Partida Rol por web

Los Hijos del Acero.

Thiaras. Una noche con colmillos.

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23/11/2016, 02:34


Deja atrás Ofir, oh viajero, con sus minaretes escarlatas y sus sabios contemplativos, y adéntrate en su desierto de arena roja. Evita, si puedes, los bandidos de turbantes lacados y sé cauto, las arenas esconden multitud de peligros; escorpiones del tamaño de un puño, arañas capaces de arrastrar a su red a un gato grande, serpientes cuyo veneno te mata en menos de lo que tarda un cuchillo zamorio en salir de su vaina. Tampoco hagas casos de sus espejismos. Sigue adelante. Hay un lugar que es ningún lugar concreto. El desierto muere allí, ya no es Ofir. O puede que si. Nemedia y Conrithia hacen allí frontera, ninguno de los tres reinos se decide sobre el lugar. ¿A quién pertenece? Un poco a todas, un poco a ninguna. Allí está Thiaras, refugio de los biennacidos.
Azotada de forma incansable por los rojos vientos del desierto, el enclave se encuentra situado en una depresión del terreno que ayuda a que las fuertes tormentas de arena, tan comunes en la parte oriental del desierto, no llenen de arena sus mercados y pozos.
La ciudad es de paso, y de pago. Otea a tu alrededor y únicamente encontrarás arena recortada por un rojo horizonte sin fin, sangre grumosa derramada en una línea recta. Únicamente un punto destaca en la distancia, pues hay un oasis, el de Jebb-Sol, y es bien sabido que es utilizado por aquellos que son rechazados por las murallas hundidas de la ciudad. Zona de criminales, dicen, de bandidos y marginados, también único reposo de aquellos que caminan con los bolsillos vacíos y esperan hospitalidad por parte de otros a cambio de nada. Puede ser tu respiro, viajero, o tu condena.
Thiaras es rica, no depende de un gobierno central, fabrica su propia ley y tiene abiertos los mercados a casi todo. Es un paraíso. El germen de un nuevo reino. O lo sería si no estuviera dividida. Así como oyes, imagina una majestuosa bestia de piel dorada y cuernos de diamante. Podría domeñar al mundo pero sus dos testas se lo impiden. Thiaras tiene dos cabezas, y cada tira hacia el lado contrario. Lord Knebb y Lord Benrat. Uno al este, el otro al oeste, enfrentados en una guerra fría en la que cada cual trata de eliminar a su contrincante mediante artimañas y escaramuzas. Thiaras es un gran tablero de ajedrez donde los peones son personas.
Al oeste se alza el palacio de Lord Knebb, antiguo señor de la guerra que durante años asoló los reinos cercanos. Hace diez años que no toma las armas. Se ha vuelto glotón, cómodo, su acero ha perdido brillo, no así su mirada. La codicia es fuerte en él. Controla los mercados más amplios, las mercancías más comunes; grano, ganado, tabaco, alcohol, esclavos, acero. De todo recibe un tributo. Es el hombre más rico de Thiaras. Y dicen, el más poderoso.
Su palacio está decorado de forma fastuosa pero sin gusto. Son muchos los que le siguen, más que a Benrat, pues es justo en el pago y generoso con sus capitanes. Posee su propio harén y dos hijas, de una de ellas dicen que es la misma imagen de la lujuria y el fuego, la otra reza a Mitra cada noche.
Su influencia termina allí donde se alza su muralla, una regia construcción de piedra, reciente, donde sus desconfiados guardias vigilan día y noche.
Lord Bernat domina el este, es más joven, también más serio. Sus mercados están llenos de ingredientes exóticos, arte proveniente de la lejana Kithai, seda de Hyrkania, trajes de excelente diseño para vestir en corte, tapices, cuadros, arte. Su mercado es más refinado, sus clientes más selectos. Sus tributos más elevados. Desgraciadamente sus tributos, aunque prósperos, no pueden equipararse a los de su rival.
Antiguo militar, Lord Benrat está decido a gobernar Thiaras él solo. Para ello ha erigido una torre desde la que puede contemplar toda la ciudad. Y rozar las estrellas. Las estrellas, eso es. Las malas lenguas dicen que Lord Benrat es algo más que soldado y monarca, que en las noches más oscuras, cuando las estrellas brillan como diamantes en la corona de un rey, él sale a su balcón y exige que le susurren sus secretos.
Si bien cuenta con menos hombres, su muralla es mucho más firme, mucho más antigua. Desde ella aún tiene una posibilidad.
Entre las dos murallas existe una tierra de nadie que los lugareños llaman la Grieta. Allí es donde se pudre los cuerpos que, tras las confrontaciones, nadie recupera nunca. Ha habido tanta muerte allí que muchos creen que la Grieta está maldita. Y para dar razón a esas palabras, está la Torre.
Justo en el corazón de Thiaras se alza una modesta torre, sin ventanas ni puertas, que mira ciegamente a su alrededor haciendo que los hombres se estremezcan. La torre ya estaba allí mucho antes que cualquiera de los habitantes de Thiaras o de sus familias ocuparan sus alrededores. Los rumores hablan de un antiguo templo donde antiguamente se rendía culto a un dios olvidado hoy día. Ya nadie cree esos cuentos, tampoco en los dioses. En Thiaras solo se cree en el oro.
Thiaras, aún dividida, es grande y con un provechoso futuro. La ciudad acoge viajeros, comerciantes, aventureros y juglares siempre que tengan negocios que hacer, mercancías que cambiar u oro que gastar. También es tierra de mercenarios, de soldados de fortuna. Ambos nutren las guarniciones de los dos monarcas. Un hombre capaz de empuñar un arma puede elegir patrón, encontrar fama y dinero o una cálida tumba bajo las arenas del desierto de Ofir.
Una ciudad enfrentada. Aquel que se haga con el mando se verá cubierto de riquezas sinfín. Y el que sea derrotado verá sus huesos mondados por buitres calvos y sus huesos calcinarse bajo el sol abrasador del desierto rojo.
Thiaras, un alma, pero dos corazones. Uno hambriento y el otro sediento, carne y sangre, piden, fuego y oscuridad, reclaman. Dos rostros en una misma moneda que están sentenciados a separarse.

—¡Es una locura, Benrat! ¡Un órdago al destino! ¡Deberías pactar con Lord Knebb y terminar esta absurda guerra! —reclamó ella, una cascada de ébano cayendo por su espalda, una mirada encendida igual que acero al rojo.
—¿Qué me estás pidiendo, Silanna? —respondió él, calmo ante la tormenta, un bloque de hielo que no se derretía —. ¿Qué pacte con ese cerdo de Lord Knebb? ¿Y dejar Thiaras en sus gruesas manos? ¿Mi Thiaras? Tengo que pensar en mi gente, en mis mercados, en toda la ciudad, no solo en mí.
—Parece que en tu plan te olvidas de alguien
—respondió ella con tristeza abrazando con dulzura su vientre hinchado; estaba de siete meses —. Siempre te olvidas de alguien.
Apartó la mirada para que no se apreciase como una tímida lágrima de cristal resbalaba por su rostro. La mujer salió de la sala acorazada cruzándose con el grupo de mercenarios. Miró a las tres mujeres y al hombre, se borró la lágrima del rostro y con una templanza justa, capaz de dominar el torrente de emociones que ardían debajo de su piel, les habló demostrando templanza y autocontrol propios de la señora del lugar.
—¿Recién llegados? Sed cautas, la noche en Thiaras tiene los colmillos demasiado largos. Y no teme hincarlos tanto en la piel de culpables e inocentes por igual. Bienvenidas.
La esposa de lord Benrat les dejó atrás, perdiéndose con su andar menudo por una de las escaleras de la torre del Este.
El grupo flanqueó el umbral que les separaba de la última habitación de la torre, en lo más alto de ella. Las puertas eran gruesas, remachadas con acero. Les sorprendió descubrir que dentro no había más que cuatro guardias: cuatro sicarios traídos de Ofir, seguramente. Ropajes en cuero negro, botas de monta, aspecto compacto y ágil, yelmos terminados en punta, cimitarras en sus cintos y finas máscaras de acero pulido en sus rostros. Lo más parecido a leales soldados que tenía en nónima lord Benrat, silenciosos asesinos de las arenas.
El interior de la sala concordaba con lo que habían visto subiendo la torre. Faltaban hombres para presentar una defensa eficaz en caso de ataque. Todos los mercenarios que llenaban la ciudad y las calles eran veteranos, asesinos o guerreros, antiguos soldados que tenían tantas cicatrices en el cuerpo como mellas en la espada y muescas en el cinturón. Bien organizados, de aspecto sombrío y torvo. Insuficiente.
La torre, lejos de ser la pomposa residencia de un noble, era una estructura militar. Sin armaduras decorando las esquinas, tapices adornando los pasillos, ni alfombras, lámparas de araña o cubertería de oro y plata descansando detrás de una vitrina. Era una construcción austera, de gruesos muros, silenciosa, por donde los criados se movían con pasos de algodón y el ambiente estaba cargado. Lord Benrat era ahora mismo el más débil de los señores de Thiaras. Un patrón desesperado que había vendido la mayoría de sus posesiones para contratar hombres con un solo fin, derrotar a su rival, Lord Knebb, señor del oeste. Su particular guerra le estaba costando la desnudez de su torre y las pasiones encendidas de su esposa.
A un lado de la sala, la cual tenía ventanas abiertas a la noche en tres de sus cuatro caras, había una mesa repleta de papiros, planos, una balanza y varias bolsas de dinero y torres de monedas cuyo brillo dorado despedían destellos tan intensos como los que provenían de las mismas estrellas. No era causal. Lord Benrat se aseguraba de mostrar sus arcas a todo aquel que visitaba aquella sala. Los que dudasen de su pago podían contemplar la no exigua fortuna del noble. Cierto, el palacio estaba denudo de lujos pero su cúspide guardaba nóminas y pagas para hacer la guerra.
Dedujeron que era la mesa que ocupaba su esposa.
Enfrente de la misma se encontraba otra mesa, más amplia, de madera carcomida, de patas combadas por el peso titánico que soportaba. Montones de libros y tomos polvorientos amenazaban con desbordar la atestada mesa. En medio, un grueso libro de páginas amarillentas tras el que se escondía la figura de un anciano con barba de chivo y desdentado que salmodiaba mientras iba leyendo. Iba ataviado con una túnica ajada que emulaba una negra constelación que o bien estaba equivocaba o no era ninguna de las de aquel mundo. Cuando vieron los ojos del anciano, quien les dedico una sardónica sonrisa de bienvenida, no supieran apreciar si había una macabra inteligencia detrás de ellos o una notoria demencia.
Puede que ambas.
Enfrente, el trono de hierro de Lord Benrat, con mapas y planos a su alrededor. Más un puesto de combate que una decoración de corte. Sentado en él con actitud implacable, Lord Benrat. Un hombre de edad intermedia, barba negra como la pez, bien cortada, melena corta, ojos de soldado. Su cuerpo indicaba guerra y movimientos medidos, como los de un cazador. Vestía una larga túnica verde y dorada, muy similar a la del anciano aunque no igual. Debajo de ella se apreciaba una armadura ligera, de cuero y mallas de metal, y sobre la túnica descansaba una espada de funda desgastada. En él había una dualidad, la del noble que requería la ciudad y la del soldado que era realmente.
En su juventud Lord Benrat había sido soldado regular de Ofir llegando a tomar el mando de capitán. La pérdida de un tío lejano le trajo una herencia, Thiaras la grande le correspondía. Más cuando llegó a la ciudad para reclamar su trono descubrió un usurpador, un señor de la guerra que había ganado suficiente influencia entre los mercaderes como para tener su apoyo en su ascenso hacia el bastón del mando.
Tras el trono, en un balcón abierto, se apreciaba un telescopio chapado en bronce que contemplaba, ciego ahora, las mutiladas estrellas del cielo del desierto. Y era cierto, desde el balcón del monarca se podía ver toda la parte este de la ciudad, e incluso más allá de la Grieta. La ciudad estaba iluminada, mil y un ojillos de fuego crepitaban ahí abajo, en el este y en el oeste. Un rio de oscuridad, como si el árido desierto penetrase en la misma villa, atravesada Thiaras. Era la Grieta, y aunque no podían verla, la torre ciega se encontraba en su corazón provocando que, a pesar de la distancia, les hiciera sentir incómodos.

—Perdonad la escena, viajeras. Silanna es buena esposa pero temo que su embarazo le obliga a preocuparse en demasía —se encontraba en el trono, el mentón apoyado en el grueso puño, contemplando lo que veía; arcos y espadas, una lanza y cuchillos por todos lados, expresiones frías o implacables, en incluso una daga aserrada por sonrisa de algunos —. Soy lord Benrat y muchos creen que el ataque de hace dos semanas por parte de ese cerdo de Lord Knebb fue el golpe final a mi persona. Dicen que estoy acabado. He tenido que ajusticiar a tres comerciantes de arte, de los mejores tristemente, en las calles, esta misma semanada, cuando pretendían abandonar mi parte de la ciudad para cruzar la Grieta —esgrimió una sonrisa cansada —. No os preocupéis. Aún tengo oro en abundancia. Y la capacidad de dar la vuelta a toda esta historia. ¿No es así Filando?
El anciano asintió, mudo, cuando se le mencionó.
—Hay un hombre que puede cambiar el curso de nuestra confrontación. Un estratega.
—Yo le llamé, palabras escupidas en el pozo y que corren con cien patas por las dunas del desierto
—sonrió, mostrando dos dientes sanos en sus encías hinchadas y enrojecidas —. Y él respondió; sonidos de huesos quebrados, carne prieta que se desmadeja.
—Ese hombre es capaz de aprovechar nuestra situación en beneficio. Me ha prometido un ataque sangrante sobre el oeste de Knebb, uno que destrozará sus defensas principales y que tomará la sala del trono de ese apestoso usurpador. Y le creo. Es lo que necesitamos.
Estaba convencido, si bien una única carta en la baraja no podía evitar perder una partida tan en contra. O si, si la carta era un comodín o un as de orquídeas negras oculto bajo la manga del tahúr de la guerra.
—Ahí es donde entráis vosotras. Quiero que os quedéis conmigo hasta la caída de lord Knebb. ¿El pago? La soldada habitual y, tras el triunfo, todo lo que podáis saquear del palacio del oeste; esclavos, siervos, mujeres, armas, arte, tesoros. Lord Knebb gusta del lujo, tengo para todos —la soldada, más las habitaciones prometidas, los cuidados de los caballos, un siervo para los cuatro, comida y baños privados, era mejor pago que cualquiera hubieran recibido con anterioridad. Sin contar con la promesa del saqueo del jugoso palacio de su oponente.
Lord Benrat no tenía un ejército regular bajo sus órdenes. Trabajaba, como su rival, únicamente con mercenarios. Comprar su lealtad era algo necesario.
—Tengo muchos guerreros bajo mis órdenes, esta vez necesito algo más discreto. Y rostros que no sean familiares en la ciudad. El estratega se encuentra oculto en el oasis de Jebb-Dol, a menos de un cuarto de día de aquí. Temo que lord Knebb tenga espías en mis calles, en mi torre. No quiero que mi comodín revele su posición para ser asesinado por los hombres de mi rival, necesita una escolta. Si bien viaja con sus propios guardias, no me gusta dejar nada al azar.
Quedaba claro cuáles eran sus instrucciones.
—Esta misma noche partiréis hacia el oasis. Vuestra misión, escoltar al estratega hasta mi torre. Debe de llegar aquí antes de la salida del sol. Si todo va bien, tenéis un par de horas de sobra para cumplir el encargo. No, no puedo deciros su nombre. Le reconoceréis igualmente.
Le hizo un gesto a su anciano consejero.
—No debéis preguntar por su nombre, tampoco debéis dirigirle la palabra si él no os la dirige antes, tal es el protocolo en estos casos —añadió la momia tras el grueso libro, muy serio —. Él no mostrará su rostro ni debéis obligarle. Cuando os encontréis en su persona sabréis que es él. Sicarios y asesinos, podréis oler la sangre en sus manos —musito provocando un tenue escalofrío en el grupo de cuatro —. Viaja con dos protectores de la Vieja Guardia. Uno se llama Colom, el otro Mulat. El segundo es mudo, fácil de reconocer.
Lord Benrat quedó complacido. Estaba expectante, nervioso por la futura llegada.
—Lo que os pido es de vital importancia para la supervivencia de Thiaras y la mía propia. Podría enviar a cualquier otro que ya haya probado en el campo de batalla pero lord Knebb conoce a todos mis hombres. Vosotras sois nuevas, apenas lleváis una horas aquí. Suficiente para que, cuando sus espías le informen de vuestra llegada, ya estéis de regreso.
—¡Antes de la ascensión de la estrella rey!
—gritó el anciano igual que un cuervo momificado que hubiera cobrado vida de nuevo.
—Antes de la salida del sol —repitió el señor feudal —. A vuestra vuelta podréis acomodaros y descansar. Trazado el golpe final, lord Knebb no dudará en su opulento falso trono más de siete días.

Notas de juego

Dudas y preguntas para el patrón. Es vuestra misión, recordad que tenéis total libertad para cumplir la misma.

El primer turno siempre es más largo para entrar en materia. En los demás no os aburriré tanto.

Suerte y buena caza!

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25/11/2016, 21:34
Carcajada

Fue aquella la primera vez que las hermanas pisaron las calles cubiertas de arena de la ciudad de Thiaras. En esos tiempos no viajaban solas. Circunstancias que no cabe mencionar habían entrelazado sus destinos con los de otros dos canallas que se habían arrojado, como ellas, a los brazos de la fortuna.

No hacía tanto tiempo que habían dejado atrás la compañía, mas sus vidas eran todavía breves, y los largos años pasados entre los mercenarios les parecían ya un recuerdo distante. Solo el breve rastro de los asesinos que habían caído tras sus pasos las conectaba todavía con su vieja familia.

Acodada sobre el respaldo de una silla, Carcajada miraba por encima de la cabeza de su anfitrión, embebida en la observación de las antiguas murallas que conformaban el perímetro del territorio bajo el control de Lord Benrat. Unas murallas sólidas, que hubieran supuesto un estimulante desafío solo un par de años atrás si las circunstancias de su llegada hubieran sido diferentes.

Había repasado mentalmente lo que recordaba de los documentos de la compañía. En ninguno se mencionaba aquella ciudad. Corintia, Nemedia y Aquilonia habían sido provechosas durante décadas, desde mucho antes de que ellas nacieran, y si la compañía seguía adelante, todo indicaba que no dejarían de serlo durante unas cuantas más.

Para la joven mercenaria, Thiaras era una anomalía. No era una ciudad como las muchas que había visitado. Quizás lo había sido en otro tiempo, antes de caer bajo la influencia de dos señores de la guerra, pero ya no. A los pies de esa vieja torre opaca había dos ciudades cuyas murallas eran colosos con las manos entrelazadas en una brutal lucha cuerpo a cuerpo.

Tras atravesar ambos recintos, Carcajada había decidido quién sería el vencedor de la inevitable contienda. Su simpatía estaba con el este, en sus refinados mercados, donde el arte, las especias y las finas sedas eran mercancía común. Sin embargo, era en el oeste donde el oro se movía con mayor fluidez. Y el oro, bien lo sabía ella, era el verdadero lubricante de la victoria. Era una lástima que fuera el perdedor quien los hubiera hecho llamar. O quizás era fortuna, pues Lord Benrat se lo jugaba todo, y la desesperación despertaba la generosidad. Por pura necesidad.

Cuando las aspiraciones de Lord Benrat se derrumbaran como un castillo de naipes, si Lord Knebb no sabía perdonar la ética profesional del cuarteto, sería el momento de desvanecerse, recoger las arcas y ponerse de nuevo en marcha.

Conforme el señor del este desgranaba los detalles de la misión, la opinión de Carcajada se hacía más firme. La guerra no era política; las contiendas que no se habían ganado de antemano, mediante la logística y el espionaje, debían vencerse en el campo de batalla, donde el número y la comunicación eran las claves. El esoterismo, puesto que Benrat no parecía dispuesto a recurrir al asesinato, era anatema para el campo de batalla. Confiar en las artimañas de un hombre para dar la vuelta a una campaña perdida apestaba a locura.

Teméis la presencia de espías en vuestro seno. ¿Cómo sabéis, comenzó su pregunta, y detuvo sus labios antes de proseguir, para respirar profundamente, que Lord Knebb no tiene en su poder a vuestro estratega?

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25/11/2016, 22:27
Aspid

Estigia era apenas un recuerdo distante, sus enfrentamientos personales así como su éxitos, habían quedado relegados a un pedazo oculto en las sombras de su mente mientras la luz de los nuevos acompañantes iluminaba ahora sus pasos. Pese a las discordancias con algunos de ellos, así como las simpatías, habían logrado prosperar como grupo hasta llegar a hacerse algo parecido a una reputación

Su nombre, el del grupo, ahora empezaba a coger fuerza en los bajos fondos y aquello había propiciado que aquel militar encumbrado a gobernante, a medias, contratara a Las Moiras para una misión de ¿escolta?¿Había oído bien a aquel estirado soldado sentado en su trono? Éramos asesinas consumadas, incluso Kargan era letal con su arco. Lo nuestro era poner fin a vidas ajenas que estorbaran a unos y otros ... no hacer de cuidadoras de un maldito estratega

¿Que tenía sangre en sus manos?¿Y nosotras que teníamos, leche de cabra?

Pero mantuve el silencio, y la compostura. La paga era muy generosa, sin duda a causa de la extrema necesidad y a buen seguro del riesgo que implicaba; solo el hecho de viajar hasta el osasis ya era exponernos a riesgos innecesarios. Asentí con un quedo cabeceo, dejando a Carcajada exponer su visión y lo que era a todas luces una duda más que razonable

Una vez Lord Benrat asegurara que el objetivo se hallaba donde debía nos tocaba a nosotras actuar en consecuencia

Entiendo que Lord Kneb también estará interesado en ese hombre... y que sabrá de su llegada. ¿Hay algún plan de contingencia en caso de ataque, o correrá de nuestra cuenta?- sopesé si exponer mis otras dudas más creí conveniente mantener la opinión de fiabilidad que nos sobrevolaba en aquellos momentos - Voy a necesitar varios componentes para mi uso personal a mi regreso. Agradecería tenerlos todos para hacer más satisfactorios mis servicios en un futuro próximo- añadí tendiendo sin pudor una hoja con una serie de extraños artículos, todos ellos de probada toxicidad mientras esgrimía una sonrisa inocente aunque carente de sentimiento alguno

Notas de juego

Por el momento expondremos unas pocas dudas, a ver como evolucionamos como grupo y como nos vamos organizando

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26/11/2016, 01:40

—El estratega se encuentra en el oasis. De no ser así, Filando lo sabría —aseguró con firme creencia el señor del este.
El anciano, situado tras su montaña de libros, saludó de forma grotesca a Carcajada. Si había algo de esotérico en aquel saco de arrugas sin duda estaba muy, muy en el fondo.
—Lord Knebb no debería de conocer la llegada de mi hombre. Pero, como he dicho, no me gusta dejar nada al azar. Puede que haya enviado a alguien a acabar con mi comodín. O puede que ya esté allí, reteniéndole, y que todo intento de acercarse al oasis sea una trampa. Por eso os he buscado. Tengo buenos soldados, pero quizás se precise algo más sutil esta vez. Un estilete en lugar de un hacha —dijo tras un momento de lapso, buscando el símil adecuado —. El plan de contingencia es que matéis a todo aquel que quiera hacer daño a mi invitado, aunque la prioridad es traerlo tras los muros del oeste cuanto antes.
—Antes del alba
—repitió Filando, igual que una cacatúa desplumada.
—Te hemos entendido, consejero —aseguró el señor del este, luego volvió a centrar su atención en Áspid —. Entrégale esa nota a mí ayudante de cámara, se encargará de buscar todo lo que necesitéis.

Notas de juego

Esto no es un turno. Es un minuturno. Habrá muchos de estos en situaciones concretas, para agilizar la trama, especialmente en conversaciones. Los turnos los marcaré numéricamente.

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26/11/2016, 15:19
Tristeza

- Por el culopollo de Mitra, ¡vaya calor que hace, pfiuuu! ¡Por no hablar de que en este jodido lugar todo el mundo intenta rajarte el puto cuello! Jeje. Tris metió la mano en un bolsillo y sacó un trozo de queso que empezó a mordisquear masticando con la boca abierta mientras seguía sonriendo y con su incansable cháchara. ¿Habéis visto el tamaño de los cojones de ese perro? Me refiero al que se comía la puta langosta... Jeje ¿O era al revés...? La memoria de la chica no era muy fiable. Se rascó la cabeza pensando, su pelo rubio era más bien corto, muchos hombres lo llevaban más largo, pero ella era una chica práctica, y sabía que en su trabajo era mejor no enredarse con una trenza por estar huyendo de perseguidores. Ahora tenía un color rojizo gracias a la arena y al sudor. Mierda, jodido desierto de sangre... Y no digo que no me gusta la sangre, jeje, pero tengo arena hasta en la raja del culo, entre las tetas ¡y hasta en el coño! Una de sus manos repasó los lugares mencionados por si alguien tenía alguna duda. Tomó un largo sorbo de vino del pellejo y se limpió la boca con el dorso de la mano.
- Este lugar está lleno de gañanes, lamechochos, malparidos, caracundas, raspamonedas, ricos, pobres, sobre todo pobres, jeje... Y vaya mala suerte, cagonsuspollas, estar en este lado, y que nos llame a trabajar el puto Lord... ¿Frenat era? no importa una mierda, porque con eso nos vamos a quedar. Una preciosa mierda de rata gigante cubierta por arena roja, jejeje. No parecía posible decir todo eso y aun así mantener su cara alegre y sonriendo, soltando de vez en cuando una risilla.
- ¿Y qué lombrices pasa con las putas torres? Primero esa mierda ciega en medio de la nada y ahora esta polla enorme hecha como para satisfacer al hambriento coño de Derketo. Me voy a quedar sin aliento hasta llegar arriba y ¡sin poder hablar! Jejeje, eso sí que sería gracioso. Debe ser que la tiene pequeña y por eso hizo la torre tan grande, lo sé yo bien, por la polla rosa de Set. Polla cacahuete y los huevos del tamaño de las cagarrutas de cabra...
La subida fue como la joven había predicho, aunque no al principio. Sus acompañantes tuvieron que aguantarla hasta casi la mitad de la subida. La chica tenía esa típica energía que aún les queda a los de veinte años antes de que la asquerosa vida les arrebate cualquier esperanza. Cuando llegó arriba y se cruzaron con la embarazada esposa del Lord Benrat ya no le quedaba aliento ni para responderle al mensaje de bienvenida, si eso es lo que fue. Solo su sonrisa quedó intacta, incluso se amplió cuando vio al viejo detrás del libro. Sin embargo, se desvaneció cuando sus ojos se posaron en las vistas que se podían observar detrás del trono, desde el balcón abierto y eso que era que de noche. Lo demás era más o menos común para una tienda de mando en el campamento de la compañía de mercenarios donde ella y su hermana se criaron.
El diálogo que no le generó ningún interés. Sus ojos buscaban la botella de vino y los vasos, algo más fuerte sería igual de bienvenido. Cualquier cosa menos agua. Tampoco pareció ver ningún plato con fruta. Era evidente que ese hombre no era de fiar y eso que no paraba de hablar de su invitado.
- Espero que lo traten mejor… murmuró cuando su hermana también habló haciendo así inaudible su comentario. Yo también necesito varios omponetes, dijo rápidamente en cuanto vio la disposición del hombre para darle a la Veneno todo lo que la mujer le había dibujado en una hoja. Ya se lo pediré yo misma al ayudante de cámara, jeje. Vino, queso, pan...
Tris no creía en los dioses, aunque estaba segura de que existían, simplemente no para ayudar a los humanos. Pero menos todavía creía en la escritura. Para ella eso era una extraña arte de dibujar y solo había unos cuantos que tenían el don de entender esos garabatos. También se liaba con las palabras largas. ¿Marchamos? Ya se había quedado callada demasiado tiempo y le picaba la lengua para dar su opinión sobre todo sin meter la pata. Su hermana le dijo muchas veces que es mejor que le deje a ella la parte de las negociaciones, sobre todo si se trataba de gente importante y poderosa, como en este caso. Después de fastidiar unos cuantos encargos y salir con vida por los pelos de otros, no hubo más remedio que hacerle caso.

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28/11/2016, 14:29
Kargan

La discusión había ido aumentando del tono. Aquella mujer, encinta, parecía fuera de sus casillas ante aquella supuesta guerra que había entre las dos casas. Era lógico. La mujer sufría por su hijo… Un sufrimiento por otro lado fuera de lugar, puesto que habíamos llegado nosotros. Para cuando salió con las lágrimas a flor de piel, no pude evitar sonreír condescendiente ante la compostura que guardó al vernos delante de nosotros. Otra mujer habría gritado, se habría asustado a lo mejor. Ella demostró una templanza sin igual.

- Mi señora!!! – dije inclinando la cabeza cortésmente – Solo hay que buscar la forma de morder primero!!

Luego observé a la mujer marcharse con pasos cortos, hasta desaparecer tras un recodo que iba hacia una torre, hacia el este. “Una mujer de armas tomar”, pensó para sí mismo admirando sus marcadas caderas

Tras aquel leve incidente avancé a la par que mis queridas compañeras. Unas bellezas mortales. Cada una a su manera. Todas sabedoras de mis preferencias…nunca había tratado de ocultarlas. Aspid parecía una delicia, pero su mirada siempre calculadora y sus movimientos furtivos dejaban claro que no era muy amigable, al menos de momento. Luego estaban las hermanas. Tristeza, una guerrera en toda regla… Y alegría. Algo más dicharachera. Temible con la espada. Ya llevábamos un tiempo juntos y no había conseguido que ninguna de ella se fijase en mis encantos, lo cual me preocupaba…aunque no en exceso… Éramos un extraño grupo, pero los últimos encargos habían funcionado a la perfección a pesar de nuestras fricciones.

Entramos en la sala donde nos esperaba nuestro nuevo patrón, Lord Benrat. Esperaba haber encontrado algo más suntuoso. Mis expectativas habían ido decayendo a medida que avanzaba por la casa señorial, aunque más parecía un cuartel para soldados. Había esperado ver salas elegantemente engalanadas de candelabros relucientes y tapices de bordados finos, pero en su lugar encontraba la más parca sobriedad. Aquello no entraba entre mis conocimientos de lo que debía de ser un señor comerciante. Por lo menos había visto un par de sirvientas con unas curvas que quitaban el sentido y a las que intentaría engatusar… Sería coser y cantar. A no ser que alguna de mis compañeras se aviniese… cosa que de momento dudaba.

Centré de nuevo mi atención en la sala. Divagaba, y eso no era bueno. Observé la sala. Todos los ornamentos eran discretos, nada estrafalarios. En una mesa, un hombre viejo y canoso casi sin dientes. Una especie de estudioso, o por las pilas de monedas que había en una mesa cercana, su contable, el cual se afanaba en garabatear letras y números en varios libros que descansaban apilados por doquier. La mirada dura de nuestro patrón denotaba preocupación. Miraba los planos que le circundaban con expresión seria. La cabeza apoyada en su puño. No era un burócrata, lo cual dejaba claro el porqué de aquel mobiliario tan poco fastuoso.

Uno de los mapas mostraba una copia detallada de la ciudad. Con la grieta de separación y diferentes zonas coloreadas… que entendí que serían zonas controladas por cada uno de los bandos. O no… A saber!!! Pero ya me enteraría!! Miré por la apertura del balcón. La oscuridad reinaba en el exterior, revelando apenas algunas estrellas vespertinas. Un telescopio descansaba mirando al cielo como un minarete en miniatura. Y por encima de la oscuridad estaba la torre. Aquella torre antigua y de la que nadie sabía nada.

Lord Benrat no se ando por las ramas. Directo al asunto. Habían sufrido un ataque y se pensaban que aquello había acabado con él…pero al parecer él no estaba dispuesto a reconocerlo o realmente era mentira lo que decían las lenguas de la ciudad. Allí había una lucha de intereses y todavía quedaban muchas cosas que decir.

Y había un hombre… Un hombre que podía hacer cambiar la dirección de aquella guerra y decantar la situación para el lado de quien estuviese con ese hombre. El viejo secundaba las aseveraciones de Lord Benrat con extrañas palabras… ¿Acaso estaba loco aquel tipo? Al parecer aquel hombre sería capaz de atacar el corazón de Lord Kneeb, clavándole una daga a su reino en el mismísimo corazón. Nuestra misión. A priori parecía sencilla. Estar al lado de Lord Benrat hasta que aquello pasase. Protegerlo en unas instalaciones demasiado grandes y con pocos guardias. Un trabajo fácil si el contrincante se quedaba en casa. Pero que se complicaría si decidían atacar. Pero mis expectativas se vieron truncadas con un nuevo giro…

No era a Lord Benrat a quien teníamos que proteger sino al tipo ese, el estratega… Un tipo al que no teníamos por que conocer pero si saber donde estaba. Si por lo menos fuese una mujer. Esperaba que así lo fuera!!! Dejé el resto de datos en manos de las chicas… Ellas siempre se quedaban con esos detalles. Aunque Tristeza mostró su falta de tacto de costumbre... Aspid y Carcajada habían sido más prácticas. Cuando acabaron suspiré.

- Antes que nada, buenas noches Lord Benrat. Mi nombre es Kargan, y las chicas son Áspid, y las hermanas Tristeza y Carcajada – curiosos nombres… Algún día entraría al trapo con ese tema… - Agradezco su confianza en nuestro modesto grupo. Creo que no le defraudaremos en lo más mínimo. El tema del pago es algo importante, aunque no de vital importancia. No obstante, sí que pediré un pequeño anticipo. Ya que no voy a poder descansar esta noche, al menos que pueda comer algo por ahí, una vez estemos en ese oasis. Por otro lado… ¿Por qué ha de ser antes de la salida del sol? ¿Y por qué no muestra su rostro? Tal vez sean preguntas que no merecen de respuestas, pero igual que usted no me gusta dejar cosas al destino…suele ser un malnacido traidor.

 

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29/11/2016, 00:02
Carcajada

Levantó la mano con la palma hacia su hermana, instándola a esperar. Tristeza había sido la primera en abandonar el útero materno, por segundos, y no había perdido un ápice de su impaciencia desde entonces. Apenas había comenzado al noche, no tenían que actuar aún.

Carcajada centró la mirada en el viejo desdentado. Parecía que los rumores sobre Lord Benrat tenían una base sólida. El caudillo confiaba en místicos, como debía ser aquel estratega, o ese extravagante Filando. Su mentor procedía de una tierra donde el tono con el que se hablaba de la brujería no era de miedo supersticioso, sino de respeto ganado por medio del terror. Sin embargo, no hablaba de ello voluntariamente, solo cuando sucumbía a la tentación de la leche de Nuez de Or. Todavía no había decidido cuál era su opinión sobre la hechicería, aunque no dudaba de que la mayor parte debrujos eran meros charlatanes manipuladores.

Enarcó una ceja cuando Kargan las presentó, pero asintió cuando dijo su nombre. El señor las había hecho llamar; era evidente que sabía perfectamente quiénes eran, no solo por su reputación. Tenía suficiente poder para ello.

Estoy de acuerdo, replicó. El anticipo es al tiempo una muestra de confianza por parte del contratista, y un sello del compromiso para ambas partes. Mas no deberíamos dejarnos ver abandonando la torre, añadió, mirando a su compañero antes de devolver su atención al contratista. Tal y como un descerrajador puede convertirse en un maestro cerrajero, un asesino es un excelente guardaespaldas. Evitaremos las sospechas de esos espías potenciales si nos suponen contratados para proteger a Lord Benrat.

Bajó la mirada hacia la mesa, buscando entre los mapas y pergaminos uno que describiera el área alrededor de Thiaras. No solo deseaba conocer la forma más rápida y segura de  alcanzar el oasis, sino ser consciente de los lugares donde podían encontrarse en problemas, si las sospechas de Lord Benrat eran fundadas.

¿Existe en la torre una salida discreta que podamos utilizar cuando concluyamos la conversación?

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30/11/2016, 01:22

Lord Benrat arrugó el rostro al escuchar el desatino de Tristeza. Su actitud informal y descarada no encajaba en la adusta y encorsetada torre.
—Podéis pedir todo lo que deseéis a mi ayudante de cámara. Por supuesto se os descontará de vuestra remuneración —soldado, político, astrólogo y, ahora, mercader. Sin duda el hombre que necesitaban ambas partes de la ciudad.
Agradeció las presentaciones de Kargan, no así la petición de un anticipo.
—¿Acaso vos pagáis un plato antes de conocer su sabor? —Inquirió, muy serio. Ante sus siguientes preguntas el señor del Este se mostró más dispuesto a colaborar —. Antes de la salida de sol. Es mi petición. Si lográis traer a ese hombre aquí, os lo explicaré todo. No antes. No puedo correr riesgos. Si caéis en manos de Lord Knebb ¿Qué os impediría compartir tal información con él? No, cumplid esta parte de vuestra misión y confiaré en vosotros. Demostradme vuestra fuerza y vuestra lealtad, y os trataré como a mis hombres.
Sensato, cauto. Una prueba. El ejército de lord Benrat, como el de su rival, estaba formado por mercenarios. Difíciles de manejar, complicado confiar en todos ellos. Una prueba de sangre, un bautismo de fuego. Suficiente para él.
—Yo puedo responder a una pregunta, al menos —interrumpió el anciano sin que aquello perturbase a su señor —. ¿Veis a una reina mezclase con el populacho, o a un general de renombre compartir la mesa con sus soldados? Su nombre corre por la noche, es negro corcel, y los huesos quebrados que ata a su montura entonan una canción de muerte. Su rostro es la luna blanca, y también, el sol negro que oculta tras ella. No, no debéis ofenderle. Hablarle directamente, mirarle a los ojos, a la cara, tocarle si quiera. Sed sensatos y tratad a ese hombre como lo es —luego esbozó una sonrisilla quebrada, descolocada.
Carcajada volvió a insistir con el tema del dinero. Su tono sensato, y que hubiera calmado a su hermana momentos antes, no terminó de desagradar a lord Benrat.
—Se os pagará un anticipo. Una parte de diez, a cada uno. Mi esposa se encargará de ello —aseguró —. Sí, hay varias salidas de la torre que podeís usar para ser más discretos, pero solo hay una salida de Thiaras, y es la puerta del Este.
El señor la instó a acercarse a uno de sus mapas. El oasis de Jebb-Dol se encontraba, como habían dicho, a menos de un cuarto de día de viaje. Más allá, su alrededor, solo había desierto. Ni montes, ni depresiones, solo dunas, escarlatas, como aletas de fantásticos tiburones subterráneos. Ni asentamientos de bandidos ni salteadores de caminos, la fuerte presencia mercenaria les habá ahuyentado. El peor rival era el desierto nocturno. Entre tanta duna, aun teniendo el rumbo claro, no sería fácil orientarse.
—Tomad —el noble le entregó un anillo a Kargan con su emblema; una torre con varias ventanas —. Os abrirá la puerta de mi ciudad, al ir y al volver. Enseñádselo a la escolta del estratega para que vea que sois mis enviados. Evitaréis problemas.
El anciano también se había acercado. Con cierto aire ceremonial, colocó un segundo anillo en la mano de Kargan. Este segundo resultó ser más antiguo, parcialmente ajado por el tiempo, de un metal negro, sin brillo, garabateado con trazos irregulares y espantosos. Seguramente el artista había deseado dibujar en él un llano con hierba, mariposas o estacas, Kargan solo veía colmillos. Y lo mismo verían los demás.
—Otra prueba. Para Él. Solo para Él. Soy yo quien le llama, dice el presente. Y bienvenido es —de cerca, el anciano olía a cera de abeja, formol y caramelos de venta —. No lo perdáis.
—Esperad abajo y preparad vuestro equipo. Os pagaré antes de que partáis.

Habían habilitado un pequeño espacio para la carreta de las hermanas y los caballos de todos, apartados del resto. En una de las caballerizas privadas del noble. Su ayudante de cámara había tomado nota de las exigencias de Áspid, así como de las peticiones de Tristeza. Era gracias a esta última por lo que había una bandeja con queso, pan y vino fresco en la sala de piedra desnuda.
Tras varios minutos, en los que pudieron dedicarse a analizar el plan, preparar el equipo y los caballos, la puerta se abrió. Apareció la esposa del noble, con su andar enérgico pero algo torpón debido a su estado.
—El pago de mi esposo —les entregó una pequeña bolsa a cada uno, cargada de las monedas acordadas —. Habrá más a la vuelta —. La esbelta mujer, cuya belleza era mundana pero que lograba destacar gracias a una mirada inteligencia y a un porte que irradiaba fortaleza, posó su mirada en todos ellos y luego, susurró —. Si lográis traer a ese…hombre a la ciudad, la guerra se prolongará. Ganaréis más dinero, pero también más riesgo. Temo que mi esposo, en el cumplimiento de su deber, ha ido demasiado lejos al aliarse con tal fuerza —parecía llevar una gran carga encima. De cerca, pudieron ver sus ojeras de preocupación, su cansancio —. Si ese hombre no llegase a la ciudad, yo me sentiría dichosa. Benrat no tendría con qué seguir peleando. Podría firmar una tregua, una paz quizás, rendirse y dejar la ciudad, terminar con esta guerra. Y yo recuperaría a mi esposo —sus ojos, llenos de determinación se clavaron sobretodo en los de Tristeza, Carcajada y Áspid, esperando que, al ser mujeres, entendieran su problema, su sufrimiento…y el de su hijo —. Me sentiría muy dichosa, y sería muy generosa con aquellos que lo propiciasen. A veces es más útil para un mercenario cobrar un pequeño trabajo de una noche que caminar al lado de la muerte hasta el fin de una guerra sin sentido.
Se habían levantado incógnitas, misterios. Más cuando alguno de ellos deseó preguntar, quizás por el método de actuar de ella, o por el misterioso estratega que debía llegar a la ciudad, y que parecía ser algo más que un general o un intelectual, la puerta volvió a abrirse y apareció Lord Benrat.
—¿Y bien?
Su esposa se colocó a su lado y deslizó un beso en su mejilla.
—El precio acordado —dijo ella.
—Entonces, tenemos un trato —confirmó él, satisfecho —. Hay una salida que usaba cuando los tiempos eran más prósperos y gustaba de salir a cazar en el desierto. Podréis salir por ella sin ser vistos. El anillo con mi sello os abrirá la puerta de la ciudad. Nadie hará preguntas. Adelante, la noche os espera.

Notas de juego

Desgraciadamente no podéis preguntar nada a Silanna, la esposa del señor, ya que este llega antes de que ella termine de hablar.

Imagino que saldréis al desierto. Si vais a planificar un acercamiento especial al oasis, podéis tramarlo ahora. Además, debéis tirar todos por Orientación. En el mapa está claro donde está el oasis, no está muy lejos de hecho, pero el desierto puede ser traicionero. Y el master ni te cuento...XD

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30/11/2016, 22:20
Aspid

El trato quedo queda zanjado con diligencia, tal y como cabría de esperar de alguien como nuestro empleador sabida cuenta de su pasado militar; se hacía evidente que era un hombre que gustaba tenerlo todo bajo control y bien atado, en especial ahora que debía fiarse de mercenarios de todos los rincones

Las hermanas y Kargan acabaron por perfilar el asunto permitiéndome permanecer en un discreto segundo plano, escuchando con atención el timbre y el tono modulado de la voz de Lord Benrat... nunca se sabía cuando podía ser necesario emplearlo. Pero entonces la sorpresa me asaltó cuando el viejo asistente tomó un papel mucho más activo que el de un simple escriba, añadiendo más incógnitas al asunto al farnos un nuevo anillo de un modo cuanto menos peculiar

¿Quién era realmente aquel vejestorio?¿Era el militar el verdadero mandatario o solo era la cara visible del verdadero mando de aquel lugar? Aquella duda, pausible, se instaló en mi mente mientras descendíamos habiendo podido ojear el plano que delimitaba los bordes de nuestra zona de actuación.

Desierto, desierto y más desierto. Únicamente arena y dunas rojizas entorno al oasis donde debíamos encontrar al estratega... un lugar con pocas opciones de tender emboscadas, aunque las dunas cambiantes siempre ocultaban secretos si se era observador.

Ese viejo... me da que es más de lo que dice ser... ¿será el verdadero poder de la ciudad?- divagué con los otros tres miembros del grupo antes de que la preñada mujer del militar nos asaltara con sus preocupaciones

Escuché, con el rostro impasible mientras ella intentaba apelar a nuestra calidad de posibles madres; enarqué una ceja mientras miraba al a mis compañeras y a Kargan de reojo. ¿Era yo o por menos que aquello te juzgaban por traición en medio mundo? Pero las dudas quedaron pendientes cuando el señor se presentó para confirmar nuestra predisposición hacia sus intereses, dejándonos a nuestro aire

Me alejé de la peculiar pareja hacia los caballos, junto al resto, y expresé mis dudas al respecto

Eso que sugiere podría sonar a traición si no viniera de ella, y pese no me gusta como suena. Por mi parte soy persona de palabra, al menos hasta que intentan jugármela. Me ceñiré al plan aunque claro, depende de si el resto preferís la gracia de la señora... a mí no me gusta, es más, creo que le haría una favor al lord si la quitáramos de la ecuación- chasqueé la lengua - Pero no me pagan por eso, aun- añadí endureciendo el gesto

- Debemos dar con el estratega y traerlo de vuelta ante del anochecer- dije imitando el tono de Lord Benrat para practicar, por si acaso - Será mejor darnos prisa ... y no estaría de más que tú nos cubrieras desde la distancia. Con tu arco no haría falta que te vieran si no fuera necesario, y la sorpresa de un tirador oculto siempre es una buena baza- sugerí a sabiendas de que aquel hombre era capaz de acertar al ojo de una liebre sin dificultad.

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02/12/2016, 09:54
Kargan

Las explicaciones de Lord Benrat me sonaron descorteses. Estaba claro que aquel hombre no estaba acostumbrado a negociar. Tal vez con sus productos, los cuales, por lo que había escuchado eran de una cualidad inigualable. También trataba con mercenarios, pero no con mercenarios como nosotros. Las Moiras habían aparecido de la nada y cada uno a su manera nos habíamos compenetrado bien, a pesar de los roces que a veces se daban. Aún así acabó claudicando. Nos daría un pequeño adelanto. Por otro lado, el viejo estrafalario acabó por darnos un sermón sin sentido sobre nuestro hombre.

Está bien!!! No se preocupe anciano!!! Ya hemos entendido el mensaje. Tendremos que contener a Tristeza para que no le hable con esos modos suyos y lo cuidaremos como si de un niño de pecho se tratase. Aunque sigo sin entender por que tanto misterio!!! – Dije despreocupadamente, restándole importancia al asunto, mientras que pensaba para mis adentros… “Parece que estemos hablando de un dios todopoderoso, pero si necesita de nuestros cuidado tampoco debe de ser para tanto. Cualquiera de las chicas lo podría matar con facilidad!!”.

Tras aquello observamos el mapa de la zona del oasis. Era una zona perdida en la mitad de la nada. Mientras observaba las marcas existentes, apareció de nuevo el anciano. Aquel tipo era extraño y daba la sensación de ser algo más que el asesor de Lord Benrat. Me entregó un anillo. Con él abriríamos las puertas de la ciudad sin problemas ni preguntas y también evitaríamos enfrentarnos a los guardaespaldas del estratega… Luego nos entregó otro. Solo para él. ¿Qué era un regalo? ¿Una prueba? Aquello cada vez se me antojaba más extraño… Sobre todo el comentario de que él, el viejo, era el que lo llamaba.

Tras aquello bajamos de la torre para comer algo rápido y recoger las fruslerías que Áspid y Tristeza habían pedido. Cuando Áspid habló por lo bajo sobre el viejo, tuve que asentir en silencio ante su comentario pues a mi me parecía también algo así... En ese instante apareció otra vez la esposa de Lord Benrat. Una belleza de pelo negro, incluso con la barriga hinchada. No pude por menos que admirar el porte de aquella mujer mientras se dirigía a nosotros con varias bolsas que tintineaban al vaivén de sus caderas. El adelanto estaba hecho pero los comentarios de la mujer nos alertaron a los cuatro. ¿Acaso insinuaba que traicionáramos a su marido? Aquello olía muy mal!! Pero antes de que pudiésemos reaccionar, apareció nuestro benefactor. Quería cerrar el trato. Una señal que todos conocíamos y nos retiramos un poco hasta la zona donde los caballos pastaban heno plácidamente.

- Estoy con Áspid!!! Nunca hemos traicionado un trato ni a nuestro patrón. Aunque habrá que estar más alerta de lo normal. Esto huele muy mal y me da la sensación de que hay más fuerzas de la que creemos luchando en esta ciudad. Pero tampoco hay que llegar al extremo de matar a esa pobre mujer Áspid…igual solo es una amante mujer preocupada por su marido. – Dejé pasar unos segundos… - Por supuesto!!! Me encanta veros partir y admirar vuestras preciosas caderas. – dije mostrando mi sonrisa más sincera… - El acercamiento a nuestro hombre debería, tal vez, realizarlo solo una de vosotras. Las otras que se mantengan a distancia, pero que se oculten. Como sabéis hacer!!!

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03/12/2016, 11:24
Tristeza

¡Eso! ¡Eso! Pensó Tris al escuchar al guaperas hablar sobre el anticipo. Por lo general ni hacía falta decirlo, los clientes sacaban una bolsa con monedas, se la tiraban a Carcajada y decían un nombre y una descripción. No hacía falta más, pero ese hombre estaba acostumbrado a dar órdenes y que se obedezcan sin comentar. La rubia abrió la boca para dejarle claro un par de cosas, o más, porque ella cuando se ponía a ello no tenía ninguna prisa en parar, sin embargo, su hermana levantó una mano para silenciarla. Como si hubiera tirado de una palanca, igual de efectivo fue el gesto, la boca de la asesina se cerró con un audible chasquido.  
Si no arrancó como loca cuando el lord dijo que les iba a descontar de la paga lo que pedían, fue por incredulidad. Los contratistas solían ser ricos y por lo general más que generosos, pero este no hacía más que dejar claro que hasta las ratas lo tenían difícil con él. ¡Contamigas!
En la compañía de mercenarios nadie llegaba a ser tan viejo como el hombre que acompañaba al Lord Benrat, y no es que Tristeza no haya visto gente mayor antes, solo que el viejo le fascinaba. Su sonrisa se amplió cuando este empezó a hablar todas esas palabras sin sentido. Seguramente era como ella, solo le agradaba hablar aunque nadie le escuchaba o entendía y además olía a algo que ella misma estaría dispuesta a pasar por comida. La chica tenía la mala costumbre de meter en la boca casi todo que le generaba curiosidad.
- Ni un trocito de queso, nada de nada, empezó a quejarse Tris en cuanto dejaron la parte de arriba de la torre. Ni una mierda de rata, seguro que hasta eso se utiliza para algo. ¡Por los huevos plateados de Seth! Por suerte la bajada no fue tan dolorosa como la subida y ya estaban de vuelta con los caballos preparándose para marchar.
- ¡Mi pequeño Idiota! dijo cuando vio a su semental moviendo la cabeza en reconocimiento. A ella le encantaban los animales, aunque el sentimiento no era siempre recíproco, como en este caso. El caballo abrió la boca para darle un mordisco y ella lo esquivó con un ligero movimiento. Ya se lo esperaba. Yo también te echaba de menos, Idiota. ¡Oh! ¡Queso! Los mofletes se le llenaron enseguida y solo unos largos tragos de vino le devolvieron la voz. Voy a mear, jejeje, no puedo más.
La que necesitaba también ir a hacer sus aguas menores, mayores y mucho más era la mujer de BenRata, como iba a llamarlo ella. La barriga le estaba a punto de explotar y Tris la entendió perfectamente cuando las miro. Le iba a decir que si iba en la misma dirección de donde ella venía, que tuviese cuidado con un montoncito de paja, que debajo había una pequeña sorpresa, casi nada en comparación con lo que habían hecho los caballos. No pudo ya que el empleador llegó enseguida también. Por suerte no se quedó mucho y marcharon.
- ¿Y por qué no matarles a los dos? Que hombre más egoísta, no me sorprende que la mujer lo quiere traicionar, seguro que se la folla una vez cada nueve meses, no vaya a ser que se queda seco si lo hace más veces. Yo digo llevar al rarito ese que tenemos que encontrar al enemigo. Por lo menos nos dará un plato de queso sin pedirlo, jejeje, y vino, que no falte el vino, cojones.

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03/12/2016, 23:42
Carcajada

Entre dos alientos, Carcajada se quedó callada, inmóvil, expresión inmutable, como si no fuera una mujer, sino una estatua, la único concesión a la superficialidad de la estética en el espartano cuartel. La mirada fija en el caudillo, incluso cuando era el viejo el que hablaba.

Las crípticas palabras de Filando eran un gorjeo irritante, un insulto a su inteligencia. Prefería la mentira a la mística. Había en ella más respeto y, aunque pudiera parecer paradójico, más honestidad.

Lord Benrat no les hubiera encomendado una misión que había de ser fundamental si no hubiera confiado en ellas, en su reputación al menos, así que no decía toda la verdad. No se lo podía reprochar; había una intimidad inconfesable, pudorosa, en la verdad. Mas lo que había de incierto en aquellas palabras extendía zarcillos nebulosos a su alrededor. Ni siquiera podía estar segura de que el objetivo que les había encomendado fuera el verdadero fin tras el contrato. Asegurar el pago de un anticipo había sido sabio.

La ilusión pétrea se deshizo, solo un instante antes de recomponerse, en una mueca de desagrado cuando ambos hombres entregaron anillos a Kargan. La realidad no se podía negar, era constante como el latido de un corazón.

Se dio la vuelta sin palabras y se dirigió a las escaleras.

 

Fue la propia esposa del caudillo quien les trajo el pago. Bolsas llenas, y tan solo una promesa de lo que estaba por venir. Junto con el oro, llevaba palabras. Las palabras de una mujer embarazada, pero no exentas de sabiduría. Y de inocencia, que le impedía ver que Lord Benrat lucharía hasta que las lanzas de los hombres de Lord Knebb lo empalaran a su trono. Y sobre todo, que ignoraba que era en la guerra donde medraban los mercenarios. En tiempos de paz, eran asesinos con suerte, bandidos cuando no les quedaba otro remedio.

La llegada del contratista impidió las preguntas. No tardaron en encontrarse acompañados solamente por ellos mismos.

No sabemos lo bastante como para juzgarlo, replicó a la observación que había hecho Áspid, interrumpida por la llegada de sus anfitriones. Todavía.

Otro asunto más serio se dirimía en aquel momento. Seguir el contrato o traicionar a Lord Benrat para precipitar su final, tal y como había propuesto su esposa. La posición de Kargan y Áspid era la esperada. Era la reputación que se habían labrado la que les permitía encontrar contratos serios, y eso era lo que ponían en juego en aquel gámbito. Tristeza, como era habitual, abrió una tercera vía. Su hermana carecía de sutileza y contención, pero raramente de astucia.

No debemos favores a nuestro patrón, rechazó la propuesta de Áspid. Matar a Silanna no les congraciaría con su patrón. Si decidían cambiar de bando, sin embargo, era algo a considerar.

Carcajada aferró la mano de su hermana. Habló para ella, y habló para todos.

Lord Knebb posee la riqueza superior, les recordó. Si es derrocado, en sus despojos encontraremos mayor fortuna. Pero no ha sido él quien ha contactado con nosotras. Démosle la oportunidad de poner en marcha la musculatura de su servicio de espionaje, de dar con nosotras. Pero pongámoslo difícil. Si quiere comprarnos, estudiaremos su oferta; de lo contrario, no merece nuestros servicios. Hagamos lo que hiciéremos, debemos viajar al oasis. Podemos tomar decisiones definitivas cuando el objetivo esté en nuestro poder.

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04/12/2016, 17:11

III.

Ningún trabajo era limpio, siempre había secretos y dudas. Las Moiras tenían una reputación. Servirían a Lord Benrat mientras este pagase y no tuvieran motivo para desconfiar. Si bien las palabras de su esposa, así como el excéntrico Filando, levantaban en ellos retorcidas sospechas e inusitadas incógnitas, casi tantas como el hombre al que debían de escoltar.
Subieron a sus caballos y los azuzaron. A galope, cruzando las silenciosas calles de Thiaras. Como espectros en la oscuridad, recorrieron las huecas calles, el bazar, cerrado, alejándose de los puntos de luz, los hogares donde había calor y seguridad, para abrazar la fría noche y provocar a la muerte en las entrañas de su reino. Mostraron el anillo de lord Benrat en la puerta, la cual se abrió y los escupió. El rojo desierto era ahora un apagado sustrato, polvo de muertos, cenizas de cadáveres, una estepa llena de dunas. Vacía, eterna, cuyo horizonte era un mar estrellado, tan resplandeciente como un puñado de diamantes de Ofir arrojados sobre un manto de seda negra.
Los cuatro se perdieron en la noche. La puerta del este se cerró. Thiaras aguardaba su retorno con esperanza.

El desierto. Arena, dunas, un manto de estrellas. Silencio. El trote de los caballos amortiguado por la fina arena. Ni Tristeza se atrevía a romper el silencio que los rodeaba, como si fuera algo sagrado. Dunas y más dunas, frío tras sus talones, sus respiraciones en forma de vaho, la helada de la noche desértica filtrándose debajo de sus ropajes. Estrellas que contaban su propia historia fúnebre. Y más dunas.
Cientos de ellas, miles. Cuando dejaron Thiaras atrás, su único punto de referencia, se adentraron más y más en un mar arenoso que poseía el mismo rostro en todas las direcciones. Un paisaje similar, una trampa helada, la gruesa garra de un árido dios que se cerraba sobre ellos poco a poco. Por fortuna, los mapas cotejados por Carcajada les pusieron en la buena dirección. Un poco de suerte tras dudar entre un camino u otro les terminó llevando al oasis sin perder demasiado tiempo.*

Jebb-Dol, una muesca con relieve en mitad del arenoso paisaje, una charca de aguas cristalinas tan puras que la misma luna, una sonrisa torcida y plateada, se contemplaba presuntuosa en ellas. Formidables palmeras, media vegetación de frondoso aspecto. Sombra durante el día, cobijo durante la noche. Kargan se separó del grupo, se deslizó a un costado con su animal y cuando lo consideró, descendió de él y siguió a las mujeres con su mirada. Apostado sobre la cresta de una duna, y con el caballo atado a su muñeca, observó la negra silueta de Jebb-Dol y la de sus compañeras. Preparó el arco y el ojo, si bien la ausencia de luz sería un escollo para realizar un disparo certero a pesar de que la distancia no era muy elevada.
Áspid, Tristeza y Carcajada se acercaron al oasis. El lugar debía ser un cobijo de forajidos, un refugio para mercaderes que no podían entrar en ninguna de las dos Tharsis durante la noche, y ¿Por qué no? Un pequeño hervidero de ratas ofreciendo comida, tabaco y mujeres. Si bien al acercarse al oasis no vislumbraron ninguna luz, ni antorchas ni candiles. Tampoco vieron movimiento alguno. El oasis estaba desierto y en silencio.
A veinte pasos del oasis encontraron una carreta que había perdido una rueda, la cual se encontraba semienterrada en la arena. El desierto terminaría por ocultarla en un día o dos, como mucho. Diez pasos, vieron alguna tienda, de tela. Abiertas, rasgadas, el palo central partido por la mitad o derribado, tampoco habían resistido el azote del desierto. En su interior, cojines, pequeños cofres, comida, té a medio beber…igual que si sus dueños hubieran dejado sus enseres por una apremiante misiva. Era evidente que no habían regresado y que el lugar llevaba abandonado al menos tres o cuatro días. Todo estaba cubierto de arena. El desierto reclamaba lo que era suyo.
La primera línea del follaje del oasis. La vegetación era frondosa, despedía un aroma exótico que les recordaba las exuberantes y lejanas selvas de Kush. Si bien el clima que helaba sus huesos les impidió viajar más lejos de sus pasos. En el corazón del oasis se encontraba el agua, cristalina. Allí deberían haber estado el mayor número de tiendas, y los caballos y camellos. Vieron las tiendas, éstas en mejor estado ya que la vegetación las habría protegido parcialmente de las inclemencias del desierto.
No vieron vida por ninguna parte. Por eso no había antorchas. Ni mercaderes, ni mercenarios, ni bandidos. El oasis, estaba, en apariencia, vacío. Sus habituales, así como viajeros esporádicos, habían abandonado allí sus tiendas y enseres, incluso una buena carrera de buhonero con sus sartenes y especias colgadas de una repisa.
Cerca de sus mansas aguas se alzaba una pequeña tumba subterránea. No era extraño ver una de aquellas bocas de piedra en tales paisajes, Estigia mismamente estaba plagado de aquellas tumbas que, antaño, habían dado cobijo a importantes escribas, nobles funcionarios e incluso faraones. La que veían era antigua y poseía una boca negra que seguramente descendía hasta una sala tiempo atrás saqueada. Seguramente era usada como almacén o refugio.
El ambiente estaba tan cargado de silencio que daba miedo. Las tres mujeres se sentían incómodas, igual que si hubieran entrado en los lujosos aposentos de un feroz monarca que roncaba en un sueño ligero, o como si se hubieran colado furtivamente en la cueva de un depredador. Pronto la incomodidad se percibió como una sensación de amenaza. La escasa luz no desvelaba más que figuras extrañas, sombras que dibujaban temores en el paisaje. Un dios creativa había arrojado un tintero delante de sus ojos y delante de ellas se habían formado diferentes figuras; exóticas plantas, deformes siluetas, monstruos agazapados en siniestras espesuras.
El lugar tenía algo de tumba. Si el silencio del desierto había cautivado incluso a Tristeza, aquel le resultaba aún más ofensivo, más oprimente, como si el cielo hubiera descendido sobre sus hombros y su personalidad, para aplastarla. Carcajada, más sensata, se sentía incómoda, como si hubiera penetrado en un mundo de la no razón, en una de las historias de místicos sucesos que tan pronto desdeñaba. Áspid veía en el oasis un reflejo de su personalidad. Un frío letal, un mutismo inquietante. Kargan, desde la distancia, también se sentía incómodo. La situación no era normal, eso podía verlo aún desde su posición. La ausencia de luz, además, le impedía servir de apoyo a sus compañeras.
Las tres lo vieron aparecer. A quince pasos de ellas, una figura más allá de la maleza, al borde de las aguas mansas. Como si su figura se desligase de la pátina de sombras que lo cubría todo para formar una nueva escenificación, un nuevo contorno; un hombre oculto por la falta de luz. Su cuerpo parecía todo negro, sin relieve, una silueta y nada más. Era corpulento, de largo cabello recogido en una cola de caballo. Pecho descubierto, y una espada ancha en la zurda que apuntaba hacia el suelo.

Notas de juego

*No habéis tirado ninguno por orientación….¬¬ Debería dejaros vagando por el desierto eternamente, si bien, por motivos que ahora no vienen al caso, la tirada de orientación grupal ya no es necesaria.

Imagino que no encendéis ninguna luz al acercaros al oasis. Pero podéis hacerlo si lo deseáis, aunque eso no os mostrará el rostro de la misteriosa figura armada. Estáis en el linde del oasis, con o sin caballos, como prefiráis.

Doy por hecho que, dado que Kargan se queda en la distancia, los anillos los lleva una de las chicas. Por otro lado, dado que no mencionáis que entréis en varios grupos, os coloco en el oasis a las tres, juntas.

Kargan no ve a la figura. Capi no está, hasta que vuelva, tomaré las riendas para que os proteja y os mime.

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05/12/2016, 23:43
Carcajada

Viajar de noche, a caballo, por territorio desconocido —porque los mapas podían describir las el terreno, mas Carcajada era consciente de que nada decían sobre los accidentes mínimos que alfombraban sus sendas arenosas, listos para trabarse en las pezuñas de sus animales y quebrarles las patas—, disgustaba a la joven mercenaria. Si hubieran tenido otra opción, si el contrato no hubiera sido tan específico en sus tiempos, hubiera propuesto aguardar al alba. El carro se había quedado en el cuartel de Lord Benrat; no había motivo para arriesgarlo.

Cabalgaban sin hablar a través del helador viento nocturno. Incluso Tristeza estaba taciturna, un silencio que desasosegaba a Carcajada. Aquello le recordaba a una cabalgada nocturna, meses atrás. El ritmo era diferente, más pausado, despojado dela temeraria urgencia de la huida. Nadie, que supieran, las perseguía, dispuesto a reventar a sus monturas si era necesario para dar con ellas. No navegaban entre árboles, azotados y arañados sus rostros por ramajes bajos, sino entre protuberancias de roca desgastada, dunas y matojos.

No era la euforia la que las impulsaba esa noche. Solo negocios. No era un azar violento el que guiaba sus monturas, sino la luz de las estrellas que pintaba de añil el mar de dunas.

 

Los mapas del caudillo y la memoria de Carcajada resultaron precisos. Las Moiras alcanzaron el oasis sin contratiempos.

Kargan se separó de ellas sin necesidad de palabras. Ya se conocían lo bastante bien como para comprender cuál era el lugar que cada uno debía ocupar en la comedia de la violencia. Si es que era necesario interpretarla.

Alcanzaron los primeros vestigios de humanidad desde Thiaras en la periferia del dosel vegetal. Un carromato, tiendas de lona, abandonados y parcialmente cubiertos de arena. Carcajada observó el interior de una de ellas. Quienes las hubieran ocupado habían dejado atrás una imagen ajada de su estancia, antes de desaparecer apresuradamente.

Propuso dejar allí a sus monturas. Caminar entre la vegetación sería más eficiente que cabalgar.

Se introdujeron entre las palmeras y los matorrales de hojas barnizadas de rosada.  Silencio y oscuridad. El oasis era un punto de paso antes de llegar a Thiaras, un lugar de intercambio donde no había poder para imponer las tasas y aranceles de los caudillos, quizás un refugio para criminales y perseguidos. Y sin embargo, aquella noche, mostraba su rostro desnudo de vida. Las tiendas estaban levantadas, sus ocupantes, perdidos. Ni siquiera animales de carga y monturas atados a los troncos escamosos.

Una tumba antigua asomaba su cabeza por sobre la arena de la orilla. Extraño lugar para una cripta solitaria. Quizás aquel lugar había sido más que un lugar de paso en tiempos pretéritos, aunque aquel monumento funerario fuera el único recuerdo de aquella época.

Ni insectos, ni aves nocturnas, pensó, observando a su alrededor con cautela. Conforme se acercaban a sus aguas, una sensación de angustia se apoderaba de su estómago, como cuando en su niñez se sabía merecedora de un severo castigo, pero desconocía si alguien más se había dado cuenta. El aire allí no era simplemente frío y húmedo, sino que parecía cargado de sentimientos, como si el oasis fuera una entidad viviente, y no las quisiera allí. El miedo a lo desconocido conduce a la exaltación del misterio como verdad incognoscible, en lugar de como el desafío a la razón que encuentra en él la mujer educada, se reprendió. No podía dejarse arrastrar hacia la superstición por las sensaciones de un cuerpo y una mente imperfectas. Que desconociera la explicación no implicaba que no existiera.

Cuando por fin legaron al corazón del oasis, vieron una silueta negra recortada contra las aguas. De rasgos ocultos en la tiniebla, podían ver su pecho desnudo, la cola de caballo en la que llevaba atado su larga cabellera, y la espada que portaba en su mano izquierda. Punta hacia la arena, sin atisbo de hostilidad. Solo un hombre. ¿Se trataba de uno de los escoltas del estratega? Mulat es mudo, aunque cualquier hombre capaz de hablar podría simplemente quedarse callado. Solo había una forma de averiguarlo, si los guardias eran tan cautelosos como había sugerido el caudillo. Intercambió una mirada breve con Áspid, y una más prolongada e intensa con su hermana. Estando ella a su espalda, no había razón para temer nada.

Se acercó con parsimonia a la figura, la lanza corta en la zurda, la punta hacia el suelo, como un reflejo espejado del hombre. La diestra cerrada en un puño. Se detuvo a un paso de donde la Luna dibujaba una línea plateada en la área mojada, estiró la mano y la abrió con la palma hacia arriba. Sobre ella, el sello que Lord Benrat había entregado a Kargan.

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06/12/2016, 20:55
Tristeza

Encima de su encabritado semental, Tristeza se agarró con fuerza a las riendas. Idiota podría empezar a dar saltos como loco en cualquier momento. Ella lo conocía muy bien ahora. Solo consiguió tirarla una vez, al principio, cuando se tranquilizó por unos momentos dejándola creer que ya le había ganado el corazón. Le encantaba ir a galope, había en ello una sensación de libertad incomparable.

Salieron rápido y sin incidentes de la ciudad y el desierto les abrazó enseguida con sus rojos y finos granos de arena. La rubia se había preparado para ello y solo los ojos estaban visibles, protegiendo el resto de su cuerpo con telas y ropa. El gélido frío de la noche era un duro contraste con el abrasador calor que las machacó de día.

La noche era preciosa. Fue su fiel y silenciosa compañera en tantos asesinatos, que sentir como la negrura le envolvía, era comparable con aquellos abrazos de su madre cuando era pequeña. La asesina sonrió ampliamente gracias al recuerdo, pero estaba callada. Solía pasar algunas veces cuando estaba trabajando. Su mente empezaba a funcionar como la de una depredadora y sus ojos miraban los alrededores sospechando de cualquier cosa fuera de lo normal. Su vida dependía de ello.

Tenía ganas de acercarse al oasis y estar rodeada de gente, luz, comida y seguramente bebida. Se sentía como una leona en medio de un gallinero en sitios así. Tantas posibles víctimas… Sus pensamientos fueron cortados por la oscuridad y el silencio que seguía en un lugar donde no pertenecía.

Su ceño se frunció, gesto muy raro en su casi siempre sonriente rostro. Sus dientes mordisqueaban el labio inferior mientras que su azul mirada buscaba señales de vida, cualquier vida. Tragó saliva y se quedó en retaguardia vigilando la espalda de Aspid y sobre todo la de su hermana. No podía ver a Kargan, pero sabía que el hombre estaría en algún lugar preparado para actuar, pero ni eso le hacía sentirse segura. De repente ya no era una leona, era un gato acorralado por perros enrabiados que ni siquiera podría ver.

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11/12/2016, 00:28

Carcajada avanzó entre la maleza. La hierba estaba fría, seda negra que se deslizaba sobre su cuerpo, manos negras que embaucaban sus sentidos. Tristeza, atrás y atenta, le daba una seguridad cálida, la de una hermana que cuida de otra. Áspid, en el otro flanco, era otra clase de seguridad, helada y distante, otra defensa que agradeció.
Sus pasos, finas pisadas que aplastaban hierbajos mezclados con arena, parecían furiosos estruendos al cortar el tétrico silencio que llenaba el oasis. Ni un alma, aparte de la silueta en la sombra. Según se acercó pudo ver poco a poco sus rasgos y, como ante su avance, no ofrecía ningún movimiento. Lo que indicaba que, quizás, era el contacto adecuado, tal y como había supuesto.
La escasa luz de la luna pálida y recortada descubrió unos rasgos duros, angulosos. Imposible determinar su procedencia. Lo más parecido; los jinetes kosakos de primera generación. Sus músculos eran marcados por no decir perfectos, abultados sin ser toscos. Su pecho desnudo estaba cubierto de tatuajes tribales, así como su cuello y su frente, en la cual había grabado una cinta trenzada. No parecía aquejar el frío que los demás sentían a través de las capas de ropas que llevaba encima.
Su espada era una pieza antigua, la empuñadura labrada con filigranas. De aspecto vieja, grisácea, la hoja ancha, también con grabados; jinetes cabalgando. No habló ni una sola vez. Sus ojos, como el oasis, eran dos remansos de paz. Y si bien el oasis emulaba la vida; agua en mitad de la nada, cobijo, seguridad en la noche, sus ojos eran un agua similar…donde bien podían haber ahogados cientos de víctimas.
Se detuvo delante de él. Carcajada se sintió inquieta. Tras ella, Tristeza y Áspid tenía las manos sobre sus armas. El hombre no había hecho gesto alguna y sin embargo se sentía amenazadas, en alerta. Ambas guardianas olisquearon la noche. Allí no había nadie más.
Carcajada, muy humilde, mostró el anillo en la palma de su mano. El sello de Lord Benrat. Los ojos inquisitivos de la silenciosa figura pasaron del anillo a Carcajada y de Carcajada al anillo. Enfundó el arma mediante un golpe seco y se acercó para tomarlo de su mano. Su tacto era frío como una lápida. Al momento, hizo un gesto a la noche. Una señal secreta.
Igual que una gota de rocío deslizándose por la punta de una frondosa hoja, arrojada al vacío, un cuerpo pesado se dejó caer desde lo alto de una de las palmeras. El nuevo guerrero compartía muchos atributos con el primero que habían visto. También iba sin camisa y su espada, de similar manufactura, se encontraba en su cinto. Había tatuajes en su torso, muy marcado, y brazos, todos tribales. Este tenía además un rombo rojo sobre el ojo derecho. Pelo largo, recogido también en cola de caballo. Rasgos duros, perteneciente también a la indeterminada raza de su compañero. Si el otro había parecido calmo, este tenía viveza en su mirada.
Las mujeres se sorprendieron de su presencia allí. No era fácil sorprenderlas ni escapar de su escrutinio. Además, el nuevo guerrero se había deslizado con gracilidad de una altura elevada y apenas había hecho ruido al caer. Muy hábil, una gesta complicada de imitar, incluso para Áspid o Tristeza, las cuales debían pesar treinta kilos menos.
Saludó con una sonrisa socarrona.
—Amigos de lord Benrant, os saludo. Soy Colom —dijo, muy teatral, marcando una reverencia de corte —. Y él es Mulat. No habla mucho desde que un inquisidor Vassel* le cortó la lengua —sonrió igual que si hubiera contado un chiste, su acento era afilado, diferente a todo lo que habían escuchado.
Ignoró a las mujeres y oteó fuera del oasis.
—Si ese arquero es amigo vuestro, mejor que le llaméis. Si no lo es tendré que salir a matarlo.
Hablaba con seguridad. La noche era cerrada y la sonrisa plateada de la luna, ladeada y torcida como en un rostro fantasmagórico, apenas levantaba luz en las arenas del desierto. Sin embargo Colom había percibido perfectamente la silueta de Kargan, quien se acercó tras la llamada. Su vista era prodigiosa. Y Mulat debía tener una igual de afilada, por eso había esperado a las mujeres en aquella posición, alerta. Las había visto venir. Una vista de búho, de rapaz.
Se quedaron cerca de la orilla del oasis. El agua estaba helada y ofrecía un aspecto cristalino, un líquido repleto de estrellas que bien casaría en las dependencias de un dios o de un exótico mago.
—Una generosa escolta —señaló Colom. Las miró, a ellas, concretamente las curvas de Áspid y Tristeza, las cuales parecían llamar más su atención —. Muy generosa.
Mulat permanecía impasible, igual que una estatua de carne. Su respiración era un silbido nocturno. El grupo se sentía incómodo, alerta ante aquellos dos hombres. Como si se encontrasen ante una manada de lobos o rodeados por un grupo de lanceros que había jurado darles muerte. Ambos guerreros hedían a muerte. Y a algo más.
—Le avisaré.
Colom recorrió a la carrera el espacio que le separaba de la tumba enterrada en la arena. Al ser el único refugio era evidente que también servía como dependencias del estratega. Curioso, el guerrero que tan directo se había mostrado con ellas se arrodilló delante de la entrada y cuando habló, lo hizo con la cabeza gacha, sumisa.
Una tercera figura apareció en el oasis. Era alta, más incluso que su escolta. Una gruesa capa de tonos blancos y lilas le cubrían totalmente, desde los hombros hasta los tobillos. Unas botas caras, de danzarín más que de combatiente, se percibían cubiertas del rojo del desierto. Se apreciaba una figura ligera, estilizada, liviana. Una capucha ancha ocultaba la mitad del rostro del estratega. Su barbilla era esbelta, sus labios finos. Era evidente que poseía una gran belleza. Cuando quisieron entender que la palidez de su piel no era cosa de la luz lunar comprendieron, quizás, porque debían llegar a Thiaras antes del alba.
El estratega se acercó a ellos. El paso medido. Colom, tras su señor. Cuando llegó hasta ellos, Mulat se arrodilló ante su presencia y solo se alzó cuando se lo ordenó. El estratega le habló, una orden, una sola palabra en un idioma que no conocían** pero que Carcajada reconoció como una lengua muerta. Mulat le entregó el anillo de lord Benrat. Las mano del señor era femenina, perfecta, y albina. Si bien se apreciaba firmeza en su palma y sus dedos.
Mulat señaló a Carcajada. El estratega retiró su capucha. Era hermoso como habían imaginado, si es que puede existir una imaginación tan desbordante y tan excelsamente detallada. De aspecto delicado, nariz cincelada, su cabello era plateado y blanco, largo, hilado en una cola de caballo, igual que la de sus lacayos. Sus ojos eran dos lunas pálidas. Sus dientes eran perfectos. De su cuello pendía un siniestro medallón, un cráneo negro que poseía largos dientes, multitud de ellos, y tres ojos huecos.
Su presencia lo llenaba todo. Algo se revolvió en las entrañas de las curtidas mujeres. Incluso dentro de Kargan, a veces tan cínico y distante. Aquel hombre poseía un magnetismo animal que no se podía explicar. No era solo su belleza antinatural, su toque nevado, o la seguridad de sus movimientos. Había grandeza en él, algo que podía cautivar los corazones más débiles.
Habló solo a Carcajada.
—¿Sois vos quien requiere mi presencia? —su voz, seda escarchada, suave y fría.

Notas de juego

*Vassel. La palabra os es desconocida.
**Para entender su idioma, tirar quien lo desee por Lenguas Muertas, o algo que tenga que ver con Historia. También Idiomas, claro. 20 o más para entenderle.
Podéis tratar de reconocer el emblema del estratega, para ello Historia o similares. 20 o más.

Kurdrim, perdona que no te haya esperado, pero ya estaban todos menos tú. De todas formas, a no ser que hicieras algo radical, el turno estaba resuelto con la acción de Carcajada a vuestro favor.

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11/12/2016, 04:11
Carcajada
- Tiradas (2)

Notas de juego

Si Carcajada reconoce algo con esos resultados, cuéntamelo cuando puedas para que lo tenga en cuenta cuando escriba.

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11/12/2016, 16:35

Notas de juego

Carcajada recuerda cierta información sobre una antigua tribu, ya extinta, que se extendió como una plaga en la zona que ahora es conocida como Aquilonia. Tachados de bárbaros, de destructores, asolaban las tierra siguiendo la doctrina de un único dios; la Muerte. Había cierta comunión entre ellos, la guerra, la muerte y su deidad. Eran hombres feroces, corpulentos. Entre sus costumbres se encontraba la de tatuarse el cuerpo, y un símbolo que los definiese en el rostro. Era una raza agria que amenazó los grandes imperios de la época.
Poco más recuerda Carcajada de tales gentes. Algunos de sus descendientes, se cree, son ahora los jinetes kosakos que asolan las estepas, otros creen que tal tribu nunca existió.
Un relato menor, poca información sobre una tribu perteneciente a la época de la desaparecida Atlantis.
(El equivalente de esta raza en nuestro mundo actual serían los Kurgan)

Sobre el idioma, poco que decir. Carcajada reconoce una lengua muerta, pero es incapaz de entender lo que diden ni de identificarla, lo que le indica que es una lengua muy antigüa.

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14/12/2016, 12:46
Kargan

Observé desde la distancia como las chicas se separaban. El silencio era sepulcral… incluso en un oasis había siempre algo de vida, de movimiento. Toda la alegría del viaje se había desvanecido en el mismo instante que habían llegado a su destino. La arena bajo sus pies. El aire seco del desierto. Todo ello le recordaba sus orígenes. Pero aquella no era su casa. Ni aquella su familia, aunque con el paso de las semanas les había cogido algo parecido al cariño.

Avancé lentamente por la duna manteniéndome lo más oculto a las posibles miradas, aunque allí no parecía haber nadie más que el tipo solitario que aguardaba con la espada en la mano. Luché por ver algo en aquella maldita oscuridad, pero esta era insondable. Para cuando ellas llegaron a unos metros del silencioso hombre, paré mi caminata y cargué una flecha para preparar un disparo rápido en caso de necesidad.

Carcajada se adelantó con decisión y le presentó el anillo. Por unos instantes la tensión se pudo cortar. Cuando enfundó su arma e hizo una señal todo pareció volver a cobrar vida. Para mi sorpresa, otro tipo cayó de una palmera cercana con una destreza equiparable a la de Aspid o Tristeza. Aquel maldito cabrón había estado bien escondido. Ni siquiera las chicas lo habían visto. Casi sin darme cuenta preparé el arco para lanzar la flecha. No parecían haber indicios de violencia pero el primero que moviese un pelo se llevaría un flechazo en la cabeza. Los segundos pasaron. Parecían conversar. Al final una señal de Tristeza me hizo destensar el arco. No había peligro aparente…al menos de forma perceptible. Bajé la duna acompañado de mi caballo. Mi arco sujeto en la mano mientras avanzaba hacia el grupo.

- Buenas noches… Soy Kargan – saludé escuetamente a la extraña pareja mientras miraba a las chicas en busca de señales…

El mudo permanecía en pie como una estatua de sal. El hablador habló demasiado. Sonreí para mis adentros ante las miradas de este a los cuerpos esbeltos de Áspid y Tristeza. Sabía que aquellas cosas las cabreaban. Yo siempre lo hacía y el resultado siempre era el mismo. ¿Serían capaces de contener sus lenguas? Yo no pude desde luego…

- Pero que muy generosa… No sabe usted cuánto!!! Por eso viajo con ellas… - sonreí inclinando la cabeza a las chicas.

Luego esperamos a la llegada de nuestro objetivo. Aquellos tipos peculiares eran sus guardias. Pero si estos nos habían parecidos extraños, la aparición del Estratega generó una extraña sensación en mi interior. Era más grande que su escolta y su piel marfileña dejaba claro el porqué se tenía que llegar antes de la puesta de sol. Para cuando llegó observé con cínica mirada la devoción de sus guardias y su aparente carisma. Para cuando se quitó la capucha no pude por menos que admirar la belleza de aquel tipo. No me gustaban los hombres, nunca había yacido con uno a pesar de las prácticas que se realizaban en algunas cortes y lugares de gustos raros… pero había que reconocer que aquel hombre, a pesar de su pile cerúlea, tenía un atractivo exuberante y exótico.

- No!! Nos envía nuestro anfitrión, Lord Knebb. Nos envía desde la ciudad de Thiaras. Somos su escolta personal. Oh!! Disculpe mis modales…. Soy Kargan

Notas de juego

Se que este turno no va a ser bueno para mi por hablar antes de tiempo, pero tenía que hacerlo....sino reviento!!!!

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14/12/2016, 23:41
Carcajada

Carcajada los observó. Primero al mudo, Mulat. Moviendo apenas las pupilas, recorrió los indescifrables tatuajes tribales que cubrían su piel desnuda, su musculatura de estatua. Después a Colom, tan similar y tan diferente. Ambos procedían del mismo lugar, quizás incluso eran hermanos, aunque no compartiendo el viaje desde antes de ver la luz, a diferencia Tristeza y ella.

Algo reconocía de sus rostros angulosos, el tono de su piel y la pintura bajo sus pieles. No lo suficiente, por desgracia. Vástagos de una gente antigua y extraña. Peligrosos, aunque también ellas lo eran. Y aquella noche, compartirían destino.

Cuando el segundo hombre señaló a Kargan en la noche, Carcajada reprimió un estremecimiento. Ni siquiera unos ojos adaptados a la oscuridad deberían ver con tanta precisión. Quizás, pensó, se ha confiado, ha pasado bajo la luz de la Luna, revelándose. Y ellos sabían hacia dónde observar, porque conocían la zona, los sitios donde podría apostarse un tirador.

El arquero salió de las sombras, dicharachero como siempre. Más de una vez se había preguntado qué escondía Kargan tras su carácter abierto. Un hombre tan corriente como aparentaba ser no hubiera trabajado con ellas, no tal y como eran ahora.

No hay lugar para la generosidad en este trabajo, Colom, replicó a los hombres, desechando el verdadero sentido de las palabras del guerrero.

Carcajada, se presentó. Tristeza y Aspid, añadió, señalando a las otras dos mujeres.

Colom se marchó en busca de su señor. Se arrodilló en sumisión para dirigirse a él, y cuando aquel se mostró, lo siguió siempre un paso por detrás, lo que evidenciaba que no se trataba de un mercenario como ellas. Guardaespalda juramentado, guardia de sangre, súbdito.

A pesar de lo que habían dicho Filando y su señor, el estratega descubrió su rostro de inmediato.

El estratega era de un pueblo más antiguo y extraño que sus dos hombres. Carcajada recordó la advertencia de Lord Benrat y alzó la cabeza, dirigiendo su mirada a un punto sobre su hombro derecho, evitando observarle directamente. Aun así, podía ver con claridad la belleza andrógina de su rostro, blanco como la tez empolvada de una cortesana oriental, como si nunca hubiera sido tocado por otra luz solar que la que se reflejaba en la piel de la Luna. No solo belleza, tuvo que reconocer, algo en aquel hombre entonaba una melodía grandilocuente y silenciosa que resonaba directamente en las almas de quienes se encontraban en su presencia.

Cuando habló, se dirigió a ella directamente. Evitar su rostro la ayudó a no quedar atrapada por el magnetismo de aquel hombre.

Lord Benrat nos envía para protegerle, dijo, no estaba claro si haciendo hincapié en las palabras de Kargan o ignorándolas deliberadamente. Su cautela le hace anticipar peligros en el camino a Thiaras.

Si los dos escoltas se demostraban tan alertas en el camino, no debían tener demasiadas dificultades para entregar al estratega en Thiaras, sano y salvo, a menos que Lord Knebb hubiera enviado a un ejército a interceptarlos.

Mi nombre es Carcajada. Ellas son Tristeza y Aspid, presentó por segunda vez en minutos a las compañeras. Podemos ponermos en marcha en cuanto esté preparado para partir.

Abrió entonces la otra mano, que había mantenido cerrada durante todo el encuentro y la alzó hasta la altura de su busto. En su palma, el segundo anillo, entregado por Filando a Kargan.