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Tierras de Bonfortal, en algún lugar al sur de la ciudad de Burgos. Año del Señor de 1387.

Andábanse tus pasos y tu vida en el monasterio de Santa María de la Vid, bajo la regla agustina, al sur de las tierras de Bonfortal, es decir, mucho más al sur de Burgos aún. Y que tu amistad con don Lázaro de Valviesa, noble castellano señor de Bonfortal y sus aldeas, la habías considerado siempre como una dicha. Aquel buen señor era devoto de sus siervos, aldeanos y criados, y no se le conoció nunca temor en su corazón (pues decía que el Altísimo le protegía) ni una voz más alta que otra (que no era él de corazón huraño ni ávaro por de más...). Y que años ya érais amigos hasta el día presente. El único punto impropio de aquella pulcra persona era un medio hermano suyo, un tal Braulio, que decíase comerciante en Burgos (y de los mejores); ese Braulio, por contra, era todo lo contrario a él: no había día que no renegara y hasta azotara a la suya servidumbre y a quienes le seguían (imagínense los suyos enemigos).

El caso que ahora nos atañe era que tú estabas en Bonfortal, en el castillo en el que don Lázaro vivía con su esposa Bárbara, su hija Amalia y la servidumbre. También contaba con la aprobación de los aldeanos de Mancarte, la principal aldea (la única, puesto que el resto de viviendas de su señorío eran como majadas o grandes posadas), ya que éstos iban a cocer el pan a los hornos del señor y pagaban religiosamente sus pechos y otros impuestos.

Y tu estancia en aquellas tierras dábase por seguro dada la boda de la joven Amalia, de veinte años, con un noble de Aranda de Duero, un tal Hilario, que decíase tenía sangre aragonesa o catalana, y que había hecho su familia fortuna en varias ciudades castellanas. Estábais todos reunidos en el castillo, en el salón principal, y de un momento a otro llegaría el prometido (dormiría esa misma noche en la fortaleza y al día siguiente se oficiaría el casamiento en la capilla del lugar).

Criados, sirvientes, mozos de cuadra y hasta el más pequeño esportillero estaban expectantes por tal acontecimiento. Don Lázaro había celebrado todos los días de aquella semana (ahora era Sábado) mercado local, e iba a invitar a todos los miembros de la aldea a degustar algunos platos en la plaza de armas de su castillo.

Ahora eran las seis de la tarde, aproximadamente, y comenzaba a anochecer.

Qué bien que estéis aquí, don frey Rodrigo. En buena y alta estima os considero, y toda mi familia y mis criados. Mañana comeréis y beberéis gustosamente, como es ley, en la nupcia de mi hija -decía orgulloso el noble burgalés-.

Le pongo la mano en el hombro a don Lázaro en señal de camaredía-demasiado bien-digo riendo-como siga así no voy a caber dentro de la armadura-Digo en tono de chanza, pero con cariño-Vuestra hija es muy afortunada, y vos debéis ser un padre orgulloso y feliz. Mañana será un gran día, comeremos y beberemos a la salud de vuestra hija.....y al día siguiente tocará hacer ayuna, ja,ja,ja. Digo divertido, pero en serio pues los excesos de un día deben ser tratados al siguiente con oraciones, ayuno y devoción.

Y que estando en el salón del castillo, don Lázaro mandó a toda la plantilla de criados revisar las habitaciones de Hilario, el novio, para cuando viniese. También la tuya y además que revisaran los preparativos de las nupcias. Al rato volvió a ordenarlo. Y luego una vez más.

El alcaide del castillo, Jimeno de Ollena, la máxima autoridad que guarecía su castillo y militar de experiencia, se acercó a don Lázaro para indicarle que no habría más de ordenar tal cosa, que estuviera tranquilo.

Y es que habían pasado cuatro horas, y ya era completamente de noche, y don Hilario no había vuelto. Se esperaba, sabían todos, que por la tarde llegara el susodicho de Aranda, que Aranda, que distaba a pocas leguas de Bonforte...

¿Y si le ha pasado algo? -preguntaba don Lázaro-. Los caminos, la noche, los bandidos que ahora se dicen en mis tierras. Malditos ellos y malditas sus familias -y aquel insulto sorprendió a todos, pues él era una persona sensata y paciente-. Lo único que quería era que en la boda de su hija todo saliera bien.

Tranquilo don Lázaro, no creo que le haya pasado nada. Pero si os quedáis más tranquilo dejadme un puñado de hombres e iré a inspeccionar que ha pasado o donde se encuentra vuestro futuro yerno. Puede que se haya retrasado por algún motivo que no alcanzamos a averiguar.-Digo intentando calmar a mi buen amigo don Lázaro. Pero haciendo mías sus preocupaciones.

Don Lázaro te miró ante tu ofrecimiento, después miró al alcaide Jimeno y éste le asintió, quedándose más tranquilo.

Sí, iréis vos y otros diez soldados más. Batid desde Mancarte Hasta el puente del Ahogado, y también llegad hasta la torre del risco, a ver si es que se ha extraviado -no quiso añadirle don Lázaro más tono dramático, sino más bien intentaba quitarle hierro al asunto, pues delante de sí, en aquel salón, andábase la suya familia y la futura esposa (su hija)-.

Entonces el alcaide propuso ir en grupos de a dos para batir todo cuanto antes, y don Lázaro asintió, voceando a la servidumbre y los mozos de cuadra que prepararan los caballos del establo de inmediato.

Así haremos.-saludé con la cabeza y me puse a ayudar a preparar mi caballo. Un rocín flaco y viejo que llevaba conmigo desde que era pequeño. Me toqué en el costado para cerciorarme de que llevaba la espada y pedí a un criado mi escudo y capacete así como el zurrón que llevaba todas mis pertenencias.

Una vez listo me dirigí a mi compañero y cuando estuvo listo para partir le dije al alcaide-Nosotros empezaremos por la aldea de Mancarte a preguntar a los aldeanos, caso de que supieran algo. De no ser así iríamos al puente del Ahogado por si alguien los hubiera visto pasar.Acabaremos registrando las ruinas y si no encontramos ninguna pista pasaremos la noche en la ermita de la Virgen de la Fuente. ¡Id con Dios!-Trazada nuestra ruta mi compañero y yo nos pusimos en camino.

-Si tenéis alguna idea mejor decírla, si no partamos y que Dios nos guarde.-DIje a mi compañero antes de partir.

Sea -dijo el soldado Lancho, al que también le estaban preparando la montura-.

Fue entonces cuando el alcaide del castillo, Jimeno de Ollena, ordenó levantar el portón del castillo para que salieran algunos de los efectivos de don Lázaro (tú incluido). Todos salieron en las bestias después de ser preparadas minutos atrás. Unos partían a la ermita, otros al puente, en tu caso a la aldea, y siempre en parejas, para batir más terreno. Cuando salísteis de la fortaleza, el portón volvió a cerrarse. Allá arriba, en el cielo, la luna estaba oscurecia y no se veía. En las noches de San Juan, como ésta, muchos creían que no ver la luna era un presagio extraño y demoledor.

Cinco minutos después (tal vez menos), os adentrásteis en Mancarte. El joven Lancho era más joven que tú, y al menos conocía las tierras de su buen señor. El lugar se trataba de un conjunto de casuchas que llegaba a la treintenta, de barro, adobe y las más pudientes de piedra. Adosado a un lateral de la explanada, la iglesia, construida décadas atrás, más bien pobre y sin ningún adorno por fuera. Eso sí, ni un alma se veía allí, pues en noche ya cerrada y entrada, todos los aldeanos debían estar durmiendo.

No había un alma en las calles, de modo que pusimos rumbo a la iglesia. Allí desmontamos y picamos a la puerta esperando que el párroco nos atendiera y aunque no hubiera mucho tiempo, ponernos en paz con DIos....o pedirle al párroco que rezase por nuestra empresa. Toda ayuda era bienvenida y pese a que podía ser hombre poco discreto, bien valía contar con su ayuda.

Don Rodrigo, ¿qué buen párraco estaría aquí en aquestas horas? -te preguntó Lancho cuando hubiste de bajar y aporrear el santo portón-. Que Juan viene cada Domingo para oficiar el día de Dios, pero no más. Tal vez aquestas gentes de aquí hayan visto algo esta tarde. ¿Se habrán cruzado con don Hilario?

Ciertamente, la iglesia estaba cerrada a cal y a canto, y no se veían luces ningunas en su interior.

Miré a Lancho y asentí. Pensé que el párroco vivía en la iglesia pero no era el caso. De modo que llamé en la posada(de haberla) si no en la casa más cercana a la iglesia.

Alli no había posada alguna, tan sólo el puñado de casas y la pequeña iglesia. Por ello, decidiste avanzar hasta una de las viviendas y portear fuerte.

Entonces algunas luces se iluminaron en el interior de la vivienda, y en otras en derredor. Eran velas que los vecinos encendían al son de los portazos.

Un tipo abrió con cuidado la puerta, y vísteis alguna cabezas mirando a través de las ventanas de la casas vecinas.

¿Quién anda ahí? -preguntó un campesino abriendo una rendija-.

-Mi nombre poco importa. Nos manda Don Lázaro de Valviesa, señor de estas tierras. Esta tarde debía llegar una comitiva al castillo y no ha llegado. ¿Habéis visto algo? Si supiérais algo del paradero de esas personas se os recompensaría.-Espero a que el aldeano responda.

El aldeano estaba atemorizado, sobre todo al no escuchar tu nombre. Claro que, luego miró a tu compañero y vió las prendas y armaduras de los soldados de su y tu señor.

Nada sé, señor, de ninguna comitiva -respondió asustado-.

huh-digo torciendo el gesto, no se si es cierto que no sabe nada o que encubre a los bandidos. Pero no debo pensar mal de estas gentes que bastante es que las despierte en mitad de la noche.-¿Sabéis de alguien que pueda haber oido o visto algo. Toda colaboración será bienvenida y Don Lázaro tendrá muy en cuenta las ayudas recibidas.-Espero respuesta, quizás haya rumores entre la gente y alla dado con el más despistado. Pero si puede darme un nombre, una casa bienvenidos sean.

Qué más quisiera yo, señor, que ayudar a don Lázaro, que sólo nos atiende como buen hombre que es -decía el campesino, sin añadir nada más de lo que le solicitabas-. Supongo que sabrá que algunos bandidos asolan estas tierras. Hace unos días asaltaron y mataron a dos campesinos, Oratxe y su mujer, que regresaban de sus labores del campo. Don Lázaro saben que estan escondidos en algún sitio en sus dominios. Pero no se sabe nada, mi señor.

El tipo se quedó expectante.

Miro al aldeano intentando escudriñar si lo que dice es cierto o falso, pero nunca he sido bueno juzgando a la gente. Por lo general tiendo a fiarme de ellos. -¿Sabéis dónde fueron atacados esos campesinos? Quizás estaban cerca de la guarida de esos bandidos y por eso les dieron muerte. O quizás podríais decirme dónde vive algún familiar de Oratxe y su mujer....quizás ellos sepan algo-O tengan la lengua suelta deseosos de que se haga venganza por la muerte de su familia.

No señor, no tenían familiares. Lo encontraron muertos cerca de la ermita de la Virgen de la Fuente. Cuchilladas, se llevaron su mula -concluyó el aldeano-.