Partida Rol por web

PUEBLO DE TRUNAU: EL FUNERAL DE RODRIK, LLAMA DE LOS CAÍDOS.

AÑO: 4715 RA.

ESTACIÓN: INICIO DE LA PRIMAVERA.

MES: FARASTO.

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MINUTOS DESPUÉS DEL OCASO.

Como si mis más oscuros pensamientos se hicieran realidad, como si hubiera sabido de antemano que esto pasaría, los cuernos de guerra orcos suenan y una enoe piedra en llamas golpea una de las torres.

El ataque orco se inicia, y estamos en desventaja al ser tan tarde. Solo queda una opción: encender las almenaras. Me lanzo de inmediato hacua la almenara de lls comunes, mientras saco mi arco.

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AÑO: 4715 RA.

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MES: FARASTO.

DÍA: 6, DÍA DEL FUEGO.

HORA: MINUTOS DESPUÉS DEL OCASO.

El funeral continúa mientras los presentes comienzan a darle el pésame a los cercanos del difunto Rodrik. Peludo mira como el resto lo hace pero permanece en silencio. Aunque también siente la muerte de Rodrik, la verdad es que sabe que ninguno de ellos le entenderá, por lo que cree mejor no decir nada.

"Lamentablemente, los humanoides no hablan mi idioma. No creo que estén de ánimo para escuchar algo que no entienden."

Todos terminan de decir sus palabras y permanecemos observando como el cadáver de Rodrik se incinera. Las horas pasan y, de pronto, los cuernos de guerra comienzan a sonar. El terrible impacto de un arma de asedio impacta en las cercanías y Peludo salta de los brazos de Win, alerta y con el pelaje completamente erizado, listo para la batalla.

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Aquella incómoda y protocolaria escena terminó, aunque de forma más abrupta y violenta de lo que Dragos habría querido, pues fueron esos mismos orcos de los que "estaban protegidos" los que dieron al traste con ella, decidiendo poner a prueba aquella frase y la seguridad y defensas de Trunau. O si no eran los orcos, se parecían a lo que había escuchado de ellos, pues aquella algarabía solo podía deberse a ellos. 

Una batalla... Dragos nunca había estado en batalla. De hecho, apenas había estado en combate, y todo eso le resultaba bastante atemorizante a decir verdad. La huída en la que había consistido su vida se basaba, precisamente, en su deseo de vivir. Pero si tenía algo claro es que, si los orcos conseguían la victoria, era poco probable que dejaran a nadie vivo, cosa que le incluía. Por eso murmuró rápidamente unas palabras e hizo unos gestos con las manos, preparándose para lo que estaba por venir. 

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La tensión del entierro del que Ekaterina aún no se había marchado por temor a que no fuera el momento perdió toda relevancia en un instante. La guerra que algunos habían creído imposible les había alcanzado y, junto a ella, llegó la confusión y el caos que no tardarían en hacer sus propios estragos.

La muchacha alzó la cabeza al cielo intentando percibir mejor de dónde venían los confusos sonidos del enfrentamiento. Gritos, tambores y el crujir de edificios que la hicieron temer que la posada se hubiera visto afectada. Pero aún cuando no lo hubiera sido, lo sería en nada si no hacían algo.

Miró a uno y otro lado para ver qué hacía el resto, pero aunque los demás no hicieran nada, ella no estaba dispuesta a quedarse de brazos cruzados. Hizo crecer sus garras con un gruñido furibundo antes de emprender la carrera, más como animal que como persona, hacia los ruidos que sin duda la llevarían hacia la batalla.

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Win había comenzado a descender la cuesta de la zona más alta de Trunau, lugar donde se había celebrado el funeral, cuando escuchó al igual que el resto el destrozo de una parte de la muralla y el consecuente griterío. Peludo saltó de sus manos y notó que se ponía en guardia.

Nos atacan. Eso... ¿ha sido un arma de asedio? ¿Cómo demonios se ha plantado un armatoste de ese tipo delante de una muralla sin que nadie lo viera?, se preguntó incrédulo.

- Peludo, no te separes de mi. Guíame hacia el lugar del ataque - pidió a su amigo mientras su mano derecha se elevó y aferró el mango de su mandoble, aunque sin desenfundarla aun. Era absurdo correr con ella y tener que pesarla hasta que no localizaran al enemigo

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Sus palabras quizá hubieran tenido algún efecto en las afligidas almas de los que habían perdido a Rodrik o quizá hubiera prendido la semilla de una esperanza que germinaría no de forma inmediata pero si a medio plazo, pero fuera como fuera, para lo que no estaab preparado era para la furia de Monique. Iba a responderle cuando cualquier sonido quedó ahogado por los chillidos y alborotos procedentes del sur de Trunau, provocados por los numerosos cuernos que preconizaban un ataque de las fuerzas orcas.

-Cuernos... Cuernos en el ocaso. No podemos salir, Monique. Las sombras orcas se mueven en la oscuridad. No podemos salir. Ya vienen -acabó diciendo cuando la gran roca en llamas abatió una de las torres de guardia-. No te separes de mí, Monique. A donde tú vayas, yo iré. A donde vaya yo, tú me acompañarás -dijo a modo de promesa-. Preparémonos para lo peor y así podremos sobrevivir -afirmó extrañamente serio. Vagos recuerdos de su terrible y última muerte le asaltaron, junto al dolor por la pérdida de sus compañeros. No quería que algo así se repitiera-. Win, nosotros iremos contigo -apuntilló acercándose al ciego y enarbolando su ballesta.

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La sorpresa no fue tal. En su interior Piero sabía que algo así podía pasar. Su único consuelo, parco, era que probablemente sus actos habían apresurado el ataque orco y que, también probablemente, sería de menor fuerza que hubiera sido de poder mantener todos sus preparativos. Fuera como fuera, ahora no importaba. ¿Lamentaba estar allí? Probablemente. No era el más adecuado, ni de lejos, para un combate como ese. Pero ahora no había otra opción.

- Garinya, avisa por donde están- pidió a su compañera stryx mientras se preparaba para ir a donde quiera que hubiera sido avisado. Mientras tanto saca su ballesta pesada, sin dejar de mirar a Garinya, presto para salir corriendo.

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Ensimismado por el fuego y reflexionando en su papel en mitad de todo aquello que estaba sucediendo en la remota Trunau, el goblin se vio sorprendido por un alboroto generalizado que parecía indicar de forma inequívoca algo que él no deseaba presenciar. ¿Un ataque? No quería que hubiera un ataque, él no era un guerrero ni un luchador, era alguien mucho más importante que eso. Él era un sagrado inquisidor de la diosa Shelyn.

Miró hacia los lados y el terror comenzaba a apoderarse de la situación. El peligro atenazaba a los a cada uno de los habitantes de aquella pequeña villa. Necesitaban dirección, necesitaban alguien que les guiara hacia la salvación y la vida. Ahora lo entendía todo, su misión, el brillante fuego de la pira funeraria, esa llama que casi le había hablado como intermediaria de su diosa. Ahora lo entendía todo él estaba allí por eso, para salvarlos.

—Tranquiloch ebrioch patanech de Trunau, no temáich a loch chucioch orcoch puech echtáich bendecidos. Chelyn me ha hablado y quiere protegeroch. Rezad pequeñoch impíoch y echoch chucioch orcoch morirán. ¡EL PELIGRO ACECHA PERO YO ECHTOY CON VOCHOTROCH Y CHELYN ECHTÁ CONMIGO!

A medida que se sucedían sus palabras, el fervor iba invadiendo al pequeño goblin y por ende sus palabras eran cada vez más altas y audibles. Su histriónico tono de voz se abría pasa entre el resto de ruidos que dominaban el ambiente, ninguno era tan agudo y molesto como la voz del goblin.

—¡FUEGO, FUEGO! ¡Y REZAD! ¡CHELYN ECHTÁ CONMIGO Y YO ECHTOY CON VOCHOTROCH!

Una sonrisa de enorme gozo y placer apareció en la dentada boca del renacuajo verde. Había gritado, había jaleado y clamado en nombre de su diosa, se podía considerar sin lugar a ninguna duda que había hecho todo lo que podía hacerse en la inminente batalla. Seguramente le darían las gracias por lograr la victoria para Trunau, aunque tampoco hacía falta.

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Haluk miraba con detenimiento a Brinya Kelver pero el sonido de los cuernos y el estruendoso ruido de un pedrusco golpear una de las estructuras de la empalizada hizo que su atención se girara de golpe.

Al volver la vista había perdido de vista a la semiorca, todo se había vuelto confuso y el ritmo se aceleró de repente.

- “¡NOS ATACAN! ¡A LAS ARMAS! ¡A LAS ARMAS!” – berreaba el hobgoblin mientras empezaba a correr hacia la empalizada.

- “¡Hay que defender Trunau!” – con la maza en la mano allí iba el cruzado de Asmodeus con la intención de ver lo que había detrás de los muros, quería ver a que se enfrentaba, quería ver a esos orcos desgraciados.

- “Vamos, vamos. ¡No hay tiempo que perder milicianos! ¡A las armas! ¡Los arqueros que se pongan a sus puestos hay que repeler el ataque!” – allí como si fuera uno más, alguien de rango alto para dar órdenes.

- “¡Venga gente de Trunau! ¡Demostrad vuestra valentía y dedicación!” –

El seguidor de Asmodeus no paraba de mirar a su alrededor, animando e insistiendo a que todo individuo fuera de la raza que fuera defendiera su hogar.

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Cuando la incursión comienza, la solemne atmósfera en la Llama de los Caídos se convierte en una carrera caótica para prepararse para el ataque y proteger a los lugareños. El Líder de Patrulla Jagrin Grath y el Sargento Omast Frum inmediatamente reúnen a los guardias cercanos y toman el mando de la milicia del pueblo para repeler a los invasores. Los residentes capaces de luchar dejan lo que estuvieran haciendo y se dirigen a las murallas, mientras que los líderes del pueblo hacen que los habitantes no combatientes se apresuren a la Casa Larga para su seguridad.

Kurst Grath inmediatamente se acerca a todos vosotros antes de que os disperséis. Vuestros grandes avances investigando la muerte de Rodrik os convierte de facto en el equivalente a miembros de la milicia de Trunau, y más en una situación de total emergencia como la actual.

Kurst os pide vuestra ayuda para defender el pueblo. Os ordena encender las almenaras preparadas en varios lugares entorno al pueblo. Él necesitará reunir a otros miembros de la milicia para frustrar el ataque, y vosotros, bajo el experto mando de Don Piero Augustus, ya sois un grupo organizado, por lo que os podéis mover más deprisa.

Las instrucciones de Kurst son simples: Primero, debéis encender las almenaras en las tres localizaciones clave en el pueblo: La de los Comunes, la de las puertas interiores, y la del Manantial de la Esperanza.

La Llama de los Caídos ya se encuentra encendida en estos momentos por el funeral de Rodrik, pero si los Trunauanos tienen que tener posibilidades en esta lucha en la oscuridad, las otras almenaras deben encenderse también.

Vuestro objetivo secundario será asegurar tantas áreas como sea posible conforme avancéis hacia las almenaras. Aunque matar orcos sirve de ayuda, es incluso más importante salvar a la gente del pueblo del peligro.

Por ahora, Kurst os dice que dirijáis a cualquier que encontréis en el Barrio Superior hacia la Casa Larga para refugiarse y para reagruparse con los otros defensores.

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A pesar de saber el peligro que conllevaba alzar el vuelo, pensé que sería importante averiguar de dónde venía el ataque. Pero lo que vi desde ahí arriba no me lo esperaba.

Tomé tierra lo más rápido que pude, y dije mirando a Piero, aunque dirigiéndome a todos:

- Hay cientos de orcos por todas partes, rodeando Trunau. La ciudad está asediada.

Entonces escuché las instrucciones de Kurst.

- Wilbur, yo iré contigo.

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Peludo mueve sus orejas frenéticamente, intentando dilucidar la dirección de la que provienen los ruidos de los cuernos de guerra pero no consigue nada. Entonces, Win le indica que le guíe hacia el ataque, a lo que el gato responde con un maullido:

 - "¡Miau!" (¡No sé donde es, viene de todas partes!)

Entonces Tronquito asegura que irá con Peludo y Win. Garinya indica que son cientos y vienen de todas direcciones a la vez. Trunau está rodeada y el asedio comenzó. Entonces, Kurst Grath les indica que tienen una misión que cumplir mientras la guardia hace su trabajo luchando y protegiendo. La noche ha caído sobre el pueblo y la oscuridad es la peor enemiga que tienen en este momento.

La misión entonces: Encender las almenaras y rescatar a todos quienes puedan en su camino, enviándolos a la Casa Larga.

Peludo mira a los presentes y maúlla nuevamente:

 - "Miiau." (Ya tenemos una misión, debemos movernos ahora.)

El gato comienza a caminar, guiando al ciego y acompañando a todos quienes lo deseen para así poder llegar luego a la primera de las almenaras en su camino: La almenara de Los Comunes.

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Piero asiente a las instrucciones de Kurst Grath y eleva la voz antes que el grupo se disperse. 

- Dragos, Ekaterina, Garinya, Ertiznao, Tronquito, Dagfinnr, Haluk, Wilbur, Win, Momo, Peludo, conmigo. Iremos juntos en la misma dirección. Nos ocupamos de encencer las almenaras de los Comunes, la de las puertas interiores, y la del Manantial de la Esperanza. A todo el que veamos en problema le echamos una mano y los enviamos a la Casa Larga. Si hay orcos u otros enemigos entre nosotros y los objetivos acabamos con ellos. Pero no es nuestro objetivo principal. Tenemos que ir juntos. No os desviéis ni os separéis. 

El granjero había cambiado de expresión y de semblante. Una mirada que, más que preocupada, parecía enfadada, se le dibujaba ahora mientras parecía tomar nota del lugar en donde se encontraban y de la situación que iban a afrontar. Cualquier tipo de duda había quedado atrás. Casi pareciera haber rejuvenecido.

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La ira que sentía Momo era muy oportuna. Según el ruido de la batalla y la posterior confirmación de Garinya, iba a poder desquitarse. Matar orcos no  iba a hacerle sentir culpable como le había pasado con los humanos. Eso sí, que hubiera humanos, de Freetown o donde fuese, que se hubiesen aliado con esa escoria para traicionar a Trunau no tenía perdón de los dioses y deberían pagar en consecuencia. Pero para eso debían salir vivos de allí.

Las órdenes de Kurst y de Piero le parecían de lo más razonables así que no iba a objetar nada. Si el ataque era tan numeroso como decían era mejor que formaran un grupo sólido. Afortunadamente, la mayor parte de ellos se conocían al menos un poco de la aventura en la Casa de la Plaga. Allí estaba Ekaterina, la cual ya sacaba a relucir aquellas mosntruosas garras, el loco goblin devoto de Shelyn, el poderoso Haluk Molok, el vikingo y aquel otro humanoide tan pálido, Garinya y Trog, Wilbur, al que conocía de siempre, de Trunau, el ciego Win y su gato. No estaba dispuesta a dejar que su "marido" felino cayera en la batalla. Por supuesto también estaba Tronquito. Asintió a las reconfortantes palabras que le dirigía. No había tiempo, en el fragor del la batalla, para que Monique contestara, así que símplemente asintió. No iba a separarse de él en ningún momento.

Si los orcos lo pillasen...no iba a quedar ni su semilla.- Y ella era la Guardiana de la Semilla, al menos de la de Tronquito. Para ella ese cometido era tan sagrado como el juramento del Cuchillo de la Esperanza. Afortunadamente había ido al funeral pertrechada como para una batalla y así había sido al final. Todos ellos bajo el mando de Piero se dirigirían a la almenara de los Comunes y después a las otras dos. Llevó la mano a su cinturón comprobando que los ingredientes de sus recetas explosivas estaban a punto. No serían suficientes para todos los orcos pero podía dar buena cuenta de unos cuantos.

- ¡Iaaaaaaaaaa!- Gritó para tratar de quitarse el entumecimiento  del cuerpo provocado pro el miedo y dejar que la adrenalina tomara control del mismo.- ¡Tru-Trunau!

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Parecía que había un plan de acción. Eso era bueno. Debía serlo. Al menos, le parecía mucho mejor que ir corriendo por ahí matando a todo lo que se cruzaran, en especial dado que no estaba muy seguro de poder plantar cara a los orcos. No se le pasó por alto el asunto de las garras de la muchacha de la taberna, algo que vio por primera vez y le hizo enarcar una ceja con sorpresa. Algo así no se veía todos los días.

Pero no era el momento de hablar de algo así... Y él tampoco era nadie para hablar de rarezas, siendo sinceros. Así que se situó en silencio junto a Piero y el resto, asintiendo levemente ante las instrucciones. Estaba todo lo preparado que podía estar, con las energías arcanas protegiendo su cuerpo, así que era mejor ponerse en marcha. 

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El ciego asintió a Peludo y a las indicaciones que daba Piero. La guardia tendría que proteger el recinto externo mientras que ellos debían encender las almenaras, neutralizando enemigos por el camino, de haberlos, y ayudando a la población necesitada. Era un buen plan de acción para comenzar.

Sintió como sus compañeros se iban juntando y el hizo lo propio, dispuesto a seguirlos hacia donde fuera que estaba la almenara de los Comunes. Aunque no podía ver sí que podía escuchar. El griterío de la gente nerviosa y llamando a las armas. Los preparativos para el combate y órdenes de las milicias. El sonido del metal de las armaduras puestas apresuradamente o de las armas siendo desenfundadas de sus vainas. El pisar de numerosas botas, corriendo de aquí para allá. Los gritos de guerra trunaui, con tonos agudos y tartamudeos añadidos. Incluso las exclamaciones gritonas y proselitistas de algún seguidor fervoroso de Chelyn, alguna nueva deidad lejanamente emparentada a Shelyn. Toda Trunau se movilizaba de una manera u otra para repeler a los atacantes y ellos no iban a ser menos.

- Cuando digas, Piero - dijo Win con convicción. Aquellos que le privaron de la vista atacaban su nuevo hogar. Dos motivos para no mostrar clemencia contra ellos y hacer todo lo posible para desbaratar sus planes.

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Paró en seco al escuchar su nombre y se giró con una lentitud forzada que a duras penas contenía la violencia de su mirada. Su ojo dorado vibraba como el del depredador que ve interrumpida la caza y duda si convertir en presa al ignorante que llamó su atención. Pero no lo hizo. Destensó sus músculos y se irguió como la persona que se suponía que era, y aunque sus garras desaparecieron, en su ceño conservó la resolución con la que en su momento inició la carrera.

- ¿Cuando diga? ¡Ya!- exclamó- No sé a qué diablos esperamos.

Muy a su pesar no les faltaba razón: mejor juntos que separados. Aún así, a pesar de reconocerlo, no evitó dedicar una mirada de reproche a Piero. Una mirada que aumentaba en intensidad a medida que pasaba el tiempo.

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Apenas había terminado de hablar Ekaterina cuando un serio Piero asintió al comprobar que todos le habían escuchado y que, aún los que no habían hablado, parecían dispuestos a hacerle caso. A todos los dioses fueran dadas las gracias, pues con un grupo como este tal cosa no era baladí.

- Ya, en efecto. Todos a la almenara de los comunes. Garinya, sobrevuela por encima de nosotros. Los más rápidos que se adelanten, pero sin dejar atrás al resto del grupo por completo. Y sin quedarse solos tampoco en ningún caso. Hagamos lo que se nos ha pedido. Salvemos Trunau.

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Había algo profundamente irónico en todo esto. Probablemente, de no estar satisfecho con la muerte de ayer, incluso no podría evitar reírse. ¿Salvemos Trunau? ¿en serio? Sólo había una forma de redimir Trunau: la sistemática eliminación de aquellos que no merecían vivir. 

E incluso... incluso quizás darse el gustazo de cazar una buena pieza. Alguien que mereciera vivir, o no, pero cuya muerte, cuya contemplación de la vida escaparse por los ojos, resultara especialmente grato. 

Los ponzoñosos pensamientos estaban ahí, y el hecho de haber matado hacía poco le permitió ponerles freno. Aunque solo hasta cierto punto. Sentía Acechante esa gula propia de acabar de matar. Esa necesidad de segar otra vida, y el hecho de la batalla, aunque no era ajeno a esa posibilidad de segar vidas, tenía un punto caótico, desenfrenado, que le repelía. No era solo matar: era también como se mataba.

El recuerdo de ese imbécil aprendiz de asesino con cuya vida acababa le hizo sonreír, aunque solo fuera mentalmente. Estaba seguro. El tal Ozzam (o como fuera) había acabado con vidas, algo parecido a como él lo hacía. Al matarlo no solo se había cobrado su vida sino, también, las de los que antes él había matado.