Partida Rol por web

-¿Seguirán en el cementerio? -me pregunté-. Iré a ver. Venid si queréis, Gabriel; si no, buscad por aquí et el primero que los encuentre que avise al otro.

 - No es buena idea separarnos, ni podemos fiarnos de las gentes de este sitio. La anciana vio como estos perseguían a alguien hace unos días y me señaló el lugar... - Le susurré, para que solo él pudiera escucharme.

 Luego miré a mi alrededor:

 - Vayamos hasta la puerta de la biblioteca, a ver si nos encontramos con alguien por el camino. Si no, vayamos a ver porque no quería que hubiese nadie por allí realmente... - Le volví a susurrar.

-Ah... -dije, sorprendido-. De acuerdo pues, vayamos juntos.

Para ir a la biblioteca (6 )teníais que pasar por una sala de descanso (4) que tan sólo portaba algunas sillas e imágenes religiosas cristianas (sin ningún otro detalle). Al llegar a esa sala y justo delante de la puerta de la biblioteca, por el rabillo del ojo vísteis como una figura que pasaba por el exterior de la puerta que acabábais de cruzar, lentamente, y se perdía tras la pared. La vísteis claramente: era una de una mujer de gran belleza que parecía como correr, casi como danzando. Esto fue durante un segundo, pues cuando parpadeásteis ya había desaparecido.

Sea como fuere, imaginación o no, os encarásteis de nuevo en la puerta de la biblioteca. Entrásteis en ella y allí no había nadie. Era bastante amplia ciertamente, y había muchas mesas individuales a modo de escritorio, junto a algunas estanterías de pie con libros.

En la sala 12 no había nada, estabaa sucia y completamente vacía. Ni siquiera había símbolos cristianos o muebles algunos.

 - ¿Las has visto?. - Pregunté a mi compañero, mientras llegábamos a la biblioteca. Una vez allí, traté de examinar los libros, buscando algo de interés...

-Sí que la he visto... -contesté-. Aqueste monasterio es muy raro... o los monjes muy listos, que a lo mejor tienen reserva de hembras para el fornicio. Y si la hemos visto los dos, non ha de ser ilusión.

Eché entonces un vistazo a la amplia biblioteca, pero no entré.

-Sabido es que en toda biblioteca de monasterio hay un armario cerrado con libros "prohibidos"; buscadlo, Gabriel, que yo me quedo en el umbral vigilando; et luego iremos a ver a dónde ha ido esa mujer, que válame Dios que aquí hay gato encerrado.

Entorné la puerta y me quedé al otro lado, en la sala de descanso, por si venía alguien, para poder avisar a Gabriel y que se escondiera.

Bernardo, ayudadme a abrir esta puerta, quizás estos herejes mantengan prisionero a algún cristiano, no se qué esperarme de estos mal llamados monjes. Me encamino hacia la puerta atrancada, doy unas indicaciones para que el monje pueda aportar parte de su fuerza y tomo algo de carrerilla.

Bernardo asió a su señor por una manga cuando se disponía a retroceder a la puerta que habían dejado atrás.

-Mi señor, el corazón me da que lugar habremos de armar escándalo en este sitio, de dar voces y de llamar a justicia divina y humana. Antes de alertar a quienes aquí realizan sus impuros actos, debiéramos realizar todas la pesquisa posible. Puede que nadie esté ahí encerrado, y puede que escondan terribles secretos en otras salas, secretos que luego nos hurtarán a la vista. Os sugiero -añadió, señalando el otro acceso- que continuemos por allá antes de comenzar con los golpes, los ayes y las violencias.

Y dicho esto, se aproximó a la puerta, abriéndola con prudencia.

Muy prudentemente, el hermano Bernardo apeló por la tranquilidad de no traspasar más que aquello que el corazón y la razón (también la vista y los nervios) les aconsejaban. Se encaminaron ambos amigos hacia la sala número ocho. Allí no había nada, era una sala extremadamente pequeña, tan sólo había una escalera en el medio, escalera de caracol, que ascendía delante de sus narices.

Gonzalbo en la puerta, esperando a que Gabriel descubriera algo mientras fisgaba en la biblioteca, y acordábase de la figura femenina que habían visto (o habían creído ver). El caso es que Gabriel, entre libros, se desesperaba, pues aunque mucho contenido había en aquellos libros, poco sentido lograba alcanzar entre aquellas letras tan curvadas, juntas o antiguas. Sin duda que en el monasterio de Montserrat necesitaban un nuevo copista...

Como siempre Bernardo, tu juicio es bueno, y yo temo que el mío se corrompa en este repugnante ambiente. Continuemos pues, y dejadme ir delante por si algún bastardo se encabrita al descubrir nuestra presencia en medio de este vomitivo secreto.

Viendo que Gabriel no sacaba nada en claro, me asomé a la biblioteca y le dije, en voz baja:

-¡Psss! ¡Gabriel! Vámonos antes de que nos pillen aquí. ¿Por qué no seguimos a la dama que vimos antes? Creo que aquestos monjes non son lo que dicen ser.

 - Tengo la sensación de que podía dejar algo vital aquí y que podía costárnos la vida dejarlo atrás, ¿por que si no los monjes no querrían que mirásemos aquí?. - Le dije a mi compañero, en voz baja, mientras me reunía con él, para no alterarle. - El problema es que no se lo que busco y que no puedo encontrarlo solo...

Miré nervioso a un lado y a otro, temiendo que en cualquier momento entrara el abad y nos pillara in fraganti.

-Está bien -resolví-. Os ayudaré a buscar en la biblioteca, pero más vale que cerremos la puerta para que al menos nos dé tiempo a escondernos si oímos que se acercan.

Pasé entonces a la biblioteca y comencé a admirar los anaqueles y los libros. Yo solo había leído libros de caballería y apenas sabía nada de sabios autores y filósofos, pero al menos sabía leer; aunque no sabía hacerlo en silencio y tenía que susurrar las palabras que leía.

-Busquemos cada cual por un lado, ansí tardaremos menos.