Partida Rol por web

Definitivamente la actitud del muchacho no era normal. Quizá demasiado maduro para su edad; quizá demasiado tranquilo. Carley y Zoey tenían claro que algo en la cabeza del muchacho no encajaba bien. Podría ser que le hubieran lavado el cerebro pero no, era demasiado pequeño.

Para Carley y Zoey el diagnóstico era claro: estaba loco.

La melodía que empezó a salir del móvil de Carley le pareció bastante lúgubre, más para un chaval de esa edad. Pero no era eso lo único que le desencajaba en él, sino toda su actitud. Su psique se le antojaba fascinante y amenazante al mismo tiempo, quería saber más y al mismo tiempo temía llegar a comprenderlo por entero. 

Cuando el chico mencionó a Carcosa, Zoey buscó con la mirada a Balmaceda con un gesto elocuente, pero enseguida volvió a ponerla sobre Stephen. Escuchó todo lo que el muchacho decía y tomó algunas notas. Se dio un par de golpecitos con el bolígrafo en la barbilla mientras le daba vueltas a una idea. Una corazonada que podía conducir a algo... O no. ¿Un posible nexo?

—Te gusta mucho la música... ¿También tocas o compones?

Esperó su respuesta antes de introducir un nuevo tema. 

—Hace unos días vino a verte un agente, el agente Sax ¿verdad? ¿Lo habías visto alguna vez fuera de aquí, antes de que te visitase?

Dudó un instante y siguió preguntando, regresando a lo que parecía el meollo de la cuestión. 

—¿Y por qué no les enseñaste el camino como Carcosa te lo había enseñado a ti? Si hay distintas formas, entonces, de ver lo invisible... ¿por qué hacerlo como lo hiciste?

Me daba lástima el pobre muchacho, estaba claro que este no era uno de esos casos de un terrible psicópata asesino en serie, no. Aquel muchacho estaba enfermo, no sabía aún como había llegado a este punto. Al parecer pensaba que su familia estaba recorriendo algún tipo de camino...

Cuando nombró a Carcosa me llamó la atención, por lo visto el nombrar a Carcosa no hacía que se desatara la especie de trance. Aprecié por el rabillo del ojo el movimiento en la mirada de Zoey. Sin duda se precisaba una segunda visita al Zothique y mejor acompañados que la otra vez.

Cuando acabó con las preguntas traté de hacer que Stephen nos hiciera un favor policial, —¿Y donde te enseñó Carcosa a despertar? —lancé el dardo, me supuse que podría ser en Zothique aunque esta música no parecía del tipo que se escuchaba en el antro.

—Me encanta la música —dijo el muchacho—, pero no se componer ni tocar. Sería algo que me gustaría hacer, la verdad.

Simmons levantó las cejas entusiasmado con la idea.

—Vino a verme un hombre hace unos días... no me dijo su nombre. No lo conocía... un momento.

En ese instante el muchacho se levantó de la silla y dejó el teléfono sobre la repisa. Comenzó a farfullar algo entre dientes y luego a mover los brazos como si estuviera dirigiendo una orquesta. El celador que se mantenía a la espera junto a la puerta tensó sus musculatura. El muchacho caminaba de lado a lado del pequeño cubículo donde estaba recluido cantando cada vez más alto, tanto que alguna vez se oía su voz por ese teléfono descolgado sobre la repisa. Otra vez ese lenguaje.

Lo último que vieron los agentes antes de que el celador se echara sobre Stephen Simmons y se lo llevara fueron las palmas del muchacho sobre el cristal. La mirada desencajada estaba clavada en Zoey. No parecía el mismo niño apacible con el que habían estado hablando. Ahora parecía desencajado y claramente en trance. El celador lo agarró del torso y tiró de él hacia detrás pero el muchacho se resistía.

—Iä, ïa, Nyarlathotep —fue el último sonido que salió de la garganta del joven Simmons... pero esa no era su voz, era más bien un ruido gutural distorsionado por el altavoz del teléfono. Quizá simplemente era eso, que el altavoz había distorsionado el grito del muchacho. Pero por otro lado estaban esas palabras... otra vez ese lenguaje.

Según el muchacho comenzó a tararear y a dirigir la imaginaria orquesta Balmaceda empezó a ponerse tenso. Se acercó cada vez más al cristal. El guardia se puso tenso, así que parece que la escena no es nueva para él. O quizá es sólo prevención.

- ¿Qué está haciendo? Mejor dicho, ¡¿Quién lo está haciendo?!

La idea era loca, se estaba formando en su cabeza pero aún así era loca.

- Esto es distinto, no ha entrado en trance como respuesta a un estímulo, más bien ha provocado él ese estímulo. Él, o alguien a través de su boc...

Dejó la palabra a medias, la frase a medias. No. No podía ser eso. Eran historias de otros tiempos, historias de los libros, no los fríos asesinatos que había confesado ese chico.

La corazonada de Zoey se desvaneció tan rápido como había nacido con las primeras palabras del chico. Era una lástima, aunque aún así la joven seguía queriendo visitar su casa y también la de Clive, para echar un ojo a esos relatos de los que había hablado. 

Contempló a Stephen con curiosidad cuando se levantó, con los ojos fijos sobre él mientras hacía esos aspavientos con los brazos, lo seguía con la mirada de un lado a otro y la sonrisa se le iba congelando en el rostro a medida que la voz del muchacho se iba alzando. 

Cuando el chaval apoyó las manos sobre el cristal, con su mirada fija en ella, Zoey sintió cómo se le aceleraba el corazón. Un escalofrío se deslizó desde su nuca por toda su espina dorsal y dio gracias mentalmente en ese instante por haber escogido interrogarle allí y no en su habitación. Su voz gutural le puso los nervios de punta y erizó el vello de su nuca. Había tratado con desequilibrados antes, claro, pero esa mirada... Se le había clavado en el fondo del cráneo dejándola helada por dentro. 

Tragó saliva mientras se lo llevaban. Trató de escribir algo en su libreta, pero le temblaba la mano y tuvo que dejar el bolígrafo sobre la mesa. No podía dejar de pensar en esa última imagen de Stephen, en sus ojos desencajados sobre ella y ese lenguaje satánico saliendo de su boca. 

La exclamación de Balmaceda le sirvió de ancla para recomponerse un poco. Tomó aire despacio por la nariz y lo soltó por la boca. Tragó saliva. Todavía sentía el corazón en la garganta. Tardó un par de segundos en decidirse a hablar. 

—Creo... Creo que ha sido al decir nosotros el nombre de Carcosa, como antes con Clive. El chico lo dijo, pero tal vez el desencadenante para el trance sea escucharlo de otros... —Negó con la cabeza, insegura—. N-no lo sé. Pero todavía nos queda otro más, tratemos de comprobarlo. 

El celador se llevó a Simmons mientras los agentes trataban de recomponerse. Otro celador entró en la sala donde estaban los agentes.

—Se encuentran ustedes bien —dijo el celador mientras se acercaba a Carley—. ¿Señorita?

Carley parecía estar más afectada, no hablaba y parecía recrear en su cabeza esa escena una y otra vez. Era extraño que este tipo de actuaciones percutieran con tanta severidad en la mente de alguien acostumbrado a tratar con mentes perturbadas, pero Zoey también lo había sentido en su cabeza y podía entender a Carley.

—Siéntese aquí —dijo el celador mientras ayudaba a Carley a tomar asiento en un sofá que había en una esquina de la sala.

Miró a Zoey y Balmaceda.

—¿Quieren hacer una pausa? Les puedo acompañar a la cafetería si así lo desean.

Un instante después, el teléfono de Balmaceda empezó a vibrar en su bolsillo. Era de la central.

—¡Mierda! —mascullé entre dientes cuando el muchacho dejó de hablar y se levantó a gritar y… y… de repente solo oía esos gritos —Iä, ïa, Nyarlathotep —me resulta muy fácil repetirlo en mi mente, —Iä, ïa, Nyarlathotep, Iä, ïa, Nyarlathotep —la voz del guarda me despertó.

Miré a mis compañeros, vi que Simmons ya no estaba ¿Cuándo se había ido? y entrecerrando los ojos me llevé los dedos índice y pulgar a las sienes, me dejé llevar hasta el sofá mientras cerraba los ojos un segundo. No me salían aún las palabras por la boca, no sé que demonios había pasado ¿Algún maldito tipo de hipnosis?. Asentí cuando comentó lo del descanso, quizá necesitaba un vaso de agua, —yo… estoy bien —dije poco convencida —¿Me ha hipnotizado? He perdido un poco el sentido —dije en voz alta, quizá Zoey hubiera notado algo.

Tardó un instante en darse cuenta de que Carley parecía bastante afectada y cuando el celador la ayudó a sentarse en el sofá, ella se sentó a su lado y le cogió la mano con delicadeza. 

—Sí, haremos una pequeña pausa —respondió al celador—. ¿Podría traerle un vaso de agua o un refresco, por favor? —«O un whisky», pensó, pero eso no lo dijo en voz alta.

La agente empezó a hablar y Zoey se mordió el labio inferior, pensativa. Había sido un momento tremendamente impactante, eso seguro. Pero todo había pasado tan rápido que le costaba creer que el chaval podía haberla hipnotizado. Intercambió una mirada con Balmaceda antes de volver a mirar a Jalabert.

—No estoy segura... —dijo finalmente, apretando suavemente los dedos de Carley con los suyos—. Pero creo que te ha impresionado mucho, nada más. Como un pequeño shock. ¿Cómo te sientes tú?

Miré como a Zoey viendo como se mordía el labio, y negué con la cabeza algo avergonzada respondiendo a mi pregunta anterior en lugar de a la suya —no, no me puede haber hipnotizado. No soy una novata en esto —miré a Balmaceda y luego de nuevo a mi compañera.

Entonces me acercaron el vaso de agua —gracias —agradecí al guardia y bebí un par de sorbos, —creo que ya estoy mejor, se me empieza a pasar, era como si sus palabras hubieran resonado en mi cabeza de una manera extraña —fuese lo que fuera en verdad ya estaba pasando.

El teléfono de Balmaceda dejó de sonar e, instantes después los tres terminales recibieron un mensaje de Perlman

—¡Maldita sea! ¿Dónde se meten? Tenemos los resultados de los análisis. Todas las drogas parecen la misma DMT-7 y parece que todas tienen la misma composición: exactamente la misma. Llamadme y os cuento más.

—Ha sido escalofriante, la verdad. 

Zoey soltó la mano de Carley para que pudiera beberse el vaso de agua y aprovechó para sacar el teléfono que había notado vibrar en el bolsillo. Leyó el mensaje y luego alzó la mirada para mirar a sus compañeros.

—Os ha escrito a vosotros también, ¿verdad? Deberíamos llamarle a ver qué nos puede contar. 

Pulsó el botón para llamar al número de Perlman y puso el manos libres para que los tres pudieran escuchar las novedades.

Cuando Zoey lo dijo asentí, en efecto, había notado un zumbido en el bolsillo. Dejé el vaso encima de la mesa y extraje mi dispositivo y miré el mensaje, era el mismo que había leído ella.

Con el pulgar me desplacé hasta el mensaje y lo marqué como leído volviendo a guardarlo esperando escuchar a ver qué tenía que contarnos. Mientras sonaban los tonos comenté mis pensamientos a mis compañeros —creo que tenemos un sospechoso, tendremos que volver al bar —no solo parece que era el vendedor de la droga sino que además era el causante de los delirios de dos de los tres asesinos.

—Perlman —contestó la voz de Jay—. Ah niña, ¡por fin!

La respiración de Perlman era acelerada y se escuchaban un montón de papeles moviéndose al otro lado.

—Veréis, tengo los análisis de las muestras de droga. Es DMT-7, sin alteraciones. Supongo que eso descarta la hipótesis de las drogas. Lo que es seguro es que todas las muestras vienen del mismo sitio. Quizá un único distribuidor... no se. Me atrevería a decir que ese camino no nos va a llevar a ningún sitio.

»Hemos conseguido rastrear ese "juguetito". ¡Dios santo, es siniestro! Al parecer viene de una tienda de Salem: Susurros en la Oscuridad. Por lo que hemos podido averiguar no es más que una tienda New Age. Venden mierda friki y algo de música rara. Otro callejón sin salida... ¿Y vosotros qué tenéis?

Mi cabeza maquinaba al escuchar a Perlman, así pues, era droga normal y corriente. Luego no podía afectar de ninguna manera especial a nadie, menos aún para realizar tal clase de acto. El dato de la tienda, hice una mueca con la boca, ahora mismo no me decía nada.

—Hemos entrevistado a dos de los tres asesinos. Cuando les nombramos el camello que conocimos en el bar, el que vende esta droga, entran en una especie de trance. La droga no tiene nada fuera de lo normal, pero hay alguna relación con el camello. Creo que aunque pueda parecer que no nos va a llevar a ningún sitio deberíamos ir a buscarle e interrogarle, llevarlo a comisaria para ello, fuera de su entorno. Deberíamos ver si está fichado, se hace llamar Carcosa, pero suena a un apodo —sin duda el tipo me había dado mala espina desde que lo vi.

Zoey había asentido con la cabeza a la propuesta de Carley de volver al bar en busca de Carcosa. Ese tipo había terminado por ser un claro sospechoso, en eso le parecía que los tres estaban de acuerdo, aunque tendrían que ver si era la cabeza de aquello, de la... secta o lo que fuese, o solamente su cara pública. 

En cuanto escuchó a Perlman mencionar lo de la tienda, se puso en pie para recoger su libreta y el bolígrafo. Anotó el nombre y la dirección. Podía no ser nada o podía ser algo, pero mejor tenerlo a mano por si acaso. 

Cuando la agente terminó de hablar, añadió algo más.

—Es el nexo que buscábamos, jefe —aseguró—. El punto en común entre los asesinos. Los dos que hemos interrogado conocen a ese tal Carcosa y seguro que el tercero también, aunque pronto lo confirmaremos. Si esto es obra de una secta, ese hombre está implicado. 

Balmacena escuchó en silencio la conversación, aunque torció el gesto ante la sugerencia de que la droga y la tienda eran callejones sin salida.

Cuando terminó la llamada miró a sus compañeras.

- Menos mal que no soy sólo yo. Creo que las dos pistas son cosas de donde tirar, la droga nos lleva además a Carcosa y la tienda...

Miró al celador

- La tienda no se va a mover de ahí y, ya que estamos aquí me gustaría hablar con el tercer "paciente"

—¿Carcosa? ¿Qué mierda de nombre es Carcosa? —preguntó sorprendido el agente Perlman—. Parece sacado de una mala película.

Se escuchó un carraspeo al otro lado del teléfono. Perlman estaba tratando de controlar su respiración.

—Voy a ver si sacamos algo de ese Carcosa. Informadme del siguiente paso. Avisadme con cualquier nuevo avance... a cualquier hora, ¿estamos?