Partida Rol por web

La joven samurai-ko asintió ante la petición del Magistrado. El hecho de que apenas conociese nada de aquella parte del asentamiento no iba a ser impedimento, asi que despues de una respetuosa inclinación, hizo un gesto para que les siguiera mientras echaba a caminar lentamente, buscando con la mirada algún establecimiento digno de nuestra presencia.

- ¿Habeís tenido un buen viaje, Magistrado?- Preguntó, interesada pero tambien deseosa de distraer a su invitado hasta poder tomar algo consistente.- Parece que gozamos de buen tiempo, gracias a las Fortunas.

Con el brazo apoyado indolentemente sobre la katana y paseando como si la calle fuese de su propiedad, Ako se tomó un tiempo en encontrar una especie de posada de aspecto respetable que satisfizo sus expectativas. Aunque no conocía demasiado de aquel asentamiento, tenia claro que no iba a encontrar una casa de té como las de su antiguo hogar.

- Aqui es, Hotorogu-sama.- Ako miró el cartelón y repitió para sí el nombre de la posada.- Espero que tengan a un mozo capaz de ocuparse debidamente de su montura, Magistrado. Si me haceís el honor de acompañarme...

Se cinó debidamente el obi y entró en la posada, abriendo paso al grupo y a su invitado, dispuesta a ejercer de anfitriona en una tierra que no era la suya y para un invitado que era extraño hasta para aquel clan.

Asintió ante las palabras del Hiruma de la máscara (¿honrando a alguna rama familiar Escorpión?) mientras avanzaban por el camino los cuatro: tres adultos y una chiquilla, lo que con el último punto era una compañía curiosa. Técnicamente no importaría si en unos días sería una mujer, pero... aun así. No se deja a una cría suelta por ahí. ¡Menuda su familia!

-Lo haré. ¿Afinidad con los heimin, eh? Esa es una cualidad poco común...

"¿Sabes? Estás reclutado"

Una Doji de exquisitos modales y aun así con una espada al cinto para meter un poco de respeto en el cuerpo y alguien que supiera hablar con los no-samurai; y quizá una shugenja si se convertía en una mujer y no lo había entendido mal y se refería que era muy devota o cualquier cosa por el estilo. Cualquiera sabía. Hotorogu no pudo evitar pensar que su búsqueda de reclutas podía haber terminado incluso antes de terminar...

"¿Habeís tenido un buen viaje, Magistrado?"

-Definitivamente. El trabajo es quizá fatigoso -concedió- pero el tiempo es bueno. Si algunos samurai conocieran su lugar habría menos problemas... pero supongo que si conocieran su lugar los Magistrados serían innecesarios. De tales cosas estáa hecho el mundo, supongo.

Mientras la Doji se ocupaba del asunto, valoró sus capacidades. Pedazo culo, reconoció, y también otras virtudes como firmeza, rapidez de palabra e ingenio y la comodidad de saber su posición e imponérsela a los demás. No todo iban a ser muslos con los que estaba bastante convencido de que podría partir sandías apretando.

-Eso espero, sí...

Bajó del caballo, tomando las riendas, esperando a que alguien se acercase: si no tendría que acercarse él mismo y atarlo a un poste de la puerta. Esperaba que no: sería de muy poca vista abrir una posada que no tuviese enganches para transportes, teniendo en cuenta lo mucho que las postas pasarían por esos lugares.

El monje guerrero hizo una leve inclinación respetuosa al magistrado tras sus palabras:

- En efecto, he de admitir que intento tener siempre buena disposición hacia los que más sufren de las penurias. El mal encuentra cobijo en las almas afligidas, y por desgracia es más sencillo encontrar almas afligidas que al mal, por lo que acabando con la causa de su dolor, cierro otra alma al Mal. Era la filosofía del anciano Kuni Renzo-Sama, intento honrarla y extenderla a lo largo de mis andanzas por el Imperio. - Se dio cuenta de que quizás había hablado demasiado y podía ser descortés con el Magistrado.- Siento si mi verborrea de monje guerrero le ha podido aburrir, Hotorogu-Sama. 

Nanako escucha con atención, y hasta algo de fascinación, las palabras de Saito. Creía de él que era un Ronin pero sus palabras muestran una sabiduría más propia de alguien que ha pasado años en un templo, estudiando el Zen.

"Por mi puede continuar, Saito-San. Al fin y al cabo lo que acaba de decir no es distinto de las enseñanzas de Shinsei y de Isawa que crearon el camino del Shugenja"
"Lo peor de una bestia no son las garras, sino la pozoña que dejan"

"Es un trabajo dificil, pero vital para el imperio" dice asintiendo las palabras del enmascarado

El joven monje hizo un leve gesto de inclinación respetuosa con la cabeza hacia la joven mientras sonreía bajo la máscara:

- Gracias, Nanako-San, las enseñanzas del sensei Renzo-Sama fueron arduas pero certeras, basadas en parte en esas dos corrientes del pensamiento que son la base de nuestro Imperio. - Asintió.- Exacto, el corte de la garra de la bestia puede sanarse, pero si la ponzoña alcanza el interior de la víctima, puede destruirlo desde la esencia de su mismo ser. Al igual que hay quienes extirpan el mal, otros intentamos además prevenir que arraigue en inocentes descarriados. La katana tiene dos lados, uno para luchar contra el Mal y otro para defender a los que son amenazados por él. En efecto, es una tarea necesaria para preservar el Imperio del Hijo de los Cielos, como lo son las otras sendas incluyendo a los nobles Shugenja o a los nobles Magistrados.

- Buenas tengais magistrado. Deseo que las fortunas hayan guiado vuestros pasos hasta aquí con sus bendiciones - Hago una gesto de saludo, correspondiente a su rango de magistrado - No hay deshonor en tener afinidad con aquellos a los que se protege, es más guiarlos por la correcta senda del honor, dentro de lo que puedan llegar a comprender es muy importante. No todas los rokuganeses honestos nacen en el seno de la casta samurai, pero eso no les quita el que puedan, y deban, serlo - Mi mirada se gira entonces a aquellos con los que compartí frente en la Muralla no hace tanto tiempo atrás: Doji Ako, Saíto y Nanako - Sabias palabras Doji-sama, Nanako-sama, Saito-sama - Haciendo otra inclinación de respeto, sin ser tan pronunciada como la hecha al magistrado - Realmente me siento honrada compartiendo este grupo con personas con tan alto grado de observancia del código samurai. Es por eso que, la familia Yasuki, aún siendo una familia samurai, trata con los comerciantes y otros servidores del clan, para que puedan sentirse más cerca y para que puedan expresar sus dudas, penurias, logros y alegrías con nosotros, y así transmitirlos al resto del clan. - Y volviendo mi mirada al magistrado Unicornio - Tal y como dijeron, tanto más rápido se pueda atajar una posible puerta a la duda que el mal pueda aprovechar, tanto mejor para combatirlo. 

Doji Ako se asomó a la calle, apartando las cortinas noren* que colgaban de la puerta del local para llamar la atención de sus compañeros y del Magistrado Unicornio, satisfecha con sus gestiones. La posada era distinta a los establecimientos que la Grulla había conocido en su escasa experiencia. Las de su tierra, más abiertas y luminosas, daban la impresión de ser más amplias y acogedoras.

Recurriendo a su orgullo y a su posición, había exigido un reservado discreto, advirtiendo al posadero de que habían de extremar sus atenciones para con el invitado de honor, antes de salir a la puerta del establecimiento e invitar a los demás a pasar y unirse a ella.

Quizás, pensó, pudiese conocer mejor a algunos de sus compañeros, aunque por la cabeza de la joven samurái-ko pasaba la idea de que en aquel entorno hostil, pudiera no ser prudente establecer lazos de amistad duraderos. El recuerdo del samurái caído en lo alto de la Muralla, cuyo rostro apenas podría describir, ensombreció el rostro de Ako, que escondió el rostro de sus compañeros entrando de nuevo en el local.

El Camino de los Vendedores es el único sitio en todas las tierras del Cangrejo que no requiere papeles de viaje para circular por el, podría considerarse algo inusual sino fuera porque es la principal ruta para mover tropas tras la Muralla y la cantidad de comerciantes que pululuan en sus orillas. Son tan abundantes y están tan acostumbrados a la presencia de samuráis, que  cada pocos pasos os asalta uno nuevo intentando venderos sus productos, los cuales son de los más variopinto y oscilan entre los que realmente pueden ser útiles a puras estafas con cada palabra que sale de sus bocas que acabarán llenando los bolsillos de sus señores Yasuki.

Ese es el principal problema al que os enfrentáis, por más cansos que puedan llegar a ser, tampoco podéis darle una paliza sin que ésta tenga consecuencias, obligándolos a ignorarlos, no vaya a ser que el tomar medidas más contundentes contra ellos pueda molestar a sus patrones. El único problema es que hay demasiados, incluidos algunos realmente persistentes o con una labia sin parangón, contra los que únicamente se puede terminar claudicando y desembolsar una pequeña cantidad, o cuando en verdad encontráis autenticas gangas o estupendas invitaciones a casas de té demasiado tentadoras como para ser rechazadas.

Nanako camina entre los verduleros.

Mucho le cuesta. De hecho un esfuerzo de mas alla de su voluntad, para no caer en las redes de los Verduleros. Pero ya fue advertida por su dueño Dai-Oh-Sama. Le advirtió y le mostró que la lenguaraz lengua de un Yasuki puede ser mas peligroso que un Onix.

"Oh si... si, gracias por sus palabras... gracias gracias" dice dando largas a los Verduleros. Mientras ve como a unos incautos terminan comprando una pala con un agujero enmedio, una sombrilla sin telas, o medio palillo para comer arroz.

Saito intentaba guardar la paciencia y pasar entre ellos sin problema, pero había demasiados y estaban entorpeciendo su marcha y la del magistrado. Poco a poco seguían llegando tipos intentando vender alguna reliquia o pociones, mercachifles y timadores intentando atiborrarse a ventas deshonestas. La decadencia de una sociedad en constante agitación.

- Hotorogu-Sama, será un placer haceros espacio para pasar si esto se vuelve incómodo.

Doji Ako resopló y arrugó la nariz por enesima vez. Los vendedores de aquel barrio carecian por completo de la más minima etiqueta y los tironeos que le daban a su kimono empezaban a rozar la agresión. Tsinichi, que conocía a su ama bastante bien, hacia lo que podía para evitar lo que estaba por venir, comprando y regateando con los más insistentes.

La joven samurai-ko usaba su abanico con profusión, mientras lanzaba furibundas miradas a los comerciantes que se le acercaban. Estos retrocedian momentaneamente, para volver a la carga, aún más zalameros e insisitentes que antes. El abanico se convirtió en un arma improvisada, que Doji Ako utilizaba para golpear a los mercaderes y abrirse paso... Y para evitar despejar el camino a golpes de katana, que era lo que estaba deseando.

- Tsinichi, date prisa... Esto empieza a ser... Molesto...

- Intento ser lo más Yasuki posible entre los de mi familia, para que no nos hostiguen, sabiendo realmente cuando intentan vendernos algo auténtico de algo que no lo es tanto. Aún así, la imagen de la gunso y el combate finalizado no hace tanto hacen que me distraiga más de lo habitual
 

El que conoce los medios de los Ide conoce los de los Yasuki.

O quizá era más por el simple hecho de que ir con un caballo cuando los demás no no sólo ayudaba a abrirse espacio fácil, sino a que los mercaderes se lo pensasen dos veces antes de lanzarse hacia uno como una recua de lobos hambrientos: en cualquier caso, unas palabras amables pero secas, unos verbos ignorados en el momento preciso y una mirada a tiempo hicieron que Hotorogu no tuviese demasiado problema mientres circulaban, cosa que curiosamente no podía decirse de toda su comitiva. Aunque no podía culparles, una oferta de tres jarras de metal de kumis por mes por una adscripción anual era muy buena oferta; un samurai no ha de conocer vicios y su propósito ha de ser puro, pero uno tiene que reconocer la calidad donde la hay.

"Hotorogu-Sama, será un placer haceros espacio para pasar si esto se vuelve incómodo"

-Sois muy amable -contestó negando a otro y mandándolo cortés pero firmemente donde había venido, las riendas de su compañero aún en la mano- Pero no creo que sea necesario.

Libre de los problemas del resto, e incluso habiendo tomado nota de un buen sitio a precios muy razonables entre las ofertas que les habían lanzado, se dirigió a donde había tenido intención desde un principio, a dejar a Buruka (el cual estaba aguantando aquello menos estoicamente y más fastidiado que él) en un sitio atado, preferiblemente donde hubiera algo de comer o de beber.
 

La mayoría de vosotros conseguís evitar caer en las redes de los comerciantes pues no dejaban de ser simples heimin que no podían oponerse a vuestra voluntad, pero aún así una tal Shiruba consigue captar la atención de Sakura con una mercancía realmente inusual y que puede resultar bastante controvertida. Guardados en un pequeño bote de cristal, similar al que usarías para guardar un perfume, ofrece a la Yasuki una especie de cantos rodados que asegura provienen de la espalda de un ogro y cuya guarida guarda una rica mina de plata, al menos para los estándares de las tierras Cangrejo dónde predomina el hierro. Sólo una vez los adquiere por cinco bu, explica que su guarida se encuentra remontando el río de la Cresta Creciente.

De todos modos, Sakura no es la única de acabar en las redes de los comerciantes y Saito acaba acompañando a una tal Inukuro a su pequeña armería, aunque admite rápidamente que él no es el herrero, pronto resulta obvio que no dispone de un mal género, aunque no llega ni por asomo a la calidad de su katana, y no dispone de ningún arma exclusiva para samuráis, en realidad se encuentra muy bien surtido. Cuchillos, lanzas, armas de cadena... hay de todo, incluído un nuevo modelo de manrikigusari con dos pesos esféricos que resultan tentadores, y los precios de las armas son bastante baratos como para dejar pasar la oportunidad de adquirir algún chollo.

Por lo demás, recorréis el camino de los vendedores sin más incidencias, o al menos hasta que descubrís un alboroto entre dos comerciantes que resulta especialmente complicado de ignorar dado que se están peleando en mitad de la carretera.

Nanako espera paciente y sumisammente, como corresponde a una mujer en presencia de un super-magistrado. Es a él a quien corresponde decidir si nos meteremos en el asunto de los dos verduleros o si no.

"Que desgracia" murmura sólo para los compañeros "Habiendo tantos enemigos que acechan a Rokugan, que incluso las castas más bajas resuelvan a pelear entre ellos"

La Shugenja acaricia el mango del tetsubo, seguramente colgando a su espalda, mientras que sus pasos resuenan por el camino.

Saito accedió a regañadientes a comprar un par de aiguchi al vendedor en el interior de su tienda. Guardó uno entre su chaqueta del kimono y presentó el otro al magistrado:

- Es un humilde recuerdo de tierras Cangrejo, Hotorogu-Sama, para que recuerde que a veces no es la mayor de las hojas la que puede salvar la situación, sino la que realiza el trabajo adecuado en el momento preciso.

Siguieron caminando hasta que de nuevo se formó un embotellamiento de gente debido a una absurda pelea entre dos mercachifles rivales o alguna trifulca similar.

- Creo que finalmente si que va a ser necesario que dé un pequeño repaso sobre el orden Celestial a estas almas descarriadas

- Intento por todos los medios reducir el precio de semejante adquisición, aunque lo realmente interesante es la información agregada - Espero que no me engañeis y la fuente sea fiable - Digo al comerciante, mirándole a los ojos, aunque sin ser de manera intimidatoria - No olvideis con quién estais hablando - Refiriéndome a mi estatus de samurai y al hecho de que soy parte del clan que le da protección, una comerciante de la familia Yasuki - Recordaré vuestro nombre comerciante Shiruba, no os quepa duda de ello, pues si cierto es lo que me decís haré que vuestro nombre sea bien conocido - Y le pago solo para percatar en la distancia el alboroto en mitad del camino