Partida Rol por web

Nueva Orleans Nocturna

Precuela, donde se inundaron los sueños

Cargando editor
03/12/2017, 20:07
-Narrador-

El parque de atracciones 

En el año 2000, después de haber conseguido el terreno y permiso de construcción, el consorcio Alfa Smartspark inaugura Jazzland, el primer parque temático en Nueva Orleans, un parque que buscaba aprovechar toda la tradición jazzística de la región, pero en un entorno lleno de atracciones, escenarios para conciertos y juegos mecánicos.

Para 2001, Jazzland no era el éxito que esperaban, las pocas ganancias no eran suficientes para pagar el alquiler del terreno ni los sueldos. Para marzo de 2002 Premier Parks (en aquel entonces dueña de la marca Six Flags) adquiere la propiedad del terreno y todo Jazzland, pero decide no cambiarle el nombre por el momento.

A inicios de 2003, Six Flags había invertido una fuerte cantidad de dinero y en abril de ese año reinauguran el parque bajo el nombre de Six Flags New Orleans, integrándose así a la gran cadena de parques, que desde el año 2000 había adquirido propiedades en la Ciudad de México y en Madrid, convirtiéndose en una de las cadenas con más parques temáticos en el mundo.

Al cierre de 2003 finalmente el parque presentaba ganancias, con una asistencia de visitantes récord, por lo que todo parecía indicar que estábamos ante un nuevo éxito de la cadena. Durante 2004 se superaban los récords y para 2005 se preparaba el primer gran festival de Jazz, lamentablemente el huracán Katrina acabó con el sueño.

 

En agosto de 2005, Katrina se formaba en la Bahamas, tras su paso por el Golfo de México se fortalece llegando a categoría 5. Con toda esta fuerza llega a Luisiana, el estado más afectado por la tormenta, ya que sus sistemas de diques falló, ocasionado fuertes inundaciones y cerca de 2.000 muertes.

Por supuesto Six Flags fue uno de los afectados, siendo el 21 de agosto de 2005 su último día de operación, se tenía planes de abrir el parque durante el siguiente fin de semana del 26 de agosto, pero las inundaciones fueron tan grandes que fue imposible siquiera ver los daños ocasionados por la tormenta.

Katrina echaba abajo los planes de la compañía para la construcción de nuevas atracciones, entre las que se encontraba un parque acuático Hurricane Harbor, que sería anunciado en septiembre. Para octubre de ese año la compañía no lograba cuantificar los daños, era un hecho que no habría futuras inversiones y todo se concentraría en rescatar el parque.

Lamentablemente no fue así, para diciembre de 2005 Six Flags omite mencionar a Nueva Orleans en sus planes para 2006, ya que los rumores apuntaban a que la reconstrucción del parque sería incluso más costosa que la apertura de un nuevo parque, algo que se confirmaría cuando cuatro de las atracciones (Batman the Ride, El Correcaminos Express, Bayou Blaster y Sonic Slam) son retiradas del lugar para ser llevadas a otros parques de la cadena, lo que significaba que Six Flags estaba abandonando su parque en Nueva Orleans.

La última información que se recibió por parte de Six Flags, fue que el parque permanecería cerrado de forma indefinida. A partir de ese momento, Six Flags New Orleans se transformó en un tétrico lugar abandonado, donde los lagartos de los pantanos encontraron un nuevo hogar, lo que provocó que cientos de curiosos acudieran al parque a tomar fotografías y vídeo de este escenario con aspecto aterrador.

Cuando imaginamos un parque de diversiones, se nos vienen a la mente niños riendo, colores, juegos, felicidad y diversión. Nadie, fuera de una película, imagina un parque solo, destruido y abandonado. Y fue a partir de aquí donde cobró nueva fama al convertirse en una especie de ruinas modernas.

Por supuesto ha habido diversos planes para aprovechar el terreno abandonado. En 2008 Southern Star Amusement Inc. presentó un proyecto para un nuevo parque con 60 atracciones, pero finalmente quedó en eso, un proyecto. En 2011 Paidia Company anuncia que reabrirían el parque como Jazzland, pero al paso del tiempo el proyecto ha ido cambiando hasta transformarse en un gran centro comercial que al día de hoy, no ha iniciado su construcción.

Desde 2011 Hollywood ha aprovechado este abandono y constante cambio de planes para usar las instalaciones como escenarios de algunas películas, entre las que se encuentran Killer Joe, Stolen, Percy Jackson: Sea of Monsters, Dawn of the Planet of the Apes y recientemente Jurassic World.

 

Cargando editor
03/12/2017, 20:44
-Narrador-

Notas de juego

No habéis especificado año, así que os lo dejo a vuestro criterio. 

Cargando editor
04/12/2017, 03:00
Sebastian Crawford

Las suelas de mis zapatos golpean el pavimento a un ritmo perfecto y obstinado como un metrónomo, produciendo un sonido duro que resuena en el aire denso y húmedo de la noche. En este lugar de fría soledad no necesito guardar las apariencias, de modo que no me molesto en evitar que la afilada gelidez del aire robe el calor de mi carne. Bajo la pálida luz de la luna, que asoma de forma intermitente a través de la mortaja del cielo nublado, mi piel se aprecia tan blanca como el yeso, casi traslúcida, con una leve tonalidad azulada. A pesar de que no hay ninguna fuente de iluminación en la zona y la oscuridad es dueña de todo, camino con presteza y decisión; la extraordinaria sensibilidad que me concede la Sangre arranca una infinidad de colores y matices al negro y al gris, permitiéndome ver lo que me rodea en una suerte de halo que le otorga a todo una cualidad onírica. Tantos tonos distintos y vibrantes, consonantes y disonantes, unidos en perfecta armonía para dar forma a la experiencia de la vitalidad humana, hace mucho olvidada, pero que hoy parece más real y tangible que la masilla de un escultor. Casi juraría que puedo oír las voces de los niños que ya no vienen a este lugar, timbradas y atipladas, mientras corren chapoteando en los charcos formados por una llovizna reciente. La estridente y barata música de feria se impondría a todo, obligando a los visitantes a levantar la voz para hablar o, más probablemente, a guardar silencio y encerrarse en ellos mismos. Pero solo es una ilusión.

El parque de atracciones Six Flags de Nueva Orleans está muerto.

Mi mirada aparta las tinieblas para ver las manchas negras de humedad que aparecen por doquier. La vegetación crece libremente entre edificios coloniales falsos, de colores deslucidos y llenos de feas pintadas. La zona que rodea muchas de las desvencijadas e inservibles atracciones se ha vuelto impracticable, y nadie en su sano juicio se metería ahí. El óxido se come el metal como un parásito, impregnando el aire con un agudo y penetrante olor a herrumbre que se mezcla con el de los meados. Aquí y allí distingo algún condón tirado o la ocasional jeringuilla utilizada para inyectar una dosis de bola rápida; vestigios de la decrepitud humana. Algo a lo que, me temo, estoy demasiado acostumbrado. Lejos, muy lejos, oigo un claro sonido metálico robado al viento, un chirrido agudo y puntual que captura mi atención. Y ajeno a todo, el inconstante fluir del aire, meciendo las hojas de los árboles y arbustos que arrojan una sombra impenetrable. Casi me parece entrever su movimiento sobre el telón negro e índigo del firmamento, una bóveda en perfecta sincronía de sonidos y silencios, que fluctúan con la cadencia eterna del mismo tiempo.

Y es precisamente el tiempo lo que me llama y me arrastra, llevándome a otro momento, a otro lugar, y yo lo sigo al paisaje de mis recuerdos. Soy un joven impetuoso y vehemente, con una cabeza llena de extrañas ideas acerca de lo que es la vida. Ignorante y defectuoso, pero envidiable; me pregunto si acaso no habría preferido continuar en aquel engaño, no haber permitido que la experiencia endureciese mi piel y mi corazón, que hoy no late. Y entonces, recuerdo todas las cosas que una vez tuve y que ya nunca volveré a tener. Mis pulmones parecen empequeñecer de repente cuando la decepción y la impotencia se apoderan de mí, y me sobreviene una sensación de vértigo parecida a la asfixia, algo extraño teniendo en cuenta que hace años que no respiro. Es curioso. Examino mis propias reacciones a medida que voy evocando recuerdos, tratando de determinar si es realmente melancolía lo que siento, o culpa, o dolor, o cualquier emoción genuina que no sea el mero eco apagado de sentimientos recordados, entretejidos de forma artera en el delicado tapiz de la memoria. Y como tantas otras veces, no consigo llegar a una conclusión clara.

Casi sin darme cuenta, mis pies han acabado por llevarme al lugar de origen del peculiar sonido que había oído antes. La noria. El viento mece las cabinas que penden de los radios del descolorido aparato, produciendo un extraño y fantasmagórico ruido. Pero es el silencio entre cada uno de estos chirridos lo que parece cobrar una entidad propia, volviéndose espeso y ominoso, aislándome. Soledad. Más allá, la helada brisa pica las aguas de un lago artificial de buen tamaño, y un arrullo sedante acaricia la base de mi cráneo. Me he quedado completamente inmóvil, lánguido y hueco, y no sería difícil confundirme con un maniquí olvidado en este lugar abandonado, pues no hay nada que me diferencie de uno. De pronto, sin saber exactamente por qué, siento una molestia que sube por mi pecho hasta instalarse detrás de mi nariz, y una humedad caliente y salada en los ojos, que enturbia mi visión con una neblina carmesí. Pero no me importa. A fin de cuentas, no hay nadie que pueda verme llorar.

Notas de juego

Pues hala, posteado. Espero no haber resultado demasiado melodramático. He intentado moverme en la fina línea entre la sensibilidad y la sutileza (a ver si lo habré conseguido).

¡Tu turno! ^^

Cargando editor
04/12/2017, 18:21
Lavonne Drummond

La marejada había arrastrado su alma hasta allí, o quizás había sido un sueño en duermevela del que no había terminado de despertar, sonámbula en una ciudad colorida y extraña que parecía incansable. De entre todos los lugares, de todas las posibilidades dibujadas al azar, sus pies descalzos la habían guiado hasta un cementerio de risas e ilusiones desperdigadas sobre frío asfalto, como si nunca hubiesen llegado a esa primera y necesaria bocanada. Un parque que se desplegaba ante sus ojos con un haz mortecino y espectral donde el aire pesaba en los pulmones vacíos y los colores permanecían ocultos bajos demasiadas capas de grises plomizos. Reinaba allí un silencio cruel tan solo ajado por la impertinencia del viento, que se empeñaba en hacer chirriar los cimientos de aquel lugar, en agitar los árboles y la maleza sin pedirme permiso a nadie, seguramente porque, como todas las cosas viejas y olvidadas, aquel lugar ya no tenía dueño.

Y por extraño que pareciera, Lavonne se sintió casi en paz. Y por esa misma razón su mente emprendió un viaje insondable hacia historias jamás contadas.

Ignoraba el nombre del parque, porqué había sido abandonado a las inclemencias del tiempo o qué extraños habitantes moraban en las sombras que la luz nocturna arrojaba discretamente entre nubes desgranadas. Pero en sus adentros eso tan sólo era un lienzo en blanco que rellenar; una historia que necesitaba ser descubierta por miles de ojos indiscretos y mentes inquietas. Al menos la lluvia había cesado y, creyéndose en plena soledad, dejándose arrastrar por un recuerdo febril, no había dudado en descalzarse para sentir la humedad y el barro entre los dedos de los pies. Ni siquiera de joven aquel privilegio había sido suyo, o si lo había sido ya no lo recordaba por lo que, en realidad, era como si jamás hubiese existido.

Pero allí sí existía. Existía ella y los retazos de aquel lugar, y la pegajosa pesadez del aire de tormenta, y la noche quieta y silenciosa y frágil, y el frío erizándole el vello de una forma muy humana; demasiado humana para lo que realmente era. Pero poco importaba en ese instante. Se sentía liviana cual hoja al viento, extasiada ante un pensamiento que se resistía a tomar forma, libre de descubrir cuantas maravillas ocurriesen y, por encima de todo aquello, estaba aquella canción que había escuchado en una película hacía años atrás y que por alguna razón que escapaba a su entendimiento no podía dejar de murmurar. Sus labios se movían quedamente con aquel eco, apenas dejando escapar la melodía contenida en su inerte corazón; un compás que invitaba a sus dedos a deslizarse sobre un piano invisible y arrastraba su cuerpo a un suspiro de arrancar a bailar sin sentido. Y Lavonne pensó que dentro de aquel laberinto en el que se había encerrado hacía mucho tiempo, se acababa de encontrar de nuevo. Ignoraba, casi de forma deliberada, que estaba a punto de encontrar mucho más.

Ni siquiera en la vasta extensión de aquel lugar tendrían por qué haber cruzado una sola mirada y, sin embargo, ocurrió.

Lavonne se detuvo cerca del lago, muriendo las notas en sus labios al llegar a sus oídos un sonido lejano y disonante que agitó su corazón. Y mientras buscaba con la mirada, su figura se alzaba solitaria en la orilla, envuelta en una suavidad blanquecina, casi espectral; parte la mortecina palidez de su piel, parte la blancura del vestido vaporoso que el viento agitaba, recortando indiscretamente su silueta contra las sombras del lugar. Sus rizos bailaban sin orden en torno a su rostro, y aun en la distancia se podía percibir el brillo singular de su mirada, de un azul frío y claro como los charcos de una mañana invernal. Y cualquiera podría haber dicho que una dama de blanco, de las que vagaban y lloraban en noches oscuras y cuentos prohibidos, se había escurrido de las páginas de un libro olvidado para pasar de leyenda a realidad.

Así la encontró Sebastian al alzar la mirada, contemplándolo confusa y extrañada ante su presencia, y a la vez expectante, esperando una palabra que la invitase a explorar las puertas asimétricas que ahora marcaban todos los posibles caminos a recorrer entre ellos.

Notas de juego

12 horas más tarde... xD

Cargando editor
05/12/2017, 02:21
Sebastian Crawford

Mi consciencia emerge de entre el desorden de mis pensamientos cuando un sonido suave y amortiguado, como un goteo constante que percute en el límite de mi oído, me arrastra de un tirón, invocándome a través del espejo ahumado del recuerdo. En el lado del cual provengo no hay nada más que niebla y sombras ya olvidadas, y allí a donde voy me aguarda el erial desolado y gris de hierro, asfalto y maleza que un día fuese el sueño de tantas almas inocentes. Estoy embargado por una sensación de urgencia, de alerta, y algo en mi interior a lo que soy incapaz de poner nombre me advierte de un posible peligro. Inmediatamente, como si poseyeran voluntad propia, siento cómo mis sentidos se afilan y se concentran, buscando el origen de este nuevo sonido y tratando de identificarlo. Su regularidad es casi perfecta, y puedo percibir que su fuente está cada vez más cerca del lugar donde me encuentro. Se trata de pasos, sin ninguna duda; su suavidad y ligereza me dicen que quien sea que viene en mi dirección es alguien liviano y que camina con los pies descalzos. De pronto me vienen a la mente todas las cosas que Alan, mi Sire, dice que uno puede encontrarse en los lugares remotos y abandonados como este si no se anda con cuidado. Cosas cuya existencia es desconocida por la humanidad, que comparten la noche con nosotros y que pueden ser mortíferas para un vampiro joven y solitario. Como yo. Me pregunto si me habré alejado demasiado de la civilización en la búsqueda de mi momento de respiro, pero en todo caso ya es tarde para lamentarse. Mi única opción es darme la vuelta para mirar a la cara a mi inesperada compañía…

… Y me quedo paralizado de nuevo.

La mujer que me mira desde cierta distancia es probablemente, junto con mi Sire, el ser más hermoso que mis ojos hayan tenido la fortuna de contemplar. Lo primero que me llama la atención de su bello y milimétricamente proporcionado rostro son indudablemente sus ojos, que delatan el origen ultraterreno de la criatura, pues en la oscuridad que nos envuelve emiten un leve aunque evidente fulgor de la tonalidad del lapislázuli o de ciertas variedades de amatista. Esto podría resultar inquietante si no fuera por la encantadora mirada que me dedica. Su expresión, a medio camino entre el desconcierto y la precaución, es totalmente arrebatadora, y delata una pureza y una inocencia imposibles de enmascarar. Tengo la repentina sensación de que esos ojos serían totalmente incapaces de engañar o traicionar, y me sorprendo preguntándome cómo debe de verme ella a mí. La elegante curva de sus pómulos inmaculados me lleva a unos labios llenos y definidos, ligeramente entreabiertos, que me permiten vislumbrar el brillo perlado de sus dientes. El cabello que la brisa hace ondular es de un dorado pálido, aunque bajo la luna parece del color del platino. Lleva un vestido de un blanco prístino con transparencias en los brazos, y su cuello largo y estilizado y sus delicados miembros me hacen pensar en un cisne. Un cisne desamparado y triste. Es casi como si la joven acabase de aterrizar desde algún sitio lejano, y parece estar completamente fuera de lugar. Siento el inexplicable deseo de abrazarla y alejarla de todo el mal, la suciedad y el sufrimiento de este mundo, deseo que me hace sentir extrañado y ligeramente avergonzado. ¿Quién es esta gracia caída de las estrellas que, envuelta en un halo de luz de luna, puede conmover incluso un corazón muerto?

Súbitamente cobro consciencia de haber perdido la noción del paso del tiempo, y no sé si he estado observando a la aparición durante minutos u horas. Me invade la necesidad de tomar aire, y de mi boca escapa un suspiro trémulo y entrecortado.

¿Quién eres? —pregunto, mi voz normalmente confiada reducida a apenas un susurro que, sin embargo, resulta perfectamente audible en el silencio reinante—. ¿Eres un ángel?

Cargando editor
06/12/2017, 17:55
Lavonne Drummond

Lavonne habría reconocido aquella expresión familiar en cualquier lugar del mundo; ese suspiro que daba paso a un momento sobrecogedor tildado por el más absoluto asombro de aquellos que la contemplaban por primera vez. Lo había visto en hombres de carácter, en mujeres sólidas y hasta en criaturas cuya edad era incalculable, y habrían de pasar probablemente cien años más antes de que ella misma dejase de sonrojarse levemente, apartando la mirada al hacerlo en un gesto comedido con una tímida sonrisa encerrada en sus labios. Era imposible ignorar la sensación burbujeante en el fondo del estómago, como cientos de delicadas mariposas alzando el vuelo a la vez, y tras largos años de meditación había llegado a la conclusión de que tales emociones se veían asociadas con cosas hermosas que, sencillamente, no necesitaban presentación de ninguna clase. Como aquel momento inquebrantable o el hombre esbelto y de mirada profundamente triste que acababa de robar toda su atención, dejando atrás historias ya olvidadas.

Se permitió acercarse, sabiéndose segura y dejándose arrastrar por aquella impresión genuina. No había amenaza en él; no como acostumbraba a ver el en mundo. Se encontraba allí, en medio de la nada, y parecía haber sido ella quien había irrumpido el íntimo momento. Una lástima, pensó, calibrando su carácter en un suspiro en base a los detalles que se revelaban por sí mismos bajo la luz.

-Soy como tú -admitió con simpleza en un suave susurro, dejando impreso en las palabras el acento inglés de su tierra. Colmó el gesto con una sonrisa nueva, más amplia y generosa.

Fue en ese intervalo donde sus ojos captaron algo significativo; el rastro oscuro e incierto que la sangre había dejado en su pálida piel, revelando a su vez una miríada de razones por las que podría encontrarse allí mismo en aquel momento. Su expresión pasó a la sorpresa, dibujando sus labios un círculo silencioso que quiso decir ‘Oh’, y no se lo pensó dos veces antes rebuscar en un pequeño bolso de cuero blanco que pendía de su hombro para tenderle un pañuelo de tela.

-Puedes llamarme Lavonne.

Cargando editor
07/12/2017, 04:24
Sebastian Crawford

Mis palabras hacen que la joven, turbada, aparte su mirada hechicera, y un leve rubor tiñe sus níveas mejillas. Me muerde la idea de que mi genuina pregunta, nacida de la conmoción y no del galanteo, pudiese haberla incomodado siquiera mínimamente. No obstante, la ninfa no tarda en devolverme sus ojos, y vuelvo a caer presa de ellos. Ingrávida, se aproxima a mí, y reconozco en sus movimientos una cualidad grácil que me es íntimamente familiar. Mientras lo hace, no soy capaz de encontrar la presencia de ánimo para dejar de contemplar sus relucientes ojos, de un azul plateado, y me colma el sobrecogimiento. Podría devorarme en este preciso instante, y yo no podría hacer nada para evitarlo.

«Soy como tú», me dice, con una voz suave y clara que delata un acento también familiar. Y a pesar de las muchas cosas que eso podría significar, lo único que acierto a hacer es negar lentamente con la cabeza. Da igual quién o qué sea, o lo que crea ser; sencillamente, no existe ninguna posibilidad de que seamos iguales en ningún sentido que realmente importe en estos momentos. Su sola imagen es un doloroso recordatorio de mi estrepitoso fracaso, de todas las cosas que una vez intenté ser para terminar tirando la toalla. Quería ser bello, gentil. Puro. Pero esas cosas no existen. No en este mundo. Y sin embargo, al verla a ella siento una punzada de amargura al comprobar que, a fin de cuentas, solo era yo el que no podía tenerlas.

La encantadora sonrisa de la mujer flaquea, y una arruga de preocupada interrogación se dibuja en mi frente lechosa. ¿Qué habré hecho para provocar que el buen humor huya de sus labios? Estoy a punto de preguntárselo cuando veo que busca algo en un bolso tan blanco como su vestido para, al cabo de unos segundos, extraer un pañuelo del mismo color y tendérmelo al tiempo que me dice su nombre.

Lavonne.

Aún tardo unos segundos en responder, segundos eternos en los que me quedo mirando fijamente el pañuelo como si fuese la cosa más extraña que hubiese visto en mi vida, sin acordarme siquiera de parpadear.

No. Gracias —respondo de todo corazón. Mi voz suena ahora más serena, profunda aunque suave como una caricia, y da la sensación de que acabase de despertar de un sueño—. He venido para poder ser quien soy, y eso es lo que ves. No se puede limpiar lo que está dentro de nosotros, lo que hacemos. —Levanto la vista para mirar a Lavonne con ojos nublados de rojo, y me encojo de hombros como diciendo: «No tiene sentido». El aire que hay entre nosotros parece tener una consistencia casi física, como si nos separase una barrera invisible, un muro entre dos mundos diferentes y extraños. Por mi mente pasan imágenes a toda velocidad, entrecortadas e incompletas, como una película muy vieja en blanco y negro. Recuerdo todas las veces que he creído verme en otros ojos, todas las veces que he pensado que aquella vez sería diferente, todas las veces que me he equivocado—. Me llamo Sebastian. No te había visto nunca en Nueva Orleans. ¿Damos un paseo?

Le tiendo una mano blanca y pulcramente cuidada a la muchacha, casi sintiendo electricidad en las puntas de los dedos. Si de algo he estado seguro en mi existencia es de que deseo conocerla.

Cargando editor
08/12/2017, 20:28
Lavonne Drummond

No llegó a asentir cuando él declinó su ofrecimiento entre cordiales palabras que hablaban en el tono de la verdad, pero su mirada, clara y colmada de una serenidad acuosa, bastó para hacerle saber que lo entendía. Que era justo y preciso, y que a pesar de que el momento de encontrarse no había sido el mejor, o quizás sí, respetaba profundamente la necesidad de sentir en plenitud aquello que perturbaba el alma, de dejarlo brotar en su forma natural y más salvaje, sin impedimentos y sin entorpecer. Era admirable, del mismo modo en que uno contemplaba los devenires de la naturaleza en su estado más puro, fuera cual fuese el resultado, impasible, desde la seguridad de una ventana. En silencio, de nuevo, se preguntó quién era y qué le traía tanto pesar, viéndose atrapada en las infinitas posibilidades que se desplegaban como en un abanico en su mente, dando más que rienda suelta a su imaginación. Titubeó un instante, consciente de repente de ese efímero momento en el que siempre bailan las malas ideas, donde se descubrió a sí misma queriendo alzar la mano hacia su pálido rostro, recogiendo con los dedos el rastro carmesí en una caricia infinita y secreta. El mero pensamiento hizo que su corazón se saltara un latido -o eso pensó. ¿Y quién habría podido atestiguar entonces que tan repentino deseo no era fruto sino de un esquivo hechizo del que ninguno de los dos se había percatado?

Pero no se movió ni pronunció palabra alguna, incapaz de formular cualquier pregunta por mera cortesía y casi vergüenza. Dejó morir la curiosidad sin volver a ello, disolviéndose el atrevimiento como la nieve ante los tibios rayos del sol. Después, guardó de nuevo el pañuelo, intacto, mientras los matices de la voz de aquel hombre llenaban el aire con una agradable sonoridad.

-Sebastian -repitió de forma casi inaudible, paladeando las sílabas en su propia boca. Y al devolver su atención a él encontró su mano, amplia y gentil, y también expectante.

No había nada reprobable en su actitud, en saludar con propiedad y elegancia cuando dos desconocidos se encontraban de casualidad. Y sin embargo, la silueta pálida y sinuosa de Jeremiah amaneció en su mente como una sombra que siempre había estado ahí y cuya presencia había pasado inadvertida. Se perdió brevemente en su oscura mirada y el susurro profundo de su voz, en qué pensaría si la viese entonces con aquel extraño, aceptando pasear en una ciudad desconocida y abandonada donde un grito podía facilmente ser parte del paisaje auditivo y festivo del lugar. No entendió por qué o cómo, de repente, se veía envuelta en aquella encrucijada, pero finalmente estrechó la mano de Sebastian con gentileza.

-Claro -aceptó, y antes de emprender a caminar, descalza todavía, añadió -: Hace pocas lunas desde que llegué. Todo es nuevo y vibrante.

Cargando editor
11/12/2017, 02:26
Sebastian Crawford

El modo en que Lavonne me mira habría podido dejarme sin aliento, y me hace concebir toda una serie de ideas fantasiosas, totalmente impropias de alguien como yo. Durante unos segundos que parecen dilatarse de forma indefinida en el tiempo, sus ojos pasan por un tiovivo de emociones, algunas de las cuales me resultan más fáciles de vislumbrar que otras, y caigo en la cuenta de que ella debe de estar experimentando la misma clase de proceso mental que yo mismo. No obstante, en algún momento, sus pensamientos la llevan a un lugar oscuro y misterioso al que no puedo acompañarla. En esos instantes, me pregunto si realmente está aquí, o si acaso no vaga perdida entre las sombras de algún recuerdo que haya dejado una marca especialmente indeleble. Es como si se encontrase frente a un abismo cuyo fondo fuese incapaz de alcanzar a ver. ¿Tiene miedo?

De pronto, sin advertencia, siento su mano en la mía, y un telón parece caer para no volver a levantarse jamás, permitiendo que me inunde la luz. Nada me había parecido tan verdadero en mucho tiempo, más del que puedo recordar. Su piel es indescriptiblemente suave, como si no hubiese irregularidad o imperfección alguna en ella, y su calidez se encuentra con mi frío. Choca conmigo como una ola al romper contra la costa, y el mundo se detiene. Me pregunto si es realmente posible que no haya vida en ella, pues el calor que irradia me calentaría incluso sin llegar a rozarla. Mi asombro y mi curiosidad no dejan de crecer. Por primera vez, sonrío.

Entonces ven conmigo —le digo con dulzura, sintiendo una extraña emoción al oír mis propias palabras—. Sí, esta ciudad te hace eso. Te deslumbra y te seduce con todo un despliegue de colores, de música… Y oh, los mortales. Es como mirar a través de un caleidoscopio abrumador y gigantesco. —Empiezo a caminar, bordeando el lago de aguas oscuras y mansas. De algún modo, moverme me da ánimo para continuar hablando—. Pero uno tiene que tener cuidado, porque puede acabar olvidando quién es. Algo más común de lo que parece, me temo.

Guardo silencio durante unos breves momentos. Normalmente no tengo problemas para expresarme con precisión, pero hay ciertas ocasiones en las que las ideas vienen a mí como un torrente imparable. Demasiadas cosas que decir, y solo una boca para hacerlo. ¿Qué nos queda si olvidamos quiénes somos, quiénes hemos sido? La sola idea me aterra. Por eso, trato de aferrarme con todas mis fuerzas a las sensaciones que experimento, pero a veces se escapan de entre mis dedos sin que haya tenido tiempo de acabar de comprenderlas. El tiempo pasa cada vez más deprisa, dejándome atrás, olvidándome. ¿Es posible que algún día llegue a olvidarme a mí mismo?

Dices que has llegado hace poco —recuerdo—. Es curioso. Este lugar no es de los primeros que los recién llegados acostumbran a visitar.

La pregunta queda en el aire; no deseo importunar a Lavonne con una curiosidad osada o impertinente.

Cargando editor
13/12/2017, 04:36
Lavonne Drummond

Lavonne sonrió y asintió levemente, caminando a su vera. Lo hacía descalza y a la par, y a los pocos pasos fue fácil adivinar que buscaba con sus pies de forma graciosa, casi infantil, el charco más próximo que pisar. Gesto más propio de un niño que de un adulto y que, sin embargo, parecía traerle un placer tan inmenso como secreto. Entonces escuchó la pregunta, y no pudo evitar mirarle de soslayo evidenciando la triquiñuela. Dejar caer aquella insinuación era casi tan inaceptable como hacer alusión a su edad real; o al menos en algún tiempo pasado lo había sido.

-Goodness! -exclamó con gracia, enlazando el sonido con una efímera carcajada que dejó el asunto como una gracia sin importancia-. ¿Y qué evidencia en mí tal juventud?

Y aunque la respuesta habría sido con absoluta certeza un dulce para sus oídos, no le dejó tiempo para formularla.

-Creo que basta con decir que mi experiencia en la noche triplica o cuadruplica ya mi edad en vida. Pero tampoco recomendaría tomarlo muy a pies juntillas: los números no son mis mayores aliados -confesó en confidencia, acercando el hombro al suyo-. Sin embargo, yo apostaría la baraja a que ese acento sí que no es de aquí.

 

Cargando editor
14/12/2017, 00:24
Sebastian Crawford

La actitud tan despreocupada y juguetona de Lavonne es de lo más enternecedora. No solo la mujer ha sobrevivido al frío del Abrazo, sino que ha logrado mantener viva la niña que fue una vez, quién sabe hace cuánto tiempo. Cómo la envidio. A medida que van pasando los segundos, no puedo evitar sentirme cada vez más y más maravillado. Algo se ha abierto dentro de mí, y me sorprendo deseando preservar esa inocencia arrobadora.

Su respuesta, no obstante, no es la que esperaba. Mientras que yo deseaba saber cuáles eran los motivos que la habían traído a este lugar tan inhóspito, ella ha asumido que me había interesado por un asunto en mi opinión tan intrascendente como la edad.

Oh, me temo que no me he expresado bien —río ante su ingenua espontaneidad—. En realidad, siempre he sido de los que piensan que la juventud, o la madurez, no son cosa de los años de vida vividos, sino de la vida vivida en los años. Y más ahora. ¿Qué importa la edad cuando nunca moriremos?

Río de nuevo. Normalmente, la frase que acabo de pronunciar me habría sumido en un estado meditabundo, que seguramente no me habría llevado a un buen lugar. ¿Estamos vivos siquiera, para empezar, o solo nos lo parece? Y si lo estamos, ¿acaso no mata por dentro el peso de las décadas? Y sin embargo, por algún motivo que soy incapaz de entender racionalmente, estas preguntas pasan por mi mente sin quedarse, como líneas tangentes que llegan y se van. Siento esperanza, como si esta criatura de las estrellas me hubiese contagiado de alguna enfermedad que me impidiese dejar de sonreír. Es como si hubiese rejuvenecido cuarenta años o más en apenas un instante.

Tienes razón, ciertamente —respondo en un tono cantarín cuando Lavonne hace referencia a mi acento—. Nací en Londres hace más tiempo que el que me gustaría admitir… Aunque ya veo que contigo la vanidad está fuera de lugar. Por lo que dices, debes de doblarme la edad, o casi. —¿Quién lo diría? Viendo su tersa faz de porcelana, intacta por los estragos de la edad, podría ser mi hija. Mis ojos se encogen ligeramente. Ella que es hermosa—. Pero ya basta de hablar de cosas que no nos preocupan. En realidad, ya que no se me permite ser sutil, lo que me producía curiosidad es por qué has venido. No a Nueva Orleans. —Aparto mi vista de ella, mirando al frente mientras caminamos juntos—. Aquí. A este parque fantasma adonde nadie viene ya. Solo los locos.

Me interesa mucho lo que Lavonne tenga que decirme al respecto. Quiero saber más cosas de ella.

Cargando editor
14/12/2017, 00:53
Lavonne Drummond

-Ah, perdón -se disculpó, evadiendo la mirada cuando Sebastian hizo notar la confusión a la que había saltado precipitadamente. Uno de esos momentos fortuitos en los que la incomodidad se asentaba con rapidez. Sin embargo, él siguió hablando como si nada, con aquel tono melodioso que tan agradable le era al oído. Había un algo en su voz, en ciertas inflexiones de las palabras que volvían la charla un susurro poético, logrando que la desazón se disolviese en pocos pasos.

Se descubrió sorprendentemente cómoda en la extraña compañía de aquel inesperado invitado. O quizás la invitada era ella. O ambos, invitados de un parque fantasmagórico al que arrojaban cierta luz y misterio con sus presencias corruptas, y al que había llegado por mera casualidad.

-Ni siquiera sabría ubicar este lugar en un mapa. O en la ciudad, si insistes. Quería ver sitios, sitios que no salen en las guías turísticas, así que me he subido a un taxi y he empezado a hablar con el buen hombre hasta que ha mencionado algo que ha llamado mi atención. Ha resultado ser este lugar.

Sonrió ampliamente, satisfecha con su elección por extraña que pareciese. Era, sin duda, fuera de lo ordinario, y no se podía decir que Nueva Orleans no estuviese plagado de recónditos lugares esperando ser descubiertos. Pero aquel sitio... Era algo diferente, o así lo había sentido ella misma al bajarse del auto, lloviznando, el agua fría del invierno posándose sobre ella levemente en el último arrebato de la tormenta. Después sólo había quedado respirar, retener el aire frío en los pulmones como si su corazón estuviese a punto de latir de nuevo. Algo que, tristemente, no volvería a ocurrir y que, a pesar de los años, seguía encontrando terriblemente perturbador. Pero en aquel instante, casi rozando hombro con hombro en compañía de aquel cainita, no había lugar para ese tipo de melancolía.

Buscó su mirada en un gesto sorprendentemente cálido para la fría palidez que desprendía su iris azulado. Era algo, una combinación elegante entre sus menjillas encendidas y el tono rosado de sus labios, y la forma en que sus ojos empequeñecían bajo las cejas finas y rubias.

-¿Y tú? Aunque me apenaría que respondieses si eso te va a entristecer de nuevo... A no ser que sea eso exactamente lo que necesitas.

Cargando editor
14/12/2017, 05:02
Sebastian Crawford

La pregunta, aun inevitable, llega de forma inesperada. Imagino que estaba tan concentrado en la inmediatez de mis florecientes sensaciones que he fallado miserablemente a la hora de prever algo que iba a tener lugar de manera lógica, prácticamente como consecuencia natural de un pacto tácito entre Lavonne y yo. Si le preguntas algo a alguien, es de esperar que te devuelva la misma pregunta. Pestañeo unas cuantas veces seguidas, obligándome a mí mismo a salir de mi obnubilación.

No te preocupes. Estoy bien, pero gracias igualmente. Eres muy considerada. —De hecho, digo la verdad. En la dulce compañía de Lavonne me siento mejor. Donde antes había pesadumbre y autodesprecio, ahora solo queda una nostálgica melancolía; el dolor apagado y sordo, aunque en cierto modo bienvenido, de los recuerdos idealizados. No lo entiendo. Acabo de conocer a esta Vástago, pero siento que podría abrirle mi corazón y compartir con ella todas mis cuitas. Me doy cuenta de que esta mujer podría ser muy peligrosa, pero me importa un comino. Continúo hablando con una voz relajada y queda, ligeramente aireada—. ¿Te has sentido alguna vez tan avergonzada, tan patética, que desearías desaparecer? ¿Ir a algún lugar donde nadie pudiese encontrarte? —pregunto retóricamente. Mis ojos vuelven a mirar a Lavonne con una expresión que podría ser de hastío—. A veces sientes que no hay esperanza, ni para el mundo ni para ti. Tampoco es que la merezcas, pero todo es tan abrumador, tan disfuncional, tan roto… Seres a los que amas te desprecian, y devuelves ese desprecio a quienes te aman. Es una cadena de la que quisieras escapar, pero, ¿cómo hacerlo, si es lo único que existe? ¿Cómo, Lavonne?

A pesar de mis palabras, mi mirada y mi voz son tan serenas como la noche. Tan solo se advierte un fugaz brillo en mis ojos, casi imperceptible, que atestigua mi suplicante desesperación. Al cabo de una pausa de varios segundos, vuelvo a mirar al frente.

El mundo se alimenta de la muerte y el sufrimiento. Y he llegado a la conclusión de que nosotros somos la máxima expresión de este hecho. Rompemos todo lo que tocamos. Parecemos tener un don innato para urdir tragedias. —Dejo escapar una suave carcajada aislada, desprovista de humor—. Por eso he venido. Aquí me siento alejado de esa realidad, y puedo soñar que soy quien fui. Olvidar a Alan*, olvidar a los Vástagos, al Príncipe, los salones del Elíseo y sus habladurías. Olvidar esta mierda —digo, tirando de una de mis mangas, como para mostrarle a Lavonne mis caras ropas de confección—. Ser solo Sebastian, aunque solo sea por unas horas.

Meneo la cabeza a ambos lados, algo superado por mi propia confesión. Durante un rato me limito a continuar caminando, sumido en mis propios pensamientos. Mi rostro estoico como una efigie de mármol refleja la pálida luz de la luna.

¿Y tú? —inquiero de improviso—. Tú pareces muy lejos de todo eso. ¿Has conseguido seguir siendo la misma?

Notas de juego

*Alan es mi Sire, aunque Sebastian no lo ha dicho. Tan solo ha hecho referencia a su nombre.

Cargando editor
14/12/2017, 06:10
Lavonne Drummond

Se dice que existe cierto patrón todavía indescifrable para los científicos, mediante el que la mente humana alcanza un estado de sincronía absoluta en aquello que está realizando, como si se abriese un frágil canal donde el ruido y las inconveniencias se disipasen, dando paso a una calma cristalina y transparente donde el pensamiento fluye sin interrupción. Es un fenómeno extraordinario del que muchos han hablado y reflexionado, algo que emerge en estados de plena concentración: un escritor inmerso en el relato de forma que las palabras parecen correr por sus dedos al papel, un cirujano esgrimiendo en precisos y equilibrados movimientos los diferentes instrumentos durante interminables horas, o un bailarín en perfecta sincronía con la música dejándose llevar por cada latido y cada acorde. Pero también ocurre en situaciones mucho más mundanas y sencillas, como por ejemplo, una conversación donde cada palabra pronunciada te arrastra indudablemente más y más hacia esa extraña sincronía donde las emociones fluyen a la perfección sin necesidad de explicaciones innecesarias y banales que tan sólo entorpecerían el significado único del mensaje.

Sin saberlo, sin ser capaz de evitarlo, Lavonne se fue sumiendo en aquel extraño estado acompañada de la voz de Sebastian, donde cada palabra se aunaba a la anterior tejiendo un complejo tapiz de matices que tan sólo a un nivel mucho más profundo pudo entender. En su rostro se fue esculpiendo una expresión triste y profundamente apenada, muy lentamente, del mismo modo que una queda tormenta arranca dejando gotas sueltas al azar, tildada por un elemento peculiar, un algo en todo aquello que hizo que sus pupilas se dilatasen menguando la extraña luz de su mirada. Y no sabía qué decir o a qué atenerse, pues le habría sido imposible negar que todo aquello, dictado palabra por palabra, era un pesar sordo y constante en su corazón. Un dolor hueco que siempre había estado allí, incluso antes de haber conocido a Jeremiah. Antes de ser madre, de casarse incluso. Algo trémulo e inocente que se había gestado como las malas hierbas del jardín, mezclándose de manera inaudible entre todas las flores bellas y hermosas, creciendo hasta hacerse una maraña inseparable, y Lavonne había olvidado hacía demasiado tiempo dónde empezaba y dónde terminaba todo aquello, temiendo que, en realidad, no hubiese separación alguna.

-Yo…  

De sus labios entreabiertos nació un trémulo gemido, a caballo entre el suspiro y un quejido del alma encubierto. ¿Qué hacer? ¿Qué decir?, se preguntó, atropellada por la abrumadora sinceridad de sus palabras y tan perdida en la silueta recortada a contraluz del Vástago, que había olvidado por completo respirar de nuevo. Algo usual para otros, quizás, y extremadamente extraño en ella. Y no supo si era más miedo que tristeza lo que asolaba su interior o al revés.

Al final, como si alguien le hubiese tocado el hombro sacándola de su ensimismamiento, sacudió la cabeza mirando hacia la profundidad del lago, azorada y esbozando una sonrisa ensayada de las de compromiso.

-Me temo que mi existencia siempre se ha definido por la propiedad de otros -confesó, atascándose las palabras en su boca. De pronto, la sobrevino una extraña rigidez, algo quizás inapreciable para otros pero demasiado obvio para alguien que acababa de verla prácticamente danzando con la lluvia. Y no tenía que ver con su inocencia o su belleza, que seguían pareciendo tan frágiles como la porcelana. Era como si de un soplido hubiese recordado que en aquella extraña sociedad había ciertas reglas que uno, sencillamente, no podía ignorar aun estando en la más plena soledad. Que aun en la lejanía, había personas cuyo alcance llegaba hasta su mismo corazón-. Cuando nací… Donde nací, bueno, nunca hubo mucho lugar para ser nadie que otros no quisieran que fuese. Quizás en otra vida, en otra historia. Pero me contento con ser quien soy.

Y aquello estaba sonando tan mal, tan absurdo y medido centímetro a centímetro que tuvo que forzarse a callar antes de decir cualquier sandez más.

Cargando editor
15/12/2017, 03:16
Sebastian Crawford

A medida que voy hablando, puedo advertir como Lavonne pierde el color del rostro. Mis palabras parecen haberla afectado tan profundamente que incluso tiene problemas para responder. Veo la sombra de la duda en su trémula mirada azulada, y la consternación le roba la voz. De pronto me siento culpable por haberle ocasionado tal malestar, por haberle robado su despreocupada jovialidad. Irónicamente, acabo de provocar que la queja que trataba de expresar se cumpla. No podemos evitar hacer daño.

Perdóname —trato de excusarme al ser consciente de su angustia—. De verdad que no pretendía…

No termino la frase. Dejo que mi compañera se exprese, y lo que sale de su boca no es bonito de oír, aunque tampoco me pilla por sorpresa: Lavonne ha vivido toda su vida, y me atrevería a presumir que también su no-vida, sometida al capricho de otros. Mientras habla, puedo percibir que su cuerpo se tensa, como si tratase de reprimir o encorsetar algo. Me da la impresión de que, por algún motivo, siente que su confesión está traicionando de algún modo la obediencia ciega a la que, según cuenta, ha sido condicionada a lo largo de los años. Me quedo atónito, sin poder terminar de creer lo que estoy oyendo. ¿Quién podría encadenar de esa forma a un ser tan maravilloso, evitando que alcance todo el potencial que sin duda posee? No me lo explico. Al final, Lavonne calla abruptamente, avergonzada por algo. Y esto vuelve a arrebatarme el corazón. Sonrío, intentando aflojar un poco la cuerda.

Eso está bien. ¿Y quién eres, entonces? —No, así no. Chasqueo la lengua—. Mira, haremos una cosa: yo te contaré algo de mí, y tú me contarás algo de ti. Solo si te parece bien, por supuesto. —Levanto la vista al cielo, dejando que el croar de las ranas sirva de contramelodía a mi voz durante unos instantes—. Me llamo Sebastian, y soy de Londres. Lo que más me gusta en el mundo es bailar. De joven me dediqué profesionalmente a la danza, pero no tuve demasiada suerte. Todavía bailo de vez en cuando. Sobre el escenario, quiero decir. Lo que se dice bailar, estoy haciéndolo todo el día. —Pongo los ojos en blanco—. Bueno, toda la noche. Ya me entiendes.

Mis ojos vuelven a posarse en Lavonne, y le dedico una sonrisa afable, invitándola a hablar.

Cargando editor
15/12/2017, 17:34
Lavonne Drummond

-¡Yo también adoro bailar! -canturreó de repente, olvidando de un soplido que hacía un instante había estado sumida en una profunda melancolía. O quizás era algo que había aprendido a hacer por necesidad, el arrojar todas aquellas emociones a lo más profundo del mar para reconstituir una apariencia sin duda infinitamente más artificial. Su sonrisa, sin embargo, habría sido difícil decir que mentía.

-Aunque con gran pena he de decir que lo último que aprendí con propiedad fue el foxtrot, y de eso hace ya innumerables lunas. Confieso, sin embargo, que flirteé tímidamente con los bailes latinos. -Guardó silencio un instante, claramente reviviendo algún tipo de experiencia pasada que hizo que de inmediato se le encendieran las mejillas con un atisbo de picardía asomando en la comisura de los labios-. Resultó demasiado... intrusivo. Y, personalmente, a lo que se llama bailar estos días, no lo entiendo. Debo resultarte una anticuada, pero no deseo que me entiendas mal. Aprecio el talento; hay portentos que me dejan sin aliento y practicar o ver ballet me sigue haciendo sentir enamorada como en los poemas de Blanchard. Pero la mayor parte del tiempo tengo la sensación de que existe una conversación en el mundo que no soy capaz de seguir.

Y mientras caminaba entre miradas furtivas, quizás en un intento de adivinar qué pensaba alguien tan joven de todo aquello, no dejaba de enredar con sus manos.

Cargando editor
16/12/2017, 02:22
Sebastian Crawford

Asiento cuando Lavonne me revela que ella también es aficionada al baile. Me había dado esa sensación desde el primer momento, al ver la grácil plasticidad con la que se movía. La no tan joven Vástago parece pasar de un lado al otro del espectro emocional cuando me relata sus experiencias con la danza, lo que demuestra que es algo que realmente la apasiona. El rubor nacido de su timidez cuando me confiesa sus escarceos con ciertos estilos me hace preguntarme nuevamente si realmente es una vampira o si solo ha estado tomándome el pelo todo el rato.

Touché —reconozco en cuanto ella termina de hablar acerca de la confusión que le produce el cambio constante de las cosas—. No podría haberlo expresado mejor. El mundo cambia muy deprisa. Cuando quieres darte cuenta, las cosas ya no tienen el mismo nombre, y lo que te resultaba tan familiar ha dejado de existir. El baile es solo una de esas cosas. Yo no puedo ver las cosas desde tu perspectiva, claro. No he tenido tanto tiempo para notar esa… desincronización. —Al menos, no en la misma medida; sí he apreciado un cambio innegable en los valores, en las cosas que se consideran importantes, en la manera que tienen las personas de comunicarse y de tratarse unas a otras—. Pero te entiendo. Yo también me quedo con el ballet. Estudié danza clásica, y aunque he experimentado con muchas otras cosas, eso es lo que me hace sentir de verdad.

Continúo caminando en silencio unos cuantos pasos, sorprendido al sentir un extraño hormigueo de anticipación, o quizá emoción, en el estómago. Al final, cuando la sensación me resulta imposible de ignorar, me detengo y me giro para mirar a Lavonne. Levanto una ceja traviesa.

Adivina lo que estoy pensando ahora mismo.

Cargando editor
16/12/2017, 03:14
Lavonne Drummond

Estaba a punto de decir algo más, algo sobre lo lejanos que podían llegar a parecer los años y las impresiones tan frescas e intensas que se apegaban a uno, como su hubiesen acontecido esa misma mañana. Retazos que a veces parecían simples sueños, de los que se recuerdan con una viveza aterradora.

Pero su voz irrumpió el pensamiento, volviéndose una mota ínfima en el fondo de sus pupilas. Contempló su expresión con sorpresa, llegando el significado de sus palabras con una milésima de retraso.

-Yo tendría cuidado con lo que pido -comentó, casi al descuido, en un susurro aterciopelado y con una inocencia de las que erizan el vello de la nuca, mirándole con detenimiento, como si fuera realmente capaz de alargar los dedos en un gesto suave y atravesar la piel y los pensamientos, llegando a lugares donde nadie debería poder llegar. Pero carraspeó y el instante se deshizo en un suspiro perdido-. Pero, asumo que tu idea involucra a los aquí presentes y bailar.

Y en ningún momento perdió aquella sonrisa deslumbrante o dejó de mirarlo fijamente.

Cargando editor
16/12/2017, 05:52
Sebastian Crawford

No puedo apartar la mirada de los ojos de Lavonne mientras aguardo su respuesta. Sus zafiros son magnéticos, y me siento completamente atrapado. Capto al vuelo el significado de su insinuación. Probablemente, la mujer que tengo delante podría volver mi mente del revés como si fuese un calcetín y descubrir todo lo que se esconde en sus recovecos más profundos, desnudar todas mis miserias, mis miedos, mis pequeñeces. La Sangre de Caín es capaz de tales cosas. Y sin embargo, no puedo obligarme a mí mismo a sentir temor. Quizá entregarle mis pensamientos en bandeja sería una forma de despejar las tinieblas, de limpiarme por dentro, de acercarme más a como debería ser. A ella. ¿Qué ha hecho esta hechicera para que confíe tan ciegamente en ella, aparte de ser absolutamente hermosa? ¿Quizá es la maldición que me transmitió mi Sire la que me compele a sentir esta especie de adoración incondicional?

En cualquier caso, no me importa.

La sonrisa desaparece de mi rostro, y me quedo mirando a la bella joven con una expresión indescifrable. Es como si quisiera que me entendiese, que viese quién soy sin necesidad de hablar. Doy la impresión de estar a la espera, como si estuviésemos desafiándonos el uno al otro, tratando de decidir quién debería dar el primer paso. Finalmente, tomo la iniciativa.

Al principio es casi imperceptible. Mis hombros rotan ligeramente hasta encontrar la posición perfecta, y un sutil giro de muñeca deja mis manos mirando hacia adelante, como invitando a Lavonne a acercarse a mí. Mi cabeza se alza, señalándola con el mentón, y comienzo a alejarme dando lentos pasos hacia atrás, con las piernas estiradas, demorándome unos instantes más de los necesarios antes de dar la siguiente zancada. Al tercer paso mi cabeza cae al frente y gira hacia un lado; cierro los ojos, permitiendo que mi cuerpo gire en esa misma dirección en un único movimiento fluido, ininterrumpido. Hago un gesto con mi mano, como acariciando el brazo contrario, siguiendo la inercia marcada por el movimiento inicial. Una de mis piernas se dobla mientras la otra permanece estirada, elástica, y un pie se va separando del otro a medida que mi centro de gravedad desciende. Mi torso se inclina tanto que casi podría tocar el suelo. Mis brazos ondean a ambos lados, y cuando me yergo de nuevo, lo hago tan despacio y en silencio que se diría que estoy bailando bajo el agua.

No hay nada que perturbe el silencio de la noche aparte del canto de las ranas, el ocasional soplo de viento y el suave susurro de mi ropa al moverme. No respiro. Me concentro en la sensación de vacío, de apnea indefinida. Me siento cómodo en mi cuerpo, más incluso desde que está muerto. No recurro a ningún paso extravagante o efectista, sino que me limito a fluir con delicadeza y sensibilidad; la curva trazada por mis brazos y los dorsos de las manos es más importante que la explosión impostada. Me siento vulnerable, y así es como decido mostrarme. Es como si cayera por el interior de mis propias venas, como si me arrastrase por las entrañas del leviatán, como si fuese Jonás atrapado en el interior de la ballena que es Sebastian. Y entonces abro los ojos, alzando una mano cerrada hacia Lavonne para, a continuación, extender lentamente mis dedos en su dirección, la palma de mi mano formando una línea paralela con el cielo tachonado de nubes y estrellas.

La espero.

Notas de juego

Espero que tu faceta de bailarina no se sienta ofendida por mi profanidad ;).

Cargando editor
16/12/2017, 20:35
Lavonne Drummond

Sus movimientos, los de aquella criatura atrapada en la locura que era morir y despertar sin aliento, perdido bajo la quietud noche, despertaron como parte de un débil latido, extendiéndose lánguidamente hacia sus extremidades, aflorando en la palidez de su piel entre imperceptibles destellos azulado y susurrando en un lenguaje hermoso que tan solo algunas almas singular eran capaces de comprehender. Y Lavonne entendía, quizás demasiado, lo que era desnudarse en silencio más allá de la ropa y las palabras, de los pensamientos, las dudas y las trémulas inseguridades que todas y cada una de las criaturas sintientes atesoraban durante sus efímeras vidas. Lo entendía y deseó, por encima de todo, compartirlo como iguales, dejarse arrastrar por las notas inaudibles de dos corazones que se negaban a morir sin importar quién se escondía tras la piel, tras la máscara, tras las infinitas etiquetas y roles con los que se vestían a diario.

De forma casi inapreciable al ojo inexperto, suavemente, Lavonne varió el alineamiento de su cuerpo hacia ese delicado punto donde se encontraba el balance exacto, desplegando una tensión reposada en su postura. Dejó que el bolso resbalase por su hombro al suelo y, liberada de cualquier impedimento, estiró el pie derecho hacia adelante con lentitud y sincronía, elevándolo unos centímetros del suelo con la pierna completamente alargada sin perder equilibrio en ello. No dejó de mirarle fijamente. Después, trazando un semicírculo en el aire, llevó la pierna desde el frente hasta atrás, apoyando tan solo las puntas de los dedos sobre el suelo. Fue entonces cuando miró hacia el cielo, alzando los brazos con suavidad en un intento de alcanzar las estrellas encubiertas por la espesura de la noche, y ese mismo movimiento se prolongó inclinando el torso hacia atrás formando un arco donde su cabello caía como la plata casi hasta el suelo.

Dilató el momento unos segundos, reteniendo el aliento en su interior antes de dejar caer los brazos como si hubiese perdido fuerza en ellos hacia los lados. Seguidamente, rotó su cuerpo, girando hacia la derecha bajo la falsa impresión de ser un peso muerto y replegándose sobre sí misma un instante. Después, sus talones se alzaron despegándose del suelo y comenzó a erguirse lentamente, naciendo por primera vez, recorriendo su cuerpo con las palmas de las manos como si no fuesen suyas; presionando ligeramente sobre la piel y la tela, comenzando desde las rodillas hacia arriba, navegando en una caricia infinita a través de sus muslos y su vientre, trepando por sus costillas y enredándose en su cuello para amanece tras su nuca y unirse en el aire como una enredadera. Se detuvo un instante, mirándole de nuevo con altivez, bebiendo secretamente de aquella creciente anticipación, de la mano que llamaba su nombre, y como si ya se hubiese demorado bastante, adelantó el pié y bajó los brazos lista para girar una, dos y tres veces, avanzando en cada vuelta, devorando la distancia, deteniéndose justo para tomar su mano.

Y esta vez no pudo pensar en Jeremiah, en cómo su presencia nublaba su juicio y sus acciones, impregnándolas de aquel temor visceral a que apareciera como una sombra que siempre había estado observándola, esperándola. No estaba allí; aquel momento era suyo y de Sebastian, de algo que amaban con absoluta locura y a lo que podían entregarse sin tapujos en la soledad de aquel lugar deshabitado. Por eso y muchas otras razones, y a la vez ninguna de ellas, tan sólo porque lo deseaba, Lavonne tomó su mano con delicadeza y decisión, notando el contraste del frío que atesoraba la piel de aquel hombre con la calidez de la suya propia.