Partida Rol por web

Y sigo empujando el trineo...

Envuelve mi cuerpo un lienzo ardiente que me protege de un sol aún más abrasador. La misma tela basta, polvorienta y desgastada cae sobre mi rostro, húmeda por el sudor de mi piel y el vaho de mi aliento. Es asfixiante e insoportable, pero quitármela sería peor aún: la luz del día golpea incesantemente contra la plana superficie del Desierto de Cristal, contra sus suaves y resbaladizas colinas, contra las nubes plomizas de agua y ralladuras de vidrio en suspensión...

A días de distancia el fulgor anunciaba al desierto; una vez allí unos simples y delgados párpados de carne no pueden evitar que los ojos se cieguen y se abrasen para siempre. Por eso cubro mi rostro, agacho la cabeza, avanzo a ciegas...

... y sigo empujando el trineo.

Cuando la garganta reseca no puede tragar el grumo salado de mi saliva, me detengo. A tientas sigo las curvas de madera hasta la parte delantera del trineo y me siento a beber de los pellejos, ardientes al tacto y cada vez más vacíos y flácidos. Contengo las ganas de darme un atracón de este agua cálida y maloliente mientras siento el reproche de mis labios cuarteados y busco con los dedos entre el capullo de telas en que también envolví a mi hijo. Postrado como está, paralizado como muerto en vida, trato de hacerle tragar su parte minetras lamento el agua que se derrama.

Después me incorporo, me aseguro a ciegas de no dejar nada atrás y reviso que las cuchillas de piedra del trineo siguen hundidas en los surcos del cristal. Los trazaron mil años atrás los comerciantes de Kalisia, según pregonan con orgullo, dibujando caminos para que sus caravanas atravesaran el desierto. Ellos se maravillan con la magnitud del logro: cientos y cientos de millas rayadas sobre el Espejo de los dioses; yo solo pienso en el aspecto de las osamentas calcinadas de los esclavos junto a los caminos (¿cientos también? ¿miles?), si se pudiera ver algo en mitad del resplandeciente infierno del día.

...Y sigo empujando el trineo.

Cuando cae la noche nos abraza el calor sofocante del cristal, como el de una teja cocida al enfriarse. La terrible luz cegadora da paso a una oscuridad absoluta, y solo la rompen las lunas y las estrellas en el cielo y sus fantasmagóricos reflejos a nuestros pies. Debería sentir alivio al desembarazarme de las telas, al poder abrir los ojos sin miedo a perderlos, pero no es así. Durante el día intento dormir y por la noche me detengo y vigilo, porque no olvido las advertencias.

Habladme, oh, Oráculos, ¿de qué me tengo que guardar en la noche, sobre el Espejo de los dioses?

Peregrino, no cierres los ojos, pues en el Espejo de los Dioses la vigilia es el descanso y el sueño es la muerte.

Se dice que las lágrimas de las mujeres que fueron obligadas a trazar los surcos del camino junto a sus amantes, maridos e hijos fueron convertidas por Úcela, compañera del dios de vidrio, en gusanos etéreos que sólo atacan a quienes se abandonan al sueño, devorándolos y escupiendo su reflejo a la superficie del desierto, donde sus consciencias pasarán la eternidad ardiendo bajo el sol sin descanso.

Mientras tus ojos permanezcan abiertos, tu retoño estará a salvo, y la diosa fue lo suficientemente piadosa como para transmutar el cansancio del vigía en descanso para el cuerpo. Si soportas este sufrimiento dos días más, notarás la piedad de esas calamitosas lágrimas, refrescando tus pies y lubricando los surcos para tu trineo. Si humedeces en ellas la palma de tu mano y limpias con ella los párpados de tu hijo, podrás ver, por un instante, el brillo de sus ojos que ya casi has olvidado.

Oh, Bienaventurado peregrino, que sigues rutas hasta los rincones más recónditos. Debes resguardarte de un pájaro llamado Filo, de la familia de los Filópidas. No se trata de una amenaza, pero tampoco es de un ser muy afable. Lo contentarás con comida, pero si ganas confianza, tirará fuertemente de tu trineo y te quedarás sin él. Lo reconocerás por ser un pollo tan grande como un avestruz.

Puede ser el gran aliado que necesites, pero tambien puede resultar en tu perdición. Quizas se prensente en otra forma, un ángel que descienda del cielo y te indique el camino. Desconfía, mi sabio peregrino, desconfía y solo sigue las estrellas. Ellas saben bien cual es tu destino.

La Sed te dirá que andas sobre agua.

La Sed te dirá que al agua te acerques.

El Vértigo dice: asómate a mi

y mira cómo andan tus pies en tus pies

y, torre sobre torre, tu cuerpo coronado.

Así te lo advierto, ligero: cantando

que no sabrás quién es reflejo ni quién

de los dos el que andando soporta el trabajo,

ni quién de los dos amamanta a su hijo

con lágrimas saladas y sudor cristalino.

De día caminabas inclinando tu rostro,

buscará de noche tu vista las estrellas.

No mires abajo, podrías perderte

y no sabrás quién es el que hace el camino,

saldrá del desierto tu vano reflejo

y tú quedarás preso en el cristal.

Para siempre.

Pierdo la vista en la hoguera, no sé si un segundo o mil años...

... veo lágrimas de espiritus dolientes y dioses olvidados...
... veo pájaros traicioneros y ángeles esquivos...
... veo reflejos dentro de reflejos dentro de reflejos...

¿Qué otros portentos tenéis para mí, oh, Oráculos? ¿Qué otras locuras?

Te lamentas peregrino, por el dolor que sientes aún cuando sientes fuerzas para seguir adelante, para salvar a tu hijo.

Pero a este paso no llegarás a la Ciudad de las Gaviotas. Lo sabes. Lo sientes. Te duele cada parte de tu cuerpo y tu hijo está cada vez más débil. No lo matará el mal que lo aqueja, sino que lo matarás tú. Tu decisión de atravesar el desierto blanco con su cuerpo vacío y endeble. No te quedan fuerzas, ni agua, temes a la oscuridad. Menudo héroe.

¿Necesitas ayuda?

El peregrino observa una de las charcas en la que se reflejan los jirones de nubes que se mueven entre las estrellas, y en el charco ha creído percibir un brillo que desaparece al acercarse más.

Solo no puedes, necesitas ayuda, pero aquí no hay nadie para ayudarte porque has tomado el peor camino posible. 

Si alguien atraviesa el desierto blanco en estos momentos aún puedes salvarte. Los reflejos del desierto y el sol cegador se han marchado, y queda un telón negro sobre el que pedir ayuda. Enciende un fuego, siente el calor en tus huesos y usa su luz como un faro de esperanza por si alguien se apiadara de ti, inmerecedero peregrino

Peregrino, oh maldito peregrino, adentrarte mas en las profundidades del desierto blanco solo será tu perdición. Sin rumbo, sin guía, con poca comida. Pero si miras al cielo, verás estrellas caer, todas apuntan al mismo lugar... al oasis de Cristal.

Desde el cielo se podía ver como una lluvia de estrellas todas apuntaban hacia el norte, y parecían caer en el mismo lugar.

En ese recondito palacio se encuentra el sultán. Pequeño bigotudo y barriguita regordeta. Estará encantado de acogerte, pero solo a cambio de algun favor. Recoge varias magnamitas, de unas ruinas cercanas, y te dará la bendicion de su hija. Pues no mas felicidad, que ver cumplida su codicia.

¿Esto es todo lo que me queda? ¿Suplicar ayuda en la oscuridad? Terrible y mezquino destino, oh, Oráculo

no dudes peregrino. No dudes de tu destino. Un animal puede ser tu mascota, un sultán puede ser tu salvación. Ambos, ninguno, o los dos. Yo sólo te muestro el futuro, pero el cambio se basa en tu decisión.

Peregrino, mal has hecho en confiar en lo que dicen las lenguas como única verdad. Tiempo ha pasado y los hombres han olvidado que, lo que tú llamas desierto, no es más que el reloj que lleva en su cuello la diosa Erinia. Si huir de esa masa de cristal deseas, quédate agazapado, hasta la noche, en la más alta colina que veas. Allí, sin demora, hallarás la gran verdad. Pues noche y día se cortan como un cuchillo y no difuminado cual trazo de pintor.

No dejes que esta súbita manifestación de tu insignificante existencia te detenga, y ata rápidamente una cuerda a ese límite negruzco. Amarra a tu hijo a la espalda y sube presto como el diablo. Una vez allí estarás a salvo y descubrirás la verdad del misterio: la noche del desierto no es más que la temible sombra de las agujas del reloj.

Ya allí, acostado en la manecilla, de los terribles males de la noche te salvarás. Pero, peregrino, tú decides si sigues mis consejos o no. O cómo has de morir, si esta noche o cualquier otra.

...el reloj del mundo y diosas de otro tiempo... ¿tal vez me estoy volviendo loco, o sois vosotros quienes me quieren ver perder la razón?

La diosa Úcela"tornaría el cansancio del vigía en descanso para el cuerpo", decía aquella vieja eremita al borde del Desierto...

-¡Escupo sobre tu diosa muerta y su piedad!

Mi voz no rompe la noche como me hubiera gustado: garganta y labios heridos de sed ahogan la maldición en un gañido ininteligible y rompo a toser entre espasmos. Y no es la sed lo peor ahora. Sentado en el trineo siento cómo la cabeza da vueltas, cómo los párpados se desploman y los ojos se vuelven de agotamiento.

Necesito dormir pero no me atrevo. Y si no duermo me volveré loco.

-...y moriremos-, musito mientras acaricio el cuerpo de mi hijo. Le aparto el pelo de la cara y siento las lágrimas de pena y de vergüenza cuando cojo el cuchillo, porque todas las razones que me doy no borran lo que voy a hacer... lo que tengo que hacer...

Cierro los ojos y miro hacia adentro, hacia el vacío que hay en mi pecho. Parece que se ha calmado: su alma normalmente revolotea aterrorizada, estrellándose entre alaridos enloquecidos contra cárcel donde la he atrapado. Sin luz, sin sonido, sin explicaciones: el limbo infernal donde lo protejo de una muerte definitiva.

Despierta, susurró mientras dibujo un nuevo corte ritual en mi vientre: es un tormento que no padezco solo, pues traza el puente hasta él. El dolor es la única lengua que puedo ofrecerle.

Préstame tus ojos, le ordeno: cada palabra es una nueva herida que abro y sentimos a la vez, y no quiero torturalo más con un "te quiero".

Pese a todo sé que le hago un regalo: ahora puede asomarse a mis ojos para ver algo más que la silenciosa oscuridad de su cárcel. También yo puedo ver ahora con los ojos de los muertos y, para mi desesperación, todo era verdad...

... hay fantasmagóricas lampreas que nadan nuestro alrededor, voraces y ansiosas, esperando sigilosamente una oportunidad...
... hay rostros dolientes que asoman silenciosos y lentos bajo el espejo...
... hay una miríada de espectros y fantasmas agolpados a nuestros alrededor, los olvidados que, inconscientes unos de otros, aullan sin voz su pena, su furia, su envidia de los vivos...

Busco refugio en el trineo y me ovillo bajo las telas, con el terror en la garganta y los despavoridos gritos de mi hijo en el corazón. Cuando dejo de temblar, minutos o siglos después, doy un vistazo y ahí continúan las apariciones, desgranando su odio y maldiciones sobre nosotros, y sé que vamos a morir aquí.

Súbitamente espectros, fantasmas y lampreas apartan su atención de nosotros simultáneamente y miran en la misma dirección. Su furia se torna miedo y, en un instante, huyen en todas direcciones...

Oh, Oráculos, con los ojos de los vivos y de los muertos, ¿qué es lo que, amigo o enemigo, pudo haber aterrado a un monstruo?

Eso, peregrino,  es a lo que unos llaman el Cono de Mazeradde, otros lo llaman Ick y unos pocos llaman Silencio.

Hay quien lo tiene por un fenómeno natural, el ojo de un huracán que absorbe toda vibración de sonido, pero unos pocos saben de su auténtica naturaleza: es un hechizo tractor. Un místico poderoso (o alguien que se pueda permitir sus servicios) ha gritado un nombre, y el cono recorre el mundo en busca de su objetivo, alimentándose de todo residuo espiritual que encuentra a su paso, para continuar con su camino. Ese es el motivo del miedo que retuerce a las almas del Desierto de Cristal.

Mira, parece que eres el objetivo de su trayectoria. Si caes en él deberás gritar hasta llegar a tu destino, quedando mudo por un día, pero ese es poco sacrificio frente a la posibilidad de perder la poca cordura que atesoras. Una vez te arranque del suelo, te escupira a los pies de su creador, en cualquier parte del mundo.

¿Sabes tú, peregrino, quién puede tener tanto poder y tanta necesidad de encontrarte? Inocentes han muerto en las manos de su creador... ¿Quieres tú saber quién es tan cruel?

...extraños sortilegios devoradores de almas... alguien que desata maligna hechicería para interponerse o con algún otro motivo...

Nació un hombre monstruoso en los días turbulentos,

un tiempo en que una guerra ofuscaba a los Poderes

de los que los oráculos somos meros peones;

no es necesariamente malvado un esperpento

quizá solo un fenómeno, quizá fue un instrumento.

Turulë se llamaba y asoló las vertientes

de la Petrina y más: rellenó los abismos

del Cúmulo de Marte, que -es sabido- tenía

más hondas simas que el mismo infierno tiene.

Y ya verás si ahora te intriga lo que viene:

Pues sabe, peregrino, que su sombra no duerme

y vaga amedrentando a todos los espíritus

a los que cazan torna en presas huidizas

a los cobardes vuelve valientes y aguerridos

como un espejo torna en atletas a tullidos.

Es natural que vague por el Desierto Espejo,

verás si te conviene cruzarte en tu camino,

qué deseas tornar en tu espíritu hambriento

que deseas que vuelva al revés de tu destino

si quieres ser tú mismo o volverte tu reflejo.

... una sombra errante de pasado funesto que cambia lo que roza... ¿o que tal vez revela su naturaleza?

Brillito, por aqui, brillito por allá, algo se acerca hacia a ti, de entre las rocas de cristal. Al parecer no viene sola, sino con sus acompañantes. Es un ser diminuto, de vestido extravagante. Y dotada de una dulce voz parlante. Si atraes su atencion, podras ver su propio ser. Busca a aquel maldecido, aquel atraido por el tornado del vacío. Se trata de Campinella, princesa de las hadas, y sus dos bellas guardianas. Linda, pequeña y rubia, protectora de aquellos perdidos. Si le solicitas ayuda, evitarás ser maldecido. Ella combate contra el que está al otro lado. Ese ser de oscuridad. Ese alguien de maldad, que simplemente dice un nombre y el vortice lo trae ante si.

Te acogerá en su pequeño mundo, oculto entre el cristal. Disfrutarás de comida y buena compañía. Tu hijo no puede mas, y no resistirá el mal. Será la reencarnación de un demonio, quizas rey, quizas maromo. Ellas te ayudarán, y te marcaran el camino, afuera del desierto de cristal, y llegar al bosque de los pinos. Escucha el tintineo de sus alas, observa las lucecitas que ves entre las rocas. Grita su nombre como poca, y ante ti se presenterá la hada mas revoltosa. Campinella, la princesa, Campinella, la rencorosa.

Oh peregino, sabéis que no debéis hacerle caso a los oráculos y seguir tu camino invicto por el desierto. Ya que mas adentro, estará la milenaria ciudad de Noah construido hace enoes por el gran Rey Marleck el tonto del pueblo.

Allí, entre su puerta de plata y oro encontrara un viejo perro enfermo, cuya mirada de retrasado te guiara hacia tu destino. ¡Pero temed primero el horror de la ciudad! Ya que alli horrores sin fin se oculta, ¡Oh! ¡pero que horroroso es vivir alli! ¡Ni el mas salvaje de los hombre, habitaría allí por voluntad propia!

Allí Malos poetas cantan sus versos que ritman tan mal, que te querrás arrancar las orejas. La Musica es tan mal elaborada que mas de una ebolia te dara, ¡Y lo peor! Es que allí, la ortografía y gramática es tan mala que te quemaran vivo si osas corregir aunque sea un solo letrero, una sola palabra mal dicha por sus habitantes, en especial todo lo referente a la letras:"K,g,u,a"

La enorme sombra se desliza sobre el cristal, más oscura que la noche pues más oscuro aún es su amo: Turulë. El Gran Cosquistador según los historiadores de la lejana Pania, y el Llenatumbas en las gélidas mesetas de su propia patria. O el Mascaniños en los cuentos de la mía. Nunca creí que hubiera existido realmente, pero el largo penacho de pluma de pavo real que describen los mitos brota de sus hombros, inconfundible.

Dos hilos de sangre nuevos dibujan senderos hasta mi fajín: mi niño gimotea perdido, con el dolor que le causo como unica compañía, pero ahora ambos compartimos los oídos y los labios de los muertos.

Un tambor lejano acompaña con golpes etéreos el paso del viejo fantasma mientras trazo en torno a nuestro campamento el sagrado círculo de sal azul que mantiene fuera al mal. Después cierro los ojos y mastico las especias aromáticas lo atraen.

... el primer chasquido, el de la pimienta fragante entre mis muelas, detiene el tambor y el movimiento de la sombra, que buscan expectantes com un perro de caza.
... el segundo, el de la explosión de la vaina de la flor del comino que inunda de aroma mi nariz, señala como un faro nuestra posición y la sombra se lanza frenética en pos nuestro.
... la mezcla embardurna mi lengua y mi aliento conforme la rumio lenta, deliberadamente, y sé que ahora el viejo fantasma la saborea como lo hago yo, ansioso y hambriento como un adicto al opio, pues los muertos desean volver a saborear, a sentir, con la intensidad de los vivos.

Me tomo mi tiempo.

Mastico y dejo que se impregne.

Dejo que crezca su deseo.

Y, al fin, trago.

- Esta es mi ofrenda, viejo héroe - grito al aire-, para mí, un bocado sabroso; para ti, un éxtasis olvidado. ¿Contaremos con tu patronazgo y tu protección esta noche?

Al abrir de nuevo los ojos la sombra ha tomado forma más allá de la sal azul.

Decidme, oh, Oráculos, ¿puedo haber aplacado a un hombre de ambiciones monstruosas como él o abriga algún deseo en su eterno deambular?

paso de ti peregrino. No me haces caso, no eres divino. Yo por ahora vuelvo a mi sueño vespertino.