Partida Rol por web

Hace ya un par de horas que cabalgáis. Los lagartos se apartan cuándo sienten cerca vuestros caballos. Las serpientes no se mueven.

Los Llanos Altos es una extensa región moteada del gris de las rocas, donde abundan los cactus y los arbustos. Es mediodía y el Sol está en lo más alto, todos sudáis.

Después de haber dejado atrás las comodidades de Tombstone y el gentío enfurecido, las perspectivas de encontrar y capturar al minero ya no parecen tan halagüeñas. Aunque hubiera pasado por aquí esta misma mañana, el clima es tan seco que es imposible rastrearlo. Sólo tenéis la esperanza de encontrar su campamento con las vagas indicaciones que os ha dado el sheriff e interrogarle a él o a sus compañeros.

Fox canturrea por lo bajo y a menudo silva, parece relajado.

Durante todo el rato habéis cabalgado bajo un cielo abierto y raso, pero ahora a lo lejos aparece una neblina marrón, un brillo tenue que llena el cielo.

¡Maldita calor!, pienso mientras me seco el sudor de la frente con mi pañuelo y doy un trago de agua, ¡y para colmo no hay señales de Duvall por ningún lado!

Observo de reojo al joven Willis, a pesar de mis palabras y de su juventud, su tozudez consiguió que se saliese con la suya y ha venido con nosotros. No puedo evitar sentir cierta preocupación y acordarme de su padre, al hacerlo lanzo un suspiro recordando viejos tiempos, y más alegres.

Miro a mi alrededor usando mi mano como visera, busco alguna pista, cualquier cosa que nos indique dónde está Duvall, pero ni rastro, pero de pronto observo algo hacia el horizonte, y parece que mis compañeros también se han dado cuenta. A lo lejos aparece una neblina marrón

-¿Veis eso?-, señalo hacia donde se encuentra la neblina. -O bien son caballos levantando mucho polvo o me da que viene hacia nosotros una tormenta de arena -comento con cierta preocupación, mientras observo a mi alrededor buscando otras señales similares o un lugar donde refugiarnos.

—Eso parece, Bruce. Nunca me he encontrado una de estas ¿Sabes qué hacer?

Ben habla en tono neutro, pero no puede evitar dejar escapar un matiz de preocupación en su voz, al fin y al cabo las tormentas de arena no don comunes en donde él vivía, y jamás le ha sorprendido una al raso. Da unos toques suaves en el cuello de Lewis para tranquilizarlo.

Si tiene que caer, será enfrentando a ese canalla de Duvall, no por una mierda de viento y un poco de polvo.

Jerry se peleaba de tanto en tanto con la tozuda Emerald. La yegua de los Morris, los vecinos de los Willis, que el muchacho había tomado prestada entrando al granero a hurtadillas para no despedirse de su madre, se negaba a veces a seguir al resto. Los golpes y los chasquidos de lengua no siempre funcionaban y ésta era una de esas ocasiones. Mientras Bruce y Ben hablaban del tiempo, él trataba de dirigir su montura por el sitio correcto.

Lo que no pensaba era admitir su falta de experiencia, ni las rozaduras en las ingles provocadas por la silla después de dos horas al sol... no señor, no lo haría. Cuando el caballo empezó a andar de nuevo, Jerry echó un trago de agua de la cantimplora y se pasó el pañuelo por el cuello, un poco derrotado y decepcionado.

Las riendas de Claude estaban llenas del sudor de las manos de Allan Dewey, el viejo predicador. Aunque antaño fuera más portentoso, aún decrépito en su vejez todavía recordaba su vida pasada, llena de cabalgatas y dura vida nómada. Había nacido en la silla de montar, como muchos otros en el oeste.

Canturreaba una vieja canción, medio a silbidos medio a bocanadas de aire. El negro no era buen color para el calor, y un chorretón de sudor resbalaba de la sien del predicador, se escurría por su prominente nariz y finalmente regaba el suelo con un minúsculo sonido, inaudible para el hombre mortal.

De un trago a la cantimplora, refrescó su gaznate, seco por el aire sin humedad de los Llanos Altos.

- Desde luego, ver para creer. El Señor en su infinita bondad y sabiduría cubrió el mundo de plantas, pero casi se olvidó de este recóndito lugar. A veces me pregunto se terminó su tarea, o si lugares como éste estaban a punto de ser creados al séptimo día, en el que descansó.

El panorama era alentador, pero el párroco se mostraba impasible, haciendo gala de una infinita abnegación. Dios juzga a los hombres, y los hombres se juzgan a si mismos en nombre de Dios. Pero Dios siempre tiene la última palabra. Y en esa última palabra no se iba a decir que Allan Dewey fuera un hombre que no velara por el bien de sus vecinos ni que dejara las cosas a medias.

Aunque quizás no te hayas encontrado nunca con una tormenta de arena, estas seguro de que esto lo es. Además, por lo que has escuchado de otras personas que han sobrevivido a una, jurarías que esta avanza a una velocidad impensable.

El olor a polvo y aire caliente os inundan y confirman las sospechas de Coulon. Los sombreros amenazan con salir volando. Quizás no sea una tormenta gigante como afirman haber visto algunos borrachos, pero cuando el brillo del Sol empieza a flaquear vuestros corazones encogen irremediablemente. Los caballos corcovean, reculan con ansiedad y tratan de girarse para ver de frente la causa de su nerviosismo.

—Mierda...— Susurra, mirando fijamente al horizonte y agarrando con fuerza el sombrero para evitar perderlo—. Muchachos ¿No va esa cosa demasiado rápido como para ser una tormenta de arena? ¿Qué demonios es?

Empieza a intranquilizarse, y su caballo lo nota. Empieza a piafar y mover la cabeza violentamente. Ben comienza a intentar pensar como arreglar la situación, pero es una solución que se le antoja difícil en este momento.

—¡So, Lewis, so!— Intenta gritarle al animal, pero no hay manera de calmarlo.

Ben hace lo único que puede hacer. Aferrarse al cuello del animal con un brazo y sujetar su sombrero con la otra, amén de elevar maldiciones y exabruptos mascullados entre dientes.

Perdona, he re-editado el último post justo cuando estabas contestando tú. Tienes que hacerme un par de tiradas más. En privado para mi o directamente oculto.

La yegua se negaba a avanzar y Jerry intentó desmontarse del caballo. Miró al suelo y no sabía muy bien como hacerlo sin dejarse un par de dientes en el intento, así que deslizó una pierna por el lateral de Emerald... luego la otra... y en ese momento todo se llenó de polvo y viento. El chico ni siquiera había oído las prediciones de Bruce así que le pilló totalmente desprevido. Gritó al animal mientras trataba de pisar el suelo con los dos pies y se subió el pañuelo para que no se le metiera el polvo en los ojos.

—¡Wooo! ¡Wooo!— Cabalgar no era lo suyo, desde luego. Parecía un petrimetre estirado de Boston—¡Mierda!

Fue lo útimo que dijo antes de intentar por última vez que un golpe de suerte le sacase de aquella situación comprometida.

-¡Es una tormenta de arena!, ¡hay que buscar refugio!.

No había acabado de decirlo cuando ya tenían la tormenta de arena encima. Casi no le dio tiempo a prepararse para lo que se les echaba encima. Se tapó boca y nariz con su pañuelo e intentó controlar a su caballo.

-¡Soooo Ironside, sooooooooo!, ¡tranquilo muchacho!

Por el rabillo del ojo observó movimiento, el joven Jerry estaba intentando controlar a su montura sin suerte

-¡Jerry, junto a mí!

Tan preocupado estaba por el muchacho que desatendió su caballo y perdió el control del mismo.

¡Demonios!

De todos los presentes, Allan Dewey parecía ser el único lo suficientemente calmado como para controlar a su caballo. Cuando la arena llegara, todos lo pasarían francamente mal. Una tormenta de arena era el preludio de una venganza de Dios, como en las Plagas de Egipto.

- ¡¡¡Pongámonos a cubierto!!! ¿Qué sugiere, señor Coulon?

Claude se estaba portando bien. Demasiado bien ante la amenaza que se avecinaba.

La verdad es que Jerry tiene muchas habilidades realmente bajas. De hecho ya le subí un poco las habilidades de combate porque daban hasta risa.

En fin, esperemos que no tengas que tirar mucho Cabalgar en esta partida.

El +10 solo a cabalgar está bien aplicado.

El frente de la tormenta se acerca a una velocidad vertiginosa. En su interior veis como pasan volando rocas y vegetación. En pocos segundos esta pared de polvo marrón os pasará por encima.

Todos esperáis alguna indicación de Fox para cabalgar unidos hacia un lugar un poco más seguro pero el ayudante del sheriff tiene serios problemas para controlar su caballo. El predicador Dewey demuestra una gran experiencia a lomos de su montura y es el único que se mantiene sentado. Rumson y Willis decidís descabalgar antes de que os echen al suelo a la fuerza. Todos os fijáis en una cornisa rocosa cercana que podría ofrecer algo de protección, quizás como un cojín frente una bala pero en todo caso mejor que nada.

Coulon  siente que tampoco podrá aguantar mucho más encima del caballo, así que decide bajar. Con su atención puesta en Willis, suelta un segundo las riendas antes de pasar la pierna derecha por detrás del animal. Ironside, que da muestras de estar muy nervioso, aprovecha este instante sin control para alzarse sobre sus cuartos traseros. Su jinete aún tenía el pie izquierdo en el estribo y medio agarrado a la silla de montar cae finalmente a tierra.

Nada más bajar las cuatro patas al suelo, el caballo sale al galope hacia campo abierto, arrastrando a Bruce tras él.

Apenas nadie ha dado el grito de alarma, oís un fuerte golpe a vuestro lado: finalmente Ted Fox se ha dado de bruces con el suelo.

A duras penas escucho a mis compañeros, al tener fijada mi atención en el joven Willis y en la tormenta de arena, que cada vez sea acerca más rápido con un ruido ensordecedor.

-Reverendo, ¡hemos de buscar un lugar para refugiarnos o esa tormenta nos enviará directos al infierno! -dice alzando la voz y observando a su alrededor mierda, ¡no hay dónde refugianos!, aunque sus ojos descubren a lo lejos una cornisa que podría resguardarlos, aunque fuese un poco. Cuando va a avisar a sus compañeros todos cruzan miradas y gestos y deduce que también la han visto.

Ironside, como consecuencia de la tormenta está inquieto, por lo que decido bajar, -¡¡¡Sooooooooooo, muchacho, soooooooooo!!! -pero no he acabado de desmontar del caballo cuando Ironside me tira y comienza a correr, mi pie queda enganchado en el estribo, por lo que el caballo me arrastra en su loca huida.

-¡¡¡QUIETO MUCHACHO, QUIETO!!! -grito mientras intento liberarme. Tras unos segundos aguntiosos consigo liberame y quedo tendido en el suelo unos segundos, tras los cuales comienzo a levantarme. Observo a mi alrededor e intento ver hacia dónde se ha dirigido mi caballo. Lanzo un silbido intentanto atraer al caballo mientras me dirigo hacia donde se encuentran mis compañeros, como no aparezca Ironside estaré bien jodido, pienso mientras sigo silbando, preocupado por el destino del caballo, y el mío.

Ben intenta aguantar sobre el lomo de su encabritado caballo, pero es imposible, Lewis está descontrolado y parece que no va a responder a ninguna orden. Es inútil. Pasando una pierna sobre la silla, desmonta de un salto, flexionando las rodillas al caer. Antes de que el corcel comience a trotar, agarra las riendas con fuerza para mantenerlo en el sitio como buenamente puede.

—¡So, Lewis, he dicho que te tranquilices!

Pronto desiste, pues el caballo amenaza con partirle el brazo si sigue sujetando las riendas, y confía en que el animal sea lo suficientemente inteligente como para saber que no le conviene corretear por allí. Ahora tienen algo más importante que hacer.

Corre hacia Fox y se arrodilla junto a él, comprobando que esté consciente.