Partida Rol por web

Hortensia insistió en quedarse con Catarina y el resto de adeptas de Ildavir para ayudar a los enfermos, por lo que tuvieron que partir sin la paladina. Al parecer, la Dama se le había aparecido en sueños y le había indicado el camino a seguir. Ante las protestas del grupo, insistió en que tal vez se les uniría más adelante, pero que no podía actuar en contra de sus votos.

Habían hecho bien en abrigarse y reunir información antes de partir. El paso de montaña era frío y tortuoso, pero practicable —un paseo para cualquier enano que se precie, vaya—. Sus botas se hundían en la nieve recién caída, ralentizandoles, pero un descubrimiento de Franerick les hizo avanzar con mayor ahínco. 

A pesar de la nevada, el ratón del explorador encontró un brazalete de plata y una bota de cuero muy parecida a las que solía usar el propio Bertoldo —con ese tamaño, solo podía pertenecer a un niño o a un mediano—. El interior de la pieza de calzado estaba pegajoso, como si alguien la hubiese untado con melaza, y apestaba a moho.

Tras unas horas de camino, encontraron la entrada a las ruinas. Coincidían con la descripción que les había dado Catarina antes de que partiesen:

Los rumores dicen que existen unas escaleras en mitad del paso. Conducen a una puerta de madera, pero nadie se atreve a entrar. Como ya os dije, nada ha vuelto a saberse de aquellos que decidieron aventurarse en su interior. Aquí en Pasombrío preferimos evitar el lugar a toda costa.

Ante ellos se extendían unos escalones perfectamente esculpidos en la piedra. La precisión de sus ángulos desentonaba tanto con la formación natural de la montaña, que provocaba una ligera sensación de inquietud. Desentonaban por completo. Hasta a Tukk, acostumbrado a los majestuosos salones de piedra de su pueblo, le parecían una aberración. Hasta la propia nieve parecía querer alejarse del lugar.

Las escaleras ascendían hasta una puerta de madera pulida, encajada en un marco de piedra y decorada con motivos geométricos.

Durante la ascensón, Tukk solo podía pensar en poner un pie después del otro sin perder la dignidad. Embutido en la ropa de abrigo, a medio camino ya no tenía fuelle y le ardían las piernas. Si Kontra hubiera querido que los enanos subieran cumbres les habría dotado de piernas largas y torneadas como los humanos. Qué horror, mejor no pensarlo. Con apenas un gruñido siguió a su compañeros cuesta arriba.

Por fin llegaron a lo alto del paso. Aquellas escaleras y las advertencias de los aldeanos eran terriblemente inquietantes, pero eso nunca detuvo a un Sorenson antes. Apoyó las palmas de las manos en sus rodillas y tomó aliento hasta reponerse un poco.

Tukk observó el pie de las escaleras impolutamente limpio, salvo por unas gotas congeladas de algo parecido a melaza sobre uno de los escalones. Se lo hizo notar a sus compañeros señalando insistentemente con el dedo mientras su rictus se tensaba.

—Ese rufían de Bertoldo ha dejado su huella. ¡Mirad, mirad!

Mientras miraban aquel descubrimiento repasó su mochila: cuerda, piquetas de escalada, martillo, crampones, manta, un queso curado, una hogaza de pan duro, una botella de vino malo, pedernal y haz seco. Estaba todo, podría sobrevivir una semana en las montañas con aquello.

Franerick se había sentido frustrado al ver que Hortensia no los acompañaría, pero entendía sus razones. De todas formas, no podía perder tiempo: tenía que saber qué había sucedido con su hermano.

En un abrir y cerrar de ojos, volvió de su habitación con su mochila abultada y fue colocando objetos en las pequeñas alforjas que había a los lados de Pirata. Unos paquetes envueltos en cuero de cabra llevaban la comida suficiente para varios días, mientras que dos botas llevaban agua... y otra llevaba vino al que le había mezclado especias recolectadas por él mismo, listo para ser calentado en uno de los cuencos y jarros que llevaba atados con una pequeña cuerda y envueltos en tela para que no hiciesen ruido. Una cuerda colgaba de la mochila que llevaba el mediano, y parecía de muchos metros; mientras que un par de sacos vacíos descansaban en el fondo. Un saco de dormir, muy interesante, estaba enrollado y bien empaquetado en la parte superior. Los extremos de 3 antorchas sobresalían de la mochila, envueltas en una manta, mientras que del lado contrario a la cuerda colgaba un pico de escalada muy pequeño, al menos para cualquiera que no fuera mediano... o gnomo... o niño. El pedernal y acero, con las hojas secas que siempre iba recolectando para que nunca le faltara, iban en uno de los bolsillos de la capa. Sin contar con la comida que llevaba para Bigotes y Pirata, que ocupaban una alforja llena.

Durante el camino había ido murmurando algunas palabras, que para el que tuviera oído, y fuera observador, parecían rezos a la nieve, al viento... mientras sostenía su colgante de piedra en una mano. Cada tanto, en el camino, Bigotes bajaba de Montero, y se perdía entre la nieve y los arbustos, para volver poco tiempo después y subirse a los hombros de Franerick. Éste parecía escucharlo, o algo así, porque luego daba algún giro o sacaba de la nieve alguna planta.

-Alguien nos sigue- soltó un día, sin mirar atrás, como si estuviera diciendo que estaba haciendo mucho frío. Había visto una sombra a lo lejos, varias veces a lo largo del camino, y no podía ser coincidencia que todo el trayecto, sumado a un corto desvío para corroborarlo, los siguiera. Parecía ser una sola persona, o criatura, no estaba seguro, pero ocultaba bien sus rastros, porque al explorar no encontraba huellas.

Pero el descubrimiento de la bota lo había inquietado. ¿Qué era esa melaza? La olfateó, Bigotes también y se arrebujó en su capa, como si lo hubiera asustado.

-¿Alguien sabe qué es esto?- preguntó el mediano, sin querer tocarlo, pero observándolo de aquí para allá. Tomó una pequeña ramita, y lo tocó.

Ya cerca de las escaleras, Montero revisó toda la zona. Si hubiera sido su hermano, habría hecho un campamento allí. Y efectivamente, encontró rastros de una fogata. Era vieja. Pero se podía ver que habían descansado en ese lugar. Tal vez antes de entrar. ¿Por qué no se habían asegurado de ocultarla al irse? Por eso faltaba alguien como Montero, él se ocupaba de esas cosas. Su hermano era demasiado vanidoso para hacer algo así. Si podía demostrar que había estado allí, lo haría. No le extrañaría encontrar alguna marca en algún lugar.

En efecto, daba la impresión de que alguien de baja estatura había acampado por allí recientemente. La nevaba había borrado sus huellas, pero había los suficientes restos como para ser encontrados.

Cuando terminaron de examinar los alrededores y decidieron subir por las escaleras, tuvieron que tener cuidado de no resbalarse. La piedra estaba tan pulida que hasta podían ver su reflejo entre el veteado del mármol. En algunos escalones todavía había restos de aquella hedionda melaza.

Al examinarla, se percataron de que hacía años que nadie tocaba aquella puerta. En primer lugar porque estaba cubierta por una espesa capa de polvo. Y en segundo, porque estaba algo atascada y cubierta de escarcha. Tal vez con un tirón lo suficiente fuerte serían capaces de abrirla*.

—Así que hay rastros ¿eh? Ese ladrón no tiene escapatoria —espoleado por la cercanía del motivo de su ofensa enfiló la pulida escalinata.

Tukk llegó a lo alto de la extraña estructura sin despegar sus narices del suelo, suspicaz a cada paso. Finalmente encaró la puerta de aspecto pesado. Sonrió e hizo crujir sonoramente sus nudillos. 

—Vale, yo me encargo —dijo sin dejar de mirar a la puerta como si le hubiera faltado al respeto.

Introdujo el pico de batalla en un pequeña rendija entre el dintel y la hoja de la puerta. Escupió en sus manos y tiró del arma haciendo palanca. Su rostro enrojeció y sus músculos se tensaron por el esfuerzo mientras ponía el peso de su propio cuerpo en la dura tarea. Con un crujido sordo la puerta cede ante el poder de la física aplicada y la testarudez enana. Algunas esquirlas se desprenden de la puerta allí donde el pico había impuesto su ley. Una vez desatascada, Tukk tiró de la puerta, que se abrió sin hacer más ruido que el de la piedra al deslizarse.

Aunque entendía las razones de Hortensia no pudo evitar sentir algo de pena cuando les dijo que se quedaría en aquel pueblo a ayudar. Talan antes de despedirse de su compañera repaso los vendajes que llevaba en su mochila y le pidió algunos ungüentos que aliviarán las heridas de aquellos que pudieran encontrar en el interior de las minas. 

El bardo se sentía desnudo sin su laúd y encontró una ocasión para sustituirlo temporalmente con otro instrumento. Pregunto a Catalina por un instrumento y la matrona le proporciono un pequeño laúd que aunque le faltaba una cuerda podría servir para sus propósitos. No era como su instrumento original pero valdría para entretener las veladas de sus compañeros.

Durante la ascensión se limito a intentar seguir a aquel nuevo compañero y su fiel mascota. No podía entender como podía moverse con tal rapidez con aquellas piernas tan pequeñas que apenas levantaban unos centímetros del suelo. No aprecio nada a su alrededor, tenía suficiente con no dejar de respirar.

Una vez que recupero el aliento miro a su alrededor y se acerco hacia los restos de la fogata que había encontrado Montero. Observaba por los alrededores, aquel truhan que les había robado tenía que llevar un buen petate con todas sus cosas y tenía que dejar algún rastro por donde pasaba con todo aquella nieve.

Delante de aquella puerta Tukk enseguida se ofreció a abrirla. Talan conocía perfectamente los modales de su compañero y sabía que no tendría ningún cuidado. Se adelanto rápidamente hacia la puerta con su pequeña daga repaso sus juntas intentando quitar algo de escarcha y los sedimentos que el paso del tiempo había depositado.

— Tukk si haces fuerza en este punto podrás abrir la puerta. Ten cuidado con el segundo escalón, esta algo roto y se ha acumulado el hielo.

Antes de compartir opiniones de forma muy educada con la puerta, Talan y Tukk examinaron los pequeños rastros que fue dejando el bribón de maese Virutas. Gracias a la rama que había usado recientemente Montero, habían podido averiguar que aquella substancia no era corrosiva.

Sin duda, había algo que les llamaba la atención de aquellas marcas. Daba la sensación de que eran salpicaduras desde una gran altura*. Cuando alzaron la cabeza para comprobar si sus hipótesis eran correctas, descubrieron que algunas partes de la pared rocosa por encima del arco de piedra estaban teñidas de negro por la melaza. El rastro, no obstante, terminaba en una pequeña fisura. Una oquedad por la que no cabría ninguno de ellos. 

Por tanto, determinaron que Bertoldo tuvo que desaparecer por ahí, a pesar de que ni siquiera Franerick pudiese colarse por una fisura tan estrecha, dado que la puerta no había sido abierta desde hacía años**.

* * *

Gracias a la sagaz ayuda de Talan, Tukk consiguió desencajar la puerta sin demasiado esfuerzo. La ancha hoja se deslizó con un leve susurro. Habían logrado despejar la entrada con éxito, pero no pudieron evitar fijarse en que la palanca había dejado surcos en la piedra, dejando una mácula en la perfección geométrica del marco. 

Sintieron un escalofrío, aunque jamás supieron si se debía a la gélida brisa que exhaló la entrada recién abierta o el haber mancillado aquellos relieves geométricos pulidos hasta la perfección.

Lo que encontraron en su interior fue una habitación cúbica, perfecta en todos sus lados y con las aristas bien definidas. No obstante, aparte de los motivos geométricos de las paredes, había dos cosas que rompían con la aparente sobriedad de la sala: una puerta al fondo de la que surgían chirridos apagados y ruido de maquinaria, y una baldosa en el centro de la habitación que estaba algo más hundida que el resto. Por sus dimensiones, no tardaron en deducir que debía tratarse de una trampilla, aunque estaba tan bien encajada que no podrían abrirla ni con la hoja de una navaja.***

Tukk metió la nariz en la estancia como quien degusta un plato con reticencias. Entrecerró los ojos y finalmente entró con cuidado de no pisar la trampilla. Rodeó la sala sin separarse de la pared hasta llegar a la puerta con los extraños ruidos de maquinaria. Sin soltar su pico examinó el suelo frente a la puerta en busca de más rastros de melaza y trató de identificar la naturaleza de los sonidos sin conseguirlo. 

—Ojo con donde pisais, apuesto que esto esta plagado de trampas. ¿A alguien se le ocurre como demonios ese mediano ha podido colarse por esa rendija de antes?

Entonces lo olió. Un olor acre y dulzón a la vez que se colaba por alguna parte bajo la puerta. Como si alguien estuviera horneando pasteles más tiempo de la cuenta.  El enano hizo gestos a los demás para que entrarán en silencio. 

Franerick se había quedado afuera mirando la rendija por la que aparentemente Bertoldo se habría "escurrido". No imaginaba otra forma, aunque tampoco dudaba que el mediano podría tener algún que otro as bajo la manga. Con unos chillidos casi inaudibles, el mediano pareció comunicarse con Bigotes, que salió disparado hacia la rendija. ¿Qué habría allí?

Mientras el enano se internaba en la habitación, Montero acariciaba con parsimonia a Pirata, quien parecía adormilarse poco a poco.

-Bueno, bueno, tampoco te duermas que tenemos que entrar en cualquier momento- le dijo al perro, quien se iba cayendo lentamente.

No sólo esperaba. No le daba lo mismo quedarse afuera, que adentro de esas ruinas. No le gustaba nada la idea. Pero tenía que hacerlo, su hermano podía estar más adelante, herido, necesitando ayuda... o vaya a saber qué. De todas maneras, tenía que esperar a Bigotes...

Cuando Tukk abrió la puerta al final de la sala, fueron recibido por una bocanada de aire caliente. Olía a quemado y algo metálico, una mezcla de óxido y sangre. Tan pastoso que hasta lo sintieron en la boca. El enano, que recibió aquel golpe de lleno, tuvo que controlarse para no recordar empíricamente lo que había desayunado*.

Pero lo peor era el ruido. Un estridente concierto de engranajes, cuchillas y cadenas embistió a todos los presentes. El pobre Bigotes no dudó en buscar refugio entre los muchos bolsillos de Franerick, que había sido el segundo en entrar en la sala de la trampilla.

Pirata tampoco estaba pasando un buen rato, sumando sus gemidos a la algarabía mecánica.

No obstante, al otro lado de la puerta no parecía haber nada. Desde el umbral solo podían distinguir otra puerta al fondo, en la penumbra.

Antes de que pudiese calmar a sus compañeros animales, Franerick acertó a escuchar algo entre la orquesta de chirridos: voces. Entre ellas una que le resultaba extrañamente familiar, pero tan inhumana que le dio escalofríos.**

Franerick entrecerró los ojos como reflejo, mientras abrazaba a Pirata para que se calmara. Bigotes era lo suficientemente fuerte como para afrontarlo solo... pegado al mediano.

Pero algo le llamó la atención. Había algo parecido a una voz, pero que no parecía ser sólo eso. ¿Qué era? Ahora sí abrió los ojos, y avanzó llevando a Pirata lentamente. Necesitaba ver qué había allí, o al menos escuchar con mayor claridad. Algo le sonaba familiar, y su estómago se estrujó sin saber bien por qué. Algo le daba mala espina, y se llevó la mano al colgante de piedra, mientras murmuraba rezos al espíritu del fuego... y la vida.

Tukk entrecerró los ojos y se agarró los bigotes mientras la bocanada de aire tórrido e insálubre pasaba a través de él. Enseguida, como por un reflejo inconsciente, se refugió tras el escudo tratando de no rechinar los dientes por el desagradable sonido. ¿Cómo era posible no hubiera nada frente a él? ¿Qué clase de superchería mágica era aquella?

—¡Snorri! —dijo levantando la voz— ¿Cual es tu opinión de esta brujería?

Antes de responder a una pregunta como aquella tenía que realizar sus propias averiguaciones, concentrarse en sus recuerdos del vasto conocimiento de las bibliotecas atestadas de libros de Schwarzendorf, donde de seguro había un libro que detallaba una situación como la que tenían ante ellos. Otra cosa era que el mago recordara qué concretamente.

-Calla, leñe, que me despistas. - Dijo intentando concentrarse de nuevo en lo que tenía delante de sus ojos, mirando a través de la puerta tras la que no había nada.

El mago alzó las manos y las sacudió ligeramente para liberarse de las largas y anchas mangas de su caftán. Carraspeó la garganta y comenzó a murmurar un encantamiento que ya le habían escuchado con anterioridad. El mago pretendía reunir algo más de información con la que refrescar su memoria, detectar si en el umbral de la puerta había algún tipo de encantamiento visual que les impidiera ver más allá, o algo por el estilo. Alzó sus manos hacía la puerta y las movió alrededor de estas, intentando discernir la fuente mágica.

Bigotes tenía restos de la melaza que hubiesen manchado las manos de Franerick si hubiese intentado tranquilizarlo. También habría notado el penetrante hedor a moho que desprendía su compañero animal, eclipsado por la peste metálica que entraba por la puerta. Pero había algo que le había llamado la atención.

Entre el coro de alaridos que se abría paso a duras penas entre el alboroto de engranajes y sierras, logró identificar una de ellas. Era un eco que provenía de muy abajo, resonando en las paredes de ambas habitaciones. Varias voces solapándose, distorsionadas. Y de entre todas ellas, a Franerick le pareció distinguir la de su propio hermano.

Repetían siempre lo mismo, aunque entre la algarabía resultaba imposible distinguir con claridad qué decían exactamente. No obstante, pudo distinguir que era la misma palabra tres sílabas. La primera terminaba en una nota vibrante, como una "R". La última se alargaba en una más grave que terminaba en "O".

El entrenado oído de Talan también pareció darse cuenta de un detalle que Franerick no había captado hasta que se fijó en la expresión del bardo: ¡la habitación de enfrente contenía un gran trampa en forma de agujero!*¡Por eso el sonido reverberaba de aquella forma!

* * *

Tukk se sentía un poco mareado. Poco después de preguntarle al mago por el galimatías de la próxima habitación, retrocedió unos pasos solo para descubrir algo terrible: el suelo era completamente liso.** Al abrir la puerta del exterior de un portazo, había penetrado parte del polvo y escarcha que les había permitido algo de adherencia, pero ahora estaban sobre una superficie endiabladamente resbaladiza.

El enano trastabilló, sorprendido por la poca fricción del suelo, y tuvo que apoyarse en Snorri para no darse de bruces contra el suelo, interrumpiendo su hechizo. Los ojos del mago chisporrotearon unos instantes, haciendo que el aire en la habitación vibrase de forma inquietante.

Por suerte, Snorri había logrado la información que necesitaba.

* * *

Snorri había intentado recordar todo lo que había leído en Schwarzendorf acerca de los geometras, la aritmancia y los poderes euclidianos y no euclidianos. Esa clase de hechiceros jugaban con el espacio, la arquitectura y la perspectiva, logrando ilusiones completamente indetectables hasta que te dabas de bruces con ellas.

Las lecturas que estaba obteniendo de su hechizo apoyaban la hipótesis que estaba esbozando en su cabeza. Todas las ruinas rebosaban de energía arcana, como un ruido blanco que se filtraba por todas las esquinas. Si tuviésemos que establecer un símil fácil de entender, diríamos que en algún lugar de las ruinas se había roto una tubería y ahora todo estaba inundado con magia. Magia sutil, sumamente extraña y que ya había detectado en los alrededores de Pasombrío, justo antes de convocar por accidente a aquella criatura.

Pero el nivel de energía parecía similar en aquellas dos habitaciones, por lo que el "escape" no se había producido en la sala de enfrente. Ahí delante no había ningún hechizo. Lo que había ahí delante era un trampantojo. En apariencia vacía, pero la arquitectura y la perspectiva ocultaban algo que se escondía y que vomitaba todos aquellos chirridos.

La sacudida que provocó el enano al aferrarse a él le sacó por completo de su trance. Algo que Snorri no pareció tomarse muy bien, una mirada furibunda fue dirigida contra el enano; lo cual era algo que no era muy propio del mago, quien hasta entonces se había mostrado cortes incluso cuando Tukk le dejaba caer alguna de sus afiladas puyas. Por un momento parecía que iba a pronunciar alguna maldición o sortilegio que convirtiera al enano en una rana, pero pestañeó un par de veces y su rostro volvió a ser el de siempre. Incluso parecía más contento.

-¡Lo tengo! - Exclamó mirando al sorprendido enano, que seguramente estaba más preocupado por la repentina escasez de sujeción en el suelo. Snorri echó a reír con esplendidas carcajadas. -¡Que chapuza! Alguien está jugando con la magia ahí dentro y se le ha ido de las manos. - Su rostro se volvió serio de pronto. -Pero andaremos con cuidado, es la misma magia que detecté cuando nos encontramos con Abraham y aquella criatura endemoniada que nos apareció de pronto. ¿Qué? ¿La puerta? Bah, es solo un trampantojo. Adelante, amigo Tukk. - Y con un ligero empujón, dirigió al enano hacía la puerta.

Tukk gruñó para si tratando de recuperar el equilibrio. Tras recomponerse un poco observó al mago de reojo.

—"Lo tengo" dice —masculló—, ese tipo de frases en tu boca siempre han significado problemas. ¿Entonces no vas a conjurar nada? Quizá eso sea buena idea después de todo. ¿Dices que es un Trapanpojo? ¿Y eso no es peligroso? —se mesó los bigotes y entrecerró los ojos— apuesto a que sí. ¿Tiene algún punto débil? —dijo sin dejar de mirar la sala contigua y sujetando con fuerza su pico— ¡Bah, al diablo! ¡Vamos allá!

Avanzó penosamente tratando de afianzar sus pies con pasos cortos de enano. Pero ni por esas. Tuvo que agarrarse del dintel de la puerta como un borracho de medianoche para no caer. Aquello era realmente resbaladizo. Tukk bramó de frustración. 

...¡Gronkar!...

Franerick había gritado, pero la voz no había salido. Su hermano estaba detrás de todo ese chirrido y cacofonía. Algo andaba mal, muy mal. ¿Cómo es que repetía eso todo el tiempo? ¡Gritaba!

-¡Está mi hermano!- gritó el mediano, luego de intentarlo nuevamente, intentando avanzar sin patinar, ayudado en cierta manera con un Pirata reacio a avanzar -¡Está gritando!-

Se llevó la mano hacia donde estaba Bigotes arrebujado, y sintió la melaza en todo su pelaje...

-Uajjj...- murmuró, sintiendo tanto el tacto como el olor a moho -¿Qué te has encontrado? Tranquilo, amigo, tranquilo, estamos buscando a Gronkar... tranquilo- le decía de una manera que no se sabía si estaba tranquilizando al ratón o si se estaba tranquilizando a sí mismo.

El mediano quería observar qué había más adelante. Tenía que avanzar, tenía que ayudar a su hermano. Ahora que sabía que estaba vivo, le daba fuerzas... aunque esos alaridos no fueran nada bueno.

Tukk tenía la intención de atravesar la puerta. Él no era ningún cobarde y una piedra pulida no iba a detenerle, mucho menos ese "trampantojo". Por desgracia, el empujón del mago logró desviar su trayectoria hasta darse de bruces con el marco*. Snorri había tenido suerte de que la armadura de escamas absorbiese la mayor parte del golpe.

Aunque eso no impidió que el enano tuviese el privilegio de ver estrellas aún dentro de las ruinas.

Franerick tuvo mejor suerte. Ayudado de Pirata, logró acercarse a la puerta con éxito. Sin embargo, las cosas se torcieron cuando a Tukk le dio por ponerse agresivo con la pared, haciendo que el perro se asustase y empezase a correr entre ladridos.

Si Montero no se hubiese abalanzado para sujetar a Pirata, el pobre se habría tropezado una muerte muy dolorosa. El explorador había logrado frenar a su perro justo al borde de un gigantesco foso que ocupaba la totalidad de la habitación.**

La segunda sala consistía en una enorme boca de piedra. Cualquiera que quisiese aventurarse ahí dentro se encontraría con la desagradable compañía de sierras oxidadas, taladros, planchas que podían aplastar un melón con la facilidad con la que cualquiera podría abrir un cacahuete, y toda clase de artilugios que auguraban una muerte muy dolorosa. La única forma de atravesar la habitación hasta la siguiente (y enorme) puerta era una estrecha cornisa (afortunadamente porosa y poco resbaladiza) por la que apenas cabía una persona.***

También comprendieron a qué se refería Snorri con el "trampantojo". La habitación estaba diseñada de tal forma que, si se miraba de frente, desde la sala anterior, la habitación del foso parecía completamente vacía y mucho más pequeña (gracias al colosal tamaño de la puerta del fondo). Arquitectónicamente ingenioso, pero dolorosamente mortal.

Tukk se frotó las magulladuras y rebuscó en su mochila, de rodillas bajo el dintel de la puerta. Por fin sonrió y saco un puñado de piquetas de escalada, un martillo y un cabo de cuerda. Con el ceño fruncido se puso el pico al cinto y guardó el escudo antes de atarse por la cintura. 

—Pondré unas piquetas para asegurar una cuerda donde podamos cogernos —dijo mientras clavaba con fuerza la primera piqueta en la pared de la habitación del foso— no pienso acabar mis días de aventurero hecho puré en una sucia trampa de foso.

Con paciencia, esfuerzo y determinación fue poniendo una piqueta a cada metro. Cada vez que tenía una pasaba la cuerda y la fijaba para poder seguir clavando la siguiente. Trataba de no pensar en ese olor ferroso que ascendía por el foso, concentrado en su tarea.

De pronto, cuando estaba a medio camino, un extraño sonido como de un gong ascendió de las profundidades sorprendiéndolos. Tukk perdió el hilo de lo que estaba haciendo y se pillo un dedo con el martillo mientras aullaba de dolor y la piqueta que sostenía se perdía en el fondo del foso.