Partida Rol por web

Sus objetivos se vieron colmados con creces. Desde noviembre de 1930 hasta mediados de enero de 1931, la expedición conseguía un objetivo tras otro, triunfo tras triunfo. Los resultados fueron radiados para el mundo a diario, desde los barcos atracados y la estación de Kingsport Head. Miles de kilómetros cuadrados de territorio inexplorado fueron rastreados y cartografiados por hombres equipados con trineos y aviones. Conducidos por los profesores Dyer y Lake tomaron muestras geológicas de distintos lugares situados en casi un cuarto del continente. Unas modernas perforadores ultraligeras, diseñadas y manejadas por el doctor Pabodie, permitieron a los equipos extraer muestras clave, atravesando gruesas capas de hielo, así como las milenarias rocas heladas de aquellas frías tierras.

Sin embargo, la historia no recuerda a la Expedición Miskatonic por sus éxitos, sino por su trágico fracaso final.

El fin de la expedición llegó cuando el equipo parecía estar en los albores de su más espectacular triunfo. El 23 de enero, una gran partida aérea conducida por el profesor Lake, biólogo, dio con un increíble tesoro escondido compuesto por antiquísimos huesos y fósiles situados en una serie de cavernas a los pies de una cadena montañosa hasta entonces desconocida. Durante dos días exploraron las cuevas, extrayendo espécimen tras espécimen logrando así un auténtico palimpsesto de la historia terrícola. Algunos especímenes descubiertos por los equipos de Lake eran totalmente diferentes de cualquier fósil o ser vivo estudiado por la ciencia, y se habían conservado íntegros debido a alguna extraña combinación de factores climáticos y del terreno, hasta el extremo que incluso sus tejidos permanecían intactos después de millones de años.

Los informes de Lake fueron devorados por el mundo científico. Las fotografías y muestras que había reunido prometían un salto cuántico en los estudios de biología. La retransmisión de las transcripciones de sus primeras disecciones han sido copiadas en innumerables ocasiones, y están disponibles en cualquier librería científica que merezca tal nombre. Es seguro que habría podido proseguir en su descripción de muchas maravillas de la ciencia, pero incluso los esfuerzos heroicos tienen un límite, así que Lake y sus subalternos decidieron descansar tras dos días de actividad frenética.

Nunca más se volvió a tener noticias de ellos.

En la tarde del 24 de enero, una tremenda tormenta antártica asoló el campamento, acabando con las vidas de los componentes del grupo de Lake y desperdigando las muestras, notas y equipo caprichosamente. Al día siguiente llegó una partida para rescatarlos, pero lo único que encontró fue silencio, piezas sueltas de maquinaria y los tristes restos de una tragedia. Ninguno de los miembros del campamento Lake volvió a casa. Los supervivientes de la expedición se retiraron al norte unos días más tarde.

¡NOTICIA!

Ahora, en 1933, se ha formado una nueva expedición a la meseta antártica y al Campamento Lake. El explorador británico James Starkweather y el geólogo norteamericano William Moore han unido sus fuerzas para retomar la expedición truncada. Estos dos hombres tienen experiencia en exploración y supervivencia en condiciones adversas; los dos han viajado al Himalaya, y Starkweather ha trabajado en el Polo Norte. Su fin último es retornar al interior helado del continente antártico y finalizar el trabajo que Lake y su partida comenzaron hace tres años. Los dos están reuniendo un equipo de científicos y técnicos expertos que les permitirán triunfar a pesar de los peligros. Como sus predecesores, planean usar aviones para moverse rápidamente de un lugar a otro.

- La expedición partirá en septiembre para volver antes de julio.

- Utilizan fondos privados y no deben lealtad a ninguna escuela ni corporación.

-Su misión está orientada a la exploración y el descubrimiento, no al estudio detallado.

JAMES STARKWEATHER

Explorador, conferenciante.

Hijo menor de una respetable y otrora rica familia, James nació en Inglaterra el 15 de Enero de 1890. Estudios en Eton y en la Escuela de la Iglesia Cristiana de Oxford, con una calificación académica de nivel 4º en Historia Clásica (no muy buena), y una condecoración Blue jugando al rugby contra Cambridge.

Poco después de 1912 entra a formar parte del funcionariado de Rhodesia como ayudante de un familiar. Se alista en 1915 en el ejército, pasando la Gran Guerra en Rhodesia. Es rápidamente ascendido a teniente y es mencionado y condecorado en varias ocasiones por el valor mostrado sofocando alzamientos y sublevaciones de la población nativa. Es ascendido a capitán, adquiere fama de valiente, obstinado y estratega innato.

Tras finalizar la guerra, se traslada a Kenia, donde se dedica a organizar safaris para ricos.

En 1922 es llamado por la Fundación Chandler, junto con la universidad de California, para dirigir una expedición de cinco meses de duración a través de más de 2000 km de desierto australiano.

Tras esta aventura regresa a África, pero también comienza a hacer giras de conferencias por todo el mundo civilizado.

En 1925 un grupo de geólogos de la universidad de Miskatonic, entre los que se encuentra William Moore, contrata a Starkweather para una arriesgada misión de reconocimiento de la meseta occidental de la cordillera de los Himalayas. Tras la misión publica (con pingües beneficios) el libro "Sobrevivir en el techo del mundo"

Vuelve a África, pero ahora sus tours ya solo están al alcance de la aristocracia más pudiente. Amasa una fortuna considerable.

En 1928 participa de la fallida expedición Italia, perdida durante un vuelo de reconocimiento en el Polo Norte. Casi un tercio de los expedicionarios fallecieron en el accidente.

La crisis del 29 le pone en aprietos económicos. Se dedica a escribir libros de menor entidad, como "Muerte en África" en 1930.

Reanuda su actividad expedicionaria acompañando a William Moore y a un pequeño grupo de científicos a  Costa Rica, y otras expediciones de entidad menor, también con Moore.

WILLIAM MOORE

Geólogo, paleontólogo, investigador.

Poco se sabe acerca de los primeros años de vida del profesor William Hannibal Moore, salvo que se crió en la pequeña ciudad de Butler, en Missouri. En 1911, y a la precoz edad de 16 años, Moore superó con éxito los exámenes de acceso a la Universidad de Miskatonic, de la que poco después terminaría recibiendo una importante beca de estudios. Es el punto de inicio de una brillante carrera académica.

Su tesis doctoral, "Una reconsideración a cerca de la edad de la Tierra", es considerada atrevida y bien argumentada, pero incorrecta en sus consideraciones finales. No obstante, en 1914 y con solo 20 años de edad, Moore logra graduarse con Summa Cum Laude.

En Yale, donde consigue destacar, se especializa en estratigrafía. Gana varios campeonatos universitarios de esgrima.

En 1917 se alista como segundo Teniente, participando en la batalla de Marne, en donde es herido de gravedad, siendo poco después evacuado de vuelta a los EEUU.

Segunda tesis doctoral: "Dinámica teórica compositiva de los asteroides, un esbozo sobre la composición y organización de los elementos de los meteoritos". Muy bien recibida por los pocos estudiosos lo suficientemente doctos como para comprenderla.

Es contratado por el profesor William Dyer de Miskatonic.

Pequeña expedición al Ártico, durante el verano de 1923, donde se dedica, junto con otros científicos, a probar una novedosa técnica de datación de especímenes basada en mediciones de radioactividad, desarrollado por Bertram Boltwood en 1905. Se aplica dicha técnica en examinar cenizas procedentes de depósitos volcánicos obtenidos perforando diversas capas de hielo, que arrojan valiosísimos datos, que se usan para construir nuevas teorías sobre la evolución climatológica del lugar.

En 1925 participa en la ya mencionada expedición de reconocimiento del altiplano de los Himalayas. Uno de los grandes logros de dicha expedición consiste en el hallazgo de una colección de fósiles intactos muy antiguos, que parecen debatir la teoría general sobre la evolución de las formaciones rocosas en los Himalayas.

Durante los veranos de 1927 y 28 dirige expediciones en Suráfrica y Minnesota. En estas expediciones se examinan suelos muy antiguos. Moore logra reforzar las conclusiones de su criticada a la vez que elogiada primera tesis haciendo gala, además, de un espíritu tan conservador en sus apreciaciones que logra ganarle fama de fiable, concienzudo y humilde en toda la comunidad científica.

En 1929 es nombrado para ocupar la cátedra Smythe de paleontología de la Universidad de Miskatonic. Es un importante puesto, respaldado por los más generosos benefactores de Arkham. La libertad que le concede el privilegiado puesto le permite organizar varias expediciones menores, incluída la expedición a Costa Rica, con Starkweather.

En 1930 participa activamente junto con William Dyer en la expedición a la Antártida organizada por este último y el profesor Lake pero una grave pulmonía le impide, finalmente, acompañarles.

Recortes de periódico de la Expedición Miskatonic de 1930-31.

NUEVA YORK, MAYO DE 1933

La temporada de invierno había sido especialmente floja. O'Connell llevaba ya varios días buscando posibles clientes para alegrar su negocio la próxima temporada: clientes de los ricos, o incluso de los no tan ricos que tuvieran interés en perderse por las desoladas tierras de Alaska. Periódicos, aficionados a la caza en diversos exclusivos clubs, excéntricos hombres de negocios que quisieran hacer Dios sabe qué cosa en el lugar donde ella se ganaba los garbanzos.

¿Necesidad? Realmente no tenía necesidades pecuniarias. Debía ser algo más propio de su caracter: los tres últimos años, bastante flojos, no habían mermado su capacidad económica, ya que, como siempre que hay una crisis grave, el valor oro estaba en alza, como refugio para los avispados a los que todavía quedaba algo que comprar, y necesitaban que no se diluyera en la humareda de las bolsas. La participación en la mina de oro de sus padres aseguraba todo, en estos tiempos funestos.

Debía ser que su carácter le impedía vivir de lo que otros habían creado. Quién sabe.

Pero el último día que tenía previsto estar ahí, ya en la Estación Central y a menos de media hora de coger su tren encontró un periódico abandonado en un asiento. Un periódico que quizá cambió su vida para siempre.

O LA ANTÁRTIDA, O NADA

...rezaba el titular. Conocía a Starkweather por los periódicos, cómo no, y a Moore de oídas, por haber participado en algunas sonadas expediciones. Ya que tenía casi completamente parado el negocio... sus subordinados podían hacerse cargo de lo que quedaba, al menos por un año.

¿Y si... ?

NUEVA YORK, julio de 1933, Hotel Amherst.

Hace calor. Mucho calor. La ciudad hierve como una olla de calor húmedo que empapa cuellos de camisa y alas de sombrero. Aunque al aire libre una brisa ocasional alivia la tórrida atmósfera, dentro del Hotel Amherst el perezoso movimiento de los ventiladores de techo no hace sino mover el aire caldoso y asfixiante.

Para alguien a quien el frío es casi una segunda naturaleza no puede ser más enervante.

La puerta del hotel es un hervidero de periodistas a la caza de... quién sabe qué. Otros pululan por el interior, y salen tan pronto como el encargado puede despedirlos, solo para volver a entrar a rondar por las dependencias públicas, como una plaga obstinada y resistente.

Cuando preguntas al agobiado recepcionista, te indica una gran suite de lujo en el quinto piso del edificio. Es la última entrevista tras pasar varios intrigantes filtros con muchas preguntas y envíos de pruebas curriculares y cartas de recomendación de antiguos clientes. Algunos de estos han sido difíciles de localizar, y han sido encontrados en situaciónes difíciles, incluso desesperadas. Jamás hubieras pensado conseguir una pequeña carta de otrora ricos prebostes a cambio de una simple cena. Lo peor de todo esto es que sabes bien que la entrevista no tiene por que ser exitosa. Demasiada competencia en la que algunos violarían a su madre por un simple trabajo. Quizá sientas algún cargo de conciencia, ya que tu necesidad no es tan acuciante, pero no puedes evitarlo. Con el tiempo, el cuidado con el que ves que contratan al personal te ha servido de aliciente. Más de 30 excelentes técnicos y científicos reunidos en el fin del mundo es algo que pasa una sola vez a lo largo de una vida. Quieres ese trabajo.

Ting... el ascensor llega a la planta quinta con un leve traqueteo. El mozo extiende la mano, en busca de propina, tras dejarte en la puerta de la suite, donde hay colgada una placa con la enseña de la expedición, y un letrero que reza:

"Pase sin llamar"

TORONTO, Canadá, Mayo de 1933

No hay trabajo en Arkham para un piloto sin aeroplano. Ni siquiera si lo tuviera, probablemente. Aunque no te faltan contactos con la mafia local, la próxima y muy anunciada cesión de la prohibición del licor de alta graduación ha deprimido demasiado los negocios. En los ambientes más normales, incluso talleres, la gente está demasiado cerrada, en favor de amigos, familiares y paisanos. Es el ambiente amable de la Nueva Inglaterra de estos tiempos, que se vierte principalmente en los suyos, aunque con un afable sentido de la honestidad que, sin dejar de ser claros, explican todo con delicadeza, procurando no herir demasiado los sentimientos del foráneo rechazado.

Sin embargo, en la Universidad de Miskatonik Dominique ha hecho un posible contacto. Desayunaba en un colmado cercano al campus y preguntaba al tipo que le ponía, en ese momento, el tocino frito con judías y huevos revueltos que resultó ser casado con una mujer de Canadá, de Ottawa, que extrañaba su tierra.

"Déjeme su dirección, amigo. En este sitio se escuchan cosas, no me importaría hacer un favor a un paisano de mi mujer ¿eh? Hice buenos amigos por Ottawa..."

En efecto, en mayo (esto había sido una fría mañana de diciembre) llegó un abultado sobre a tu pensión, en Toronto. Contenía un periódico y una breve nota:

Estos prometen trabajo para un tipo como tú, así que no he dudado en darte el queo, compañero. Espero que tengas mucha suerte.

Jim

O LA ANTÁRTIDA, O NADA

...reza el titular, en primera plana. No has sido capaz de encontrar trabajo, la crisis aprieta fuerte y la gente mata a su abuela por un simple puesto de mecánico de coches. Sientes un pálpito. Investigas la dirección de los organizadores haciendo varias llamadas de teléfono y...

NUEVA YORK, julio de 1933, Hotel Amherst.

Hace calor. Mucho calor. La ciudad hierve como una olla de calor húmedo que empapa cuellos de camisa y alas de sombrero. Aunque al aire libre una brisa ocasional alivia la tórrida atmósfera, dentro del Hotel Amherst el perezoso movimiento de los ventiladores de techo no hace sino mover el aire caldoso y asfixiante.

Para alguien a quien el frío es casi una segunda naturaleza no puede ser más enervante.

La puerta del hotel es un hervidero de periodistas a la caza de... quién sabe qué. Otros pululan por el interior, y salen tan pronto como el encargado puede despedirlos, solo para volver a entrar a rondar por las dependencias públicas, como una plaga obstinada y resistente.

Cuando preguntas al agobiado recepcionista, te indica una gran suite de lujo en el quinto piso del edificio. Es la última entrevista tras pasar varios intrigantes filtros con muchas preguntas y envíos de pruebas curriculares y cartas de recomendación de antiguos jefes. Algunos de estos han sido difíciles de localizar, y han sido encontrados en situaciones difíciles, incluso desesperadas. Lo peor de todo esto es que sabes bien que la entrevista no tiene por que ser exitosa. Demasiada competencia en la que algunos violarían a su madre por un simple trabajo. Con el tiempo, el cuidado con el que ves que contratan al personal te ha servido de aliciente más que la próxima falta de dinero. Más de 30 excelentes técnicos y científicos reunidos en el fin del mundo es algo que pasa una sola vez a lo largo de una vida. Quieres ese trabajo.

Ting... el ascensor llega a la planta quinta con un leve traqueteo. El mozo extiende la mano, en busca de propina, tras dejarte en la puerta de la suite, donde hay colgada una placa con la enseña de la expedición, y un letrero que reza:

"Pase sin llamar"

NUEVA YORK, MAYO DE 1933

La película no había estado mal. Precisamente Chester era alguien a quien no se le escapaban las dificultades técnicas de hacer semejantes trabajos. A pesar de todo, el equipo no había descuidado detalles artísticos. Él mismo se entretenía pensando cómo hubiera resuelto diversos problemas que podía anticipar, en la realización técnica.

En realidad, qué diablos, mientras hacía dibujos aburridos sobre la barra, con unas pocas gotas de licor que habían salpicado al servir el camarero, agobiado de trabajo, Chester prefirió abstraerse de semejantes pensamientos y pensar en los sucesos narrados como si hubieran sido reales. Como si él mismo no fuera más que ese joven con la boca abierta que no había dejado de suspirar mientras miraba a la heroína y al monstruo enamorado.

Aventuras.

En ese momento, el tipo que bebía a su lado dejó el periódico de no muy buenas maneras junto a su chupito. El titular le disuadió de comenzar una discusión que hubiera prometido no poco entretenimiento.

O LA ANTÁRTIDA, O NADA

...rezaba el titular. Conocía a Starkweather por los periódicos, cómo no. Era un tipo famoso, y había dejado algunas buenas fotos de sus expediciones. Fotos que merecían la pena. El otro menda no le sonaba tanto. O quizá si. Algo de los Himalayas. Unas fotos que le recordaron a cierto pintor famoso Nicholas Roerich, si, ese mismo. Buen material aquellas fotos de los himalayas.

Entonces se entretuvo pensando en sus buenos días pasados en Alaska.

¿Y si...?

En ese momento, su destino quedó sellado.

NUEVA YORK, julio de 1933, Hotel Amherst.

Hace calor. Mucho calor. La ciudad hierve como una olla de calor húmedo que empapa cuellos de camisa y alas de sombrero. Aunque al aire libre una brisa ocasional alivia la tórrida atmósfera, dentro del Hotel Amherst el perezoso movimiento de los ventiladores de techo no hace sino mover el aire caldoso y asfixiante.

Para alguien a quien el frío es casi una segunda naturaleza no puede ser más enervante.

La puerta del hotel es un hervidero de periodistas a la caza de... quién sabe qué. Otros pululan por el interior, y salen tan pronto como el encargado puede despedirlos, solo para volver a entrar a rondar por las dependencias públicas, como una plaga obstinada y resistente. Algunos te reconocen y te saludan. Son gente profesional, buena en su trabajo, insistentes como moscas, rápidos como serpientes. Traidores alegres que no dudarán mentir, estafar o dar saltos mortales con tal de pillar una noticia al vuelo. Te parece que seguramente... si. La expedición. Te dices a ti mismo que tienes que tener un cuidado de mil demonios, ya que hablar con tus colegas puede ponerte en peligro de ser indiscreto con tus posibles nuevos jefes.

Cuando preguntas al agobiado recepcionista, te indica una gran suite de lujo en el quinto piso del edificio. Es la última entrevista tras pasar varios intrigantes filtros con muchas preguntas y envíos de pruebas curriculares y cartas de recomendación de antiguos jefes. Algunos de estos han sido difíciles de localizar, y han sido encontrados en situaciones difíciles, incluso desesperadas. Lo peor de todo esto es que sabes bien que la entrevista no tiene por que ser exitosa. Demasiada competencia en la que algunos violarían a su madre por un simple trabajo. Con el tiempo, el cuidado con el que ves que contratan al personal te ha servido de aliciente más que la próxima falta de dinero. Más de 30 excelentes técnicos y científicos reunidos en el fin del mundo es algo que pasa una sola vez a lo largo de una vida. Quieres ese trabajo. Quieres ser el puto fotógrafo oficial de la Expedición Starkwater-Moore.

Ting... el ascensor llega a la planta quinta con un leve traqueteo. El mozo extiende la mano, en busca de propina, tras dejarte en la puerta de la suite, donde hay colgada una placa con la enseña de la expedición, y un letrero que reza:

"Pase sin llamar"

Así pues, tras diversos avatares, en la suite aquella del Hotel Amherst, sala de espera con secretaria tras una mesa de despacho, se encuentran (no sabemos en qué orden han entrado, pero no nos importa mucho ¿verdad?) tres personas que se conocen.

Field, el fotógrafo, antaño enviado especial en Alaska. O'Connell, organizadora de safaris en el mismo estado y Pickwell, aviador que se acuerda de aquellos tres días pasados, retenidos por el temporal jugando al Poker y bebiendo wisky del que pasaba de contrabando, en aquel tugurio de Faifbanks, el bar de Holly.

El mundo es, Dios, un puñetero pañuelo, debieron pensar los tres a la vez, al menos por la cara que pusieron, mientras se miraban los unos a los otros.

NUEVA YORK, MAYO DE 1933

Todo marchaba sobre ruedas en la vida de la modesta editora Aramiker Mendez hasta que llegó aquella mañana a su pequeño pero atiborrado despacho. En realidad no fue hasta pasados varios meses cuando las cosas comenzaron a torcerse, pero ese periódico fue el principio de todo:

O LA ANTÁRTIDA, O NADA

...rezaba el titular. Conocía perfectamente a los dos organizadores, por la cantidad de noticias que generaban para el mundo científico. Tenía, además, una nítida imagen formada sobre su caracter: los podía visualizar perfectamente.

Uno: el ingles de clase alta y rancio abolengo, bastante pagado de si mismo, adornado con las múltiples virtudes y defectos propios de una sociedad que ya sonaba algo rancia. Posiblemente valiente y resolutivo, pero algo atolondrado. Casi casi podía verlo por un agujerito en ese momento, arreglando su bigote ante el espejo antes de salir de casa.

Otro: el norteamericano hecho a si mismo. Alguien trabajador, modesto, inteligente... por lo desconocido de sus orígenes puede que tuviera cierto complejo de inferioridad que se viera compensado con la figura del expansivo y carismático ingles, aunque, en el fondo, no cabía contar con ello. Más que eso: quizá alguien tan inteligente usara a su compañero más como una pantalla o mascota que como un apoyo moral. ¿Quién sabía?

Mientras pensaba todo esto con su acostumbrada sagacidad, la señorita Mendez fue, sin darse cuenta, dejándose seducir por una idea, un golpe de efecto. Ese tipo de cosas que solamente se pueden hacer una vez en la vida: viajar lejos, conocer lugares exóticos y peligrosos.

Famosa editora viaja con expedición al polo sur

Casi podía ver los titulares. Había que pensarlo con calma, informarse, negociar. Fue durante estos momentos de introspección, antes de que la realidad irrumpiera a través de sus tres teléfonos y del cubículo de su secretario personal (un hombre guapo y humilde) cuando quedó sellado su destino. 

LONDRES, PRIMEROS DÍAS DE ABRIL, 1933

Todo comenzó con aquel periódico que encabezaba la pila de todos los que, con bandeja de plata, le eran entregados por su fiel ayuda de cámara Jeeves, durante el desayuno servido todas las mañanas, a las 6:30 en punto.

Quizá Jeeves necesite unas vacaciones, pensó el Doctor Arthur Hirch, acostumbrado a los mensajes cuidadosamente subliminales que cada día le hacía llegar, salvando de las más diversas y discretas maneras la enorme distancia social que les separaba. Tal medio de comunicarse contribuía a un más fiel entendimiento de lo que pudiera pensarse, con la ventaja de proporcionar estimulantes enigmas todas las mañanas.

O LA ANTÁRTIDA, O NADA

...rezaba el titular. Un periódico norteamericano, sin duda. Eran perfectamente reconocibles por el aroma que desprendían. Arthur se imaginaba la publicación almacenada en la sentina de un barco atravesando el mundo. Otras preocupaciones, sin embargo, ocuparon sus atareadas células grises, y el resto del día lo pasó resolviendo todas las que pudo.

Sin embargo, finalizando la jornada, se dio cuenta de que había rechazado, sin saber muy bien por qué, varios casos que iban a comprometerlo durante mucho tiempo si los aceptaba. Además, se había encontrado en un par de ocasiones calculando cuánto durarían sus compromisos actuales, y si no podía pasarlos a uno u otro de sus colegas.

Meditó sobre ello en su club habitual, donde cenó con un matrimonio amigo suyo, en la sala que se reservaba para los miembros que quisieran traer acompañantes ajenos a la institución. La cocina era excelente, pero no pudo saborearla como verdaderamente se merecía. Ella enseguida se dio cuenta de que estaba algo despistado. La noticia aquella... no le era desconocida, ya que había sido radiada varios días antes, justo al producirse, por obra y gracia del maravilloso invento del telégrafo.

Es ese curioso aroma lo que me ha impresionado. Pensó.

En efecto, estaba casi completamente comprobado que el sentido del olfato despertaba en el ser humano emociones más profundas y duraderas que cualquiera de los otros, emociones muy relacionadas con la memoria. A partir de ese aroma de sentina podía imaginar toda la secuencia: el paquete siendo cargado o descargado en los puertos abarrotados de trabajadores. Las ratas campando por sus respetos durante la húmeda y oscura travesía.

Arthur había viajado pocas veces, pero ahora recordó todas y cada una de aquellas travesías.

Ya acostado en su cama se había decidido.

ARKHAM, ABRIL DE 1933

Irás a esa expedición, dijo el viejo, sonriendo maligno. Fue la culminación de una serie de sucesos que terminó sellando el destino de Sutton para siempre.

Realmente comenzó (aunque, ¿cuándo podemos decir que comienzan las cosas realmente?) con aquella fiesta y con aquella estudiante enamorada. El -ilegal- licor, la música, el ambiente: todo conspiró para que la situación acabara dirimiéndose entre sábanas de raso.

Peor fue el momento en el que se enteró del embarazo de la bella muchacha -quizá algo simple mentalmente, pero ¿quién se fija en esas cosas en depende de qué momentos?-, contado en secreto y con verdadero terror por ella misma. La escena en la que se vio obligado a rechazarla, la incómoda visita de sus familiares, escopeta en mano, y sus ímprobos esfuerzos por que el asunto no trascendiera a ámbitos incómodos.

Su asignación mensual, curiosamente, siguió llegando con regularidad. Su abuelo no parecía haberse percatado del incidente, aunque sospechaba, casi sabía, que tenía espías entre el personal docente de la Universidad de Miskatonic. Aquella familia pareció contentarse con una elevada suma de dinero, suma que dejó su economía completamente a expensas de la mencionada asignación pasada por su abuelo: el viejo.

El viejo era duro, correoso, chapado a la antigua. Tenía numerosos intereses en la Compañía de Indias Orientales, intereses que había sabido diversificar con diabólica astucia justo antes del crack del 29. El viejo estaba empeñado en que sentara la cabeza, en que dejara el indigno trabajo de profesor de historia y arqueología, en que asumiera las responsabilidades que tendría que asumir tarde o temprano si no quería ser desheredado.

Casi había pensado que el asunto iba a pasar sin dejar huella, no como tantos otros, cuando recibió, una noche, en la vieja casona donde vivía, aquella visita.

Tus pobres padres deben estar estremeciéndose en su tumba, tan bajo has llegado. Te harás, por fin, un hombre de provecho, cuando sepas lo que es realmente pasarlo mal Anthony. Ya lo he apalabrado con Starkweather, y tu asignación mensual te ha sido retirada. Ese dinero ha sido invertido en promocionar a personas que realmente valen lo que respiran, no como tú, y que se encargarán de que cumplas bien y pronto con tus obligaciones. Que sepas que Starkweather me ha asegurado que jamás permitirá mujer alguna en su barco. Así que ya lo sabes. Dio nerviosos paseos por el salón, golpeando los muebles con el bastón que no había querido dejar al servicio, impaciente y enérgico como siempre, vestido con sombrero y abrigo. Por cierto que tiene instrucciones de ponerte grilletes y encerrarte si no te comportas. Sacó un contrato de su elegante cartera de cuero, junto con una pluma estilográfica.

Ahora, firma. De lo contrario te desheredaré definitivamente.

Dependía económicamente de su abuelo, el duque. Su título de caballero, heredado de un tío materno, era pura filfa, económicamente hablando. Ser desheredado significaba la ruina.

Pocos días después la noticia era pública. En penitencia por sus pecados Sir Anthony Sutton III iba a ser desterrado al Polo Sur.

NUEVA YORK, julio de 1933, Hotel Amherst.

Hace calor. Mucho calor. La ciudad hierve como una olla de calor húmedo que empapa cuellos de camisa y alas de sombrero. Aunque al aire libre una brisa ocasional alivia la tórrida atmósfera, dentro del Hotel Amherst el perezoso movimiento de los ventiladores de techo no hace sino mover el aire caldoso y asfixiante.

La puerta del hotel es un hervidero de periodistas a la caza de... por ejemplo, cualquiera de vosotros, que habéis llegado por diversos medios a su puerta. En cuanto llegáis -por separado- os rodean y acosan a preguntas hasta que, sudoroso e indignado, el equipo de recepción del hotel formado por un ujier y varios robustos mozos os abren paso entre la turbamulta de flases, forcejeos y empellones.

Cuando preguntáis al agobiado recepcionista, os indica una gran suite de lujo en el quinto piso del edificio.

Es la última entrevista tras, varios comunicados entre las partes -con la excepción de Sir Anthony Sutton III- y encuentros de representantes en reuniones preliminares para cerrar vuestros respectivos contratos con la organización de la expedición a la Antártida. Cabe mencionar que los contratantes se comprometen a compartir toda la información que recaben, y a ceder parte de sus derechos de publicación durante un determinado periodo de tiempo tanto a la expedición como a los demás clientes, disposición que pone, por cierto, a su disposición en las mismas condiciones el trabajo de la totalidad del equipo científico. En general son disposiciones bastante generosas, dado que se sabe que con ellos van a viajar eminencias de todo el mundo, y que el acceso al trabajo que realicen será todo un privilegio. Por parte del doctor Hirsch, hay disposiciones específicas según las cuales se le permitirá entrevistarse con todos los componentes de la expedición, con el fin de llevar a cabo su particular estudio de la mente humana. De igual manera, la señorita Mendez podrá publicar aquello que, obtenido mediante entrevista personal, no forme parte de la intimidad de las personas, o atente contra la dignidad o la moral.

Ting... el ascensor llega a la planta quinta con un leve traqueteo. El mozo que os ha atendido extiende la mano, en busca de propina, tras dejaros en la puerta de la suite, donde hay colgada una placa con la enseña de la expedición, y un letrero que reza:

"Pase sin llamar"

Una secretaria se levanta, amable, mientras se arregla el moño. Se encuentra sentada tras una mesa de despacho.

Señor Starkweather, llama girándose hacia una puerta que hay al lado de su mesa. Han llegado los señores Hirch, Sutton y la señorita Menez.

¿Os habéis encontrado en el ascensor, quizá? ¿En el pasillo? ¿Habéis llegado a la habitación en un determinado orden u otro? Quién sabe. El hecho es que, en ese lujoso y amplio recibidor de la suite ocupada por Starkweather y Moore, en el Amherst, se encuentran tres personas de bastante trascendencia social. Sutton, quizá, es el menos conocido. Sutton, por cierto que conoce bien a la señorita Menez, y el doctor Arthur Hirch es, señores, el nombre que aparece en la mayoría de los modernos libros de texto de psicología, en casi cualquier universidad anglosajona del mundo que se precie de conocer las novedosas y fascinantes líneas de investigación cada vez más divergentes -antagónicas, incluso- de los trabajos de Freud.

Antes de que acierten a decir esta boca es mía, seguramente avisado desde recepción, sale por la puerta, elegante y enérgico, sin duda acostumbrado al calor, el explorador James Starkweather. Va sobriamente vestido de gris, con chaleco, camisa y corbata perfectamente ajustados a su robusta anatomía. Su sastre es excelente, eso queda claro.

Señores, señorita, les saludo cordialmente. Les saludo entusiasmado por la tarea que vamos a emprender. Por favor, siéntense. ¿Desean que se les sirva algo? La señorita Smith les encargará cualquier cosa que pueda ayudarles a sentirse cómodos. En este momento estamos atendiendo a un posible candidato, pero el profesor Moore y yo les recibiremos con la mayor brevedad posible. Me he permitido la libertad de citarles a la vez, ya que tendrán que convivir largo tiempo en condiciones incómodas, y deben irse conociendo poco a poco. Les llamaremos en cuanto el candidato sea despachado.

Tras lo que se vuelve a meter en el despacho.

Que calor hace, creo que es el año más caluroso en 25 años, ¿no les parece?, ¿una limonada Sir. Anthony? (mostrando cierta familiaridad con Sir Anthony, al no usar su nombre completo),

 ¿y para usted Sr.Hirch? (El Sr. Hirsch es conocido para cualquiera que sepa algo de psicología).

Srta. Smith una limonada bien fría para los tres, por favor. Ordena cortésmente una limonada, sin esperar la respuesta.

Si me permite decirlo Dr. Hirsch su trabajo es sencillamente fascinante, su nuevo enfoque de la psicología es cuando menos sorprendente. Será un honor verle en acción, si me lo permite claro esta.

Como quizá sepa, llevo la revista "Visión alternativa". que aunque alejado de la rigurosidad académica, permite acercar temas científicos y pseudo-científicos a personas de todos los niveles. 

¿A que si Sir. Hutton?

Sutton, querida, ya sabes que no me gustan todos esos formalismos. - corrigió sonriente el noble inglés mientras esperaba casi más recostado que sentado en su silla mientras movía su mano derecha, como queriendo alejar los vapores de la pomposidad.

Había entrado en el edificio saludando a los periodistas, incluso había conversado un poco con un par de aquellos pobres diablos que, como decía él, tenían que esperar todo el día de pie para poder conseguir una foto mal sacada o un comentario al aire. Qué menos que al menos alguno pudiera cobrar un bonus esa semana por conseguir una cita que poner en su artículo.

¿Hirsch? - pregunta mirando al tercer contertulio. - No es mi especialidad pero no recuerdo haber leído nada suyo. Seguramente mi culpa. - reconoce sin ningún tipo de ironía en su voz. - Me llama más la atención la arqueología y la antropología.