Partida Rol por web

La pequeña ciudad de Nifhel a tres días de marcha de la Gloriosa y Santa Galgenbeck es un nido de herejía y podedumbre. Sus habitantes rechazaron el pasado invierno el abrazo de la Iglesia. Decapitaron a los predicadores callejeros, descuartizaron a los diáconos y tras desnudarlo de sus ropajes embrearon y mutilaron al Obispo. Todo ello en nombre de la Razón, pérfido engaño que hace creer al hombre que tiene agencia y poder en su destino. Cuando solamente las palabras de las ESCRITURAS INNOMBRABLES poseen la verdad de lo que ha sido y ha de ser.

Así que la Cruzada Irredenta ahora asedia la villa. Con rapidez nacida del látigo y el fervor se han erigido algunas maquinas de asedio para caer sobre sus murallas. Pero el Cardenal Arzobispo Su Santisima Eminencia Felban Goberiol no puede aceptar retrasos ni demoras. Que vuestra Fé derribe estos muros. Sereis dignos de la Cruzada o pagareis vuestra duda y falta de valor con la vida. Escalad las murallas, degollad a los defensores y avanzad hasta la Gran Catedral en el centro de la villa. Esa es SU VOLUNTAD.

Así pues empujados por los sargentos y espoleados por las enfervorecidas diatribas de los capellanes os habeis lanzado contra las murallas con endebles escaleras de mano. Vuestro grupo ha sido afortunado pues no habeis sido victimas de la pez hirviendo que devora la carne ni de las saetas y piedras que os arrojan sin descanso. Habeis logrado escalar la muralla sin ser detectados en medio de la cacofonía de gritos y maldiciones. La luz de los incendios que ya se han declarado en varios puntos de la ciudad lo ilumina todo en un juego de perversas sombras. El olor del humo os hace toser.

A vuestra derecha veis el camino para descender la muralla, un trio de milicianos imberbes armados con lanzas en manos tembolorosas se interpone entre vosotros y las escalreas. Esos muchachos, poco más que niños, aun no os han visto por lo que podeis atacar a placer.

Hemos tenido suerte hasta ahora y esos tres muchachos no parecen grandes rivales. Hay que ahorrar  flechas, así que caigo sobre ellos blandiendo el cayado tratando de no hacer ruido y no atraer a más defensores.

Yaaaaa.

Cuando la rabia el dolor y la verguenza no son suficientes, purificar al resto con la violencia de los oscuros pensamientos internos es un placer que solo se puede dar en la batalla, y purificarse así mismo en la sangre con la que ellos nos bañen, ya sea suya, o nuestra. Por eso Alicia sonreía, con una sonrisa donde no mostraba su dentadura, y salió como una furia, tras su compañera, para atacar con su lucero del alba a uno de los milicianos sin piedad alguna.

—Sí, Feo. Esos también son enemigos. La juventud no exime de la responsabilidad. [...]¿Qué? No, no. Los padres fueron malvados y sus hijos han heredado esa perturbación mental. [...] Sí, deben morir. [...] Así sea.

Con un grito de odio, Wilfredo se lanzó maza en mano contra los impíos chiquillos. Sólo la muerte podía salvarles, y él iba a intentar que les llegara lo antes posible.

Sin mediar palabra los cruzados os lanzasteis sobre los pobres muchachos. Aunque Agnes falló el golpe con su siniestro cayado rematado con una calavera humana la flecha de Alicia y el mazazo de Wilfredo dieron en el primero de los jovenes. La sangre corrió y el muchacho trastabilló hacia atrás. Con un grito de terror arrojó la lanza para tratar de darse la vuelta y correr escaleras abajo.

Sus dos compañeros permanecían en su sitio pero la espalda del muchacho era tentadora.

Zakarias está apoyado contra la muralla, en lo alto de ella podría parecer un cadaver más, si no fuera por la respiración como un fuelle que hace que su esquelético pecho suba y baje, rezando por un poco más de oxígeno. Para matar a este despojo humano no hace falta defensa alguna, un humo un poco más denso podría hacer la misma acción.

Con un ataque de tos que hace que bailen puntos luminosos en su campo de visión, se incorpora lastimosamente apoyándose en su martillo de guerra, mientras con los ojos llorosos busca un lugar donde más despejado para respirar.

Arrastrando el martillo por el suelo, sin muchas fuerzas para levantarlo se une a un grupito que está bajando las escaleras hacia el interior de la ciudad. Detrás de unos muertos, disfrazados de vivos, que portan unas lanzas, hay una especie de fuente, un poco de agua estaría bien.

Lo señala mientras sonríe, con ojos enrojecidos pero brillantes por una meta. Metas a corto plazo, así ha vivido el mohoso año tras año. Atrastrando el martillo se dirige al combate.

De entre las almenas y piedras, una figura enjuta y fibrosa salió trastabillándose con las piedras del camino. Una barba sucia, larga y descuidada cubría su rostro arrugado y enfermizo. Un viejo y desgastado jubón de cuero cubría su torso y de su cinto, que era una simple y descolorida cuerda de esparto, pendían unas espadas, antaño gloriosas.

Con los ojos abiertos como platos, que al fin y al cabo era su expresión natural, se subía los calzones. Al pobre diablo le había entrado un apretón en el momento preciso y no tuvo más remedio que aliviarse de aquella pesada carga.

- Que ha pasado? Murmuró a sus compañeros mientras sacaba una putrefacta y hedionda cimitarra de su improvisado cinturón. – Que tiernos parecen… Añadió mientras observaba con deseo la joven carne de aquellos milicianos imberbes. Una sonrisa descarnada se dibujó en su rostro y dejó al descubierto una hilera de dientes serrados, sucios y amarillentos.

Phil se abalanzó sobre el joven que huía, intentando frenar su retirada. No le apetecía que aquel jovenzuelo alertara a más de sus amigos.  

El Rata hizo honor a su sobrenombre con un sucio y despiadado golpe rastrero por la espalda al joven que huia. La mugrienta cimitarra sacada de una letrina, como los reyes de antaño sacaban mandobles de rocas, sajó ropa y musculo. Y con un grito de dolor el joven se precipitó rodando escaleras abajo hasta caer hecho un amasijo de carne contusionada y cortada en el primer descansillo.

Sus dos compañeros apretaron los dientes quien sabe si listos para vengar la muerte de su compañero.

De sobre las murallas se podía ver la forma de una mujer, flacucha, anciana, con un aspecto algo demacrado y grandes ojeras subiendo por las escaleras, pero lo más llamativo, o mejor dicho asqueroso era su labio superior, cubierto de lo que parecía ser sangre seca, con un ligero hilo de mocos el cual tenía una coloración verdosa y roja. Al llegar tarde no pudo atacar junto con sus compañeros, pero era más que obvio que no necesitaban de su ayuda.

Con una sonrisa algo macabra y sin mostrar los dientes observé como Phil se deshizo de un joven de un solo golpe con su Cimitarra, escuchando el sonido de su cuerpo desparramarse en las escaleras hasta que rápidamente era callado por el sonido de la batalla que estaba a nuestro alrededor. Una vez estuve de pie saqué de mi espalda el arco, para luego sujetar una flecha y tensar la cuerda, notándose aquellas uñas rotas y para nada cuidadas, para finalmente soltar la flecha, observando como con precisión iba directamente hacia el joven miliciano de la derecha.

Viendo caer muerto a uno de sus amigos, quizás un primo o un hermano, y herido con una flecha el otro los dos chicos arrojaron las lanzas y se postraron de rodillas.

¡Piedad! suplicaron entre sollozos ¡Nos obligaron! Somos devotos seguidores de la Iglesia. ¡Pero las voces en la catedral! ¡No hemos hecho nada!

El joven herido por la flecha de Sin Nombre se sujeta la herida mientras murmura sin parar EL CREDO de la Iglesia. Parecen buenos chicos, desarmados e indefensos buenos chicos.

Y el camino está libre hacia la calle junto a la muralla y de ahí a la ciudad. Podeis ver ya desde aquí, con la ventaja de la altura, dos posibles rutas hacia el centro y la Gran Catedral: la directa a través de calles grandes o una más larga e indirecta a través de los callejones.

Me acerco al que tiene la flecha clavada y lo obligo a arrodillarse.

- ¿Cuál es el camino seguro a la Gran Catedral? Habla. Habla o muere.

Agarro el hasta de la flecha cerca de la punta y la retuerzo dentro de la herida al tiempo que la empujo para que penetre más en la carne. Me estremezco de placer sádico al sentir su cálida sangre deslizando por mi mano mugrienta y al escuchar sus gemidos de dolor.

Sé cuál es el modo en que una punta hace más daño porque he experimentado con mi propia carne muchas veces.

- Habla o muere. ¿Qué peligros hay?¿Qué trampas?¿Cuánta gente?¿Hay algún camino seguro o secreto?¿Hay puntos de control?¿Cuál es el santo y seña?

El joven solloza de dolor y miedo mientras esa mujer de mandibula desencajada le babea en la cara entre amenazas e imprecaciones.

¡Me haceis daño! ¡Piedad! grita mientras sangra y se retuerce ¡La calle de los tinajeros! ¡Todo recto! grita de dolor y su compañero vomita de miedo y asco a su lado ¡Hasta la plaza del reloj! ¡Y luego la gran escalinata! ¡No se nada! ¡Nos reclutaron ayer mismo! ¡Los Caballeros de la Razón! ¡Dijeron que el Escepticismo nos protegería! ¡Piedad!

El miedo y la perdida de sangre lo hacen temblar de forma inquietante.

- Su ya hemos acabado de divertirnos... Dijo Phil con una mirada de aprobación en su rostro, y una creciente erección en sus pantalones. - Por la calle de los tinajeros pues. Añadió mientras guardaba su cimitarra.

Acto seguido, y lo más cauteloso que puso, emprendió el camino.

Al ver a Agnes retorcer la flecha no hizo más que molestarme, claro, estaba haciendo bien el sacarle información a esas sabandijas, pero igualmente me podía joder la flecha si no tenía cuidado. -¡Agnes, cuidado con la flecha! Son solo 11 las que me dieron joder, ya sácala con cuidado del imbécil ese y dámela, por favor.- Dije en una obvia expresión de molestia, con el ceño fruncido mientras me acercaba al grupo, observando a Zakarias mirando aquella fuente en la distancia. -He, vayamos por donde la calle esa, pero antes dejemos que Zakarias se recupere un poco, que necesita beber agua el pobre.-

Ya se iban todos y Wilfredo iría con ellos en seguida. Pero no estaba bien lo que pasaba.

—Ves, Feo—dijo a su querida compañía—Esos jóvenes han luchado contra nosotros, pero ahora dicen apoyar a la Santa Iglesia. [...] Podrías tener razón, Feo, pero no nos podemos arriesgar. ¿Quién te dice que al irnos no nos vayan a clavar una lanza por la espalda? [...] Veo que estamos de acuerdo.

Entonces se acercó a los milicianos arrodillados y con su maza les abrió la cabeza como un melón a la vez que encomendaba sus espíritus a la decisión del Señor.

Con los cuerpos ya tumbados inertes en el suelo, Wilfredo corrió detrás de sus compañeros.

Doy la flecha "la Podrida". Guardo el cayado. Saco mi propio arco y avanzo por Tinajeros. 

Bajais por la escalera hasta la calle. Podeis oir a vuestras espaldas los gritos y el ruido de la lucha en los sitios donde aun se disputa la muralla entre los Cruzados y los defensores. Debeis ser de los primeros grupos en lograr superar los muros. Eso si el hecho de oir gritos y ver nuevos incendios al frente demuestra que no debeis ser los unicos.

La luz rojiza de las llamas hace retroceder la noche y podeis avanzar sin antorchas, las pavesas y las cenizas vuelan y a lo lejos ois el crujir de maderos y el ruido atronador de una casa al derrumbarse. Avanzais rapidamente, vuestros pasos resonando en el empedrado, veis sombras moverse en los callejones pero no os deteneis a fijaros en ellas. 

La avenida de los tinajeros describe una suave curva a la derecha, tan enfervorecidos estais que no os dais cuenta del carro derribado y las mesas astilladas que forman una improvisada barricada hasta que es demasiado tarde. Dos virotes de ballesta pasan peligrosamente cerca de Wilfredo y Alicia. 

¡Haced retroceder a los malvados e ignorantes! Atrona un valiente caballero subiendose al carro. ¡La superstición y el oscurantismo no volverán a adueñarse de Nifhel!

Cuatro hombres de armas con hachas secundan el grito de guerra del caballero y se abalanzan hacia vosotros. Aun así los disparos fallidos os han advertido y teneis unos segundos para preparaos y responder al asalto.

Si no tenía suficiente con tanta inmundicia atea, ver como la fecha pasó rozando a Feo provocó una ira irracional en Wilfredo. Tenía una punta junto a su corazón, que sólo Dios permitía que no continuase y acabase con su vida, y por ello sentía una gran animadversión a tan cobarde arma.

—¡Bastardos impíos! ¡La Fe os será devuelta con sangre!

Con un grito atronardor se lanzó maza en mano contra el más cercano de los viles hombres de armas enemigos, al que impactó severamente en en el pecho. Sus armaduras poco harían contra su furia; sus hachas no eran enemigos para los enviados de Dios.

Tengo el arco en la mano. Cuando cargan dejo que se acerquen y zas, les recibo con muerte. 

-Venid, veniiiiiid. 

Con nuestro objetivo claro vamos por aquella calle que nos indicó el joven miliciano de antes, pero claro, igualmente había problemas. En nuestro camino nos encontramos con una barricada, no nos dimos cuenta que se trataba de eso hasta que era muy tarde cuando dispararon dos virotes a Wilfredo y Alicia pero por suerte fallaron.

El sorpresivo ataque me hizo perder la concentración, me causó cierto pánico el entrar en combate de forma tan repentina, así que al tomar el arco y tensarlo suelto la flecha antes de tiempo, haciendo que termine impactando en el suelo. -¡Mierda!- Maldije en voz alta, tratando de controlarme para tal vez la siguiente no fallar.