligado. Si deseaba pasar desapaercibido era un cambio justo mientras estudiaba el lugar. La belleza formaba parte intrinseca de este lugar y aun asi las palabras del mago resonaban en mi mente, sera una persona bella sin lugar a dudas. Lo conocia lo suficiente para saber, que cuando lo viera entenderia el significado de la belleza. El mago podia ser criptico pero nunca jugaba sin tener claros los ases sobre la mesa. Pasee mi mirada por el local, dejando embriagar a ojos de las damas que alli esperaban a sus futuros clientes, capte sus miradas, curiosas y hambrientas pues la novedad siempre atrae a aquellas que estan hartas de lo cotidiano. Les sonrei pero sin fijar demasiado la mirada, sonrisas enigmaticas que rapidamente se cortaban como el juego de mi mirada.

Mas de entre todas las mujeres, damas de alterne y camareras, aquella que fue a posar su flaco trasero en mi mesa no era ni por asomo, nada de lo que este lugar ofrecia. Asesina, ladrona, decia su ropa y sus movimientos. Su lenguaje corporal la delataba, como suponia que me habia delatado el mio, pero ella no se ocultaba. Su justillo, sus botas, sus cuchillos delataban su oficio a cualquiera que la mirase. Sonrei ante sus palabras y me encogi de hombros. - ¿No lo estamos todos? - Una frase con juego, si esperaba respuestas directas se habia equivocado de persona. Mas entonces se levanto un brazalete mostrando el simbolo de las Hermeticas. No tenia claro si es que llevaba mucho tiempo fuera de juego o es que esta chiquilla era una novata. La gente no va diciendo a quien pertenece a los extraños, es una mala idea o solia serlo antes. Mire el tatuaje y despues a la mujer sin decir palabra, solo asintiendo brevemente, el significado del mismo es algo que ella misma deberia averiguar. Se autoinvito por segunda vez diria yo mientras tomaba una uva y seguia hablando. ¿Exclusivos? Una asesina de lujo que se muestra sin mas a la cara de un extraño sin saber si ha venido a por ella. No, parece mas bien una niña que se cree mejor que nadie y por eso se las da de mas de lo que es. Espere que sus labios se cerraran sobre la uva antes de hablar. - Bueno, si es por eso no te preocupes no he venido a quitarte tu trabajo. ¿Como podria? Despues de semejante acercamiento. Acepto sin dudar tu invitacion de pagar la mesa, puesto que parece que tienes hambre. - La mire, sin moverme ni un palmo pero diciendo las palabras en el momento justo y con la volumen necesario, para que la camarera que pasaba por alli tomara nota de ello.

Solo jugaba con ella, pero sin duda que una extraña que no es una cortesana se siente en la mesa de un hombre que trae dinero para autoinvitarse a comer lo que le plazca, deberia ser algo que las reglas de ese lugar deberia tener en cuenta... por muy asesina que sea. Hay normas y reglas en la noche, las de cualquier local que se respete de serlo, son las que deben cumplirse y cualquier dueño sabe bien hasta donde permitir y a quien permitirselo. Ademas queria ver como respondia a mi juego.

Aun asi, quizas este dispuesto a pagar la mitad... si tu estas dispuesta a hablar en lugar de amenazar. - El tono fue bajo, dicho cuando nadie mas pudiera oirnos y con una sonrisa burlona en mis labios. Las amenazas hacia tiempo que no solian surtir efecto, no con alguien como yo, debia ser algo realmente muy especial para llegar a afectarme de verdad y una pobre chica como esta no lo haria. Aun asi no era tonto, estaba en su territorio y una cosa es burlarse un poco de ella, otra subestimarla hasta el punto de acabar muerto. Mis pertenencias, asi como cda movimiento suyo estaba siempre en mi cabeza, preparado por si decidia dejar de jugar con las palabras.

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20/12/2016, 00:58

La muchacha, que era más joven de lo que quería aparentar, dejó de masticar unos segundos cuando Artemis mencionó que se ofrecía a pagar la mesa. Engulló, cogió otra uva, más tímidamente, y volvió a masticar.
—Aquí todos saben que no tengo dinero. Si no pagas, a mí me llevarán arriba, con las chicas, y a ti te molerán a palos. O nos molerán a palos a los dos —sonrió, se encogió de hombros —. Ya has visto mi tatuaje. No querrás problemas, ¿No? Porque…¿Sabes lo que significa? ¿O no? —le miró fijamente, tratando de ver algo en su rostro que delatase a Artemis. El asesino ni siquiera estaba sudando —. Eres muy serio. Sonríe, no encontrarás mejor lugar en todo Thiaras, ni en el Este ni en el Oeste. Ni mejor compañía —le guiñó un ojo, cogió otra uva —. Y yo te salgo más barata que esas furcias, eso sí, sin privilegios carnales.
O fingía ser una chiquilla alocada que arriesgaba en cada palabra o realmente lo era. Vivir en mitad de ninguna parte, cuando se venía de fuera y no había suficiente trabajo para todos, te llevaba a correr riesgos. Cuando Artemis susurró la muchacha se puso tensa. Había algo en Artemis que no había ponderado. Volvió a mirarle fijamente, tratando de que delatase algo sobre su persona; nerviosismo, interés, duda, temor. Nada.
La muchacha tamborileó con sus largos dedos sobre la mesa. Se medio levantó de la mesa, agarró el plato con la fruta y lo acercó a ella en su totalidad.
—Lo pagues o no, voy a comérmelo —parecía hambrienta —. Ya veremos quien corre más luego, ¡Qué remedio! Pero…podemos hablar —ahí se tornó más serena, más cohibida —. Lo sé todo sobre las dos Thiaras. Y te cobraré muy poco.

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22/12/2016, 18:07
Artemis

El simple hecho de que unas pocas palabras la detuvieran durante esa pequeña fraccion de tiempo, dejo claro que no era ni por asomo quien intentaba decir que era. Conocia a las hermeticas, habia estado en guerra, paz y de nuevo guerra con ellas durante mucho tiempo y sin duda, ninguna se acercaria asi, menos aun desvelaria a que gremio pertenecia con tanta facilidad, para luego quedarse en vilo por una mera amenaza de dinero. No, la chica conocia cosas, pero tambien inventaba muchas para seguir viva, una actitud loable siempre y cuando no me tomara como un simple idiota mas que se paseaba por las noches. Aun asi me preguntaba que pensarian las Hermeticas si llegaban a descubrir que alguien tomaba su nombre de esa forma.

Sonrei sin contestar a nada, simplemente como una respuesta a tanta palabreria. Mas fue mi susurro la que la saco de todo lugar, quedandose sin saber que decir, para acto seguido reaccionar como haria una chica de la calle, acaparando todo lo posible mientras era posible. Aun asi no le deje tomar la bandeja, coloque mi mano de forma que no pudiera abarcarla por completo y nuestras miradas se encontraran. - ¿Barata? - La bandeja valia mucho mas dinero del que probablemente ella habia visto en toda su vida. Tras esa simple palabra le deje tomarla, mientras la veia comer con ganas de verdad, estaba famelica, no cabia duda de ello. Habia conocido el hambre en mi juventud, sabia lo que implicaba y sin duda esta chica era mas joven de lo que queria hacerme creer y sin duda... estaba sola.

No vas cobrarme nada jovencita. El coste de esa bandeja y la fruta que estas comiendo es mas que suficiente para que me des informacion, eso o... - Mire hacia la barra y despues hacia arriba. Dejando claro que si no se cumplian mis expectativas era muy probable que ella acabara alli arriba, con las demas chicas. La mire, no habia nada en mi rostro que no dijera que no estaba dispuesto a cumplir mi amenaza, pero cuando habia pasado el tiempo necesario se relajo mientras bebia un pequeño sorbo de la copa. - Aun asi, si trabajas bien para mi, es posible que haya un pago extra al final... junto con algo mas de fruta. - La mire sopesando las opciones, dispuesto a reaccionar si ella intentaba irse corriendo pero por lo demas atento por completo a ella y sus gestos. Evaluandola levemente, porque sin duda tenia las agallas para este tipo de trabajo, faltaba ver si tambien la habilidad. - Dices que sabes mucho sobre Thiaras... convenceme de que es cierto. Hablame de las ultimas semanas y de los extraños que han llegado a ella. Asi como del ataque donde el señor de esta ciudad sufrio tantas bajas.- No sabia como funcionaba aqui, pero para mi extraño era cualquiera que no viviera en la ciudad o que no fuera... habitual en la misma.

Mis dedos se cerraron sobre la copa, sintiendo el frio del metal y jugando con mis dedos por encima del borde de la misma, dandole pequeños sorbos de vez en cuando.

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24/12/2016, 02:22

—Si puedes pagar con fruta es que eres en verdad acaudalado —respondió ella, descarada, mientras seguía devorando las jugosas uvas de la bandejas. El reparo se le había pasado. Siguió escuchando. Engulló, se limpió los estrechos labios con el dorso de la mano y siguió hablando —. Fue un ataque bien organizado. A través de la Grieta. Nadie quiere cruzar ese terreno, es tierra muerta. Zona de fantasmas —entornó los ojos, a modo de burla —.Lord Knebb utilizó a la mayoría de sus mercenarios. Simplemente eran más, la diferencia era que esta vez estaban bien organizados. Lord Benrat es un soldado, pero le falta dinero. No lograron penetrar en la ciudad, pero Lord Benrat está tocado y herido. Al borde del abismo. Nos arrastrará a todos con él…y hará una estupidez que le convertirá en señor de las dos Thiaras—se recostó sobre la silla, de forma despreocupada. Escupió un pipo de uva a un lado, cosa que una cortesana que paseaba por allí cerca desdeñó con la mirada —.Hoy llegaron “extraños”. Mercenarios, pero de otra clase. Eran…como yo. Tres mujeres y un hombre, la gente apropiada para un trabajo en la sombra. ¿Acabas de llegar? ¿No te cruzaste con ellas en la puerta? Las llaman las Morias, tras ella corre la sangre. Yo…yo podría ser una de ellas ¿Sabes? Puede que cuando regresen se lo proponga…a no ser que tú pagues mejor —una sonrisa sudorosa —. Llegaron, hablaron con Lord Benrat y se marcharon. Algunos creen que no aceptaron la proposición del señor. Yo creo que han ido a buscar algo. Un comodín para Benrat —se encogió de hombros —. Nadie sabe que puede ser.
Se había terminado la bandeja de fruta, sirvió una copa de agua. Su pulso era agitado, derramó un poco. Mal asunto para una cuchillera.
—Ahora tú. ¿Qué buscas aquí? No has venido por las chicas ni por la comida.

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01/01/2017, 18:50
Artemis

Hice caso omiso a su comentario sobre la fruta, cuanto menos informacion tuviera sobre mi esta pequeña ratera mejor nos iria a ambos. La verdad es que debia tener la misma edad que mi hija, quizas un par de años menor no quedaba claro pero tenia el desparpajo propio de aquellos que solo conocen la calle... aunque en su caso haria bien en medir sus palabras, porque para bien o para mal mi discreccion era mas importante que su vida, aunque eso no tenia porque saberlo aun. Su forma de comer implicaba que hacia tiempo que no cobraba, lo que dejaba claro que en el caso de que realmente Bernat le pidiera algo a alguien como ella, hacia tiempo que no lo hacia.

Bebi un poco mas de mi copa mientras escuchaba lo ocurrido en la Grieta. Recordaba haber visto el lugar desde la parte superior de las dunas. No era un lugar que deseara visitar, aunque ese tipo de pensamientos solian llevarme por los peores caminos posibles. Tierra de fantasmas decia la muchacha con cierto aire de sorna, si hubiera visto quizas una decima parte de lo que yo sabria que a veces, es mejor no jugar con aquellos que merecen su descanso eterno. Hay demasiadas cosas raras en este mundo, mas aun cuando citas con tanta tranquilidad que Bernat esta dispuesto a sacrificarlo todo con tal de conseguir ambas Thiaras. Una estupidez en manos de alguien con poder, suele implicar una estupidez de tamaño colosal, del tipo que prefiero evitar estar cerca. Mas entonces por fin dijo algo que sonaba bien a mis oidos, no simplemente palabreria o informacion sobre un combate que no me venia a cuento, aunque fuera interesante. Recien llegados como yo... o como ella, segun se prefiriese.

No tardo en hablar sobre las mujeres, dejando a un lado al hombre que era mi principal interes. Las Morias. Sin duda los apodos resonaban demasiado bien en sus oidos, y en los de mi pequeña interlocutora. Los apodos no sirven de mucho, menos aun cuando te los pones tu mismo. Son aquellos que previenen del temor de tus enemigos los que realmente tienen algun sentido. Su proposicion me hizo mirarla detenidamente y sonreir levemente, sin contestar, sin aseverar nada pero dejando que la mente de aquellos mas jovenes compusiera la balada que ellos mismos deseaban oir. Si realmente eran como ella describia, sin duda no la acogerian, a lo sumo se divertirian con ella. Un nuevo trago de la copa, apenas para mantener mis labios frescos. Ladee ligeramente la cabeza cuando dijo que Bernat les habia enviado para algo, a buscar algo... probablemente algun ingrediente para ese movimiento suyo. Mal asunto, si tenia ya a un grupo de asesinas a ello.

Se termino la bandeja, relamiendose los labios y frotando el dorso de su mano y su manga para limpiar los jugos dulces de su rostro. Tomo la copa, sus nervios la traicionaron de nuevo. No, sin ninguna duda no era una Hermetica y menos aun alguien que viviese en los altos escalafones de la sombra. Era una enviada, una por alguien que deseaba saber del nuevo en la ciudad... sin exponerse el mismo. Demasiados fallos la habian delatado y aunque era posible que las Hermeticas estuvieran detras de ella en cierta forma, no pasaba de novata... como mucho, y eso ya seria otorgarle demasiado.

La mire detenidamente cuando fue tan directa conmigo y me encogi levemente de hombros. - Buscar a alguien como tu. Alguien que conozca la ciudad y pueda darme unas pocas direcciones, asi como hablarme sobre las nuevas de la ciudad. - Mire la copa y luego a ella. - He pagado de sobra por la informacion que he recibido, pero tu no lo has hecho... aun... - Deje que el tono de mi voz, mi postura la hiciera imaginar las connotaciones tras una frase terminada de esa manera. - Aun asi, hablabas de las Morias, Las tres mujeres que habian llegado a la ciudad y que se habian ido para quizas cumpli un encargo de Bernat. Mas no has dicho palabra del hombre... - Ladee ligeramente la cabeza mientras la miraba detenidamente y de paso, observaba el lugar, buscando a alguien que estuviera atento a mi conversacion con ella. La chica no se iria, no sin mas, si lo intentaba dejaria de comportarme tan educadamente.

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01/01/2017, 23:31

Para la cuchillera la conversación estaba durando demasiado. Era evidente que Artemis no era la clase de persona con la que solía tratar. Puede que su palabra fácil y su descaro lograse desarmar la defensa de ciertas personas. Con Artemis no funcionaba, era frío como un glaciar, e implacable como el mismo, inexorable en su avance. Uno miraba atrás y veía la gran montaña de hielo. Pensaba que siempre estaría en el mismo lugar. Lo cierto era que se movía, avanzaba de forma imperceptible. Y, cuando querías darte cuenta, estaba encima de ti. Esa sensación de peligro constante, de haber importunado a quien no debía, hacía trotar su corazón.
Intentó mantener la compostura, eso había que concedérselo.
—En Nemedia existe un grupo mercenario que se llama los Lobos de Hierro. Entre ellos hay una mujer, es un lobo más, no una loba. Con las Moiras ocurre igual pero al revés. Ese hombre es una Moira más. En su grupo la mayoría son mujeres, él es la comparsa, no al revés. Típico de los hombres, pensar que tienen más valor que una mujer. No es el caso. Hablé de las Moiras, eso las incluye a ellas tres y a él. No es especial ¿Entiendes? —le miró de tal forma que esperaba que no le comprendiese.
En la Era Hiboria pocas eran las mujeres capaces de tomar el camino de la espada, labrándose un nombre en un mundo de hombres. Había, por supuesto, ciertos nombres que, como estrellas, destacaban. Bêlit, la corsaria negra, Sonja la Roja, de Hirkania, cuyo acero podía rivalizar con el de cualquiera, o Valeria, oportunista, ladrona y pirata. Nombres con peso en un mundo que no aceptaba a la mujer como una igual.
—Ya he hablado demasiado. Y no sé si me gustas. Podría ser tus ojos en las calles, pero quiero una paga mejor que llenar el estómago. Si te interesa, habla. Si no es así…—hizo ademán de levantarse.

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02/01/2017, 10:31
Artemis

Sonrei para mi mismo, no dejando que ninguna mueca fuera de lo habitual saliera a mis gestos faciales. La chica estaba haciendolo medianamente bien, aun  con todo lo que la habia sacado de su sitio conseguia mostrar cierto temple. Menos del esperado para alguien que habia sobrevivido en esta ciudad pero no estaba del todo mal... podria serme util. Entonces exploro mis palabras, dandoles un tinte que ni por asomo les habia dado yo. Cierto es que no habia contemplado la idea de que el hombre fuera con ellas, pero no era de los que subestimaban a una mujer solo por serlo. Una de mis mas antiguas amigas y gran maestre de la Orden era una mujer y aquellas bajo su mando o el mio, no era del tipo de mujeres que uno debia subestimar. Quizas ni siquiera esta niña estuviera en ese sitio, el momento en el que te crees directamente por encima de los demas es cuando la cuchilla mas profunda se clava.

Mejor de lo que crees. - No di pie a mas. No hacia falta decir que lo habia interpretado mal, eso quedaba para mi conciencia y quizas su imaginacion. Por ahora era mejor que no le diera ni un apice de informacion mas de la que podia necesitar. Mas entonces hablo, de nuevo retomando parte de esa voluntad que habia ido perdiendo bajo mis ojos a cada palabra que cruzabamos. - Si no creo mal la bandeja que has hecho tuya, ya vale mucho mas de lo que hace tiempo que ves. - Sino mas de lo que nunca has visto. Le sonrei durante unos segundos antes de encoger los hombros levemente. - Aun asi estoy dispuesto a pagar por tus servicios si la informacion que me das merece la pena. - La mirada dejo claro que si esa informacion no merecia mi tiempo, no solo no habria dinero, sino que habrian consecuencias. Mi mundo, nuestro mundo, solia pender de una muy fina balanza donde los negocios y un cuchillo clavado hasta lo mas profundo del filo solian ir abrazados como dos amantes. Algo que sin duda ella sabria si se movia por las calles. No tenia tiempo de perder con alguien como ella, sino sabia ni siquiera encontrar lo que yo buscaba. Ademas llenar el estomago como bien habia dicho la muchacha, habia sido mucho mas caro que si la hubiera invitado a comer en cualquier otro tugurio... no pensaba ni de lejos pagar tanto por su informacion.

Espere a que esa bravata de ademan que habia hecho, la hiciera volver a sentarse. Sin alterar mi pulso ni mi tono, la verdad es que esos gestos estaban de mas, una vez te habian invitado a tomar semejante banquete... como mucho podias conseguir justamente lo contrario a lo que bsucabas segun con quien hablaras. - Busco a un hombre. - Algo que podia haber deducido por mis anteriores palabras. La duda entre dar mas informacion o no sobrevolo mis pensamientos, pero llegados a este punto realmente necesitaba a alguien que conociera la ciudad, por lo que la decision era obvia.- Un foraneo, o extranjero de una belleza excepcional. Lo mas probable es que sea un recien llegado, o que este por llegar en breve. Quiero que estes atenta a esos detalles... y cuando digo belleza excepcional no me refiero solo a tu punto de vista. Es de esas bellezas que cortan el hipo a cualquiera que la mire. - Sin duda eso era algo que podia sacar de las palabras del mago, sino no lo habria dejado claro de esa forma.