Partida Rol por web

Las calles de Doissetep hoy se muestran tan tenebrosas como lo fueron antaño, hace ya bastantes años, cuando todavía no conocías el lugar. Son calles enrevesadas, laberínticas, llenas de escaleras, puertas y recovecos oscuros, a veces malolientes. Sin duda es un lugar peligroso, tal vez esta noche más.

Los sucesos han trastocado la noche por completo y ha pasado de una reunión amigable y divertida, algo familiar y entrañable, a una situación en la que no puedes evitar que el corazón te lata acelerado.

Jordi abre la marcha y, aunque no en plenitud de facultades por su hombro desencajado y el golpe en la espalda, sigue siendo un muchacho fornido, valiente y probablemente mucho más capaz que tú con la espada, arma que lleva al cinto, por supuesto.

Miro al grog, obviamente es mejor que yo con la espada, eso no es muy difícil. Pero nosotros hemos derrotado todo lo que se ha puesto en nuestra contra, así que me armo de valor y camino a su lado intentando que mi paso no sea muy inseguro. Además soy un flambeau. Me tranquiliza el hecho de que él esté allí y de que sepa a donde vamos puesto que, aunque controlo el camino entre mi casa y la de Sagitta en estas condiciones, no sería raro que acabase en otro sitio. 

- Perdona Jordi, ¿sabes que está pasando? - mientras lo pregunto seguro que me sonrojo un poco *.

Jordi sonríe antes de comenzar a hablar, tras uno o dos segundos de sólo observarte. Notas como te va subiendo el rubor a las mejillas, pero tratas de sosegarte pensando en otras cosas. Sin duda el joven y apuesto grog no es la primera vez que trata con jovencitas y tiene una mirada rapaz algo perturbadora.

-No, realmente no. Estaba en los entrenamientos cuando me lesionaron, por eso acabé en la enfermería. Pero una cosa sí sé: la guardia de Doissetep, la que no pertenece a ningún mago, sólo responde ante el Consejo Interno. Si aparece uno de esos "estirados" con una noticia u orden urgente todo el mundo corre. Sea lo que sea que ha pasado, es grave. Será mejor que nos demos prisa. Por aquí -añade abriendo la puerta de una casa por la que tú no sueles pasar pero que al parecer debe ser un atajo que él conoce.

Intento fijarme en los caminos que va tomando, evidentemente por curiosidad, no porque después intente recrear el paseo ya que sé que no me voy a aclarar. Mientras espero que Ardentis esté muy lejos, atrapado y no tenga que sufrirlo en "casa".

Atravesáis la casa por un pasillo que acaba en unas cortas escaleras descendentes, casi como si el propio pasillo se hubiera diseñado como una prolongación de la callejuela por la que andábais, sólo que cubierta. Reaparecéis al otro lado y proseguís vuestro camino, ahora de nuevo por las calles entre los abigarrados edificios de Doissetep. Lleváis unos cuantos minutos andando, así que no debe estar ya muy lejos.

De repente, sin previo aviso, oyes un aleteo y alcanzas a ver escasamente cómo un cuervo transmuda a humano, calvo y de nariz aguileña, con los huesos muy marcados, su rostro desagradable, desconocido e intimidante.

-Nooooo -grazna más que grita el cuervo-hombre, a la vez que pasa a tu lado raudo como sólo un pájaro puede descender desde un tejado hasta el suelo de la calle.

Es entonces cuando descubres que su objetivo no eras tú, ni tu acompañante, sino algo que estaba más allá: dos rudos hombres de armas, envueltos en capas oscuras, surgen de entre las sombras. Un golpe de través con lo que parece ser una maza impacta con precisión mortal al recién aparecido hombre-cuervo, que se desploma contra la cercana pared...

Retrocedo, intento ponerme detrás de Jordi mientras hago un conjuro formulaico -"Nudo de la Horca" de Pe + Co. Lo enfoco al hombre que acaba de pegar al hombre-cuervo. 

Los dos matones parecen eficientes, al menos lo suficientemente eficientes... hasta que uno empieza a notar que se está ahogando, que le estrangulan. Es esa una sensación que le ataca en lo más primario y el hombre huiría, si fuera capaz. Por desgracia para él sólo es capaz de llevarse las manos al cuello y emitir apagados gorgoteos, mientras su cara empieza a cambiar de color.

El otro, no obstante, se sobrepone al hecho con una eficiencia fría y calculadora, su rostro una máscara de decisión. Ni corto ni perezoso avanza los dos escasos pasos que os separan *a través* de Jordi como si este no estuviera y estampa su arma, esta de madera, en tu cráneo. Una explosión de dolor comienza ahí y reverbera por toda tu cabeza. Cuando recobras una visión más o menos clara, ves que el hombre vuelve a estar prácticamente encima tuyo, su porra en la mano y ésta ya balanceándose hacia atrás para volver a golpearte. A su espalda se escucha una voz ronca que dice "bruja... eh, tú, atrévete a darme la espalda, a ver qué pasa" curiosamente en francés. Obviamente tu concentración sobre el hechizo que mantenías se ha desvanecido por un instante(1) y Jordi tendrá que decidir qué va primero, si su vida o la tuya...(2)

Ya que han llegado hasta mí pero no he perdido la consciencia intento sacar fuerza de donde puedo para mantener ahogado uno e intentar quemar al otro. Que, al fin y al cabo, aun tengo rastros de Flambeau de Ignem. Viendo que Jordi es tan inútil como indeciso, en el sentido de que dos matones han conseguido llegar hasta mi sin que él opusiese resistencia, intento primeramente salvarme yo, así que priorizo cualquier acto sobre el que me esté encima.

A duras penas, en un alarde de perseverancia, consigues que un cono de llamaradas surja presuroso de tus manos, convocado por la fuerza de tu voluntad y el Don de tu magia de Ignem, todavía suficientemente fuerte en ti como para tomar esta vía de destrucción. Y vaya si consigues destrucción. El tipo que tenías delante de repente se ve envuelto en llamas y grita como cerdo en el matadero, casi saltando hacia atrás y perdiendo por completo el control de sus acciones. La escena se ilumina de forma mácabra y a la vez se ensombrece cuando te golpea el cansancio como de un mazazo se tratara, rematando la tarea que había comenzado el matón con su porra.

Asistes, más en el mundo de los sueños que en el de los vivos, a la ejecución de un sorprendido e inexperto Jordi por golpe de maza, desde luego no la última visión que quisiera uno antes de perder la consciencia. Pero es lo que hay. Aunque todo parece tan lejano... las voces, los gritos, tan etéreos e irreales...

Despiertas, para tu sorpresa. Y pronto es para tu dolor y desesperación: estás sentada en una pesada silla con respaldo, tus manos atadas a la misma por la parte de atrás (con una posición bastante incómoda, pues el respaldo es varios dedos más ancho que tus hombros) y encapuchada. También estás amordazada con una tira larga de cuero y además sientes por un lado el cansancio fruto del agotamiento mágico sufrido y un terrible dolor en la sien por el otro, éste último producido sin duda por los golpes de porra sufridos hace... ¿cómo saber cuánto tiempo?

Más allá de ti sólo tienes la impresión de estar en una sala húmeda y maloliente, y el único sonido que percibes es el de una conversación que no escuchas con claridad, tal vez amortiguada por algún obstáculo, la distancia o la bruma mental que todavía te invade.

Intento descubrir, cautelosamente, si tengo los pies atados a alguna parte. Mientras, poco a poco, intento discernir en que idioma hablan puesto que recuerdo que me hablaron en francés cuando me atacaron.

Compruebas fácilmente que tienes las piernas libres, aunque puedes moverlas sólo hasta cierto punto, pues la silla es bastante pesada y con tus pruebas chirría un poco. Debe ser una silla vieja.

El idioma que hablan dirías que es occitano, por la cantinela, su cadencia y demás. Pero te cuesta mucho discernir las palabras...(1)

Tiro de mi parte optimista y decido que las cosas no están tan mal. Al menos sigo viva y tengo algo de movilidad. Como la silla pesa mucho entiendo que no me puedo poner en pie, al igual podría subir las piernas hasta el borde la silla y levantarme desde allí haciendo contrapeso... Mientras pruebo de subir las piernas intento desatarme las manos, pero con mi destreza nula imagino que no avanzo mucho. Si pudiese hacer el hechizo de palma de llamas lograría quemar las cuerdas de las manos, pero con la capucha y la boca tapada no se si serviría porque no se ni donde estoy...

Después de sopesarlo todo intento quemar las cuerdas que me sujetan las manos. 

Confiada en que la conversación que suena amortiguada distraiga de tus actividades a quienes participen en ella, te concentras en reunir tus pocas fuerzas en un hechizo bien conocido por ti: Palma de llamas. No es un hechizo extraordinario, ni especialmente eficiente o llamativo, pero era el hechizo que necesitabas. Tan dominado tienes su lanzamiento que el hecho de no poder articular palabra o gesticular apropiadamente no te supone suficiente traba como para impedirte el ejecutarlo. Lo más complicado resulta ser mantener una postura adecuada para que la llama no desaparezca, pues necesitas tener la palma extendida y apuntando hacia arriba. Unos segundos después sientes no el calor de la llama en sí, sino cómo la cuerda que te apresa prende. Entonces te das cuenta de que aunque el hechizo está diseñado para no quemar la palma, no protege en absoluto de otras cosas inflamadas...

Contaba con ello, paso de que esos hombres me hagan vete a saber qué donde quiera que esté. Como ya no hay cuerda en las manos, o la tengo ardiendo encima, no se muy bien como está, intento que caiga al suelo y si lo consigo me quito la mordaza y la capucha. Para preparar algo a alcance de voz.

Te deshaces de tus ligaduras inflamadas, causándote pequeñas ampollas por el fuego, heridas que seguro que el cafre de tu frater te restregará para el fin de los tiempos si tiene ocasión. Más movida por el miedo que por la determinación, te liberas también de la capucha y la mordaza todo lo rápido que puedes, pero ya es demasiado tarde, estás a medio camino de conseguir esto último cuando la puerta entreabierta de la que provenían las voces y que ahora sí puedes ver, se abre para dar paso a dos hombres rudos, uno de los cuales reconoces: tu golpeador.

Los recién llegados se ponen en tensión y se preparan para saltar sobre ti en ese mismo instante, cuando de repente una voz cavernosa y más bien antinatural resuena a su espalda, en la otra habitación.