Partida Rol por web

12 de marzo de 1999, 16:20

Entrar en el Campo de Girasoles no era difícil. En cambio, moverse por el interior del feudo presentaba serias dificultades, especialmente para alguien de corta estatura como Segismundo. Las flores eran más altas que él y no podía más que seguir los senderos y esperar que condujeras a algún sitio o salir de los caminos de girasoles aplastados y perderse. La luz del atardecer, tenue y rojiza, no ayudaba nada.

Tras un rato Segismundo alcanzó y subió los escalones de un cenador. Arriba el suelo estaba lleno de almohadones y mantas, y dos lámparas de aceite iluminaban la zona. Cerca, brotando entre los pétalos amarillos como champiñones gigantes, había otros cenadores. Unos estaban vacíos, y en otros había gente enredada entre mantas. Tras fijarse un poco encontró a Fina, sola, en uno de los cenadores más próximos. La pooka estaba hablando con un sátiro, que le ponía la mano en el hombro mientras ella intentaba zafarse.

¿Quién era ese? Debía ser uno de los amigos que el imbécil de Teo. Un borracho más. El sluagh no esperaba que su amiga se hubiera juntado con gente así. Aprovechándose que los girasoles eran más altos que él, trazó rumbo para acercarse todo lo posible a esos dos, y así escuchar su conversación a escondidas.

Al acercarse se dio cuenta de que el sátiro era Teo. Se inclinaba sobre Fina hasta casi rozarla con los cuernos y le agarraba del brazo. Susurraba en un tono apremiante y furioso, de los que implican que no va a aceptarse un no por respuesta. Segismundo se acercó al cenador y les perdió de vista, pero les oía hablando sobre su cabeza.

-Necesitamos más. Venga, Fina, estamos muy cerca. Lo noto.

-No tengo más -decía Fina con voz congestionada-. Por favor...

-Tú te lo has buscado.

Hubo un forcejeo y alguien se estampó contra la barandilla del cenador. A juzgar por los lloriqueos se trataba de Fina. Segismundo sintió cómo el aire se llenaba de un Glamour oscuro, que olía a miedo y tristeza. Tan pronto como fue liberado desapareció, y Segismundo escuchó unos cascos alejándose y los lamentos de Fina aumentando en intensidad.

La estaba saqueando. Ese desgraciado. Algo ardió en el pecho de Segismundo, eran ansias de venganza. Pero lo primero era lo primero.

Se asomó para ver si Teo ya se había ido y Fina seguía ahí. Al verse en lo cierto, se acerco a su amiga.

-¿Fina?- Estaba horrorizado, pero una parte de si mismo, una azul, muy musculosa y a favor de las mujeres clamaba justicia.- ¿Estas bien? Por favor, déjame ayudarte. - Le dijo antes de que ella le negase lo sucedido. Al médico le funcionaba con su mamá, antes de que se fuera chota perdida.

Fina estaba sentada en el suelo, abrazándose a sí misma y llorando. Cuando vio a Segismundo soltó un lamento agudo y se apretó contra los barrotes de madera. Hacía unas semanas que no la veía, y había cambiado mucho. Su pelaje estaba deslucido y se veían parches de piel rosada en la cara y los brazos.

-¿Qué haces aquí? -lloriqueó. Se limpió las lágrimas que resbalaban por su hocico e hizo un esfuerzo por recomponerse-. Este no es lugar para críos. Lárgate.

Era el momento de demostrar que no solo era un crío. Se acercó a Fina y la abrazó mientras esta temblaba. Susurró de la forma más tenue que un Sluagh puede susurrar.

- Sólo me iré si vienes conmigo. Esto no puede estar bien, no hay forma de que esté bien.

Fina empezó a sollozar en voz alta y se agarró a Segismundo como a un trozo de madera en medio del mar. Pasaron unos minutos interminables antes de que la pooka empezase a calmarse. Los sollozos remitieron poco a poco, y cuando ya lo único que se oía eran lloriqueos y sorbidas de mocos se apartó de él y le acarició la cabeza.

-Lo siento mucho. Lo siento mucho... No tendría que...

Segismundo sostuvo las manos de Fina, manteniendo el contacto dejó que el Glamour fluyera hacia ella. Teo podía ser terrible, pero el chico necesitaba hacer que olvidase su mal trago y recordase que también era querida. Pero la miró con dureza, tenía el cuerpo de un infantil, pero haría frente a Teo.

-¿Qué está pasando? ¿Por qué te ha hecho Teo eso?.- El Sluagh, por lo que había oído, intuía que el sátiro estaba preparando algo, algo malo. Una Rapsodia era lo primero que le venía a la mente.- ¿Hay algún mortal aquí con mucho Glamour? ¿Donde está la Condesa?

Fina soltó un lamento agradecido y apretó las manos de Segismundo. Tenía un poco de mejor aspecto, pero su semblante feérico seguía pareciendo irreal y fuera de lugar allí, y su piel humana se adivinaba debajo del pelaje irregular.

-Es muy importante, Segismundo. No puedo... Es muy importante. -Fina suspiró y miró entre los barrotes de la barandilla en busca de espías antes de volver a mirar a Segismundo-. Lady Aurora está por ahí, no sé. El trago... Se van a enfadar si te lo enseño. 

-Lady Aurora tiene que protegerte de Teo, si no está vete con Cortapanes te protegerá. Si tienes demasiado miedo para contármelo, no hace falta, voy a ir a investigarlo.

Sacó la navaja de la bota y tras desplegarla se la guardó en la manga, mientras esperaba a que Fina tomara una decisión.

-¡Qué haces, guarda eso! -siseó Fina, que no tenía muy claro si gritar o susurrar. Palmeó el suelo para invitarle a sentarse-. Ven, ven. No hagas ninguna locura. Estoy bien, lo juro. ¿Ves? -Se limpió las lágrimas, que le habían humedecido el pelaje de la cara, e hizo un esfuerzo por sonreír-. ¿Ves? Lady Aurora está muy ocupada y... No están haciendo nada malo. Lo necesitan. Me necesitan.

Se sentó a su lado, pero guardando el cuchillo bajo la manga.

-A ver, se que lo de que estás bien es la mentira.- A veces era dificil tratar con los pooka, pero no era una de esas ocasiones.- No es normal que te necesiten para sacarte tu Glamour y menos de esa forma, aunque lo necesiten ¿Qué están haciendo?¿Que necesitan?

Tras un momento de duda Fina se levantó y saltó fuera del cenador, desapareciendo de inmediato entre las altas flores. Casi no había tenido tiempo de empezar a buscarla entre los girasoles cuando un perrillo despeluchado apareció por las escaleras y se puso a ladrar antes de desaparecer de nuevo.

Seguir al perro por los senderos entre las flores resultó una tarea complicada, que requería tal velocidad y concentración que Segismundo estuvo a darse de morros contra otro cenador. No había escaleras a la vista, pero si se ponía de puntillas podía ver lo que estaba pasando dentro.

Teo estaba allí, sentado entre almohadones. Le acompañaban otros dos sátiros: una gruñona de cuernos rizados y elegante nariz romana, con una larga cabellera negra y un vestido informe que más parecía un saco, y un joven regordete un poco más joven que Teo y que, al igual que él, vestía un taparrabos. Los tres estaban sentados sobre almohadones, y se estaban pasando un gran caliz de madera cuyo contenido, fuera el que fuese, emanaba un Glamour ajironado, arrancado.

-Con insólita claridad se muestra el Tapiz ante nosotros -dijo Teo con voz ronca-, y nosotros, testigos impotentes, seguimos sus hilos y costuras. Observamos y aprendemos.

"Observamos y aprendemos", repitieron al unísono sus compañeros. Teo se inclinó hacia la mujer y se besaron brevemente. Después escupió en el cáliz y repitió el proceso con el chico. Alzó la copa y la vista hacia el techo del cenador antes de dar un largo trago. Los otros dos sátiros intercambiaron una mirada de sorna, pero no dijeron nada. Entonces el chico cogió el cáliz y bebió antes de pasárselo a la mujer, que les imitó. 

Tan pronto ella hubo dado un sorbo los tres cayeron sobre los almohadones. Tenían los ojos en blanco y se retorcían y suspiraban. Parecía que trataban de zafarse del agarre un agresor invisible, que les hacía daño al retorcerles brazos y muñecas. Los tres sátiros parecían sufrir mucho mientras alrededor de sus cuernos se arremolinaba el Glamour. A los pies de Segismundo Fina se había hecho un ovillo y temblaba y se lamentaba.

El Sluagh,aun con todos los recuerdos que tenía tuvo que esforzarse en exprimir su cabeza, puesto que lo que veía frente a él, desafiaba todo lo que una fae podía saber comúnmente sobre las faes.

Los tres sátiros habían hecho un cantrip. Probablemente se trataba del Arte de Adivinación, le pareció a Segismundo, más por sentido común que porque pudiera sentirlo en la magia liberada. Fuera lo que fuese, estaban consumiendo muchísimo Glamour para tejerlo y potenciarlo.

Segismundo no cabía en sí de curiosidad, necesitaba saber que tejemanejes estaban trayéndose entre manos, pero no era para nada tonto. No se iba a acercar a preguntarles. 

La adivinación daba para muchas cosas, para preguntar, para encontrar, para mirar...Para tejer el Dan. Pero para eso los tres tendrían que ser increíblemente poderosos. No, debía ser de las primeras cosas, las fáciles.

Cogiendo el perrillo que ahora era Fina se pegó tanto como pudo a la pared del cenador, y susurró en su oreja peluda.

-Paciencia y silencio.

Al cabo de unos minutos los pechos de los tres sátiros se convulsionaron al unísono, y tomaron aire como náufragos tras romper la superficie del agua. Se incorporaron, tratando de recuperar el aliento e intercambiando sonrisas triunfantes.

-El pez -dijo la mujer.

Los otros dos asintieron, aún resollando, y se arrastraron hacia ella entre los cojines y almohadones. Se abrazaron a ella y los tres se tumbaron en el suelo.

-El pez ha huido -respondió el sátiro más joven-. Ha sido la chica nueva. Nunca había sido tan claro. Estamos mejorando, ¿eh?