Partida Rol por web

Marzo.
Llega la Primavera, el deshielo y las lluvias. La vida vuelve a introducirse en Echauri y toda la Baronía tras casi cinco meses de letargo invernal, en los cuáles habéis velado por el cumplimiento de la voluntad de don Sancho et su esposa, et que sois ya algo más que simples invitados desde lo que fue su boda. La Señora Ontatxu de Bureskunde se encuentra encinta. Et que, a decir verdad, está ya en un estado de gestación bastante avanzado, y nunca se ha dejado ver por el castillo tan hermosa y serena. Comparte muchas tardes con sus criadas, preparando enseres, ropas, muebles y otras disposiciones para el retoño de su esposo, y entre ellas se encuentra Malena, que parece haberse ganado su confianza. Ladia, sin embargo y como mujer, no ha llegado a intimar tanto con la Señora (no por nada en especial).

Don Sancho y su esposa están enamorados, y mucho. Et que aún estando a su servicio (el Barón no os había dado aún "carta blanca" para dejar de servirle, pese a que os pagó cien maravedíes a cada uno por pasar el invierno completo*), don Sancho de Landarria, buenhombre válido, viril y valiente que reunió en su castillo a todos sus súbditos (entre soldados y sirvientes), así como convocó allí mismo (en el patio de armas) a los cazadores y algunos pastores de la baronía y sus pueblos más cercanos. La razón: la celebración de la Primavera, como es costumbre, esta vez con motivación extraordinaria por el inminente nacimiento de su primogénito.

Hombres y mujeres de la Baronía de Echauri -gritó en plena plaza de armas, sobre una especie de tarima cual cadalso en el que se aupó-, como solemne tradición navarra en estas tierras, dará comienzo la cacería de la primavera, et que os reúno a todos para que podáis participar si lo deseáis. ¡¡Soldado!! -le dijo a uno de sus leales-, ¡explicad las normas para quienes deseen escuchar!

Entonces, el soldado nombrado se subió al tablado, se colocó al lado de don Sancho, y comenzo a vociferar.

La cacería se hace de manera tradicional y directa, sin ojeadores ni perros -gritaba mirando a los presentes-. Los cazadores dejarán sus monturas y se intenarán en el bosque de nuestro señor de Landarria, armados con arco o ballesta y una daga o cuchillo. Cada uno se arreglará conforme a sus propios medios. La gentileza de don Sancho, señor d'aquestos páramos, premiará a cada cazador con algunas monedas -y entonces comenzó nombrar distintas piezas y su correspondiente valor en generosidad...-.

El resto del invierno había discurrido de lo más tranquilo. Natxo tan sólo salió un par de veces a los caminos y el resto lo pasó a buen cobijo del frío y la nieve.

Pero casi sin darse cuenta llegaron los deshielos y con ellos la Primavera, por fin daba comienzo un año más de "aventuras" para todos los presentes después de largo invierno.

El caballero conocía de sobra las normas y prestó poca atención, seguía dándole vueltas a lo de la Señora, ahora se la veía contenta pero Natxo seguía sin fiarse.

Mientras el soldado se dedica a enumerar las diferentes monedas, tras comentar las normas de la cacería, me acerco al caballero, y, en voz baja, le digo:

- Don Natxo, perdone que ose molestarle, pero he pensado que, aprovechando la llegada del buen tiempo, y la cacería preparada para celebrarlo, podríamos ir a ver a un ermitaño que vive no muy lejos de aquí, y comentarle cierto asunto que usted e yo sabemos. Es un hombre de fe, al igual que vos, y quizá pueda ayudarnos. ¿Qué le parece? -

Contemplé con altiva calma las indicaciones del soldado del Barón, complacido ante la idea de participar en una cacería. Aunque era más hombre de espada et batalla que de andar tras las presas ballesta en mano, disfrutaba con la emoción de la persecución casi tanto como con el olor de la sangre derramada. Aunque sólo fuera por sentirse de nuevo a lomos de un caballo, aquello valdría la pena.

- Sin duda nuestro anfitrión nos colma de honores con este ofrecimiento. - dije a Malena, mas en voz alta para todo el que quisiera oírlo - Será aquesta una ocasión magnífica para disfrutar de la mejoría del clima et volver a cabalgar.

- Estoy de acuerdo -dice asintiendo -pero hemos de hacerlo con disimulo para no despertar recelos entre el resto. Cuando la cosa se disperse, buscad mi escudo y cabalgaremos juntos hasta la colina del ermitaño.

Despedime entonces de los presentes.

- Disculpadme, Natxo, pues he de prepararme para la cacería. - díjele con la deferencia que guardaba tan sólo para los de mi clase, aunque hube también el gesto para Ladia, a la que despedí con la testa - Señora.

Dicho lo cual, aparteme, seguido por mi fiel Malena.

Alejeme de aquellos hombres a los que el destino habíame unido, mas non la mía ambición, pues era aquesta otra muy diferente a la que pudere impulsarles a ellos. A buen seguro que el caballero de Santiago andaría tras la pista de Ontaxu por motivos contrarios a los míos, et lo mismo parescía suceder con Ladia, aunque a esta teníala bien engañada (et gozaba de aquesto con saña). Cuando vímonos en privado, fablé para mi Malena en voz baja, procurando non ser oído por nadie (et echando la vista en derredor de cuando en cuando, con disimulos).

- Malena, querida. - díjele, aferrándole el brazo - Buena ocasión es aquesta para que podáis revolver en el castillo, agora que marchamos de él con el señor et casi todos los soldados.

Acaricié el suyo rostro con devoción, ansiando unas caricias que non había tiempo de disfrutar.

- Tengo el presentimiento de que aqueste nuevo acontecimiento traerá luz sobre el asunto del caballero, que tanto deseamos esclarecer, et que pronto podremos servirnos de esto para establecer la definitiva alianza con el señor de aqueste lugar...

Sonreí con la doblez de las mías palabras, pues claro era que el señor del lugar non era el Barón don Sancho, sinon el patrón de la señora, Agarliareph. Mas quien escucharle las mías palabras, nada entendería de aquesto.

Acaricié el rostro de mi protector con dulzura, et despedile con un gesto de sumisión.

- Marchad tranquilo, mi señor, que yo permaneceré aquí, et indagaré cuanto permítanme las circunstancias...

Susurré. A lo cual marché con él a la alcoba para terminar los preparativos para la cacería.

- Mi Señor - respondí, haciendo una pequeña reverencia, ante la despedida de Don Diego.

Después, una vez el noble se ha marchado, le digo al caballero:

- Creo, Don Natxo, tras ver la alegría de Don Diego ante la idea de participar en la cacería, que lo mejor será posponer nuestra visita al ermitaño hasta haber regresado de ésta, pues no desearía dejar fuera de nuestros planes al noble, y, en consecuencia, que Vos, o yo, seamos objeto de su ira. Ya sabéis que es hombre orgulloso en demasía, y tal desplante pudiera sentarle realmente mal -

- Que gentil y prudente sois Señora. Yo ni había reparado en eso... sin duda tenéis toda la razón del mundo. Esperaremos a que termine la cacería para ir en busca del ermitaño que allí arriba vive. Que Diego disfrute de la cacería y de paso, que la disfrutemos todos. Iré también en busca de mis enseres para tal dicha. Hasta más ver doña Ladia.

Que vaya muy bien, don Natxo -dijo Euxeo al caballero-. Entretanto, que mi esposa et un servidor no hacemos nada ahí fuera, en buscando piezas por placer -afirmó-. Que no soy yo de encontrarme con lobos y zorras, que más bien, cuando tengo el rebaño, que prefiero tenerlos lo más lejos posibles. Os esperaremos en el castillo, et a don Diego. ¡Cazad cuanto podáis!

Et que entonces, Natxo de Otazu se alejó del matrimonio.

El caballero Natxo y el noble Diego esperáronse uno al otro en la puerta, junto con algunos de los soldados de Sancho de Landarria y otros nobles allegados al castillo, vasallos de éste, que tambien participarían en la llamada cacería. Aquella sería la primera gran celebración del lugar desde que se anunció que doña Ontatxu de Bureskunde estaba encinta. Los caballeros se despidieron de Malena, Ladia y Euxeo, los cuáles se quedarían en el castillo durante esa jornada. Nada más abrir el portón del castillo, una "ristra" de gente esperaba en la cuesta que descendía a Echauri, no siendo sino vecinos de toda la baronía para comenzar dicho evento. Y es que la "fiesta" parecía ser bien conocida en las tierra del bueno del de Landarria, y aplaudida por todos.

Mientras descendían, oísteis los cascos de un caballo (el único en toda la zona), aproximándose por dentrás de Malena, Ladia y Euxeo que veían la escena desde el patio de armas. Era el Barón Sancho, que pese a que no podían llevarse monturas ni perros de caza, éste hallábase montado en uno. Por supuesto, él no participaba, sino que abría y cerraba el festival de habilidad. El caballero Manuel Pérez y su séquito de tres hombres acompañaban al barón a pie, y no tenían pinta de cazadores momentáneos, sino que iban en calidad de acompañantes o guardaespaldas del su Excelencia.

En cuestión de minutos, la muchedumbre se internó en el bosque. El portón del castillo se cerró.

Et quedasteis vosotros tres dentro, junto varios soldados que seguían guardando el castillo y la plantilla de sirvientes. Malena ojeó el castillo y se dió cuenta que más de la mitad de la mesnada del Barón, por contra, estaba participando. Fueran o no diestros en la caza (puesto que era dudoso que todos y cada uno de los soldados lo fueran), aquella actividad le servía de distracción tras la cotidianidad del castillo.

Sin duda, apelo a mi respetado Diego como flamante vencedor -dijo-. Al menos es espero, pues es muy diestro en las luchas y muy valiente, et que además, que...

Malena calló y miró hacia arriba. Desde lo alto de la torre principal, asomada a la ventana de su alcoba y la del Barón, doña Ontatxu miraba a la joven, a Ladia y a Euxeo. Luego hizo con un gesto con la mano a Malena (especialmente a ella), como para que fuera hacia ella, y tras lo cual desapareció, metiéndose en la habitación. Pese a la altura de la torre, su rostro era serio.

Parece que vos manda llamar, Malena -inquirió el pastor mirándola-.

Hubo un momento, en cuanto Malena no miró, que Euxeo te dio un par de codazos discretos y bien intencionados, como quieríendote decir algo.