Partida Rol por web

Matagigantes I: La Batalla de Colina Marcasangrienta.

Matagigantes I: Epílogo Final.

Cargando editor
15/11/2019, 22:34
Orco.

MATAGIGANTES I: EPÍLOGO FINAL.

Notas de juego

- Escena narrativa de los pensamientos finales y reflexiones de cada Personaje al finalizar la aventura "Matagigantes I: La Batalla de Colina Marchasangrienta".

Cargando editor
22/11/2019, 22:37
Peludo.

“Creo que algún día tendré que contarle lo que sucedió hoy a mis hijos o nietos. Bueno, quizás debería contarle esto a una gata antes para tener hijos y nietos. De todas formas, debería comenzar a desarrollar el relato... Sí, creo que lo tengo. Comenzará así:”

 

LA SALVACIÓN DE TRUNAU A PATAS DE UN GATO
 

1.- Del funeral de Rodrik Grath

A pesar de que los humanoides viven más que los gatos, ya demasiadas veces en mi corta vida he tenido que presenciar sus ritos funerarios. Son extraños, no termino de entender por qué simplemente sus familiares no se comen sus cuerpos sino que los introducen en extrañas urnas o los queman, práctica que me parece más útil que enterrarlos. En este caso, el pobre de Rodrik yacía en una urna, a la espera de las llamas, después de su misterioso deceso. Todos sabíamos que no había sido un suicidio como intentaron hacernos creer y las pruebas de eso ya habían salido a la luz. Ahora en cambio nos reunimos para despedirnos de él por última vez.

 

 

 

 

 

 

Me había aseado bien, lamí mis manos,  lamí mi vientre y hasta la punta de mi cola para estar presentable. Afilé mis garras en un árbol, aunque hubiese querido hacerlo en las piernas de Tronquito, y me presenté junto con Win para mostrarnos respetuosos.

El grupo completo se reunió y pudimos entonces presenciar el rito, con el asunto de su Cuchillo, el fuego y las lágrimas.

Todo habría salido bien, muy solemne y eso si no hubiera sido que un cuerno de guerra sonó indicándonos que nuestros enemigos estaban en las puertas del pueblo. Nadie de los presentes estaba preparado para eso.

 

2.- De cómo detuve la primera oleada

Muchos fueron los orcos que asaltaron Trunau esa noche. Las bolas de fuego surcaban el cielo, así como las flechas, pero nosotros debíamos defenderlo. Casi todos los humanoides a mi alrededor, ahí delante de la Llama de los Caídos, temblaban de miedo, como hacen las ratas frente a mí. Todos excepto Win, claro, cuya melena de pelo dorado ondeaba al viento mientras sus varoniles músculos de primate se equiparaban en definición y esplendor solamente a los míos. Ambos ahí parados con nuestros puños apoyados en nuestras caderas como dos estatuas de perfección y valentía, éramos los únicos dispuestos a defender a los inocentes.

Ya, está bien, Piero y Ekaterina tampoco temblaban, pero no eran tan dignos como nosotros. Ya, quizás exagero un poco y nadie temblaba, pero les aseguro que solo Win y yo somos los protagonistas de este relato, fiel reflejo de la verdad de lo sucedido.

La cosa es que tuve una gran idea, solo digna de mí, y decidí que iríamos a encender las almenaras para darle luz a los enquencles pueblerinos a ver si se dignaban a defenderse solos. Sabía que con iluminación suficiente y mi heroica inspiración en el campo de batalla, conseguiría que a más de algún orco mataran por sí mismos.

Primero nos movimos por el barrio alto ya que la almenara de esta zona había sido encendida durante por motivos del funeral, por lo que entonces debíamos encender la almenara de Los Comunes.

Dirigí al grupo hasta que nos encontramos con una turba molestando a la hembra del difunto Rodrik Grath. La molestaban porque era medio orco y los atacantes eran orcos. Esa clase de típicas “razones” que a los humanoides les encanta utilizar para justificar su idiotez y actos irracionales. No fue un gran retraso. Me subí al hombro de Win, les bufé y bastó para que entraran en razón, aunque debo confesar que siento algo de culpa pues sé que varios de ellos jamás superarán el miedo que infundí en sus corazón. Me apena marcar una vida de esa manera, pero era necesario en ese instante.

Hice que uno de mis humanoides, creo que fue Momo, encendiera la almenara. Con eso, la primera parte del trabajo estaba listo.

Después pasamos al barrio interior, donde los orcos se habían cebado con los ciudadanos. La poca resistencia de la milicia se había esfumado mientras que los enemigos campaban a su anchas. Los enfrentamientos fueron muchos, pero con el mandoble de Win, mi enorme poder y los agasajos que me daba el resto del grupo, conseguimos imponernos.

Fue una gran batalla en todo caso, pues primero acabamos con varias oleadas de orcos hasta que reinstauramos un lugar seguro en la barricada sur. Acabé con innumerables vidas con mis poderosas habilidades, destruyendo mentes y cuerpos por igual. Mis garras bebieron la sangre de incontables orcos, que murieron con el terror felino en sus miradas. Pero no fue una lucha de la que salí indemne, eso sería ficción y no la realidad de una situación así. Un enemigo me golpeó con un martillo en el rabo y me causo gran daño. Era un gigante de tormentas o un titán, no lo recuerdo bien. Enorme como una montaña o un castillo andante y feo como el infierno comiendo limón, me atacó con un arma más grande que una casa y la fuerza de mil ejércitos, envuelta en llamas y relámpagos, goteaba ácido y venenos de todos tipos. Mi colita sonó a quebrado con el impacto, pero conseguí seguir luchando y, por el enojo que me causó, hice su cabeza estallar en mil pedazos. Sí, a veces hago eso cuando me molesto.

Lamentablemente no fueron muchas las vidas que salvamos pues ya la mayoría estaba demasiado mal o los orcos no tuvieron piedad alguna, aunque recuerdo claramente haber salvado a Melenaplateada. Ese cochino druida me debe la vida y algún día haré que me lo pague. El otro era Rabus, a quien saqué en brazos de su taberna y nos siguió todo el camino, sin que nos lo pudiésemos sacar de encima, como si de una ladilla se tratara. Entiendo su admiración y nueva devoción hacia mí después de salvarle la vida, pero exagera.

Ya habíamos eliminado toda resistencia invasora en ese lugar y salvado a todos los habitantes que pudimos cuando de pronto, mi sentido gatuno me indicó que algo estaba mal y debíamos huir de ahí. Lo sentía en mis entrañas, así que con gran elocuencia se lo comuniqué al grupo:

 - “Miau.”

Así que todos me hicieron caso y nos retiramos velozmente hacia la zona del Manantial de la Esperanza, excepto un par de los nuestros, irrelevantes, que dieron un poco de suspenso pero finalmente estaban vivos. No recuerdo bien cómo llegamos abajo, creo que Win tropezó conmigo sobre su hombro, pero al final estábamos todos bien. De seguro que debe haber terminado en algo con mucho estilo.

Encendimos la almenara del Manantial de la Esperanza y luego destruí unas catapultas para que no pudieran seguir usándolas. Luego fuimos al manantial mismo pues algo pasaba allá.

Al llegar al manantial notamos enemigos que estaban en las aguas custodiando la entrada a una extraña caverna. Eran unos pocos orcos y una cosa grande. Entenderás que para un gato los humanoides ya son grandes, pero esta cosa era grande de veras, así que no lo dudé y derroté a todos los enemigos sin compasión. Creo recordar que Win me ayudó un poco. Bueno quizá el resto también hizo algo, pero nada demasiado relevante como para mencionar. ¡Ah, sí! Ekaterina sí hizo algo  bueno, me dijo “¡Vamos Peludo! ¡Sálvanos a todos!” o algo así, pero lo suficientemente respetuoso para motivarme a obtener la victoria para todos. El gigante fue derrotado y los orcos también, por lo que solo quedaba explorar aquel descubrimiento.

 

3.- De lo que se oculta bajo Trunau

Bajo el Manantial de la Esperanza se escondían unas cavernas que parecían haber estado selladas durante mucho tiempo, nada más entrar nos esperaban enemigos fantasmales que despaché velozmente. Ratas espectrales, arañas gigantes, extraños pollos deformes, fueron parte del fútil intento de ese lugar por detener mi inexorable avance. Mis garras rasgaron aquel peligro como todos los anteriores mientras los misterios caían rendidos a mis pies.

Después de toda la basura sin sentido que intentó interponerse en mi camino, encontré lo que buscábamos. Un orco y sus dos enormes lobos estaban ahí, buscando algo. Pero la verdad es que yo ya me había lucido demasiado frente a ese pobre grupo, entonces y para no sobrecargar sus pequeños corazones de tanta admiración por mí, les dejé luchar en esa ocasión. Me puse a dormir y permití que se demostraran a sí mismos cuánto valen y, más importante aun, me demostraran a mí que pueden hacer algo sin mi ayuda. Cuando desperté, ya lo habían derrotado. Tenían un pésimo aspecto, pero vencieron, que era lo importante.

Por eso avanzamos al final de la caverna, donde estaba el cadáver de ese tal Uskroth (no tengo ni idea de quien mierda era). Lo preocupante es que tenía un guardián muerto viviente y una rata muerta viviente. Ambos eran una terrible amenaza para el grupo, por lo que los más heroicos de entre nosotros comenzamos y terminamos el combate. Win partió a la pequeña rata y yo liberé un poder nuevo, nunca antes visto por nadie: Llamé energía positiva desde otro plano y la canalicé hacia el enemigo. ¡Fue inmenso! ¡Como si hubiese creado un enorme sol, una estrella de poder positivo, que desintegró al enemigo y nos bañó a todos de bondad y amor. Hasta los muros de la tumba quedaron quemados y limpios por igual. Fue mi golpe definitivo, creo que me lucí con ello pero de seguro puedo repetirlo.

De esa forma acabamos con la invasión, encontramos tesoros, pistas importantes para develar misterios y todos pudimos irnos felices a lamer nuestro pelaje y beber leche tibia.

FIN

 

"Sí, creo que será un buen relato que contar. Es lo que sucedió, quizás un poco matizado, pero por ahí dicen que la verdad es de quien la cuenta y bueno, es mi historia."

Cargando editor
23/11/2019, 07:17
Momo.

EPÍLOGO DE MOMO.

 

Por fin a solas. En su habitación, en casa de sus padres- bueno, ya sólo de su madre- Momo podía bajar la guardia. Había pasado todo el día soportando las condolencias de conocidos, familiares, amigos y compañeros. Estaba agotada y, de no haber llegado a casa, puede que hubiera explotado como una de sus bombas. No en vano se había estado esforzando por mantener su maldición a raya, mientras sobrellevaba como podía el dolor que la muerte de su padre le producía en lo más hondo de su ser.

Apagó todas las velas de su habitación. La penumbra le ayudaba a soportar el miedo que la Bleach le provocaba. Al menos así no notaba tanto la diferencia entre la colorida vida que la luz reflejaba y el mundo gris al que estaba condenada. Eso si no se quedaba ciega como Win. Al final, la loca idea de casarse con Peludo no iba a estar tan mal encaminada. Parecía un buen lazarillo.

Ya viene...- No tenia más fuerzas para mantenerla a raya. Siempre estaba ahí, esperando que ella bajara las defensas para atraparla. Correteó hasta meterse debajo de su mesa de trabajo, donde tenía infinidad de ingredientes y material de trabajo. Desde allí, acurrucada y temblorosa, la vio deslizarse por debajo de la puerta, lenta pero inexorable. Era como un líquido denso, viscoso y pegajoso. Se acerba despacio, con calma, como si supiera que ella no tenía escapatoria. Y no la tenía. Estaba demasiado cansada, rendida quizás.

Notó el frío ante el contacto con su pie y dio un respingo que hizo que se golpeara la cabeza con la tabla de su escritorio. Del golpe, unas redomas cayeron al suelo, comenzando a hundirse en la Bleach. Ella también empezaba a sumergirse. Húmeda y fría, Momo tiritaba, percibiendo como la vaciaba de todo atisbo de alegría que pudiera tener dentro. 

Tronquito...- La imagen de su amigo, con su frondosa cabellera de hojas de un intenso verde, aún permanecía en su mente. Recordó el dulce sabor de sus bayas, su cálida risa, su áspero pero reconfortante tacto. No quería perder todo aquello. Se removió inquieta bajo la mesa, tratando de salir de su improvisado refugio. Sumergió las manos de lleno en el pringoso material buscando las redomas que habían caído. ¡Ahí estaban! Las sacó con dificultad del líquido, mientras éste continuaba su avance, llegándole ya por la cintura. Sólo le quedaba una opción y era sumergirse a la fuerza en otro mundo, un mundo creado por ella misma, dónde todo era más colorido, mejor. Se desvanecía el dolor, el sentimiento de culpa, el frío y ella flotaba adormecida, feliz. Destapó la redoma e ingirió su contenido de un sólo trago. El potente efecto fue inmediato.

La Bleach retrocedía, dejando paso de nuevo a un mundo de sensaciones y colores agradables. 

-Jijiiji.- Reía nerviosa, sin saber el porqué. Estaba sola sí, estaba destruida por la muerte de su padre adoptivo, pero ya todo le daba igual. Estaba por encima de ello, flotando gentilmente, como si lo viera todo desde otra perspectiva. En su mano, la redoma vacía hacía de amigo mudo, de compañero que no la juzgaba por querer ser feliz y continuar con su vida. Ni siquiera pensaba en que todo aquello no era real, que era momentáneo, que tenía su fin. Tarde o temprano los efectos de sus extractos pasarían y entonces tendría que enfrentarse de nuevo a la realidad. Pero eso podía esperar. Además, podría hacer más, y más potentes. Podría vencer a la Bleach si  se lo proponía. Se levantó tambaleándose, con las pupilas dilatadas y elevó el puño al cielo.

Quiero ser más rápido que ella
Echar todo a perder un día tras otro
Y un buen rato después saber llegar a casa
Antes de que el sol me diga que es de día

Cantaba como una loca, a pleno pulmón, pero sin tartamudear lo más mínimo.

Cargando editor
24/11/2019, 13:17
Dragos Florescu.

"Pues así ha quedado Trunau" pensó con desagrado el albino, rememorando lo visto en su habitual paseo nocturno. Pues en esta ocasión las calles no estaban vacías como solían, sino llenas, aunque no precisamente de vida... Cadáveres, escombros, incendios... Un Trunau bastante diferente, a decir verdad. ¿Era inesperado aquello? No estaba seguro. Probablemente, no. Al fin y al cabo, ese lugar era el Bastión de Belkzen, y no se llamaba así por nada. Que los habitantes de aquel lugar siguieran empeñados en permanecer aquí a toda costa, no quería decir que fueran a seguir habitando estos lares eternamente. Y los pieles verdes no parecían por la labor de permitirlo tampoco.

Aunque claro, en este caso, las motivaciones parecían ser otras, como había revelado aquella carta. Dragos lo sabía. Aquella tumba y lo que contenía eran la perdición de Trunau, si no lo habían sido ya. Sí, habían rechazado aquel ataque, pero a un gran precio. No sin haber perdido demasiado... Y quedar expuestos ante otras tribus. Era solo cuestión de tiempo que alguna de ellas decidiera tomar ventaja de la situación y pasarles por encima. 

Una situación más que preocupante para cualquiera... Y especialmente para él. Si Trunau caía, ¿a dónde iría? ¿Dónde podía escapar? No había un más-allá-de-Trunau. Solo llanuras soleadas y muerte, que a la postre venían a significar lo mismo para él. Estaba en serios problemas. Quizás nunca debió venir a este lugar. 

"Bravo, Dragos... Iré a Belkzen para despistarles, eso nunca se lo esperarán... Y ahora, ¿qué vas a hacer? Este sitio apesta a matadero, y te estás quedando sin opciones" reflexionaba con amargura. Quizás, y solo quizás, podría haberles seguido dando esquinazo en Ustalav. Hay muchos bosques, muchas cuevas, muchos pequeños pueblos... Sin duda ya conocidos por su perseguidor, pero le bastaba con mantener algunos días como mínimo entre él y sus condenados esbirros. Pero no, tenía que ser más listo que ellos. Y por su decisión, había acabado en un callejón sin salida. 

Le daban ganas de gritar. De chillar a los cielos, maldiciendo a los dioses y a su destino, de aullar con ira y rabia a la luna y las estrellas... ¡Se suponía que Trunau era un sitio fuerte y preparado! ¡Maldita sea! ¿¡Cuánto tiempo llevaban aguantando en aquel lugar, cuantas jodidas generaciones!? ¿¡No podían haber tenido la decencia de aguantar unos años más antes de su caída!? Porque sí, Dragos no tenía duda alguna de que aquello había sido el fin de aquel lugar. Las granjas arrasadas, los muertos contándose por decenas, las defensas medio destruidas, sin herreros, casi sin guardias... Estaban condenados más allá de cualquier posible salvación. Solo era cuestión de tiempo. De que alguna de las numerosas y beligerantes tribus orcas se diera cuenta de que, por fin, Trunau estaba maduro para ser cosechado. 

¿Estaría a tiempo de desandar su camino? Sinceramente, lo dudaba. Si los Jinetes no habían dado ya con su rastro, debía faltarles poco. No sabía si se atreverían a seguirle a Belkzen. ¿Qué temerían más, las salvajes hordas o la fría furia de su maestro? No lo sabía, pero sí tenía claro que, aunque no le siguieran, la esperarían emboscados en las mismas lindes de Ustalav, listos para capturarle y llevarle ante Él. 

Y eso era algo que no pensaba consentir. Moriría antes que caer en sus garras y su monstruosa voluntad. Y, probablemente, era lo que quedaba para él: morir. 

¿Iba a escapar de Trunau? No. Ni tenía a dónde, ni tenía fuerzas para seguir huyendo. A partir de ahora, parecía que su destino estaba unido a aquel cadáver andante que era el pueblo, demasiado tozudo para darse cuenta de que estaba muerto, lo que en cierto modo era irónico. Tendría que intentar que la muerte no llegara, al menos a manos de los orcos. Pues sin duda llegaría, tarde o temprano, desde otro lugar. Y cuando la sombra de la muerte se proyectara sobre aquel lugar, tendría que plantar cara al Conde Florescu. Ni se lo iba a llevar, ni Trunau acabaría como acabó su madre. 

Cargando editor
24/11/2019, 15:21
Ertiznao.

La belleza como fin de todo, no como último peldaño para la felicidad si no como la misma felicidad. Ese era su camino en la vida, expandir la belleza. Desde que era un pequeño ser verde, más pequeño que en la actualidad, se había sentido tocado por la belleza. Para él era evidente que la diosa se manifestaba desde su interior. Su supervivencia en un entorno humano lo refrendaba. Estaba allí por y para Shelyn y eso significaba servir a la belleza.

Eso le llevaba a una pregunta fundamental para sus próximos pasos. ¿Qué era la belleza? Las definiciones eran variadas y en general llegaban al mismo punto. La más común era algo como la cualidad cosa capaz de provocar en quien contempla o escucha un placer sensorial, intelectual o espiritual. Podría valer, para muchos, para los no iniciados seguro pero no para él. El camino que había elegido para su vida como inquisidor requería más esfuerzo que el del común de los mortales. Un esfuerzo físico, mental y espiritual que debía ir acompañado de un sacrificio casi constante. No era únicamente un siervo de la diosa, era su portavoz y debía demostrarlo.

Su labor en Trunau no había finalizado, no todavía al menos. El nombre de Shelyn comenzaba a sonar, no mucho también era verdad pero tras la batalla tenía capital suficiente como para desarrollar sus planes. Unos planes grandes y ambiciosos pero así debían ser. El mundo necesitaba que él se pusiera unas metas altas y que llegara a cumplirlas. Estaba en el lugar indicado, una población azotada por la guerra y los sucios orcos, ese sería el principio de la fe. Desde allí comenzarían a expandir la belleza para que impregnara al mundo.

El goblin caminaba entre las ruinas ocasionadas por el combate, la destrucción había sido enorme pese a la victoria. El trabajo que quedaba iba a ser igualmente agotador pero debía de hacerse. El fuego purificador había hablado y permitiría renacer de las cenizas con mucha más intensidad. Apoyado en su fiel y útil guja comenzó a trabajar. Con el final del largo mango del arma enterrado en el suelo de arena comenzó a hacer un surco.

Si cerraba los ojos podía recordar con total detalle cada uno de los momentos de la larga batalla. Recordaba el aliento de los sucios perros que habían intentado masticarle, el ruido de la madera al crepitar por el fuego, el polvo que habían provocado los derrumbes y a los orcos. Si cerraba los ojos podía recordar a los orcos con total claridad. Más bestias que humanos, salvajes y destructivos en su cara se notaba el disfrute que sentían cuando sembraban el terror y el caos en los más débiles. Habían matado a gente inocente y destruido las propiedades de los ciudadanos que seguían vivos. Lamentable, no podían permitirlo la diosa no quería que eso sucediera.

El surco cada vez era más largo, le había costado un buen trabajo lograr eso. Sudaba y tuvo que pasar una de sus zarpas por su frente para retirarse el líquido que la cubría. Estaba cansado pues el trabajo había sido largo, pero contempló su obra con orgullo mientras se cruzaba de brazos. Era un solar dibujado en la tierra nada más, nadie sería capaz de encontrarle un valor especial a eso y sin embargo Ertiznao contemplaba ante él el futuro templo en honor a la diosa Shelyn. Sería glorioso, limpio y bello, tanto que el resto de le envidiarían. El culto crecería y Trunau con él, la diosa estaría feliz y el mudo se convertiría en un sitio mejor. Palabra de Ertiznao supremo inquisidor de Shelyn.

Cargando editor
24/11/2019, 16:18
Haluk Molok.

Haluk logró llegar a su habitación después del estrepitoso día, todo empezó en la ceremonia del caído, allí todo se torció y de un momento a otro se instauró el caos de los orcos en Trunau.

El trasgo se fue quitando la cota de escamas, desatando las correas y dejando la pieza en un rincón. Pudo ver algunos golpes y pequeños desperfectos causados por los ataques de los enemigos, algunos de esos golpes actuales de aquella noche y viejos recuerdos de la vertiginosa escapada de su anterior hierofante, líder de la célula de Amosdeus de la cual escapó.

Movió sus hombros y brazos, sintió su cuerpo dolorido había recibido golpes y ataques por varios lados, había sido tratado con primeros auxilios y las heridas estaban vendadas, le ofrecieron también algunos vendajes y ahora se disponía a lavarse. Con sumo cuidado se fue quitando los vendajes que ocultaban las heridas que había recibido aquella noche.

<< Logramos repeler el ataque, pero esto no ha terminado. La ofensiva ha sido lo suficientemente grande como para ser conocedores que están al acecho, no podemos bajar la guardia. ¿Asmodeus fue tu voluntad que fuera a este lugar para mantener el orden de la ley y repeler el caos de los sucios orcos? >>

Dejó sus ropajes sobre una silla de madera, el escudo reposaba en la pared y poco a poco se fue introduciendo en la tina. Sujetó la esponja y empezó a lavarse para quitarse la suciedad, tierra, sangre y arenilla.

<< Este lugar me  ha cautivado, no sé si es algo bueno… nunca había experimentado esta sensación por una comunidad tan variopinta, una mezcla de muchas razas y la humana como predominante. ¿Será algún tipo de maldición del hierofante? Asmodeus necesitaría respuestas para ver con claridad mis siguientes pasos >>

Después de unos minutos frotando, salió de la tina dejando el agua más sucia de lo que estaba. Se envolvió en una toalla y fue secándose.

<< He conocido individuos nuevos, algunos me caen mejor que otros. Aunque he de estar orgullosos de ellos,  hasta del sucio goblin seguidor de Schelyn me sorprendió con la valentía de enfrentarse al guardián sin escapar. >>

El trasgo empezó a vendarse las heridas de nuevo, para que estas no se infectaran. Se puso unos ropajes cómodos para cubrir su torso y cintura, luego empezó a limpiar su armadura, escudo y arma, la gran maza. Utilizó un trapo húmedo y luego otro seco para quitar los trozos de carne y suciedad que había en sus objetos de preciado valor. Tenían un valor muy importante para él, porque recordaba de donde venía, al igual que la capa de calidad nobiliaria que colgaba de un perchero.

<< Por suerte la posada ha quedado en pie, mis objetos siguen a salvo  y es un buen lugar para reposar y tomarse un respiro. >>

Colocó la armadura, escudo y maza, apoyada en la pared, dedicó un largo tiempo en dejarlas limpias. Los trapos utilizados los dejó en un rincón, ya eran inutilizables con la cantidad de mierda que había limpiado.

El cansancio se iba apoderando del cuerpo de Haluk, tanto físicamente como mentalmente, estaba agotado. Se recostó en la cama y sujetó con sus manos el símbolo impío de su deidad.

- Asmodeus, guía mis pasos por este sendero, instaura tu legalidad en este páramo y protégelos del caos de los orcos. Escucha mis palabras y dame de tu fuerza, guíame para poder ayudarles y así hacer tu fiel palabra… -

Aquellas palabras se fueron convirtiendo en susurros y esos susurros terminaron silenciándose por completo, Haluk había caído totalmente dormido y exhausto.   

Cargando editor
24/11/2019, 16:59
Piero Augustus.

¿Donde iba a ir ahora? Tantos días y tantas semanas, meses, años. ¿Y para qué? La granja había sido arrasada, y él no era sino un hombre viejo, cansado, cuyos músculos estaban montados y cuyos ojos se cerraban como si se hubieran puesto pesas en los párpados. Se miró las manos y suspiró. Tanto por tan poco...

La penumbra había ido adueñándose lentamente de la sala común de la "Casa Enredada" desde que, hacía ya unas horas, el grupo se había dividido. El campesino, sin embargo, no se había puesto en pie. Había preferido quedarse allí, sentado, dormitando, dejando que el cuerpo dolorido fuera calmándose. Todos le parecían jóvenes. Salvo Rabus, quizás. No podían comprenderlo. Miró alrededor. Otros ciudadanos habían llegado a la posada, pero ninguno le había afeado quedarse en la mesa, ninguna burla se había producido porque estuviera allí, dormitando. El pueblo estaba, después del desastre, para pocas bromas, y ya muchos sabían la importancia de Piero en lo ocurrido. Suficientes habían escuchado como los Grath le encargaban dirigir al variopinto grupo de rarezas que no solo había logrado encender las distintas almenaras sino que, además, habían vencido a los orcos que habían logrado entrar en el barrio interior, habían salvado al entrañable druida Melenaplateada, habían entrado en varias ruinas y eliminado a los que se habían infiltrado en el pueblo... teniendo tiempo además para descubrir quien había asesinado al querido Rodrik Grath e, incluso, evitado que la pobre prometida de este, Brinya, fuera asesinada.

Sí, todos tenían mucho que llorar, y mucha rabia. Pero en momentos como ese, una historia como aquella llenaba de épica y esperanza cada corazón. Si antes de esto ya era Piero alguien querido, un anciano valiente con una trágica historia detrás  ahora... Incluso el más raro de aquel grupo iba a encontrar su popularidad radicalmente mejorada.

No, nadie le había molestado. Incluso le habían dejado al lado una jarra llena de agua, y el granjero le dio un trago, aclarando la garganta.

Si, ¿donde iría ahora? Estaba cansado, y ahíto de sangre y de masacres. Lo que él era, lo notaba, se iba escondiendo en su pecho. Había sido demasiado y cada una de las heridas le escocía. Como igualmente le escocía el recuerdo de su mujer, y el recuerdo de cada uno de los seres que había matado.

Y de todos los que iba a matar aún.

Lo mejor que había en Piero sintió una mezcla de pena y repulsión por el deseo que esa venganza ponía en él. Dio un nuevo trago al agua. Estaba cansado, pero seguro que habría forma de descansar en algún lugar. Había perdido la granja, sí, pero seguro que podría hacer un pequeño huerto en las ruinas de lo que había sido el lugar en donde había sido feliz. Quizás eso sería mejor. Vivir en Trunau, pero tener cultivos y granjas fuera, sin edificaciones. Eso sería lo mejor, tal como estaba todo. ¿Habían sufrido? Sí. Pero cualquiera que conociera la historia de Trunau sabría que ataques como ese eran inevitables, y el haber acabado con una cantidad tan importante de orcos acrecentaría su leyenda.

Los orcos no se coordinaban. Ahora, los clanes se enfrentarían entre sí, y si eran capaces de golpear a quienes habían dirigido el ataque, asegurarían la paz para el pueblo durante, quizás, una o dos décadas. Suficiente para crecer y prosperar.

Una o dos décadas. Una sonrisa irónica perfiló los labios del granjero. Él no lo vería.

Intentó ponerse en pie, pero no lo consiguió. Aún estaba demasiado dolorido. Reflexionó. Por mucho que creyeran los habitantes de Trunau su labor como líder había dejado mucho que desear en buena parte del combate. A la mitad del combate, tan pronto había notado la imposibilidad de introducir un rumbo al caos de ese combate, había renunciado, y su duda había supuesto muchas veces un peligro para sus compañeros.

Eso tendrá que mejorar. Se dijo a sí mismo. Miró hacia el exterior. Ahora, anochecía. Y realmente necesitaba una cama donde dormir. ¿No había dicho Cham que todos tenían una habitación reservada? Sí, dormir el resto de la noche vendría bien. Tenía que descansar. Finalmente logró ponerse en pie.

Había sobrevivido. Salvo el malogrado sargento Omast Frum todos los que estaban bajo su mando (si es que se podía decir así) habían sobrevivido. Casi sin darse cuenta acarició su daga.

No había sido un mal trabajo en absoluto. Y estaba lejos de estar terminado.

Cargando editor
24/11/2019, 17:07
Acechante.
Sólo para el director

Estaba excitado. Oh, sí. Le dolía cada uno de los músculos del cuerpo. Estaba exhausto. Casi tenía temblores. Pero nada de eso era comparable al profundo deseo perverso, a la brutal satisfacción de estar vivo y de haber matado.

De haber matado mucho.

Oh, sí. Ya lo sabía, cómo no saberlo. Matar era una forma maravillosa de vivir. Ese momento de cortar el hilo de la vida en un semejante. La perfección de verle como boquea, desesperado, tratando de aferrarse a un esquife que se escapa. Vivir era matar. Y cada uno de esos momentos estaba en su mente, como un cuadro perfecto en el que deleitarse, una y otra vez.

Oh, sí. Le escocía el recuerdo de su mujer. Pero le reconfortaba el recuerdo de cada uno de los seres que había matado.

Y de todos los que iba a matar aún.

¿Quién sabe? Se había quedado dormido, pero nadie le había molestado. Descansaría en la posada, y mañana ya vería a quien iba a matar para celebrar el estar vivo. Casi sin darse cuenta acarició su daga.

No había sido un mal trabajo en absoluto. Y estaba lejos de estar terminado.

Cargando editor
24/11/2019, 17:54
Win.

Llevaba unos meses viviendo en Trunau, sin embargo no sabía cómo era. No la había llegado a contemplar nunca. No sabía la forma arquitectónica y artística característica de ese pueblo, el color de pintura de sus paredes, los colores de sus tejas, los vestidos y ropajes folklóricos de sus gentes ni los rostros de sus dueños. Para él era una ciudad inmensamente oscura, con sombras más o menos difusas, con seres oscuros que se movían aquí y allí, envueltos en mantos de negrura. Sin embargo eran ruidosos, alegres a su manera. Rudos y broncones. Pero muy vivos y enérgicos. Sus canciones, aunque primitivas, eran realmente hermosas y su comida, tal y como olía, bastante decente. Y contundente para el estómago. A su manera Win percibía qué era Trunau.

Winslow, acólito iomedano formado en la lucha y destinado al asentamiento trunaui, pretendió servir a sus gentes y descubrir que senda seguir: clérigo de batalla o paladín de la Heredera. Mas todo eso se quedó en nada desde que perdiera la vista por culpa de los pieles verdes en una emboscada cercana a la localidad cuando se dirigía a conocer el que sería su nuevo hogar. Fue incapaz siquiera de llegar a desenfundar su arma para defender a sus compañeros o a sí mismo tras caer abatido por dos flechas traicioneras. Aun consciente, retendría la imagen de ver a su mentor desde la infancia, el enano Trulin Hachardiente, cayendo muerto por numerosas heridas orcas sin que él fuera capaz de hacer nada. También la imagen de su espada larga, símbolo de Iomedae, arrebatada y calentada al rojo vivo, a modo de mofa, empleada para colocarla frente a sus ojos, quemándolos lentamente en dolorosa agonía. Sacrificados ante el símbolo de su deidad. Y además la imagen de esas caras verdes, crueles, deformes y sádicas y la pequeña cabeza del gatito negro asomando y observando de entre unos bultos de uno de los carros, que fue lo último que vieron sus ojos, también las retendría. Esos eran los recuerdos que más le asaltaban de su vida pasada, los últimos momentos de visión, dolorosos y trágicos, que tuvo.

Y fueron esos los recuerdos que más le torturaron durante los siguientes meses, en un lugar desconocido, con gente desconocida y un futuro desconocido. A excepción de su gato Peludo y la fe a su diosa... todo le era ajeno, a pesar de la ayuda recibida por diversos lugareños. Encerrado en sí mismo se recluyó en el Santuario de Iomedae o erró por las callejuelas de Trunau, como un mendigo, preguntándose sobre qué utilidad tenía para su orden y para el pueblo que en teoría debía proteger, haciendo que su fe peligrara con tambalearse. Y rogó a Iomedae que terminara con aquel suplicio. Si su vida no tenía un sentido, un fin, un objetivo para el que se había formado desde que era niño... mejor era no vivirla. Y Ia Dama del Valor le escuchó y puso fin a su vida una tormentosa noche. Su vida de oscuridad absoluta, de miedos y dudas. Su vida de ceguera total que le impedía ver el nuevo camino que Iomedae había trazado para él. Y entonces, aun sin vista, vio mejor que nunca. Supo qué deseaba su señora de él y de qué manera. Él imploró, creyó... y ella proveyó. Proveyó con una armadura de fe, una fuerza divina, una intuición y percepción sacra y una amistad y unos ojos... felinos. Su abreviado y popularizado nombre, Win, fruto de alguna broma de alguien con pésimo gusto hacia aquel que lo había perdido todo, pronto adquirió un sentido total y pleno. Había perdido mucho, sí, pero había ganado más: una fe renovada, el favor de su diosa, un propósito claro que seguir en su vida, nuevas amistades, nueva familia, nuevo hogar.

Y los defendió lo mejor que supo, investigando las tramas de los enemigos de Trunau junto a un grupo de compañeros y amigos. Con gato incluido. Defendiendo y combatiendo con ellos contra los asaltantes de su nuevo hogar, haciendo cumplimiento de su juramento como iomedano y descargando la Justa Ira de su deidad y sus compatriotas. El asalto y defensa de Trunau supuso un antes y un después en la vida del invidente. A pesar de su ceguera, a pesar de que el joven no había matado jamás a nadie o había cruzado armas con otras personas... causó decenas de bajas a los enemigos de su pueblo. Iomedae guió su brazo en defensa de los inocentes y otorgó valor a su espíritu para poder apoyar adecuadamente a sus compañeros y demás defensores. Fueron muertes brutales, sangrientas, grotescas e impactantes las causadas por el ciego. Quizás por ello Iomedae permitió que la luz de sus ojos se apagara para no tener que contemplar con detalle el horror que dispensaba, para que su corazón no albergara dudas ni temores sobre si las matanzas que provocaba si todo lo que hacía era correcto. Debía luchar contra la injusticia y no debía vacilar. Debía creer y tener fe en lo que hacía y pedir una señal a su Señora si erraba.

Mi Señora del Valor, Iomedae, Luz de la Espada, te llamo en mi hora de necesidad. Presto mi voz a los afligidos gritos de tus fieles en este momento de oscuridad y desesperación. Te ruego que me sirvas de guía para que tu sabiduría me ilumine y permita que mis ojos, a pesar de su ceguera, perciban alguna señal de que esta senda es correcta, ya que ningún hombre posee la previsión de sentir dónde terminará este camino.

Muchas fueron las pérdidas y daños ese día y muchos los lamentos por los caídos. Mas Trunau prevaleció y se supo más tarde del por qué del ataque orco, más allá de su odio hacia los trunaui. Y de nuevo se habría una nueva senda para los defensores. Una que tendrían que recorrer y desconocían su final. Una donde necesitarían aunar esfuerzos una vez más y donde Win creía que necesitarían la guía de Iomedae. Tanto si se era ciego como si no.

Cargando editor
24/11/2019, 20:01
Willbur Cole.

DIA 8 DE FARASTO DE 4715 – Día del Sol.
Hola, Anna.

¿Qué puedo contarte? ¿Cómo puedo explicarte todo lo que ha sucedido en apenas 3 días desde que no escribo, mi diario? ¿Cómo te cuento este cambio en mi vida, en mi forma de ver las cosas?

Supongo que lo primero que debería hacer es ver los hechos y luego las consecuencias, ¿verdad? Pero todo ha sido una auténtica locura, y me siento un poco abrumado recordando la cantidad de veces que estuve a punto de morir, incluyendo veces en que Trunau podía haber desaparecido para siempre.

Pero empecemos. Creo que un buen momento sería empezar en el funeral de Rodrik. Ese funeral fue importante, y no solo por la persona que murió sino también por lo que propició luego. El funeral fue como cabría esperar, emotivo a más no poder. Me presenté con mi equipo de patrulla, una decisión que salvó más de una vida, seguro.

Estábamos dando el pésame al capitán Kurst y a su padre tras la incineración de su hermano e hijo cuando empezamos a escuchar cuernos y tambores. ¡Trunau se encontraba bajo ataque! ¡¡Y pocos estábamos preparados!! Como dije, una inspiración, seguramente de Erastil, me hizo llevar mi arco y un carcaj completo al entierro.

El Capitán se hizo cargo de la situación, y nos mandó, al grupo que habíamos investigado la muerte de su hermano, a encender las almenaras. Una misión harto complicada, pero era necesario para salvar Trunau. Era una locura, éramos completos extraños hacía unos días, y sin embargo nos pusimos de acuerdo de inmediato y formamos una piña, dispuestos a conseguirlo.

Para empezar, una multitud de “valientes” intentaba linchar a Brinya, después de su pérdida, encabezado por el clérigo de Abadar Baseil. A punto estuve de incrustarle una flecha entre ceja y ceja, pero Win con su habla consiguió avergonzar a todos, y la gente se retiró, prestos para defender sus casas como debieron hacer desde el principio. No era una situación para linchamientos, sino para proteger Trunau. No puedo creer lo rastrero de ese acto por parte de Baseil.

Pero sigamos, que me pierdo en odios más o menos justificados. Baseil reculó, y ya desconozco qué hizo, si combatió a los orcos o no. Decidimos después descender a la almenara de los comunes para encenderla, y luego a la del manantial. Entonces se inició la batalla del Barrio Interior. La lucha fue terrible y en ella tanto Win como yo mismo fuimos determinantes, o eso creo. Pero todos colaboramos más o menos. Win, el clérigo cegado por los orcos tiempo ha, se convirtió en un titán… literalmente. Fue increíble, barría orcos como quien siega mieses. Al terminar el asalto al barrio interior, a sus pies había un bonito montón de pieles verdes.

Yo también recibí la inspiración de Erastil en esta parte, y conseguí asaetar a varios enemigos de Trunau. No solo orcos, y eso es lo que más me enfada. Había humanos, trols… por cierto, Dagfinnr podría cambiar su nombre por matatrols, pues consiguió derrotar a dos de esas peligrosas bestias para salvar a unos clérigos de una muerte segura. Unos clérigos que solo miraron temblando como esos trols se llevaban por delante la vida de Agrit Staginsdar, que así se reunió con su amada en el paraíso. Estoy seguro de que velará desde allí por todos nosotros. Aunque dudo si lo hará por esos clérigos.

El caso es que hubo muchas muertes antes de poder terminar con los enemigos que se habían adentrado en el barrio interior. Pero el grupo seguía junto, y todos vivos. Rabus se nos unió y nos encaminamos al rastrillo que daba acceso al barrio Bajo de Trunau, donde los orcos entrarían de un momento a otro. Por suerte, un grupo de los nuestros consiguió acallar los tambores que sonaban, así que todos juntos nos preparamos para librarnos de los orcos que entraran.

Y fueron muchos. Demasiados. Pero todos murieron, todos fueron cayendo. Conseguimos aguantar… por poco. Peludo, además, encontró el cuerpo inconsciente de Melenaplateada. Decidí intentar salvarlo y, junto al pequeño goblin Ertiznao, lo llevé a la barricada del barrio alto, mientras mis compañeros intentaban llegar a la almenara de la esperanza.

Pero, al volver, un fuego verde, una bola lanzada por algún artefacto creados por esos sucios pielesverdes, me cayó encima. Por suerte, estábamos intentando atravesar una casa, y fue el tejado de esta lo que nos cayó encima. Aturdido y herido, conseguí salir dispuesto a buscar a mis compañeros, encontrando a Ertiznao no mucho mejor que yo, pero con vida.

Nos reunimos en el manantial de la esperanza, encendimos el fuego y entonces nos dimos cuenta de que las piedras en llamas caían de algún artefacto situado en las piedras del trueque. Allí fuimos, allí encontramos la catapulta guardada por unos orcos, y allí la destruimos.

Parecía que el ataque había sido rechazado, cuando un grito nos alertó de algo imposible. ¡Un gigante! ¡En Trunau! Nos enfrentamos a él, pero aunque conseguimos derrotarla, empecé a notar algo raro. Algo que se hizo evidente después. Erastil ya no estaba conmigo. Tengo que rezar, rezarle y conseguir que me perdone la afrenta que le haya podido hacer. No entiendo en qué fallé, pero algo le tuve que hacer… quizá si le hago un sacrificio… no sé.
Entonces descubrimos algo extraño, un agujero en la montaña. El ataque orco… ¿se había hecho solo buscando lo que se alojaba allí dentro? ¿O qué había allí? Entramos y nos encontramos una tumba, una de un poderoso caudillo gigante. ¿Eso buscaban?

Un enorme guardián no muerto la defendía, y por segunda vez mi arco se rompió. Tras tantos enemigos, tras tanto reto, estaba desprotegido ante él. Solo con mi daga. Dagfinnr había sido atravesado por la lanza del ser, y supuse que estaría muerto. Así pues, tomé su espada para enfrentar la amenaza. Y casi me cuesta la vida. Resistí, a duras penas pero resistí de pie. Y, lo más asombroso, tras ser atravesado de parte a parte con una herida con la que cualquiera habría muerto, ¡Dagfinnr se levantó! ¡¡Era impislble!!

Pero ahí no terminaron las sorpresas. Peludo, el gato de Win (y que tras todo este hecho me quedaba claro que no es un gato normal) fue quien derrotó al gigante. Así, aunque parezca mentira, así fue. Ni yo me creo al escribir esto, pero así fue.

Conseguimos salir. Garinya estuvo a punto de morir, pero conseguí sacarla. Dagfinnr, yo mismo… salimos más como cadáveres andantes que como seres vivos. Pero salimos y ahora somos los “héroes de Truanu”. Un grupo heterogéneo, de seres reclutados casi aleatoriamente, a cual más raro.

Y, ¿qué saco de todo esto? Saco que he estado equivocado toda mi vida. Siempre vi a los no humanos como poco más que bestias, seres que lo único bueno que tienen es que luchan contra los orcos. Y ahora… han demostrado con sangre y sudor su compromiso por Trunau. No, no puedo ver del mismo modo ahora a los no humanos. Son distintos, pero su poder y determinación es exactamente el mismo que el de cualquier ciudadano de Trunau humano.

Garinya, Momo, Tronquito, Haluk Molok, Ertiznao, Ekaterina, Dragos Florescu… todos lucharon como el que más para defender Trunau. Sin la ayuda de todos estos no humanos, Piero, Win, Dagfinnr, Piero o yo mismo no habíamos aguantado ni el primer asalto. Qué equivocado he estado toda mi vida…

Ahora se prepara una ceremonia. Una donde se anunciarán una serie de recompensas, aparte del tesoro de la tumba que nos hemos repartido. Entre ellas, seré nombrado Cabo. No lo creo, pero así es… o eso espero, claro. Lo tiene que aprobar el consejo. ¿En serio me ves como Cabo?

En fin, ahora tenemos que partir para ese homenaje, o recompensa, o no sé bien qué harán. Trunau sufrió muchas pérdidas, pero como siempre nos estamos reconstruyendo. Seremos heridos, pero nunca caeremos. Sin embargo, ahora nos queda averiguar por qué fue todo esto. Y una carta parece indicar un héroe enano mítico que podía controlar o eliminar a los gigantes como si nada, haciendo que sus armas se vuelvan contra ellos. Creo que nos van a mandar a investigarlo. ¿Cuándo será? Lo desconozco, pero pronto. Puede que no pueda volver a escribir en un tiempo si es sucede, pero prometo escribir en cuanto pueda.

Sin más, me despido hasta más leer.

Cargando editor
25/11/2019, 09:26
Tronquito.

El ghoran estaba sentado ante una ventana de la posada. La luz entraba a raudales por ella y Tronquito disfrutaba de una tranquila fotosíntesis después de toda la locura de la víspera, refugiada en la oscuridad de la noche. Pero aquella tranquilidad solo era externa. Por dentro vivía un sismo de emociones y sentimientos, algo a lo que apenas era capaz de hacer frente. Las herramientas para gestionar todo aquello aún no habían madurado en él. Quizá incluso las había perdido de haberlas poseído en alguna ocasión. El ghoran sabía que en su ser había toda una fractura, una frontera entre su presente y su pasado, lo que fue y lo que ahora era.

La mirada de Tronquito se clavó en un edificio próximo. Tan solo una de las paredes permanecía en pie y de entre sus escombros aún brotaba un fino hilo de humo azulado. Pronto volverían a levantarlo y sería nuevamente un edificio funcional en cuyo interior viviría feliz una nueva familia. Pero no sería la misma casa, destruida su historia y su pasado. Era como él se sentía. Como un vieja construcción derruida y vuelta a levantar. 

Miró sus manos. Intensamente verdes en su intento de captar el máximo provecho de la luz solar. Le recordó al páramo insolado en el que nació, aquel en el que prendió su semilla tras germinar a duras penas. Ahora pagaba las precarias circunstancias de su nacimiento. No era algo que le hubiera importado en su momento. Tampoco era algo que ahora le fuera a quitar el sueño, pero sí le obligaba a tomar decisiones. 

Sus compañeros eran fuertes y poderosos. Desde Monique a Peludo pasando por todos los demás. Bueno, quizá la excepción la supusiera Ertiznao que, como él, había demostrado no valer para la batalla. Unos y otros habían abatido a todo tipo de enemigos, a cada cual más poderoso. Y además, habían cuidado de él cuando se sumió en su extraña crisis de la que apenas recordaba nada. Suspiró, en lo que no era sino una imitación de los humanos, frustrado. Sí, sabía de muchas cosas pero realmente todo era superficial. ¿Qué ayuda podía proporcionar? ¿Qué diferencia habría entre su presencia o su ausencia? Mucho se temía que ninguna.

¿Qué debía hacer? ¿Abandonarles y tomar un nuevo camino, alejado de ellos? ¿O tratar de cambiar, de mejorar y de aportarles más? Una vieja máxima rondaba su cabeza, recuerdo de alguna vida pasada. Si no aportas, te apartas. Sí, quizá lo mejor para todos sería apartarse. 

Alzó el rostro, dejando que el sol le inundara. Sintió su caricia, su calor, su fuerza. Y todo ello le llevó a pensar en Monique. Su pequeña amiga. El dolor la inundaba y no había dique que pudiera contener su malestar. Y aun cuando no la conocía demasiado, reconocía los síntomas de su mal. Era algo que no se había perdido en su renacimiento. Y temía por ella, por su vida, por su equilibrio, por su mente. Era propensa a apoyarse en lo que sus redomas le ofrecían, muletas a lo que consideraba limitaciones naturales, que la hacían trascender sus límites naturales, haciéndole sentirse orgullosa de sí misma y, como había podido observar, pasados los efectos de sus químicos, tendente a hundirse en un pozo oscuro y todo ello por su escasa autoestima. 

Las hojas y pétalos que adornaban el cuerpo de Tronquito empezaron a vibrar, casi con violencia, ante la epifanía que vivía en aquel preciso momento. Monique era su misión. No solo la consideraba su amiga, su hermana, su compañera de armas. Era algo más, algo imposible de definir pero que lo sentía hasta en la última gota de savia que recorría su cuerpo. Sí, no era bueno en la batalla. Sí, su magia era pobre. Sí, podía hacer y haría más. Y desde lo más profundo de su ser llegó la convicción. No se marcharía. Se superaría. No despreciaría lo poco o mucho que pudiera hacer sino que lo valoraría positivamente. Aprendería más magia, a luchar, a ayudar y estudiaría. Mucho. Y seguiría en aquel grupo de aventureros, aquel extraño, variopinto y ecléctico cúmulo de individualidades que había vencido al enemigo, salvando a Trunau y que tenía ante él todo un destino a descubrir. Y él se quedaría para, además, cuidar de ella. De la pequeña gnomo que había conquistado su espíritu. De Monique. 

Cargando editor
26/11/2019, 21:47
Dagfinnr el Vikingo.

Después del reparto del botín en el salón de la Casa Enredada, Dagfinnr regresó a su pequeño cuarto. Necesitaba descansar, cierto. Pero era un vikingo, y su cuerpo estaba hecho de otra pasta. Podía haberse quedado para disfrutar de la compañía de los demás, y de los lugareños que iban a llegar después. Seguro que le iban a invitar a jarras de cerveza e hidromiel. No en vano, era uno de los héroes de Trunau, aunque toda celebración iba a tener un sabor agridulce pues muchos habían perecido. Subió a su cuarto porque necesitaba estar solo, y recordar lo sucedido. Recordar a los muertos a su manera. Así era la guerra. Era el reino del dios Gorum, al que habían honrado durante una jornada interminable. Fuego y sangre. Muerte y destrucción. Los orcos habían lanzado su ataque durante el funeral de Rodrik Grath, y el variopinto grupo de héroes tuvo que hacerles frente.

Dagfinnr había luchado sin respiro con todos ellos, sin dar un paso hacia atrás, a menudo en primera línea. Recordaba cómo Win se había convertido en un gigante para abatir decenas de orcos, y la ferocidad de Haluk, la puntería de Willbur Cole con el arco, las garras de Ekaterina, las bombas de Momo, las curaciones de Tronquito... Lo recordaba todo mientras recogía despacio sus cosas en el cuarto. Quería ordenarlo todo por un motivo que él mismo no lograba comprender, aunque iba a tardar ya que la herida en el costado le dificultaba ciertos movimientos. De vez en cuando se paraba a repasar en su mente los aciertos y los errores de los combates. No todo había salido bien, ni mucho menos. El propio Dagfinnr había resultado muy fácil de abatir y poco eficaz contra ciertos enemigos. Había mucho que mejorar, sin duda. De todo lo vivido, se quedaba con la valentía de todos, incluyendo aquéllos que no habían nacido para la guerra pero que no huyeron cuando más se les necesitaba. En presencia de Gorum, en el caos de la batalla, cada uno sacó lo mejor de sí.

Terminó de colocar bien las sábanas de la cama y sonrió. La herida aún le dolía, pero de todas las victorias logradas en la guerra de Trunau, la de haber terminado de limpiar por fin su cuarto le parecía de las más satisfactorias. Sabía que en algún lugar, su madre estaba muy orgullosa de él.

Fuera de tu hogar no te alejes ni una pulgada de tus armas.

La recordaba a menudo. Y echaba en falta sus sabios consejos. Encima de la mesa descansaban ahora dos armas muy diferentes. La espada de Iomedae, la diosa del valor recto, de la justicia y el honor. Y el martillo de Uskroth. La espada le había servido en esta maratoniana jornada. El valor y el honor formaban parte del alma de un guerrero, pero ahora le tocaba dar un paso más.

El martillo portado por el legendario gigante en la Batalla de Colina Marcasangrienta había sido recuperado, y Dagfinnr le iba a dar buen uso con la ayuda de Gorum. Sopesó el arma en su mano, y la guardó con cuidado en el cinto.

Miró por la ventana del cuarto. La noche estaba ya avanzada pero se veía movimiento por las calles. Sus ojos buscaron las almenaras que habían sido vitales para la defensa de Trunau. Cuando habían logrado encenderlas, habían pensado que todo había terminado. No obstante, los orcos siguieron llegando y tuvieron que eliminar la catapulta también. Y después descender hasta la tumba de Uskroth.

En medio de aquel maravilloso caos, Dagfinnr salvó la vida del tabernero Rabus. Una gesta que de forma indirecta hizo que aquel martillo hubiese llegado del tesoro de la cueva hasta descansar ahora en su mano. Desde pequeño, Dagfinnr había creído que su destino estaba marcado. La leyenda de Alvar era el faro que le guiaba, las canciones y las leyendas le marcaban la senda a seguir. No había otro camino para él. Cuando fue expulsado de su hogar, había dudado por un breve tiempo. Había duda de su padre, de su madre, de sí mismo… Ahora esas dudas se habían disipado. El camino a Valenhall lo tenía delante de nuevo, y paso a paso, golpe a golpe, pelea a pelea, iba a recorrerlo. Y al final de ese camino se hallaba la verdad. La única verdad que le importaba.

Dagfinnr echó un último vistazo a la habitación. Luego cerró la puerta y bajó las escaleras. Saludó a los presentes al pasar y salió fuera a respirar el aire nocturno. Recordaba la batalla contra el gigante. ¡Un gigante! Habían luchado con valor, pero en aquella ocasión, como en otras muchas, el vikingo se dio cuenta del largo camino que aún quedaba entre su presente actual y el lugar hacia el cuál se dirigía. El guerrero que le aguardaba en el futuro aún no estaba, y Trunau lo necesitaba con urgencia. Sus compañeros lo necesitaban. Dagfinnir lo necesitaba.

Cargando editor
27/11/2019, 19:10
Ekaterina: Forma Salvaje.

Con esa sensación de plenitud que se siente después de llenar merecidamente el estómago, Ekaterina se recostó sobre la silla. Sobre la mesa quedaba una vajilla manchada que de momento no se levantaría a recoger y unas cuantas miguitas como únicas supervivientes de las galletas que le había puesto Cham. Satisfecha se chupó el dedo y alargó la mano para no desperdiciar ni una sola de ellas.

Frente a ella sus compañeros discutían sobre no sabía qué del dinero o el botín. Por la vehemencia con la que algunos lo hacían se podría decir que era un tema importante, pero aunque así lo fuera, a ella le daba igual. No le importaba y no se metería. Que arreglaran lo que tuvieran que arreglar y cuando todo estuviera en su lugar, se acercaría a coger lo que le correspondiera.

Con una creciente sensación de tranquilidad cerró los ojos y el sonido de las conversaciones se fue amortiguando. Por primera vez en muchísimo tiempo se sentía en paz, una paz que se había ganado con no pocos esfuerzos el día anterior. Y por una vez mientras se dormía, no asaltada por ninguna pesadilla.

A su mente, desdibujados, acudieron los lienzos de las recientes batallas. El dolor y el sufrimiento estaban presenten pues incluso a través del delgado velo de la inconsciencia acudían a ella desgarrándolo con sus aceradas garras. No obstante, a pesar de ello, el sabor de la victoria y el éxito en algunos momentos los ahogaba.

Habían ganado. Les había costado sangre, sudor y lágrimas, pero lo habían logrado, y ella había sido una parte muy importante de ese éxito. Eso la llenaba, la hacía sentirse realizada más de lo que nunca nada lo había hecho. Esa sensación le gustaba, tanto que cuando respiró  profundamente le pareció sentir que ronroneaba.

Algo, el recuerdo de un fracaso, le provocó una incomodidad indeseada e, inquieta, se revolvió buscando de nuevo esa paz que sentía que se le escapaba de las zarpas.

Fue ella la que la buscó, algo a lo que no estaba acostumbrada. Durante toda su vida había evitado el conflicto, había huido en lugar de enfrentarse cara a cara a sus problemas. De nada servía pasarse la vida escondida. De nada servía pasarse la vida huyendo, que es precisamente lo que ella había hecho hasta entonces. Pero eso había cambiado el día anterior.

Ahora estaba preparada para luchar por lo que creía y por lo que defendía. Estaba preparada para luchar por ella y por su libertad a elegir un futuro sin que nadie se lo impusiera. Nadie le diría lo que hacer, nadie podría obligarla a ser lo que no quería ni transformarse en algo que nunca había estado destinada a ser.

La antigua camarera se estiró y sintió con inesperado placer como se le erizara el lomo. Abrió la boca en un amplio bostezo en el que quedaron a la vista sus colmillos. Tras aquello percibió el agradable olor a leche que escapaba de la lejana cocina y se relamió sintiendo sobre sus labios el tacto de su áspera y rosada lengua.

Entonces, perezosa, abrió los ojos.

Ella era Ekaterina Illhart y era quien deseaba ser.