Partida Rol por web

Vaya, parece que mi camarote va a constituir el after de esta reunión. Acompaño a Shane y a Lavonne a por sus cosas, callada y con la vista puesta en mis pies, pensativa. 

Tanto que pensar, tanto que planificar, tanto que...

-Bueno, está claro que en cuanto este asunto esté solucionado, va a ser una divertida anécdota que contarles a sus chiquillos -comento, sabiendo que aunque la fiesta haya terminado, sigo siendo la anfitriona, y por tanto es mi deber entretener a los invitados de un modo u otro.

Abro la puerta para que pasen dentro. Hay algunos bañadores esparcidos sobre la cama, el armario abierto con algunos vestidos de noche en su interior, y un poco de desorden. Esperaba tener visita esta noche, pero no para ser el guardarropa del lugar, la verdad. 
La pistola del señor Saunière está sobre una mesa, y se la tiendo con rapidez.

-Gracias por venir. Lavonne, querida, no te preocupes por mi vestido. En ti queda mucho más espectacular. 

Qué estupideces digo, como si ella no tuviera veinte mil vestidos mucho más caros y elegantes que el mío... Esbozo una sonrisa, encogiéndome de hombros.

-Ya me lo devolverás cuando puedas.

Me sorprendo al ver que nos acompaña y alzo una ceja. ¿Ahora se hace la remilgada?
-No era necesario que nos acompañara, sabemos que tiene cosas importantes que tratar - digo con frialdad, acercándome a la pistola, abriendo el cargador para valorar que tiene todas las balas.

Ese puto revolver podía hacer agujeros como un puño. Aunque lo he echado de menos, casi me alegro de haberlo dejado aparte.

Luego me dirijo a la salida ignorando a ambas mujeres deliberadamente - Ha sido un placer señoritas. Seguramente nos acabemos viendo algún día si decido quedarme en la ciudad... - digo llevándome la mano para saludar con un sombrero inexistente, un viejo vicio que me cuesta dejar de hacer en momentos tensos.

Luego salgo para ir a la salida.

Asintió a la señorita Morgan aceptando su tarjeta antes de bajar a por sus cosas. No tenía muy claro qué iba a pasar a continuación, ni ganas de saberlo, pero las noches llegarían una detrás de otra igual que cada amanecer. Se despidió de JoJo sin añadir mucho más; cuando las palabras no ayudaban era mejor no decir nada.

Lavonne abandonó el camarote de JoJo casi al mismo tiempo, siguiendo sus pasos a cierta distancia en lo que podría haber sido una coincidencia, al menos hasta que lo llamó por su nombre con cierto titubeo.

—Shane. Señor Saunière. —Se corrigió, aclarándose la voz.

Dejó de caminar, esperando que él también lo hiciera, irguiéndose ligeramente como si necesitara demostrar entereza o integridad. Pensó en qué pensaría de ella, en qué estaban pensando todos, y se detuvo ahí sabiendo que ese agujero no llegaba a ninguna parte.

No era nada de eso lo que quería decirle. Tampoco quería robarle más tiempo del que ya había extendido en ella y aquella estupidez.

—Lamento mucho haberlo involucrado en toda esta… Equivocación. No sé por qué le hacen llamar mañana, seguro que tiene otras cosas que hacer y es obvio que... —Cesó la frase y se obligó a mirarle a los ojos en un gesto sincero de confidencia.— Solo quería decirle que lo siento de verdad. Así que… Lo siento. Espero que disfrute más del resto de su estancia.

Lanzo un suspiro de alivio en cuanto Shane y Lavonne abandonan mi camarote, despidiéndome de ellos con un gesto de la mano, sintiéndome la Primera Dama saludando desde un coche sin capota. Sin saber que un tirador está a punto de arrojar los sesos de mi infiel marido sobre mí. Con un suspiro, cierro la puerta tras ellos, apoyando la frente sobre la madera de la misma.

Respira, Jo. Está a punto de terminar.

Las rodillas me flojean como si estuvieran hechas de mantequilla, pero todavía puedo estar en pie. No hay vampiro en esta ciudad que pueda dejar a Josephine Baker sin energía. Y menos en una noche como esta. Hincho mis pulmones en una inspiración potente, más para infundirme ánimos que para llenarme de oxígeno, y me pongo en marcha. 

En un par de movimientos, me desprendo del trikini mojado, abandonándolo sobre el suelo, y lo reemplazo por unos sencillos vaqueros y una camiseta. No son de mi estilo, pero no importa. Necesito algo cómodo y de lo que no me importe deshacerme si se manchan de sangre-reveladora-de-me-he-encargado-de-un-cadáver-misterioso. Putain. Putain. Tengo que obligarme a no pensar en ello, o me derrumbaré. Tantas oportunidades perdidas, el trabajo de setenta años. De casi toda una vida. 

No pienses, soluciona.

Meto todos mis pertrechos personales en una maleta, y la cierro, mientras observo mi reloj de muñeca. ¿Dónde coño estás? 

Para calmar mi inquietud durante la espera, alargo la mano para recoger lo único que no he recogido: un bote de vitaminas. Lo vuelco sobre mi mano y selecciono dos o tres píldoras, antes de ponérmelas sobre la lengua. Espero que esto sea suficiente para reponer todo lo que he perdido esta noche...

No. Unas vitaminas no me harán reponerme de lo que me ha hecho Anthony. De lo que me ha hecho la connasse de Morgaine. 

Pero bueno, reponer globulos rojos es un primer paso.

La puerta del camarote se abrió con lentitud, acompañando el movimiento con un quejido funesto que ella habría jurado no haber oído cuando entró en primer lugar. No lo precedió ningún toque sobre la madera, ni un aviso murmurado desde el otro lado, pero no habría hecho falta porque ella ya sabía de quién se trataba. La educación y los buenos modales, como solía decir cuando amanecía (o, mejor dicho, anochecía) filosófico, eran un lujo del que hasta él, que no era esa clase de monstruo, a veces prefería prescindir. ¿Qué clase de monstruo era, entonces? ¿Y había sido siempre así? Habría jurado que no.

Parado frente a ella, parecía que la velada no le había causado más estrago que el recuerdo que había quedado en el cuello de su camisa la última vez que la visitó; por lo demás, seguía indemne, con la sombra de su ominosa sonrisa siempre al acecho. La mancha de sangre se le antojaba ahora gigante, y en el estado en el que estaba, hasta lamentaba que hubiera acabado allí. Menudo derroche.

Augustus Fowler cruzó el umbral, cerrando la puerta tras de sí. Miró el traje de baño en el suelo, y los vaqueros y la camisa en los que ella iba enfundada. Apretó los labios.

—¿Por qué vas de luto? —bromeó— ¿Ha muerto alguien?

Un suspiro de alivio en forma de sonrisa me cruza el rostro en cuanto el setita cruza el umbral de mi puerta, y casi tengo que contener las ganas de abrazarle tanto como debo contener las lágrimas de miedo y frustración. Ojalá pudiera llorar sobre su pecho, contarle todo lo que ha ocurrido, dejar que me acune, que me susurre que todo va a estar bien. 
Por supueto que Josephine Baker es más que capaz de resolver cualquier problema o situación, pero... pero a veces todos necesitamos que alguien nos diga que todo va a salir bien. Sin embargo, camuflo mi necesidad con cinismo, como él me ha enseñado a hacer, y extraigo una caja de cigarrillos del cajón de la mesita de noche, encendiendo uno con mi zippo plateado. Esta vez, sin embargo, no se lo tiendo, sino que me limito a aspirar el humo. Es repugnante, pero putain si no necesito un poco de alquitrán en los pulmones esta noche.

-Técnicamente, sí -Murmuro, exhalando el humo por la nariz, formando remolinos de plata frente a mis ojos-. Alguien ha elegido el Stoker's para morirse justo esta noche. No conozco bien los detalles, aún no he podido ponerme en contacto con Yoomee. Pero de algún modo la zorra de Morgaine se ha enterado, y se ha chivado al Príncipe.

Detengo mi narración, pues siento que me tiembla la voz. Y con el pulso igualmente tembloroso, sustituyo las palabras por otra calada al cigarrillo.

Jerome asintió amablemente en esos minutos que Morgan le había otorgado, extrajo de su saco una libreta y de esta arranco una hoja con algo escrito, la cual entrego.

-Espero pueda solucionar su problema- fue simple lo que dijo, nada más esas palabras, aunque había algo en el viejo que te decía que había algo más, pero en aquel lugar y con tanta gente no se podía decir más nada, al menos uno de los presentes era quien estaba involucrado.

El titubeo en los labios de Jo agitó algo dentro de Gus, que cansado de esperar un cigarrillo que no llegaba, se aproximó a ella y la tomó por los hombros, un preámbulo al abrazó que siguió. Era el más sentido que habían compartido en décadas, y no importaba que no quedara en él nada de la calidez que había sabido invocar en el pasado: el gesto llegaba en el momento de mayor necesidad de la mortal, como un oasis tras un viaje a la deriva por el desierto.

La Serpiente dejó que Josephine se desahogara y diera rienda suelta a los terrores que, como él, la atenazaban, antes de darle un último mordisco envenenado, el golpe de gracia. Con su lengua bífida prácticamente acariciándole el lóbulo de la oreja, susurró:

—Claro que sabes cómo se ha enterado Morgaine, Marine. Tú misma le llevaste el recado.

Cuarenta años de amistad dan para mucho. O al menos, para que Gus se percate de cuándo los acontecimientos comienzan a desbordarme. Sin arrebatarme el cigarrillo de las manos, como pensaba que haría al aproximarme a mí, me rodea con sus brazos, y es entonces cuando el río incontrolable de lágrimas comienza a descender por mi rostro, sin emitir ningún sonido. Le rodeo la cintura con los brazos, disfrutando de la sensación de sentirme arropada bajo su aroma masculino, y me preparo para contárselo todo. Lo de Anthony, lo cerca que hemos estado de alcanzar mi sueño, nuestro sueño. Todo por lo que hemos trabajado. Tan cerca.

Hasta que...

Físicamente siento dolor. Un dolor profundo en el pecho, tan intenso que por un instante me planteo la posibilidad de que me esté dando un infarto. O de que haya aprovechado la cercanía del abrazo para clavarme un puñal envenenado. Hasta que lo identifico: es el dolor de la traición. Azotándome tan fuerte y tan profundo dentro de mí que se me antojaba casi nuevo. Como la primera vez.
Mis brazos descienden, inertes, por la cintura del setita, hasta que deshago mi abrazo y, lentamente, le obligo a separarse de mí.

Rojo, negro. Agudo. Cuchillos afilados.

Me llevo una temblorosa mano a los labios, para darle otra calada al cigarrillo. Témplate.
La primera pregunta que me asalta, mientras me pongo en pie para poner algunos metros entre nosotros es ¿Por qué? Pero finalmente acabo preguntando:

-¿Cuánto? -Me obligo a mirarle de frente. A clavar las uñas en mis puños cerrados para no lanzarle nada. Seguro que todo esto forma parte de un plan más enrevesado. Seguro que todo esto tiene un fin mayor que yo no veo. Seguro que Morgaine le ha pagado en un trato en el que ella sale perdiendo, de alguna forma.

No me ha traicionado. No me ha traicionado. No puede ser que lo haya orquestado todo. La reconciliación en la piscina, la reacción de Anthony. Él no podía saberlo. No, después de rescatarme de los hermanos Guyon. Él no me haría eso.

-¿Cuánto te ha pagado esa hija de perra para que me sabotees?

Cuando Josephine dejó caer los brazos, Fowler se dio la vuelta y retrocedió unos pasos hasta detenerse junto a la pared que quedaba a la derecha de la entrada. Apoyó el hombro, mirándola mientras le arrojaba la pregunta, y respondió con una dureza que en todos esos años ella solo le había visto dedicar a sus enemigos.

—¿Morgaine? ¿De verdad te tienes en tanta estima como para creer que esto es cosa suya? A Morgaine le resultas insignificante, Marine, y la culpa de eso es solo tuya. Podrías ser una reina, pero te conformaste con tu mortalidad. Ahora pagas el precio. ¿Crees que alguien que no haya invertido el tiempo y la sangre que yo he malgastado en ti iba a darse el lujo de perder tanto el tiempo?

Volvió hasta ella, agarrándola por la barbilla y levantando su rostro con violencia para asegurarse de que se enteraba de cuanto tenía que decirle.

—No les mereces la pena, Marine, y apenas me la mereces a mí. Ya no —entonces se desprendió de ella, abotonándose la chaqueta mientras caminaba en dirección a la puerta—. Los dos hemos vuelto a la casilla de salida, y creo que es lo más justo. Da gracias de que no te deje tal cual te encontré.

Miró el reloj, y por última vez, a ella. Se detuvo junto a la puerta, con una mano sobre el pomo. Abrió la boca, pero lo que fuera que planeara decir, no llegó a salir nunca de sus labios. En su lugar, dijo:

—Supongo que si vas a vociferar un llanto de venganza, el momento es este.

Rojo. Negro. Chillidos. Cuchillos afilados.

Apoyo la mano sobre la mesa, mientras, por momentos, siento que la habitación se derrumba a mi alrededor. El corazón me retumba en los oídos, mientras un regusto ácido trepa desde mi estómago por mi laringe. Duele. Duele mucho.
No lo... no lo entiendo.

Fowler. Gus, él me observa desde la puerta, con esa frialdad que siempre me ha estremecido. De la que siempre me he alegrado de no ser quien la recibiera. No lo entiendo, ¿qué ha cambiado?

El cigarrillo prácticamente consumido me quema los dedos, y lo suelto con un sobresalto.
No tengo que entenderlo. El dolor es soportable. Nada que no haya experimentado ya. Sólo tengo que resolver este otro contratiempo.
Trabajar ahora, llorar luego. Y ni eso.

Duele, pero dejo que la rabia que comienza a nacer de mis entrañas inunde mi interior, consumiendo el fuego del dolor. La libero, y por un instante, la anestesia de la furia me llena de energía, me obliga a dejar de pensar, y por fin puedo actuar. Con el ceño fruncido y los dientes apretados, agarro cualquier cosa que tenga a mano y se la lanzo, con todas mis fuerzas.

-¡Hijo de puta malnacido! ¿Sabes quién no importa nada en esta puta ciudad? -Grito, sin dejar de lanzarle objetos aleatorios- TÚ. PUTO SETITA BASTARDO.

Jadeo, sintiendo que se me aprieta un nudo en la garganta que me estrangula la voz unos segundos. No. La ira. Concéntrate en la ira.
- Te vas a arrepentir de lo que me has hecho, ¿me oyes? No vas a vivir bastantes noches para arrepentirte lo suficiente.

Casi tengo ganas de reír ante la ironía del asunto.
- Tú mismo has cavado tu propia tumba, stupide. Me has lanzado entre las garras de Anthony, ¿y ni siquiera has pensado que me has regalado el principado de la ciudad? Capullo arrogante.

Cuando no hay más objetos a mi alcance, avanzo unos pocos pasos. Los suficientes como para darle un fuerte empellón al cainita.

-Y ahora sal de mi puto barco antes de que mande a Dutch que te mate. Estoy segura de que todos los vampiros de esta ciudad están guardando turno para empalarte.

Miro con curiosidad como Jerome escribe algo en su libreta. Tomo la hoja mientras me coloco las gafas para poder así leer mejor su contenido.  -Esperemos.- Digo levantando los ojos de la nota antes de seguir de nuevo con ella.

-¿Mañana un poco antes de las diez?- Pregunto para asegurarme que los planes no han cambiado, no puedo estar mucho tiempo pero ahí podremos hablar con toda la tranquilidad que pueda proporcionar él mismo. Mis ojos se mueven hacia un lado, en la dirección de Antoine, no me he olvidado de él, tras observarlo de reojo unos segundos vuelvo a centrar mi mirada en mi interlocutor.

Pliego la nota y la guardo.

-así es, los artículos estarán allí... Al me os eso espero- comento Jerome mientras expresaba una pequeña. Mueca de sonrisa.

-quizás puedan interesarle otras cosas o podríamos realizar algunos trabajos juntos--agregó sin más.

Hago un gesto afirmativo. Siempre termino lo que me propongo. -Yo también lo espero.- Digo con seriedad, para después seguir escuchando la propuesta del vástago. -La austeridad es un don y las antigüedades suelen tener un valor superior al normal, pero trabajar sí es algo que me gusta.- Me quito las gafas y las pliego con lentitud, mientras estudio los gestos del vástago.

-¿Tiene algo en mente o simplemente es una oferta para un hipotético futuro? De todas formas si es un trabajo que este en mi mano realizar, la respuesta es sí, ya sabe a lo que me dedico.- Sonrío levemente, ser amable es complicado pero a veces merece la pena esforzarse.

-Recuerde que seguramente vendré acompañada, no quiero que ese detalle pueda estropear de alguna forma sus planes.-

Fowler aguantó con un estoicismo socarrón el explosivo arranque de Josephine, sin tratar de esquivar activamente ninguno de los objetos que ella le arrojaba. Parecía completamente indiferente, aunque esa fachada de desinterés se vino abajo cuando, en el último segundo, desveló que en esa ocasión, como en todas, también tenía que ser él quien tuviera la última palabra.

—Cuando te movías entre mortales, Marine, lo único que te salvaba era lo que queda entre tus piernas. Ahora es lo que te corre por las venas. No has tenido que luchar por conseguir ninguna de esas dos cosas —giró el pomo, pero no tiró de él—. Te deseo suerte en tu venganza, Jo; la esperaré con gusto. Veremos si, después de tanto tiempo, has aprendido algo.

Abrió la puerta, y mientras atravesaba el marco, se despidió: 

—Buenas noches, Marine. 

Cerró tras él. 

Camino deprisa, estoy ligeramente furioso por motivos que aún no entiendo bien. Y eso aumenta la frustración.
Salir de este barco, asentar la información, y preparar el refugio. Esa es mi prioridad. No puedo pararme a pensar en las implicaciones de cuanto he visto. Las relaciones son sutiles, pero están claras, incluso para un inepto social como yo.

Decelero un poco mi paso al escuchar mi nombre, lo justo para darme la vuelta y observar a la dama inglesa.

Camino más lentamente para permitirle que me alcance, mientras guardo la pistola automática en la funda de la espalda de mi chaqueta.

Alzo una ceja ante sus disculpas, ligeramente sorprendido. - Señorita Drummond... no tiene que disculparse en absoluto. - digo negando con la cabeza.

No me ha traído perjuicio alguno. Sus disculpas se agradecen pero no son necesarias, de verdad. Me interesa poder hablar con el Príncipe en persona y con menos... espectadores. Hasta me ha venido bien.

- Siento mucho que alguien haya querido involucrarla en algo tan desagradable. Aunque sin duda el culpable es... - Miro hacia arriba, hacia la habitación de la señorita Baker y a la escalera en la que seguramente esté agazapado el señor Fowler para reunirse con ella a escondidas - ... uno de los invitados sin ninguna duda. La cuestión es ¿a quién deseaban dañar con todo esto? ¿a usted? ¿o al señor Crawford?

Bien... - digo dando una palmada fuerte y frotándome las manos - Pues ya sabemos quién robó la joya - digo mirando de reojo al señor Crawford - y sabemos donde está - digo señalando con un dedo de forma indirecta a la rubia de ojos color alienigena para luego dirigirlo con un silbido lento hacia el río, emulando el sonido de una bomba a punto de caer.

- Caso cerrado. Ha sido una fiesta divertidísima. Siempre es un placer volver a ver a los cainitas más guapos de la ciudad.

Acaricio la mejilla de Trisha y le doy un beso con lengua, lentamente y disfrutando de los restos de sangre que resta en sus labios.

- Creo que es hora de volver a tierra y bailar con mortales antes de que termine la noche.
Nos veremos damas y caballeros.

Cojo de la mano a mi dulce pastel y me acerco hacia la escalera para ir a la salida. Me detengo cerca de Jojo. 

- Una fiesta impresionante madame, sin duda volveremos a vernos en breve en el Stoker´s.

Luego pasamos al lado de Caroline - Querida, tiene mi teléfono, mi interés y muchos tratos futuros que cerrar. - sonrío y le estrecho la mano - Nos mantendremos en contacto.

Paso al lado de Morgan y Sauniére. Les saludo con un gesto poniendo dedo índice y corazón sobre mi frente.

- Bonsoir, petite poupée.

Tras mi intervencion no quedaba nada mas que añadir, no... sabía que no iba a poder cambiar nada. ¡Maldición! Aprieto los labios mientras me mantengo sentada escuchando la resolución final. Un punto y coma. Parpadeo, intentando analizar los rostros de los presentes, ¿quien sería tan idiota de entrar en mi camarote? o tan osado. En cuanto se descubra yo misma decidiré su destino y no, no será nada agradable. 

Lamento mucho lo ocurrido con Jojo, ella no se merecía ese trato. 

Creo que es hora de retirarme, ya ha sido suficiente, por hoy.

¿Raymond? Enarco una ceja, no lo conozco, pero recuerdo a Marcel mencionarlo. El caitiff. ¿por qué querría él enviarme saludos? Sonrío amablemente, y extiendo mi mano para apoyarme en su antebrazo en señal de afecto. 

Estupendo, lo mismo por mi parte, dígale que es bienvenido al elíseo y a mi casa cuando desee. 

Y espero que no tenga nada que ver con lo acontecido hoy o lo mataré yo misma. Miro a la mujer, Caroline, me inspira cierta dulzura pese a la incomodidad que manifiesta por estar en un entorno hostil. Pero no eres un corderillo, como a mi la gente tiende a infravalorarte pero tu bestia es igual de poderosa que la suya. La cuestión es... ¿qué buscas tu?