Partida Rol por web

Año de 1349. Septiembre. 

En algún punto entre la Sierra de Moncayo y el pueblo de Trasmoz (Aragón). Es una zona fronteriza entre los reinos de Aragón y de Castilla. Para tu dicha, sirves a un ricohombre llamado Colás de Huerca, un hombre que regenta el castillo de Royena, otorgado a su antecesor por la abadía cistercense de Veruela (quien gobierna varias localidades en la comarca).

Era media mañana y hacía sol, y en el horizonte cercano el Moncayo amaneció con su cúspide nevada. Te encontrbaas de de montería en uno de los valles de la sierra, acompañando a don Andreu, único hijo de don Colás, en su típica cacería de venados. Su característico cabello rubio siempre había sido motivo de discusión de las jóvenes de la zona, y sus ojos claros parecían encandilar a casi cualquiera. Diez siervos más le acompañaban, entre los que te contabas, y todos recorríais bosques de abedules y hayas. Por supuesto, don Andreu y otro de su confianza, iban a caballo, y el resto de sirvientes transportaban fardos con alimentos y bebidas, eran encargados de cuidas las monturas cuando descabalgaban o bien inspeccionaban y batían el terreno delante o a ambos lados de comitiva. Otro de ellos era Inazio, el montero mayor y hombre de confianza de don Colás, padre de Andreu.

¿Qué creéis Inazio? ¿Cazaremos hoy algo? -el aliento del noble se veía al hablar debido al frío del terreno, pese al día soleado. Don Andreu hablaba a medida que avanzaba sobre su caballo a paso lento, disfrutando del paisaje también-. Me dice algo que sí, que hoy tendremos suerte.

Así lo creo, veremos a ver cómo se da el día, mi señor -le respondió Inazio, el tipo más mayor de toda la comitiva-. No era un hombre de muchas palabras, y siempre andábase callado y atento, con su gran arco en su mano y las flechas preparadas. Por tu parte. Él, tú y algún que otro cazador érais los únicos que teníais el permiso de don Colás para cazar en las proximidades al castillo de Royena, y tal que así que Inazio siempre hablaba contigo, te contaba cosas, te enseñaba trucos y maniobras del oficio y otras tantas acciones que desarrollaron entre vosotros, podría decirse, así, cierta amistad y respeto.

Cabalgando junto a Don Andreu embozado en su capa para combatir el frió la humedad que les rodeaba. 

— La mañana está propicia para la caza. Si tenemos la mitad de suerte que la semana pasada volveremos con un buen botín.

Ramiro caminaba junto a su señor y se limitaba a contestar a sus preguntas. Al fin y al cabo sabía cuál era su lugar y pretendía seguir disfrutando de él, para lo cual procuraba no importunarlo.

Habrá que comenzar a buscar huellas, ¿no creéis, Inazio? -preguntó don Andreu, como ordenándole indirectamente que se pusiera a ello-.

Por supuesto, mi señor -respondió-. ¡Julián, Ramiro! -Inazio, como montero mayor y con potestad para ello, llamó a los dos únicos cazadores, aparte de él, que había en la comitiva (y a las órdenes de don Colás y Andreu, claro). Ya habéis oído al señor, ¡rastread por esos zarzales y por esa vereda! Vamos a ver qué encontramos...

A las ordenes de Inazio se adelanto ligeramente a la comitiva para buscar algunas huellas que les presentaran la mañana provechosa. Por desgracia el día no estaba propicio para él y no encontrar nada que pudiera ser aprovechable, apenas algunas huellas de animales pequeños que no valían nada.

Mientras miraba por los alrededores, esperaba que su compañero Julián tuviera mas suerte en su incursión o el día sería malo para todos los presentes pero en especial para ellos.

Julián anduvo muchos metros allá, al otro lado de la comitiva de caza. Pero pareció no encontrar nada, pistas aquí y allá, pero ninguna huella de importancia que os llevara a cazar un buen venado o un jabalí. Por supuesto, ni Inazio ni el joven Andreu se contrariaron: ambos sabían que la caza era una actividad de recreo y no pasaba nada por no dar con un buen rastro.

* * *

Pasaron algunas horas y la comitiva se detuvo a almorzar. Los criados por fin hicieron el trabajo por el que habían ido allí: prepararon una hoguera, asaron un lechón que habían traído despiezado y todos alrededor de la misma pudísteis disfrutar del soleado día entre vinos, pan, carnes, queso y alguna que otra pieza de fruta. Un rato después de descansar y hacer la digestión, la caza volvió a su cauce, y el grupo se levantó. Tras un rato de búsqueda, don Andreu bajó de su caballo para estirar las piernas. Llevaba su ballesta en la mano. Tú y Julián íbais a un lado y otro del grupo, flanqueándolo.

Entonces apareció un bello venado con una cornamenta sin igual. Una buena pieza de temporada, según tu experiencia. Antes de que lo señalaras (o que Julián lo hiciera) para que el noble pudiera darle caza, éste ya estaba disparando la ballesta; tal era su ansia por obtener un trofeo que, lejos de impactar el virote, éste erró y quedó clavado en un árbol. Por ello que el venado logró escapar a una arboleda cercana, en la base del Moncayo, cruzando un zarzal y a un arroyo entre unas rocas afiladas más allá. Don Andreu hizo a uno de sus criados cargar con el cranequín su ballesta y entonces corrió aprisa tras el animal.

Sin embargo Inazio se detuvo, mirando cómo el noble se alejaba. Su rostro palideció, como la nieve.

Julián no sabía si seguir al suyo señor, y tú, tal vez tampoco. También el resto de criados se detuvieron. El único que corría despavorido tras el animal era el joven Andreu.

Tras el almuerzo apareció la tan ansiada pieza aunque el precipitado disparo de Don Andreu no tuvo fortuna y el Venado emprendió la huida perseguida a la carrera por el impetuoso noble. Todos quedan paralizados en el primer instante y Ramiro no es una excepción. Pero pasados los primeros segundos de inacción piensa que no debería vagar solo.

Emprende la persecución de ambos, el bosque es un lugar peligroso y nunca se sabe que te encontrarás. Empezando por el propio venado que si se ve acorralado podría arremeter contra sus perseguidores con inciertas consecuencias para ellos. 

En cuanto viste alejarse al noble, supiste que estaba a punto, tal vez sin saberlo él, de internarse en un paraje semioculto entre grandes peñascos, lo cual hacía que el terreno, para la caza y cualesquier otra actividad, fuera peligroso, en el comienzo del valle del Moncayo. Sabías que la zona por donde venado y noble marchaban termina en un lago verdoso e infecto.

Sin embargo, tú no podías dejar sólo al joven Andreu, por lo que le seguiste corriendo. Tras unos minutos de carrera, dejaste atrás la comitiva, y tus pasos te llevaron hasta una hondonada oscura y rocosa, donde reposaba la llamada Fuente del Álamo, el bello salto de agua entre dos alturas junto a un gran barrizal. El ruido de la pequeña cascada era constante y el
lago contiguo es de agua verde estancada. 

Escuchaste entonces un severo sonido. ¡CRAKK! Tras seguir persiguiendo a don Andreu, vístes que había logrado dar caza al venado, el cual yacía en el suelo, al atravesarle el lomo con un virote (¿quién transportaría toda la presa luego?). Estando allí, notaste algo más: una sensación como de angustia. Entonces viste que don Andreu quedó ensimismado mirando al lago verdoso unos instantes, de espaldas a tí.

Estaba pensando como conseguirías llevar el venado hasta la comitiva. Ahora mismo estaban los dos solos allí y Ramiro sabía quien tendría que cargar con aquel animal. Con suerte Don Andreu se adelantaría al encuentro de la comitiva y llegaría ayuda rápido. A pesar de la sensación de angustia que estaba recorriendo su cuerpo no pudo reprimir la necesidad de darse la vuelta para ver que era aquello que el noble miraba con tanta atención.

Queda aquí, muchacho... -dijo don Andreu al girarse y comprobar que eras el único que habías acudido tras el-. ¿Donde está el resto? ¡Malditos negados! ¡Ahora me oirán! ¡Quedad aquí, iré a buscar al resto para que se adentré lo posible y se lleven esta pieza... Mejor -dijo entonces, pensándoselo mejor-: id vos, yo que esperaré aquí.

Entonces antes de que partieras, encontraste a Julián, el otro cazador. Había acudido tras de vosotros, pero claro, mucho después de vuestra llegada. ¿¡Y el resto!? -le gritó el joven noble-. ¡¡Porqué diantres no acuden ya!! -su discurso era déspota, no como el de su padre, más calmado-.

Mi señor, resulta que... -decía compungido, con el arco entre sus manos-. Resulta que ninguno ha querido entrar en esta zona, ni acercarse aquí... a la Fuente del Álamo. Y ni tan siquiera ver esa cascada -señaló Julián con la mirada-.

Y el Inazio... ¿¡Dónde está!? -le inquirió-.

Inazio... no ha querido entrar por nada del mundo en el paraje, mi señor -respondió Julián-. Ni por todo el oro que hubiera en esta comarca. Eso dijo -finalizó él cazador-.

¡Cobarde! ¡Y ese se hace llamar montero mayor de mi padre! ¡¡Argh!! Venga, recoged mi pieza: al parecer aquí solo hay tres cazadores de verdad -dijo dándoos una sonora y afectiva palmada en la espalda, como refiriéndoos a vosotros-. Por vuestra parte, Julián y tú os mirásteis, y sin decir nada, cargásteis con el venado, una bella pieza, y salísteis a campo abierto, desandando vuestros pasos con un peso en vuestros hombros.

Cuando la comitiva se reunió de nuevo, don Andreu preguntó a Inazio porqué no había seguido con la práctica de la caza.

Mi señor, yo... hace mucho que no entro ahí, que no acudo a la fuente del Álamo. Es difícil de explicar, yo... -decía, como balbuceando-. Ninguno de los otros criados había tampoco acudido como tú tras el noble.

Vayámonos pues... -dijo Andreu dejándolo estar-. Al fin y al cabo Inazio era el montero de su padre, y no de él. De estar bajo su mando, ya habría sido azotado, seguramente, por incumplir las órdenes de arriba-.

Ayudado por Julián pudo cargar el venado hasta donde se encontraba la comitiva. Por suerte cuando llegaron hasta allí les echaron una mano y pudieron cargar aquel animal en un caballo. La comitiva se dirigió de vuelta al castillo y Ramiro se quedo al final de la comitiva para evitar especialmente a Don Andreu. Había salido bien parado del primer asalto, pero conocía la inestabilidad del noble y prefería no estar cerca de él.

— ¿Qué pasa con la fuente? — Pregunto a Julián, acercándose a él cuando vio que estaba apartado del resto. — No tengo muy claro que ha pasado ahí atrás.