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Nieve y Hambre, capítulo 1: La silueta entre los árboles

E22 - Jarl

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02/10/2017, 21:41
Ashe

-No entiendo a qué esperamos. Dejarlo para mañana es perder el tiempo.

-Es tarde, y los trineos no están listos. Además, necesitamos una noche de descanso.

-Una noche más agotando provisiones. Te recuerdo que ya apenas si nos queda para llegar a Lagerat...

-Pero es cierto que no hemos parado en estos días. Y el viaje va a ser duro...

-¡No hay otra opción!

Ashe, que hasta ese momento se frotaba los ojos con cansancio, alza su mano y todos se callan.

-Esperaremos. Traghaum está a ocho horas de camino, diez si tenemos en cuenta a los niños y heridos. Cada vez hay menos horas de luz, y si salimos ahora la oscuridad nos atrapará a mitad de camino. Necesitamos resguardarnos en las cuevas si queremos sobrevivir al frío.

Varias personas asienten, conformes. Otras se muestran algo más reticentes: Lamont no parece estar de acuerdo, pero respeta su autoridad como jarl. Eskol tampoco, pero no se atrevería a contradecirla. No después de todo lo ocurrido. La conversación, pues, acaba instantáneamente. Ashe organiza rápidamente el trabajo para el resto del día, y luego cada uno se va por su lado. Porque la palabra del jarl es ley.

Ojalá pueda librarse del puesto pronto.

Apartada de miradas indiscretas, se permite derrumbarse en la silla, cansada. Aunque por fuera parece firme y decidida, por dentro es una tormenta de dudas. ¿O es que acaso no está llevando a todos sus amigos a una muerte segura? Una pregunta que nunca se hará en alto, una tormenta que nunca nadie verá. Porque el pueblo necesita un líder decidido, y sus gentes creer que este les guía a su salvación. Necesitan esperanza, aunque sea artificial.

-¿Cómo lo hacías?

Pero nadie responde, y no espera que lo hagan. Einar se fue, la dejó sola, y no va a regresar por mucho que ella hable con él. Einar, que durante tantos años dirigió a esas gentes, que casi hizo que pareciera fácil. Pero ella lo supo, aquello que nadie más podía ver: que bajo esa fachada de determinación y liderazgo, Einar dudó, se preocupó y tuvo miedo, como todos los demás. Una parte de él que sólo le mostró a ella, y que ahora yace tan muerta como el resto de lo que le hacía único. De lo que le hizo amarle.

Saga había insinuado que había trascendido, que al dar su vida de forma heroica se había ganado el derecho a beber en las largas mesas de los guerreros legendarios. Hace una semana, ella no habría creído nada de eso. Habría dicho que Einar estaba muerto y punto, que había vuelto a la tierra, como les ocurriría a todos algún día. Que los dioses, o bien no existían, o bien no se preocuparían de una tierra tan olvidada. Era un realidad incómoda, un pensamiento aterrador que empañaba todo si uno no aprendía a vivir con él, y Ashe creía haber hecho las paces con esa idea hacía ya años. Pero después de los últimos días, hasta esa certeza se tambaleaba.

¿Y si había algo más, qué significaba eso para ella? Un mundo oscuro yacía bajo la superficie: rituales, espíritus, profecías, demonios... Podría haber justificado algunos de esos hechos aludiendo a la superstición de algunos y la charlatanería de otros, y al deseo de todo humano por creer en su propia relevancia, por sentir que el mundo no es el páramo gris y despiadado que aparenta ser. Pero cuando uno se enfrentaba a tantas coincidencias, a tantos milagros y manifestaciones, la única posibilidad era aceptar lo imposible. Y aquella alternativa era incluso peor que la anterior: no sería llamada a los grandes salones, ni perdonada por su indiferencia hacia lo divino. No volvería a ver a Einar, ni recibiría retribución alguna por lo que había sacrificado.

Y a pesar de todo, la sensación general no es del todo amarga. Pues resulta reconfortante, en cierta medida, pensar en ese destino para Einar.

Decide que ya ha perdido demasiado tiempo, así que se incorpora, dispuesta a volver al trabajo. Hay muchas cosas que hacer, y ella es una mujer pragmática. Habrá tiempo, algún día quizás, de llorar a los muertos en soledad. Habrá tiempo de superar la pérdida, de ver como Dag crece, de disfrutar del sol del verano una vez más. Habrá tiempo de volver a cederle el puesto a Eskol, el legítimo jarl y líder de aquellas gentes, y ayudarle a recuperar su reputación perdida. Habrá tiempo de volver a tomarse una taza caliente con Frigda mientras charlan sobre estupideces sin importancia. Puede, aunque ella ni siquiera sea capaz de concebir la idea en ese momento, que incluso de enamorarse de nuevo, una vez el tiempo haya hecho que las heridas cicatricen. Habrá tiempo... Si sobreviven.

Ahora, sin embargo, el pueblo la necesita, y no pueden verla fallar otra vez. Debe ser fuerte, por Dag, por todos. Y debe enfrentarse a cualquier escollo que se presente en su camino, aunque sepa que no será fácil. Se enfrentará a la nieve, y se enfrentará al hambre, y lo hará sin rechistar.

Pues sabe que el invierno encierra peligros aún mayores.