Amber se dirigió a toda prisa hacia las puertas abiertas que prometían ser la vía de escape a la pesadilla que estaban viviendo. No había enfundado su martillo por si a algún draugr se le ocurría volver a cruzarse en su camino. Y el amuleto del yunque y el martillo seguía escondido en su puño izquierdo. Le daba fuerzas, le daba fe, le daba paz. Y en la montaña necesitaba todos esos dones. Pidió perdón mentalmente a Øverste Ild por su momentánea rebeldía y agradeció la ayuda que le prestaba su divina presencia.
Se dio la vuelta para ver si Kara la seguía y pudo ver como un muerto viviente aferraba el tobillo de la bardo. Su instinto se disparó inmediatamente y la sacerdotisa se dispuso a ayudar nuevamente, pero la joven trovadora dio un fuerte tirón y se deshizo de la garra que la atenazaba. Amber sintió una extraña sensación de orgullo.
-¡Vamos! ¡Tras esas puertas estaremos a salvo!
A estas alturas ya debería haber sabido que las cosas no son siempre lo que parecen...
“La joven y hermosa bardo se perdió entre la niebla como un espíritu del viento. Dispuesta a ayudar a sus compañeros a sortear el peligro una vez más”. Si definitivamente esa era la versión de la historia que contaría. Mucho más épico que: “ La joven y hermosa enana sorteó como buenamente pudo los cascotes que caían frente a ella para, finalmente, caer frente a una jauría de draugr descerebrados.” Gracias a los dioses, Amber estaba allí mostrando el símbolo de su dios. Esa maniobra ya les había servido antes y parecía que los muertos lo sabían. Era el momento idóneo para salir por patas. El suelo volvió a temblar y los escombros cayeron sobre los antiguos enemigos. Kara arrancó a correr hasta la puerta. ... O esa era la intención, pero notó como una mano le aferraba fuertemente el tobillo, haciendo que Kara casi diera de bruces contra el suelo. Por suerte, la enana logró zafarse de un tirón. Aunque el maldito bicho se quedó con un buen jirón de su ropa. Bueno, mejor eso que perder la vida. -¡Vamos! ¡Tras esas puertas estaremos a salvo!- exclamó Amber Kara continúo su carrera, pidiendo a todos los dioses que no fuera la última.
Hombro con hombro conseguís cerrar las puertas segundos antes de que la avalancha impacte contra ellas. La fuerza y el peso de las piedras al chocar y apilarse contra las mismas os hace retroceder lentamente. Incluso Ash se mantiene cerca, gruñendo hacia el derrumbe, como si enseñar sus dientes pudiera amedrentar a las rocas que han estado a punto de sepultaros. Hacéis un último esfuerzo y el peso poco a poco cede.
Cansados tras la desenfrenada carrera y ese último empellón, os dejáis caer sobre el suelo. El estruendo de los cascotes es tan sólo un murmullo lejano. Vuestra respiración entrecortada parece reverberar en aquel estrecho pasillo sumido en la más profunda oscuridad. Os miráis entre vosotros. Ambos pensáis lo mismo. Los dos habéis sido los únicos en cruzar ¿Qué ha sido de las mujeres? No habéis tenido noticia de ninguna de las enanas desde que evitaseis a los draugrs. Es posible que hubiesen encontrado alguna otra salida. Quién sabe. Pero por muy improbable que aquello fuera era preferible a la alternativa. Habría que confiar en que las representantes de cada clan hubieran hecho honor a su fama.
El lobo se tumba junto a su amo, con el hocico apoyado suavemente sobre su pierna. Frente a vosotros podéis ver que el pasillo se extiende para luego torcer a la izquierda. No sabéis que puede haber más allá, pero aquel lugar era tan bueno como cualquier otro. Y os merecéis un pequeño descanso.
Os encontráis a salvo por fin. Jodidos, pero a salvo. A partir de aquí sois libres de hacer lo que queráis. No tenéis mujeres que os digan qué hacer o qué pensar. Al menos hasta que volváis a cruzaros con Amber. Si es que en algún momento lo hacéis.
Si queréis descansar tenéis dos opciones: hacer un descanso corto (1 hr. aprox.) que os permite recuperar 1 DG o un descanso largo (8 hrs. aprox.) que os permite recuperar 4 DG. Descansar en el interior de una mazmorra siempre es arriesgado, por lo que podéis posponer el descanso hasta encontrar un sitio más seguro.
Hombro con hombro, Hilda y Astrid esperan a que los demás alcancen la salida. Las rocas van ganando terreno y apenas tienen unos segundos antes de que el derrumbe se abalance sobre las puertas. Desde donde se encuentran gritan el nombre de sus compañeros con la esperanza de llamar su atención, pero el estruendo ahoga todo sonido que no fuera el de piedra sobre piedra. Las enanas se miran la una a la otra. Debían tomar una decisión extremadamente difícil. Si no alcanzaban a cerrar a tiempo morirían bajo el peso de los escombros. Si cerraban antes de tiempo la muerte de sus compañeros pesaría sobre ellas.
El sonido de las anillas y las placas de metal se escucha entonces a escasa distancia del dintel. Atravesando la nube de polvo la figura de Amber hace su aparición. La sacerdotisa parece especialmente angustiada y no para de volver la mirada ni cuando cruza al otro lado. No pasan dos segundos cuando alguien se abalanza contra la puerta y cae de bruces sobre el suelo. Kara lo ha conseguido también, así como el brazo de draugr aún enganchado a su pantorrilla. Hilda mira nuevamente hacia fuera, pero lo único que ve son cascotes cayendo en todas direcciones. Grita el nombre de sus compañeros, pero no obtiene respuesta. Astrid frunce el ceño. No por ira, sino por resentimiento. Hacia el destino, los dioses o quien sea que os hubiera puesto en aquel brete. El polvo empieza a penetrar en el pasillo y las cuatro enanas apoyáis vuestros hombros contra las puertas. No decís palabra. Todas confíáis en que los enanos hubiesen encontrado otra salida. Quién sabe. Pero por muy improbable que aquello fuera era preferible a la alternativa. Habría que confiar en que los representantes de los dos clanes hubieran hecho honor a su fama.
Os dejáis caer, exhaustas, sobre el frío suelo. Frente a vosotras podéis ver que el pasillo se extiende para luego torcer a la derecha. No sabéis que puede haber más allá, pero aquel lugar era tan bueno como cualquier otro. Y os merecéis un pequeño descanso.
Os encontráis a salvo por fin. Jodidas, pero a salvo. A partir de aquí sois libres de hacer lo que queráis. No tenéis hombres que os digan qué hacer o qué pensar. Al menos hasta que volváis a cruzaros con Otto. Si es que en algún momento lo hacéis.
Si queréis descansar tenéis dos opciones: hacer un descanso corto (1 hr. aprox.) que os permite recuperar 1 DG o un descanso largo (8 hrs. aprox.) que os permite recuperar 4 DG. Descansar en el interior de una mazmorra siempre es arriesgado, por lo que podéis posponer el descanso hasta encontrar un sitio más seguro.
P.D.: @Astrid, gracias a los esfuerzos de tu compañera recuperas uno de tus deseos. Al parecer ella solita ha podido con la puerta.
Después de un breve intercambio, Otto y Dirk deciden hacer un descanso corto, en el que poder limpiarse y vendarse las heridas.
Mientras se limpia la sangre que ha brotado de su nariz y empapa su bigote y su barba, Dirk apenas puede creer lo que acaban de sobrevivir. "Ya puede haber tanto oricalco como el de todos los clanes juntos en esta montaña", piensa, "con la de peligros mortales que estamos pasando". Luego, recordando el fracaso del robo del tesoro de los Rongile, soltó una ligera carcajada con un toque de amargura. Otto lo miró extrañado.
- Cuando vivía en Dusterbach - empezó a relatar al explorador - acabé trabajando para un hombre, Brannaghan. He de decir que para ser un hombre, era bastante respetable. No me malinterpretes, era escoria (al fin y al cabo, era un criminal, y jefe de una banda), pero al menos trataba con respeto a sus subordinados y era leal, a la banda y a sí mismo.
» Con la banda, no solíamos dar grandes golpes. Era más una forma de protegernos frente a otros criminales, que "trabajaban" en las mismas calles. Pero, de vez en cuando, Brannaghan nos sorprendía con planes muy ambiciosos. En una ocasión, nos reunió por la noche y nos habló de la mansión de los Rongile.
» Cerca del centro de Dusterbach se alza el Castillo del Oso, la casa ancestral de esa familia. Desde hacía varias generaciones, era el centro de la vida social de los nobles de la zona, ya que Rongile era el más notorio, el más acaudalado y el más poderoso de los apellidos locales. Con frecuencia organizaban fiestas y bailes en el Castillo, en la Sala de Gala del ala oeste. Cualquier noble de Dusterbach te podía describir con detalle cada milímetro de esa sala, de lo a menudo que iban allí; por tanto, muchos servidores suyos también podían.
» Fue uno de esos servidores el que informó a Brannaghan de la nueva política que los Rongile habían introducido en sus fiestas poco después de un negocio que se rumoreaba que había sido increíblemente beneficioso con unos elfos del otro lado del mar. Un buen día, decidieron que, durante las fiestas, nadie podía salir de la zona de la Sala de Gala, y amenazaban con no ser invitado nunca más a quien se atreviese a pisar el ala este, que siempre estaba vigilada por una guardia.
Dirk bebe un trago de agua de su odre para refrescar su garganta. Luego prosigue:
- "¿Os dais cuenta de lo que esto significa?", nos dijo Brannaghan. "¡Han convertido el ala este en su zona segura! Es evidente que allí guardan todas las ganancias de sus tratos con los orejas picudas". Con su carisma habitual, nos convenció a todos. Con el tesoro en mente, ideamos el plan. Un plan peligroso, en el que nos jugábamos la cárcel, la salud e incluso la vida. Después de inmensas penurias, una noche en la que se celebraba una de las fiestas, logramos colarnos en el ala este.
Dirk pausa otra vez. Otto, intrigado, le pregunta qué encontraron. Dirk sonríe.
- Nada -responde-. Nada de nada. No había tesoros. No había ricos tapices en las paredes, ni una vajilla de plata, ni monedas de oro. Por haber, no había ni muebles. Sólo muros desnudos y habitaciones vacías.
» Años más tarde, salió a la luz el naufragio de los barcos de los Rongile. Los atrapó una tormenta. La familia estaba arruinada, pero seguían organizando fiestas para mantener las formas. Vendieron la mitad de su patrimonio para mantenerse a flote. Se acabaron salvando por casar a sus hijos con familias con títulos menores y grandes riquezas.
Dirk meneó la cabeza.
- Aquí estoy, jugándome la vida otra vez. Solo espero que Durin-Dûm no sea un Castillo del Oso.
Con estas palabras, se puso en pie, ya descansado. Cuando Otto estuvo listo, echaron a andar por la galería.
Me volví a venir arriba.
Mientras se limpia la sangre que ha brotado de su nariz y empapa su bigote y su barba...
Dirk recupera un triste PG.
Su corazón dio un brinco de alegría cuando reconoció la figura de Amber acercándose hacia las puertas, pero temió lo peor cuando pudo distinguir su rostro acongojado, que volvía ansiosa una y otra vez hacia atrás, buscando a alguien que no llegaba.
Sintió también cierto alivio cuando vió aterrizar a Kara, segundos después, pero no pudo evitar seguir escudriñando entre la polvareda, buscando alguna señal que delatase que el viejo Otto, su amigo incondicional, y el pícaro Dirk venían tras ellas, a salvo.
Una voz le urgió a empujar para cerrar las puertas y, aunque algo reticente, obedeció, puesto que sabía que era lo más sensato. El chasquido de cierre retumbó por las paredes de aquellas galerías vacías aislándolas del peligro, pero también de una posibilidad a corto plazo de reencontrarse con sus compañeros.
Hilda se dejó caer sobre la fría piedra, exhausta, preocupada, dolorida y entumecida. En la adrenalina de la huida había dejado de notar el dolor causado por las flechas pero ahora el escozor volvió con intensidad. Esperaba que alguna de sus compañeras pudiera echarle un cable, pero las heridas no podrían cerrarse si el metal seguía clavado en su carne. Decidió hacer de tripas corazón e intentar quitárselas ella misma. Respiró hondo y agarró la de su pecho con fuerza, decidida a tirar de ella.
El reverberante sonido de las puertas al cerrarse se equiparó al suave ronroneo de las olas del mar ante los que emergieron de la maga segundos más tarde.
Una vez sellada la entrada, el cansancio mordió con fuerza las piernas de Kara. Ignorando completamente el lugar al que habían llegado, se dejó caer al suelo. Miró a su alrededor. Alcanzó a ver tres figuras: Astrid, Amber y Hilda. No había ni rastro de Otto ni de Dirk. El explorador tenía una vasta experiencia y, si lo poco que sabía de él era cierto, se había visto en situaciones similares más de una vez. En cambio, Dirk no podía decir lo mismo. Kara rogó, sin saber muy bien a quién, que ambos estuvieran juntos.
Se juró a sí misma encontrarlos.
Pero no servía de nada ponerse en camino si implicaba ponerse en riesgo de morir antes de lograrlo. Así que comenzó a explorarse en busca de heridas graves. Las flechas habían llegado bastante profundo y las heridas corrían riesgo de empeorar si no se trataban ya. Tenía que usar aquella canción.
No estaba orgullosa de cómo había logrado aprender esos acordes y estaba bastante segura de que Amber, pese a los cambios que había introducido Kara, lograría reconocerlos si le daba el tiempo necesario. Aprovechando que aún no se había depositado el polvo, se alejó lo justo de Amber. Entonó las primeras estrofas de lo que ella había bautizado Canción de curación (pendiente de revisión)Notó como sus heridas sanaban poco a poco. Si bien aún le costaba moverse, estaba fuera de peligro. Era el momento de prestar atención a las demás.
Amber ya estaba curando a sus compañeras y se veía como las energías volvían al grupo. Pero los ánimos estaban bastante bajos, necesitaban recuperar su valor y su entereza.
En eso, Kara si que era la mejor. Sabiendo que al principio la tomarían por loca, entonó la canción favorita de Hilda. Iban a salir de esta. Estaba segura.
Por fin un momento de descanso. Otto se deja resbalar hasta quedar sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la puerta. Pequeñas vibraciones le dicen que poco a poco la montaña vuelve a un estado de quietud y calma, del que nunca habría tenido que haber salido. ¿Se habrá visto el derrumbe desde el exterior?
Ash se tumba a su lado y comienza a lamerse las patas, siempre ha sido un animal muy limpio. El explorador deja caer la cabeza hacia atrás. Se escucha un sonoro “cloc” cuando su cabeza impacta contra la dura piedra.
Se mesa la barba durante unos instantes hasta que decide examinar sus heridas. La herida del hombro no presenta gravedad, pero sigue sangrando levemente. En cambio, la aparatosa herida del costillar resultó ser poco más que un arañazo, apenas tiene unos milímetros de profundidad. De la pierna mejor ni hablar, un boquete sanguinolento asoma por la pantorrilla, justo encima de las grebas metálicas.
Mientras Otto comienza a cortar un cacho de tela con una de sus dagas, presta atención a la historia de Dirk. Por la Llama Sagrada, cuánto habla este muchacho... y eso que al principio era de los más calladitos del grupo.
El Fuego de la Providencia quiso que Otto conociera ya la historia de los Rongile. No en vano, era nuestro Ironwood el que iba a encabezar la expedición. Tuvo que enfrentarse a las críticas de los líderes del Clan, que no veían de buen grado su misión con los “patas largas”.
Todo eso cambió la noche antes de embarcar. La amarga noche en la que Ithriel brillaba con fulgor rojizo, como un rubí del tamaño de un puño en lo alto del firmamento nocturno. Aquel fatídico suceso le hizo quedarse con los pies en tierra, acción la cual salvó su vida irónicamente. Pero, esa misma noche comenzó la caída en desgracia del explorador. Durante largos años deseó Otto haberse embarcado en aquel barco, y que su pena se hubiera hundido con los navíos que partieron en búsqueda de riqueza y gloria.
Los altos mandos del Clan nunca perdonaron al montaraz su traición para con los humanos, pero le permitieron seguir viviendo en Silverhall ya que consideraron que lo acontecido había sido castigo suficiente para el propio Otto.
Todo esto llevó a Ironwood a presentarse voluntario para este viaje. Quería conseguir la aprobación del Clan una última vez antes de retirarse. Volver con los bolsillos llenos de oricalco le otorgaría la gloria y el respeto antaño perdidos. La opinión de aquellos vejestorios le traía sin cuidado, pero el honor a su apellido debería ser restituido. No podía darse otro caso como el de Willow…
Pensaba todo esto mientras terminaba de vendarse la rodilla y escuchaba a Dirk parlotear de fondo.
- Aquí estoy, jugándome la vida otra vez. Sólo espero que Durin-Dûm no sea un Castillo del Oso.
No tenía la más mínima idea de a qué se refería Dirk con lo del Castillo del Oso. Así que sonríe y asiente.
Se pone en pie como puede, silba a Ash para que se ponga en marcha, y los tres echaron a andar por la galería.
Al final yo también me he venido arriba :D
Otto es un gruñón pero su pasado tormentoso forjó su carácter.
Tras descasar y vendarme recupero DOS puntos de vida, que diferenciará la vida y la muerte en este trayecto. Ya tengo 11 PG (guau)
Amber traspasó la puerta y dejó paso a Kara, que venía tambaléandose. Pudo ver que Hilda y Astrid ya estaban ahí, pero ni rastro de Dirk o de Otto. En milésimas de segundo tuvieron que tomar la dura decisión de esperarles o cerrar la puerta y protegerse. Al final pudo más el instinto y entre las cuatro empujaron los enormes bloques de piedra que sellaban la estancia.
Amber miró a su alrededor aprovechando la luz de su yelmo y se dio cuenta de que ella era la única que no estaba herida. Agradeció mentalmente a Øverste Ild el ser su protegida y, sin perder más tiempo, se arrodilló junto a Hilda que, sentada en el suelo, se disponía a arrancarse los dardos de los draugrs clavados en su armadura. La sacerdotisa tomó el amuleto en una de sus manos y con él dibujó un círculo imaginario en el suelo. Extendió la otra mano hacia la maga y Hilda, al comprender sus intenciones, cerró los ojos y asintió.
-Øverste Ild, mira a esta sierva tuya y dale la fuerza de tu Llama Sagrada. Repara su daño con tu Forja Divina y vela por ella con el amor de tu Fuego Creador. Así sea.
Al instante el color pareció retornar a las mejillas de Hilda. Amber se puso de pie dispuesta a curar a Kara y Astrid, pero parecía que ya se habían encargado ellas mismas de restablecer su salud. Besó rápidamente su amuleto y volvió a guardarlo entre sus ropajes.
Se dejó caer en el suelo para descansar así fuese unos minutos. Cerró los ojos y suspiró profundamente. Y entonces escuchó a Kara rasgar las cuerdas de su instrumento. Amber frunció el ceño. Estaba segura de que no era buena idea, pero en realidad estaba demasiado cansada para discutir...
Øverste Ild, mira a esta sierva tuya y dale la fuerza de tu Llama Sagrada. Repara su daño con tu Forja Divina y vela por ella con el amor de tu Fuego Creador. Así sea.
Utilizo Curar heridas para recuperar 10 puntos de vida de Hilda (1d8 +3: 7 +3)
El silencio cayó como una de las losas que habían dejado desplomándose tras las puertas. Cayó grave puesto que habían dejado atrás a sus valientes compañeros. Todavía se acordaba como si fuera el mismo presente de verse todos ante la entrada a aquella trampa mortal pero cada vez quedaban menos. Estaba claro que no estaban a salvo del todo pero era una tregua que no podían desaprovechar bajo ningún concepto y esto les ayudó a reponerse y curar las heridas. Astrid rechazó el amable ofrecimiento de Amber de curar sus heridas ya que viendo la situación y sin saber nada de sus compañeros ¿en qué circunstancias se los encontrarían? cualquier ayuda sería necesaria y en aquel momento lo que ella necesitaba era reposo mental, no físico. De momento luciría los raspazos y las heridas como pequeños galones que celebraban que había salido de la batalla con vida.
Escuchar a Kara fue un alivio, le ayudó a distraerse un poco y a volver a respirar con normalidad.
Pero ninguna dejaba de pensar en sus compañeros. Intentó animar a sus compañeras pero no sabía de medicinas, cánticos u oraciones así que Astrid se incorporó, sacudió el polvo de su hacha y dijo:
-Bueno que, ¿volvemos a buscarlos? Jaja...ja... ¿Qué? ¡¡Que era broma!!
La música enana es un estilo musical que no se adapta a todos los paladares. Afortunadamente para vosotras no hay no-enanos en los alrededores y la relajante tonada de la gaita de Kara os transporta a épocas más felices. Dispuestas a lo largo de la oscura galería, vendáis vuestras heridas y limpiáis los cortes de la mejor manera que sabéis, aprovechando el respiro que os da la montaña para relajar los músculos después de aquella intensa carrera. La sacerdotisa y la trovadora entonan algún que otro cántico que resuena en aquel angosto pasillo y pronto estáis listas para continuar. Ha pasado una hora y no habéis tenido noticia de vuestros compañeros, pero no podéis quedaros sentadas esperando. El eco de las últimas notas musicales resuena en las paredes hasta extinguirse.
Con dos miembros menos os ponéis en marcha nuevamente dejando atrás los escombros. No sabéis que otras desagradables sorpresas puede esconder Durin-Dûm, pero al menos estáis preparadas. Seguís el pasillo que tuerce hacia la derecha iluminando poco a poco el camino con las brasas que arden sobre el yelmo de Amber. Es entonces cuando, al poco de haber iniciado la marcha, algo llama vuestra atención. En mitad de aquella galería, sentada en el suelo, se encuentra una criatura de piel rojiza, arrugada y escamosa. Un par de ojos anaranjados brillan bajo la luz de las llamas y volutas de humo brotan de sus fosas nasales. Sus cuernos retorcidos se elevan hasta casi doblar su altura, pero aún así ésta no levanta más de un par de pies sobre el suelo. Aquel reptil de colmillos afilados podría caber fácilmente en una de vuestras mochilas.
- ¡Música! - exclama la pequeña criatura - ¡Más música! ¡Yo querer! ¡Yo querer!
Cada sílaba que sale de su garganta es como un gorgeo y diminutas chispas de fuego saltan cada vez que abre la boca. La lagartija, sin despegar los ojos de vosotras, camina en círculos con la cabeza gacha para luego sentarse sobre sus cuartos traseros. Un par de alas membranosas se agitan velozmente sobre su espalda, demasiado pequeñas para soportar su peso.
- Comida hacer música o comida ser comida - dice entrecerrando sus ojos. Su lengua bífida asoma entre la comisura de sus labios.
Ajeno a todo menos a su peludo compañero, Otto intenta cerrar la fea herida que luce en su rodilla. Dirk, mientras tanto, aprovecha para recuperar el aliento al comprobar que la única respuesta a sus palabras son el eco que le devuelve aquella estrecha y oscura galería. Ambos estáis heridos y apenas contáis con métodos para reparar el daño sufrido. Daríais lo que fuera por oír los rezos y letanías de Amber, pero ahora sólo podéis contar el uno con el otro. Ha pasado una hora y no habéis tenido noticia de vuestros compañeras, pero no podéis quedaros sentados esperando.
Con cuatro miembros menos os ponéis en marcha nuevamente dejando atrás los escombros. No sabéis que otras desagradables sorpresas puede esconder Durin-Dûm, pero al menos estáis preparados. Seguís el pasillo que tuerce hacia la izquierda mientras Ash encabeza la comitiva. En la oscuridad de aquellos pasadizos su olfato podría salvaros el pellejo. No pasa mucho tiempo hasta que el lobo da señales de intranquilidad. Su dueño reconoce inmediatamente aquella reacción y busca entre el polvo indicios de que sus sospechas puedan ser ciertas. Al menos dos pares de huellas pueden trazarse frente a vosotros. Huellas rectas y continuas. Ashenstorm. Un crujido y un zumbido se escuchan más adelante. Desde aquella distancia y bajo aquella penumbra no sois capaces de distinguir nada salvo el final de aquel pasillo serpenteante. La entrada a una nueva sala y a saber a qué nueva amenaza.
- Bzzz... Bzzz... - zumba el constructo al pasar por delante de ti. No te ha visto, atareado como va en portar una barra de metal.
Escondido tras una columnata te deslizas hacia adelante lo justo como para observar la sala a tu alrededor. Se trata de un salón amplio y techos bajos. Mesas polvorientas y taburetes hasta donde alcanza tu vista. Tres criaturas mecánicas se encuentran en el centro de aquella habitación. Dos de ellas parecen soldar piezas metálicas al suelo y la otra consulta un plano extendido sobre el suelo.
- Bzzz... A-3 con el perno C-14... B-8 con... Bzzz... ¿esto es un nueve o un seis? - chisporrotea mientras gira en torno al papel.
No tienes ni idea de qué puede ser lo que están construyendo, pero por tu experiencia, nada bueno, eso seguro.
Amber no podía creer lo que veían sus ojos. ¡Un dragón! La sacerdotisa se había criado escuchando cuentos y leyendas sobre estas mitológicas criaturas, las mascotas favoritas de Øverste Ild, y ahora tenía una justo delante, a pocos metros de ella. Parecía ser una sólo una cría, pero no dejaba de ser un dragón. No había que bajar la guardia; pequeño o no, probablemente pudiese acabar con todas ellas en un santiamén. Eso decían todas las historias y Amber no estaba dispuesta a comprobarlo con sus carnes.
Por eso no dudó en obedecer la petición del animal. Con una mezcla de emoción y miedo, que se reflejaba en un nudo en su garganta, empezó a cantar:
-En la vasta pradera,
bajo el sauce llorón,
una cama de hierba,
una verde almohada.
Acuéstate y cierra los ojos
Cuando los abras de nuevo
El sol brillará
Aquí estamos a salvo
Aquí estamos bien.
Las margaritas te protegen
Contra todo mal...
La criatura escuchaba con curiosidad el tembloroso cántico de Amber, que se arrepentía de haber empezado a cantar esa canción de su infancia. Parecía que el dragontino empezaba a aburrirse. Quizá tenía que haber entonado alguna letanía sacra, que estaban más frescas en su memoria y solían tener una cadencia más relajante. Sin dejar de canturrear, miró a Kara y con gestos le rogó que continuara ella. Al fin y al cabo, era a quien mejor se le daba entretener.
La pequeña criatura inclina la cabeza con curiosidad cuando la sacerdotisa alza la voz. Parece que aquella canción había captado su atención y de algún modo le resultaba de su agradado. Al ritmo de cada rima y cada estrofa el pequeño dragoncillo menea la cabeza. La boca y los ojos cerrados y la lengua colgando a un lado.
No sabríais decir, pero os da la impresión de que la modorra comenzaba a apoderarse de aquel pequeño y bronceado reptil.
Dirk hace señas a Otto para que le espere en la oscuridad y el escondite que la galería prestan, mientras él se acerca sigilosamente a la sala que se abre frente a ellos, al final del pasillo. Con paso seguro y silencioso, alcanza la entrada.
Sin embargo, antes de que pueda echar un buen vistazo, un zumbido le alerta de la cercanía de una de las máquinas de Ashenstorm. Rápidamente, y amparándose en la penumbra, atraviesa la entrada y se esconde detrás de una de las columnas que se alzan paralelas a las paredes de la sala. El atareado ingenio eléctrico pasa de largo, y Dirk aprovecha el escondite que la columnata provee para estudiar la sala.
Se trata de un salón amplio y techos bajos. Mesas polvorientas y taburetes ocupan el espacio hasta donde alcanza la vista. Tres criaturas mecánicas se encuentran en el centro de aquella habitación. Dos de ellas parecen soldar piezas metálicas al suelo y la otra consulta un plano extendido sobre el suelo. "¿Qué estarán haciendo?", se pregunta el pícaro.
Después de echar un último vistazo, vuelve amparado por las sombras hasta donde Otto y Ash se encuentran, y relata al explorador lo que ha visto.
- Por lo que he visto hasta ahora, estoy seguro de que no pueden estar construyendo nada bueno - concluye.
Bueno, bueno. Resulta que Amber no lo hacía del todo mal. Pero estaba claro que no estaba acostumbrada a cantar con público. Y menos uno tan concreto. La mente de cara comenzó a funcionar rápidamente. En lo que dura un parpadeo, ya estaba craneando cómo continuar con la canción. Se recolocó el tambor y dió paso a un pequeño cambio en la canción de su compañera.
Acuéstate y cierra los ojos
cuando los abras de nuevo
el fuego arderá.
Estudiaba a su público. El dragontino necesitaba algo un poco más...movido. Era una cría, y todos los jóvenes buscan aventuras. Reales o ficticias.
Huye, pequeño
la verde hierba ahora es yesca.
No hay tiempo
ni lugar donde reposar la cabeza.
Jawzahr el antiguo ha despertado
su sombra cubre la pradera
buscando aquello de lo que fue privado.
Ruega por que acabes tu vital carrera.
Huye, pequeño
no descanses, no desfallezcas.
Encuentra a aquello
que nos saque de esta.
Esa no había sido su mejor rima, pero no era un momento para muchas florituras. Así que lo compensó con un silencio dramático y un gesto afectado. Parecía que su excepcional oyente había caído en sus redes. Decidió continuar.
Lejos la pradera, lejos el sauce
margaritas , almohada y cama de hierba
se oye un río que tras las rocas nace
junto a él una montura que su sed calma.
Sobre el deslumbrante blanco equino
una gallarda figura
armadura, yelmo y espada al cinto
¿Podría ser esta la preciada ayuda?
Dejó que se hiciera un corto silencio. Era el momento de intentar una treta. El monstruo parecía absorto en cada una de sus palabras. Comenzó de nuevo a cantar fingiendo que le fallaba la voz.
- Lo siento, señor. Pero me está siendo muy difícil continuar con la canción. Con nuestros amigos perdidos y puede que muertos. No puedo continuar.- dejó que la ansiedad en el reptil creciera, mientras intentaba parecer destrozada. -¿No sabría usted decirnos qué ha sido de ellos? Le prometo terminar la historia una vez les encontremos.
El dolor había desaparecido casi por completo, se sentía renovada, cargada de energía. Dedicó una sonrisa cargada de agradecimiento a Amber. Le debía mucho a la sacerdotisa. Y aquella canción…despertó en ella un nuevo sentimiento hacia Kara. Positivo para su sorpresa. ¿Gratitud? Podría ser. ¿Simpatía? No sabía si llegar tan lejos.
Se pusieron en marcha, pues, con el alivio que les había supuesto salvar la vida por tan poco y la congoja de no saber qué habría sido de sus compañeros. Hilda sentía un gran afecto por Dirk, sin duda, pero Otto era como de la familia para ella, y no quería ni imaginar que después de todas las batallas que había librado el viejo lobo, hubiese muerto sin ver con sus propios ojos la cuna de sus ancestros.
Un destello rojo delante de sus ojos le hizo olvidar su preocupación por unos segundos. Entornó los ojos y pudo ver que se trataba de un pequeño dragón. ¡Un dragón! Pero, ¿qué diantres…? Aquel lugar no iba a dejar de anonadarla.
A la criaturilla parecía gustarle enormemente la música que Amber y Kara entonaban para ella, hasta el punto de adormilarse poco a poco. De pronto, Kara dejó de cantar y habló dirigiéndose al dragón. Lo que dijo sorprendió e hizo sonreír a Hilda. Sería posible…
- Hay que ver la astucia que guardaba esta cantamañanas reservada para sorprendernos.
Tras lo narrado por el pícaro, Otto reflexiona. Ninguno de los ahí presentes tiene la menor idea del funcionamiento de estos engendros mecánicos. El primero fue derribado relativamente rápido, pero desconocían si había más modelos. Puede que el que encontraron durante la ascensión fuera únicamente un modelo de exploración, y estos tuvieran aptitudes bélicas desarrolladas.
Podrían volver a echar un vistazo, pero no sacarían mucho más en claro. Sólo había una cosa clara en todo esto, y por citar al maese Silverblade:
- Por lo que he visto hasta ahora, estoy seguro de que no pueden estar construyendo nada bueno.
Ash gruñía intranquilo. Ya había demostrado largo atrás que no le gustaban esos individuos de hojalata que se movían con voluntad propia (o igual no, pero se movían, en cualquier caso).
- Dirk, tal y como lo veo yo, tenemos dos opciones. La primera es enfrentarnos en batalla contra esos cacharros. Estamos los tres solos, y me parece superfluo comentar que nuestro estado no es el más indicado para enfrentarnos en cruel batalla. Cierto es, que en nuestro último encuentro derribamos a uno de estos seres con relativa facilidad – comenta Otto casi sin respirar.
- En segundo lugar, podemos intentar pasar de forma sigilosa y buscar al resto de nuestra comitiva. Aunque a un individuo solitario como yo le guste el sonido de la soledad, creo que tendremos más opciones de sobrevivir todos juntos.
-¿Qué opinas, Dirk? – inquirió Otto dirigiéndose al pícaro por su nombre de pila por primera vez en mucho tiempo.
Además creo que Astrid no nos perdonaría el quitarle la oportunidad de destrozar a más trastos de estos...