Partida Rol por web

-No es mala idea -afirmé-. Te acompaño, si a don Bertrán le parece bien. Aquí no puedo hacer mucho, pero con los lugareños será otra cosa. En un lugar como este es el hermano Bernardo el que tiene más ventaja a la hora de pesquisar.

-Reddite ergo quae sunt Caesaris, Caesari et quae sunt Dei Deo*. Sin duda los aldeanos reaccionarán mejor ante seglares que ante eclesiásticos –reconoció Bernardo-. Marchad, pues. Por mi parte, iré a buscar quien me señale con certeza la tumba del desdichado Dominique y pueda responder a mis cuestiones.

Aguardó un momento, por si don Bertrán decidía acompañarle, y se dirigió de nuevo en dirección al monasterio. Con la mirada buscaba en los campos de alrededor, por si hallaba algún monje más cercano –tal vez laborando y deseoso de tomarse un respiro, tal vez ocioso- al que formular sus preguntas.

Eso es, bajad al pueblo, Bernardo y yo nos quedaremos aquí arriba. Intentad pasar por el lugar donde encontraron el cadáver del chico, y cuidado con los lobos.

Me doy la vuelta y empiezo a observar la tumba mas de cerca, prestando especial atención a la corona, sin perder de vista a Bernardo.

Mientras Gabriel y Gonzalbo se alejaban allí quedábais vosotros dos. En realidad el cemenerio estaba en el exterior del monasterior, y entre tanta roca de montaña allí postrada, pues el monasterio se construyó sobre la naturaleza en puro estado propio, los únicos campos de cultivo y huertas estaban en la entrada del mismo, en el interior de éste, tal y como habíais visto nada más llegar.

Tras dirigiros adentro, os ubicásteis en la entrada (1)

Gonzalbo y Gabriel se alejaron del cementerio, se alejaron del monasterio y ahora iban pueblo abajo, alejándose con cuidado por la empedrada y sinuosa geografía del lugar.  Y es que llegar hasta el monaterior bien que podría servir también de voto añadido para los monjes...

En breves estábais en Montserrat, la pequeña localidad. Parece un pueblo casi deshabitado, pues su aspecto es pequeño y ruinoso, ya que que consta de muy pocas casas yodas bastante "cochambrosas". Es lo que tiene: a veces la riqueza aguarda en abadías y monasterios, alejado de las gentes mundanas.

 Miré a mi alrededor, buscando a alguien a quien pudiéramos preguntar, mientras prestaba oídos, para ver si escuchaba algo...

Al igual que Gabriel, miré alrededor y me dirigí a alguien que anduviera por allí, preferentemente de mediana edad o algo mayor, para preguntarle acerca de la muerte de Dominique.

Bernardo, creo que deberíamos averiguar a qué dedicaba su tiempo el joven Dominic, cuales eran las labores que desempeñaba y con quien. Alzo la mirada y froto las manos. Lo que sea, pero dentro de los muros si es posible, ¿Qué decís? ¿Intentamos entablar conversación con alguno de los monjes de nuevo? Espero que se preste a cruzar más de dos palabras...

Allí había una especie de herrero, justo en la puerta de una casa de tamaño medio, y de aspecto, por supuesto, cochambroso. Seguramente sería herrería, y no hacía sino afilar unos cuchillos con una piedra lisa, la cual parecía aun caliente y recién salida de encima del yunque... Os acercásteis a él, lo mirásteis, y comprobásteis su piel manchada y sucio por la necesidad de su trabajo. El tipo dejó de afilar, os miró y esperó a que hablárais.

Allí estaba, Aleatorius II un buen hermano reglar, que trabajaba con brío y esperanza en que, al menos, pese a la enorme ventisca algo lograra cultivarse en los huertos interiores. Os vio acercaros y entonces dejó de cavar con la azada y enseguida os sonrió mientras se levantaba. Y esperó a ver qué decíais.

 Miro al herrero y le dedico una reverencia:

 - Saludos, noble artesano del metal, ¿tenéis un momento de vuestro tiempo para hablar con nosotros, por favor?.

Esperé pacientemente, mientras estudiaba las reacciones y palabras del herrero para saber de qué manera podríamos entendernos bien con él.

Sin embargo, instintivamente eché un vistazo alrededor en busca de armas, pues era un artículo que, por mis belicosos anhelos, siempre me gustaba ver y admirar allá donde iba.

Pocas armas había por allí; quizá algunos cuchillos mandados enderezar o herradurs recién sacadas de las fraguas candentes, pero no había demasiada tradición bélica por los alrededores como para ver espadas, escudos o armaduras... El tipo os miró con buna cara, pues se habían refereido muy bien a él.

Claro, díganme -dijo mientras se acercaba y se secaba los sudores de la frente-. ¿Quieren algún encargo? Ya les digo que no engarzo ni arreglo joyas delicadas...

Dejé que hablara Gabriel, ya que era él quien había comenzado la conversación.

 Miré a Gozalbo, esperando que hiciese las preguntas oportunas, pero al ver que, por lo visto, se ha quedado mudo, decido meter coba, pues no deseo meter la pata en algunos de los asuntos claves, esperando que este se dé por aludido y hable, al menos que solo lo haga para mentir tan mal delante de hombres de iglesia:

 - Parece un pueblo pequeño, ¿cuanta gente vivie por aquí?.

Esta aldea es pequeña señor... -dijo el herrero-, yo creo que hay más monjes en el monasterio de la montaña que dentro de estas casas. Menos mal a los viajeros... como sus mercedes, me refiero, que ellos son los que me dejan los mayores ingresos cuando tengo que arreglarles las espadas o desaboyarles los escudos, que uno hace también otros trabajos por cuatro dineros... Pero ya le digo... treinta o cuarenta personas, seis familias más o menos...

Entendiendo que Gabriel quería dejármelo a mí, me adelanté y, haciendo uso de mis mejores modales, me dispuse a asaltarlo a preguntas, como quien no quiere la cosa.

-El herrero siempre es miembro importante de su comunidad -comencé-, más aún en una tan pequeña como aquesta. Por tal creo que es atinado preguntaros, pues sin duda estaréis al tanto. Veréis, somos viajeros del norte et nos alojamos en el monasterio de San Gabriel, al menos los días que estipula adecuados la caridad de los monjes; pues las nieves arrecian et buenos son los días que nos quieran tener resguardados entre sus muros. Mas al llegar al pueblo oímos una historia sobre la muerte de un tal hermano Dominique a manos de los lobos. Al ser viajeros tememos el ataque de esas fieras peludas, pero cuando preguntamos a los monjes nada nos dicen al respecto, lo cual nos resulta extraño. ¿Por qué tanto secreto? Estáis vos al tanto daqueste asunto? Non me gustaría que los lobos me devorasen a mí también...

Hombre... -dijo el herrero-, yo no sé los nombres de los monjes, ya sabe cómo es la clausura de aquellos -hizo un gesto con la cabeza apuntando hacia el lugar donde estaba "encallado" el monasterio en lo alto de la montaña-. Hará un año más o menos, algunos frailes si que salían de vez en cuando por las montañas o por el pueblo, los pastores los veían... Pero desde hace meses no se les ven salir, deben ser las nieves o algo así, o que tienen el aire muy viciado ahí dentro y les afecta a sus "moyeras"... -el tipo hizo una gracia-. Quizá sea eso, por los lobos... y es que razón no le falta, cuando los lobos ven presa, sea hombre o cabra, se tiran por ellos como si no hubiera más que devorar... asique tengan cuidado con esos animales, señores...

Notábais que decía la verdad.

Si me disculpan y no tienen encargos, he de continuar mi labor...

 Me acerqué disimuladamente a mi compañero y le susurré:

 - Preguntarle si conoce a alguien del pueblo, como el alcalde, con quien podamos hablar, y si ha escuchado rumores de algún suceso extraño o inexplicable. Por estos lares suele haber las típicas historias de brujas y criaturas sobrenaturales...