Partida Rol por web

El interior de la lanzadera tiene espacio para una veintena de personas. En un lado se alberga una pequeña sala de animación suspendida o bodega que recuerda a la nevera frigorífica de un camión de carne, y una sala de pasajeros con unos diez asientos. En el apoyabrazos hay un pequeña placa de control que activa un arnés de seguridad que sale del respaldo. El asiento en cabeza tiene a su vez una placa más que parece hacer de control de la nave, aunque parece tener un destino prefijado, pues está inactiva. Todo el perímetro de la zona de pasajeros está rodeado por un ventanal. En lo que se podría considerar la "cola" de la lanzadera hay dos esferas huecas, girando una dentro de la otra. En su interior se genera un haz de energía que creéis que se encarga de dar propulsión y estabilidad. En una zona trasera hay diversos trajes presurizados como el que porta Alex.

La sensación de indefensión aparece en todos vosotros al sentiros a merced del universo. El vacío y negro universo que os mira como insignificantes despistados, desconocedores de los secretos que entraña. Delante, el negro planeta con "venas" rojizas que divisasteis antes. Ése parece ser vuestro destino, al que os dirigís a toda velocidad.

Tras entrar precipitadamente en la lanzadera hubo un largo rato de silencio. Se dirigían en lo que Ted no podía denominar sino un platillo volante, guiado por Dios sabe qué fuerza, hacia un planeta desconocido; y, sin embargo, parecía una especie de momento de descanso y sosiego. Ted acariciaba suavemente la cabeza de Stacy, que aún sollozaba. Daba gracias a Dios por que sus hijos y su esposa estuvieran sanos y salvos, pero no podía apartar la mirada de la siniestra y torturada tierra que tenía delante.

Se pasó la mano libre por la frente y el pelo entalmente, varias veces. En realidad, no podía ni siquiera imaginar que fuese posible ocultar a su familia la lacerante verdad que todos tenían ante sus ojos: que la situación no era nada halagüeña. No sabían dónde iban ni por qué, ni qué encontrarían allí. Sintió una aguda punzada de nostalgia. De su confortable puesto en la jaula de zoo (ahora lo veía claro) que había sido su vida.

-Joanna, ¿puedes echarle un vistazo a mi espalda? Me duele mucho.

Intentó quitarse la parte de arriba del pijama, y casi se rió imaginando el absurdo aspecto que debían tener; los más absurdos viajeros espaciales que cabía imaginar.

Entre a esa cavidad poco antes de que mi hijo lo hiciera y solo me sentí segura cuando toda puerta estuviera cerrada y aquella cosa se pusiera en marcha hacia lo desconocido. Solo entonces pude destensar los hombros y reparar en la gravedad de la situación. ¿A donde nos dirigíamos? ¿Era realmente la tierra del futuro? ¿Y que abría sido del citado constructor, seguía en la nave que estabamos abandonando? pero antes debía cerciorarme de que mi familia, mis niñas estaban bien. Primero repare en la mas fuerte de mis hijas y me acerque a ella para preguntarle por su estado.

-Cariño has sido muy valiente, estoy muy orgullosa de ti, pero no hagas mas locuras como esas. -Sabia que mis palabras podrían sonar contradictorias, pues gracias a su rápido actuar seguramente estábamos vivos, pero no podía evitar preocuparme por ella.

Al igual que lo hice con mi querida Stacy a quien abrace cuando su padre la hubiera soltado, tan fuerte que seguramente le estaba haciendo daño. -Stacy cielo, ya esta bien, todos estamos bien. Deja de llorar. -Intente consolarla, poco antes de buscar en la bolsa, aquellos pañuelos y el agua para usarlas en sus heridas olvidándome de las mías propias. -¿Te duelen esas heridas? Déjame echarle un vistazo. -Sin tiempo a que ella reaccionara, la examine para limpiar y tapar cualquier herida que tuviera y solo cuando escuche las palabras de Ted, pude girarme para mirarlo sin miedo y asentir.

Sin decir una sola palabra me levante para acercarme a él y darle un sincero beso en sus labios secos, algo que llevaba anhelando desde la primera vez que pisamos aquel estéril lugar. -Gracias cariño por protegerlas, por seguir conmigo. -Me sincere con una sonrisa. -Ahora vamos a ver esa herida, espero que no sea tan grave como... -Agarre su mano con fuerza por un segundo. -Creo que tengo algo que decirte, pero no delante de los niños. -Lo mire con miedo a perderlo.

Ted notó las manos de su mujer sobre su espalda. Más que sus cuidados médicos, le aliviaron sus atenciones. Pero además estaba a la expectativa y no dejaba de observarla, o más bien a su reflejo en uno de los cristales laterales de la lanzadera. Le había besado y apretado la mano con fuerza. A aquellas alturas, aunque no le hubiera dicho nada, ambos podían leer la preocupación o cualquier otro sentimiento en los ojos del otro; los positivos y los negativos. Esperaría pacientemente un momento en que estuvieran a solas, o razonablemente tranquilos, pero sabía que si se tratara de algo urgente Joanna se lo diría enseguida.

Por liberar tensión o por dar tareas que ocupasen las cabezas de la familia, se dirigió a Alex.

-Oye, Alex, tu hermana Doth... ¿Crees que está bien? ¿Deberíamos sacarla de ahí? ¿Qué opinas? ¿Y tú, Stacy?
 

Stacy observa a su hermana enfundada en aquel amasijo de metal. No sabía qué sentir, pues aunque veía el cuerpo de Dorothy dentro, inerte, aquella máquina de matar le inquietaba.

Pasándose una mano por sus ojos llorosos, dijo: - Doth... ¿Estás bien?

El robot hizo un movimiento suave, incluso para algo tán grande y tosco. Se escuchó una suerte de ruido blanco, similar al de cuando pulsas "play" en el walkman pero la música todavía no ha empezado a sonar.

- Creo que sí... - Sonó el robot. - Bueno... - La voz metálica estaba impregnada de un tono dubitativo, temeroso. - La verdad es que... No sé cómo salir de aquí. - El robot, o Dorothy, hizo una pausa. - Esta máquina reconoció muy fácil mis pensamientos, ondas cerebrales o lo que sea, pero ahora siento que no reconoce mi cuerpo físico. Creo que quien la usaba es mentalmente parecido a nosotros, pero físicamente diferente. Mamá... Estoy atrapada aquí. - Esta última frase la dijo con un tono de llanto e impotencia.

Un desgarrador sonido metálico interrumpe el momento, seguido de un fuerte bandazo. Alex, que hasta ahora ha permanecido en silencio, corre a una de las ventanas para observar qué ocurre fuera. A pesar del traje que lleva puesto, notáis como su cuerpo se tensa y adopta una pose de miedo.

- ¡Joder! ¡Otro bicho de esos! - Grita.

Es imposible no dirigir todas las miradas hacia donde señala su tembloroso dedo y observar aterrados qué es lo que ocurre: uno de los monstruos jóvenes ha conseguido aferrarse al casco de la lanzadera y está destruyendo las esferas de propulsión.

La lanzadera sigue dando bandazos y la distancia con el planeta de destino se está reduciendo. De seguir así, la lanzadera entrará en barrena y todos quedaréis desintegrados. Alex se mira los pies y levanta unos centímetros una pierna durante un par de segundos, y luego hace lo mismo con la otra.

- El traje está anclado magnéticamente al suelo. Papá... Creo que voy a salir y ocuparme de él. - Alex mira al animal y mira al planeta. - Andaré por el exterior de la nave. Me da tiempo. ¿De acuerdo?

Las palabras de Dorothy lo hacen alarmarse, pero los golpes de la bestia y sobre todo la propuesta de Alex lo deja paralizado. En un principio no sabe qué hacer. La verdad es que es una buena idea. Peligrosísima, pero no se le ocurre nada mejor, a pesar de esforzarse al máximo. Se siente débil, inútil, viejo; mientras que su hijo...

-De acuerdo, Alex -asiente, débilmente, desviando la mirada para ocultar el miedo. Tampoco quiere mirar a Joanna. -Pero ten mucho cuidado, por favor. Te lo ruego.

Alex revuelve la melena a Stacy con su mano con la intención de disipar su preocupación por él, y posa unos segundos su mano en la fría superficie metálica donde Dorothy está confinada.

- Volveré lo más pronto posible. - Dice.

La lanzadera consta de una cámara intermedia que sirve para la entrada y salida de la misma en el espacio exterior, así que el joven Krammer se introduce en ella y fija magnéticamente sus pies allí. Una compuerta diafragmada se abre y la ausencia de atmósfera impide apreciar la descomunal velocidad con la que se acercan al planeta, dando la impresión de moverse suavemente en una noria en los confines del mundo. Alex camina despacio. Un poco torpemente al principio, pero decidido. Desde las ventanillas del interior, ya una vez cerrada la compuerta, seguís con el alma encogida el acercamiento de Alex a la criatura, que tiene sus cuatro garras clavadas en el casco y no parece haberse percatado de cómo el primogénito de la familia se acerca por su espalda. Cuando la distancia que los separa es de unos tres metros, un nuevo bandazo casi hace salir despedido al espacio infinito al joven héroe, que por unos segundos sólo ha tenido contacto con una de sus botas aunque al final vuelve a fijarse a la superficie con ambas. Agazapado, consigue colocarse a un metro escaso de la criatura. Pronto, la nave entrará en la atmósfera planetaria y la fricción y temperaturas serán extremas. Si la lanzadera sigue perdiendo estabilidad, la entrada será catastrófica. Es ahora o nunca...

Con un movimiento característico de lucha, sus brazos se cierran como una prensa hidráulica sobre la criatura, que abre sus fauces sorprendida, mientras Alex se dobla sobre sí mismo para arrancar al monstruo del casco. Tras unos interminables segundos de forcejeo, lo consigue separar, pero el espolón de la cola se sacude y se clava en la espalda del joven luchador de la New York University, perforando el traje. El dolor se manifiesta en su rostro, y sus brazos sueltan al animal, que sale despedido hacia la negrura del cosmos arrancando su espolón de la espalda de Alex junto con un chorro de sangre. El joven, a pesar del dolor, se agarra al boquete que había abierto el monstruo con tal de no perder el agarre e intenta sobreponerse a escozor y al frío que entra por el desgarro de su traje. Horrorizados, veis su rostro. En el reflejo de su casco se ve el planeta, destino de la lanzadera, junto con chispas fugaces que indican la entrada en la atmósfera. El introvertido chico que se ofreció a salvar a su familia es ahora consciente de que no tiene ninguna oportunidad. Sin desviar la mirada, su cara va derritiéndose con la creciente temperatura que va adoptando el exterior en la entrada. Una brillante lágrima aparece en sus ojos, que se mantienen fijos en sus hermanas, un segundo antes de evaporarse, y sus labios dibujan unas últimas palabras que sois incapaces de descifrar. Os viene a la mente la imagen de un domingo cualquiera, con Alex escuchando música en su habitación bajo el póster de The Cure y su Boys Don't Cry, pensando que aunque los chicos no lloren, sí lo hacen los héroes.

Unos segundos después, el cadáver de Alex se desprende y termina de desintegrarse en la atmósfera.

En el interior de la lanzadera, un sonido grave cobra intensidad mientras los sitemas de la nave procuran corregir la falta de control. De las paredes comienza a brotar por todos lados una espuma que se solidifica hasta alcanzar la consistencia de una resina cuyo objetivo es amortiguar el golpe que se producirá en pocos segundos.

No puede ser. No puede ser. Y sin embargo, está ocurriendo ante sus propios ojos, con toda la crueldad de que sólo es capaz la vida. Horrorizado, Ted ve morir a su propio hijo. Intenta evitar la terrible visión a sus hijas, enterrando sus cabezas en su pecho. Pero él mira, no puede dejar de mirar. Grita, golpea el cristal que los separa. Intenta insuflarle vida, su propia vida, a través de sus miradas, que se cruzan un último instante...

Cuando el cuerpo interte de Alex se desprende de la nave, Ted ya no ve nada más. Se queda allí plantado, mirando a ningún sitio, ignorando los ruidos y lo que ocurre a su alrededor. Sólo piensa en su hijo. Alex, Alex, Alex...

¿Por qué le permitió salir? ¿Por qué?

Mientras intentaba hacer que el dolor de mi marido fuera lo mas pasajero posible, las palabras de mi hija se clavaron en mi nuca con miedo y angustia, apretando el hombro de Ted sin querer. Pero si ellas me veían así, entonces todo seria peor para la fraccionada familia Krammer por lo que respire hondo y me gire para verla e intentar transmitir tranquilidad. -Tranquila mi niña, seguro que puedes salir de allí. Por lo que dices, ese robot debe funcionar como los paneles negros, tal vez tengas que ordenarle que abra la puerta por donde entraste o que te deje salir o transmitir el pensamiento de querer desconectarte del robot. No creo que estés atrapada, tranquilízate, respira hondo. -Dije algo de lo que me arrepentí al momento. -E intenta transmitir tu necesidad de salir de ese aparato.

Pero como los problemas nunca llegan solos y en aquel día que no parecían terminar nunca, un nuevo problema llego desde el exterior. Pero la solución ya la había dado mi hijo y por temerario que me pareciera Ted estaba de acuerdo. Fruncí el ceño al escucharlo pero lo ultimo que necesitábamos era una discusión y mas en un momento donde era todo o nada. -Ten muchísimo cuidado. -Es lo único que acerté a decir mirándolo a la cara, percatándome entonces de que aun llevaba el traje puesto y que en la misma nave, había otros trajes iguales. -¡Ted, Stacy! Hable con rapidez. -Tenemos que ponernos esos trajes, creo que estaremos mas seguros con ellos puestos. -No tenia claro si nos daría tiempo a ello. Aquel bicho golpeando la nave desde fuera y el rojo planeta estaba cada vez mas cerca.

Intente vestir a Stacy con uno de los trajes, pero escuchar los golpes desesperados de Ted me llamaron la atención lo suficiente para preocuparme y girarme a mirar. Ojala nunca lo hubiera hecho. Alex se extinguía, literalmente delante de mi. Mi hijo, alguien con quien nunca pude ser una madre de verdad a quien me costaba simplemente mirarlo, ahora se alejaba de mi lado para siempre sin que ya nada pudiera hacer. Quede impotente, de rodillas en el suelo y las lagrimas corriendo por mi cara, mientras la nave entraba en barrena. Ante mi volvió mi pasado: Su nacimiento, como crecía, como lo alejaba de mi sin darme cuenta, al bastardo de Roy, a Ted sonriendo con él en brazos y ahora me lo arrebataban, acababa de perder algo que nunca supe apreciarlo y ahora estaba derrotada, dándome cuenta que él no tenia culpa alguna. Si al menos hubiera discutido por ello, si hubiera luchado porque no saliera a una muerte segura...

Una madre nunca debe sobrevivir a sus hijos...

Stacy grita de terror ante la pérdida de su hermano. Dorothy, incrustada en aquel amasijo metálico, no emite sonido alguno. Permanece inmóvil. Todo comienza a suceder a cámara lenta. Gritos, nerviosismo y desesperación mientras en el exterior, la entrada en la atmósfera del planeta inunda de luz blanca radiante el exterior y crea unas sombras que se proyectan en el interior de la lanzadera, como una instantánea del fin de todo antes de volverse todo oscuro...

Abrís los ojos os sentís envueltos en una sustancia viscosa. Estáis fuera de la lanzadera, que está con serios daños en el centro de un pequeño cráter. La compuerta de acceso se ha abierto y la sustancia viscosa que ha servido para absorver el impacto ha chorreado fuera, arrastrándoos a todos.

El lugar en abrumador y extraño. Ríos de lava fluyen por la superficie, que es lo que daba la sensación de sistema circulatorio desde el espacio. El resto del terreno parece muerto y estéril. El cielo brilla con un fulgor carmesí, por la refractación de los rayos de luz de alguna estrella con los gases de la atmósfera. A lo lejos, quizá una veintena de kilómetros, una torre negra se levanta hasta el cielo como una aguja gigante. Os recuerda a las construcciones que hacen los niños en la arena de la playa dejando resbalar la arena húmeda entre los dedos.

Stacy llora en el suelo, sangrando. Un dedo de su mano izquierda está en una posicíon que indica rotura y está muy magullada, sangrando por diferentes partes de su cuerpo. Se levanta como puede. Dorothy, con su colosal cuerpo de metal, recoge a su padre, Ted, que está consciente pero incapaz de caminar.