Partida Rol por web

- No soy muy diestro en el arte de la etiqueta y la diplomacia compañeros, pero creo que deberíamos llevar algún regalo a nuestro señor como muestra de respeto.- dice pensativo Hirotaro mirando el fuego con un puñado de tierra en la mano cuando Kihei terminó de hablar. 

Soltando la tierra, se levantó sonriendo y marchó a su tienda de campaña para meditar un poco sobre el tema y los asuntos que podría requerir de esos jóvenes su señor.

-Jajajaja-rió Ryoga ante las palabras de Kihei.-Si, yo por un momento creí que aplastaría a aquel anciano que le ofreció venderle orejas de trasgo como amuleto para atraer a las fortunas, jajajaja todavía recuerdo la cara de Kyo desencajada por la furia. Eso si, debo admitir que las orejas funcionaron, pues el mercader aún respira jajajaja.-con el camino recorrido y el tiempo a sus espaldas poco a poco Ryoga confraternizaba más con sus compañeros. Ellos mismos podían percibir que el Cangrejo no tenía ninguna meta, tan solo vivir el día a día, sabiendo que en el próximo combate podría reunirse con sus ancestros.-¿Hace mucho que fumas Kihei o es una rasgo heredado de tu familia? Dicen que el humo es bueno,que ahuyenta a los espíritus.-Ryoga se extraño de la propuesta del shugenja ¿un regalo? pero si era su señor el que les había solicitado el cambio de destino. Ciertamente no entendía, ni se planteaba todos aquellos formalismo estúpidos heredados de la Grulla.

Las palabras de Kihei hicieron que me enrojeciera de nuevo y se hincharan los músculos de mis brazos, pero las carcajadas de Ryoga hicieron que me relajara. Incluso llegué a esgrimir una leve sonrisa en la comisura de mis labios. La verdad hacia tiempo que no me tomaba la vida con un poco más de humor, todos estos años de entrenamiento y concienciación no me lo habían permitido.

- ¿Regalo? - Pregunté confuso a Hirotaro. - Pensé que el sacrificio de nuestras vidas en defensa del imperio era suficiente... - hago una pausa. - Bueno, mi vida no vale nada. - pienso para mi. - Pero sí, quizás tengas razón y deberíamos llevar algo. ¿Qué vas a llevar tu Kuni-Sama?

Miré a Ryoga. La verdad no había esperado la pregunta, por lo que tardé un segundo en responder. —Me lo pegaron mis hermanos mayores. — Respondí con una sinceridad a medias. Sí, era cierto, cuando se juntaban a fumar de la pipa de nuestro padre era el único momento en que podía estar con ellos sin que intentaran practicar lo que habían aprendido en el dojo conmigo, por lo que se me terminó pegando, anhelando esos momentos. —No sé si ahuyentará a los espíritus o no, pero nunca tuve problemas con uno. — Comenté, encogiéndome de hombros.

Acto seguido, me puse a pensar en lo que proponía Kuni-san. —Sí, yo tampoco había pensado en eso hasta ahora. — Admití. Mi dojo no había sido exactamente de cortesanos, la mayoría de mis senseis hablaban de que el mayor honor se obtendría cuando se participe en la recuperación de Shiro Hiruma, no en una corte, ni siquiera de la corte Hida. ¿Qué le regalaría yo a un daimyo, más aún a uno tan importante. "Un caballo." Fue lo primero que se me vino a la mente, recordando la vez que mi padre me llevó a las tierras Unicornio y pude ver aquellas bestias nobles por primera vez. Definitivamente sería buen regalo. Sin embargo, obviamente, no teníamos un caballo. En lugar de eso, lo único que teníamos era nuestro equipo, y algunos libros. —Quizá debimos haberlo pensado mejor antes de pasar a los mercaderes. — Susurré, solamente lo suficientemente alto para que me escuchen los demás, casi como si hablase para mi.

-Yo no veo necesidad de regalos, somos Cangrejos no pomposas Grullas ni amanerados Leones, cumplamos con el deber que se nos encomiende de la mejor manera posible¡Ese es el mejor regalo que un daimyo puede recibir de sus samurai!Además que le íbamos a poder regalar nosotros que a penas tenemos nada al dueño de todo en estas tierras. Creo que haríamos el ridículo, incluso nuestras vidas le pertenecen¿qué se lo puede regalar a alguien así?-las palabras de Ryoga eran del todo practicas, no había ningún tipo de mala fe, ni oido ni resquemor.Sencillamente el muchacho no atisbaba a poder imaginar que le podría ofrecer la hormiga al elefante.

Hirotaro soltó un suspiro ante la pregunta de Kyo, negando:

- No lo sé Kyo-sama, probablemente nuestro señor no quiera nada material de nosotros o le parezca una pérdida de tiempo, pero yo intentaré conseguir algo - hiló la conversación con las palabras de Ryoga.- porque, probablemente quede como un pomposo Grulla, pero son las costumbres de este Imperio, lo que, en mi opinión, aún siendo tan distintos los Clanes, lo que nos une. Y bueno... esa es mi opinión. Pero no se que llevarle, así que estoy igual que al principio.- mientras habló estaba serio, pero no le gustaba ser tan profundo, al menos en ese momento, por lo que terminó con una carcajada.

Por mi parte, me reí ante las palabras de Ryoga. Lo que decía era cierto, ¿qué podíamos regalarle nosotros a alguien como el daimyo Hida? Lo único que teniamos de valor eran nuestras vidas, y realmente eso ya lo tenía, como decía mi compañero.

En cuanto a Kuni-san, parecía un poco más decidido a encontrar un regalo. —Quizá deberías darle tu libro. — Propuse con una sonrisa irónica. —En todo caso, no creo que encontremos un regalo digno hasta llegar al castillo y sus alrededores. — Ni siquiera podíamos cazar algo por aquí para llevarle como trofeo. Después de todo, no solo estas tierras seguramente pertenecían a otro señor, sino que también, ¿qué clase de regalo sería un trofeo de animal para un señor que tiene cuernos oni como trofeos?

La pregunta había conseguido daros un entretenimiento temporal, aunque únicamente lo más versados en el arte de la etiqueta estarían capacitados para obtener una respuesta satisfactoria a ella y, siendo francos, ninguno de vosotros entraba en esa categoría ni entraba entre vuestras mayores inquietudes.

Así fue que continuasteis vuestro camino hasta Kyuden Hida, localizado en lo alto de una montaña y con murallas de puro granito, cuenta la historia que el mismísimo Osano-wo la edificó a golpe de truenos. A diferencia de otros palacios, el Hida no ha perdido el tiempo con sutilezas, no hay jardines rodeando las murallas, ni pinturas adornando las habitaciones, en lugar de ello, se regodea por ser la fortaleza más poderosa de todo Rokugan.

Cuando al final alcanzáis sus puertas, de grueso acero y que requieren la fuerza de diez hombres para moverse, os encontráis sin aliento y podéis contemplar las gigantesca calavera que cuelga en su muralla, la cual demuestra la fuerza de las Tierras Sombrías y la aún superior del Cangrejo. Aparte de la residencia del campeón, el castillo también aloja importantes edificaciones como el Colegio de Guerra Hida, la principal escuela de bushis del clan, y el lugar único lugar dónde los Kuni se juntan para comparar hallazgos, intercambiar hechizos y discutir los asuntos del clan, incluidos la selección de nuevos aprendices para convertirse en Tsukai-sagasu.

Definitivamente era el lugar que podía considerarse el corazón del clan, sin embargo, el lugar se mostraba inusitadamente sombrío incluso para el ambiente que esperabais encontrar. Podéis ver cómo la mayor parte de lo veteranos, lucen tiras de seda blancas en sus brazos, nadie parece tener ganas de hablar y cuando se ven obligados a ellos apenas levantan la voz. Estaba claro que algo había ocurrido en la fortaleza, lo que venía a ser lo mismo que algo importante había pasado al clan. No tardasteis en saber el motivo.

Una inmensa montaña de leña aguardaba a ser prendida por un samurai con una antorcha. Era un hombre de unos cincuenta años, de largos cabellos blancos y por el que cuyas venas corría la sangre de los auténticos Cangrjeos. Sobre él únicamente recaían las de apenas media docena de personas, todos vestidos con kimonos blancos, aunque podíais ver como las de todos los que se encontraban lo suficientemente cerca se desviaban continuamente hacia la escena y eso sólo podía significar una cosa, aquel hombre que sostenía la antorcha debía ser Hida Chomen, el Campeón Cangrejo, mientras que el resto eran lógicamente su familia.

El daimyo contemplaba la pira con la mirada perdida y se le veía cómo movía los labios, seguramente dirigiendo algunas palabras a un difunto que os resultaba imposible de ver desde vuestra posición. Tras un rato, prendió la madera, aguardó a que el fuego se crepitara con fuerza antes de darse la vuelta y penetrar en el interior de un edificio junto al resto de los asistentes a la incineración.

Desde la lejanía pronto pudieron divisar Kyuden Hida, tal vez fortaleza más impresionante de todo Rokugan, aunque Hida Ryoga no podía hablar por experiencia pues no había viajado mucho. Muchos recuerdos acudieron a su mente, de viejos tiempos en los cuales era un niño entrenado en el famoso dojo, ahora el destino quería que volviera a visitar de nuevo la fortaleza convertido en un samurai de pleno derecho, eso le llenó el pecho de orgullo.

Empezaron a subir la empinada cuesta que conducía al portón principal, llegando con el resuello en la boca cuando desde lejos vieron la comitiva del daimyo de clan abandonando el funeral, debía ser alguien importante digno de rendirle honores pues toda la fortaleza guardaba luto. No era buen momento para hacer preguntas ni alterar los ánimos, así que de forma callada y silenciosa Ryoga se situó la final de la cola que guardaban aquellos que querían darle un ultimo adiós al difunto. Mientras guardaba turno intentaría leer los kajis en honor al difunto y escuchar entre las filas Cangrejo por si algunos comentaban sus hazañas.

El viaje lo había dejado exhausto, y la subida por la montaña casi hace que Hirotaro desfalleciera, pero no quería parecer débil ante sus compañeros, por lo que aguantó el tipo. El lugar era más o menos como esperaba, pero echó en falta un poco más de actividad de gente, lo cuál entendió al ver la escena de la pira y los samurai alrededor.

En silencio, observó la escena con respeto, y se colocó al lado de Ryoga, con la cabeza gacha, rezando una oración en un susurro por el fallecido.

Me sequé el sudor de la frente mientras subíamos por la montaña. Si bien no hacía calor, la caminata era pesada. Finalmente llegamos a las puertas del palacio, y nos sorprendió una escena que no esperaba ver. Congregados alrededor de una pira, se encontraban varios sujetos vestidos de blanco, uno de los cuales lucía bastante anciano, pero que por su porte y la posición que ocupaba en la congregación, debía ser el señor del castillo, y eso significaba que era el señor de todos nosotros, el Campeón Cangrejo.

Tragué saliva mientras observaba la procesión hacia el difunto y me colocaba con mis compañeros de viaje al final de la misma para presentar nuestros respetos. La verdad, yo me habría quedado a un costado, siendo que destacábamos entre todos por no estar vestidos de blanco y ni siquiera sabíamos quién era el difunto. Sin embargo me pareció que iba a ser mucho peor si no seguía al resto, que ya se había metido a la fila.

Al igual que Hida-san, intenté estirar el cuello para ver quién había muerto.

La ver la gran fortaleza me alegre de la caminata. El esfuerzo había merecido la pena. La sorpresa llegó cuando encontramos a todos los habitantes vestidos de blanco al rededor de una pira funeraria. Instintivamente me acerque y empecé mis oraciones por el muerto. Deseando que estuviera dentro de la rueda celestial y que si salia era para ir al Tengoku. Dejando atrás a mis compañeros y sin el menor de los miedos me acerqué con paso firme y me arrodille en frente de uno de los altares a las fortunas.

El viaje había sido largo y la fortaleza significaba un lugar caliente y comodo donde dormir por lo que me alegré de haber llegado por fin a  nuestro destino. Una vez dentro me pregunté si no habría sido mejor haber tardado un par de días más no parecía el mejor momento para llegar un funeral y el campeón cangrejo encendiendo una pira... desde luego los animos no iban a ser los mejores para recibirnos.

Sigo a mis compañeros para presentar mis respetos tratando de agudizar los oidos para descubrir el nombre del difunto ya que debe ser alguien de importancia.

- ¡Eh! ¡Pequeñajos!

Las palabras os interpelan sin respeto alguno y al seguir su sonido resulta evidente el motivo. El hombre es ya anciano y lleva el torso al desnudo, pero si alguna vez habías imaginado a alguien como una montaña, éste viejo claramente lo supera. No porta daisho alguno y salvo por el hecho de que no lleva la cabeza rapada, toda su apariencia se asemeja a la de un sohei. Os mira con la certeza de saberse superior a vosotros y permanece apoyado junto a una puerta cerrada.

- Venís a la llamada de Chomen-chan ¿me equivoco?

Os pregunta con cierta curiosidad sin moverse un ápice, pero que use semejante apelativo para referirse al campeón resulta demasiado llamativo como para dejarlo pasar.

Ryoga se giró hacia aquel hombre, dirigiéndose hacia él para tratar de averiguar algo más de lo que allí acontecía.-Nuestra gunso nos envía desde Kamisori sano Yoake Shiro, no sabemos para qué.-le ofreció los papeles de viaje, con gesto marcial-¿Qué ha pasado?¿quien ha muerto?Y por cierto ¿quien eres tú?-el joven preguntaba sin ningún tipo de decoro ni tapujo pero sin ofensa ni malos modos a aquel extraño monje, que se atrevía a tutear al campeón Cangrejo. Sin duda tenía que ser alguien importante, pero eso no parecía importarle o intimidar mucho al joven Cangrejo.

En ningún momento hace mención de recoger los papeles o siquiera moverse de su posición, casi parecía que estuviera custodiando aquella puerta, pero no por ello guarda silencio a vuestras preguntas.

- El hijo pequeño de Chomen-chan - repite una vez más bastante despreocupado - Creo que también estaba desplegado por vuestra zona... eso explica el por qué todos venís de allí.

Expresa su pensamiento en voz alta, así como os confirma que no sois los únicos en haber sido convocados.

- Ya habrá tiempo para presentaciones cuando él venga. Ahora esperad dentro samurái-chan.

Añade apartándose de su apoyo y abriéndoos la puerta. Inmediatamente las miradas de otros novatos en el interior se dirigen hacia vosotros y podéis sentir su decepción por verse obligados a continuar esperando.

El hombre que nos para me impresiona, sus formas, su indumentaria indicando que es un Sohei... En algún momento me gustaría poder tener tiempo para entablar conversación con él. Pero no es el momento, hemos venido porque nos han llamado y tenemos que atender nuestros deberes. Ryoga toma la iniciativa y le muestra los papeles, aunque no parece un hombre que siga la etiqueta y la normativa.

Al abrir las puertas y ver un montón más de jóvenes samurai, si es que se nos podía denominar así, me hace sentirme un poco menos especial. Por algún extraño motivo durante el viaje me había hecho a la idea que habíamos sido los únicos llamados, pero lo que veían mis ojos y los comentarios del Sohei me indicaban que me había equivocado.

Ryoga sonrió a aquel hombre y se acercó un poco más como si le hubiera reconocido.-Solo conozco a un hombre que haya llamado -chan al Campeón Cangrejo y haya llegado a viejo. Me alegro mucho de volver a verte Gouken-sensei, mi abuelo Gunta dice que me enseñaste bien a dar un buen par de coces, pero que era normal en una vieja mula como tú jajajajaja. Seguro que se alegrará de saber de ti cuando le diga que te he visto, en otro momento será un placer intentar aplastar a esta vieja montaña.-con ello le hizo un informal saludo que denotaba cierta confianza antes de entrar por las puertas para reunirse con los otros jóvenes samurai.